La jerarquía de la Iglesia lleva en sus espaldas la gigantesca y necesaria tarea de mediar entre el cielo y la tierra para traer a Dios a los hombres y mujeres, así como llevarlos a Dios. Una tarea que se ha complejizado en medio de un cambio de época que sorprende al clero con seguidores menos fieles, más exigentes, más instruidos y más estrictos con la propia libertad.
Consecuentemente, mientras la cultura galopa a ritmo desenfrenado, la iglesia institucional multiplica temores y resistencias que acentúan la brecha de incomprensión con el mundo, abriendo un abismo de grandes proporciones. Ello configura la crisis de la iglesia y de otras iglesias, y explica el avance de la increencia, el abandono de la fe materna y la privatización de la fe. Paradojalmente, la sed y hambre de Dios crecen como nunca. En medio de un panorama tan desolador como el descrito, y ante los ojos del universo entero, el mundo católico vive una primavera sin igual, gracias al ejemplo cautivador del papa Francisco, que con un testimonio genuinamente cristiano se ha convertido en un verdadero fenómeno mediático. Francisco, con su estilo de vida y con su paternidad, ha dejado al descubierto la catolicidad de la sencillez del Evangelio, donde la bondad, la misericordia, la acogida y la predilección por los pobres consiguen mostrar la universalidad de lo simple, lo sencillo y del servicio. Paralelamente, y sin buscarlo, desentraña por contraste el absurdo de la ostentación, del poder, de la severidad, de los privilegios, de la acumulación y de otras vanidades, que vistos en la vida de los pastores provocan la nausea del Pueblo de Dios. Curiosamente el empeño histórico de la Iglesia ha sido la sacralización de la jerarquía, mientras el testimonio del papa Francisco revela que la humanización de los pastores es lo que conmueve al Pueblo Santo. Mientras lo primero es una cripto-herejía; lo segundo evidencia la confianza de Dios en la potencialidad transformadora de la acción humana de todos los hombres y mujeres. Quienes quieran ver en los frutos de la acción del papa Francisco una reversión de la profundidad de la crisis eclesial equivocan sus anhelos. El testimonio del papa hoy muestra un camino, y las esperanzas que despierta son eso, esperanzas. El mundo y las comunidades eclesiales observan con preocupación la soledad del papa en su afán transformador de la Iglesia. En muchas iglesias locales persiste la exhibición escandalosa de las vanidades de cierto clero, y qué decir de algunos obispos y cardenales, que rodeados de potestades medievales continúan haciendo uso de un poder, en algunos casos despótico, que se vuelca contra los pecadores y pecadoras empedernidos, así como también con inusitada inmisericordia contra su propio clero. Y qué decir de esa oposición silenciosa que, no sólo en Roma, trabaja tras bambalinas para desactivar tanta misericordia con los "pobres, viudas y huérfanos" desamparados de la Iglesia. Son los"planes del soberbio corazón" (Lc 1, 51b) que se reagrupan a la espera de un nuevo cónclave; mientas el papa Francisco sigue multiplicando esperanza y consuelo por el mundo. Mientras tanto, yo creo en el Dios del papa Francisco y reniego de ese dios mezquino y castigador que muestran aquellos otros.
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