Hay noticias que no dejan de serlo aunque la sensibilidad hacia ellas haya perdido intensidad de tanto repetirse. Incluso en la pandemia que nos martiriza, mucha gente acepta ya la cuota de contagios y muertos así como el riesgo de contagiarse con tal de quitarse de encima la opresión anímica que les causan las restricciones sanitarias. Algo similar ocurre con la tragedia de la inmigración que no cesa en el Mediterráneo.
La sociedad asume la tragedia de la inmigración, que antes sacudía conciencias -como ya ocurre con el coronavirus-. Ya casi no es noticia lo que nos cuentan semana tras semana, y eso es lo terrible, aunque se trate de una realidad cada vez más frecuente que miles de jóvenes africanos se arriesgan temerariamente a travesías de cientos de kilómetros, pero cuyos detalles pocas veces transcienden excepto cuando hay supervivientes y si estos tienen ánimo de contarlo. Recordemos solo un caso de 2020; un chaval de 17 años es acogido en estado de shock en un centro canario de menores tras sobrevivir a quince días a la deriva, en los que la mayoría de sus 26 compañeros de patera murieron de hambre y sed y fueron arrojados por la borda. Uno tras otro, día tras día; entre ellos, sus seis primos. Imaginemos la escena de tirar los cadáveres por la borda mientras se acababa la comida y el agua pensando que él también se iba a morir, como les ocurría a los demás. Hace pocas fechas, el Papa Francisco aseguró que es "el momento de la vergüenza" tras la muerte de 130 migrantes en otro naufragio ocurrido en el Mediterráneo después de que durante ¡dos días! varias organizaciones humanitarias solicitaran ayuda a los gobiernos europeos para poder salvarlos… y el auxilio no se produjo. "Eran personas, seres humanos y durante dos días han estado implorando en vano una ayuda que no ha llegado", dijo el Papa, conocedor de que mientras miramos para otra parte, algunas personas en su desesperación llegaron a comerse hasta trozos de madera de la patera. Este fue el caso del chico de 17 años al que me refería anteriormente. El drama de la inmigración golpea sin parar mientras las víctimas no tienen rostro ni historia por la indolencia y la pasividad de Occidente que infringe las leyes elementales de la humanidad además de saltarse el Derecho Internacional. No queremos sentir ni tender la mano hacia quien huye del horror y del hambre molestando nuestra opulencia. Manos inocentes que rechazamos sin valorar que así nos destruimos por dentro, encerrados en nuestro propio mundo decadente que ni escucha, ni siente compasión alguna. ¿Quién llora a estos muertos? ¿Quién se interesa por esos millones de personas que solo buscan salir de un infierno en vida? Parias de ninguna parte, vidas truncadas. La misma Europa insensible a la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo lleva instalada mucho tiempo en África esquilmando sus materias primas. La explotación continúa con un colonialismo de nuevo cuño, pero encastillados ahora en nuestras fronteras mientras las mafias campan tranquilamente sin una patrullera que les intimide su labor de esclavitud y miseria. Todo es dinero y silencios cómplices ante la intemperie de tantos sin derechos ni dignidad humana que tratan de escapar de la miseria y la violencia. Y entre todos estos naufragios horribles, tres millones de personas continúan encerrados en territorio de Turquía cuando huían de la guerra en Oriente Medio. Y todo ello costeado por la Unión Europea para que no sigan adelante. Crisis esta de los refugiados de Oriente Próximo considerada como el mayor éxodo planetario desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. No parece importarnos. El mundo se circunscribe a nuestro interés. Nos contentamos diciendo que es imposible cambiar las cosas, a lo que Concepción Arenal nos recordaría que “todas las cosas son imposibles mientras lo parecen”. Mientras tanto, no pocas personas se extrañan de que todavía se escriban palabras de denuncia y apoyo a tantos indefensos, convencidas de su inutilidad para un posible cambio de esta realidad: ¿Por qué seguir gritando entonces? Pues para que al menos esta realidad injusta y asumida no me cambie a mí.
0 Comentarios
Muerte en el mar
Los fallecidos vuelven a ser más de cuarenta: hombres, mujeres y niños. Esta vez el sepulcro es el mar entre Túnez e Italia. Y el verdugo, el que hundió en el mar la pequeña embarcación llena de humanidad herida, no fueron, como la fuente de información insinúa, las malas condiciones, el sobrepeso y las condiciones climáticas adversas, con lluvia, fuertes vientos y gran oleaje; el verdugo está desde siempre en tierra firme, a un lado y otro de esa línea que separa África de Europa, una frontera por la que sin dificultad pasan a Europa las riquezas de África, y por la que no pueden pasar los pobres de África. Transcribo palabras que oiremos proclamadas el próximo domingo en todas las iglesias de Europa: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia… te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación”. “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas… yo doy mi vida por las ovejas”. Suenan bien, suenan normales, suenan consoladoras, suenan luminosas… Pero escúchalas ahora, Iglesia madre de pobres, escúchalas proclamadas en esa barcaza que se hunde... Y esa palabra, que es normal en nuestros ambones, allí, entre hombres, mujeres y niños que mueren aterrorizados, suena a burla, suena a sarcasmo… "Con nuestras opciones políticas, con nuestras opciones ideológicas, los que nos decimos creyentes hacemos mentiroso a Dios" Para nuestra fe adormecida, reducida, deformada, es como si Dios no tuviese hijos en África, como si los pobres no fuesen hijos de Dios. No caemos en la cuenta de que, si Dios no tiene esos hijos, no tiene ninguno. Pero el hecho es que los tiene, y que precisamente ésos, porque son últimos, son para él los primeros, porque son los más necesitados, son para él los más llorados, los más añorados, los más esperados. Y eso que son para Dios, eso que son para el buen pastor que por ellos da la vida, eso han de ser para nosotros porque son nuestros hermanos. Los pobres necesitan que su grito de dolor resuene ampliado en nuestras iglesias, en nuestras instituciones, en nuestra conciencia cristiana. Los pobres necesitan que la Iglesia, la comunidad de los fieles y cada uno de ellos, ungida por el Espíritu Santo, sea esperanza para ellos, sea salvación para ellos, sea evangelio para ellos. Los pobres necesitan que en sus caminos la Iglesia sea una presencia real del buen pastor, Cristo Jesús. Y nosotros necesitamos sacarnos de encima el peso del escándalo de estar haciendo mentiroso a Dios pues negamos su bondad si los pobres no la reconocen en nosotros; negamos su misericordia si los pobres no la encuentran en nosotros; negamos su amor acogedor si nosotros no los acogemos; y lo hacemos sordo a las necesidades de los últimos si nosotros no los escuchamos. Si no amamos a los pobres, negamos a Dios. Feliz comunión con Cristo Buen Pastor. Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo Buen Pastor. Amar es permanecer en la certeza de no-separación. No se trata, en primer lugar, de una emoción que puede oscilar ni de una exigencia que se pueda imponer. Es una certeza que se corresponde con la realidad de lo que es: no existe nada separado de nada.
Amar es permanecer de manera consciente en esa certeza y dejarnos vivir desde ella. Por tanto, el amor genuino nace de la comprensión de lo que somos. El término “permanecer” me parece muy apropiado para expresar la actitud adecuada. Significa conectar y mantenerse en conexión con eso que somos en profundidad. Eso que somos está más allá del cuerpo -aunque lo experimentemos en él-, más allá de la mente -aunque luego podamos pensarlo y hablar de ello-, más allá de los sentimientos y emociones -aunque en ocasiones puedan aparecer con intensidad-… La puerta que conduce a experimentar el amor que somos es el silencio de la mente. Gracias a él, reconocemos la “espaciosidad” silenciosa como presencia consciente, nuestra identidad más profunda que compartimos con todos los seres: somos uno con todo lo que es. No eres el yo separado que tu mente piensa, y con el que has podido llegar a identificarte. Ese yo es una forma que aparece en la espaciosidad que eres, la forma o persona en que la consciencia que realmente eres se está desplegando temporalmente. Acogiendo el yo, permanece, más allá de él, en la consciencia que eres. Esa consciencia constituye la “sustancia” última de todo lo real. Descansa en esa certeza silenciosa. No busques nada, permanece… El silencio te irá revelando el amor, la paz y -en palabras de Jesús- la alegría en plenitud. En la medida en que te ejercites en permanecer, notarás los efectos que eso produce en tu vida cotidiana; notarás cómo el amor se hace cada vez más presente en tu existencia. ¿Cuido permanecer en conexión consciente con lo que realmente soy, gracias al silencio de la mente? La 2ª lectura y el evangelio están estrechamente relacionados. «Amémonos unos a otros», comienza el texto de la carta de san Juan. Y el evangelio insiste dos veces: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros»; «Esto os mando: que os améis unos a otros». Este precepto se basa en el amor que Dios nos ha manifestado de dos formas complementarias: enviando su Espíritu y enviando a su Hijo.
Un Padre que da el Espíritu sin distinguir entre judíos y paganos (1ª lectura) La lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles recoge parte de un importantísimo episodio de la iglesia primitiva. Hasta entonces, los discípulos de Jesús se han visto a sí mismos con un grupo dentro del judaísmo, sin especial relación con los paganos. No se les pasa por la cabeza hacer apostolado entre ellos, mucho menos entrar en sus casas si no se han convertido al judaísmo y se han circuncidado. Los consideran impuros. En este contexto, se cuenta que Pedro tuvo una visión: ve bajar del cielo un mantel repleto de toda clase de animales impuros (cerdo, conejo, cigalas, etc.) y escucha una voz que le ordena: mata y come. Pedro se niega en redondo. «Nunca he probado un alimento profano o impuro». Y la voz del cielo le responde: «Lo que Dios declara puro tú no lo tengas por impuro». Termina la visión. Pedro se siente desconcertado, y mientras piensa en su posible sentido, llaman a la puerta de la casa tres hombres enviados por un pagano, el capitán Cornelio, para pedirle que vaya a visitarlo. Pedro comprende entonces el sentido de la visión: no puede considerar impuro a un pagano interesado en conocer el evangelio. Al día siguiente se pone en camino desde Jafa a Cesarea y cuando llega a casa de Cornelio tiene lugar la escena que hoy leemos. Indico algunos detalles interesantes: 1) «Está claro que Dios no hace distinciones»; para él lo importante no es la raza sino la conducta del que lo respeta y practica la justicia. 2) La venida del Espíritu Santo sobre este grupo de paganos produce los mismos frutos que en los apóstoles el día de Pentecostés: hablan lenguas extrañas y proclaman la grandeza de Dios. 3) El Espíritu Santo viene sobre ellos antes de recibir el bautismo. No se puede decir de forma más clara que «el Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere». La conducta de Pedro provocó gran escándalo en los sectores más conservadores de la comunidad de Jerusalén y debió subir a la capital a justificar su conducta. Pero este episodio deja claro que, para Dios, los paganos no son seres impuros. Él ama a todos los hombres sin distinción. Con ello se justifica el apostolado posterior entre los paganos. Un Padre que da su Hijo a los pecadores (2ª lectura) La carta de Juan justifica el mandato de amarnos mutuamente diciendo que «Dios es amor» y cómo nos lo ha demostrado. Cuando yo era niño, el catecismo de Ripalda, a la pregunta de quién es Dios nos enseñaba a responder: «Un señor infinitamente bueno, sabio y poderoso, principio y fin de todas las cosas». El autor de la carta no necesita tantas palabras. Se limita a decir: «Dios es amor». Y ese amor lo manifiesta enviando a su hijo «como víctima de propiciación por nuestros pecados». La «víctima de propiciación» era el animal que se ofrecía para impetrar el perdón. El Día de la Expiación (yom kippur), el Sumo Sacerdote ofrecía un macho cabrío por los pecados del pueblo. En otras ocasiones se ofrecían cabras y novillos con el mismo fin. Pero esas víctimas carecían de valor definitivo. La humanidad se encontraba en una especie de círculo cerrado del que no podía escapar. Entonces Dios nos proporciona la única víctima decisiva: su propio hijo. Y esto lo hace cuando todavía éramos pecadores. No espera a que nos convirtamos y seamos buenos para enviarnos a su Hijo. Si la primera lectura decía que Dios no hace distinción entre judíos y paganos, la segunda dice que no hace distinción entre santos y pecadores. En vez de amar a Dios, amar a los hermanos (evangelio) En la segunda lectura el protagonismo ha sido de Dios. En el evangelio, el protagonista principal es Jesús, que demuestra su amor hasta el punto de dar la vida por nosotros, llamarnos amigos suyos, elegirnos y enviarnos. (¡Cuánta gente desearía poder decir que es amigo o amiga de un personaje famoso, que ha sido elegido por él para llevar a cabo una misión!). Lo que Jesús exige a cambio de esta amistad es muy curioso. Cuando era estudiante en el Pontificio Instituto Bíblico le escuché este comentario al P. Lyonnet: «Fijaos en lo que dice la 1ª carta de Juan: “Si tanto nos ha amado Dios…” Nosotros habríamos añadido: “también nosotros debemos amar a Dios”. Sin embargo, lo que dice Juan es: “Si tanto nos ha amado Dios, debemos amarnos unos a otros”». Algo parecido ocurre en el evangelio de hoy. «Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.» Jesús podría haber dicho: «Amadme como yo os he amado». Pero no piensa en él, piensa en nosotros. Es fácil engañarse diciendo o pensando que amamos a Jesús, porque no puede demostrarse ni negarse. Lo difícil es amar al prójimo. La fuente del hacer y el decir de Jesús es Dios mismo, su voluntad. De ahí brota su radical confianza y libertad. Por eso sus palabras son verdaderas y remiten a gestos y acciones liberadoras que son Buena Noticia para las personas más olvidadas y excluidas. Jesús es la ternura y la misericordia de Dios en acción. Creer en Él es reproducir sus obras, con la ayuda del Espíritu, que más que a imitar o repetir esquemas nos mueve a la creatividad y a la novedad del amor en cada contexto y situación.
También como Felipe, nosotros y nosotras hoy, ante la densidad de la crisis que atravesamos anhelamos reconocer las huellas de Dios en la vida. El Evangelio vuelve a recordarnos que la fe cristiana no se vive en abstracto, sino que remite siempre a la carne, (1 Jn 4,2) a lo concreto, a lo histórico, en definitiva, al ejercicio del amor y su encarnación en gestos, obras y acciones. Un amor que incluye tres dimensiones: el amor a uno y a una misma con y reconocimiento y la valoración de los propios dones y capacidades para el bien común, el amor interpersonal y el amor político, como nos señala el papa Francisco en Fratelli Tutti. El evangelista ya en capítulos anteriores nos ha señalado que Dios es amor y por tanto que allá donde detectemos la presencia del amor podemos rastrear las huellas de Dios (Jn 4,12) porque La voluntad de Dios no es” jugar al escondite” con la humanidad, sino que el Dios de Jesús es un Dios accesible. Pero requiere una sensibilidad abierta y depurar nuestras imágenes sobre Él, hacernos conscientes de los ídolos en los que hemos ido deformándolo y que nos impiden descubrir el rostro del Dios vivo: el Abba de Jesús. El Abaa de Jesús no nos suple ni nos resuelve nada, pero nos acompaña y sostiene en todo. Un Dios que no actúa directamente en la historia, ni para causar el mal ni para evitarlo, que no es un dios mágico o milagrero, pero que nos asegura que si ponemos nuestra confianza en Él y nos dejamos configurar por su Palabra y la sensibilidad del Evangelio su Espíritu actuará en nosotros y nos hará fecundos y creativas en el amor. Seremos testigos de lo inédito. I. No teísmo
Cuando yo frecuentaba el barrio de El Beiro en Granada, las gitanas se quejaban de esto y aquello, y terminaban diciendo “porque todos semos hijos de Dios”; otra gitana decía “yo con Dios me llevo bien, porque yo le perdono a él, y él me perdona a mi”. ¿Eran teístas o no-teístas estas gitanas? Cuestión de etiquetado Reconozco que he tardado bastante en aclararme qué significa el no-teísmo. Ya he comentado algo sobre este tema, pero aquí quiero aclarar y sistematizar mis ideas. Me lo ha aclarado bastante José María Vigil en la definición inicial de su propuesta para el diálogo. El teísmo es la idea de Dios (“el constructo”) que nos hemos transmitido los judeocristianos a partir de la Biblia y de los comentarios de nuestras respectivas religiones. Y quizás lo diga más expresivamente el remake “Sin Theos… vivimos ante Dios y con Dios”. Aunque la cuestión del nombre, no-teísmo, no sea lo más importante, creo que es confuso, porque a muchos les sonará como ateísmo; porque no dice lo que es; y porque ni siquiera dice lo que no es; y creo que no hay mucho acuerdo entre lo que los diversos partidarios admiten o rechazan. Aprecio en el no-teísmo dos intentos que van logrando buenos resultados: repensar la idea de Dios a partir de los conocimientos científicos actuales, y descargarla de las rémoras culturales y piadosas acumuladas durante treinta siglos; pero no creo que hayan acertado en “la etiqueta” que han elegido para esta misión. Sustituir el nombre “Dios” por otros como “Presencia”, “Realidad original y originante” puede ayudar a quienes lo tienen asociado a experiencias oprimentes, pero en realidad cada uno recargará esos nuevos nombres (significantes) con los atributos (significados) que él había mantenido sobre Dios. Cuestión de fondo ¿Qué es lo que rechaza el no-teísmo en nuestra imagen tradicional sobre Dios? Puede verse en la presentación que hace Vigil, pero me limitaré a lo que considero más significativo. Empecemos por lo más concreto: rechaza su intervención en la historia humana, que la Biblia y la tradición atribuyen ampliamente a Dios. Este rechazo me parece justo en cierta medida, porque contradice la libertad y la autonomía que la misma Biblia le reconoce al presentar al ser humano como “imagen y semejanza de Dios”. Sin embargo me parece exagerado el negarle a Dios (a la Presencia) cualquier influencia en la vida humana. Creo que nuestra cultura occidental peca de orgullo respecto a Dios (igual que respecto a otras culturas). Un caso extremo pero muy significativo: actualmente una asociación satánica está solicitando en España su registro como asociación religiosa. No pretende profanar la eucaristía ni sacrificar niños, defiende la independencia que Satán recomendó a Eva para comer el fruto del conocimiento del bien y del mal (la capacidad de determinarlo). Yo creo que Dios (La realidad suprema, o única; eso ya lo veremos) ejerce una influencia en los humanos que se dejan influenciar por él, y no la ejerce desde afuera sino desde la misma conciencia de cada persona (eso también lo veremos más adelantes). No necesitamos que Dios baje al Sinaí y escriba sus mandamientos en una tabla de piedra; los mandamientos surgen de la conciencia humana colectiva, aunque ésta suele escribir con muchos borrones y erratas. El segundo aspecto a considerar es la seductora metáfora de los dos pisos; no existe un Dios arriba en el cielo, que baja de vez en cuando a la tierra para aconsejar o castigar a los débiles mortales; ni unos sacramentos que lo establezcan permanentemente en los agraciados que los reciben. Esas idas y venidas de Dios son modos de nuestro lenguaje para expresar la acción de lo eterno en lo temporal. Los ritos religiosos como el bautismo solamente pretenden hacernos conscientes de la presencia de Dios en nosotros, que tan frecuentemente olvidamos. Un texto de Hadewich de Amberes, mística del siglo XIII, conjuga perfectamente la trascendencia con la inmanencia de Dios: “Los sentidos descubren que Dios es todo en todas las cosas y que está en su totalidad en cada cosa. Y así el alma llega a percibir que Dios está por encima de todo y no está elevado; que Dios está por debajo de todo y no está en situación de inferioridad; que Dios está totalmente dentro y no permanece encerrado; que Dios está más allá de todo, y sin embargo no está excluido”. (Melloni, Voces de la mística I). El atributo más arraigado y más controvertido es el de la creación. Ya sabemos que “Dios es todo en todo” y que lo podemos identificar con el universo. Creo que ni los mismos no-teístas niegan que sea la “Causa originaria”, “La Realidad última”, el sustentador de todo el universo. Lo que quizás nieguen algunos sea que Dios existiera antes que el universo. Y aquí entraríamos en un insoluble problema filosófico, porque nuestra mente no puede concebir nada sin los a priori del tiempo y del espacio. Creo que racionalmente no podemos afirmar ni negar nada fuera de la estricta lógica matemática o racional, o antes o después de la comprobación de algo experimentable. Y aun así, algún científico ha dicho algo como que la verdad en la ciencia es la explicación más probable de las hipótesis conocidas. Creo sin embargo que es más razonable creer que existe Alguien o Algo, no sujeto al tiempo y al espacio, superior a lo experimentable físicamente. Porque las únicas fuentes de conocimiento no son el raciocinio y la experimentación científica; también tenemos una “inteligencia sentiente” o una lógica del corazón. Una secretaria, que pertenecía al partido comunista y a comisiones obreras, hablando de estos temas me dijo “porque algo tiene que haber”. Por ejemplo, el amor, la justicia, la dignidad humana, los derechos humanos… son realidades objetivas, no meros convencionalismos sociales, como afirma Noah Harari; convencionalismos que no tendrían justificación para obligar al gran consorcio económico que puede condicionar a su favor todo el sistema político, económico, jurídico, y militar. (¡Y así nos va!). Existe Alguien o Algo que constituye y justifica el bien y el mal que percibe la conciencia humana, aunque lo aplique en formas diferentes. Y esto nos lleva a la siguiente cuestión. Dios personal o impersonal. Reconozco que nuestra cultura occidental ha presentado un dios antropomórfico, hecho a nuestra imagen y semejanza; mientras que otras culturas han reconocido deidades menos personales (como la Pachamama o el llamado animismo), pero que también influyen sobre la vida en la tierra. Ya he comentado que algunos tratan de conciliar ambas interpretaciones en un Dios transpersonal, que tendría las cualidades de lo personal y de lo impersonal sin las limitaciones de cada uno. Por mi parte no puedo concebir un Ser superior con menos inteligencia y menos amor que yo, y considerarlo al mismo tiempo como causa y sustento no sólo del universo físico sino también del universo moral. Creo que la diferencia entre el teísmo y el no-teísmo es más cuantitativa que cualitativa; depende de la cantidad de atributos que atribuyen a la Divinidad, o de la mayor o menor intensidad de esos atributos. Y, sobre todo, tengamos en cuenta que estos atributos son solamente comparaciones con nuestras experiencias (analogías), que en un aspecto son válidas pero también pueden ser negadas (apofatismo, via negationis). El verdadero salto cualitativo estaría en el paso siguiente. II. No-dualidad Ese Dios ¿es un ser distinto del hombre y del universo? ¿O existe una única realidad? Aquí llegamos al fondo de todo el problema, porque si existe una única realidad, como defiende la teoría de la no-dualidad, se supera, o al menos se atenúa, el conflicto sobre la creación, la intervención en la historia, o la personificación de Dios. El planteamiento de la no-dualidad parece contradecir toda la experiencia humana; yo no soy ese árbol con el que estoy a punto de chocar, ni soy tú que me estás leyendo. Sin embargo es más común en el pensamiento oriental, aunque también algunas filosofías occidentales de tipo platónico ya hablaban de una realidad que proyecta su sombra en la diversidad del universo. Y la mística de todas las épocas y culturas, en su “contacto tangencial con la eternidad” llega a experimentar esta unidad. Puede verse esta significativa coincidencia en “Voces de la mística” I y II, el libro ya citado de Melloni. Algunos místicos sufíes fueron martirizados por identificarse con Dios, y católicos tan ortodoxos como santa Teresa y san Juan de la Cruz plasmaron esta identificación como un matrimonio espiritual (y recordemos que el matrimonio significa que “serán dos en una sola carne” Gen 2,24). La escuela de Juan puso en labios de Jesús “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Nuestra mente racional no tiene capacidad para explicar esta contradicción entre la unidad y la multiplicidad. Quizás ayude algún ejemplo, aunque todo ejemplo tiene algún fallo lógico. Permitidme imaginar, porque a veces la imaginación se adelanta a la ciencia. Podríamos interpretar la multiplicidad del universo y de las personas como pequeños conjuntos dentro del gran conjunto; somos seres individuales, pero pertenecemos al gran conjunto de Dios. Actuamos nosotros, pero estamos actuando con la vida que nos da pertenecer al conjunto de Dios. La membrana que nos separa a unos de otros es el tiempo y el espacio; cuando acabe el tiempo y el espacio nos identificaremos plenamente con el Uno. Una interpretación más actual sería considerar la multiplicidad del universo como los corpúsculos en los que ha colapsado la onda energética de Dios. Los corpúsculos siguen siendo energía, aunque colapsada temporalmente en un espacio y forma concreta. Más optimista y poético sería compararnos con la descomposición de la luz de Dios en la multiplicidad de colores del arcoíris. No soy muy amigo de Pablo ni de Juan, pero reconozco que apuntan a una acertada interpretación metafísica de la realidad: “Cuando venga lo completo, desaparecerá lo que es limitado… ahora vemos confusamente como en un espejo…” (1 Cor 9-12); “En ese día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (Jn 14,20). “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1 Jn 3,2). No puedo acabar sin subrayar, y muy fuertemente, que mientras vivimos en el espacio-tiempo tenemos que organizarnos y actuar con los condicionantes de espacio y tiempo. No podemos quedarnos en la satisfacción de “lo que ya somos” sino que tenemos que asumir la responsabilidad de lo que “todavía no” poseemos plenamente. Y esa responsabilidad consiste en esforzarnos por suprimir, o al menos aliviar, el sufrimiento de todo ser humano (y de todo ser vivo). Por eso soy más amigo de los evangelios sinópticos; porque nos muestran (aunque ya interpretado) el ejemplo de Jesús, que se esforzó hasta dar su vida por promover una sociedad más justa y fraterna. Podemos y deberíamos decir y sentir con Jesús en la parábola del Juicio final: lo que hacéis con uno de estos inmigrantes o con los indígenas amazónicos, conmigo lo hacéis. Pecado es llamar pecado a la vida amorosa de un matrimonio homosexual.
Esto decía a mis hermanos protestantes españoles durante el tiempo que pasé dando estudios éticos, bíblicos, teológicos y pastorales, en distintas iglesias protestantes de España, cuando nos planteábamos si podíamos aceptar a las personas homosexuales como miembros de nuestra Iglesia, con los mismos derechos y deberes de cualquier miembro. Pertenezco a la Iglesia Evangélica Española, de tradición metodista y presbiteriana, una Iglesia con más de 150 años de presencia en España, que en el Sínodo del año 2015 aprobó por una amplia mayoría la aceptación oficial, pues de hecho ya lo eran, de las personas homosexuales como miembros de nuestra Iglesia, y el compromiso de acompañarles pastoralmente en la superación de todo tipo de discriminación y homofobia. Esto implica que tienen derecho a gozar institucionalmente de todos los beneficios y de todas las responsabilidades que tienen los demás miembros de la Iglesia, y por lo tanto, que sus vidas, dones y ministerios, son una bendición para la Iglesia y para la sociedad. Damos testimonio de que también sus matrimonios son una bendición de Dios, y desde nuestra experiencia de fe nos entristece ver cómo la Iglesia Católica Romana se plantea si dispone “del poder para impartir la bendición a uniones de personas del mismo sexo”. El entrecomillado del párrafo anterior está extraído de la pregunta que se formula a la Congregación para la Doctrina de la Fe, y que ésta responde negativamente. Un órgano institucional de máximo nivel de la Iglesia Católica Romana considera que no dispone del poder de bendecir la vida amorosa de los matrimonios homosexuales. Me entristeció empezar a leer esta comunicación y ver que la respuesta era negativa. Pero cuando llegué al final, y vi que se obviaba ese tono académico que iba calificando de “no acorde con la revelación de Dios” la vida amorosa de los matrimonios homosexuales, y de modo explícito, se calificaba de “pecado” esa vida amorosa, ¡no me lo podía creer! La tristeza se tornó aflicción y tormento. Volvía a sufrir el mismo tormento que supuso enfrentarme con mis hermanos evangélicos de otras Iglesias de España, y también con algunos de la mía, que utilizaban el mismo argumento que la Congregación para la Doctrina de la Fe, a saber, que la Iglesia puede bendecir a los pecadores, pero no el pecado. Solo desde premisas obsoletas, solo desde valores periclitados, solo desde una visión negativa de la sexualidad, solo desde actitudes no evangélicas (del Evangelio de Jesús), se puede calificar de “pecado” la vida amorosa de los matrimonios homosexuales de nuestra sociedad. Su vida amorosa es una bendición de Dios, y no necesitan de ninguna Iglesia que se lo diga; si son creyentes, lo viven diariamente. Por lo tanto, hermanos: “Pecado es, llamar pecado al amor”. Dedique más de un año, antes de ese Sínodo de 2015 que he mencionado, visitando nuestras iglesias, y haciendo estudios bíblico-teológicos, estudiando precisamente si en la Biblia, o en la revelación de Dios, como dice la Congregación para la Doctrina de la Fe, había alguna razón que nos llevara a calificar de “pecado” la vida amorosa de los matrimonios homosexuales de nuestra sociedad. Concluimos que no, que no hay ninguna razón en la revelación de Dios, ni en la Biblia, para calificar de “pecado” al amor de nuestros hermanos homosexuales, al contario, concluimos que su vida sexual y amorosa era una bendición de Dios para sus vidas. Y es que la revelación de Dios que encontramos en la Biblia (norma normans tanto para católicos como para protestantes), es una revelación histórica fruto de la experiencia de fe del pueblo de Israel y de la Iglesia cristiana; una experiencia de fe conceptualizada con categorías culturales y religiosas de hace unos dos mil años. Y esto hoy, es de una importancia radical, es decir, hoy sabemos que la revelación de Dios no ha “caído del cielo”, sino que es fruto de la experiencia de fe de unos hombres y mujeres, que experimentaron la salvación de Dios siendo lo que no podían ser de otro modo, hombres y mujeres de su época. Lo central de esta experiencia de fe, lo central de esta revelación de Dios, que nos transmiten en la Biblia nuestros hermanos y hermanas de hace unos dos mil años, es la salvación que Dios es para la humanidad, tal y como lo hemos experimentado, nosotros cristianos, en la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Es en torno a este acontecimiento que es “Jesús el Cristo” que gira toda la revelación de Dios que encontramos en la Biblia. Es obvio que no vamos a encontrar en la Biblia orientaciones éticas o teológicas explícitas sobre realidades que no pertenecen al mundo de la Biblia. Sería absurdo pretender encontrar en la Biblia orientaciones éticas explícitas acerca del uso de la energía atómica, o de la manipulación genética, por ejemplo. Esto mismo vimos que sucedía, en los estudios que llevaba a cabo en mis iglesias, con la realidad del matrimonio homosexual de nuestra sociedad. Intentar trasladar a nuestros días las pocas valoraciones éticas que hay en la Biblia, no acerca del matrimonio homosexual, sino de las actividades homoeróticas de aquella sociedad, es un anacronismo que no se puede aceptar. Pero no es cuestión de que sea inaceptable, el problema, como estamos viendo, es mucho más grave, pues tiene consecuencias deletéreas, ya que lleva a calificar de “pecado” al amor. Y calificar de “pecado” el amor tiene una premisa mayor, que la Congregación para la Doctrina de la fe repite una y otra vez, a saber, que este amor no responde a “los designios de Dios inscritos en la Creación”. Pues bien, esta premisa mayor no se sostiene desde la comprensión de la revelación a la que ha llegado la teología actual, y que he mencionado anteriormente, a saber, que toda revelación de Dios es humana, está mediada por la acogida de fe humana de esa revelación, una acogida de fe que por lo tanto está condicionada históricamente. La comprensión del ser humano que encontramos en los primeros capítulos del Génesis tampoco "ha caído del cielo”, es decir, no es absoluta, no es “divina”; es la comprensión del ser humano a la que llegó el pueblo de Israel en su experiencia de fe en Dios, y que ellos proponen como “revelación de Dios” a todos aquellos que están dispuestos a acogerla con la misma fe. Esto significa que no hay un designio de Dios absoluto acerca del ser humano que podamos encontrar en la Biblia. Es más, hoy sabemos que ese designio de Dios propuesto por la fe de Israel en los primeros capítulos del Génesis, es un designio que se realiza en un arco de intersexualidad entre el hombre y la mujer. No podemos ignorar lo que nos dicen las ciencias actuales, que la realidad sexual de todas las personas tiene raíces biológicas, psicológicas y sociales en una compleja unidad e interrelación, y todas ellas, desde una experiencia de fe, son una bendición de Dios al servicio de la unión y reproducción de la humanidad. Es evidente que no es este el espacio adecuado para exponer todos los estudios éticos, bíblicos, teológicos y pastorales que realicé en las iglesias de la Iglesia Evangélica Española antes del Sínodo de 2015. Están disponibles gratuitamente, en formato PDF, en la siguiente dirección web: https://www.bubok.es/libros/247002/etica-teologica-y-homosexualidad Por desgracia, el ofrecimiento que la Iglesia Evangélica Española hizo a las demás iglesias evangélicas de España, no solo fue rechazado, sino que incluso se volvió contra nosotros y nos llevó a ser marginados dentro de FEREDE, organismo de representación de estas Iglesias ante el Estado español. Por desgracia, tampoco abrigo mucha esperanza de que esta Nota, en la que invito a la Iglesia Católica Romana a recapacitar y revisar ese juicio que califica de “pecado” la vida amorosa de los matrimonios homosexuales de nuestra sociedad, tenga alguna acogida. Hermanos católicos, es desde el más sincero amor cristiano que os hago este llamamiento. Está en juego nuestra credibilidad, está en juego “La alegría del Evangelio”, está en juego el futuro de la Iglesia en nuestro mundo: No podemos calificar de “pecado” la vida amorosa de los matrimonios homosexuales de nuestra sociedad. Por amor de Dios: ¡Recapacitad y rectificad! Desde hace dos noches algunos agricultores franceses trabajan para proteger sus parcelas de las heladas, especialmente las de la denominación Chablis. Velas encendidas en medio de los viñedos para ganar unos grados, cepas regadas para crear una película protectora de hielo, todos intentan hacer lo posible para salvar los brotes y, en unos meses, la cosecha de 2021.
En nuestra tierra riojana tratan de hacerlo más económico a base de hogueras entre las viñas. Sobre todo, entre las que suelen traer mejores frutos. Lamentablemente, estas operaciones a gran escala no son garantía de una cosecha preservada: si el descenso de la temperatura es demasiado grande, los brotes se congelan. Además, poner en marcha este sistema de velas es costoso: 9 euros la antorcha, y se necesitan unas 400 por hectárea. Los viticultores tienen que elegir entre sus parcelas para salvar las más renombradas y sacrificar otras. Cambio climático. Igual llegamos tarde. Pero apliquemos esta realidad a otras muchas de tsunamis, sequias, inundaciones. La naturaleza tiene sus escrituras y reclama lo que es suyo. Si no, sucederán y ocurrirán cada vez más estos fenómenos y mayores. Sin salir de la pandemia, estamos ya metidos en los problemas del cambio climático. No sé si estamos a tiempo, pero quizás podamos hacer algo por evitar estas catástrofes y mejorar el clima y el medio ambiente. Consumimos, devoramos, nos aprovechamos de la naturaleza más allá de lo que ella puede dar de sí y no guardamos sus cánones inscritos en su ser. Por eso, luego vienen estas catástrofes. Siempre han existido catástrofes, pedriscos, tormentas, sequías…. Pero ahora van creciendo en cantidad y en peligrosidad. Cuidado de la naturaleza: es una forma de vivir el sentido ciudadano y cristiano. Somos administradores y guardianes de la creación, Parece que estamos en una pelea: humanos contra la naturaleza. Luchamos contra la covid, pero nos pasa una factura muy fuerte de dolores, de muertes…. Si queremos vivir con naturalidad, tenemos que hacer un examen de nuestros abusos sobre la tierra y sus elementos y aprender a respetarla y cuidarla Los datos son asombrosos: Si la humanidad seguimos así, necesitaremos en 2050 los recursos de dos planetas como la Tierra, según el Fondo Mundial para la Naturaleza La población de muchas especies ha caído en un tercio desde 1970 a 2003 Da alegría cuando se ven crear fábricas para recoger y trabajar con plásticos o con otras materias arrojadas como detritus. La CASA Común nos invita y no exige tratarla y cuidarla. Nos puede ir tocando de una u otra forma. No basta con no seguir derrochando y exprimiendo a la naturaleza, sino que es preciso recrear, reponer, resurgir la vida que hay en la naturaleza y en sus seres. Esas labores sencillas de reducir reciclar, reutilizar son ya no solo una estrategia necesaria a todos los niveles, sino una exigencia total si queremos poder seguir viviendo en esta naturaleza. Dios nos dijo en la creación” que dominemos la naturaleza” pero que no la maltratemos y destruyamos. Cuidado: No actuemos peor que el hielo. La comunidad nos propone hoy el texto de Jn 15,1-8.
Leemos el texto y después tratamos de comprenderlo: V 1: la vid es el símbolo de Israel como pueblo de Dios. Y es Dios quién ha plantado y cuida esta vid. V2 y 3: no se produce fruto cuando no se comunica la vida que se recibe. Quien ama se incorpora en un proceso que se hace posible por la limpieza que hace el Padre: hay una limpieza inicial al hacer la opción por el mensaje de Jesús que ya nos plantea tomar decisiones y luego, una limpieza que se origina por el mismo proceso de seguir optando por el amor. V4: la unión entre Jesús y los suyos es la condición para la existencia de la comunidad. V5: entre él y los suyos existe una unión íntima, comparten la misma vida. V6: el que no sigue con él es el que rechaza el amor, y como consecuencia se seca, se queda solo, muere. Estrictamente hablando esta breve exégesis podría explicar, para el lector habitual, el significado del texto de hoy. Haciendo Lectio* con el texto, esta parte sería la lectura y estudio de la Palabra. Ahondando en el proceso me pregunto qué palabra o frase “emerge” de todo el texto de hoy: y para mí está claro “sigueconmigo que yo seguiré contigo”. Leía que una mujer china cuenta como perdió el contacto con la tierra cuando empezó a usar zapatos, a los 20 años. Ahora se dedica a acompañar terapias en el bosque para personas que, como ella, por demasiado asfalto y consumismo o falta de información, nunca conectaron con la tierra, o se olvidaron de actualizar esa experiencia periódicamente. Muchos de estas personas hoy se sienten vacías, sin espíritu o con poca vitalidad, incluso con adicciones para llenar vacíos, que deja el no estar conectados. “Sigue conmigo que yo seguiré contigo” nos dice Jesús en el texto post-pascual de hoy. Sigue conmigo es fácil de comprender, nos lo han predicado: “Déjalo todo y síguele…” pero nos han dicho menos qué significa que él sigue con nosotros, que él nos sigue para que no cortemos el contacto. El Jueves Santo veíamos cómo nos lavaba los pies, y nos preguntábamos, Señor ¿qué haces ahí? Hoy nos responde: sigo contigo, donde tú estás, te hago lo que necesitas, para que puedas ir y conectar con los hermanos, con la hermana y madre tierra, tan maltratados hoy. También el espíritu creado nos dice Sigue con-migo, no me maltrates, somos a-migos, porque yo sigo contigo, mientras quieras. Mantener la conexión y que fluya de ambas partes es el fundamento de todo. Sin ello nos des-conectamos, des-amigamos, y destruimos; explotamos, a personas y naturaleza. La potente imagen de la vid y el sarmiento. La unión intrínseca, no-dual, profunda que produce el gozo del buen vino; el vino fruto de esa intimidad de la vid con el sarmiento, abrazados y enraizados en el mismo suelo-tierra. Al beber un vino recuerda, es fruto de intimidad y de conexión. No sé si nos podía Jesús ofrecer una imagen más mediterránea. ¡Cuánta amistad, comunión de vida, alrededor de una mesa y de una copa de vino…! No lo agüemos con nuestra miopía. Lavemos pies, y compartamos el vino de la conexión y el gozo del Espíritu se percibirá en nosotros. Y esa intimidad nos lleva a descubrir nuestro origen, no sólo en la fe, sino también, como nos indica la espiritualidad de la Tierra, nuestro origen como materia y energía. Entendemos que ahí también revoloteaba la Ruah, el Espíritu, la fuerza del amor que ha hecho y sigue haciendo evolucionar todo, absolutamente todo en un dinamos/dinamismo imparable. Hace unos días celebrábamos el Día Internacional de la Tierra, e invitábamos a los lectores y amigos de nuestra web/blog a contemplar el ciclo del amanecer hasta el atardecer y luego la despedida de la luz por unas horas y otra vez la maravilla del amanecer, imparable, radiante, iluminando todo. Y para recordar el ciclo, a lo largo del día, encender una vela. Dicen los maestros de la espiritualidad de la Tierra que es importante que ritualicemos los ciclos, y que en ello incluyamos a nuestros pequeños educándoles desde este otro paradigma. Estos niños tan íntimamente unidos a nosotros, padres/madres, educadores, médicos… ¿qué intimidad pueden ver de nosotros con la Tierra? Muchos vamos al monte y a la playa, pero aprovechar estos espacios para indicarles en su lenguaje y según la edad, la inter- conexión de todo ello con nosotros. Tal vez sería más fácil explicar que es Jesús quien nos lava los pies de nuestro pisotón ecológico y desde ahí, encariñarles con un Jesús amante acérrimo de la naturaleza y de los niños, y llevarles a conocer una vid y contarles nuestra historia de hoy. ¿Quién no se encariña de alguien que habla así de Dios, poniendo estos ejemplos e imágenes? Con la tecnología de hoy podemos apoyar catequesis y formación de niños y adultos de otra manera más actualizada y que nos haga vibrar. Nos dice Thomas Berry en “The Sacred Universe”: “Es un reto narrar la historia del nacimiento del humano de nuestra Madre Tierra. Una vez que la historia se ha contado, resulta obvio lo significativo que el título Madre Tierra es. Nuestro largo período sin madre del planeta Tierra ha terminado. Y si no termina es debido a las espiritualidades anteriores que han dominado nuestras mentes y acciones. Un fuerte cambio se ha realizado en esta relación madre-hijo. Hasta hace poco, el hijo era cuidado por la madre. Ahora, sin lugar a dudas, la madre tiene que ser profundamente cuidada por el hijo. Este ha madurado, se ha convertido en adulto. La relación Tierra-humano necesita realizar un proceso de conversión, que primero será de reconciliación para ir entrando en una relación de intimidad e interdependencia. Estamos en este período…” “Sígueme que yo seguiré contigo”. El evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado. Sigue explicando en qué consiste esa pertenencia del cristiano a la vid. Poniendo como modelo su unión con el Padre, va a concretar Jesús lo que constituye la esencia de su mensaje. Ya sin comparaciones, nos coloca ante el centro del mensaje: El AMOR. En el c. 13 ya nos había dado la consigna: un mandamiento nuevo os doy. Solo el amor nos hace humanos.
Juan pone en boca de Jesús la seña de identidad que debe distinguir a los cristianos. Es el mandamiento nuevo, por oposición al mandamiento antiguo, la Ley. Queda establecida la diferencia entre las dos alianzas. Jesús no manda amar a Dios ni amarle a él, sino amar como él ama. No se trata de una ley sino de una consecuencia de la Vida de Dios y que se ha manifestado en Jesús. Nuestro amor será “un amor que responde a su amor” (Jn 1,16). El amor que pide Jesús tiene que surgir de dentro, no imponerse desde fuera. Juan emplea la palabra “ágape”. Los primeros cristianos emplearon ocho palabras, para designar el amor: ágape, cáritas, philia, dilectio, eros, líbido, stergo, nomos. Ninguna de ellas excluye a las otras, pero solo el “ágape” expresa el amor sin mezcla alguna de interés personal. Sería el puro don de sí mismo, solo posible en Dios. Está haciendo referencia a Dios, es decir, al grado más elevado de don de sí mismo. No está hablando de amistad o de una “caridad”. Se trata de desplegar una cualidad exclusiva de Dios. Dios demostró su amor a Jesús con el don de sí mismo. Jesús está en la misma dinámica con los suyos, es decir, les manifiesta su amor hasta el extremo. El amor de Dios es la realidad primera y fundante. Juan lo ha dejado bien claro en la segunda lectura: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”. Descubrir esa realidad y vivirla es la principal tarea del que sigue a Jesús. Es ridículo seguir enseñando que Dios nos ama si somos buenos y nos rechaza si somos malos. Hay una diferencia que tenemos que aclarar. Dios no es un ser que ama. Dios es el amor. En Él, el amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros. Yo puedo amar o dejar de amar y seguiré siendo yo. Si Dios dejara de amar un solo instante, dejaría de existir. Dios manifiesta su amor a Jesús y a mí, pero no lo hace como nosotros. No podemos esperar de Dios “muestras puntuales de amor”, porque no puede dejar de demostrarlo un instante. Jesús sí puede manifestar el amor de Dios, amando como un ser humano. Juan intenta trasmitirnos que, hablando con propiedad, Dios no puede ser amado. Él es el amor con el que yo amo, no el objeto de mi amor. Aquí está la razón por la que Jesús se olvida del primer mandamiento de la Ley: “amar a Dios sobre todas las cosas”. Juan comprendió perfectamente el problema, y deja muy claro que solo hay un mandamiento: amar a los demás, no de cualquier manera, sino como Jesús nos ha amado. Es decir, manifestar plenamente ese amor que es Dios, en nuestras relaciones con los demás. No se puede imponer el amor por decreto. Todos los esfuerzos que hagamos por cumplir un "mandamiento" de amor están abocados al fracaso. El esfuerzo tiene que estar encaminado a descubrir a Dios que es amor dentro de nosotros. Todas las energías que empleamos en ajustarnos a una programación tienen que estar dirigidas a tomar conciencia de nuestro verdadero ser. Solo después de un conocimiento intuitivo de lo que Dios es en mí, podré descubrir los motivos del verdadero amor. El amor del que nos habla el evangelio es mucho más que instinto o sentimiento. A veces tiene que superar sentimientos e ir más allá del instinto. Esto nos lleva a sentirnos incapaces de amar. Los sentimientos de rechazo a un terrorista pueden hacernos creer que nunca llegaré a amarle. El sentimiento es instintivo y anterior a la intervención de nuestra voluntad. El amor es más que sentimiento. La prueba de fuego del amor es el amor al enemigo. Si no llego hasta ese nivel, todos los demás amores son engañosos. El amor no es sacrificio ni renuncia, sino elección gozosa. Esto que acaba de decirnos el evangelio no es fácil de comprender. Tampoco esa alegría de la que nos habla Jesús es un simple sentimiento pasajero; se trata de un estado permanente de plenitud y bienestar, por haber encontrado mi verdadero ser y descubrir que es inmutable. Una vez que has descubierto tu ser luminoso e indestructible, desaparece todo miedo, incluido el miedo a la muerte. Sin miedo no hay sufrimiento. Surgirá espontáneamente la alegría. Solo cuando has descubierto que lo que realmente eres, no puedes perderlo, estás en condiciones de vivir para los demás sin límites. El verdadero amor es don total. Si hay un límite en mi entrega, aún no he alcanzado el amor evangélico. Dar la vida, por los amigos y por los enemigos, es la consecuencia lógica del verdadero amor. No se trata de dar la vida biológica muriendo, sino de poner todo lo que somos al servicio de los demás. Ya no os llamo siervos. No tiene ningún sentido hablar de siervo y de señor. Más que amigos, más que hermanos, identificados en el mismo ser de Dios, ya no hay lugar ni para el “yo” ni para lo “mío”. Comunicación total en el orden de ser. Jesús se lo acaba de demostrar poniéndose un delantal y lavándoles los pies. La eucaristía dice exactamente lo mismo: Yo soy pan que me parto y me reparto para que me coman. Yo soy sangre (vida) que se derrama por todos para comunicarles esa misma Vida. Jesús lo compartió todo. Os he hablado de esto para que vuestra alegría llegue a plenitud. Es una idea que no siempre hemos tenido clara en nuestro cristianismo. Dios quiere que seamos felices con una felicidad plena y definitiva, no con la felicidad que puede dar la satisfacción de nuestros sentidos. La causa de esa alegría es saber que Dios comparte su mismo ser con nosotros. Nos decía un maestro de novicios: “Un santo triste es un triste santo”. No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros.Debemos recuperar esta vivencia. El amor de Dios es lo primero. Dios no nos ama como respuesta a lo que somos o hacemos, sino por lo que es Él. Dios ama a todos de la misma manera, porque no puede amar más a uno que a otro. De ahí el sentimiento de acción de gracias en las primeras comunidades cristianas. De ahí el nombre que dieron los primeros cristianos al sacramento del amor. “Eucaristía” significa exactamente acción de gracias. Cualquier relación con Dios, sin un amor manifestado en obras, será pura idolatría. La nueva comunidad no se caracterizará por doctrinas, ni ritos, ni normas morales. El único distintivo debe ser el amor manifestado. Jesús no funda un club cuyos miembros tienen que ajustarse a unos estatutos sino una comunidad que experimenta a Dios como amor y cada miembro lo imita, amando como Él. Esta oferta no la puede hacer la institución, por eso se muestra Jesús tan distante e independiente de todas ellas. Ninguna otra realidad puede sustituir lo esencial. Si esto falta no puede haber comunidad cristiana. Meditación Sin la experiencia de unidad con Dios no podemos desplegar el verdadero amor. El verdadero amor nos lleva al límite de lo humano. No somos nosotros los que tenemos que amar. Tiene que desaparecer el yo para sentirme uno con todos. Amar es deshacerme de todo lo que creo ser para que solo quede en mí lo que hay de Dios. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |