10. Y ser realmente libres
“La verdad os hará libres”, dijo Jesús de Nazaret. Pero la verdad no es ninguna creencia, como tienden a creer sus seguidores. No nos libera ningún credo, sino el reconocimiento de nuestra propia verdad. Como suele ocurrirnos a los humanos, sus discípulos pensaron que la verdad consistía en la adhesión mental a la persona y al mensaje de su Maestro y redujeron la palabra sabia de Jesús a una creencia más, dentro del panteón de los credos. Sin embargo, de la misma manera que ninguna creencia puede encerrar la verdad, tampoco ninguna de ellas puede ofrecer libertad. Esta –que tampoco conoce opuesto- es una con la verdad y, en último término, una con la realidad. Todo es un fluir libre en despliegue incesante. Ahora bien, así como la mente tiende a apropiarse de la verdad y la reduce a una creencia, del mismo modo tiende a apropiarse de la libertad para atribuírsela al ser humano individual, haciéndole creer que es él quien lleva el control de los acontecimientos. Como resultado de esa apropiación –otra creencia más-, se introduce la confusión y, con ella, el sufrimiento, en forma de tensión, con las secuelas de orgullo y de culpabilidad. Si soy “yo” quien lleva el control, merezco ser reconocido por mis logros o me sentiré culpable de mis errores. En cualquier caso, remaré habitualmente en contra del despliegue armonioso de la misma Vida, manejándome por los “debería” o “no debería” mentales, que nada tienen que ver con la verdad de lo que es. No hay ningún “yo” libre –porque el supuesto “yo” es solo una ficción, otra creencia más- y, sin embargo, somos Libertad. Se trata, sencillamente, de no perder la conexión con nuestra Verdad más profunda, donde nos experimentamos uno con lo que es, para verificar que no hay sino Libertad ilimitada. José Díez Faixat lo ha expresado con acierto: “La presunta libertad del yo individual es, paradójicamente, su esclavitud, ya que es precisamente la creencia de ser una entidad personal lo que impide reconocer al Sí mismo real, eternamente libre. Nadie que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria”. También aquí son precisamente las creencias las que nos alejan de, sencillamente, reconocernos en la Libertad que somos. Tanto las creencias que sostienen que el “yo” es un sujeto libre como aquellas contrarias que lo niegan. Porque todas ellas nos mantienen en el “nivel aparente”, en el que se da por sentada justamente la existencia de aquel “yo” que es solo un pensamiento más. Por eso es necesario soltar todas las creencias, para trascender ese nivel aparente o mental. Al tomar distancia de ese nivel, cesa la identificación con el pensamiento. Y, al mismo tiempo, dejamos de creer los mensajes mentales relativos a la supuesta libertad individual que nos habían confundido y con frecuencia atormentado. Reconocer que no existe ningún “yo” libre, no significa negar lo que denominamos “progreso” en el mundo de lo relativo. Todo se seguirá haciendo como antes, pero sin la creencia de que existe un “yo” que lo hace. Porque, en efecto, esto último era solo una interpretación mental, una idea. Por poner un ejemplo, es como cuando nuestros antepasados suponían la existencia de un dios del mar que agitaba las aguas los días de tempestad. Hoy, los océanos continúan embraveciéndose, pero ya no hay nadie detrás enfurecido. Nunca lo hubo. La sutileza de la manifestación es la apariencia de que todo depende de nosotros. En ese sentido, se trata de una representación magníficamente “armada”. Pero solo es apariencia. No se niega nada de lo que se despliega en el mundo de lo manifiesto; lo que se niega es, simplemente, que exista un hacedor individual que fuera sujeto del mismo. No hay ningún “yo”. Es la consciencia la que va actuando en todo, a través de todos los medios que operan en ese nivel, tanto orgánicos y neurológicos como “intelectuales”. Y esa consciencia es nuestra identidad última: verlo es Verdad y vivirlo, Libertad. En una no-dualidad exquisita que abraza todo. En ese punto han caído ya todas las creencias, sin excepción.
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