“Medice, cura te ipsum” –Médico, cúrate a ti mismo- es un requerimiento clásico latino aplicado a los profesionales de la salud pública para que, previamente a la prestación de servicios a sus pacientes, hagan una introspección y se consideren a sí mismos tal como son con sus personales virtudes y defectos. Nuestro refranero así lo acredita: “Consejos vendo que para mí no los tengo” y “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Este es el sentido que queremos otorgar a nuestro “Ecclesia cura te ipsam” y que podría hacerse extensible a toda religión institucionalizada y no únicamente a la cristiana.
En Lc 4, 23 Jesús utiliza el dicho a modo de pequeña parábola en la que recrimina a sus lugareños con la declaración bíblica de “ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”. Manifestación provocativa la del Rabbí, que suscita la ira de los presentes en la sinagoga hasta el punto de llevarle a un desfiladero para arrojarle al vacío. Algo similar a lo que le sucedió a Jeremías perseguido por los funcionarios de Judá. Y Sócrates llegó a correr aún peor suerte en Atenas acusado de impiedad por no creer en los dioses del estado y ser condenado por sus enseñanzas como hereje. Escenas estas indefinidamente repetidas en la historia de los siglos cada vez que alguien –defensores de las grandes Verdades, siempre tildados de insensatos- ha tenido la osadía de levantar la voz contra el orden sacramentalmente establecido. Las consecuencias entonces, una vida colgada de un madero, un cepo en la cárcel o una copa de cicuta. Posteriormente, centenares de hogueras –también alimentadas con leña- como luminarias siniestras, testigos de una fe rancia, intolerante, oscura y primitiva. En nuestros días, sibilinas sentencias condenatorias que dejan psicológicamente crucificado a quien las padece. ¿Es que la única visión de estos rebeldes con causa –Jesús no fue el primero ni el último- es la de ovejas descarriadas y perdidos hijos pródigos reprobados al abismo? ¿No quedará aquí una vez más el Evangelio, como quedó Jesús y otros muchos, a los pies de los caballos? La raíz de esta dislocada posición yace en uno de los más graves errores de las Instituciones religiosas: sentirse depositarias de verdades absolutas e irrefutables. Así lo creían también los funcionarios del Templo. Las Comisiones para la Doctrina de la Fe -versión católica edulcorada de la Santa Inquisición- se erigen hoy en comisarios religiosos de la Comunidad: profanaciones del templo personal de la libre conciencia, violación del derecho natural a la libre manifestación de su pensamiento. El Islam y el Judaísmo no van en absoluto a la zaga en lo que a la defensa de las consideradas verdades intocables de su fe concierne. Las Iglesias necesitan reconocer que, como toda Institución hospitalaria, son iatrogénicas por naturaleza (iatrogenia: acto médico dañino) y pueden provocar -y provocan- septicemias espirituales en su feligresía. Es decir en sí mismas, porque ellas son lo que son sus fieles. Por eso siempre que amputan alguno de sus miembros, su propio cuerpo queda mutilado. Mutilación dolorosa que, en consecuencia, deja a todos en situación ambulatoria, ya que apartar a alguien de la fe propia es en realidad apartarse también a sí mismo. Esto lo certifica cada día la Ciencia con más fuerza. Los últimos descubrimientos de la llamada Psiconeuroinmunología está cambiando la forma en que los científicos entienden la conexión mente-cuerpo y las relaciones -particularmente las personales- entre el resto de los seres. Las investigaciones de la Dra. Candace Pert y su equipo están cambiando el paradigma de “emociones como neurociencia” a “emociones como biología y como física”. “La emociones, aclara Pert, no son simplemente química en el cerebro, son señales electromagnéticas que afectan a la química y a la electricidad de cada célula del cuerpo”. Aunque lo metafísico suele producir una cierta incomodidad a los científicos, este paradigma les lleva a pensar que nadie está aislado en el universo sino estrechamente conectados a todo lo demás. Siendo lo más sorprendente que, al ser dichas señales emitidas y recibidas a la vez por cada organismo, todos los restantes organismos son afectados por ellas. También lo que piensan, sienten y hacen las Iglesias. Ojalá llegue pronto el día en que se apague en ellas el lamento de los Espíritus, que entona el Coro en Dido y Eneas de Purcel, señalando la causa del hundimiento del reino de Cartago: “Las grandes mentes conspiran contra sí mismas y evitan la cura que más precisan”.
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