Durante siglos, la gran mayoría de los cristianos no tenía acceso al texto del evangelio (en tiempos de Santa Teresa de Jesús, la Inquisición quemaba ejemplares de la Biblia en hogueras públicas). Su formación religiosa provenía directamente del “catecismo oficial”, a través de la familia, de las devociones populares y de las prácticas litúrgicas. Incluso más recientemente, cuando la Biblia empezó a ser accesible al pueblo, antes de acercarse a ella, los fieles habían recibido ya la “doctrina”, tal como la proponía el catecismo.
¿Qué ha significado esto, en concreto? Algo muy simple, pero de profundas consecuencias. Con frecuencia, y sin mala fe, el frescor, la novedad y la fuerza del evangelio quedaron ocultos bajo un cúmulo deconceptos religiosos que se presentaban como la verdad absoluta. Cuando alguien se acerca al evangelio después de tal adoctrinamiento, es prácticamente imposible leerlo limpiamente, porque la enseñanza recibida hace de filtro que, inadvertida pero eficazmente, condiciona la lectura. Pongamos sólo un ejemplo, aunque parezca anecdótico. De niño, estudié en el catecismo que “Dios premia a los buenos y castiga a los malos”. Me lo creí completamente, porque me lo decía el sacerdote en nombre de Dios… y porque parecía que era lo “justo” (mis padres y mis maestros pensaban lo mismo: premiar al bueno y castigar al malo). Me costó tiempo darme cuenta de que Jesús había dicho justamente lo contrario: “Dios ama a los ingratos y a los malos” (Lucas 6,35). La religión había falsificado el evangelio y había anulado la novedad subversiva de Jesús…, hasta que el evangelio la desenmascaró. Es claro que el texto evangélico prioriza siempre la práctica, poniendo el acento en el amor servicial hacia los más necesitados. En él, no encontramos “doctrina”. De hecho, Jesús no fue un teólogo –al contrario, los teólogos oficiales fueron sus grandes adversarios-, sino un hombre íntegro y coherente que vivió lo que enseñaba. Y lo que enseñaba resultaba sumamente atrayente por un triple motivo: · por su impactante sencillez; · por estar centrado en la práctica (en la vida cotidiana); · y porque la práctica se centraba en el amor y la compasión: “Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10,37). El catecismo, por el contrario, ha priorizado los contenidos mentales, convirtiendo la fe en una especie de adhesión mental a unas “verdades” religiosas. Al hacer así, la práctica de Jesús podía quedar en el olvido, sin que ello se echase en falta. En caricatura –aunque no muy alejada de la realidad-, podría expresarse de este modo: la religión sustituyó al evangelio. Esto no es reciente, sino que empezó ya con el “primer teólogo” cristiano, Pablo de Tarso, quien construyó toda su teología sin hacer ninguna referencia a lahistoria de Jesús. De ese modo, el cristianismo se convertiría en una “religión universal”, pero a costa de un precio muy elevado. La religión suplanta al evangelio siempre que damos prioridad a nuestros conceptos religiosos –generalmente, nacidos de la proyección que la mente humana hace de la divinidad, según cada cultura y cada etapa histórica- por encima de lo que vemos en Jesús de Nazaret. Con el agravante de que, a continuación, el propio evangelio es leído a la luz de la religión, con lo cual se desactiva, “religiosamente”, su novedad. ¿Comprendemos ahora por qué podemos ser personas muy religiosas pero no cristianas, aunque estemos bautizados dentro de la Iglesia? Por fidelidad a Jesús, me parece necesario reconocer que “religión” y “evangelio” se descolocan mutuamente: la primera oscurece al segundo, y el segundo desnuda a la primera. Esto no significa abolir la religión, pero es una llamada a la lucidez, para que aquélla se “subordine” al evangelio. [Entre paréntesis: cuando esto no se tiene en cuenta, puede ocurrir que el catecismo aprendido se convierta en juez del evangelio; creo honestamente que éste fue el (uno de los) motivo(s) por el que se condenó el libro de J. A. Pagola. Más detalles en “Jesús y la Inquisición. Carta abierta a José Antonio Pagola”. Y es que, a quienes han sido formados en un catecismo “estricto”, el evangelio tiene que sonarles herético (como le sonaba a la autoridad religiosa judía que, en nombre de la religión, condenó a Jesús)]. Lo que parece fuera de duda es que, ante Jesús, todos se sienten sorprendidos, y más que nadie, las personas religiosas. El Dios de Jesús no es el dios del que hablaban las religiones, sino “un Dios diferente” (Christian Duquoc), justo “lo opuesto a todo lo que el hombre religioso espera de Dios” (Dietrich Bonhoeffer). Una de las “novedades” de la propuesta de Jesús –que las religiones no podrán aceptar- es que existe un camino para llegar a Dios que no pasa por el templo. En el cuarto evangelio se afirma de un modo explícito. Ante la pregunta de la mujer samaritana sobre el lugar donde dar culto, Jesús responde: “Ni en este monte ni en Jerusalén… Llega la hora, y la estamos viviendo, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Juan 4,21-23). En los sinópticos se dice lo mismo, de una forma igualmente tajante, a partir de parábolas, como la del samaritano o ésta que leemos hoy llamada del “juicio universal”. En aquélla (Lucas 10,30-37), quien hace lo que Dios quiere no son los “hombres religiosos” –sacerdote y levita-, sino el hereje, considerado pecador por la propia religión. En ésta, queda todavía más claro que el único criterio que mide la actitud adecuada es el bien hecho a la persona en necesidad. Ante esta declaración, todos se sienten sorprendidos: ni unos ni otros habían percibido que Jesús vive en cada ser humano, no-separado de ninguno de ellos. Y sin embargo, a otro nivel, esto es algo que habíamos intuido desde siempre. Como decía un amigo mío no creyente: “De este mundo sólo te llevarás el bien que hayas hecho. Si las religiones sólo predicaran esto, sería suficiente”. ¿No es eso mismo lo que enseñaba Jesús? La religión habla de un Dios separado, al que supuestamente se puede amar aunque no se ame a las personas, a la vez que –aunque no lo pretenda- “separa” a las personas que no comparten la propia creencia. Jesús trasciende definitivamente la religión. Por eso, en su propuesta podemos encontrarnos todos, seamos religiosos o no. El pone palabras a lo que dice el corazón humano.
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