Encarnita, espabiladísima, tiene siete años. Se aburre durante el sermón: “Mamá, ¿por qué cuenta el cura otra vez lo que ha leído antes?” “Hija, para explicarlo y que nos enteremos”. “Pues yo ya me enteré cuando lo leyó antes. Pero ahora no se entiende nada, y mucho más largo...”
“Calláte, niño, que se te entiende todo”, decía un humorista argentino. Burócratas vaticanos de la vieja guardia, dicen a Francisco: “Calláte, Papa, que se os entiende todo”. Cuando el Cuestionario del Sínodo habla de “apertura a la vida” o de “que se respete la ecología humana del engendrar”, la gente no lo entiende. Pero cuando Francisco dice que “ser católico no significa procrear como conejos”, sí se entiende. La pregunta 24 del Cuestionario del Sínodo dice así: “¿Somos conscientes de que la rápida evolución de nuestra sociedad exige una constante atención al lenguaje en la comunicación pastoral? Esta pregunta es un torpedo en la línea de flotación contra todo el cuestionario. La podemos contestar así: ”Señores sinodales, tomen en serio esa atención al lenguaje y dejen de hablar con retórica ambigua de diplomacia vaticana.” Un grupo católico norteamericano ha escrito una carta al Papa Francisco para decirle que el cuestionario del Sínodo está escrito en un lenguaje que hace imposible discutirlo(CCRI (Catholic Church Reform International). Un ejemplo, la citada pregunta n. 24. Tras hablar sobre la “atención al lenguaje en la comunicación pastoral”, añade: “¿Cómo testimoniar eficazmente la prioridad de la gracia, de manera que la vida familiar se proyecte y se viva como acogida del Espíritu Santo?” Me pregunto: ¿cuántas personas participantes hoy en la misa dominical entenderían esta pregunta? Pensando mal y pronto, hay preguntas que parecen escritas para impedir debates y respuestas. Cuando el Cuestionario habla de “un camino penitencial para situaciones particulares y con condiciones precisas, distinguiendo entre situación objetiva y circunstancias atenuantes”, la gente no lo entiende. Pero cuando Francisco dice que “no va uno a confesarse como quien va a la tintorería a quitarse una mancha”, sí se entiende la alegría del perdón. Cuando el Sínodo dice que “hombres y mujeres con tendencias homosexuales deben ser tratados con respeto y delicadeza” (en vez de decir,como debiera, "hay que desarraigar la homofobia y no excluir a las personas homosexuales en la vida de las iglesias"), no se sabe si las está aceptando o condenando. Pero cuando Francisco dice: “¿Quién soy yo para juzgar?”, sí se entiende que no condena. Y así un larguísimo etcétera, que nos hace decir interpelar a los sinodales: “Convertíos y cambiad el lenguaje. Habláte claro y sin miedo, que se entienda todo”.
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