Hermano en el Señor: Le llamo así porque mi ordenador espiritual no me tolera palabras como Eminencia o Príncipe de la Iglesia; me las subraya de rojo y cuando le pido alternativa me ofrece otras en la línea de fraternidad, servicio...
En cualquier caso, esta es una carta para darle las gracias. En concreto, para agradecer sus críticas al papa Francisco. Agradecerlas aunque no las comparto. Le doy las gracias por la siguiente razón: durante mucho tiempo, no pocos cristianos, laicos, religiosos o presbíteros se han sentido obligados a levantar su voz criticando a la Iglesia. La mayoría lo hacía con la mejor voluntad de servirla. Pero se han visto tachados de falta de amor a su madre, de pretender crear "una iglesia paralela", de buscar su propio protagonismo... En cambio, Usted ha declarado nítidamente que sus duras críticas a Francisco estaban inspiradas solo por un gran amor a la Iglesia y son fruto de un deseo de ayudarla a mejorar. Le creo. Pero también comprenderá que las pequeñas virtudes o buenas intenciones que tenemos no son exclusivamente nuestras. Por tanto, hemos de admitir que también aquellos otros críticos, al menos muchos de ellos, han obrado buscando el mayor bien de la Iglesia y tratando de evitar la dura reconvención paulina: "por culpa vuestra es blasfemado el nombre de Dios entre las gentes". Sé de alguien que recibió algún bofetón sagrado por haber dicho que la curia romana ha creado más ateos que Marx, Freud y Nietzsche juntos. No iba contra nadie en concreto sino contra un organismo que tantas veces, y desde hace siglos, se ha reconocido muy necesitado de reforma. Usted, en cambio, ha devuelto a la Iglesia aquella libertad de opinión pública que Pío XII, en 1950, declaró como absolutamente necesaria en la iglesia de Dios, añadiendo que si esa libertad faltaba, sería síntoma de una enfermedad en la Iglesia, de la que sería responsable no el pueblo sino sus pastores. También conocerá sin duda el valiente artículo de J. Ratzinger "libertad de espíritu y obediencia" en El nuevo pueblo de Dios, que es uno de sus mejores libros. Allí dice que lo que necesita la Iglesia de hoy no son aduladores sino gente capaz de jugarse su carrera por amor a ella. Déjeme decir pues, parodiando un refrán de mi país que, a veces, "Dios escribe derecho con nuncios torcidos". Evidentemente, la libertad de palabra tiene sus límites y nunca debe perder el respeto a la persona. Por eso, lo único que censuro de sus palabras contra Francisco no son sus críticas (que, repito, no las comparto), sino la falta de respeto personal al pedir su dimisión en público. Ahí creo que se pasó. Si, como dicen algunos, ha sido usted víctima de otros poderes económicos norteamericanos que lo que no toleran no es una supuesta debilidad ante la pederastia sino la enseñanza económica de este papa, eso yo no puedo juzgarlo. Es Usted quien debe examinarlo. Y luego de eso, resulta que estamos, a la vez, muy lejos pero bastante cerca. Que el Espíritu de Dios nos haga comprender a todos que, aunque "es bueno que haya disidencias" (1 Cor 11,19...), sin embargo "Cristo no está dividido" (1 Cor 1,13).
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