Hoy apenas si queda un rescoldo en forma de infierno como estado del espíritu y, además, haciendo recaer el castigo en el propio sujeto. Ya no hay castigos infinitos ni penas tremebundas. El porqué tiene mucho que ver con el nivel de instrucción de las masas en otro tiempo crédulas.
La Iglesia utilizó durante siglos el infierno para infundir pavor, alzándose ella como medio para superar angustias y otorgar perdones. El miedo psicológico siempre ha sido un arma poderosa para controlar conductas, afectos y adhesiones. Aparte de concepciones mitológicas que hunden sus raíces en épocas prehistóricas, ¿puede haber sustento doctrinal en los escritos fundacionales del cristianismo que respalden la aterradora literatura posterior? Cuando Jesús se refiere en los evangelios a la gehena, ¿a qué se refería, al infierno donde purgarían sus pecados los proscritos de Dios o a la expulsión de la sociedad de aquellos cuya conducta era antisocial? La Iglesia oficial optó por el lugar de perdición –hoy dicen que no es un lugar sino una situación– donde son achicharrados… ¡los que a nosotros, y a los curas, no nos caen bien y votan al partido comunista! Sea lo que sea, lugar o situación, ahí están las pinacotecas para dar testimonio de lo que los fieles amenazados imaginaban con terror en el alma. La Gehena desde al menos el siglo VII a.c. era un lugar situado fuera de las murallas de la ciudad –el valle de Hinon– donde se tiraban desperdicios, basuras, animales muertos… que luego un funcionario municipal se encargaba de quemar después de haber esparcido azufre por encima para que ardiera mejor. Sugestiva comparación, símil o metáfora para identificar la Gehena con el infierno cristiano: ¡pecador, arderás en el infierno, ese lago de azufre que arde por toda la eternidad! No podemos olvidar que los primeros Evangelios, de los que no se conserva ningún original, se escribieron mucho tiempo después de la muerte de Jesús, al menos una generación, cuando ya había una comunidad de prosélitos que habían empezado a elaborar doctrina al dictado de mentes calenturientas como la de Pablo de Tarso. De algunas referencias de Jesús a los castigos que merecerían los explotadores, los tiranos, los hipócritas… la Iglesia pasó a castigos eternos por cometer el pecado mortal de imponer impuestos a los curas o juzgarlos por tribunal civil. Es un decir. La Gehena es citada una docena de veces en los Evangelios, siempre en el sentido de “lugar de castigo y condenación”. Un sitio real reconocible por todos. Es fácil imaginar lo que podría sentir la audiencia pensando en un aherrojamiento y pasada nocturna por el estercolero de la ciudad, con la posibilidad, si se dormían, de ser rociados con azufre y sufrir graves quemaduras. Pero el infierno es una mentira, un invento de la Iglesia para tener controladas las mentes enfebrecidas de sus prosélitos. Ni ha existido ni puede existir si mantienen lo que dicen que es Dios, sumo amor, por más que lo afirme el Concilio de Letrán y lo reafirme cualquier Ratzinger hecho papa. No vengan con la paparruchada de que no es Dios el que condena sino el hombre el que se aparta de Dios: el infierno es el destino final de quienes se apartan de la Iglesia y al que esta maternal Iglesia conduce como castigo por tan tremendo delito. ¿Alguien puede pensar que Dios, que todo lo controla, que rige los destinos de la Humanidad, que vela por sus hijos, que puede alejarlos del peligro… pueda disponer de un calabozo de torturas, de un lugar destinado a tormentos eternos para castigar a sus hijos desobedientes? Eso sería un monstruo, un sueño espeluznante de la razón. La razón hecha Iglesia. Insistan, hoy, que el infierno no es eso, que no es un lugar sino una situación espiritual de apartamiento de Dios… [Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno". Catecismo, 1033”] Todavía los recuerdos de infancia de quienes tienen suficientes años para ello pueden retrotraerse a imágenes terroríficas que parían las mentes calenturientas de frailes, monjas, párrocos y demás servidores eclesiásticos. La infancia de cualquier creyente les condena. Pero reconvertidos en mansos y melosos como hoy lo están, ¿no pueden recapacitar en la perversa Iglesia del pasado de la que la actual es hija y beneficiada? La que ha sido, volverá a ser lo que fue, si se dan las condiciones favorables. Para incordiar esas mansas conciencias que hoy día predican un infierno que no es, volvamos a egregios personajes de la Iglesia recordando lo que ellos recordaban. · Fuego inextinguible… Ignacio de Antioquía a los Efesios. · …no lo podemos expresar con palabras… Juan Crisóstomo. · El fuego del infierno no tendrá luz. San Basilio. “Apartará del calor el resplandor”, San Alberto Magno. · Si el cuerpo de un condenado saliera del infierno, por su hedor morirían todos los hombres. San Buenaventura. · Fetidez asquerosa… lamentos desesperados… estrechez… amontonamiento. Sto. Tomás de Aquino. · ...ardiente pez dentro de tus entrañas... Pedro Damián · Hasta el tormento de hielo se padecerá allí. Jerónimo. Añádanse y léanse las alucinantes visiones de tanto iluminado como ha generado la Iglesia: Teresa de Jesús, Juan Bosco, Faustina Kowalska, Antonio Mª Claret, los videntes de Fátima, etc. etc. ¿Qué, no creen ya en el infierno? ¡Pues es dogma de fe! ¿O las decisiones conciliares tienen fecha de caducidad? De tales temores vacíos se libran las personas normales que no pueden entender que haya personas crédulas que den asentimiento a semejantes dislates.
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