El domingo pasado el simbolismo se tomaba de la viña, hoy la imagen es el banquete. También es un relato polémico que acusa a los dirigentes judíos, de haber rechazado la oferta de salvación que Dios les hace por medio de Jesús. Mt se dirige a una comunidad que tenía que superar el trauma de la separación de la religión judía y el peligro de repetir los mismos errores. Insiste en el tema de la universalidad, que tantos quebraderos de cabeza produjeron a las primeras comunidades. No es fácil renunciar a los privilegios.
El texto de Is es una joya. El profeta tiene que hablar a un pueblo que atraviesa la peor crisis de su historia. Lo hace con una visión de futuro muy lúcida. Creo que hoy el texto del AT supera al evangelio, en belleza formal y en mensaje teológico. Naturalmente es un lenguaje simbólico. Habla de manjares enjundiosos y vinos generosos, de quitar el luto de todos los pueblos, de alejar el oprobio y enjugar las lágrimas de todos los rostros, de aniquilar la muerte para siempre. Bella oferta para el pueblo hundido en la miseria. Se trata de una salvación total por parte de un Dios en quien confía el profeta, a pesar de las circunstancias adversas. El intento de Is es que todo el pueblo soporte la dura prueba, confiando en su Dios, en cuyas manos está su futuro. Lo verdaderamente importante del relato de Is, el chispazo apuntado que tenemos que descubrir es éste: “Dios salva a todos”. Y digo apuntado, porque también allí se ponen condiciones: los que no son judíos, se ven obligados a venir a “este” monte (Jerusalén), para encontrar salvación. En el AT el banquete designa los tiempos mesiánicos. Para Jesús significa el Reino de Dios. Para los que pasan hambre diariamente, el banquete puede ser una ocasión única para quitar las penas. En concreto, el banquete de boda era la única ocasión que tenía el pueblo sencillo de celebrar una fiesta y olvidarse de la dura realidad de una vida cuyo primer objetivo era llenar el estómago. Naturalmente no se trata más que de una metáfora para indicar que Dios está dispuesto a saciar los anhelos del ser humano. También hoy Mt alegoriza el relato y lo completa con la segunda parte, (ausencia del vestido de boda), que no está en Lc. Es el Padre el que invita a la boda de su Hijo. Los primeros invitados son los jefes religiosos judíos, que se negaron a aceptar el mensaje de Jesús. El prender fuego a la ciudad hace una alusión clara a la destrucción de Jerusalén. Los nuevos invitados son todos los seres humanos, sin importar raza ni condición social y, lo que es más escandaloso, sin importar si son buenos o malos. Podemos pensar que en el relato, leído literalmente, existe una distorsión del mensaje de Jesús. El Dios de Jesús no es un señor que monta en cólera y manda acabar con aquellos asesinos. Esto no tiene nada que ver con la idea que Jesús tiene de Dios, pero responde muy bien al Dios del AT que a su vez refleja la manera de ser del hombre, proyectada sobre Dios. Es una pena que sigamos insistiendo hoy en esa idea de Dios. Nos sentimos más a gusto con el Dios del AT que con el Dios de Jesús que es amor. Tampoco el añadido del individuo que no llevaba traje de fiesta, tiene mucho que ver con el evangelio. Si salen a los cruces de los caminos para llamar a toda la gente que encuentren, ¿Qué sentido tiene que se le exija un vestido de boda? ¿Es que la gente va por los caminos vestidos de boda?. Puede hacer referencia a la túnica blanca que se entregaba a los recién bautizados. Claro que la intención del evangelista es buena, pero se ha entendido literalmente y nos ha metido por callejones sin salida. El texto quiere evitar malas interpretaciones de la pertenencia a la comunidad. Era muy fácil entrar a formar parte de la comunidad y aprovechar todas las ventajas sin vivir de acuerdo con el evangelio. Es fácil confesarse creyente, pero nada más difícil que entrar en la dinámica del evangelio. No basta pertenecer a una comunidad. Solo el que de verdad se revista de Cristo (Pablo), puede estar seguro de entrar en el Reino. Dios no toma represalias contra nadie. Solo se queda fuera el que se niega a entrar. El mensaje de las lecturas de hoy tiene una acuciante actualidad. Dios llama a todos, hoy como ayer. La respuesta de cada uno puede ser un sí o un no. Esa respuesta es la que marca la diferencia entre unos y otros. Si preferimos las tierras o los negocios, quiere decir que es eso lo que de verdad nos interesa. El banquete es el mismo para todos, pero unos valoran más sus fincas, sus negocios, y no les interesa. Todo el evangelio es una invitación. Si no respondemos que sí con nuestra vida, estamos diciendo que no. Cuando el texto dice que, “los primeros invitados no se lo merecían”, tiene razón, pero existe el peligro de creer que los llamados en segunda convocatoria son los que lo merecían. El centro del mensaje del evangelio está en que invitan a todos: malos y buenos. Esto es lo que no terminamos de aceptar. Seguimos creyéndonos los elegidos, los privilegiados, los buenos con derecho a excluir: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”. Como parábola, el punto de inflexión está en rechazar la oferta. Nadie rechaza un banquete. Ojo a los motivos de los primeros invitados para rechazar la oferta. La llamada a una vida en profundidad queda ofuscada, entonces y ahora, por el hedonismo superficial. El peligro está en tener oídos para los cantos de sirenas, y no para la invitación que viene de lo hondo de nuestro ser que nos invita a una plenitud humana. La clave está en descubrir lo que es bueno y separarlo de lo que es aparentemente bueno. No puede haber banquete, no puede haber alegría, si alguno de los invitados tiene motivos para llorar. Solamente cuando hayan desaparecido las lágrimas de todos los rostros, podremos sentarnos a celebrar la gran fiesta. La realidad de nuestro mundo nos muestra muchas lágrimas y sufrimiento causados por nuestro egoísmo. Seguimos empeñados en el pequeño negocio de nuestra salvación individual, sin darnos cuenta de que una salvación que no incorpora la salvación del otro, no es cristiana ni humana. Dios no nos puede prometer nada, porque ya nos lo ha dado todo. Nuestra existencia es ya el primer don. Ese regalo está demasiado envuelto, podemos pasar toda la vida sin descubrirlo. Esta es la cuestión que tenemos que dilucidar como cristianos. El problema de los creyentes es que presentamos un regalo excelente en una envoltura que da asco. No presentamos un cristianismo que lleve a la felicidad humana, más allá de todo hedonismo. Efectivamente, es la mejor noticia: Dios me invita a su mesa. Pero el no invitar a mi propia mesa a los que pasan hambre, es la prueba de que no he aceptado su invitación. La invitación no aceptada se volverá contra mí. Sigue siendo una trampa el proyectar la fiesta, la alegría, la felicidad para el más allá. Nuestra obligación es hacer de la vida, aquí y ahora, una fiesta para todos. Si no es para todos, ¿quién puede alegrarse de verdad? Meditación Acepto la invitación de Dios, cuando invito a los demás. Mientras haya una sola persona que no come, el banquete del Reino estará incompleto. Que todos disfruten de la fiesta depende de mí. Soy yo el que tengo que eliminar todas las lágrimas. Esperar un milagro de Dios es idolatría.
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El domingo anterior, la parábola de los viñadores homicidas terminaba diciendo que la viña sería consignada «a un pueblo que produzca sus frutos» (v.43). Algo parecido afirma la parábola de hoy, la de los invitados al banquete, que nos ha llegado a través de Mateo y Lucas. Para comprender el enfoque de Mateo es esencial tener en cuenta no solo el texto de la primera lectura (Isaías) sino también la versión de Lucas.
El punto de partida: un festín de manjares suculentos (Is 25,6-10a) La parábola de los invitados a la boda se inspira en un poema del libro de Isaías a propósito del gran banquete que Dios organizará “en este monte”, Jerusalén, que supondrá la alegría, la salvación y la victoria sobre la muerte para todos los pueblos. Un banquete al que todos están invitados. La reinterpretación irónica de Lucas (Lc 14,15-24) El texto de Isaías podía provocar en cualquiera el sentimiento que pone Lucas en boca de un oyente de Jesús: «¡Dichoso el que coma en el Reino de Dios!». Entonces Jesús, con gran dosis de ironía y realismo, cuenta una parábola que podemos dividir en dos actos: Acto I: - Un hombre organiza un gran banquete; - Envía a un criado a llamar a los invitados; - Los invitados se excusan de buena manera. Acto II: - El hombre, irritado, manda al criado a invitar al banquete a pobres, lisiados, ciegos y cojos; - El criado obedece, pero todavía sobra sitio; - El hombre vuelve a enviarlo «hasta que se llene la casa». Moraleja: - «Ninguno de aquellos invitados probará mi banquete». En la versión de Lucas, la parábola contada por Jesús explica por qué en la comunidad cristiana (el banquete) no están los que cabría esperar (los judíos), sino otros (los paganos). Del optimismo de Isaías pasamos al terrible realismo con que Jesús enfoca siempre las cuestiones. La reinterpretación más dura y crítica de Mateo La versión de Lucas podía suscitar en las comunidades cristianas un sentimiento de satisfacción y de falsa seguridad. Para evitarlo, Mateo añade una última escena e introduce también interesantes cambios. Los dos actos se convierten cuatro: Acto I: - Un rey invita a la boda de su hijo; - Envía criados (en plural); - Los invitados no quieren ir. Acto II: - El rey vuelve a enviar criados; - Los invitados no hacen caso a los criados e incluso matan a algunos de ellos; - El rey mata a los asesinos y prende fuego a su ciudad. Acto III: - El rey manda a recoger a por las calles a todos, malos y buenos; - La sala se llena de comensales. Acto IV: - El rey descubre a un comensal sin traje de fiesta; - Manda expulsarlo del banquete. Moraleja: - «Hay más llamados que escogidos». Mateo ha reinterpretado la parábola a la luz de los acontecimientos posteriores y en clara polémica con las autoridades religiosas judías. En el Acto I, el protagonista no es un hombre cualquiera, sino un rey (Dios), que celebra la boda de su hijo (Jesús). Y no envía a un solo criado, sino a muchos (referencia a los antiguos profetas y a los misioneros cristianos). Los invitados, en vez de excusarse de buena manera, como en Lucas, simplemente no quieren ir. Entonces introduce Mateo un acto nuevo (II), donde la invitación del rey encuentra una oposición mucho mayor (incluso llegan a matar a algunos criados) y la reacción del monarca es terrible, porque manda su ejército a acabar con los asesinos y a prender fuego a la ciudad (destrucción de Jerusalén por los romanos en el año 70). El Acto III también representa una novedad con respecto a Lucas: no se invita a pobres, lisiados, ciegos y cojos, sino a todos, buenos y malos. El enfoque socioeconómico de Lucas (en el banquete entran los marginados sociales) lo sustituye Mateo por el moral (todo tipo de personas). Pero Mateo añade un nuevo Acto, el IV, que es el que más le interesa: un invitado se presenta sin vestido de boda y es echado fuera. Con estos cambios, la parábola explica por qué la comunidad cristiana está compuesta de personas tan imprevisibles y, al mismo tiempo, contiene un toque de atención para todas ellas. En el Reino de Dios puede entrar cualquiera, bueno o malo. Pero, si se acepta la invitación, hay que presentarse dignamente vestido. Ni frac ni minifalda Para entrar en una mezquita hay que descalzarse. Para entrar en una sinagoga hay que cubrirse la cabeza. Para entrar en cualquier iglesia se aconseja o exige un vestido digno. Pero el vestido del que habla la parábola no se mide en centímetros ni se debe caracterizar por su elegancia. Es una forma de comportarse con Dios y con el prójimo. O, utilizando una metáfora de san Pablo, hay que vestirse de nuestro Señor Jesucristo. No es un disfraz. Es un modo de vivir y de actuar que recuerde a los demás, dentro de lo posible, como él vivió y actuó. La generosidad de los filipenses y la de muchas personas actuales (Fil 4,12-14.19-20) Pablo no quería ser gravoso a las comunidades que fundaba. No aceptaba que le ayudasen económicamente, prefería ganarse de vivir trabajando con sus manos. Pero hay ocasiones en las que no puede hacerlo, como ocurre cuando está preso en la cárcel de Éfeso. Entonces acepta y agradece la ayuda que le envían los filipenses, y les asegura que Dios se lo recompensará con creces. La pandemia actual, con todo lo que tiene de malo, ha puesto también de relieve la bondad y generosidad de muchas personas, dispuestas a ayudar y a sacrificarse por el prójimo. A ellas puede aplicarse lo que dice Pablo. En recompensa, «Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia». El Evangelio de hoy nos sugiere una profunda reflexión sobre la imagen cristiana de Dios, un Dios que pretende atraer al género humano a un banquete inclusivo y no a un juicio excluyente. El Reinado de Dios es un banquete, utilizando el mismo lenguaje metafórico de esta parábola. Es un mensaje que no conviene olvidar en un mundo y en una cultura que ha cuestionado a la religión como una alienación de las personas en oposición a su felicidad. Y es, precisamente la felicidad y plenitud, la meta de lo esencial del cristianismo, superando el mal, el sinsentido y la muerte.
Jesús narra esta parábola en un contexto incierto, polémico y lleno de tensión con el judaísmo institucional. La atmósfera que envuelve al texto son los últimos días de su vida, ya en Jerusalén; un momento en el que está horneándose un doble juicio, político y religioso, por sus discursos, acciones y provocaciones a las autoridades rabinas. Quizá, a través de esta alegoría, pretende expresar su certeza de que el proyecto de Dios se va a realizar a pesar de las contradicciones humanas. Se podrían extraer tres sugerencias para abordar esta parábola que, por cierto, ya existía con otros matices en el Talmud palestino. Tres invitaciones para poner de manifiesto que el Reinado de Dios supera nuestra visión sesgada del Dios de Jesús. Por un lado, los invitados al banquete no quieren acudir y se van a sus quehaceres y haciendas, incluso se sienten molestos por la invitación. Una vez más aparece la alarma de vivir la fe en una posición de confort, de búsqueda de seguridades y certezas, de instalación en lo de siempre y de reactividad y resistencia ante lo nuevo. No parece que Jesús esté en sintonía con una visión tan acomodada de la adhesión a su proyecto. Ofrece la posibilidad de la plenitud humana, todo está preparado en el interior de la persona para conectar con la Fuente y vivir desde lo esencial que va más allá de lo que podamos controlar y dominar. En segundo lugar, la parábola narra que, ante la negativa de los invitados, el banquete se abre a todos los que están fuera, en los caminos y encrucijadas, buenos y malos. La mirada divina no se detiene en un reducto excepcional de su creación; supera toda dualidad y revela una mirada a la esencia humana, a lo que realmente es y no lo que hace. No somos invitados por lo que hacemos sino por lo que somos en profundidad, por lo que nos hace ser en permanente conexión con nuestro origen. Sin duda, una nueva transgresión de la ley judía porque el pueblo elegido ahora es la humanidad sin excepciones. Y, por último, el polémico traje de bodas para entrar en el banquete que no se trata de una purificación penitencial que sólo me afecta a mí; es el traje sino de la vinculación a la nueva visión de la plenitud que incluye a todos. No se trata de soltar la culpa por “los pecados cometidos” sino trascender las categorías humanas y mirar a todo el género humano desde la fuente de su ser, en su centro existencial. No es una salvación-plenitud individual sino colectiva, de toda la humanidad, aunque incluye una transformación personal que mueve a mirar a los semejantes desde la dignidad y valor que poseen. Esta parábola comienza preguntándose a qué se puede comparar el Reinado de Dios. Quizá pueda quedar abierta a muchas interpretaciones, pero lo que sí parece expresar con claridad es que somos llamados a participar de la vida divina sin condiciones, donde tenemos pendiente una comida que no es tristeza, ranciedad, martirio, sino un festín que se expande y atrae a tod@s hacia la unidad con Dios. “La gente feliz no es rentable, con lucidez no hay necesidades innecesarias”. Antaño se escuchaba “contigo pan y cebolla” pues amar y ser amado era respirar plenitud. El imperio del consumo, del progreso voraz e insaciable trastornó la brújula que nos orientaba hacia el espíritu de la vida, y nos volcó al dominio de la materia y endiosarse con ella. Marshall McLuhan (+1980) uno de los investigadores socioculturales más acertados se refiere cómo las creaciones humanas a su vez “nos amasan” a su semejanza. “Los grandes avances de la civilización son procesos que casi hunden a las sociedades por lo que ellas mismas producen”.
El Covid 19 nos puso el cable a tierra, por ello sólo ataca a los humanos, nos tiene postrados en todo sentido. Profundizar los hechos, obliga. Este virus arrasó los continentes de rey a paje y nos tapó la boca, nos incomoda respirar, de abrazarnos a los codazos. Nos enrostró y desnudó nuestra máxima limitación: ¿qué es un portaaviones con una tripulación infectada? ¡Sucedió! ¡Las prepotencias desplomadas por un virus invisible! Si desde los humos milenarios nos erguimos como humanos, el virus nos volvió a la igualdad y projimidad en la interdependencia de infectarnos, pero a su vez despertó la solidaridad: ollas comunes entre otras actividades. Nos puso de señero sublime para siempre al personal de salud, que por meses de meses entregan sus vidas por sus prójimos bordeando la vida y la muerte. Una sociedad, para que sea humana debe entroncarse en sus raíces, todo y todos venimos del gran útero del universo, del útero de nuestra madre, para volver al útero de la tierra. Nacemos como Familia Humana. Humanizar la humanidad nos es un verbo irrevocable, el reto para la economía, la política, la educación: “El derecho y deber de vivir en paz” entre nos-otros y no contra vos-otros. La pedagogía para reconstituirnos como humanos empieza con “el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos” Eduardo Galeano. Aprender a escuchar la conciencia, como es un templo, démonos el espacio-tiempo de reconocernos por dentro, donde nacen nuestros comportamientos. Por el algo el virus nos encerró… Es tan perentorio como tomar agua, comer… Pero, nuestra civilización nos redujo al activismo de acciones y reacciones, y, con la pandemia de la prisa “no hay tiempo” para tomar distancias frente a los hechos. ¡El que pestañea pierde! La masificación de nuestras vidas, en el reino de las comunicaciones nos conectamos con todo el mundo menos con nosotros mismos. Así, nos quedamos vacíos, solos en la interperie del anonimato. Este sufrimiento runruneante nos sangra por dentro pues existimos para convivir. Los animales pueden vivir bien en un zoológico adecuado, los seres humanos al final del día se enferman por una sociedad enferma y un medio ambiente ardiente. “Paren este mundo que me quiero bajar”, un clamor ya de décadas… Humanizar la Humanidad es una exigencia de sobrevivencia.
Después de llevar semanas y meses intentando dar con la vacuna que nos libre del asedio de la COVID-19, resultará fantasioso y extraño que alguien se atreva a señalar que hace ya dos mil años que la vacuna se dio a conocer, y que fue un tal JESUS DE NAZARET quien la registró como patente propia, sin que nadie la haya podido reemplazar impugnándola. Lo acaecido tiene su historia, una historia que, aunque vivida en territorio limitado, se extendió luego a la tierra entera. El caso es que este personaje, judío, nacido en Nazaret, de María y José, tras hacerse bautizar por Juan Bautista en el Jordán, decide ir a Galilea a pregonar la Buena Noticia: “Ha llegado el reinado de Dios”. Este Jesús invita a algunos pescadores a que le sigan, lo hacen dejando su oficio y le acompañan como discípulos primeros. Comenzó a enseñar en la sinagoga de Cafarnaún, y en otras de la comarca. Y lo hacía, anota el narrador Juan Marcos, como quien tiene autoridad, no como los Letrados. La gente quedaba maravillada por su modo de enseñar y por las cosas que hacía: curaba ciegos, leprosos, paralíticos y hasta perdonaba los pecados. Y, encima, se juntaba con recaudadores y descreídos y no guardaba el sábado. La gente acudía cada vez más de todas partes, tanta que ni le dejaban tiempo para comer. Todos querían tocarle, seguros de poder alcanzar la salud. En ese entre tanto, enterados los Letrados y fariseos de sus andanzas, comenzaron a espiarle. No tardaron en escucharlo y arrogantes le preguntan: “¿Se puede saber por qué no sigues las tradiciones de los mayores?”. Jesús ya suponía que estaban tras él. Les contestó: “Yo no he venido a restañar lo viejo, a mejorar un vestido viejo con otro nuevo, ni a meter vino nuevo en odres viejos. Lo que yo anuncio es otra cosa: el Reino de Dios, en el que todos, cumpliendo la voluntad de Dios, podemos entrar y vivir como hermanos”. Quede, pues, claro porque vosotros, Letrados y fariseos, mucho rezar, mucho culto, pero vuestro corazón está en otra parte. ¡Sois Hipócritas! ¿Y me pedís una señal que venga del cielo? ¿Vosotros? A gente como vosotros no se le puede dar esa señal. Los primeros discípulos le seguían y lo escuchaban embelesados, pero mostraban andar muy lejos de entenderlo. Veían en él algo especial que les llevaba a pensar que pudiera ser el Mesías esperado, restaurador de la independencia de Israel. Y les pasaba por la cabeza poder tocarles entonces algún cargo relevante y se ponían a discutir entre ellos quien lo merecería más. Jesús, como quien no quiere, los había escuchado y les pregunta sobre qué discutían. Ellos, corridos, tratan de disimularlo. Jesús aprovecha entonces para advertirles: No os hagáis ilusiones, de seguir las cosas como van, la Buena Noticia que yo anuncio, a gente importante no le va a caer bien, se van a indignar, me hostigarán y hasta tratarán de eliminarme. Jamás tolerarán que yo pueda seguir enseñando que en ese Reino de Dios no habrá desigualdad ni dominación y que su norma fundamental será: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. De esta manera, Jesús, en el ir y venir de cada día, les iba mostrando otra cara de la vida, la de la hermandad universal, que todos llevamos dentro y que él ha venido a hacerla realidad, comenzando paradójicamente por los más pobres y marginados. Pasados unos días, cuando iban caminando hacia Jerusalén, se le acerca uno corriendo, se arrodilla y le pregunta: “¿Maestro bueno, qué tengo que hacer para heredar vida eterna?”. Jesús, mirándole con cariño le responde: “Bien, que hayas cumplido los mandamientos. Pero, te falta una cosa: vete a vender lo que tienes, y dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; y anda, sígueme a mí”. El joven rico, que tenía muchas posesiones, se marchó entristecido. “Muy difícil, añadió Jesús, entrar en el Reino de Dios. Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que no que entre un rico en el Reino de Dios”. Los discípulos quedaron asustados: imposible, decían, esto no se puede. Jesús les replica: “Contando con Dios se puede y cierto que quien eso hace por mí y por la Buena Noticia recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna. Pero, todos aunque sean primeros, serán últimos y esos últimos serán primeros. (Mt 10, 17-31). Con mezcla de duda y asombro, siguieron caminando hacia Jerusalén. Pero entre ellos, Santiago y Juan vuelven a la idea de que Jesús podía ser el Mesías y se atreven a pedirle que el día en que eso suceda, los siente uno a su derecha y otro a su izquierda. Los otros diez, lógicamente, se indignaron al oír la propuesta. Jesús los calma y reuniéndolos aparte, les explica: -“Mirad, les dice, me seguís porque estáis dispuestos a compartir el Reino de Dios, que yo predico. Pero deseo que os quede claro que el Reino de Dios es también para este mundo, se puede y se debe implantar para conseguir una convivencia fraterna universal. Pero tal convivencia está a mil leguas de la que los grandes y jefes de los pueblos ejercen con tiranía y opresión, no encaja de ninguna manera con el Reino de Dios. Entre vosotros, el que quiera subir, sea servidor vuestro; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco este Hombre ha venido para que le sirvan sino para servir y para dar su vida en rescate de todos”. El viaje emprendido llegaba a su término con su entrada en Jerusalén. A Jesús le faltó tiempo para situarse y hacerse encontradizo con los mercaderes del templo: “Según está escrito, les dice, mi casa será casa de oración para todos los pueblos. Pero, vosotros la tenéis convertida en una cueva de bandidos”. Sus palabras y su acción llegan escandalosamente a los Sumos sacerdotes, Letrados y Senadores. Lejos de esquivarlos, Jesús los afronta públicamente, les muestra su ignorancia, los deja humillados y ellos, sintiéndose más que aludidos, hubieran buscado detenerlo, pero tuvieron miedo de la gente. La pelea no acabó ahí y unos y otros (letrados, fariseos, saduceos, senadores,…) no se daban descanso para cazarlo con preguntas comprometidas, poder prenderlo y darle muerte, pero no se atrevían en la fiesta de Pascua por temor a un tumulto popular en favor suyo. Llegó el mismo día de Pascua y los discípulos hablaron con Jesús dónde celebrarla. Emotiva y tremenda les iba a resultar aquella Pascua, pues Jesús trataría de hacerles ver que aquella Cena les debía recordar, siempre que la repitieran, que él no pactaba con los traidores, que renegaba de su proyecto y firmaba pacto de fidelidad al Reino de Dios, aunque le costase la vida. Dicha reunión debía recordarles que la toma del pan y del vino equivalía simbólicamente a la apropiación de su misma vida, un símbolo de fidelidad a las nuevas relaciones de igualdad, justicia y amor, propias de la fraternidad del Reino de Dios. Aún no habían acabado la Cena y les sorprendió el momento de la detención de Jesús. Hubo resistencia, pero Jesús la cortó en seco. Y en cuestión de segundos, los que venían por él, lo prendieron, no sin que antes les echara en cara la cobardía de no haberlo hecho cuando enseñaba en el templo. Y, en cuestión de unos instantes, Jesús vio que se quedaba solo. Todos lo abandonaron y huyeron. Siguió el juicio ante el Sumo sacerdote. Le interrogó. Jesús no contestaba. Y entonces toma la palabra el Sumo Sacerdote: “¿Tú eres el Mesías, el hijo de Dios bendito? – Yo soy, contestó Jesús. Oída la blasfemia, todos sin excepción pronunciaron sentencia de muerte. Apenas se hizo de día, lo condujeron y lo llevaron a Pilatos. Pilatos comienza a interrogarle y se extraña de cómo le responde Jesús, aunque sabía que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia y que habían sublevado a la gente para que soltara a Barrabás y no a Jesús. Pilatos pregunta entonces a la gente: ¿Qué hago con éste al que llamáis rey de los judíos? El grito del pueblo fue: - A la cruz con él. Y Pilatos, para darles satisfacción, se lo entregó para que lo azotaran y crucificaran. Después de ser crucificado, su cadáver fue puesto en un sepulcro excavado en la roca. El primer día de la semana, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé fueron muy de mañana al sepulcro. Entraron en él y un joven vestido de blanco les dijo: “No os espantéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí”. Jesús resucitó, se apareció primero a María Magdalena, se lo dijo a sus compañeros, que estaban llorando y se negaron a creerle; después se apareció por el camino a dos más, que tampoco los creyeron; y por último se apareció a los Once, cuando estaban a la mesa y les echó en cara su incredulidad y terquedad en no creer a los que lo habían visto resucitado. Y añadió: “Id por todo el mundo pregonando la Buena Noticia a toda la humanidad”.
Sin Jesús, nada justifica la presencia de la Iglesia en la historia. Y hablar de ella sin él, es ponerse a dar golpes en el vacío. El retorno a la persona de Jesús, es el que de una manera u otra, siempre ha subsistido en la Iglesia, por más que su figura y mensaje hayan quedado no pocas veces desvanecidos, tergiversados o incluso negados. Y esto es lo que explica que muchos, ante esta realidad mal conocida, muestren desprecio o indiferencia. Pero, se quiera o no, la realidad y la historia son lo que son, y la Iglesia, pese a sus errores y alianzas con el poder y el dinero, ha vivido y guardado siempre en sí, en millones de seguidores, la verdad de Jesús de Nazaret: “Salvador = Sanador”, liberador de la humanidad. El habla y representa a un Dios liberador, -liberador de todo pecado, de toda esclavitud y de la misma muerte- y , en consecuencia, todo en su Iglesia tiene que ser liberador: fe liberadora, ecoteología liberadora , liturgia liberadora, espiritualidad liberadora, política liberadora. Y, a este efecto, la narración de Juan Marcos, (años 50), sintetizada, demuestra que el Nazareno sobrevive y brinda a la humanidad la vacuna que él patentizó como sanadora del virus de la COVID-19. Pandemias de uno u otro género existieron y existirán siempre, pero no se las podrá neutralizar debidamente, si antes no se elimina la causa generadora de todas ellas: la negación de la fraternidad universal: extirpadora de la desigualdad, de la injusticia y de otros mil errores y desastres que con ella no existirían. Hace dos milenios que Jesús de Nazaret registró la vacuna, hoy tan obsesivamente buscada: “Todos vosotros sois hermanos “, que luego en 1948, la ONU solemnemente ratificó en la Declaración universal de los Derechos Humanos: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (Art. 1). Es esa, ni más ni menos, la misión con la que vino Jesús de Nazaret: anunciar la Buena Noticia a los pobres, la libertad a los cautivos y la libertad a los oprimidos, que en nuestro mundo tiene marca y vigencia en el capitalismo neoliberal globalizado. La novedad y peligrosidad de la COVID-19, es que se ha extendido a todas las naciones. Pero esta universalidad no es efecto de la casualidad ni, mucho menos, de la voluntad de Dios, sino efecto del egoísmo y avaricia humanas. La riqueza y la pobreza en abstracto no existen, existen personas, naciones y estados que se hacen ricos a base de explotar, robar y empobrecer a otras personas, naciones y estados. No habría empobrecidos sin empobrecedores, es una relación dialéctica. La maldad del poder y de la riqueza –del dios dinero - consiste en que la riqueza se convierte en instrumento para asegurar la creación y perpetuación de estas dos clases. Pues bien, estas dos clases, desiguales y hostiles, es el virus que elimina la vacuna sanadora de Jesús: Todos vosotros sois hermanos. Elimina la criminal hipocresía de quienes se creen con el derecho a dominar, invadir, explotar, crear hambre y pobreza, enfermedad y sufrimiento, guerras y muerte. Es la ley de los idólatras del dios dinero, que les consiente explotar, robar, empobrecer y matar; el virus radical, el más cruel y peligroso pero oculto, que se autojustifica como el más productivo, querido incluso y bendecido por Dios. Este marco de comprensión del sistema, generador de la pandemia actual, requiere análisis e investigaciones de las diversas ciencias, para discernir y extraer soluciones que pueden determinar la disolución ideológica y estructural de este inhumano sistema. La incompatibilidad del capitalismo neoliberal con el Evangelio es total, pero hay que encontrar alternativas socioeconómicas y jurídico políticas que traduzcan en realidad viva la igualdad, la justicia y la libertad, derivadas de la fraternidad universal. Erich Fromm, psicoanalista alemán, afirma que el hombre está totalmente solo salvo en la medida en que ayuda al otro; que se volvería loco si no pudiera librarse de su prisión al unirse a los demás hombres. El hombre primitivo se sentía uno con la Naturaleza, pero según se fue liberando de estos vínculos primarios, fue en aumento la angustia que le producía su soledad. El hombre actual se refugia en el rebaño para superarla, pero sus relaciones con los demás son tan superficiales que no le libran de la angustia.
La solución plena está en la fusión con otra persona en el amor. Este deseo de unión interpersonal es el más poderoso que actúa en el hombre, pero solo el amor maduro capacita para superar la soledad. Un amor es maduro cuando la unión preserva la propia identidad y la de las personas amadas. Amar es fundamentalmente dar, no recibir. Dar sin recibir a cambio puede considerarse como empobrecimiento o como virtud en el sentido de sacrificio, pero quizás su sentido más genuino sea expresión de potencia, de poder, de fuerza, de riqueza… La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo, y cuando se da así, no se puede dejar de recibir, y por eso, dar significa hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado. Pero hay muchos tipos de amor —dice Fromm—. El amor de una madre es incondicional; el niño no tiene que hacer nada para obtenerlo. El amor del padre hay que ganarlo y puede perderse. La relación entre la madre y el niño es de desigualdad, en la que uno necesita toda la ayuda y la otra la proporciona. Este altruismo es considerado como la forma más elevada de amor y el más sagrado de todos los vínculos emocionales, pero la madre recibe más que el niño porque se trasciende en el niño; porque su amor por él colma de sentido su vida. El amor fraterno se caracteriza por su falta de exclusividad, y en él se realiza la solidaridad humana. Si percibo en una persona solo lo superficial, percibo fundamentalmente las diferencias; percibo lo que nos separa. Si penetro hacia el núcleo, percibo nuestra identidad, nuestra hermandad. El amor comienza a desarrollarse si amamos a los que no necesitamos. El amor a Dios también puede tener su origen en la necesidad de evitar la angustia de la soledad a través de la unión con alguien. Cuando la religión ha tenido un carácter matriarcal, los dioses se han caracterizado por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que, aunque haya pecado, su Madre le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables. En las etapas patriarcales, ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por el más obediente y capacitado, y las cosas se complican… Quizás, el pasaje evangélico que mejor muestre el amor de Dios —de Abbá—, sea el del hijo pródigo. En expresión de Ruiz de Galarreta; «Jesús tiene la osadía de comparar a Dios con el paterfamilias venerable que echa por la ventana su dignidad y la mitad de su hacienda, porque ha recuperado al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa muerto de miseria». Nada de ofensas, nada de reproches, solo el amor incondicional de un padre; un amor que precisamente por su incondicionalidad es más propio de una madre. Podemos sentir a Dios como un Padre que nos recompensará por nuestras buenas obras en el momento de la muerte, y podemos sentir el amor incondicional de una Madre y responder a su amor amando a sus hijos; porque Dios no necesita nada de nosotros, pero tiene hijos que sí nos necesitan. En mi pueblo había muchos. Personas que con una varita o con una varita o con un péndulo iban indicando dónde había agua en el subsuelo. Y su trabajo era indispensable antes de hacer un pozo o estudiar una posible fuente.
Cierto que lo hacían con un tanto de misterio y no les gustaba que nadie lo presenciase. Lo bueno era que sacaban agua y acertaban ¡a qué profundidad! Esto me sugiere que hoy necesitamos también “zahoríes” a la hora de evangelizar. Personas que sepan leer, detectar, descubrir la presencia de Dios ahí en las personas con las que trato. Primero se necesita la varita mágica. Esa es mi actitud de fe, mi olfato cristiano que siento dónde se realiza el Reino de Dios, dónde se dan los valores del Reino de Dios. Si a una persona yo le echo un chaparrón de mensaje cristiano, le inundo, le mojo, pero es agua que va corriendo y apenas queda nada en el cuerpo. Igual, lo mismo hago muchas veces cuando echo un sermón y cae como chaparrón a las personas. Me falta escucharlos, descubrir la presencia de Dios, pues, antes de que yo vaya a las personas, Jesús ya está ahí. Se trata de sintonizar igual que el imán acoge los materiales que le son propios. El zahorí utiliza una técnica ancestral llamada radiestesia que estimula la consciencia de los sentidos, normalmente con la ayuda de elementos que amplifican las radiaciones, como el péndulo o varillas. Necesitamos lo que estimule la consciencia de mis sentidos, de mi adhesión a Jesús, para que quede pegado a Él, con la ayuda de la palabra, pero sobre todo del silencio cuando yo anuncio el evangelio. Ahí tenemos algunas pistas que nos han dado Jesús: “lo que hacéis a uno de los pequeños, a mí me lo hacéis” “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, ahí estoy yo”. Para ello, puedo usar más que lecciones, parábolas de hoy, porque eso me va a acercar a la presencia de Jesús. Si la teología de Jesús no consistía en construir el Reino, sino acogerlo, la pedagogía de Jesús no puede ser el anuncio, hablar, hablar, hablar, sino escuchar, escuchar, escuchar. Con todos los sentidos. Vamos descubrir el agua como el zahorí. De las tres parábolas con que responde Jesús a los jefes religiosos, (los dos hijos a la viña, los viñadores homicidas y el banquete de boda), la de hoy es la más provocadora. Al rechazo de los jefes responde Jesús con suma crudeza. Esta parábola se narra ya en el evangelio de Mc, del que copian Mt y Lc. Cuando se escriben estos evangelios ya se había producido la muerte de Jesús, la destrucción de Jerusalén y la separación de los cristianos de la religión judía. Era muy fácil anunciar como profecía, lo que había sucedido ya.
Aunque el relato puede verse como parábola, el mismo Mt nos la presenta como una alegoría, donde a cada elemento del relato, corresponde un elemento metafórico espiritual. El propietario es Dios. La viña es el pueblo elegido. Los labradores son los jefes religiosos. Los enviados una y otra vez, son los profetas. El hijo es el mismo Jesús. Los frutos que Dios espera son derecho y justicia. El nuevo pueblo, a quien se ha entregado la viña que tiene que producir abundantes frutos, es la comunidad cristiana. El relato del evangelio es copia casi literal del texto de Isaías. Pero si nos fijamos bien, descubriremos matices que cambian sustancialmente el mensaje. En Is el protagonista es el pueblo(viña), que no ha respondido a las expectativas de Dios; en vez de dar uvas, dio agrazones. En Mt los protagonistas son los jefes religiosos (viñadores), que quieren apropiarse de los frutos e incluso de la misma viña. No quieren reconocer los derechos del propietario. Pero al final se retoma la perspectiva de Isaías, pero se dice que la viña será entregada a otro pueblo, cosa que ni a Isaías ni a Jesús se le podría ocurrir. Como en los domingos anteriores, se nos habla de la viña. Una de las imágenes más utilizadas en el AT para referirse al pueblo elegido. Seguramente Jesús recordó muchas veces el canto de Isaías a la viña. Sin embargo, no es probable que la relatara tal como la encontramos en los evangelios. No solo porque en él se da por supuesto la muerte de Jesús y el total rechazo del pueblo de Israel, sino también porque a ningún judío le podía pasar por la cabeza que Dios les rechazara para elegir a otro pueblo. Por lo tanto, está reflejando una reflexión de la comunidad cristiana muy posterior a Jesús. “Se os quitará la viña y se dará a otro pueblo que produzca sus frutos”. Una manera muy bíblica de justificar que los cristianos se consideraran ahora el pueblo elegido. Esto era inaceptable y un gran escándalo para los judíos que consideraban la Ley y el templo como la obra definitiva de Dios, y ellos sus destinatarios exclusivos. El relato no sólo justifica la separación, sino que también advierte a las autoridades de la comunidad que pueden caer en la misma trampa y ser rechazada por no reconocer los derechos de Dios. Recordemos que entre la Torá (Ley) y el mensaje del Jesús, existe un peldaño intermedio que a veces olvidamos y que, seguramente, hizo posible que la predicación de Jesús prendiera, al menos en unos pocos. Recordad las veces que se dice en el evangelio: “para que se cumplieran las escrituras”. Ese escalón intermedio fueron los profetas, que dieron chispazos increíbles en la dirección correcta, aunque no fueron escuchados. Muchas de las enseñanzas de Jesús, y precisamente las más polémicas, ya las encontramos en ellos. “La piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra angular”, da por supuesto la apreciación cristiana de la figura de Jesús. Jesús no pudo contemplar el rechazo del pueblo judío como la causa de su propia muerte. Jesús nunca pretendió crear una nueva religión, ni inventarse un nuevo Dios. Jesús fue un judío por los cuatro costados y nunca dejó de serlo. Si su predicación dio lugar al nacimiento del cristianismo, fue muy a su pesar. El traspaso de la viña a otros, sobrepasa con mucho el pensamiento bíblico. En el AT el pueblo de Israel es castigado pero permanece como pueblo elegido. Tendremos verdadera dificultad en aplicarnos la parábola si partimos de la idea de que aquellos jefes religiosos eran malvados y procedían con mala voluntad. Nada más lejos de la realidad. Su preocupación por el culto, por la Ley, por defender la institución, por el respeto a su Dios, era sincera. Lo que les perdió fue la falta de autocrítica y confundir los derechos de Dios con sus propios intereses. De esta manera llegaron a identificar la voluntad de Dios con la suya propia y creerse dueños y señores del pueblo. No se pone en duda que la viña de frutos. Se trata de criticar a los que se aprovechan de los frutos que corresponden al dueño. A Jesús le mataron por criticar su propia religión. Atacó radicalmente los dos pilares sobre los que se sustentaba. No criticó el templo y la Ley en sí sino la interpretación que hacían de ambos. También nuestros dirigentes son administradores y no dueños de la viña. La tentación de aprovechar la viña en beneficio propio es hoy la misma que en tiempo de Jesús. No tenemos que escandalizarnos de que en ocasiones, nuestros jerarcas no respondan a lo que el evangelio exige. La historia nos demuestra que es muy fácil caer en la trampa de identificar los intereses propios o de grupo, con la voluntad de Dios. Esta tentación es mayor cuanto más religiosa sea la comunidad. Esa posibilidad no ha disminuido un ápice en nuestro tiempo. El primer paso para llegar a esta nefasta actitud es separar el interés de Dios, del interés del ser humano concreto y personal. El segundo paso es oponerlos. Dados estos pasos, ya tenemos justificado que se pueda machacar impunemente al hombre en nombre de Dios. ¿Qué espera Dios de mí?. Dios no puede esperar nada de mí porque nada puedo darle. Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros. Lo que Dios quiere es que todas y cada una de sus criaturas alcance el máximo de ser. Como seres humanos, tenemos que alcanzar nuestra plenitud, precisamente por nuestra humanidad. Desde que nacemos tenemos que estar en constante evolución. Jesús alcanzó esa plenitud y nos marcó el camino para que todos podamos llegar a ella. ¿De qué frutos nos habla el evangelio? Los fariseos eran los cumplidores estrictos de la Ley. El relato de Isaías nos dice: “esperó de ellos derecho y ahí tenéis asesinatos; esperó justicia y ahí tenéis lamentos”. En cualquier texto de la Torá, hubiera dicho: “esperó sacrificios, esperó un culto digno, esperó oración, esperó ayuno, esperó el cumplimiento de la Ley”. Pedir derecho y justicia es la prueba de que el bien del hombre es lo más importante. Jesús da un paso más. No habla ya de “derecho y justicia”, que ya es mucho, sino de amor desinteresado, que es la norma suprema. La denuncia nos afecta a todos, porque todos tenemos algún grado de autoridad y todos la utilizamos buscando nuestro propio beneficio, en lugar de buscar el bien de los demás. No sólo el superior autoritario que abusa de sus súbditos, como esclavos a su servicio, sino también la abuela que dice al niño: “si no haces esto, o dejas de hacer aquello, Jesús no te quiere”. Siempre que utilizamos nuestra superioridad para domesticar a los demás, estamos apropiándonos de los frutos que no son nuestros. Meditación Si en nuestro interior descubrimos alguna queja contra Dios, no hemos entendido nada de lo que Dios es para nosotros y nuestra relación con Dios será inadecuada. El primer paso seguro hacia Dios es descubrir que Él ya ha dado todos los pasos hacia mí. Responder a ese don total, es nuestra meta. Acto I: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia 735 a.C.
El murmullo se apaga lentamente. Cuando se hace silencio, Isaías se dirige a la gente congregada: «Voy a cantar una canción de amor. Del amor de mi amigo a su viña». El público sonríe incrédulo. No imagina al profeta cantando una canción de amor. Lo más frecuente en él son denuncias y elegías. La canción habla del trabajo entusiasta que dedica su amigo a una hermosa viña: entrecava el terreno, lo descanta, plata buenas cepas, construye una atalaya y, esperando una magnífica cosecha, cava un lagar. Al cabo del tiempo, la viña, en vez de dar uvas hermosas y dulces, da ácidos agrazones. Isaías aparta la cítara y mira fijamente al público: «Ahora os toca a vosotros hacer de jueces entre mi amigo y su viña. ¿Podía hacer por ella más de lo que hizo?». La gente guarda silencio e Isaías continúa: «Voy a deciros lo que hará mi amigo: derribará su valla para que sirva de pasto a ovejas y cabras, para que la pisoteen mulos y toros; la arrasará para que crezcan en ella zarzas y cardos, y prohibirá a las nubes que lluevan sobre ella». El profeta se interrumpe y pregunta de nuevo: «¿Quién es mi amigo y cuál es su viña?». Pero no da tiempo a que nadie intervenga: «La viña del Señor sois vosotros, los hombres de Israel y de Judá. Dios ha hecho mucho por vosotros, y esperó a cambio que practicarais el derecho y la justicia, que os portarais bien con el prójimo. Pero sólo habéis producido asesinatos y provocado lamentos». Acto II: Explanada del templo de Jerusalén. Hacia año 29 de nuestra era. Jesús acaba de contar a los sacerdotes y senadores la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice: -Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar… -Esa ya la sabemos, comenta uno en voz alta. Esa no es tuya, es de Isaías. Jesús no se inmuta. Y la parábola toma de repente un rumbo imprevisible. A diferencia de la viña de Isaías, esta sí da fruto. El problema no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario. El drama se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labradores?» A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados. Tres grandes enseñanzas
La complicada historia de la parábola Ya que esta parábola sólo se encuentra en el evangelio de Mateo, se discute si la contó realmente Jesús o es creación del evangelista. Cabe una tercera postura: la parábola la contó Jesús, pero fue adaptada más tarde por Mateo. En esta última hipótesis, la parábola primitiva hablaría sólo del envío de los criados, los profetas, a los que los viñadores apalean, matan o apedrean. Y terminaría con las palabras: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.» Cuando mataron a Jesús, los primeros cristianos pensaron que este era el mayor crimen, y Mateo habría añadido las palabras referentes al envío y la muerte del hijo. En la misma línea de subrayar la importancia de Jesús se habrían añadido las palabras del Salmo 118,22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente». Es un cambio fuerte de metáfora. Los viñadores se convierten en arquitectos, y el hijo en una piedra. Los constructores la desechan, porque no la consideran válida como piedra angular, la que soporta el peso de todo el arco. Sin embargo, Dios la coloca en un puesto de privilegio. Con este añadido, la parábola pierde en claridad, pero advierte a las autoridades religiosas que su crimen no ha servido de nada, y alegra a los cristianos con la certeza del triunfo de Jesús. La paz de Dios y la forma de conseguirla (Filipenses 4,6-9) La lectura de Pablo comienza con las palabras: «Nada os preocupe», y repite más adelante dos promesas muy parecidas: «La paz de Dios custodiará vuestros corazones» y «el Dios de la paz estará con vosotros». La paz, siempre necesaria, lo es quizá más en este tiempo. Pablo indica a los cristianos de Filipos tres recursos para conseguirla: 1) la oración, la súplica y la acción de gracias; 2) tener en cuenta todo lo que es virtud o mérito; 3) poner por obra lo que recibieron, oyeron y vieron en él. Si reflexionamos sobre estos recursos y los ponemos en práctica, conseguiremos la paz de Dios. De nuevo Mateo nos presenta a Jesús invitando a sus oyentes a imaginar una historia y reaccionar ante lo que en ella acontece. Este relato se situ en los acontecimientos que se desarrollan en Jerusalén y que terminarán con la crucifixión de Jesús.
Desde su llega a Jerusalén (Mt 21) Jesús vive un conflicto abierto con las autoridades religiosas que cuestionan su autoridad y su mensaje. La parábola que recordamos hoy forma parte de la conversación que él tiene con los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo dentro del recinto del Templo (Mt 21, 23) y que está unida con la que escuchábamos el domingo pasado (Mt 21, 28-32) y que continuará en el capítulo siguiente (Mt 22) . Escuchad esta otra parábola La parábola presenta a un señor que arrienda una viña a unos campesinos y cuando envía a sus empleados a recoger la parte de la cosecha que le corresponde por el arriendo, los labradores reiteradamente se niegan a entregarle su parte y lo hace de forma violenta, matando a los emisarios. El hecho de que ricos terratenientes, que vivían en las ciudades, arredraran a campesinos sin tierras sus propiedades en el campo a cambio de parte de la cosecha era una situación frecuente en la Palestina del siglo I. Una realidad que no sería dramática para el arrendatario sino estuviese agravada por los impuestos que debían de pagar tanto en forma de diezmos a los sacerdotes como de tributos al Roma y a Herodes y que apenas les permitía quedarse con un mínimo para sus sustento y el de sus familias. Esta carga económica suponía con frecuencia un progresivo endeudamiento de los campesinos que podía llevarlos a la pobreza absoluta incluso a la esclavitud. Esta situación generaba cada vez mayor inestabilidad social produciéndose diversos movimientos campesinos en contra de los abusos de las elites o de los romanos. Partiendo de este contexto conocido, Jesús desafía a sus oyentes a identificarse con los viñadores homicidas revelándoles así que es consciente de que su vida está amenazada porque ellos, como líderes religiosos de Israel, están actuando como los arrendatarios de la parábola. La alusión a la viña evoca textos proféticos de Isaías y Jeremías reforzando así su denuncia de la tradición que ellos están cometiendo contra la alianza que Dios hizo con Israel: “La viña del Señor todo poderoso es el pueblo de Israel…Esperaba de ellos derecho y no hay más que asesinatos, esperaba justicia y solo hay lamentos” (Is 5,1-7) “Yo te había plantado como viña selecta, llena de las mejores cepas. ¿Cómo te has convertido en cepa degenerada?” (Jr 2,21). De este modo Jesús se identifica con el Hijo de la parábola y actualiza en su propia vida la memoria profética de Israel. Su anuncio del Reino es una llamada clara a escuchar al@s pobres, a l@s oprimid@s... a buscar la justicia, a no convertir la religión en una excusa para el abuso. Dios quiere que cuiden de su viña, que la hagan fructificar desde la acogida, la bondad y el perdón. La piedra que rechazaron los constructores Mateo al recoger en su evangelio esta parábola le va a dar un toque personal para confirmar la fe de su comunidad que estaban experimentando el rechazo den sus hermanos judíos por su fe en Jesús. Mateo invita a sus oyentes a reconocer en la parábola el destino de Jesús. Él era el hijo asesinado y su muerte en la cruz demostraba una vez más la infidelidad de Israel al camino que Dios le había propuesto. La pregunta puesta en boca de Jesús al final de la parábola: ¿qué hará el dueño de la viña con estos viñadores? (Mt 21, 40) tiene en el testimonio de quienes le siguen una respuesta clara: Lo habían matado, pero Dios lo había resucitado confirmando así su vida y su mensaje. Desde esta certeza pueden recordar las palabras del salmo 118. En ellas sostienen su esperanza porque saben que los que se creían arquitectos de la fe han fracasado en su elección. Jesús es la piedra angular desde la que construir comunidad (Sal 118, 22- 23) y por eso, pueden afrontar el rechazo, el abandono como lo había afrontado Jesús. Ellos y ellas son ahora los llamados y llamadas a cuidar la viña de Dios y han de hacerlo desde la justicia, la bondad y el perdón. Ellos y ellas, como comunidad del Reino han de dar fruto abriendo las puertas de su casa a quien quiera escuchar su mensaje y encuentre junto a ellos y ellas un camino de vida y salvación. Hoy, herederas y herederos de aquellas comunidades primeras como la de Mateo, seguimos estando invitadas/os a cuidar la viña de Dios, a cuidar a nuestros hermanos y hermanas, a construir espacios de sororidad y fraternidad, al estilo de Jesús que es la piedra angular de nuestra casa. La parábola nos invita al discernimiento para que no nos apropiemos del mensaje del Reino, desvirtuándolo y alejándolo del horizonte al que señaló Jesús. El horizonte de los/as pequeños/as, de los perseguidos/as, de los abandonados/as, el horizonte del amor compasivo de Dios. |
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