El Credo cristiano tiene una enorme carencia. Eso, al menos, dicen los estudiosos. Hablando de Jesús dice que nació de Santa María Virgen y no se dice nada más de su vida hasta su pasión y muerte bajo el poder de Poncio Pilato.
Cualquier cristiano se preguntará qué ha sido de la existencia de Jesús, de sus grandes "pasiones": el Reinado de Dios, los empobrecidos y marginados, sus amigos y amigas, su forma de entender la vida: sus bienaventuranzas... Porque Jesús pretendía dar vida, y en abundancia, de ahí sus curaciones físicas, sus sanaciones psicológicas, la liberación de las esclavitudes personales y sociales, porque su buen Padre y Madre es un Dios de vivos no de muertos. Confiemos que algún día, lo antes posible, podamos actualizar el Credo a nuestro lenguaje, a nuestra realidad, a los nuevos descubrimientos de las ciencias en todos los órdenes, a nuestras creencias actuales, a los nuevos tiempos que corren... a la vida, que nos envuelve con nuevos retos y a la que no podemos dejar de lado por más tiempo. Y esta larga introducción viene a cuento del empeño que ponen ciertos grupos y buena parte de la jerarquía eclesial al hablar de la vida, porque dicen que defienden la vida desde su concepción hasta su término, pero en la práctica solo hablan y defienden la vida "en" su concepción y "en" su finalización. Y yo creo que hay que ayudar a la madre que hay concebido libremente, a que tenga todas las atenciones y cuidados, desde que descubre que está embarazada hasta que nace su bebé. E, igualmente, las personas en los últimos momentos de su vida deben estar protegidas, cuidadas y acompañadas, hasta que llega su último momento, que tendrá que ser lo más indoloro, digno y humano posible. Pero, sobre todo, debemos cuidar de los niños y las niñas, para que tengan una familia en la que crezcan felices, sanos, que adquieran una buena educación. Que los jóvenes reciban una enseñanza integral, que se les inviten a experimentar los valores que les harán más dichosos en la vida, que se les abran puertas para que desarrollen todas sus potencialidades humanas. A las personas adultas hay que favorecerles el que dispongan de una buena sanidad, un trabajo digno, una vivienda confortable. A los ancianos, que reciban cariño, atención, compañía, buen humor, para que sus últimos años sean felices. El mayor tiempo de la vida transcurre y se desarrolla entre dos momentos: el nacimiento y la muerte. Como todos los seres vivos en este bello planeta azul. Y en ese mayor lapso de tiempo es cuando las personas requieren nuestra atención y cuidados principales, porque surgen y sufren enfermedades, desgracias personales, sufrimientos, guerras, hambre, pobreza, injusticias, recortes inhumanos en sus derechos, como los que estamos sufriendo en nuestros días... Los Evangelios no nos hablan de lo que Jesús pensaba sobre el momento de la concepción y el nacimiento (salvo que se venía al mundo entre grandes dolores), ni el momento final, salvo que sería el paso necesario para ser abrazados definitivamente por un Padre y Madre bueno. Pero, sobre todo, se preocupó de que los niños y las niñas fueran aceptados, abrazados, queridos, que los ciegos recobraran la vista del cuerpo y el espíritu, que los cojos pudieran recorrer nuevos caminos, que los infectados por la lepra de la marginación fueran reintegrados a la sociedad, que la mujer no sufriera ningún tipo de discriminación por su sexo, que los empobrecidos por la injusticia y la opresión dejaran de serlo por la solidaridad, la justicia, ese otro mundo posible, el Reinado de Dios, que él anunciaba con sus propias acciones. Que conducían a la vida, a más vida, a una vida más humana, más digna. Bienaventuranzas de la Vida Felices quienes disfrutan como niños pequeños de los pequeños placeres que les ofrece cada día la vida. Felices quienes cierran los ojos y sienten vibrar, circular, brotar, latir la vida dentro de sí mismos. Felices quienes se dan cuenta del dolor causado a cualquier ser vivo, como si se lo hicieran a ellos mismos. Felices quienes saludan con gozo al sol cada mañana, quienes disfrutan de su calor y de las distintas estaciones, quienes se duermen acogidos por la luz de la luna. Felices quienes se comprometen por la vida, con todas las vidas, quienes se ofrecen con alegría y en cada momento para que haya más vida. Felices quienes se sienten hermanados con los animales, las plantas, los bosques, los océanos, la atmósfera, y entran en simbiosis, como parte integrante de todo el ecosistema de la vida. Felices quienes luchan por eliminar las desigualdades e injusticias, quienes se esfuerzan por alentar las esperanzas y un futuro mejor para la humanidad. Felices quienes, desde su interior y en contacto con la vida que se desarrolla a su alrededor, se sienten muy unidos al Misterio, a la Fuente de la Vida.
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