Levantemos la mirada.
Se aceleran los cambios. Las mentalidades evolucionan. Las autoridades son cuestionadas. ¿Quién tiene real capacidad de orientar a los demás? Cuando la Tierra era “plana” y la ciencia no nos prometía descongelarnos en mil años más; cuando las autoridades eclesiásticas cuadraban la pertenencia religiosa con leyes estatales, era más fácil creer en Dios y en su reinado. Hoy triunfa por doquier la libertad. Pero la liberación de toda forma de asociatividad no augura nada bueno, sobre todo cuando comienzan a predominar otras dependencias. Mi opinión es que la humanidad tendrá que recurrir más que nunca a sus mejores tradiciones, recuperarlas de la tendencia al olvido, aprovechar su vigor, sus sueños de paz y sus ritos de fraternidad. Pensemos en los credos monoteístas y las religiones étnicas, en la cultura griega acogida y transformada por el judaísmo y la cultura romana, por la modernidad, etc… Un futuro borrascoso como el que se atisba, será descifrado por quienes tengan sentido histórico. Sería lamentable, sin embargo, volver al pasado de un modo tradicionalista. El tradicionalismo y la tradición son antónimos. Será inútil el lloriqueo tradicionalista por los años dorados del pasado. Lo que cuenta es el presente, y las tradiciones que ayuden a interpretar su sentido. ¿Podrá el cristianismo traspasar su reserva civilizatoria a las siguientes generaciones? ¿Podrá extraer de su tradición orientaciones que anticipen el triunfo de la historia humana que la Iglesia promete? En Occidente se diagnostica una crisis en la trasmisión de la fe. Hay países como Chile en los que está apunto de descolgarse una generación completa de jóvenes. ¿Volverán a necesitar el cristianismo pueblos que comienzan a considerarse post-cristianos? Pienso que sí, porque Cristo, creo, expresa la realidad del ser humano a un nivel irrenunciable. ¿Pero será capaz la Iglesia de transmitir a este Cristo –un Cristo radical- a las nuevas generaciones? ¿Podrán hacerlo las autoridades eclesiásticas, desprestigiadas como están, y el común de los cristianos, laicos faltos de convicción? Dejemos en suspenso lo que a estos respecta, aunque sea a larga lo decisivo. Si el cristiano no comunica a Cristo persona a persona, el resto por sí solo es palabrería. Pero para que eso ocurra, la institución eclesiástica ha de cumplir una función facilitadora. ¿Cuál? ¿Cómo describirla en pocas palabras? En el catolicismo, en particular, corresponde a la jerarquía eclesiástica la indispensable tarea del magisterio, esto es, la de actualizar la tradición (tradere = entregar) para que esta transmita (tradere = entregar) el Evangelio. La transmisión de Cristo no depende solo del esfuerzo evangelizador de la institución eclesiástica pues atañe en primer lugar a los bautizados, dotado cada uno del Espíritu Santo para interpretar a Cristo en sus vidas de un modo original e irrepetible. Si a estos el anuncio oficial de Cristo con el paso de los años se les ha vuelto ininteligible, el magisterio tiene que redoblar los esfuerzos por captar en todos los bautizados el habla actual de Dios. A este efecto, la Biblia, recibida y comunicada por la misma tradición, hace las veces de gramática para reconocer la voz de Dios entre tantas otras voces. Pero aun así la autoridad eclesiástica no puede pretender agotar las nuevas y múltiples interpretaciones de la tradición. Ella solo puede reclamar una interpretación exclusiva del Evangelio para salvaguardar la unidad de la comunidad cuando esta se encuentra en grave peligro. Si no es el caso, debe respetar y auspiciar tantas interpretaciones del mismo cuantos cristianos quieran vivir su fe con radicalidad. Cabe recordar aquí que la primera gran tradición de la Iglesia es el Nuevo Testamento. Ella misma lo escribió. Lo hizo, recuérdese, en al menos cuatro versiones: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. No una, cuatro. Cuatro evangelios, más la interpretación genial de san Pablo y los autores de las otras cartas. El porvenir inquieta. Vivimos con enormes incertidumbres. Si la tradición cristiana puede aún servir como acervo de humanidad, tendrá que recortársele las alas al tradicionalismo que como pájaro asustado vuela hacia pasado (no falta quien insista en el latín, el besamanos a los obispos, etc.). Esta tarea le corresponde a la institución eclesiástica. Esta y sobre todo, la de fomentar que los cristianos tengan una experiencia personal e irrepetible de Cristo; del Cristo que, por otra parte, conduce invisiblemente la historia a través de las grandes tradiciones religiosas, culturales y filosóficas, y no solo a través del cristianismo. Cristo en Construcción
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