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Dejadle que amase a Dios (teismo y ateismo) por:  Floren Salvador Díaz Fernández, estudiante de Teología Cristiana y laico contemplativo

9/6/2012

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“afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto.”
Eran demasiado calurosos los días, cuando pedí a una serie de amigas y amigos cuya opinión aprecio, una valoración sobre el fenómeno de la increencia o el ateismo. Dimensiones distintas pero conexas. Recuerdo el ocurrente comentario de Armenta, diciéndome que con los calores no eran tiempos para filosofar. Pero creo llegado el tiempo de cerrar unas determinadas conclusiones, y quizás incluso conformar una opinión clara –por mi parte- al respecto, sobre este tema de capital importancia para mí.

“los cauces de la salvación son tantos y variados, que puede que no pasen ni siquiera por la costumbre de ir a misa los domingos.”

Ni que decir tiene que sobre este tema, tengo mucho que decir a raíz de la magnifica experiencia vivida en el 31 Congreso de Teología de Septiembre, organizado por la Asociación Teologal Juan XXIII, en el cual tratamos sobre los fundamentalismos. Por ir al grano. Increencia, ateismo, desapego de lo religioso, hastío de Dios y lo que le rodea. No nos haremos un favor a nosotros mismos como cristianos, si consideramos a las personas incluidas en estos campos, en desventaja sobre nosotros al no creer en Dios tal y como nosotros creemos.

Dejamos claro que los cauces de la salvación son tantos y variados, que puede que no pasen ni siquiera por la costumbre de ir a misa los domingos. Por ello, afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto. Porque en esta vida en la que vivimos, no solo tenemos que ser cristianos, sino personas que viven junto a sus semejantes la experiencia de la vida, en la cual Dios se puede revelar en manifestaciones tan asombrosas como casuísticas.

Los cristianos en sintonía con lo que dije antes, sintiéndonos portadores de una verdad absoluta y divina, en ocasiones nos exacerbamos con el celo misionero y casi desearíamos al grito de, ¡Dios lo quiere!, volver a evangelizar a la antigua usanza. Volver a aquello que decía el latinazgo antiguo: “Omne verum, a quocumcue dicatur, a Spiritu Sanctu est”, toda verdad, diga quien la diga, viene del Espíritu Santo. Pero resulta que verdad es, conformidad de las cosas, con el concepto que otorga la mente. Entendamos que verdad no tiene porque ser tu planteamiento o el mío, por mucha lógica que de ellos de derive. Decía Antonio Machado, “Tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela.”

Por ello, en la época en la que vivimos es inútil presentar una convicción determinada, sin demostrar unas actitudes o aportar un determinado testimonio. En alguna parte de la Biblia leí que la representación de este mundo se termina, en alusión a la necesidad de ver, palpar y ser participe de los beneficios o circunstancias que te quieren ofertar. Ofertar, nos puede sonar a acción de compra rebajada. Pero ofertar es ofrecer, presentar, mostrar; para que la persona a la que la oferta es manifestada, deguste lo que se ofrece o simplemente lo tome o lo deje. El grupo de los hastiados de la religión va en aumento como el número de divorcios, acaso por el poco interés que suscita hoy en día en los humanos, el sentido del compromiso.

Lo curioso es que la causa principal de la increencia, observo que es el hastío de la gente por la manipulación de lo religioso, y no porque a la persona le hayan fallado las mediaciones con el Trascendente –Dios-. Explico brevemente esto. Puede considerarse infructuosa una mediación cuando pediste algo a Dios a través de tal santo, y no recibiste respuesta; y otras causas de mercadeo que establecemos con Dios y que no siempre nos son favorables. Como dije al comienzo, rogué opiniones sobre el tema a diversas personas de diferentes corrientes de pensamiento y hallé esto.

“afrontemos la increencia como una opción personal, respetuosa y a considerar desde el humano respeto.”

Antonio Alcaide opina sobre las causas del ateismo o quizás –puntualiza- agnosticismo, al admitir que su causa es que“nuestra acción predomina sobre la contemplación.” A lo que le suma que, “la iglesia no ha conseguido dotarse de las herramientas necesarias, para dialogar en medio de una sociedad, en la que la verdad ha dejado de ser un valor absoluto.” Otra persona expone que, “los ateos son contrarios más que nada a la manipulación de Dios, por parte de los jerarcas, […] conozco a gente en muchos casos ateos o cristianos manifiestamente no practicantes, que respetan y aceptan el mensaje de Jesucristo, al transmitir valores como el amor, solidaridad, perdón, paz, igualdad, justicia, comprensión, ayuda, respeto, sinceridad.”

“el llevar la Palabra de Dios a los no creyentes”.
¿A dónde la vas a llevar,
que tu sepas es bien recibida?


Isabel Sánchez me dice: “Observo a personas que conozco que se denominan ateas y son personas de una gran calidad humana, generosas y con gran capacidad para amar. Y si Dios es AMOR estas personas están en sintonía con Dios sin saberlo o sin admitirlo. […] para llevar a Dios a estas personas, puedo dejarme fluir como yo soy, todos tenemos algo de creyentes.” Considero que estás dos opiniones son concluyentes de por sí, como para dejar de escribir en este momento, pero deseo incluir una opinión a través de una pregunta. Respecto de la transmisión de la fe, o en sentido bucólico el sembrar la semilla de la fe en el corazón de los no creyentes o hastiados de la religión; -digo que- ¿fallamos en la esencia o fallamos en la forma?

Particularmente creo que fallamos en la forma en la que transmitimos o hacemos llegar la fe. Si algo se aprecia en el siglo XXI, era de lo secular y autónomo, son las relaciones humanas bien fundamentadas. No me refiero a las relaciones familiares, pues “esas nos son impuestas por el enclave socio económico que representa la familia en la actualidad” (Jose Mª Castillo). Sino que me refiero, a las relaciones que podamos establecer de una manera intensa por cualquier motivo amistoso o afición concreta. Incluso podemos relacionarnos de manera residual con otros, y transmitir algo de una manera oportuna y concreta. El caso es que, considero que solo las relaciones humanas como tal, pueden ser vehículo para transmitir la esencia de Dios.

Creo equivocada la manera de evangelizar como “el llevar la Palabra de Dios a los no creyentes”. ¿A dónde la vas a llevar, que tu sepas es bien recibida? Solo se espera tu palabra humana y expresión verbal. Cálida, amorosa, humana y solidaria. Actitudes ante los otros, que son reflejo de una maduración personal en la fe, tras la experiencia del resucitado en nuestras propias carnes. Digamos, experiencia mística. Lo cual no se debe de confundir con beatitud. El misticismo es para muchos teólogos, uno de los caminos para llegarnos a una correcta evangelización, pues como me recuerda el nombrado amigo Alcaide, decía Rhaner que “el cristiano del siglo XXI, o será un místico o no será cristiano”.

“debemos llevar a Jesús dejándonos llevar a nosotros mismos. Como decía una de las opiniones anteriores, puedo llevar a Dios dejándome fluir como soy”

Por ello, volvamos a la esencia, a la actitud y no nos obcequemos en la utilidad identitaria del símbolo –sea la cruz o lo que sea- por que es inútilmente efectiva. No estamos en tiempos de dar ejemplo con una sobre utilización de elementos religiosos que más que acercarnos, nos distancian de la gente pues en sí mismos, establecen una acepción de personas y denotan un partidismo aunque sea religioso. A quien poco conoce de Dios, o se cansó de Él y el sentido de la religión, ¿cómo vamos a convencerle de la realidad de Dios si se lo presentamos como Dios, Todopoderoso y que salva de antemano?

Seamos conscientes de que “Jesús no se consideraba Dios, pero en lo más íntimo de sus entrañas, en el fondo y en la cima de su conciencia, percibía y tenía esta certeza vital fundamental: que era hijo de Dios, que Dios era su padre, la fuente y la meta cálida de todo su ser, el cimiento y el abrigo de toda su esperanza, el dinamismo de todas sus palabras y acciones, el descanso de todas sus penas y trabajos. Y esa conciencia no la tuvo desde el principio y de golpe, sino que fue desarrollándola, madurándola, ahondándola y percibiéndola a través de un proceso humano y sociológico”. (José Arregui)

Por ello, considero que debemos llevar a Jesús dejándonos llevar a nosotros mismos. Como decía una de las opiniones anteriores, puedo llevar a Dios dejándome fluir como soy. ¡Esa es la clave! Y para descifrar esta clave lo quiero hacer de esta manera tan singular.

Mi pueblo, Estepa, desde el temprano otoño hasta Navidad se afana en la fabricación de polvorones y mantecados. Dejando de lado la automatización, el mantecado es un dulce que desde siempre se hacía en las casas con las artes propias del tiempo. Ingredientes básicos como la harina, manteca de cerdo, canela, ajonjolí, alguna especia de más y para de contar. La esencia del mantecado es el amasado, que se realiza con los puños en un gran lebrillo de barro, en el cual se añaden poco a poco los ingredientes, hasta que la masa queda configurada y tiene cuerpo y espesor.
¡Esta es la clave!

“a quien poco conoce de Dios, o se cansó de Él y del sentido de la religión, ¿cómo vamos a convencerle de la realidad de Dios si se lo presentamos como Dios, Todopoderoso y que salva de antemano?”

Ayudar a otros a amasar a Dios en su vida hasta encontrarle. Vivir junto a tu prójimo y esperar el momento oportuno hasta que se descubra la amistad, el amor desinteresado y la estima mutua. Es un ponerte al lado de la vida del otro e implicarte en su mundo, como si se hiciera la masa entre los dos. Y aportar tu fuerza al otro y toda tu ayuda, dejando caer los ingredientes poco a poco. De nada sirve darle al otro la masa ya estructurada, como un Dios resolvedor de problemas “in situ”.

Ese es el error que lleva a la manipulación de lo religioso y se resuelve en el hastío de Dios y lo que lleva su marca. Por ello hay que ayudar a dar cuerpo a esa masa, hay que enfangarse en la vida del otro. ¡No importa que te manches las manos! Si te las manchas, te las manchas de Dios, pues en cada partícula positiva y negativa del ser humano Este se encuentra. Pero descubrámosle y ayudemos a descubrirlo sin demasiados preparativos. “Remanguémonos” los brazos y junto al otro, ayudémosle a amasar a Dios.

Saludos fraternos desde Estepa, corazón de Andalucía.

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