Os prometo que no voy a comentar sobre la Cuaresma, su significado… En español tenemos tanta gente que escribe y escribe bien, no vamos a cansar.
Observo, sin embargo, que poca gente escribe sobre lo que ora, vive… hablan de lo que significa el texto… Nosotras vemos una necesidad en nuestro país. Empecé a darme cuenta cuando estudiaba Teología en Berkeley, California. Ni un examen memorístico, todo trabajos personalizados, procesados. El contenido es fácil de localizar, tienes una bibliografía, si quieres puedes leer, aprender… lo diferente es hacer tuyo este contenido: asimilarlo, comprenderlo, traducirlo en tu vida y en tu realidad. Tuve la suerte de ser rigurosamente guiada a hacer un estudio reflexivo y personalizado de todo aquello que no fuera datos históricos o información completamente objetiva. Y aun así, siempre se te invitaba a descubrir como tú lo estabas asimilando e interpretando. Y a escribirlo. Se llama Reflexión Teológica. Puedo contaros que para mí el “desierto” es mi hábitat casi único. Estoy acostumbrada a la intemperie. Mis opciones de vida, paso a paso, con sinceridad de conciencia, me han ido conduciendo a espacios insospechados. Entiendo que las imágenes bíblicas más potentes sean de “ponerte en marcha”: el Éxodo como metáfora de vida: Dios caminando con su pueblo, en el desierto. Dios proveyendo lo justo para el día, según la necesidad. Dios hablando con Moisés, como un hombre habla con su amigo. Dios abriendo el mar, en el último momento. Dios acompañando, exhortando, animando, Dios, siempre, Dios con el pueblo. Luego, el Éxodo de Jesús, sus cuarenta días, simbólico de los 40 años… simbólico de nuestros tiempos de intemperie y discernimiento. Desafortunadamente no nos han hablado muy claro en general, nuestra iglesia, de lo que esto significa. En tándem con Moisés y Jesús, nosotras. Estas lecciones magistrales son para la vida. Son para nuestro catecumenado. Sólo hace falta romper nuestro voto a la superficialidad, cuna de todos los miedos, y salir. Salir al desierto, es decir, acercarnos donde Dios habita. El desierto no es un lugar geográfico, en nuestro contexto, es un espacio interior, nuestro eje. Y, como ocurre con nuestro planeta, cuando el eje se desliza hacia un lado, se desequilibra todo. Es lo que está ocurriendo con el cambio climático: la subida de 1ºC más rápida tardó 1000 años en verificarse. Nosotros lo hemos conseguido en menos de 100. Y ¿por qué se produce desequilibrio? La respuesta está en los textos, que este tiempo de espiritualidad y ayuno de superficialidad nos ponen delante, porque el problema no es de este siglo, el problema no es problema si se mira bien. Jesús es conducido por el Espíritu a su desierto después de una experiencia fundamental del Abba en su Bautismo. Ahí está la clave transformadora. No es el desierto lo que transforma, sino quien te conduce, y a qué vas. Jesús tiene que decidir entre una relación con Dios manipuladora o de hijo. Este planteamiento lo tenemos delante todos los días. Si entiendo que Dios no trabaja para mí, dejaré de hacerle encargos y empezaré a entender la riqueza de confiar en alguien que confía en mí la suerte de la humanidad y del planeta. Y responderé. Jesús tiene que hacer reflexión teológica sobre si multiplicar panes para saciar hambres inmediatas o dejarnos sentir hambre y sed de autenticidad cuando dejamos de actuar como hijos e hijas capacitadas para administrar toda la harina y el agua del planeta. Sólo comparte el que ama. Si no amamos damos de lo que nos sobra, lo que ya no usamos… si amamos nos quitamos el pan de la boca para compartirlo… el poder sin amor es letal. Dar de lo que me sobra es humillar. Dios nos ha dado unos talentos y unos bienes para que con todo ello evolucionemos como humanidad y como cosmos. Las mejores mentes las utilizan los gobiernos, con nuestro dinero, para sofisticación de armamento digital, cuyo objetivo es matar más rápida y eficazmente, siendo el arma del futuro, en confección, la que se diseña para matar nominalmente, para encontrar a la persona esté donde esté (contenido de dos ponencias en KU Leuven departamento de Teología). Tenemos la mente de Dios. La mirada de Dios. La fuerza de Dios, su Espíritu, su capacidad de transformar el agua en vino. Parece que muchos se dedican a destruir el agua base de la salud, con los residuos… y Jesús nos ofrece el Agua que quita la sed, el agua de la Vida. Muchos se dedican a construir muros para protegerse de los pobres a los que les hemos robado su dignidad y su pan, y Jesús nos invita a construir el Reino, ya, derribando todos los muros que dividen, clasifican, separan y construir casas para todos los refugiados y refugiadas en sus largos éxodos, expuestos a miserias y desprecios colectivos. Éxodos por guerras y por cambio climático. “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5) y el agua se convirtió en vino, yo diría incluso hoy, en agua potable sería suficiente Jesús. Gracias por invitarnos a ser hijas. Gracias por compartir tu Ser con nosotros. Hacer lo que Él nos dice al corazón es el camino del auténtico éxodo o salida del ego hacia el amor. Y así, lentamente, paso a paso, el eje va volviendo a su centro: el del planeta también cuando el humano esté centrado. Esta es la tarea de la Cuaresma. Desde el corazón devolver su centro, su espacio, su dignidad a todo y a todos.
0 Comentarios
Sin darnos cuenta nos han metido las elecciones y los mítines en unas semanas en las que los cristianos celebramos la muerte y Resurrección de Jesús. Parece que en esos mismas días van a existir los mítines de los partidos políticos ante las próximas elecciones. Pero no hay problema, que para todo hay tiempo. Y en último caso… ¿Qué elegimos? ¿A dónde vamos?
De momento podemos tener unos días con más tiempo para pensar; Y pensar por nosotros mismos. Ni los mítines ni los sermones nos han de atraer sin que estemos convencidos. El silencio y la reflexión nos vienen muy bien. Y no son cosas tan opuestas, porque celebramos el compromiso de Jesús por hacer una humanidad nueva. Buena razón para votar a uno u otro partido; si nos mueven a hacer una sociedad nueva: sin miseria, sin ignorancia, sanando el dolor, creando una sociedad de hermanos, acogiendo a todos, en la paz y la justicia. Haciendo un mundo en el que no haya crucificados por ninguna causa y de ninguna manera. Tienen también el peligro de un parecido: los mítines y las procesiones. Es oír, ver, pero sin implicarnos en la sociedad. Buen motivo el testimonio de Jesús para que nos animemos a participar desde un partido u otro según sea en beneficio de toda la humanidad. Y los que se presenten que tengan muy claro: que es un servicio-real- a los demás; sin esperar sacar nada, sin beneficio; solamente por servir. Al servicio del pueblo: escuchando y sirviendo. No sería bueno que en uno u otro caso nos dediquemos a mirar; O que sea simplemente tarea de un rato más o menos largo. Necesitamos, en todo, profundidad, implicación, compromiso… Hay muchas personas que no van a poder participar ni en los mítines ni en las procesiones: enfermos, trabajadores, ancianos, presos…. Ojalá, en las dos celebraciones, sean éstos el eje de nuestra reflexión. Los costaleros que llevan los pasos, que de verdad sean costaleros de las personas necesitadas; que carguemos con ellos y que lo mismo hagamos en la política: que la preocupación por los pobres sea prioritaria en nuestro voto. En unos y otros actos vamos a oír muchas trompetas y altavoces con himnos partidistas. Cada uno participará en lo que crea mejor. Se pueden participar en las dos cosas. Otros se irán de vacaciones y se separarán de los distintos actos. Yo sencillamente, quiero ir a las celebraciones de la iglesia -las rituales-, -las de dentro del templo- en las que celebramos la muerte y resurrección de Jesús, porque espero el día nuevo -no del triunfo de un partido- sino de una humanidad nueva: La de Jesús Resucitado. Pero también me leeré los programas de los partidos. Al final, resulta que no son cosas tan dispares. Durante mucho tiempo los cristianos hemos estado preocupados por nuestra salvación. Lutero vivió angustiado hasta que en su experiencia de la Torre sintió que somos salvados por la fe. Actualmente se apela más a la misericordia del Padre del hijo pródigo, incluso se descarta toda preocupación porque “ya estamos salvados” y podemos descubrirlo en nuestro yo profundo.
Hoy han caído en mis manos dos artículos que me han hecho cambiar el planteamiento, y lo que ahora me pregunto no es ¿cómo nos salvamos? sino ¿quién salva el Proyecto impulsado por Jesús? La primera llamada de atención la ha provocado una Carta del teólogo González Faus a toda la juventud del 15-M, y su primer consejo es “No salvaréis la tierra si no conseguís cambiar el sistema económico” y “no hay que ser pacientes hasta que todos sean ricos, sino impacientes para que se acaben pronto los ricos. Porque el planeta tierra ya solo tiene remedio (si es que aún lo tiene) en una civilización de la sobriedad compartida”. La segunda llamada de atención ha sido una síntesis del libro de R H Tawney “La sociedad acquisitiva” (1920 y 2016) que publica García Andoin en el último número de “iglesia viva” (nº 276). La economía debe estar subordinada a la sociedad, la plusvalía debe beneficiar menos a los accionistas y bastante más a los trabajadores y administradores, hay que impedir la propiedad separada del trabajo, de modo que el capital no empleará trabajo sino que el trabajo empleará al capital. En 1925 Fernando de los Ríos en “El sentido Humanista del Socialismo” retomó la propuesta de Tawney en la que constata la “deshumanización y descristianización del derecho”, que deja el campo libre de obstáculos a la formación del capitalismo industrial y sus bases jurídicas basadas en el interés egoísta. Ante esta descristianización me pregunto ¿Quién salva ahora al Movimiento de Jesús de quedar diluido en la inundación de la mentalidad capitalista? En su tiempo, la mujer cananea salvó a Jesús de quedar enredado en el nacionalismo judío. También salvó su mensaje la generosidad de la viuda que entregó sus últimos céntimos al Templo (que paradójicamente maldijo Jesús en la imagen de la higuera). Abrió puertas a su mensaje la samaritana con su ingenua creencia centrada en el monte Garizim. Mantuvo su mensaje Pedro a pesar de sus vacilaciones y su cobardía. Salvaron su recuerdo, de forma más o menos adaptada, los evangelistas y otros escritores cristianos. Ahora salva el mensaje de Jesús la gente sencilla que abre sus puertas a los vecinos deshauciados y al anciano solitario. Lo salvan los misioneros y misioneras, clérigos o seglares, que abren escuelas y hospitales en pueblos empobrecidos, incluso en situaciones peligrosas. A pesar de estos ejemplos, mucho más abundantes de lo que solemos conocer, el conjunto de cristianos hemos aceptado en la práctica las ideas capitalistas. Damos más importancia al capital que al trabajo, a la propiedad privada que a las necesidades humanas. Aunque lo consideramos injusto, aceptamos el capitalismo como el único sistema viable, y renunciamos a la utopía de Jesús sobre una igualdad y fraternidad universal. Como afirmaba el mismo Tawney en el capítulo 11 de su obra: en conclusión “una sola cosa es necesaria... una conversión intelectual”. A corto plazo será muy difícil cambiar un sistema que ha corrompido a países cristianos y a gobiernos socialistas pero, sin una conversión intelectual (metenoia en el griego de los evangelios), será imposible cambiarlo a largo plazo. Es todo el pueblo cristiano -pueblo sencillo, teólogos e intelectuales- los que podemos salvar el Proyecto de Jesús si creemos de corazón (via sentientis) que “nadie puede servir a dos señores, pues o bien odia a uno y ama al otro, o apreciará a uno y aborrecerá al otro. No podéis servir a Dios y al dinero” (M 6,24). Plasmaré estas reflexiones con la imagen de la perla preciosa en la que simbolizó Jesús su ideal del Reinado de Dios. Actualmente este Reinado (gobernanza) de Dios está siendo suplantado por otra perla, revestida de nácar por el sistema capitalista, para ocultar la semilla de fraternidad, que Jesús había dejado en nuestra conciencia. La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías, desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas posibilidades de futuro.
El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Jn. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lc; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan. Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como laxitud o permisividad. En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús. Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta. No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema, no estaban obsesionados con el tema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema que nos ha traumatizado a todos. Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que todos aquellos hombres acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer. En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí. Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie. La cercanía, que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos, el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo. Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilidad de lo nuevo, que sigue estando ahí, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud, hacia la que tendemos, siempre estará más allá pero siempre alcanzable. En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez, Jesús repite en el evangelio: "no tengáis miedo". El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento del verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos. El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quién es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros. Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado el hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde el hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar. Meditación Quien condena no habla en nombre de Dios. Si uno te ayuda a descubrir tus fallos, te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud. Si alguien te convence de que eres una mierda, te está metiendo por un callejón sin salida. Sea cual sea tu situación, siempre hay una salida. Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.
¿Qué hacemos con la adúltera? El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones. La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi) Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone. La apedreamos (los escribas y fariseos) Es lo que proponen escribas y fariseos invocando la Ley de Moisés. Es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica, ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos. 1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha. 2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley (“Si unoencuentra a una joven…y se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt 22,20-21). ¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan? La perdonamos (Jesús) Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía. Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más”. A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma. El buen ejemplo de los escribas y fariseos A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima. Nota: Un texto escandaloso Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir, y otros no sabían dónde meterla. No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” podrían verse libres desde los terroristas del Isis hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, “no peques más”, dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere. La conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14)) La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás. La adúltera y el fariseo A pesar de las diferencias, hay algo común a la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera. El éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21) La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante”. La liturgia de este 5º Domingo de Cuaresma nos propone adentrarnos en este relato del Evangelio de Juan, tan profundamente importante para nuestra vida creyente. Hemos recorrido un camino presentado como una oportunidad para una nueva consciencia de nuestra posición ante la vida. Sin embargo, es recurrente el tema del “pecado” quizá porque se presenta como un gran obstáculo para vivir una fe más vital en detrimento de una fe más centrada en el “cumplimiento”. El asunto del “pecado” era casi una obsesión en el judaísmo. Podría decirse que marcaba la pertenencia o no al Pueblo y a su Religión. Juan nos presenta el caso de una “mujer pecadora” para mostrar una visión de Dios que dignifica y sostiene nuestra debilidad.
Los escribas y fariseos se relamían con el caso de esta mujer “pecadora”. Era muy evidente que había cometido un solemne pecado y además era mujer cuya condena por este acto era mucho más dura que para los varones. El desenlace desde su punto de vista estaba claro. Los escribas y fariseos no necesitan a Jesús para dictar sentencia. Acuden a él, una vez más, para ponerle a prueba. La situación en este texto no puede reflejar mejor la intención liberadora de Jesús, no sólo de la ley sino también de la situación de la mujer. Se da una constelación de los personajes en este texto que merece la pena tener en cuenta para comprender el final de la historia. Jesús va al Templo, está sentado porque no fue a orar sino a enseñar. Los fariseos y escribas llegan en clara oposición, ellos no enseñan, pero tienen el control de lo que se debe enseñar. Estos personajes son los que saben de la Ley, van en colectivo poseedor de la verdad a cuestionar a Jesús. Los miembros de este colectivo se van empoderando entre ellos y les une intentar poner en evidencia la situación de esta “pecadora”. La mujer es la transgresora de la Ley y es llevada por la fuerza para ser juzgada. Ella está en el centro, es decir, el punto de desacuerdo es esa mujer que ha cometido adulterio. La descripción de los hechos por parte de los “maestros letrados” no puede ser más despreciativa. Parece ser que el cumplimiento obsesivo de la ley no les permitía humanizar su visión de las personas; lejos de esta intención, la degradan y no obtener palabras de Jesús les pone cada vez más nerviosos. Jesús observa y no habla, no merece la pena entrar en una discusión en la que los interlocutores están en una nula disposición para el diálogo. Es verdad que piden opinión a Jesús pero con la intención de probarle para encontrar razones que les confirme su deslealtad al Judaísmo. El silencio de Jesús genera todavía más expectación. Escribe en el suelo las dos veces que los legalistas le preguntan directamente. El significado de este gesto de escribir en el suelo tiene muchas interpretaciones en las que no hay gran acuerdo. Quizá, cuando Jesús escribe en la tierra pretende superar la ley escrita en piedra por Moisés y, por coherencia con lo que ocurre después, está escribiendo una nueva ley basada en la destrucción del pecado, pero no del pecador(a). Por fin habla Jesús y se posiciona. No intenta dar la razón a todos, toma posición por la mujer sin importarle lo que digan y arriesgando el rechazo de los oyentes. Es parcial, entiende que hay que posicionarse con claridad porque es la única manera de resolver el conflicto. Esta es la libertad de Jesús que le lleva a ser valiente y no quedarse en contentar a todo el mundo. Sus palabras con autoridad rompen la escena y libera a la mujer de la carga del juicio introduciendo la nueva visión de Dios revelada en su actuación: el Dios de la miseri-cordia, es decir, el Dios que pone corazón en la miseria humana del orden que sea. No entender así al Dios de Jesús nos distancia mucho de la esencia del Evangelio. La constelación de la escena inicial cambia. Se van de uno en uno, dice el texto; ese equipo de leguleyos basado en la Ley de Moisés se rompe; los más ancianos son los primeros en irse que representan la autoridad judía y la tradición más arraigada. Ahora es la relación personal la que va a marcar la nueva experiencia del Dios de Jesús. No se atreven a condenar porque Jesús les ha puesto delante de sus ojos y de su conciencia la cara B de la realidad humana, la dureza de las normas de la Ley mosaica en contraposición a la nueva ley del Amor. Con la mujer sí habla, se sitúa en simetría con ella y la libera de una ley opresiva y androcéntrica, cruel y deshumanizada, para ampararla en la ley de la nueva oportunidad y de la incondicionalidad del amor cristiano. El pecado, en este nuevo escenario, no es una cuestión de humillación sino de humildad; la humillación degrada a la persona, la humildad la pone ante su verdad. Se trata, pues, de reconocer aquello que ha frustrado el proyecto de Dios, de haber negociado mal con los dones recibidos. Jesús no le pide nada a la mujer tan sólo que no peque más; no se nos pide nada más que estemos atentos para no anular nuestra dignidad y fortalecernos interiormente para que otros no nos la arrebaten. Pero también podemos situarnos al otro lado del espejo y ser como ese colectivo que, con dureza, juzga y anula, desprecia desde la intolerancia y la insensibilidad. Recordemos, entonces, que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” y el resultado será un corazón solidario y empático con la debilidad humana. Tal vez sería otro importante paso a dar en nuestra vida. ¡¡FELIZ DOMINGO!! He oído a un colega pastor, después del resultado de la primera vuelta para presidente, decir que "la voz del pueblo es la voz de Dios". Esta expresión sonó mal a mis oídos, principalmente porque vino de un religioso. ¡Causó incomodidad! No sé dónde nació este dicho, pero algunos lo sitúan en la antigua Grecia, cuna de la democracia y de los foros populares. Esta expresión ganó fuerza en la Edad Moderna con la Ilustración francesa. Al oponerse al poder monárquico y totalitario, este movimiento concibió la idea de que la voz del pueblo es soberana y, por eso, respetada por Dios. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, hasta entonces interpretados por las autoridades monárquica y eclesial, fueron humanizados. El filósofo Voltaire llegó a decir que respeta a Dios, pero ama al humano. En otras palabras: entre los valores el amor tiene prioridad al respecto.
A partir de esta incomodidad, empecé a pensar acerca de este asunto y preguntar: "la voz del pueblo es la voz de Dios"? En este momento de decisiones políticas, donde está en juego el destino de la nación, ¿Dios acepta justificar cualquier decisión popular depositada en las urnas? ¿Qué Dios es éste que se alía y concuerda con un pueblo dividido por el odio, la calumnia, la falta de respeto, la intolerancia? ¡Platón era sabio! Dijo que al filosofar aprendemos a morir; aprendemos a lidiar con lo que nos angustia. Como teólogo, quiero reflexionar acerca de esta "verdad", adoptada muchas veces como absoluta, y que merece una reflexión más profunda. Es voz de Dios el grito de una multitud que no se entiende, no habla la misma lengua, cuya Gestalt presenta más desesperación, debido al miedo y la inseguridad, ¿que la fe y la esperanza? Esta expresión es un plato lleno para unir el poder político-religioso. Entre pastores, sacerdotes y políticos, pocos son aquellos que logran identificar y separar poder y servicio. La teología nos ayuda a pensar esta realidad. Hay varias formas de hacer teología y una de ellas, tal vez sea la más coherente, es a partir de la tradición bíblico-cristiana. La voz de Dios se hizo escuchar y testimoniar en la humanidad en favor de su Reino de justicia y amor, pero no afirmamos que todo el pueblo oyó esta voz. La historia de la salvación muestra, en el Antiguo Testamento, un pueblo ignorante, desobediente e infiel, constantemente advertido de Dios: “Los líderes sobornan, los oficiales del culto se corrompen y los profetas adivinan por dinero. Como si no bastase, buscan justificación en el Señor diciendo: 'Dios está con nosotros y ningún mal nos sucederá' (Mq 3,11). Este versículo habla por sí mismo y no es necesario mucho esfuerzo para interpretarlo. El Nuevo Testamento, no muy diferente, presenta un pueblo ingrato y lleno de odio, manipulado por los principales líderes de la época. La enseñanza, los milagros y las acciones de Jesús desagradaban a aquellos que dominaban el poder y la población. El evangelio de Jesús presenta esta situación y nos ayuda a pensar que, no necesariamente, la voz del pueblo es la voz de Dios. Conducidos por el liderazgo religioso y político de la época, la masa fue llevada a condenar al Maestro. Jesús había dicho: "ciegos guiando a ciegos". Lucas trae la narración (Lc 23,8-12): el rey Herodes, al ver a Jesús, se alegró, pues oyó hablar muchas cosas sobre él y esperaba de él algún signo que se refería a su poder. Pero los sacerdotes y escribas que allí estaban, no dejaron. Acusaron a Jesús con calumnias y difamaciones. Herodes, al oírlo, pidió a los soldados que llevasen al acusado a Pilato, su enemigo político. En aquel día, cuenta el evangelista, Pilato y Herodes se convirtieron en amigos y extendieron su amistad a los jefes religiosos. Enemigos se unen con facilidad cuando el asunto es juicio y condenación. Dios permanece un misterio y tal vez, por cuenta de esto, el pueblo procura interpretarlo según sus propios sentimientos. Nietzsche decía: "amamos nuestro propio deseo, en lugar del objeto deseado". En el fondo, lo que queremos de Dios es su aval para lo que deseamos realizar. Pero el problema se establece cuando el deseo de unos se impone al deseo de muchos, instaurando injusticia, prejuicio y desigualdad. Es un problema y sabemos a partir de nuestra propia condición humana: lo que deseamos realizar en los demás es, muchas veces, lo que hay de peor en nosotros y no nos damos cuenta de ello. He visto manifestaciones políticas que, tomadas por ciertos líderes, son elevadas a la condición de verdad absoluta. Ay de aquellos que desatan estas ideologías, pues serán etiquetados como ignorantes y, muchas veces, serán víctimas de prejuicios y discriminados en el medio donde viven. Al analizar la máxima: "la voz del pueblo es la voz de Dios" llegué a la conclusión que mejor sería invertir: "la voz de Dios debería ser la voz del pueblo". La madre es la primera diferencia, el signo más antiguo que emerge del uróboros o espacio de sacralidad indiferenciada (de la que hablan muchos antropólogos). Ella aparece de algún modo como clave de sentido de la humanidad, por lo menos en un plano religioso.
La historia que nosotros conocemos ha tenido y tiene una estructura patriarcal y en ella adquieren precedencia los varones. Pero antes parece adivinarse en muchos lugares una especie de prehistoria (permítase la palabra) o suprahistoria de tipo igualitario y no violento. Esta sería la fase matriarcal, un tiempo en que las madres (simbolizadas por la Gran Diosa) ofrecían sentido y marcaban un camino para el conjunto de la humanidad, como dice R. Eisler, El cáliz y la espada, Cuatro Vientos, Santiago 1989. En esa fase matriarcal el ser humano se hallaría en contacto más profundo con la naturaleza (de natura, nascere = nacer), interpretada como materia o mater (=madre). La madre sería la gran diosa: el signo del poder originario expresado como donación de vida. ella estaría vinculada a los poderes pacíficos e igualitarios del cosmos, expresados por la agricultura. Esta sería la gran aportación del neolítico cuando los humanos empezaron a labrar la tierra concebida en forma generante, femenina, materna; de ella viven, en ella se realizan. La tierra es la más antigua madre, vista como fuente de fecundidad y vida; ella sería el símbolo primero, el arquetipo de toda realidad. A su lado el varón vendría a mostrarse como un ser derivado. Evidentemente, la divinidad vendría a estar simbolizada por la madre. (De todas fomas, ésta es una tesis que puede y debe matizarse con muchísimo cuidado, porque no está tan claro que el matriarcado fuera tiempo de paz). Nuestra humanidad actual tiene estructura patriarcal: está dirigida y dominada por varones. Ellos han sido los originantes de eso que llamamos actualmente la historia: orden político expresado en formas de poder, despliegue estructurado de acontecimientos que se cuentan de una forma progresiva. Pero antes de esa historia parece adivinarse en muchas partes una especie de prehistoria (¿o suprahistoria?) dirigida y fecundada por mujeres (madres). Es lo que solemos llamar el matriarcado. Sus aspectos más significativos parecen los siguientes: - En plano cósmico se acentúa la importancia de la tierra interpretada como principio de vegetación (o como generadora). Empieza a ser fundamental la agricultura, vinculada al don fecundo de esa tierra que aparece así como fuente de la vida. - En perspectiva humana el equivalente de la tierra es la madre, como portadora (engendradora) de la vida. Ella aparece así como símbolo primero y arquetipo de toda realidad. A su lado, el varón sólo realiza funciones secundarias (en plano vital). - Por eso, religiosa o simbólicamente la mujer-madre aparece como principio clave de lo humano. En un sentido estricto, todavía no existe humanidad: no se ha elevado el varón frente a la mujer, ni el hijo frente a la madre. Pero ella, la mujer y madre, se encuentra ya presenta como la primera diferencia humana, el signo más antiguo que ha emergido del uróboros. Algunos movimientos feministas (de tipo religioso y social) muestran una especie de nostalgia por el matriarcado: superando el patriarcalismo actual, donde las mujeres se encuentran dominadas por varones; se dice que las mujeres querrían recuperar su importancia en el conjunto de lo humano. No quiero entrar en la polémica social, pero pienso que esos movimientos tienen por lo menos un valor religioso muy grande: nos ayudan a entender el surgimiento de los símbolos sacrales dentro del conjunto de lo humano. Recordemos la perspectiva previa de indistinción urobórica, donde no se podía hablar de ninguna diferencia. Pues bien, ahora ha surgido ya la primera diferencia: la serpiente que se muerde la cola ha recibido forma de mujer o, mejor dicho, de madre. Ya no es puro retorno, totalidad indiferenciada. Ella se ha vuelto materia (=madre) sacral de la que todos procedemos y a la que todos retornamos. En el eterno retorno de la serpiente se ha introducido la primera distinción: un vientre de mujer interpretado como potencia germinante. Esta temprana distinción tiene un aspecto positivo que debemos recordar (y agradecer). Sobre el principio indecible del que nada puede asegurarse ni negarse (como caos sin diferenciaciones) emerge la suprema diferencia expresada simbólicamente como mujer-madre. El primer continente que los hombres han logrado descubrir, la primera experiencia que ha captado es la experiencia de la fuerza germinante de vida de la madre. Ella es la primera percepción, la primera realidad concretizada que los hombres descubren y formulan con gozo sobre el mundo. La madre es el signo primero de lo humano y lo divino en cuanto tiene poder sobre la vida. Pero debemos recordar que ella se encuentra todavía (muchas veces) cerca de la serpiente que muerde su cola: por un lado se encuentra cerca de la naturaleza englobante de forma que aún no tiene aspectos precisos de personalidad individual; pero, al mismo tiempo, empieza a diferenciarse pues da a luz a los hijos y les ofrece un tipo de distinción humana. Ella es principio y fin, crea y destruye lo creado, engendra y desengendra, en una especie de inmersión sagrada donde todos los seres nacen y perecen (sin individualidad o sentido propio). Ciertamente, en un sentido esta gran madre no debería llamarse aún mujer pues no es femenina, ni persona, en el sentido posterior (actual) de la palabra. Ella es por ahora el signo de la vida germinante y vivificadora (si se permite el término). En el gran caos sin distinciones ha surgido (o se ha encontrado) una primera distinción: los seres nacen y mueren y es sagrado el principio de engendramiento, la gran madre. Ella está cerca de la physis primigenia de los griegos (de la naturaleza, de natura/nascere, nacer); ella es la materia como mater, madre, de las cosas. Debemos recordar que aquí tenemos una madre sin padre (sin pareja complementaria); esta es una materia donde la engendradora de la vida se presenta, al mismo tiempo, como potencial de muerte de los seres que ella misma ha suscitado. Lo divino es, según eso, fuerza germinante y pereciente de la vida: es principio y fin, lo que nos hace brotar y lo que, luego, nos recoge al terminar nuestro camino. Estrictamente hablando no vivimos (no somos realidad individual): la naturaleza nos vive y nos muere. Ella es madre más que mujer, fuerza natural más que persona. La primera religión (y filosofía) recoge esa experiencia [1]. Esto es lo que ha entrevisto y dicho de forma genial Gén 2-3 al sostener que en el principio, en la culminación original del ser humano se halla Javah, es decir Eva (%{(), aquella que es la madre de todos los vivientes (Gen 3,20). Estrictamente hablando, Eva sólo puede realizar esa función y ser ´em kol jai (madre de todo lo que vive) siendo signo antropológico de Dios y expresión humana de su maternidad sagrada. El Adán precedente (humanidad sin diferencias de varón y mujer) carecía de la mujer, la madre de todos los vivientes. Quizá podamos añadir que en el principio el todo se hace madre: deja de ser campo indiferente en que vivimos sin darnos cuenta de ello (lugar de cambios inconsciente, mutaciones, nacimiento y muerte), para recibir rasgos maternos. Ella es la realidad como principio engendrador de vida. En el principio era la madre La madre es la primera realidad individual que troquela, diferencia y da sentido al ser humano. Por medio de ella el Uno filosófico en que todo se encontraba vinculado, reunido, confundido adquiere notas distintivas, formas propias. Ella es la primera de las diferencias, el origen de todas las posibles realidades. El evangelio indicará más tarde: en el principio era el Logos (Jn 1.1). Otros dirán como Goethe que al principio fue la acción o el pensamiento. Esas sentencias me parecen justas, al menos como expresiones generales. Pero en línea más profunda, en el lugar del surgimiento humano, tal como ha sido explicitado y formulado por las religiones, debemos afirma: en el principio era la madre. Ella se vuelve fuente de sentido para el ser humano. Quizá podamos añadir que la madre es la primera palabra (en camino que Jn 1 llevará a su culminación en Jesucristo). Sobre el silencio indecible del que nada puede afirmarse ni negarse ha emergido la primera diferencia, la fuente de la palabra, esto es, la madre. Ella no dice cosas externas, se dice a sí misma por y para el hijo. Por eso, lo primero que los seres humanos han descubierto y separado, su más honda experiencia es la experiencia de la madre. En una perspectiva etnológica, debemos recordar que el ser humano nace "prematuro": es un viviente que en sí mismo carece de futuro: es frágil, le hacen falta largos meses (años) de cuidado materno (alimento, calor, limpieza, aprendizaje en el plano del afecto y la palabra) para realizarse: le hace falta madre. - La madre pertenece a la estructura biológica del surgimiento y maduración del ser humano: ella ha tenido que especializarse en funciones de cuidado y servicio (de alimento, palabra y afecto) para que la especie humana pueda perdurar y realizarse. Ella es quien ofrece al niño un troquelado intenso, duradero, haciéndole capaz de asumir su propia vida como ser inteligente. Así viene a presentarse como portadora de vida: es el primer signo diferenciante en el espacio nuevo de lo humano. - Pero la madre es más que una estructura biológica: ella es sentido fundante de la vida, es hierofanía o manifestación del poder sagrado, principio y sentido de toda realidad para los hombres. Vendrán después otras manifestaciones de lo divino; se podrá ver como sagrado el bosque o la montaña, el mar o la llanura, los astros o los muchos animales. Pero ellos sólo han podido recibir rasgos sagrados y tomarse como manifestación de lo divino porque antes ha estado allí la madre. Conforme a la visión antropológica freudiana, en el principio estaba siempre el padre, el macho fuerte de la horda de antropoides, imponiendo su dominio sexual sobre las hembras y ejerciendo su poder político (violencia social) sobre el resto de los machos. Estos se habrían reunido un día asesinando a ese padre y conquistando su propia autonomía como seres libres, aunque troquelados desde ahora por la ley oculta (religiosa) de aquel padre asesinado, a quien presentan simbólicamente como soporte y fuente de estructuración social (prohibición del asesinato/parricidio y del incesto/adulterio). En esa misma línea masculina y violenta se sitúan muchos antropólogos, psicólogos, sociólogos e incluso filósofos que ejercen mucho influjo en nuestro tiempo. Pues bien, en contra de esa perspectiva de dominio y lucha masculina se han alzado, a mi entender con más razón otros antropólogos que trazan y destacan la importancia de la madre como primera educadora, engendradora de lo humano. Quizá debamos afirmar con ellos que el ser humano ha podido surgir y se mantiene por gracia de la madre: sólo su cuidado físico y social (lactancia, educación) hace posible la emergencia de los individuos como seres que logran separarse del gran todo y realizarse de manera personal, consciente, en clave de lenguaje. Así lo muestran muchos signos religiosos antiguos a través de la figura de la Diosa-Madre, engañosamente llamada a Venus (signo de atracción erótica): la gran madre no es eros sino fuente de vida, una mujer de fuertes pechos y de vientre extenso. Ella es el signo de la maternidad, el don de vida que se expande (vientre) y el cuidado por aquella que ha nacido (pechos). Ella es la vida especializada en clave de maternidad humana: es madre porque cuida, acompaña, alimenta, ofrece la palabra. El ser humano ha descubierto su existencia peculiar por medio de la madre: ella es la diosa originaria, el símbolo fundante de eso que en palabra posterior pudiéramos llamar la gracia de lo humano. Tanto los restos arqueológicos (estatuas o amuletos...) como la experiencia antropológica nos hacen descubrir (y postular) el influjo de la madre: el ser humano no se hace por violencia, como muchos dijeron y otros dicen todavía, al afirmar que nuestra cuna es la batalla. No nacemos de la guerra de los dioses (teomaquia) ni tampoco de la guerra interhumana (antropogonía como antropomaquia) sino de la ternura engendradora de la madre que nos hace crecer y realizarnos desde la debilidad primera [2]. Ciertamente, el símbolo madre reasume elementos de la tierra, interpretada ya como "materia" (de mater, madre) y fuente de existencia. Por eso, la religiosidad matriarcalista está profundamente vinculada a los cultos telúricos (de tellus, tierra o suelo). Ella está unida al proceso de la vegetación y también a los ciclos de las estaciones, tan ligados en su entraña con la tierra. En esta línea puede hablarse también de madre/physis (de phyein, brotar o germinar) o de madre/naturaleza (de nascere, nacer): la misma realidad del cosmos (totalidad armónica) se entiende así como proceso vital de surgimiento. En un nivel humano, la madre ya no es simplemente el poder preconsciente de la generación animal. Quizá pudiéramos decir que la generación toma en ella conciencia, se vuelve persona: la physis/naturaleza se hace madre. Esto es lo que hemos indicado ya diciendo que Eva, mujer y madre original, es el principio de todos los vivientes (cf Gen 3,20). En esta perspectiva, el Adán/varón (que Gen 2 presentaba al parecer como importante) viene a presentarse en realidad como subordinado. Sobre ese fondo viene a explicitarse ya la primera dualidad o diferencia: la madre con el hijo. Esta es una relación polar de carácter jerárquico. La madre tiene ahora sentido prioritario: ella se despliega y existe para suscitar al hijo. El hijo, en cambio, existe por la madre, como expresión de su fecundidad y resultado de su acción educadora. Antes que la relación varón/mujer, en las raíces de lo humano, parece haberse desplegado la díada simbólica de la madre con el hijo. Este es uno de los signos fundantes de lo religioso. La madre acoge, troquela y madura al indefenso niño en un proceso de creatividad que rompe el plano del instinto (equilibrio con los otros seres del medio) y le conduce al nivel de la autonomía personal, ofreciéndole símbolos, palabras, experiencias que le capacitan para realizarse como persona. De esa forma es lógico que ella aparezca como el primero de los grandes signos religiosos: educa al niño par que se vuelva independiente; así es matriz y contenido fundante de toda la cultura. Muy posiblemente, toda religión tiene a este plano un principio y contenido materno. La maternidad es experiencia fundante de lo humano, de tal forma que en sentido simbólico ella puede expresarse por varones y mujeres (aunque lo hace en modo peculiar por las mujeres). Situada en esta línea, la madre no aparece ya como elemento regresivo, de retorno al útero materno, en virtud de un sentimiento de inmersión oceánica, como suponen algunos pensadores de la escuela freudiana. La madre no es ya el todo indiferente que hemos visto en el Uróboros: no es caos que no implica todavía distinciones. Ella viene a desvelarse aquí como principio educador y creativo: cuida al niño y le sitúa ante el camino de la vida. Violencia y maternidad La cultura, interpretada como expresión del cultivo de lo humano, tiene origen materno. Algunos antropólogos, siguiendo a Lorenz, N. Tinbergen y R. Ardrey, han supuesto y defendido que el origen de toda cultura es la violencia: de esa forma devalúan la gran innovación humana de la madre. Pues bien, otros antropólogos como A. Montang y J.Rof Carballo, han podido señalar con más hondura y razones que el hombre surge y ha triunfado dentro de la línea genética y del duro proceso de la vida precisamente por su debilidad, por la exigencia que tiene del cuidado de la madre. El niño humano es el más débil de todos los vivientes; nace prematuro, biológicamente es inviable a no ser que le acojan y eduquen por un tiempo largo, en una especie de proceso de gestación extrauterina que requiere la presencia constante de una madre. Pues bien, su misma fragilidad biológica, su menesterosidad, abierta al troquelado personal y aprendizaje, convierte al niño en el viviente más autónomo y creador, pues la madre le educa y le hace madurar en esa línea. Esta es, a mi juicio, la primer y más profunda paradoja antropológica. Así podemos afirmar que sólo la ternura creadora de la madre (y no la lucha o violencia entre los machos) es la que convierte al antropoide niño en ser humano (Cf. J. Rof Carballo, Violencia y ternura, Pensa Esp., Madrid 1967). A este nivel, la religión puede entenderse como evocación materna: es recuerdo, memoria actualizada y permanente de esta intensa experiencia positiva en el origen de lo humano. Reconocer a la madre, eso es religión; proyectarla como símbolo primero en el origen y sentido de todo lo que existe, eso es experiencia de misterio para el ser humano. Conforme a esto la primera demostración (o mostración) humana de Dios es la existencia de la madre. Ella es el punto de partida más significativo, el campo de inflexión y cambio más profundo en la experiencia de los hombres. Por medio de ella, la misma realidad originaria se explicita como fuerza creadora, ofrece rasgos maternales, como potencia cariñosa que nos hace realizarnos como humanos. En el principio de todo no se encuentra la lucha ni la angustia; en el principio está el cuidado fundante de la madre. Ella aparece así como signo original de lo divino: es clave que nos capacita para aceptar, comprender, asumir y recrear todo lo que existe. En el principio no está el ser como han pensado algunos metafísicos. Tampoco está la nada o las ideas eternas, generales. Al principio, como signo fundador y garantía de toda realidad, viene a mostrarse ya la madre. Ella es el símbolo más alto, es la imagen (llave significadora) que nos capacita para situarnos ante el mundo como seres que pueden entender lo originario. Partiendo de ella (visto en su trasfondo) Dios se viene a desvelar como la hondura y verdad, la garantía y sentido de aquello que encontramos en la madre. Esta experiencia se encuentra en el fondo de todo lo que sigue. Sin embargo, ella no es perfecta todavía, no se puede tomar como definitiva. La primera madre es aún bastante impersonal: es principio y fuente de existencia más que persona concreta, realizada. Es principio cósmico de surgimiento humano más que individuo que dialoga en gratuidad con otros individuos. En esta visión de la "primera madre" falta todavía la dualidad personal estricta del hijo ya crecido que se pone frente a ella como independiente y capaz de responderle; falta igualmente la figura del varón esposo que dialoga con la esposa en gesto de relación personal. Y falta, sobre todo, la individualidad de la misma mujer/madre, como viviente con autonomía que aparece, se realiza, libremente en un proceso en el que ofrece personalidad y vida al niño (al hijo). Por eso ella, la mujer-madre, no llega a presentarse todavía como persona, en un sentido estricto. Así lo iremos viendo en los esquemas posteriores. Aquí nos bata con decir que la historia humana nace por medio de la madre. A partir de ella tenemos que recorrer el camino de las nuevas diferenciaciones personales [3]. La madre, demostración de la existencia de Dios Los filósofos de línea cosmológica, apoyados por algunos pensadores helenistas (especialmente aristóteles), querían demostrar la existencia de Dios a partir del movimiento de las cosas o apoyándose en la unión y coherencia del cosmos. Así ha trazado después Santo Tomás sus cinco vías que conducen de las realidades prehumanas que vemos y sentimos (movimiento, causalidad, contingencia, grados de ser, orden del mundo) al mismo ser de los divino. Pues bien, conforme a la visión más exigente y humana que aquí desarrollamos, esta vías resultan deficientes, pues no llevan hasta un Dios personal sino que acaban (y nos dejan) ante los poderes primigenios de este mundo. Sólo partiendo de aquello que es ya específicamente humano (la madre con el niño) podemos descubrir al Dios persona, propio de los hombres (y no simplemente al ser que es causa o motor cósmico del mundo). Algunos teólogos católicos tan significativos como H. U von Balthasar y H. Küng, han situado aquí la fuente de toda comprensión de lo divino: esta primera experiencia de acogida y cariño materno, reflejada en la figura de las grandes diosas primordiales, viene a interpretarse como signo y prueba de existencia de Dios. Cf: H. U. von Balthasar, El camino de acceso a la realidad de Dios, en MS II, 1, Cristiandad, Madrid 1l969, 41-64; H. Küng, )Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1979,587-616. Bibliografía. Sigue siendo fundamental para el estudio del matriarcado E.Neumann, La grande madre, Astrolabio, Roma 1981. Se interesa por el tema en clave antropológica A.O.Osés, Mitología cultural y memorias antropológicas, Anthropos, Barcelona 1987.Visión filosófico/teológica en H.Küng) ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979,587-616 y H. U. von Balthasar, El problema de Dios en el mundo actual, Cristiandad, Madrid 1960. Para un estudio antropológico del posible influjo materno en el surgimiento de la cultura son importantes las obras de R. Girard, especialmente El misterio de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982 y La violencia de lo sagrado, Anagrama, Barcelona 1983 [1] Algunas mujeres actuales parecen desear la vuelta a ese tipo de matriarcado. Pues bien, esa vuelta es ya imposible. Es más, sería indeseable, tanto para las mujeres como para los varones. Ciertamente, en el momento matriarcal las mujeres tenían más poder; pero se trataba sobre todo del poder del vientre que concibe y pare, de los pechos que amamantan. Estrictamente hablando, todavía no existía ni mujer ni varón; había solamente hembra divinizada en su función reproductora. Para que varones y mujeres emerjan como plenamente humanos (de manera personal) tendrán que surgir las diferencias de tipo intelectual (a través de la palabra). [2] Así lo ha mostrado J. Rof Carballo, Violencia y ternura, Prensa Española., Madrid 1967 [3] En algunos movimientos feministas de tipo religioso y social parece latir una especie de nostalgia por el matriarcado: superando el patriarcalismo histórico, habría que trazar una especie de retorno hacia el origen matriarcal de la cultura y de la vida. Sólo de esa forma las mujeres podrían encontrarse a sí mismas, recuperando su importancia humana. Entonces volvería a surgir la verdadera religión de la mujer, es decir, la divinización de los valores femeninos. Pienso que ese tipo de vuelta al matriarcado resulta ya imposible, es más, acabaría siendo indeseable para varones y mujeres. Ciertamente, hubo elementos buenos en el matriarcado antiguo. Más aún, la protesta feminista de la actualidad es muy valiosa y debe tomarse con lucidez y valentía. Pero el retorno al antiguo pasado es inviable, pues entonces no existían todavía varones ni mujeres en el sentido personal de esas palabras. La mujer del antiguo matriarcado era más engendradoras que mujeres, más vientre/pechos que persona. Ciertamente, postulamos con Gál 3, 28 un nuevo estadio de la humanidad en que no existan ya machos y hembras en el Cristo sino solo personas, iguales todas. Pero esa no será (no podrá ser) la igualdad de la indiferencia, la vuelta al poder del vientre y pechos. Esa será más bien la igualdad en la más grande diferencia. Varones y mujeres tendremos que hacer el camino de la diferenciación, para encontrarnos al fin en la igualdad radical de los valores personales. Este camino de la diferenciación ha estado lleno de injusticias y ha sido especialmente doloroso para las mujeres. Pero al fin, desde la novedad que implica Cristo y desde la nueva creatividad que nuestro tiempo está ofreciendo a varones y mujeres, podemos llegar a la igualdad más grandes en la más profunda de las diferencias. Queda en el fondo la madre; es bueno que ella siga siendo uno de los grandes signos de identificación y plenitud del ser humano. Pero es preciso que ese signo se realice (llegue a su pleno desarrollo) en claves de despliegue personal, en suma libertad, y no a través de algún tipo de retorno a los poderes puramente biológicos de la naturaleza. Vivimos como si nada ocurriera, con cierta o mucha rutina, que en el fondo nos da seguridad. Hay personas que llevan muy mal los cambios, y a veces el intento de tenerlo todo bajo control, organizado… hace que Dios, el Amor, para acercarse a nosotros, tenga que “manifestarse”, llamarnos la atención, suplicarnos con algún gesto que estemos despiertos, alerta, presentes ¿por qué? porque tiene algo que decirnos.
Éxodo 3,1-8 13-15 …Moisés, después de descubrir su identidad en palacio, y tratar a su manera, de defender a los que ha descubierto como “suyos”, se sumerge en un profundo desierto, el desierto que nuestro tiempo litúrgico nos invita a experimentar de nuevo este año, y el texto nos descubre que incluso en el desierto nos podemos acomodar. Sin embargo el buen hombre tiene tal sed de Dios, que hasta con el rebaño, con todo su bagaje existencial, se acerca a ese monte donde Dios habita. El paralelo puede ser muy clarificador si le ponemos palabras nuestras. ¿Cómo sería tu interpretación? Algo tan sencillo como que voy a dialogar con Dios, lo intento con mi rebaño, que es lo que te sigue, lo que tú cuidas, lo que te da de comer, lo que te hace sentir útil y necesari@. Y, en medio de esta normalidad de vida, de ir con tu rebaño a todos lados, de pronto, algo irrumpe, algo es diferente, algo como fuego que arde y arde sin consumirse, sin destruir, sin quemar, es un fuego que llama, invita, alienta. Moisés queda maravillado y decide “voy a acercarme a mirar” “Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza”. Te invito en este relato oracional a poner de nuevo nombre a lo que te rodea. Posiblemente la actitud humana de acercarnos a mirar está muy arraigada en nosotros, forma parte de todas las culturas; pero mirar no es igual a ver, tenemos una máscara turística muy incrustada, además hoy todos sacaríamos el móvil para filmar el show de la zarza y enviarlo a montones de gente que a su vez lo enviarían… ¿y qué? Lo importante de todo el montaje es que en medio de esta puesta en escena hay algo que transforma para siempre la historia de salvación, la historia de la humanidad: Dios llama a Moisés y este responde: aquí estoy, y entonces la voz de Dios se vuelve más clara: quítate las sandalias (suelta las máscaras) porque pisas tierra sagrada, porque al dialogar con Dios, entras en su espacio, como cuando dialogas con alguien y te introduce en su vida, en su historia y realidad. Dialogar con Dios es dejarse introducir en su doble realidad: primero la seguridad de que me llama, desde la llama ardiendo, desde el fuego que siento, que sé es su llamada, su llamarada, el fuego de su Espíritu que busca su tienda, que busca una comunidad de personas que le acojan, una a una para un bien común, para una tarea imposible. Pero la prueba y la evidencia de que es de Dios está en el relato, el peligro ahora es ir al versículo siguiente enseguida y enzarzarnos en la tarea, que es lo que nos hace sentir útiles, y olvidarnos de que sin el fuego del Espíritu, sin la voz de Dios que me llama por mi nombre y me convoca a un diálogo sobre la realidad, muy poco puedo hacer. Moisés pudo liberar al pueblo de todas las opresiones, porque continuamente estaba conectado, pero no una conexión de GPS, que te guía robóticamente, sin relación personal, sólo una voz que te dice lo que hacer para llegar a tu destino. Este, amig@s mí@s no es el Dios de Moisés, no es el Dios de Jesús. El Dios de nuestro relato es el que te busca en tu desierto, te prepara una situación para que le descubras, y te pide que seas su voz y presencia en las situaciones de abuso. No te dice ve y soluciona, te dice que Él ha visto la opresión, que Él ha oído sus quejas, que Él se ha fijado en sus sufrimientos, y que va a ir a librarlos. Al fin, nuestro corazón empieza a comprender, y respondemos como responde quien ha estado con Dios: iré si vienes conmigo, iré si me dices quien eres, iré si eres mi amigo, iré si tú actúas en mí. Iré si te haces fuego en mí. Iré si nunca interrumpimos la conexión. Iré si tú me lo pides. Pero primero necesito oír esa voz que me llama a mí, sin la cual no estoy bajo cobertura, y si voy por mi cuenta dejo de estar en tierra sagrada y puedo manosear la obra de Dios. Hoy conocemos tantos tipos de opresión que es fácil sentirnos agobiados y encogidos ante tanto dolor causado al planeta, a pueblos enteros explotados… estoy impresionada de la cantidad de demencia que hay en el norte de Europa, dicen si son los hijos de la segunda guerra mundial, los que vivieron el horror nazi, niños entonces, como esa niña de 5 años que tuvo que asesinar a sus padres obligada por el nazi que si no la mataba a ella… el dolor tragado nos vuelve locos. Liberar, amar, perdonar… quien no quiere colaborar… el pequeño detalle es que sin su fuego yo no puedo quemar la maldad, sin su calor no puedo caldear los corazones helados por los escándalos… estamos presenciando una especie de holocausto en la iglesia en que creíamos, resulta que… sí, se convirtió en institución y en muchos casos dejó de escuchar la voz de Dios, dejó de dejarse maravillar por la zarza, la llama, la llamarada, la invitación a ser la liberación de Dios. Pero esto no es un final, este es un fuego purificador, y lo que quede después del incendio será lo auténtico, lo que realmente vale. Y con esas cuatro cenizas llenas de rescoldos del Espíritu, estamos reconstruyendo la comunidad cristiana. Desde la libertad, desde la colegialidad, desde la reconciliación, desde la Palabra escuchada en el desierto y compartida bajo la tienda de tu hogar. La zarza está ardiendo, el fuego-llama, llama, atrae, convoca. ¡Aquí estoy! Con lo que soy ¡aquí estoy! Con lo que no soy ¡aquí estoy! Estoy leyendo el último libro de Joan Chittister titulado Espíritu radical en el que trata sobre la libertad interior que busca una vida más auténtica, y cuyo hilo conductor es la humildad que ella va desgranando en lo que denomina doce grados. Por lo que voy leyendo me parece un libro muy recomendable. Pero en esta ocasión, quiero detenerme en una frase del libro que me martillea desde que la leí: En el tipo de obediencia que niega la responsabilidad humana hay algo equivocado. Esta reflexión, por lo que atañe al mundo religioso y cristiano, me ha dado que reflexionar.
Parto de la idea que la obediencia ha sido entendida en demasiadas ocasiones como una sumisión a la autoridad de otra persona –la sumisión no es virtud cristiana–, algo que lleva implícito el segundo efecto negativo de ser una manera sutil de evitarse responsabilidades: “me lo ha dicho el cura”, “es lo que dice el obispo”… cercenando, de hecho, la crítica constructiva y la elaboración de una conciencia sana. Estrictamente hablando, la obediencia es una virtud cuando se ejercita porque se reconoce la autoridad de quien manda. Y en demasiadas ocasiones esta obediencia infantil ha sido alentada por no pocas autoridades fomentando cristianos inmaduros en la fe. Por matizar un poco más, la obediencia sólo tiene sentido respecto a los valores que aceptamos en la vida. Una obediencia mal entendida, supone que nadie puede ponerse manos a la obra para desmontar una estructura autoritaria que perpetúa la injusticia; el principio de autoridad, si da igual como se ejercite, sería suficiente para que cualquier persona investida de ella pueda desbarrar en sus mandatos al estar protegida por el manto de su poder frente a quienes deben obedecer. Un ejemplo directo de esto lo tenemos en los evangelios viendo la actitud del Sumo Sacerdote y de aquellos escribas y fariseos. La actitud de Jesús fue de obediencia hasta las últimas consecuencias, pero tuvo que rezar mucho escuchando al Padre para discernir su voluntad y desobedecer las actitudes y mandatos que contravenían el amor de Dios para con todas sus criaturas. No fue el único: sus discípulos pronto siguieron sus pasos y fueron perseguidos, encarcelados y asesinados por desobedientes. La verdadera obediencia es fuente de la sana libertad como una cura de estar apegados a nuestra propia voluntad. Sabemos que, por naturaleza, la voluntad tiende hacia el bien, pero la inteligencia no siempre discierne adecuadamente lo que realmente es bueno. Y si algo está clarísimo es que debemos querer la voluntad de Dios por encima de la nuestra. La obediencia, sin duda, está muy ligada al discernimiento y al ejemplo. Es necesario hacer lo que es bueno aunque no nos guste, y a veces eso no se ve a la primera; el ejemplo suele ser la mejor arma para motivar en la dirección correcta, que consiste en aceptar, haciendo propias las decisiones de quien posee y ejerce la autoridad, siempre que no vayan en contra de la justicia evangélica. Discernimiento y ejemplo ante quien ejerce la autoridad, porque hay demasiadas personas investidas con ella (auctoritas) que la han convertido en un mero instrumento de poder (potestas) perdiendo toda credibilidad y, lo que es peor, vaciando el mensaje al que habría que obedecer. Es muy diferente influir desde la autoridad, basada sobre todo en el ejemplo, que en el poder, sustentado básicamente en la amenaza. Jesús murió de la forma que lo hizo porque renunció a su poder como Hijo de Dios. Pero nos regaló tales dosis de credibilidad, autoridad y servicio –que no servilismo– que su ejemplo a seguir obedientemente ha supuesto la mayor revolución de la historia. Creo que la obediencia es una virtud maravillosa porque ejercita la humildad y la confianza. Pero la obediencia ciega, o peor aún, la obediencia ciega que delega responsabilidades morales, es mucho más peligrosa que la desobediencia. En conclusión, cada situación requiere reflexión y no la ceguera servil que puede llevarnos, muchas veces, a hacer nuestra voluntad sin abrirnos a la confianza radical en apertura a un Dios que sabe trabajarnos en las situaciones difíciles para que lleguemos a ser aquello para lo que fuimos creados. Que la libertad se aprende obedeciendo… es verdad. Pero es algo que precisa del ejercicio de la madurez en oración, a la escucha del Espíritu. |
Ayuda al Blog que publica todos los días diferentes áreas, queremos seguir publicando
EL BLOGEl blog es uno dedicado al análisis en general de muchos puntos desde la ópica teológica. La meta es impulsar el estudio amplio y profundo de la fe y de la razón, siendo ambos elementos fundamentales de la vida. SABES QUE PUEDES HACER COMENTARIOS A LAS REFLEXIONES O ENSAYOS TEOLOGICOS QUE APARECEN EN EL BLOG, SI PUEDES INTENTALO...
Archivos
Febrero 2023
Categorias |