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Diez tesis para entender y reformar el Papado por: Xavier Pikaza Ibarrondo, teólogo

10/24/2013

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He escrito varias veces sobre el origen, historia y sentido del Papado, y voy a hacerlo una vez más, de un modo “crítico”, es decir, constructivo, porque admiro al Papado, porque me confieso “católico” (cristiano con Papa), y porque quiero que el Papado vuelva a la raíz del Evangelio, para ofrecer su servicio a los católicos (y también a otros hombres y mujeres que no son cristianos).

Algunos me han dicho que mis “postales” son largas, que son casi “tratado”, que resuma el argumento en algunas afirmaciones centrales. Así lo hago, como solía en mis tiempos de profesor, presentando diez tesis sobre el Papa, que pueden servir de base para una posible discusión o diálogo. Quien tenga tiempo lea todo… Quien quiere quedarse en lo esencial lea sólo lo que en negritas, al principio y fin de cada tesis.

Seguiré hablando del tema en los próximos días, desarrollando alguna de las diez tesis que ahora presento en esquema, si los lectores (muy numerosos, pero poco dados estos días a los comentarios) me siguen apoyando. Buen día a todos, sobre todo a los Cardenales de la Iglesia de Roma.

Diez tesis sobre el Papado

1. La Biblia no exige que haya Papa, pero abre un camino que lleva al Papa (especialmente desde Mt 16).

El Nuevo Testamento habla de Pedro, y le concede una función especial en el despliegue del evangelio, pero lo que dice sobre Pedro, el primero de los apóstoles de Jesús, no exige que su figura y función permanezca para siempre en la Iglesia, es decir, que haya siempre papas sucesores de Pedro, que sean obispos y “sumos sacerdotes” y primados. La mayoría de los protestantes dicen que la función de Pedro acabó en el tiempo del Nuevo Testamento, que no necesita sucesores. Los ortodoxos añaden que la función de Pedro puede continuar, pero no en la forma actual del Papa. Además, muchas funciones que después se han atribuido al Papa van en la línea del Sumo Sacerdote del judaísmo del Segundo Templo, al que Jesús se opuso, no en la línea de Pedro.

Por eso, si el Papa quiere ser Papa y la Iglesia y la Iglesia católica quiere mantenerlo deberá ir a las bases del mensaje de Jesús, recuperando no sólo a Pedro, sino a Pablo y a Juan, y a Santiago y a Magdalena… desde el Sermón de la Montaña. Sólo como “despertador” de Evangelio (en la línea del gallo de Pedro en la noche) tiene sentido el Papa. Sólo un estudio a fondo (histórico y ecuménico) del Nuevo testamento y del sentido de la Iglesia y una vuelta a los principios del mensaje y vida de Jesús dará sentido al Papa.

2. En los primeros tiempos (por lo menos hasta finales del siglo II d.C.) no hubo Papa en Roma, ni Roma fue centro de todas las iglesias, que formaban como un abanico de colores, un arco iris de brillos y tareas.

Ciertamente, muchos reconocieron la importancia de la iglesia romana, pero no la vincularon con la función especial de un Obispo (que apareció tarde, en la segunda mitad del siglo II d. C.), y que además no tenía poder sobre los otros obispos e iglesias del mundo. Las iglesias se consolidaron en forma presbiteral y episcopal, y eso fue bueno y necesario, en contra del riesgo de los grupúsculos gnósticos, pero no forma parte de su esencia.

Por eso, para situar al papado en su lugar habrá que rehacer los caminos del origen de la Iglesia, retomando quizá su estructura episcopal, pero en un sentido nuevo, dentro de comunidades autónomas y autosuficientes, que viven la fe encarnándose en el mundo. Sólo como signo y tarea de encarnación social, real, en el mundo tienen sentido los obispos (como supo y dijo Ireneo a finales del siglo II d. C.); actualmente, gran parte de ellos son todo lo contrario. Sin un estudio profundo y una actualización de la función episcopal en la Iglesia no podrá hablarse de actualización ni reforma del Papado

3. El Papa no forma parte de los principios de la fe, ni de la organización cristiana, tal como ha sido “definida” en los Credos y Concilio.

Pero a partir del siglo III d. C. hubo obispos en Roma, que se sintieron herederos de Pedro y Pablo, y realizaron una función muy importante en las iglesias, al servicio de su unidad, de su misión universal, a partir del evangelio, pero casi siempre como “instancia de diálogo”, no como impulsores de la fe y de la misión cristiana. Los obispos de Roma fueron importantes, y actuaron como árbitros de la cristiandad. Más que impulsores y guías de las iglesias fueron “moderadores”, garantes de continuidad y comunión.

En esa línea, el Primado actual, con la Suma Potestad del papado posterior, va en contra de la función primera de los obispos de Roma. Por eso, si los obispos de Roma quieren ser Papa (cosa que me parece buena) deberán retomar su función primera, para recrearla, desde el evangelio, en gesto ecuménico de comunión. Para ello, para ser signo de Jesús, ellos deben renunciar inmediatamente al tipo de primado actual (que aparece en el CIC núm. 331)… o explicar lo que significa el primado en términos de evangelio: “Quien quiera ser primero entre vosotros…”.

4. Papa poderoso, Estados Pontificios (siglos IV-VIII).

En este contexto, paulatinamente (a partir del siglo IV d.C.), el Obispo de Roma vino a presentarse como sucesor de Pedro y Pablo (especialmente de Pedro), realizando una función importante en comunión con otras iglesias, que también se sentían sucesoras de los apóstoles (sobre todo los patriarcados de Oriente). Más aún, como sucesor fáctico del Emperador Romano de Occidente (año 474), el Papado realizó una gran labor cultural y religiosa entre el siglo V y el IX d. C., viniendo a presentarse durante siglos como suprema autoridad moral e incluso política (en contra de lo que sucedió en Oriente, que siguió otros caminos), terminando por convertirse en Jefes de los Estados Pontificios, desde mediados del siglo VIII, año 754, con Pipino el Breve y después con el imperio Carolingio… Por eso debemos estarle agradecidos.

El Papa no era necesario, pero ha sido y puede ser importante en la actualidad, al servicio del evangelio y de la humanidad, sirviendo de contrapeso a la tendencia más cesaropapista de los bizantinos. Curiosamente, el papa fue durante siglos defensor de la libertad de las iglesias, en contra de los emperadores de Bizancio que quisieron controlarlas. En esa línea, el Papado ofreció y puede ofrecer un servicio en la línea del mensaje de Jesús y de la primera tradición de la iglesia. Pero tiene que renunciar totalmente, sin medias tintas, al poder político que aún conserva sobre el Vaticano. Un Papa “rey” (monarca de un estado que quiere ser espiritual, pero es muy material) va en contra del Evangelio.

5. Un Papa excluyente, poder sin comunión (siglo XI-XII).

A la gloria del papado “carolingio”, con los primeros Estados Pontificios, sucedió una larga crisis que llevó casi a la destrucción del Papado, en manos de la pequeña oligarquía romana y latina, ansiosa de poder (siglos IX y X). Sólo los nuevos emperadores Germanos (en principio los otones) restablecieron el Papado, a mediados del siglo XI, y convirtieron al Papa en Autoridad Suprema (al lado del propio emperador) y como Primado de la Iglesia universal, que fue de hecho sólo la iglesia latina, con la Reforma Gregoriana (que culminó con Gregorio VII: 1073-1085).

Esta “iglesia imperial” quiso imponer su autoridad sobre las iglesias de Oriente, rompiendo una tradición anterior de colegialidad y comunión entre las Iglesias. Surgió de esa forma el gran cisma (año 1054), con posibles culpas por ambas partes (tampoco el desarrollo de las iglesias bizantinas fue ejemplar, y llevo a las rupturas monofisitas y nestorianas). Los nuevos Papado de León IX a Gregorio VII (con grandes valores de organización) no supieron o quisieron asumir los principios de conciliaridad y diálogo de las iglesias orientales, abriendo así hasta hoy una herida en las iglesias. Sin una conversión radical en este campo, sin una vuelta creadora (no repetitiva) a la experiencia de los primeros concilios, el Papado carece de sentido.

6. Un Papa que ahoga la pluralidad, siglo XIII-XV.

Las iglesias anteriores vivían en constante Concilio (mejor o peor, pero Concilio). Tras la ruptura con Oriente (1085) ya no ha habido en la iglesia verdaderos Concilios Ecuménicos, sino Sínodos papales (que es otra cosa). Eso fueron los llamados “concilios de Letrán”… hasta Trento y el Vaticano I: Sínodos del Papa, sometidos a él, no concilios verdaderos. Por otra parte, el Papado se convirtió en “laboratorio” de las grandes disputas de poder de Europa. El Papa fue enemigo constante de los emperadores germanos y luego de los reyes de Francia, tanto en el tiempo de las Investiduras como en las largas crisis de los cismas de occidente (siglo XIV-XV: Aviñón, conciliarismo…).

El problema del cisma (y de la dependencia del Papa, sometido de hecho al Rey de Francia) se solucionó externamente, a lo largo de largos concilios, en la primera mitad del siglo XV (de Constanza a Florencia)…, pero se cerró en falso, en contra de todas las tendencias conciliares cristianas que estaban surgiendo también en occidente. El Oriente cayó en manos del Islam, ya separado de Occidente. El Occidente quedó en manos de un Papa envuelto en luchas de poder, sin diálogo real con los obispos, rechazando todos los intentos conciliares que había buscado el Concilio de Constanza (1414-1418). Perdieron las iglesias, ganó el Papado, que pudo así presentarse como signo de Unidad cristiana, pero de una Unidad Absoluta, sin verdadero diálogo entre las comunidades.

7. Un Papa sin libertad, siglo XVI.

En el momento clave del gran “estallido europeo” (comienzo de la modernidad, humanismo…) los papas se presentaron como dirigentes supremos de la Cristiandad occidental, queriendo imponer un tipo de orden sobre el conjunto de las iglesias, pero ya no fueron creadores, sino conservadores de lo que tenían, buscando más su poder que la expansión real del evangelio. En ese contexto surgió la escisión evangélica (protestante, reformada) del siglo XVI, con posibles errores por ambas partes.

Los acontecimientos pueden valorarse de diversas formas, pero el nuevo Papado no supo valorar y dirigir los deseos de libertad de la nueva conciencia europea, no supo aceptar lo que el “protestantismo” implicaba de evangelio, convirtiéndose en signo de imposición religiosa, abriendo así otra herida cristiana, que dura hasta el día de hoy. El Concilio de Trento (1546-1564) fue bueno (incluso muy bueno), pero no fue un concilio de todas las iglesias, sino un sínodo papal (sin los ortodoxos de Oriente, sin los protestantes). Ciertamente, las iglesias “católicas” vivieron un tiempo rico de contra-reforma, en un plano místico, misionero, vital… pero perdieron la libertad esencial de la comunión cristiana. La Iglesia occidental se hizo un poder fuerte, en torno al Papado, pero dejó fuera amplios espacios de evangelio (y de cristianismo).

8. Un Papa sin Ilustración, sin arraigo en el mundo (siglos XVII-XVIII).

Tras la inmensa crisis de las guerras de religión (especialmente la de los 30 años: 1618-1648), la Iglesia del Papado se convirtió en una potencia espiritual y social de tipo Absolutista (en la línea de los reinos de su tiempo), realizando una función intensa de expansión misionera y incluso de concordia entre los pueblos católicos, pero se fue desligando de los grandes retos de la nueva humanidad, que se expresaban en la Ilustración. Fue una Iglesia cerrada en sí misma, tras haber “perdido” la guerra de la religión, mientras avanzaba la ciencia y el poder se iba centrando sobre todo en manos de las potencias protestantes.

De esa forma, el Papado, lleno de valores y virtudes, se aisló del mundo, dejando de ser la conciencia viva de la libertad y conocimiento, de sanación y esperanza del evangelio, en una historia abierta al saqueo y a la imposición desde una perspectiva occidental. Sin duda, la Iglesia mantuvo y desarrolló elementos fuertes de evangelio, pero lo hizo a la defensiva, como instancia de poder, un Castillo Sitiado, imponiendo sobre el mundo católico un sistema religioso con rasgos de evangelio, pero poco evangélico en su fondo. Sin una vuelta a la creatividad evangélica, el Papado, centrado en los Estados Pontificios, pierde su sentido cristiano.

9. Sistema Vaticano: Un Papa que se llama infalible porque se siente y sabe muy falible (siglo XIX-XX).

El Papado no supo comprender la novedad de la revoluciones burguesas (en Gran Bretaña, USA, Francia…), replegándose hacia posturas absolutistas, que no eran cristianas. En esa línea, a partir de la Revolución Francesa y la restauración postnapoléonica (finales del XVIII y principios del XIX), el Papado se fue convirtiendo en una poderosa maquinaria administrativa con funciones de organización y unificación religiosa cada vez más refinadas sobre los cristianos católicos. Así se ha convertido en la primera gran potencia “globalizadora” del mundo. Pero su función ha chocado con los riesgos que implica una administración unificada desde arriba, con medios dictatoriales y con poca transparencia, de manera que son muchos los que piensan que en estos momentos (año 2013) tras la renuncia de Benedicto XVI, en vez de ser ayuda para la cristiandad el Papado se ha convertido en obstáculo para el evangelio.

En ese contexto, en un Sínodo Romano preparado para ello (el llamado Concilio Vaticano I: 1869-1870), el Papa se atrevió a presentarse como “potestad suprema y universal, llamándose “infalible” (como representante de la Iglesia universal), en declaración que objetivamente es impecable y responde a la dinámica del evangelio… Pero, entendida en clave de poder, la doctrina de la Potestad Suprema y la Infalibilidad papal vino a convertirse en una especie de gran rémora para el diálogo entre las iglesias, para la libertad creadora de los cristianos y para la expansión del evangelio. A no ser que precise de otra manera (en comunión, en libertad y en evangelio…) el sentido de su potestad y de su infalibilidad, el papado perderá pronto su sentido y función entre las iglesias. Son muchos los que aplican aquí a la iglesia aquel dicho popular: Dime de qué te glorías y te diré de qué careces.

10. El Papado ante los retos actuales del evangelio, un tema de evangelio (siglo XXI).

El problema no es elegir un nuevo Papa entre los “buenos papables” del momento actual, sino la reforma radical del Papado, para que pueda ser lo que quiso en su principio: Un servicio de evangelio, y no una potestad sobre el conjunto de las iglesias. Si quiere realizar un servicio cristiano (¡y mostrar que su función deriva del evangelio!) el papado tiene que demostrarlo en la práctica, dejando de presentarse como algo que no es, ni puede ser: Una potestad suprema, inmediata, universal sobre las iglesias (CIC 331).

El papado quiere ser signo de evangelio y de comunión universal cristiana, pero ha creado un tipo de unidad que se funda en su pretensión de potestad y de infalibilidad, lo cual no sólo es humanamente peligroso sino evangélicamente sospechoso… Sólo en el momento en que ella vuelva a ser signo de conciliaridad y libertad, de comunión y encarnación en el mundo, el Papa podrá cumplir la tarea de Pedro. Para ello, el Papa tiene que re-definir el sentido de la Infalibilidad y tiene que superar su visión de Potestad suprema. Es evidente que para ello no basta “reformar” el Estado Vaticano, sino suprimir el Vaticano como Estado (para que pueda convertirse quizá en signo cristiano)- Precisamente por amor a Pedro y al Evangelio (a la iglesia) queremos que el Papado cambie. Éste es tiempo de decisiones audaces. No es probable que las tomen los cardenales del Cónclave. Pero es bueno que se las recordemos, en un lugar humilde como es este, en RD.

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