Vivimos unos tiempos complicados y confusos en el mundo de hoy. Seguro que también se han producido, en otros momentos de la historia de nuestra humanidad, situaciones parecidas, incluso peores que las actuales: epidemias, guerras mundiales, crisis económicas… La diferencia, y creo que es muy importante considerarla, es que los cambios que se están produciendo en las últimas décadas en todos los sentidos: sociales, económicos, culturales, tecnológicos, éticos… son muy acelerados, demasiado bruscos y desconcertantes, sobre todo, para determinadas generaciones que ya acumulan años en su vida. Por otro lado, debido a los desordenes ideológicos de quienes gobiernan este mundo de hoy, fundamentados en el mercado, la economía, el poder absoluto, la influencia para modificar, en clave de retroceso, los avances humanos que la historia nos muestra como logros conseguidos con el esfuerzo de generaciones que han trabajado y sacrificado a veces hasta con su vida, esos avances en la conciencia y en las condiciones de vida de los pueblos. Tal es así que, en estos momentos, no sólo está afectando esta locura de vértigo y desconcierto a los mayores sino también a los jóvenes.
Estamos viviendo en un caos social y humano en el mundo entero, aunque en algunos países sea más acusado que en otros; y este choque tan brutal nos hace caer en la desesperanza y en un estado de negación de la vida ante los acontecimientos que afectan a la humanidad. Sucesos que son, unos “naturales”: tsunamis, terremotos, cambios climáticos, contaminación…, y otros provocados por la ambición sin límite de quienes influyen o dirigen las decisiones que repercuten en los seres humanos y en la propia naturaleza. El problema es que esas decisiones o influencias están destruyendo vidas humanas, prestaciones sociales, empleo, avances en las investigaciones de la ciencia y en la educación… Es como si quisieran detener el tiempo o hacerlo retroceder años atrás. Ya hay quienes se aventuran a decir que hemos vuelto a situaciones de los años 70 del pasado siglo XX en nuestro país y en gran parte de Europa. Y la vida es evolución, no involución. Pero una evolución que tenga en cuenta una aplicación positiva en el saber y en el hacer en beneficio de toda la humanidad y no sólo a una parte de ella. Y digo esto porque cada vez son más grandes las diferencias que existen entre esa parte del mundo que no carece de todo el bienestar posible ni de recursos económicos, y esa otra, que representa la mayoría de la población mundial, que carece de todo o casi todo lo necesario para vivir con dignidad. La riqueza y la pobreza conviven de manera injusta y desproporcionada. Tal es así que la mayor vergüenza del siglo XXI es que debido a tantas corrupciones y abusos de poder, a veces camuflados con términos de democracia, millones de criaturas inocentes mueren de hambre, de miserias, de enfermedades superables o de violencias brutales. Es inconcebible que con tanto desarrollo tecnológico y científico, con tantos avances sociales y humanos, se estén viviendo tantas experiencias en el mundo con rasgos de inhumanidad, destruyendo pueblos, vidas humanas, naturaleza, a base de decisiones políticas, socio-económicas, armamentísticas que conllevan guerras o terrorismo… ¿Es que la historia pasada no nos enseña lo que hemos de evitar para que no ocurran todos los males que nos están afectando en la historia presente? ¿Tanto cuesta aprender y aplicar lo que es bueno para la humanidad? ¿Es ésa la condición humana? Es curioso, pero ante tantos males que protagonizan signos catastróficos, alarmante para la sociedad, para la misma vida humana y para nuestro Planeta Tierra, se percibe en el mundo otros signos diferentes que nos muestran la otra cara de la moneda: se está universalizando un sentimiento de solidaridad humana, de conciencia social jamás conocido; cada vez más se cuestiona hacia dónde vamos con los ritmos de vida que definen la convivencia humana de manera tan competitiva e individualista; cada vez más se ansía una convivencia que acerque a los seres humanos por el hecho de sentirnos personas universales, independientemente de esas diferencias culturales, étnicas, confesionales; se reivindica con más fuerza la eliminación de esas miserias humanas que destruyen la vida de tantos millones de criaturas; se desea y se grita de corazón que haya paz en el mundo, evitándose así el exilio o la muerte de tantos seres humanos; aunque coexistan todavía grupos fundamentalistas, que son minoritarios a pesar del sufrimiento que provocan, la mayoría de los creyentes de todas las religiones, incluso los que se manifiestan no creyentes, buscan con buenos deseos el acercamiento de las diferentes creencias religiosas, demostrándose de esta manera que lo más importante es la vida de las personas y las condiciones que dignifican nuestra existencia. Y así se van reconociendo esos signos de esperanza porque otra humanidad sea posible, una humanidad más sensible al sufrimiento humano y que trabaje para evitarlo. Que la globalización no signifique aumentar las diferencias entre ricos y pobres. Que la justicia se aplique en igualdad de condiciones a todos los seres humanos independientemente de su situación socio-económica. Que la política de los gobiernos se ejerza como un servicio a la sociedad con una actitud responsable y transparente. Que se controlen con eficacia los mecanismos de gestión y desarrollo económico de los entes públicos. Que los esfuerzos de quienes controlan la economía se centren en el desarrollo de los pueblos, posibilitando un trabajo digno a toda la población; de esta manera, tanto los recursos como la productividad, la investigación y la educación, harán realidad ese crecimiento económico y social que repercuta en la globalidad del país. Que se trabaje a conciencia por llevar la paz a todos los pueblos, haciendo posible una convivencia sin miedo y con respeto por todo lo que significa la vida de las personas y de la naturaleza. Reconozco que todos estos pensamientos y muchos más pueden resultar utópicos teniendo en cuenta lo que estamos viviendo a causa de esta brutal “crisis económica”, yo diría, más bien, brutal “crisis de valores humanos”. Pero si abrimos nuestra mente y nuestro corazón a lo que la misma historia nos está también demostrando, y aprendemos de ella, lo que expreso como utopía, podrá ser una realidad. Es lo que está pidiendo a gritos esta humanidad sufriente, víctima de los egoísmos y corruptelas de los poderosos del dinero y de los mercados que dirigen las decisiones de las políticas de los gobiernos. Ya se sabe, se conoce, con nombres y apellidos, quienes son esos poderosos que rigen el destino de este mundo. Son los directores de una orquesta que desarmoniza y destruye la vida en su propio beneficio. Y esto no es justo ni deseable. Por lo tanto, debe cambiar el rumbo que lleva esta terrible injusticia. En esa confianza se soporta la esperanza: ver ese otro mundo posible hecho realidad.
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