El arzobispo Gerhard Müller, jefe de la oficina vaticana llamada de “la doctrina de la fe” (ex santo oficio) precisó en estos días que no hay cambios en lo establecido acerca de los católicos divorciados. Es decir, la iglesia católica no aprueba que una persona que se ha casado válidamente ante la comunidad cristiana, quiebre ese compromiso para contraer nuevo matrimonio igualmente válido. Hasta ahí, nada nuevo.
En muchas personas se estaba instalando la idea de que podría haber algún cambio después de las palabras del papa Francisco insistiendo en que la misericordia supera las legislaciones en la vida cristiana. Para el arzobispo, llamar a la misericordia divina como solución de las situaciones humanas que rompen las normas legales, sería “un falso llamado” con el cual “se corre el riesgo de la banalización de la imagen misma de Dios, según la cual Dios no podría hacer más que perdonar”. Pero añadió más: esas personas divorciadas no se pueden acercar a la eucaristía ni a los sacramentos. Hay, al menos, dos puntos para analizar en estas declaraciones: 1. Me parece que el arzobispo se extralimita cuando le fija a Dios los parámetros para su acción misericordiosa. No se “banaliza” la imagen divina cuando abre los brazos y recibe a los que van medio heridos por el camino de la vida. No se “banalizaba” Jesús cuando se mezclaba con los que la sociedad religiosa de su tiempo consideraba como gente fuera de la ley. Si creemos de verdad que Dios es amor, en realidad no puede hacer más que perdonar. Porque el amor todo lo espera, todo lo disculpa, todo lo comprende, todo lo soporta, todo lo perdona. 2. En segundo lugar, me parece que el arzobispo se extralimita cuando señala quién y quien no puede acercarse a la eucaristía y los sacramentos. Eso pertenece a la conciencia de cada cual. Y ningún pastor, cura, obispo, sacristán, acompañante espiritual, cardenal o papa, puede decidir por la conciencia de otra persona. La iglesia no existe para que naya menos divorcios en el mundo. Existe para proclamar el evangelio de Jesús y animar a la gente a que viva según esos criterios. Pero decir quién puede o no puede comulgar, eso lo decide cada cual en su vida cristiana. Lo demás es un abuso de autoridad. Lamentablemente, el pueblo católico se ha autocastrado por cientos de años en sus decisiones religiosas personales. ¡Para todo han de preguntar a los curas si esto se puede o no se puede, renunciando a su capacidad de discernimiento! Devolver el protagonismo de cada cual en su propia vida religiosa es una tarea gigantesca y en eso estamos.
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