Con la que está cayendo, el nuevo misal litúrgico oficializa una nueva polémica que descentra el mensaje central del evangelio en general y de la celebración eucarística en particular. No es un brindis al sol mi expresión “con la que está cayendo”; Pablo VI ya alertó en su encíclica Evangelii Nuntiandi que “la ruptura entre el Evangelio y la cultura, es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo.” Y uno de los soportes para evitarlo es utilizar un lenguaje que llegue al corazón del ser humano actual. Además del ejemplo, claro está.
En pleno acercamiento al mundo protestante en el aniversario de Lutero (Francisco, Kasper…), que refuerza la redención universal y el que Cristo murió por todos, el nuevo misal retrocede a Benedicto XVI con una peligrosa argumentación que es difícil de entender si no es desde la exclusión del amor de Dios a “algunos”. Y descentrando, de paso, los mensajes divinos de la compasión y misericordia universales. Se trata del cambio en las palabras de la consagración: donde actualmente se dice “será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”, pasa a decirse “será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”. En Hechos 18, el Señor dio ánimos a Pablo en el sentido de que su labor no sería en vano porque “muchos” llegarían a conocer a Cristo en la ciudad de Corinto. Aunque él se dirigía a todos, al menos iban a ser muchos los que iban a convertirse. Si el que Jesucristo murió por todos es algo que forma parte de las certezas básicas de nuestra fe, ¿a qué viene detenerse todo un Papa en este matiz, con lo que nos falta de ejemplo vivo en la sociedad de hoy que nos interpela desde una religión clericalista -a pesar de Francisco- capaz de espantar a tantos que buscan? Ya en el año 2006, Ratzinger entonces cardenal prefecto de la Congregación para la Liturgia dirigió una carta a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para que introdujesen esa modificación en la consagración en los misales. Como no todas le hicieron caso, en abril de 2012, investido ya como Benedicto XVI se dirigió con severidad a algunos presidentes de los obispos, incluido el alemán, para urgir la aplicación de lo ya mandado. Y desde marzo de 2017, en pleno pontificado de Francisco, se modifica en nuestro misal. Cristo vino por todos, porque es Amor y todos le necesitamos: hemos nacido para Él. Pero en Marcos y Lucas Jesús afirma que vino por los pecadores, no por los justos; su misión preferentemente se concentró en los enfermos, no en los sanos. Esto aleja que nadie puede quedar excluido del amor y la acción de Dios que llegó hasta las últimas consecuencias del asesinato en un madero. Cuando preguntas por este dislate terminológico, te cuentan que el término “muchos” no se utilizaría aquí en contraste con “todos”, sino frente a “pocos”. Incluso afirman que el concepto “muchos” en algunos casos es un equivalente a “todos”. Entonces, ¿para qué marear el tema y no dejarlo en su sentido de la universalidad del amor de Dios sin fisuras frente a una interpretación sectaria, nada menos que en las palabras de la consagración? Dios invita a todos al Banquete. Lucas refuerza la universalidad de la oferta divina frente a esa idea de “muchos”: un gran señor invita a su gente cercana y como se disculpan y no van, ordena a sus criados que vayan a invitar a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos hasta que la casa se llene de invitados. Una cosa son los llamados y otra los que responden a la llamada. Podemos elucubrar sobre si se salvan todos, casi todos o muchos o pocos. (Es de suponer que si el Padre pone en marcha la historia de la humanidad no es porque acabará siendo una empresa fracasada). Pero poner el acento en “muchos” en lugar de remachar el “todos” me indica muchas cosas, y ninguna es buena. Así no conseguiremos parar la sangría religiosa, solo atraer a bien pocos nuevos cristianos comprometidos de entre las nuevas generaciones cuya mayoría son totalmente indiferentes a nuestra institución eclesial. Y por asimilación mal entendida, al mensaje liberador del evangelio.
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