Te invitan a la casa del fariseo. Y allí mismo, pronuncias tus 'ayes' (Lc 11,37-54.12,1-7). Un largo discurso que denuncia intenciones ocultas, hipocresías, búsquedas de poder; tu clamor se levanta en medio de los supuestos garantes de la justicia. Te mueve esa impresionante libertad que no transige, esa firmeza con que sostienes la herencia de tantos testigos que no se dejaron seducir por la lógica del imperio. No te silencia el contexto, más bien potencia tu palabra.
Haces memoria de los profetas; te descalzas y esperas que otros se descalcen, en el sagrado terreno de la sangre derramada, del dolor sobre los huesos y la vida renaciendo desde las grietas. Contigo quiero pronunciar mi "presente" por los torturados de ayer y de hoy, por "los que aún estamos vivos" y no queremos dormir ningún sueño de los justos, sino estar bien despiertos en este hoy de luces y sombras, de logros y cuentas pendientes. Los argentinos celebramos 30 años ininterrumpidos de democracia. Un acontecimiento que nos impulsa a mirar el pasado con ojos que construyen futuro; que nos reclama mantener vivos los sueños de tantos y tantas que regaron con su sudor, sus lágrimas y su sangre este suelo que quiere ser fecundo. Tantos brotes han surgido de ese riego. Tanta vida fue abonándose en lo oscuro, que hoy vuelve a florecer en el compromiso militante. "Todo lo que habéis dicho en la oscuridad será escuchado en pleno día, y lo que habéis dicho al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas". Saboreo que nuestros hijos no han nacido de un repollo, ni son sólo fruto de un efecto político y cultural, sino que nacen de las entrañas de este fuego que se mantuvo ardiendo incluso en las catacumbas... "No temáis a los que matan el cuerpo". Cuánto nos debemos todavía, cuando la vida está tan desvalorizada, "se venden cinco pájaros por dos monedas": trata de personas, narcotráfico creciente, cuerpos humanos en la basura, gente en situación de calle, el atropello a los pueblos originarios, el castigo a los recursos naturales... Hacer memoria de los profetas es reconocerlos como buena noticia de fidelidad: a sí mismos, a las causas que les dieron sentido, al cuidado de la vida devaluada. Mucho más que porque sean víctimas, porque son para nosotros Evangelio vivo y pascual. En tu nombre, el del Dios de la fraternidad y la justicia, de la mesa redonda. En el nombre de esta tan potente verdad de que estamos hechos del mismo barro y el mismo aliento y que no caben, no queremos, jerarquías que la oculten o la violenten. "Somos todos hijos de la misma historia", hijos de María y de las Madres, de todos los que protegen y multiplican la vida.
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