Nos invitas al amor. Tan simple y tan complejo. Ese amor que libera, que nos impulsa a desplegarnos unos a otros, despertando sueños de abundancia propios y compartidos, desechando el miedo que paraliza.
El viento nos empuja, cargado de agua, hacia nuevas fecundidades que se gestan en el encuentro. La vida nos reclama esa profundidad que nos alborota y nos ordena a la vez, cuando sentimos ese sostén mutuo, esas miradas que confirman, que piden, que interpelan... Esos ojos que se entregan, en el "surco humilde y oscuro que reclama al grano para ser fecundo", como nos compartía Mauricio Silva. Con la apertura del surco partido, exponiendo la profundidad, confiadamente. Con esa ansiedad de la espera, esa agitación que aguarda la siembra, ese palpitar por la semilla que llega ya pero todavía no. Así queremos estar: arados y expectantes, gozando del roce de la brisa, con todo dispuesto para los granos que se anuncian, que se van posando uno a uno en la tierra y hacen fiesta. Para honrar esa fertilidad como algo "sagradamente humano", algo tan tuyo, Jesús sagradamente humano y humanamente Dios. Solo así, haciéndonos cargo de esta humanidad quebradiza y potente, eterna y finita, que es cuerpo y espíritu alborotado, que es sensibilidad y búsqueda honda de sentido, deseo insaciable de abundancia. Solo así podemos ir integrando, hundiendo las semillas en la tierra, para dar frutos dulces. Viviendo a fondo lo que vivimos, ni más ni menos que eso, para encontrar el tesoro escondido, para toparnos con una perla más valiosa todavía. Seguir cavando en la experiencia para que brote de ella la luz de lo infinito que la habita, cada vez con mayor densidad. Queremos dejarnos soplar por el viento, en estos tiempos de cambio, para que nos lleve de regreso a tu camino; para que nos devuelva a lo que soñaste, despojándonos de tantos ropajes artificiales que nos alejaron de tus búsquedas. Queremos recuperar tu intensidad renovadora, sumarnos una vez más a tu "indignación profética", para hacernos creíbles como el grano de mostaza... Creemos en este tiempo de gracia, de abundancia de la Iglesia que quiere seguir reconociéndose tuya. Creemos en la mirada lúcida que nos hace más fieles a nosotros mismos. Sentimos en las manos la responsabilidad de la herencia profética, de tantas opciones valientes, de tantos que apuestan la vida entera para hacerse abrigo de muchos. Ayúdanos, Jesús compañero, Jesús del abrazo y la mirada intensa, Jesús del coraje de amar hasta el extremo, a descubrir y amplificar el amor, que es anhelo genuino, integral e integrador, que provoca vida nueva.
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