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Dos biblias en una por: Eloy Roy

10/14/2011

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En la Biblia se destacan dos corrientes, una enfocada hacia la liturgia, otra hacia la justicia. La de la liturgia corresponde a los sacerdotes, y la de la justicia, a los profetas.

La Biblia sacerdotal

Miremos primero la corriente litúrgica promovida por los sacerdotes.

Los sacerdotes se dedicaban al servicio del templo, o sea a la ofrenda de los sacrificios y a las oraciones. También se desempeñaban en política como consejeros de los reyes y, en cierta época, como sustitutos de ellos.

En la composición de la Biblia, su aporte fue primordial. Varios textos bíblicos fueron redactados de su mano, mientras otros, de fuentes distintas, fueron seleccionados por ellos e integrados al cuerpo de la Biblia. Como eran sacerdotes, privilegiaron en sus trabajos todo lo que interesaba al culto, porque para ellos el culto, o sea la liturgia, era el comienzo y el coronamiento de la vida del Pueblo de Dios. Toda la vida del pueblo debía ser cultual, consagrada, transformada en sacrificio que agradara a Dios.

Es así como los sacerdotes multiplicaron las leyes para que los objetos y gestos de la vida diaria, aún los más insignificantes, fueran dignos de Dios. A lo que ellos determinaban como digno de Dios lo llamaban “puro” y a lo que determinaban como indigno de Dios, lo declaraban “impuro”.

Respecto a las personas, se siguió un proceso similar; para ser considerado puro y agradable a Dios uno tenía que conformarse a las reglas estrictas establecidas por los sacerdotes, de lo contrario, era considerado como impuro y se merecía el castigo de Dios. De suerte que si la nación sufría algún desastre, la culpa la tenía el pueblo impuro que descuidaba las reglas del culto.

Lo primero que había que hacer entonces para remediar esos males, era reforzar el culto, aumentando los sacrificios y multiplicando las oraciones. Todas esas leyes, normas y reglas fueron religiosamente compiladas en la Biblia como “palabra de Dios”.

 

La Biblia profética

Pero en tiempos más bravos de gran crisis, se hacía oír una voz distinta y aún contraria a la de los sacerdotes: era la voz de los profetas.

Los profetas combatían con toda energía el culto de los ídolos que representaba una seria amenaza a la identidad de la nación y a su futuro como Pueblo de Dios. Pero cuestionaban con el mismo ímpetu el culto legítimo de los sacerdotes de su propia nación cuando ese culto no servía sino para adormecer la conciencia y aplazar indefinidamente los cambios profundos a los que la sociedad urgía.


La postura de los profetas al respecto era clarísima: no eran los sacrificios o los rezos lo que agradaba a Dios, sino la justicia. Ser justos era la única forma de salvar la identidad y el futuro de la nación. Ni que decir tiene que a los oídos de los empobrecidos ese lenguaje sonaba como música, mientras que a los oídos de sus explotadores chirríaba como blasfemia.


Litúrgicos vs proféticos


Era común que sacerdotes y profetas chocaran. Pero como los sacerdotes gozaban de un poder que los elevaba por encima de los mortales, era un juego para ellos perseguir y aún matar a los profetas.

Con el tiempo, sin embargo, los acontecimientos dieron la razón a los profetas; todo lo que habían predicho se cumplió: la nación fue conquistada, el Templo destruido y los sacerdotes reducidos a la mendicidad.

Eso dio como resultado que el gran mensaje de los profetas fuera finalmente reconocido como palabra de Dios e incorporado a la Biblia. Ese reconocimiento era bien tardío, pero debía incitar a las generaciones venideras a que no cayeran en el mismo error de creer que para ahorrar desastres a la humanidad la liturgia pudiera valer más que la justicia.

Lo cual, sin embargo, no cambió mucho la situación, porque con un pueblo más inclinado a lo mágico que a la razón, y con miles de sacerdotes cuyo status y sustento dependían del altar, el culto desarrollado en el marco grandioso de un templo siempre ha seducido incomparablemente más que la áspera lucha por la justicia. Así fue ayer y así sigue siendo hoy.


En la tradición católica, toda la Iglesia terminó aglutinada alrededor de los sacerdotes. En los primeros siglos, los sacerdotes no perdieron la voz de los profetas. Con aquellos a los que se convino en llamar “los Padres de la Iglesia”, justicia y liturgia iban generalmente de la mano.

Pero, una vez que la Iglesia se convirtió en un instrumento “providencial” de los emperadores romanos, los sacerdotes se hicieron más tolerantes y, a imitación de sus colegas del judaísmo antiguo, empezaron a hacer de la Biblia una lectura principalmente enfocada hacia el culto.

Lo mismo hicieron los pastores de la Iglesia de la Reforma que no vacilaron en conchabarse con los príncipes para protegerse de los católicos. En resumen, todas las Iglesias, (salvo gloriosas y escasas excepciones, y mayormente sólo a nivel de individuos), hicieron a un lado el mensaje de justicia de los profetas para dedicarse más específicamente a lo espiritual, a lo litúrgico, y, hoy en día, a lo carismático.

Si acaso alguna de las iglesias (católicas, ortodoxas, protestantes o evangélicas) sube el volumen de su micrófono para criticar el sistema que les da de comer, alegando con la voz de los profetas que a Dios le dan asco nuestras misas y otros cultos mientras más de la mitad de la humanidad pasa hambre, podemos afirmar que nos encontramos ante un accidente histórico mayor.

Porque es un hecho bien establecido que hasta ahora la catástrofe del hambre en el mundo es en gran parte causada por los mismos cristianos divididos entre rapaces que dominan el mercado y ovejas tontas amantes de la piedad y de la paz, las que, por fidelidad a sus pastores serviles, nunca cuestionan nada y miran el compromiso cristiano por la justicia como algo bueno sólo para los chinos o los cubanos.


La salida “pastoral”


Puesto que en medio de nosotros prevaleció la ideología sacerdotal, el grito de los profetas se quedó bajo el celemín. Mucho se ha alabado a Jesús como “Sumo Sacerdote”, mientras a Jesús Profeta se lo desconoce, o se lo reduce a un par de homilías al año, cuando mucho, y tal vez a una clase de catequesis para adolescentes rebeldes con la mente puesta en otra cosa.

Lo que sí sobrevive con persistencia es la figura linda de Jesús Buen Pastor, a la que por otra parte se la ha vaciado concienzudamente de toda sustancia profética (hoy diríamos “revolucionaria”, ¡que la tiene!) para reducirla a la de un funcionario religioso amable, más o menos ducho en relaciones psico-espirituales.

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