Yo siento que lo importante es ser buenas personas. Con lenguaje evangélico: construir el reino, la sociedad de hijos de Dios. Ahí es donde hemos de echar el resto. Eso es lo que hizo Jesús. El habló muy poco de sí mismo. Si trabajamos por un mundo de hermanos, eso tiene muchos valores cristianos. Lo que ocurre es que hay que pasar de ser buenos, a ser consecuentes, a ser honestos, a vivir con valores, a comprometer la vida. Fácilmente compaginamos el ‘ser buenos’ con la indiferencia ante el refugiado, el marginado, el preso.
Nos sentimos buenos y no pagamos los impuestos. Somos buenas personas y no nos hablamos con varios vecinos. Nos habituamos a ir tirando, a ser ‘normales’. Y creo que el Evangelio me lleva a tener que tomar opciones especiales, comprometidas, exigentes. Tales como el evangelio. Eso de Jesús: ‘Si quieres… deja, vende, perdona...’ Aquello de yo ni robo ni mato, ni blasfemo... y ya está. Cada frase del evangelio me indica un nivel de exigencia, de compromiso. Nos sabemos las bienaventuranzas de memoria, pero no me interrogan en mi conducta. Creo que podríamos suprimir la primera lectura de la misa y repetir las veces que sea preciso el evangelio y en comentario común, analizar las exigencias que me supone el vivirlo. Fácilmente entramos en contradicción: “si cuando vas al altar, te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano”. No. Es más fácil ponerme en otro banco y así no me cuesta dar la paz. “Comparte con tu hermano...” y lo cumplo porque ya me he venido a misa previsto de moneditas. Pero eso no es compartir… “No digáis muchas palabras al orar…” y me hincho a pedir a los santos para que se me arregle el problema. Pienso que es muy necesario plantearme si quiero ser cristiano o me contento con la apariencia externa. Qué alegría verme escrito en el libro de partidas de bautismos, o llevar la medalla de la cofradía. Y algo que me cuesta mucho ver y aceptar es que estemos en la eucaristía y no comulguemos. Vemos, oímos, y nos vamos.... Damos la razón de que no nos hemos confesado, pero yo siento mayor causa. No me paro a pensar que no hay eucaristía sino participo. La eucaristía es desde “el señor está con vosotros, hasta el podéis ir en paz”: participando, orando, cantando, comulgando... Vamos bajando el grado de conciencia, de compromiso y así estamos, somos uno más dentro de la multitud. Va a ser verdad lo que dice el cardenal Burke: que no son buenas las eucaristías multitudinarias… y a veces son multitudinarias en cuanto pasan de seis. Necesitamos testigos de Jesús en la vida. Y esto nos invita a hacerlo de una manera fuerte, chocante, que se note de verdad que somos seguidores de Jesús, no miembros de una comunidad sin más. De forma que nuestro comportamiento cree interrogantes. Y hay muchos campos donde lo podemos demostrar: familia, pueblo, sociedad, trabajo, dinero... Que actuemos siempre con letra negrita. Y si hace falta, hasta subrayada. Cuando queremos remarcar una conducta, unas creencias, una fe, es preciso hacerlo enérgicamente, con letra negrita, no para que lo vea la gente, pero sí que lo sienta y lo perciba… y se interrogue.
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