Después del asesinato del sacerdote francés, el Papa Francisco señaló que no era “guerra de religión”. El degollamiento del padre Jacques Hamel, no es el único caso de animadversión dramática en contra de la religión católica o del cristianismo. Hemos conocido tantos casos parecidos en algunos países africanos como en países musulmanes de Asia y, porque no reconocerlo, en nuestra misma Araucanía también tenemos unos atentados contra la religión cristiana con las quemas de templos. Esto nos llama la atención.
No podemos olvidar las violencias que hubieron en Irlanda del Norte entre católicos y protestantes no hace tanto tiempo ni anteriormente el “Goti mit uns” (Dios con nosotros) de los cinturones de lo oficiales alemanes a la guerra y el cardenal Spelman que bendecía los armamentos norteamericanos en la segunda guerra mundial. No hay que olvidar tampoco las atrocidades de la época de la Inquisición o del tiempo de las cruzadas. Por cierto es necesario que el Papa desarme toda veleidad de venganza que podrían surgir de algunos cristianos vengativos para atrincherarse . Si existe una agresión del estado islámico u otras agrupaciones que se pretenden del Islam por una parte y una guerra de represalias del otro lado, hay que buscar las causas en desequilibrios socio-económicos y en afanes de poder más que en motivos propiamente religiosos. Sin embargo ni el cristianismo ni el islamismo pueden lavarse las manos . Por lo contrario, todos los creyentes deben preguntarse cómo pudieron surgir ayer y hoy día tales demonios de nuestras propias religiosidades. El Concilio Vaticano II, en su declaración sobre las relaciones de la Iglesia con el Islam reconoce “no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes” en la historia y exhorta a la “mutua comprensión y a la unión para promover la defensa de la justicia, de los bienes morales, de la paz y de la libertad de todos los hombres”. La pregunta difícil de contestar es ¿Cómo puedan surgir tales atrocidades de quienes proclaman la fe en Dios? No basta invocar las debilidades humanas, los vicios de poder, las rivalidades económicas, sociales o culturales, hay que descubrir también que las religiones encubren creencias equivocadas en un dios falso y hasta “perverso”. En la masacre de Niza, un musulmán que vio morir a varios de sus correligionarios desautorizó al chofer criminal, diciendo que ese no podía ser de los que cumplen la “Salat” (oración musulmana). Hay buenos creyentes y falsos creyentes en todas las religiones. Demasiadas veces hemos discutidos sobre palabras dogmáticas y sobre actos religiosos indispensables y hemos olvidado hablar bien de nuestro Dios a sabiendas que seguirá siempre para nosotros el “Otro misterioso”. Al leer el Corán, uno puede hacerse una idea de las diferencias entre nuestras percepciones de Dios con los musulmanes. La grandeza de Allá, su omnipotencia es impresionante. Allá es “único” y el Corán lo repiten 1000 veces como… para purificarnos de toda nuestra santería y nuestra vida pagana. Su mandamiento es de adorar a Dios. El mandamiento nuestro nos habla, más bien, de amarlo por encima de todo. Esta relación personal con Dios (ser hijo) es riqueza de nuestra fe. Para los musulmanes, Allá dictó su voluntad a su profeta Mahoma que hizo escribir el Corán como última advertencia para al mundo entero afín de que cada cual pueda llegar a salvarse del infierno acatando sus preceptos. Los cristianos, tenemos una multitud de testigos que escribieron en la historia los libros de la Biblia para dar a conocer al Dios que, a lo último, se hizo hombre para salvarnos y enseñarnos sus caminos. Cuando el último Concilio habla de Ecumenismo, después de recordar la necesaria “perenne reforma”, recomienda el diálogo interreligioso, reconoce que hay “deficiencias en el modo de exponer la doctrina… y que existe un orden o jerarquía en las verdades de la doctrina…”. Tenemos mucho pan en la mesa si empezamos a dialogar hablando de Dios, de Allá, de Jehovah o de Yahvé… Más allá de nuestras ideas sobre nuestras prácticas particulares nos separan fácilmente. Los musulmanes con sus oraciones arrodillados la faz contra tierra, su ayuno (el ramadán), su aporte de ayuda a los necesitados y a la propagación del Islam, su peregrinación a la Meca… Los cristianos con nuestros sacramentos como el bautismo, la misa del domingo o la cena del Señor y … ¿? El Concilio recomendaba la oración común. Si uno descuenta los “Te Deum” de las fiestas nacionales, no estamos en ninguna parte con esta recomendación de orar juntos. ¿No están culpables los obispos y las pastorales diocesanas? Otra recomendación del Concilio era de colaborar en el campo social con los musulmanes y las otras religiones. En Chile las distintas iglesias colaboraron en el pasado para la defensa de los derechos humanos pero, desde entonces, no se destacaron otras colaboraciones posteriores. El Concilio fue, eso sí, muy prudente para el ecumenismo y definió un control preciso de los obispos en la materia. Esa prudencia, ¿no es la que paraliza la nueva evangelización que necesita mucho más libertad e iniciativas de los hijos de Dios?
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