Han pasado muchos siglos desde que Jesús dejó los mimbres de la primera Iglesia o comunidad de seguidores, pero dejando que se organizasen sin definir normas más allá del mandamiento del amor y de la evangelización. Después de dos mil años, nuestra época no es mejor ni peor que otras, sino distinta; pero es la nuestra, en la que somos los actores de la Iglesia de hoy con el mismo objetivo de hace dos mil años a través del ejemplo de vida, como el Maestro nos enseñó. De aquella Iglesia primitiva, la más cercana en el tiempo a la vida de Jesús, destacan varias características:
• Tenía atractivo, su estilo de vida era una Buena Noticia. • Era una Iglesia con una vivencia comunitaria. • Las dificultades existieron desde el principio y no sólo fueron internas (grandes diversidades culturales y con visiones teológicas diferentes) sino también externas: el Mensaje no podía estar anclado en la ley sino en la vivencia religiosa por la entrega a los demás. No es tanto una confesión como un comportamiento. Si Dios es amor y estamos hechos a su imagen y semejanza, todos somos reflejo de Dios ¿Somos los buenos porque nos han regalado la fe? ¿Por qué ese empeño en cambiar al otro? Evangelizar no es adoctrinar, lo recuerda constantemente el Papa. Dios creó las culturas y la diversidad, dentro de una igualdad en dignidad humana ¿Hay algún Dios que nos pide que transformemos a nuestro gusto lo que Él ha hecho al suyo? ¿Quién nos ha revelado que hay que cambiar los corazones violentando voluntades? Jesús acogió, perdonó, denunció pero no impuso nada como lo atestigua su muerte en la cruz. A veces, en lugar de instrumentos de Dios somos los que borramos la mejor cara de Dios. La fe es un regalo, hemos sido los elegidos, no para la salvación, que puede alcanzarla todo ser humano, sino para dar testimonio de la presencia de Dios entre muchos que esperan conocer la verdadera Buena Noticia. Todavía necesitamos hacernos este tipo de preguntas, con humildad: ¿Estamos saturados de institucionalización? ¿Aceptamos que Dios se manifiesta también en lo profano? ¿Cómo olvidarnos que el Evangelio transpira pura fuerza amorosa? ¿No es lo específicamente católico ilusionarse pensando en una humanidad vibrando a ritmo de amor? ¿Aceptemos el enriquecimiento que viene del que no es de nuestra Iglesia? Los cristianos debiéramos preocuparnos menos por la increencia y más por la indiferencia. Pasan muchas cosas que exigen tomar postura. No nos olvidemos que los profetas anunciaron ¡denunciando! Jesús también denunció muchas situaciones injustas frente al judaísmo de entonces que vivía en el conformismo centrado en la dictadura de los preceptos. Es muy grave que muchos católicos de la Iglesia en países ricos no deseemos cambios de verdad sino la prolongación de lo que tenemos. El Concilio reforzó y actualizó el Anuncio pero el problema está en la sociedad del bienestar que no siente la misericordia bíblica ni experimenta indignación ante tanta desigualdad, sino satisfacción por lo que posee. Los cristianos del bienestar no paramos de hablar de los pobres y actuar a favor de los ricos. Los demás sólo cambiarán si primero cambiamos nosotros. El sentido liberador de la cruz se nos escapa. La vida del cristiano es el único Evangelio que mucha gente leerá en toda su vida, en palabras que solía repetir Hélder Cámara. ¿En qué nos diferenciamos de los que no son de la Iglesia? La vida nos mezcla en el trabajo y en la diversión, en la pandemia y en las dificultades y a veces, hasta destacamos por nuestra falta de amor. Nuestras inconsecuencias llevan a muchos al placebo de las sectas. La Iglesia no es la jerarquía, es toda la comunidad: fieles de a pie en su mayoría… ¿Se parece al estilo, aunque adaptado a los tiempos, de las primeras comunidades? ¿Nos sentimos interpelados con aquellos que sufren, aquí y ahora? ¿Cuál es el estilo de Iglesia que tenemos, en la propia relación comunitaria entre nosotros?
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Iniciando la segunda oleada del coronavirus, donde ya las cifras son preocupantes, recordamos aquella obra de Soren Kierkegaard: “La enfermedad mortal o Tratado sobre la desesperación”, que quiere ser una continuación del concepto de angustia, tratado en otra obra anterior. Cuando invertimos y vaciamos el sentido de nuestra existencia, caemos en esa sinfonía maldita de la angustia o la desesperación, una enfermedad del yo, una enfermedad del espíritu. La pandemia, ha acentuado ese lado oscuro de la angustia y el pesimismo en muchas personas, es necesario transformar esa sensación en sabiduría positiva.
La segunda oleada del virus se está adelantando al otoño, posiblemente por la desescalada precipitada, la falta de responsabilidad en el uso de mascarillas y distancia social, la movilidad, el turismo, botellones y ocio nocturno, perdiendo el respeto al virus. Los datos no son muy alentadores, somos el país europeo con mayor incidencia, justo al inicio de la apertura de colegios e institutos, donde la distancia social será muy difícil de controlar. Hemos visto que economía y pandemia van de la mano, es necesario una gestión efectiva de la pandemia, así como una actitud responsable para evitar un nuevo confinamiento, que posiblemente sería insostenible económicamente. La primera oleada ya nos sorprendió, destruyo muchas vidas, paralizó la sociedad y la economía, cambiando de repente el mundo y nuestras vidas. La crisis va ha continuar, a pesar de los nuevos medicamentos y las futuras vacunas, sabemos que después de todo lo que estamos viviendo, la vida no va a ser igual que antes. La crisis vírica, económica, de sentido, nos está haciendo ver y palpar nuestra condición finita y vulnerable, una señal de alarma que nos está llamando a cambiar de mentalidad, a la conversión y a la renovación. Una renovación que no se debe quedar en el ámbito más local y nacional, el fenómeno de la pandemia está profundamente unido al fenómeno de la globalización. Este fenómeno ha provocado grandes beneficios a los grandes organismos económicos y políticos, generando un sistema de explotación de numerosos pueblos y áreas del mundo, generando un sistema de dependencia de los países mas desprotegidos, globalizando también la indiferencia. Acompañado de un consumismo cada vez mas desbocado y sonrojante, sobre todo en las sociedades más avanzadas. La globalización ha creado muchas conexiones entre todas las partes del mundo, la integración económica, la comunicación mundial, pero no ha logrado crear “una casa común”. Por otro lado, la globalización ha sido incapaz de legislar los fundamentos de su poder, ni crear autoridades globales, la primera respuesta al virus ha venido de los estados nacionales, que se presentan como salvadores de la sociedad. Este sistema bipolar, continuará para hacer frente a la pandemia, ya que una actuación global sobre la misma, sería imposible sin la intervención de los Estados-nación, que son los únicos que tienen mecanismos coercitivos efectivos. Otro de los fenómenos de estos meses de pandemia, es que se ha acentuado la globalización del miedo, que muchas veces puede ser un instrumento de los poderosos del mundo que guían y orientan para conseguir sus fines. Antes de la pandemia ya vivíamos en una incertidumbre constante, cuanto mayor era el bienestar material, más afloraba la sensación de inseguridad, adobado por la postverdad y la difusión, cada vez más, de noticias falsas. El miedo generalizado en numerosas personas puede comienzar a dominar todas las relaciones sociales, incidiendo a su vez sobre la conciencia y la conducta colectiva. Ahí se puede volver peligroso, ya que puede transformar nuestra manera de ver el mundo y de relacionarnos con los otros, ya que nos paraliza y nos deja en estado de vulnerabilidad. El miedo siempre es mal consejero, pero también, como comentaba G. Agamben, nos hace que aparezcan muchas cosas que uno pretende no ver. Superada la crisis, la arquitectura económica y política globalizada deberá ser reformada, haciéndola más eficiente para poder desplegar un orden comercial que sea un instrumento esencial para la prosperidad, la estabilidad económica y la paz mundial. De forma individual, debemos sacar de la fuente de la vida, valor, fortaleza, alegría y sobre todo esperanza, para un nuevo comienzo. Sólo para quien ya no tiene esperanza ha sido dada la esperanza, dada no solo con palabras, sino con gestos elocuentes, acompañando a muchos, que la crisis los ha puesto al borde del abismo y de la desesperación. Es necesario redescubrir lo esencial del bien común, en plena pandemia fue ese gesto de responsabilidad de todos, ha consistido hacerse cargo del peso del otro, para evitar que el virus circulara y se transmitiera sobre todo a los más vulnerables. Esa responsabilidad y esperanza, se debe tornar en solidaridad, concienciarnos de la injusticia global y despertarnos para escuchar el clamor de los más necesitados, no solo en la pandemia, sino dar pasos para una sociedad más justa. La solidaridad encierra en su significado, un elemento profundo e intangible: lo común. Es aquello que nos une y engrana, desde el respeto y la empatía, para sumar esfuerzos y actuar como un todo. Ahora, es el momento de actuar unidos, con solidaridad podemos superar todas las crisis que estamos viviendo. En el fondo de nosotros sabemos que esta crisis puede ser una oportunidad para impulsar ese cambio que todos esperamos. La esperanza puede vencer al miedo, un nuevo impulso de altruismo puede vencer al cierre egoísta, una activa solidaridad con los más necesitados puede vencer a la soledad (W. Kasper También Jesús no envía hoy como comunidades cristianas a expulsar demonios, a sanar la vida y las relaciones allá donde el egoísmo, el poder, la violencia y la injusticia fractura lo humano y la creación. Es un envío desde la sencillez de nuestras vidas y la solidaridad con los vulnerados y vulneradas. Es un envío humilde, pues nuestra fortaleza es Jesús mismo y la confianza en que Él viene con nosotros y nosotras urgiéndonos a salir de los caminos trillados para abrirnos a la novedad del Evangelio en las periferias sociales y existenciales de las que a veces preferimos huir. En este envío somos sanados y sanadas por el poder liberador del sacramento del encuentro y la projimidad humana, donde el rostro de Dios se nos revela con más nitidez y nos abraza como un misterio accesible en la cotidianidad de nuestra vida.
Nos envía de dos en dos, sin embargo, nuestra fe y nuestro compromiso frecuentemente tienen déficit de comunidad y una de las amenazas permanente del cristianismo es convertirse en una religión individualista e intimista, lo cual nada tiene que ver con su esencialidad. También hemos terminado por relativizar la opción por la pobreza y la sencillez como estilo de vida, de manera que con nuestras prácticas y omisiones domesticamos la memoria peligrosa y subversiva de Jesús en la historia, haciendo del cristianismo una religión burguesa. Pero el cristianismo es la religión del amor que se hace carne, cuerpo social, comunitario, amor político. La comunidad es lugar de reconocimiento del Resucitado como dinamismo de vida y liberación en nuestro mundo, que nos mueve a no pactar con la injusticia ni con la deshumanización en nuestros ambientes, y es también lugar de envío. Nos urge a salir de la autoreferencialidad, la sacristía y el gueto para ser iglesia en salida. ¿Cómo fortalecer y suscitar el sentido comunitario y de envío frente al sálvese quien pueda y la deriva individualista hacia la que el sistema nos empuja? Tradicionalmente, la Teología ha estado bastante alejada del mundo de las ciencias de la naturaleza, cuando no enfrentada al sentirse atacada. Por lo general, los estudiantes de Teología o de Ciencias Religiosas suelen proceder de ámbitos culturales en los que las “ciencias” (sobre todo, lo que en el siglo XIX se llamaban “ciencias experimentales, naturales o ciencias de la naturaleza”, como la Física, Química, Biología, Geología…) se percibían como un campo misterioso y lejano de los intereses religiosos o pastorales. Es más: si se revisan las guías didácticas de las disciplinas teológicas en las Facultades, no suelen estar demasiado presentes los retos que las ciencias naturales y sociales plantean a las que podemos llamar en un sentido muy general las Ciencias Religiosas.
No es frecuente que los teólogos profesionales tengan formación en Ciencias experimentales, en Matemáticas o en tecnologías. No suele ser frecuente que los centros teológicos incluyan entre sus disciplinas troncales contenidos que impliquen el dominio del método de las ciencias. Por ello, los alumnos que se forman en estos centros suelen manifestarse como “de letras”, como si se identificase la Teología con las humanidades clásicas. Aunque ahora se van introduciendo aspectos de bioética, sin embargo los problemas que el desarrollo de la ciencia moderna presenta a las religiones, no suele tener una presencia ni siquiera testimonial en los programas. Sin embargo, en los países anglosajones, la Teología parece ser más sensible a esta problemática y en estos últimos años la reflexión sobre los retos de las ciencias a la Teología ha aumentado considerablemente, tal como se puso de manifiesto en el Congreso Mundial de Metanexus celebrado en Madrid por vez primera en 2008. No ha sido frecuente, hasta fechas muy cercanas, el que los teólogos (tanto estudiantes, como licenciados en teología o en ciencias religiosas, profesores de religión, o profesores de teología) sepan dialogar fluidamente y de igual a igual con el mundo científico y éste con los teólogos. El mundo de los científicos ha podido percibirse desde los ámbitos teológicos o eclesiásticos como un ámbito misterioso de conocimientos difíciles, especializados, afectiva-mente poco cercanos al mundo de las religiones. En los últimos años del siglo XX ha aparecido un concepto que creemos de interés retomar para el marco educativo de una Facultad de Teología. Este concepto es el de “alfabetización científica”, muy enlazado con otro concepto que, en algunos ambientes eclesiásticos ha creado polémica: el de “educación para la ciudadanía”. Los nuevos contextos socialesAl alborear el siglo XXI se están dando una serie de fenómenos que no conviene dejar a un lado:
Si en un principio se consideraba, y aún hoy se sigue considerando de una manera implícita por un elevado porcentaje del profesorado, que dicha finalidad era formar futuros científicos, en este momento los objetivos de dicha enseñanza deben ser “educar científicamente a la población para que sea consciente de los problemas del mundo y de su posibilidad de actuación sobre los mismos, de su capacidad de modificar situaciones, incluso ampliamente aceptadas”. Esta finalidad de la enseñanza de las ciencias, desde nuestro punto de vista, no sólo es aplicable a la Educación Secundaria, sino también a la Universitaria, e incluso a la facultad de Teología y centros de formación en Ciencias Religiosas. Los científicos (en sentido restringido) no deben olvidar en su trabajo diario las implicaciones sociales de la ciencia y su faceta de ciudadanos, y esta formación la deben recibir paralelamente a su preparación científica. El significado que aquí defendemos de lo que debe ser esta educación científica queda reflejada en las siguientes palabras de la profesora Berta Marco: “Formar ciudadanos científicamente cultos no significa hoy dotarles sólo de un lenguaje, el científico –en sí ya bastante complejo- sino enseñarles a desmitificar y decodificar las creencias adheridas a la ciencia y a los científicos, prescindir de su aparente neutralidad, entrar en las cuestiones epistemológicas y en las terribles desigualdades ocasionadas por el mal uso de la ciencia y sus condicionantes socio-políticos.” Esta opción sobre lo que es la educación científica está directamente relacionada con dos conceptos que ahora conviene precisar: Alfabetización científica y Educación para la ciudadanía. 1. Alfabetización científica¿Qué se quiere decir con alfabetización científica? Las pedagogías críticas buscan redefinir el concepto de alfabetización. Durante mucho tiempo se ha estado muy preocupado y se sigue estando por el tema de la alfabetización, es decir, por conseguir unos niveles mínimos de conocimientos entre la población, que incluyen no solo leer y escribir y las cuatro reglas, sino algo más. La extensión en gran parte de los países de la Educación Obligatoria hasta los 16 años, es un indicativo de los que hoy divide a los analfabetos de los alfabetizados. La alfabetización científica supone lo mismo, pero desde el campo científico, y en particular, desde el campo de las ciencias de la naturaleza. Y esto por una razón: las ciencias de la naturaleza se prestan a aplicar el método científico con más facilidad que a las ciencias sociales (que son procesos de gran complejidad). “La alfabetización científica implica capacitar la los ciudadanos para una hermenéutica que desentrañe los mitos y creencias que articulan nuestras percepciones y nuestras experiencias, nuestro mundo personal y social. Asimismo, capacitar para asociar esta reconceptualización de la alfabetización crítica a una teoría del conocimiento que reconozca su construcción social y, por eso, su posibilidad de consonancia con una perspectiva política liberadora –alfabetización para la ciudadanía- revitalizando lo público y radicalizando la democracia” Es necesario que la ciudadanía posea unos niveles mínimos de conocimientos científicos para poder participar democráticamente en la sociedad, es decir, para poder ejercer una ciudadanía responsable. 2. Alfabetización científica y educación para la ciudadaníaEs necesario potenciar una alfabetización científica para lograr una educación de la ciudadanía. Esta significa que toda la población sea capaz de comprender, interpretar y actuar sobre la sociedad, es decir, que sea capaz de participar e incidir activa y responsablemente sobre los problemas del mundo, con la conciencia de que es posible cambiar la sociedad en que vivimos, y que no todo está determinado desde un punto de vista biológico, económico y tecnológico. La cuestión es: ¿Cómo lograr esa educación para la ciudadanía? La respuesta no es fácil, y hay incluso quien apunta que mientras no se definan cuáles son las formas de participación ciudadana es muy difícil determinar cuáles son los requisitos de aprendizaje para lograrlo (Cutcliffe, 1990). El debate suscitado entre diversos sectores sociales, políticos y religiosos en España, posteriores a estos artículos que citamos, es un exponente de la confusión y carencia de asimilación de determinados componentes de la sociedad actual para lo que ya no hay marcha atrás. Problemática para los estudiantes de Teología (y Ciencias Religiosas)Como decían en la legión, el valor se presupone. Cuando un candidato a estudiar Teología o Ciencias Religiosas quiere matricularse, no se le exige que tenga un nivel de formación científica suficiente. Basta con que cumpla los requisitos académicos obligatorios (tener cumplimentado el bachillerato u otro tipo de titulación equivalente). Pero no siempre (y con frecuencia, casi siempre) existe una garantía suficiente de que este estudiante haya alcanzado el nivel mínimo de lo que hemos acordado en llamar “alfabetización científica”. Por lo general, los candidatos que acceden provienen de estudios que antes se llamaban “de letras” y no sienten rebozo alguno en reconocer su ignorancia sobre cuestiones muy elementales, tanto de contenidos básicos de una cultura científica, como de haber desarrollado unas determinadas capacidades o competencias que le permitan utilizar en la vida ordinaria de modo consciente el método científico. Y tampoco hay garantías de que hayan adquirido aquellos valores (actitudes básicas ante la realidad natural, como los valores de la ética ambiental razonada) que hoy se consideran básicos en Europa para cualquier ciudadano. ¿Qué son las ciencias y qué es eso de saber ciencias?Para los no muy introducidos en el mundo de la alfabetización científica, habrá que precisar algunos conceptos. Muchas veces se dan por sabidos, pero en estos últimos años han cobrado significados diferentes a los de hace 20 o 30 años. Tales son los conceptos de “qué son las ciencias” y “qué es saber ciencias”. La respuesta a estas preguntas está ligada a la cuestión previa de gran importancia: ¿Qué características deben tener estos contenidos para lograr una educación para la ciudadanía? Los filósofos de la ciencia tienen muy claro que hay dos posturas ante lo que es la ciencia. La postura tradicional (la tradición heredada) procedente de los movimientos positivistas y neopositivistas, es que la verdadera ciencia es la que se refiere exclusivamente al conocimiento de la realidad natural. Frente a esta postura, sin caer en los nihilismos de los llamados epistemólogos posmodernos, encontramos la postura socio-científica: la de aquellos que opinan que las ciencias de la naturaleza tienen un hondo contenido humanizador porque al plantearse las consecuencias sociales del quehacer científico, establecen puentes sólidos con la educación para la ciudadanía, como veremos. La Revolución científicaLa Revolución científica de los siglos XVI y XVII deslindó del campo uniforme del “saber medieval” (la filosofía) un conjunto de conocimientos a los que se accede por un método nuevo, propuesto en 1620 por Francis Bacon en una parte de su gran Instauratio Magna, a la que se suele denominar provocadoramente el Novum Organon, ofrecido como alternativo al Organon aristotélico dominante durante 20 siglos. Debemos a Galileo Galilei la puesta en práctica de este nuevo método de acceso al conocimiento natural que no se basa en la especulación sino en la observación, cuantificación y experimentación. Las obras de Galileo, a partir de sus observaciones del cielo nocturno y diurno con el perspicillum en 1609 (y que dio lugar al nacimiento de la astronomía), se inician con el sorprendente ensayo Sidereus Nuntius publicado en 1610 y que abre el debate sobre la corruptibilidad de los cielos y la matematización de los fenómenos celestes. “La naturaleza está escrita en el lenguaje de las matemáticas”, escribió Galileo. Esta afirmación no era en absoluto novedosa por cuanto ya Pitágoras y los pitagóricos especularon sobre la magia de los números y la armonía musical y aritmética del cosmos (el orden natural). La ciencia, pues, nace como una hija de la filosofía que debe crecer y ganar credibilidad con nuevos “filósofos naturales” como se hacían llamar. Pero los resultados de las observaciones, en algunos casos, se enfrentaban con doctrinas tradicionales tanto filosóficas como teológicas. Por ello, este nuevo saber, esta nueva ciencia creció entre la polémica con otros saberes que se creían disminuidos. El conflicto entre las nuevas ciencias y algunas ideas teológicas surgidas de la lectura literal de la Biblia apareció ya en las primeras décadas del siglo XVII. Galileo era muy consciente de lo peligroso de estos conocimientos nuevos. Esto justifica la famosa carta a Cristina de Lorena de 1615, en la que Galileo tranquiliza a esta mujer intelectual. Para Galileo, la nueva ciencia no se presenta como una alternativa amenazante para los conocimientos tradicionales (como había predicado desde el púlpito Foscarini), sino un núcleo de los saberes sobre la realidad que en nada tenían que ser motivo de temor. Galileo reproduce esta descripción lapidaria que no era suya, sino de otro autor anterior: “Señora, la ciencia nos enseña cómo es el cielo; mientras la teología nos enseña cómo se va al cielo”. Frase muy gráfica aunque, tal vez, sibilina y sofista. Pero convincente para aquella época. Aunque no fue convincente para todos porque ya sabemos que Galileo fue sometido a dos juicios eclesiásticos, obligado a abjurar de sus presuntos errores y finalmente confinado en su casa, sin poder salir y cuidado por su hija religiosa. La nueva ciencia y las cienciasDesde la época de la Revolución Científica, el concepto de ciencia” ha dado muchos tumbos. Entre la postura de los que defienden que es el método supremo (si no el único) para acceder a un conocimiento objetivo de la realidad natural; y la postura de los posmodernos que defienden que es un método agotado dada la incognoscibilidad de la realidad, existen posiciones intermedias. La diversidad de definiciones de lo que es la ciencia y las ciencias, obliga hoy a tomar una opción previa, una opción que lleva el pretencioso nombre de “epistemológica”: dependiendo de determinados presupuestos psicológicos, filosóficos y sociales previos, se define la ciencia de una manera o de otra. Siendo profesor de una Universidad andaluza, un Decano de Facultad dijo en la Junta muy ufano: “Nosotros, los de Ciencias, investigamos; los de Letras, leen”. Todo un programa de investigación epistemológica. Y en otra ocasión, en la barra del bar de la Facultad, cuando un profesor empezó a comentar a sus compañeros de Departamento que había leído que la ciencia no da verdades absolutas, alguien comentó con desprecio: “Eso es filosofía…”. Toda una cosmovisión. Posiblemente, algunos hayan notado que en los últimos años hay una tendencia en las Universidades a designar con la palabra “ciencias” a los centros universitarios: Facultad de “Ciencias” de la Educación, Facultad de “Ciencias” de la Información, Facultad de “Ciencias” Jurídicas, Facultad de “Ciencias” Humanas, Facultad de Sociología y Ciencias Políticas, Instituto de Ciencias Religiosas, Campus de Ciencias de la Salud… En la Universidad española va penetrando poco a poco la concepción postpositivista de que las “ciencias” no son sólo las de la naturaleza (Física, Química, Biología, Geología) o las formales (como las Matemáticas). Sino que hay una tendencia creciente a considerar “ciencias” a otros ámbitos del saber. La unidad del método científico y las cienciasSin entrar en debates sobre Filosofía de las Ciencias, actualmente se suele aceptar por gran parte de la comunidad científica (nunca hay unanimidades clamorosas) que no hay una ”ciencia”, sino que hay muchas ciencias, porque hay muchos métodos científicos. Aunque algunos seguidores de Karl Popper hablan todavía de la unidad del método científico, es necesario reconocer que hay muchos caminos diferentes, muchos métodos (meta-odos, caminos) para llegar al conocimiento de la realidad. Pero no es esto solamente. Existe un consenso dentro de un amplio espectro de la comunidad científica para afirmar que las ciencias (tanto naturales, como sociales, como de la salud, etc) son procesos de construcción social. Es decir, las ciencias son instituciones humanas, actividades organizadas por comunidades humanas, en las que hay un proceso de construcción social del conocimiento. En este proceso de creación del saber hay una evolución que está sujeta a los intereses políticos, económicos y sociales de cada momento y que, simultáneamente, tiene una clara incidencia sobre la configuración de las sociedades y los grandes cambios sociales. Como indica Cutcliffe, La ciencia y la tecnología son grandes empresas que tienen lugar en contextos específicos configurados por, y a su vez configuradores de, valores humanos que se reflejan y refractan en las instituciones culturales, políticas y económicas. Esta idea de las ciencias es, también, la que aparece presente en la corriente denominada socioconstructivismo, uno de cuyos representantes es el jesuita y filósofo de las ciencias, Gerard Fourez. Y es también la idea de las ciencias que aparece ligada a los movimientos de ciencia, tecnología y sociedad (CTS), que como bien todos sabemos tienen su origen en la contestación social, de las décadas de los 60 y de los 70, a problemas como el deterioro del medio ambiente, la carrera armamentística, el desarrollo de la energía nuclear y de las armas nucleares, la guerra del Vietnam, con lo que conlleva principalmente de guerra química, etc. En estos movimientos se cuestiona la idea de progreso como sinónimo de desarrollo científico y tecnológico. Es muy interesante la pregunta que se hace el citado Fourez al respecto: ¿Cómo contribuyen las ciencias a la opresión o la liberación de los seres humanos? Competencias y alfabetización científicaEs preciso buscar una relación con la vida cotidiana de los estudiantes y mostrarles la funcionalidad del aprendizaje, aspectos que muchos autores consideran necesarios para lograr una alfabetización científica, ya que los alumnos deben darse cuenta de que lo que se enseña en la escuela es necesario para tomar decisiones en su vida cotidiana, más o menos relacionadas con los grandes problemas sociales, desde saber leer un plano y orientarse cuando se encuentra en el campo, a temas relacionadas con la alimentación (¿es bueno o no tomar alimentos transgénicos?, ¿tenemos derecho a estar informados sobre si éste o aquel alimento contiene alimentos transgénicos?, ¿tienen que existir cauces legales para expresar nuestra opinión sobre los mismos?, etc.), u otros temas, como por ejemplo, ¿por qué gastar el dinero de los impuestos en unos u otros temas de investigación?; ¿esta interpretación de estos valores de esta encuesta o esta gráfica realizada por la prensa está “bien hecha”?, ¿a qué valores responde esta interpretación?, etc. Una propuesta para la TeologíaEn este trabajo se hace una propuesta. No tiene pretensión de exclusividad. La realidad es poliédrica y puede ser leída de muchas maneras. Todas, si están fundamentadas, son razonables. Hoy en la teoría del conocimiento es necesario tomar partido entre las muchas posibilidades, y aquí se intenta justificar por qué se toma partido por esta concepción de las ciencias, con fuertes implicaciones sociales y realizada en función de parámetros políticos, sociales y económicos para nuestras aulas, que sea esta ciencia la que se enseñe y, por tanto, no se olvide por las administraciones educativas e, incluso, por los propios compañeros de profesión, como suele ocurrir en muchas ocasiones, que las ciencias son parte integrante de la cultura de una sociedad, es decir, la ciencia es cultura y por ello, con un profundo sentido humanizador y humanizante. Las ciencias de la naturaleza, como construcción social, están atravesadas de valores que, como ha mostrado la corriente de la “Tercera Cultura” (ya citada), les confieren un valor humanístico. En resumen, se propone aquí que la finalidad de la enseñanza de las ciencias en el momento actual es conseguir una alfabetización científica y una educación para la ciudadanía para lograr formar personas más críticas, más responsables y más comprometidas con el mundo y sus problemas. Si se logran estos objetivos habremos conseguido una enseñanza de las ciencias de mayor calidad y equidad para todos. ConclusiónDentro del marco actual de los planes de estudio de las Facultades de Teología (que siguen fielmente las orientaciones del Magisterio de la Iglesia), habría mucha tarea que hacer de acuerdo con lo dicho anteriormente. El mismo proceso de creación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), también conocido como proceso de Bolonia, los cambios metodológicos que su implantación exige, puede ser un momento providencial para reorientar y contextualizar la formación teológica (las llamadas ampliamente ciencias religiosas) dentro de las coordenadas antes dichas. Tal vez falte, en ocasiones, el necesario entusiasmo del profesorado y falta de convicción en que la nueva metodología será beneficiosa para la formación teológica de cristianos que van a vivir inmersos en una cultura laica y que deben proclamar su fe en una sociedad refractaria a los valores proclamados en el Evangelio. Pero no hay que perder la esperanza. El monstruoso comportamiento del padre de las niñas Anna y Olivia, con la terrorífica y exclusiva intención de que su muerte y desaparición pudieran hacer infeliz a su madre durante toda su vida, reclama imponderable multitud de reflexiones de signo diverso. Desde mi condición de comentarista de la actualidad informativa ético- religiosa, me decido a redactar estas sugerencias:
Por fin, y casi mayoritariamente, la Iglesia católica aún en sus grados jerárquicos y en alguna que otra homilía o sermón, no se ha privado de condenar hechos tan luctuosos, con dolor y lágrimas, al igual que lo ha hecho, y lo sigue haciendo el pueblo, y no solo por el caso concreto de referencia, sino de tantos otros con idéntica relevancia, tal y como aparecen en los noticiarios de casi todos los días, con o sin previas denuncias de ellos, dado que estas significan poca cosa a la hora del hipotético descenso del números de mujeres sufridoras de los malos tratos. “La maté porque era mía”, y “yo hago y haré con mis hijas lo que me parezca, porque para eso son mías”, son “argumentos” dramáticos que avalan y hasta en los que se apoyan quienes creen definir y justificar de alguna manera sus comportamientos. Eso no obstante, se trata de “argumentos” a los que será imprescindible buscarles su origen “educador”, aun cuando la tarea resulte extremadamente dolorosa y hasta aberrante, para explicar de alguna manera conductas tan irracionales, inhumanas y desnaturalizadas. Y en este contexto no hay más remedio que apuntar a la influencia, decisiva a veces, que tuvo, y sigue teniendo la llamada “educación religiosa” en la relación Iglesia-hombre y mujer. Para ludibrio y vergüenza de propios y extraños, la reacción “pastoral” reflejada en los medios de comunicación con protagonista de un sacerdote que aseguraba fundamentar su doctrina en la de la Iglesia “de toda la vida”, resulta ser no solo sospechosa, sino digna de reflexión y absoluto y global arrepentimiento . “A lo bestia”, fundamentalista, sin ninguna clase de consideración y respeto por los sufridores que éramos -y debiéramos ser- todos, ofendiendo a la humanidad, el sacerdote en cuestión, en sus primeras declaraciones, se sentía actuar de “vocero” de la Iglesia, en la formulación generalizada de su doctrina “oficial”, sacramental, y con sumisión total al hombre y consideración “religiosa” a la indisolubilidad del sacramento del matrimonio, por aquello de lo que “Dios ha unido que no lo separe el hombre”, y muchos menos si él o ella-o los dos- son y ejercen de “adúlteros”. Y es que la Iglesia, aún con gratas referencias a los notables esfuerzos de algunos de sus miembros, también jerárquicos, sigue siendo machista, aún con alardes de serlo. Así como suena, y sin que tal terminología pueda edulcorarse con otros términos académicos. Para la Iglesia, “hombre” ya desde su misma creación por Dioses solo y fundamentalmente “varón”. No es “ser humano” y, por tanto, “hombre-varón” y mujer. Adoctrinamiento fontal como este determinan la super-valoración del sexo masculino y la infravaloración del femenino, “pecado” por su condición y naturaleza, impura, sumisa, esclava, propiedad del hombre del que dependerá a perpetuidad como esposo, padre, hermano, hijo y de cuya condición de “persona” -que no de “cosa”- se discutirá con aportaciones de la teología escolástica y de la misma filosofía. A la Iglesia, y más a la jerárquica, no se le puede negar veracidad en el “lloriqueo” con ocasión de las nefastas noticias de las muertes que engrosa el martirologio de los malos tratos. Pero a la Iglesia se puede y debe exigírsele que termine de una “santa” vez, con cualquier gesto, doctrina, y comportamiento que incluya la más leve e insignificante marginación por el hecho de ser mujer. La Liturgia, el Derecho Canónico, la doctrina de algunos de los “Santos Padres”, papas, obispos, curas y algunos laicos, demandan regeneración y “borrón y cuenta nueva” en su proclamación, nada parecida al testimonio de vida dado y encarnado en Jesús en los evangelios. Es inmantenible en los mismos toda discriminación por razones de sexo y menos dentro de la Iglesia, que automáticamente tendría que cuestionarse si es Iglesia y si además, es católica. Dejen los lloriqueos jerárquicos para otra ocasión y afronten cuanto antes el problema de la relación Iglesia - hombre y mujer, si todavía les da tiempo a no perderlas del todo, tal y como aconteció con los obreros y los intelectuales. En la Iglesia, y fuera de ella, la mujer es mucho más importante que la liturgia, que el Derecho Canónico, y que los curas y los obispos. La Ley de la Eutanasia ya está en marcha con efectos prácticos en la ciudadanía a pesar de que ha sido recurrida. Como dato, apuntar que somos el primer Estado de tradición católica en aprobar una ley que garantiza la eutanasia. Holanda fue el primer país del mundo en legalizarla (2002) y a partir de ahí, han seguido sus pasos Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia. Portugal está en ello mientras que Nueva Zelanda tiene pendiente votar su aprobación en referéndum. Además, en Suiza, algunos Estados de EE UU y el Estado de Victoria en Australia se permite el suicidio asistido. En el resto del mundo, la eutanasia no está legalizada, da igual si los países son fundamentalistas o con honda cultura democrática, de izquierdas o de derechas. Curioso.
Entiendo perfectamente a las personas que sufren física y anímicamente de manera irreversible. No seré yo quien condene a nadie por intentar librarse de un dolor que condiciona totalmente su existencia a causa de enfermedades irreversibles que propician el sentimiento de inutilidad, depresión o la falta de sentido vital. Sin olvidar que dichos sufrimientos ponen a prueba sus fundamentos éticos y morales así como los de sus allegados. El núcleo central de esta cuestión se amplía al derecho a la vida y a su forma de entenderlo. Los cristianos estamos a favor no solo de la vida en general, sino de las personas concretas que viven y sufren entre nosotros. Por eso me llama la atención que en el debate sobre la eutanasia se obvie todo lo relacionado con los cuidados paliativos. Si todas las personas tenemos derecho a recibir una asistencia sanitaria de calidad, la atención psicológica, social y espiritual al final de la vida no debe considerarse un privilegio, sino un derecho como la atención médica cuando lo necesitamos. Los cuidados paliativos son una respuesta profesional, científica y humana a las necesidades de los enfermos en fase avanzada y terminal, tal como lo recoge la Organización Mundial de la Salud (OMS): Los cuidados paliativos no deben ser relegados sólo a las últimas etapas de la atención médica, que precisa una atención paliativa para mejorar la calidad de vida de pacientes y familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades amenazantes para la vida, a través de la prevención y alivio del sufrimiento por medio de la identificación temprana del tratamiento del dolor y otros problemas físicos, psicológicos y espirituales. El objetivo para la OMS es mejorar la calidad de la vida del paciente; proporcionar alivio del dolor y otros síntomas; no alargar ni acortar la vida; dar apoyo psicológico, social y espiritual; reafirmar la importancia de la vida; considerar la muerte como algo normal; proporcionar sistemas de apoyo para que la vida del paciente sea lo más activa posible; dar apoyo a la familia durante la enfermedad y el duelo. Los gobiernos deben garantizar el “derecho a no sufrir” mediante un acceso universal a los servicios de atención paliativa como problema de salud pública. Es decir, que los gobiernos deben adoptar e implementar una estrategia y un plan de acción para extender el tratamiento del dolor y los servicios de cuidado paliativo de acuerdo con la OMS, centrándose en la atención médica, psicológica, social y espiritual como un derecho. Pero solo se habla de la eutanasia. Ha resultado más fácil ofrecer la eutanasia como solución legal ya que los cuidados paliativos requieren de recursos complementarios que no llegan a gran parte de la sociedad. Si a las personas que optan por la eutanasia se les dieran la posibilidad de no sufrir los tres grandes miedos ante una enfermedad irreversible y dolorosa, es decir, miedo a morir, miedo a la soledad y miedo al dolor, la eutanasia no tendría tanta demanda. No cejaré, como cristiano, en defender el derecho al cuidado paliativo que, a excepción del cuidado médico, mayoritariamente está en manos de organizaciones solidarias privadas (atención psicológica y social así como el cuidado espiritual mayoritariamente ofrecido por el servicio católico de Pastoral de la salud). Por último, llama la atención la manera de expresarse la jerarquía de la Conferencia Episcopal (CEE) ante la legalización de la eutanasia. Mientras el cardenal Carlos Osoro afirma que “Ahora más que nunca, seamos testigos de la Vida; con amor y pasión, ofertemos vida y cuidados en vez de muerte”, el recién nombrado arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz, habla solo en términos de condena: "Mi más firme rechazo a toda acción que pretenda acabar con la vida de una persona". Aún así, hemos mejorado. No hace tanto, lo habitual en la jerarquía católica era expresar de manera monocorde en términos reactivos y condenatorios en este y en casi todos los temas polémicos. Que una cosa es la denuncia moral de la legalización de la eutanasia y otra, solicitar fórmulas alternativas desde la compasión y la misericordia como un mandato evangélico con quienes tanto sufren. Y Jesús nos indicó que lo segundo es más importante y cristiano que lo primero. La desconfianza suele ser un mecanismo de defensa, que fácilmente adopta la forma de desprecio, como en este caso, y de descalificación gratuita.
Como tantos otros mecanismos de ese tipo, pretende defender, en realidad, del propio malestar, probablemente no confesado y ni siquiera reconocido. Es como si, al descalificar al otro, me “calificara” a mí mismo. En este sentido, la desconfianza, el desprecio y la descalificación suelen ser síntomas y, por tanto, mensajeros de la propia sombra no reconocida ni aceptada. Ello explica que, habitualmente, vayan acompañados de acritud. Es sabido que la sombra se detecta porque aparece crispación, según la conocida ley: todo aquello que me crispa está en mí. Para salir de ese laberinto mortal, la puerta se halla en la aceptación de toda nuestra verdad, sin disimularla, maquillarla ni negarla. Porque la sombra no es mala; solo se convierte en algo hostil cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta. “La sombra solo resulta peligrosa -decía el psiquiatra Carl Jung- cuando no le prestamos la debida atención”. Si, en lugar de dejarme llevar por ella, en actitudes defensivas y descalificadoras, la acepto, reconociendo mis sentimientos, notaré que la sombra, antes temida y rechazada, me humaniza, me baja del pedestal al que me había subido mi ego neurótico y me hace humilde. Solo ese camino nos regala la paz, que únicamente podemos encontrar cuando abrazamos toda nuestra verdad. Y, al encontrarnos en la aceptación de toda nuestra verdad, habremos “encontrado” también a los otros. Porque la sombra aceptada y abrazada nos unifica y nos hace compasivos. Como diría el propio Jesús, cuando vemos la “viga” en el ojo propio podemos comprender la “mota” en el ojo del hermano (Mt 7,3). De ese modo, la energía antes devoradora se convierte en energía sanadora. ¿Sé que mi acritud y juicio o descalificación del otro es síntoma de mi sombra no reconocida ni aceptada? Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel como Pablo como Jesús se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena que el don absoluto de Dios hace posible en ellos. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez humanos infinitos.
Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes oficiales de la religión. Sigue enseñando al pueblo oprimido, que quiere liberarse. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos se pueden encontrar en Jn y en otros lugares de los mismos sinópticos. Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadraban en una familia, (requisito indispensable para ser alguien en aquella cultura). Hasta ese momento no habían descubierto nada fuera de lo normal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario. El texto griego no habla de pueblo sino de “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico. Se refiere más bien al ambiente social en que desarrolló su vida. Llega con sus discípulos, es decir, convertido en un rabino que tiene sus seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado, e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm pero con una actitud negativa. El texto griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, seguramente intentan quitarle al texto toda posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones, como era su obligación. Ese conocimiento excesivo de Jesús es lo que les impide creer en él. Conocen muy bien a Jesús, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar muy atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera de la asamblea podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan la enseñanza de Jesús, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban. Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta” está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la primera característica de un profeta. El texto nos está diciendo que, al no aceptarle, están rechazando a Dios mismo. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por los sometidos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte. Un detalle muy interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que tiene la omnipotencia de Dios en sus manos y que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús. El relato de hoy nos habla de la humanidad de Jesús. Nos está confirmando que no tiene privilegios de ninguna clase. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta envidado de Dios. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como muy humano. También hoy rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, si alguien se le ocurre decir algo distinto, aunque esté más de acuerdo con el evangelio, saltamos como hienas. Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Como no responde a las expectativas, no existe. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo. Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente y desconcertante. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que ya nos es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas. El verdadero profeta es el que habla de un Dios desconcertante e imprevisible que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar nunca. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más "antiprofético" y antievangélico será siempre la persona o la institución instalada. El gran espejismo en que hemos caído en el pasado fue pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Pero resulta que lo más grande de todo ser humano no es lo que no tienen los demás, sino precisamente lo que todos tenemos por igual. Meditación-contemplación El demasiado conocimiento de Jesús nos impide descubrirlo. Lo que es y significa Jesús no se puede meter en doctrinas. A Dios solo se llega viviendo su presencia en nosotros. Para llegar a la vivencia tengo que superar el conocimiento. El conocimiento de Jesús y de Dios no me viene de fuera. La experiencia de Dios y de Jesús me llegará de dentro. El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe (6,1-6). El hecho de que un profeta no sea aceptado entre los suyos no representa ninguna novedad. Ya le ocurrió a los antiguos profetas. El caso más sangrante es el de Ezequiel. Dios le avisa, en el momento de la vocación, que su actividad está condenada al fracaso.
El fracaso de Ezequiel (Ez 2,2-5). El relato de la vocación de Ezequiel es el más extenso de todos los relatos de vocación proféticos: casi tres capítulos en la numeración actual (Ez 1,1-3,15). La liturgia se limita a un breve pasaje por su relación con el evangelio. El texto es tan interesante como desconcertante. Todo el pasado del pueblo de Israel se resume en una historia de rebeldía y dureza de corazón, y los hijos no son mejores que los padres. ¿Qué actitud tomará Dios? ¿Desentenderse de ellos, como proponía a Moisés en el desierto? ¿Acabar con este pueblo pecador y elegirse uno nuevo? La decisión es seguir hablándole, hacer resonar su voz. El contenido del mensaje es lo menos importante y no se concreta en este momento. Lo fundamental es que Dios ha hablado y sigue hablando, como lo demuestra la fórmula: «Esto dice el Señor». ¿Por qué es esto tan importante? Para que no pueda atribuirse la culpa de todo al silencio de Dios. La trágica experiencia de los campos de concentración nazis hizo escribir a un autor judío: «Después de Auschwitz no se puede hablar de Dios». Ezequiel le responde: «Después de la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia se puede seguir hablando de Dios, porque Él sigue hablando». El problema no es su silencio, sino nuestra sordera. Ezequiel, igual que Jesús, son testigos de que Dios habla. Y también testigos del fracaso de Dios. El fracaso de Jesús (Mc 6,1-6) Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34). Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad. Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22). Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él. Jesús, motivo de escándalo En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»). Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera. Asombro e impotencia de Jesús A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros». Nazaret como símbolo Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta». El fracaso no lo desanima Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel, lo escuchen o no lo escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta. Reflexión Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy. El evangelio de este próximo domingo hay que entenderlo en el contexto del evangelio del domingo pasado en el que los marginados de Israel encuentran en Jesús una alternativa a su situación. La multitud es representada por la hija de Jairo, sometida a la institución y por la mujer con flujos que representa al pueblo marginado por quien dice actuar en nombre de Dios.
Jesús, en el evangelio de Marcos va marcando claramente cómo la institución solo provoca la muerte y margina a las personas dejándoles sin solución. La enfermedad es castigo de Dios y quien está en la impureza no se puede acercar ni a Dios ni a los demás, por lo que está condenada a un aislamiento que solo puede conducir a la muerte. El propósito de Jesús no es por lo tanto curar a la gente sino sanar de raíz una cultura, una religión que oprime y explota y Jesús les presenta una alternativa: otra imagen de Dios. Ese Dios cuya experiencia Jesús describe como Abba, está fuera de la ley; no es un dios de mandamientos, normas y preceptos, sino un amor incondicional que pretende lograr la libertad de cada hijx. Esa libertad que Jesús predica tiene un precio: quedar excluido del círculo de la familia, del pueblo, de la comunidad. Su gente está impresionada por sus enseñanzas pero no reconocen su autoridad. No quieren dar el salto de dejarse tocar, sanar, resucitar por Jesús porque temen las consecuencias que eso les puede traer; es mucho más fácil ridiculizar al mensajero y escandalizarse de él. Todo profeta es amado y odiado al mismo tiempo. Queremos su mensaje liberador pero no las consecuencias que ese mensaje comporta para nuestras vidas. Ningún profeta es querido por mucho tiempo porque acaba tocando las fibras más sensibles de nuestra comodidad y anquilosamiento. Posiblemente no son palabras de Jesús: “Solo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian a un profeta”; más bien, es la reflexión de la comunidad cristiana que experimenta el rechazo de los más cercanos porque aceptar que alguien como nosotros trae un mensaje de Dios es muy difícil; se mezclan la envidia, los celos, el miedo… y el arma más potente es ningunear a esa persona. Atentos a la diferencia entre profeta y gurú. Hoy en día muchas personas se erigen como “maestrxs” y sus enseñanzas pueden ser constructivas… ¿por qué no? Pero hay mucho ego mezclado, muchas ganas de estar en medio y de causar impresión en todos los campos del saber. El otro día nos contaban de un proyecto interesantísimo sobre agricultura regenerativa, aquí, en Mallorca, capitaneado por alguien con una gran filosofía sobre el cambio climático y la necesidad de crear proyectos de agricultura sostenible en los lugares con más peligro de desertización. En poco tiempo vieron que alguien que “predicaba” sobre cambios profundos en nuestra manera de pensar y actuar estaba preocupado sobre todo en que su nombre apareciera en el documental explicativo y que se le remunerara por todas y cada una de sus aportaciones, sin contar para nada que en este momento incipiente los recursos económicos eran más bien escasos. No hay cambios estructurales posibles sin cambios personales de escalas de valores y de actitudes internas profundas. Los ideales más grandes caen cuando nuestro “ego” se pone en medio y nos hace perder la visión. Hoy tenemos muchos gurús, personas a las que admiramos y que marcan caminos a seguir. Pueden ser sustitutos de la Ley, gente a la que seguimos pero sin implicarnos personalmente. Y sin embargo, se nos llama a ser un profeta, alguien tocado por Dios a diario, a través de la escucha atenta, voz y presencia de la compasión, de la ternura, a la vez que denunciante de la injusticia, de la opresión, del abuso del poder. Si experimento en mi vida el gozo de ser sanada, liberada, reconstruida, no hace falta una elección especial, una tarea encomendada, me convierto en “porta-voz”, alguien que lleva esa palabra de aliento, esa escucha atenta, esa mirada compasiva dondequiera que voy, a los lugares donde me siento llamada. La voz de Dios y la voz de la comunidad me van ayudando a discernir dónde invertir mis talentos, cómo trabajarlos, compartirlos…y sé que estoy en el camino cuando experimento una paz interior que por otro lado no me deja tranquila, no siento que ya he llegado… siempre en camino |
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