La vida consagrada, incluyendo el celibato, no tiene “la culpa” de problemas sexuales serios y severos en varones, pertenezcan estos a instituciones religiosas o no.
No es el objetivo de estas líneas analizar esta situación, a la que podríamos sumar la violencia de género, menos atendida por esferas eclesiásticas porque, de nuevo el viejo molde patriarcal, sigue permeando su toxicidad invisibilizando y menospreciando a las mujeres. Deseo iniciar estas líneas en positivo, sin perder la consciencia de lo que ocurre. Dios habla en sueños cuando la realidad ensordece y ahí me encuentro: Acojo el sueño de continuar en la vida consagrada de la mano del Espíritu-Ruah que nos habita, llama y convoca en comunidad a transformar la realidad. Su presencia-actuación en nuestra vida no es piramidal, es de inhabitación mutua. Si podemos afirmar científicamente que casi el 80% del cuerpo humano es agua ¿qué porcentaje podríamos afirmar de la Ruah en nosotras y nosotros? ¿Acaso el Espíritu de Dios “se puede medir”? Si afirmamos que estamos en Dios, que somos Uno con ese Amor y esa Vida ¿cuál es mi sueño para nuestro hoy?: Mi sueño es vivir una consagración libre y gozosa en medio de las turbulencias que vapulean nuestra realidad histórica. Yo he encontrado esa comunidad libre y liberadora. Existe y está abierta a laicas y laicos, es ecuménica y por ello no-canónica. Este estado ecuménico nos permite una libertad de conciencia y responsabilidad comunitaria que va mucho más allá de las conferencias episcopales específicas, pues integra todas las confesiones cristianas e invita a una delicadeza de conciencia enorme ya que todo se decide en el seno de esa corresponsabilidad comunitaria, con sumo respeto con el sentir de las diferentes diócesis donde vivimos. ¿Qué características tendría la vida consagrada de mi sueño? Una vida en estrecha intimidad con el microcosmos y el macrocosmos. Una vida enamorada de la vida: *con capacidad para una intimidad sana y madura con todo y con todos signo de madurez, es a lo que se nos invita en la vida consagrada. *con mujeres y hombres enamorados del Dios y del cosmos que nos habitan. Personas de silencio de ego, trabajo diario del Espíritu en colaboración con nosotr@s, y de palabra preñada de sentido profético para hoy. Personas capaces de reciclar lo plastificado y acartonado del pasado, lo vidrioso y acumulado en el armario, para “dejar espacio” al hoy. *Un modelo de “intimidad” con el microcosmos cuya plasmación la podemos encontrar en las comunidades primitivas. Miembros de estas comunidades fueron itinerantes, que parece ser, la itinerancia, es el estilo de vida que eligió el Maestro en sus años de vida pública, y que sus seguidor@s continuaron. La itinerancia no es sólo física, pero cuando lo es, ayuda a vivir desprendidos y dependientes de la hospitalidad de las personas que te acogen, introduciéndote en la intimidad de su hogar. Ahí, en esa desinstalación se forja un carácter abierto y sencillo. Si cargas arrogancia pronto perderás a tus anfitriones. La itinerancia presupone ligereza de equipaje y de ego. Ambos son incompatibles para ser recibidos e iniciar comunidades de fe domésticas y locales…con quienes te acogen, aunque sea por un fin de semana, o un curso… ¿Y si lo probáramos? Yo lo he probado, y me encanta. La gente, las familias, en general, son impresionantemente hospitalarias. No necesitan proponerse compartir, todo está ahí, para todos. Y entre tostadas y risas se crea una cercanía, una intimidad con la vida de esas personas que nos acercan al Dios que cuando decide quedarse elige la forma de pan y vino. De mesa compartida. ¿Hay algo más íntimo que el pan? Creo que las familias tienen mucho que enseñarnos, en estos tiempos, a la VC. Ellos y ellas tienen que confrontar su intimidad constantemente, si quieren mantener su relación de pareja viva, su relación con los hijos fresca…nosotr@s nos podemos escaquear incluso justificándonos, en el fondo, podemos ser más inmaduros e inmaduras si nos descuidamos. No es realista que los consagrados podamos tener “todo cubierto” cuando las familias hacen malabarismos para llegar a fin de mes. En mi comunidad religiosa no tenemos propiedades en común, ni casas religiosas. Cada miembro es autosuficiente, incluyendo proveer para su retiro y vejez. Es un reto y una liberación. No tener más que lo que puede tener una familia normal, y lo que se tiene, se hereda…compartirlo con quien más lo necesita. Y esto me abre la puerta a la dimensión de intimidad con el macrocosmos, con el todo: Como dice T. Berry, y parafraseo algunas de sus ideas: “La misma estructura y creatividad del universo depende de la intimidad-interdependencia de todo con todo. Cada ser existe en relación con la totalidad de la comunidad que compone el universo… Así el humano existe gracias a la intrínseca conexión de todo en el universo. Probablemente la relación humana con el resto del universo ha sido el aspecto más descuidado de nuestra manera de enseñar la espiritualidad. Descuido que nos ha provocado un daño enorme a ambos: a los humanos y al planeta.” No acabamos de pillar que todo es sagrado. Que nosotr@s nopodríamos ser sagrados si no estuviéramos en un mundo que es sagrado. De ahí la necesidad de una íntima y sagrada relación con todo. Por ello, el amor con-sagrado de las personas convocadas a la vida religiosa es enormemente amplio, grande y concreto a la vez. No puedo abusar de nadie ni de nada por propio beneficio o placer egoísta, porque así de-sacralizo el universo que se me pone en las manos, consagradas por bautismo e invitadas a ser co-creadoras. Y sueño pues, como conclusión práctica, con una VC comprometida con la Casa común, donde los edificios indiquen por su sencillez y compromiso con la tierra, que somos uno, que no explotamos los montes para producir cemento, que usamos los bosques inteligentemente programados para construir con madera las casas del futuro, según numerosos estudios del hábitat. Casas minimalistas, en comunión e intimidad con el entorno, usando energías renovables y sobretodo las propias que nos regala la naturaleza del lugar… Menos cemento, más madera y tierra sembrada. Ciudades menos cargadas de CO2 porque usaremos energías alternativas. Porque comeremos lo que producen los hortelanos más cercanos, repoblando la España vaciada con personas que quieren trabajar, con refugiados que buscan hogar… y llenaremos nuestros pueblos con familias y vida nueva, trabajo y comunidad de cuidadores de la tierra, donde los niños crecerán no sólo con las últimas tecnologías, sino en contacto con la tierra, los frutales, las personas, las estrellas. Y los religiosos estaremos allí, donde está la vida. En el lado preventivo. Co-creando espacios abandonados con iniciativas oradas y discernidas. Y nuestra comunidad del futuro posiblemente no sea de personas consagradas a la vieja usanza, sino de personas conscientes de que son sagradas: familias, refugiados, religios@s cuidando de todo, en diálogo, igualdad, armonía evangélica. ¿Soñadora? Siiii. Y feliz de serlo. Algo así tenemos entre manos un grupo de personas conscientes de que sus vidas están “consagradas”. ¿Conventos del futuro? Aldeas y comunidades consagradas en medio de la vida.
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El texto que acabamos de escuchar es continuación de las bienaventuranzas, que leímos el domingo pasado. Estamos en el principio del primer discurso de Jesús en el evangelio de Mt. Es, por tanto, un texto al que se le quiere dar suma importancia. Se trata de dos comparaciones aparentemente sin importancia, pero que tienen un mensaje de gran valor para la vida del cristiano, pues su tarea más importante sería estar ardiendo e iluminar.
El mensaje de hoy es simplicísimo, con tal que demos por supuesta una realidad que es de lo más complicada. Efectivamente, todo el que ha alcanzado la iluminación, ilumina. Si una vela está encendida, necesariamente tiene que iluminar. Si echas sal a un alimento, necesariamente quedará salado. Pero, ¿qué queremos decir cuando aplicamos a una persona humana el concepto de iluminado? ¿Qué es una persona plenamente humana? Todos los líderes espirituales, pero sobre todo en el budismo, enseñan lo mismo. Buda significa eso: el iluminado. ¡Qué difícil es entender lo que eso significa! En realidad solo lo podemos comprender en la medida que nosotros mismos estemos iluminados. Está claro, sin embargo, que no nos referimos a ninguna clase de luz material ni de ningún conocimiento especial. Nos referimos más bien a un ser humano que ha despertado, es decir, que ha desplegado todas sus posibilidades de ser humano. Estaríamos hablando del ideal de ser humano. Esto es precisamente lo que nos está diciendo el evangelio. Da por supuesto todo el proceso de despertar y considera a los discípulos ya iluminados y en consecuencia, capaces de iluminar a los demás. Pero como nos dice el budismo, eso no se puede dar por supuesto, tenemos que emprender la tarea de despertar. Sería inútil que intentáramos iluminar a los demás estando nosotros apagados, dormidos. En el budismo el iluminar a los demás estaría significado por la primera consecuencia de la iluminación, la compasión. Hay un aspecto en el que la sal y la luz coinciden. Ninguna es provechosa por sí misma. La sal sola no sirve de nada para la salud, solo es útil cuando acompaña a los alimentos. La luz no se puede ver, es absolutamente oscura hasta que tropieza con un objeto. La sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era. La lámpara o la vela produce luz, pero el aceite o la cera se consumen. ¡Qué interesante! Resulta que Mi existencia solo tendrá sentido en la medida que me consuma en beneficio de los demás. La sal es uno de los minerales más simples (cloruro sódico), pero también más imprescindibles para nuestra alimentación. Pero tiene muchas otras virtudes que pueden ayudarnos a entender el relato. En tiempo de Jesús se usaban bloques de sal para revestir por dentro los hornos de pan. Con ello se conseguía conservar el calor para la cocción. Esta sal con el tiempo perdía su capacidad térmica y había que sustituirla. Los restos de las placas retiradas se utilizaban para compactar la tierra de los caminos. Ahora podemos comprender la frase del evangelio: “pero si la se desvirtúa, ¿con qué se salará?; no sirve más que para tirarla y que la pise la gente”. La sal no se vuelve sosa. Esta sal de los hornos, sí podía perder la virtud de conservar el calor. La traducción está mal hecha. El verbo griego que emplea tiene que ver con “perder la cabeza”, “volverse loco”. En latían “evanuerit” significa desvirtuarse, desvanecerse. Debía decir: si la sal se vuelve loca o si la sal pierde su virtud, ¿cómo podrá recuperarse? Esa sal “quemada” no servía más que para pisarla. No podemos hacernos una idea de lo que Jesús pensaba cuando ponía estos ejemplos pero seguro que no hacía referencia a conocimiento doctrinal ni a normas morales ni a ningún rito litúrgico. Seguro que ya intuían lo que hoy nosotros sabemos: la sal y la luz es lo humano. Es curioso que haya llegado a nosotros un proverbio romano que, jugando con las palabras, dice: no hay nada más importante que la sal y el sol. Muy probablemente estas comparaciones, utilizadas en los evangelios, hacen referencia a algún refrán ancestral que no ha llegado hasta nosotros. La sal actúa desde el anonimato, ni se ve ni se aprecia. Si un alimento tiene la cantidad precisa, pasa desapercibida, nadie se acuerda de la sal. Cuando a un alimento le falta o tiene demasiada, entonces nos acordamos de ella. Lo que importa no es la sal, sino la comida sazonada. La sal no se puede salar a sí misma. Pero es imprescindible para los demás alimentos. Era tan apreciada que se repartía en pequeñas cantidades a los trabajadores, de ahí procede la palabra tan utilizada todavía de “salario” y “asalariado” Jesús dice que “sois la sal, sois la luz”. El artículo determinado nos advierte que no hay otra sal, que no hay otra luz. Todos tienen derecho a esperar algo de nosotros. El mundo de los cristianos no es un mundo cerrado y aparte. La salvación que propone Jesús es la salvación para todos. La única historia, el único mundo tiene que quedar sazonado e iluminado por la vida de los que siguen a Jesús. Pero cuidado, cuando la comida tiene exceso de sal se hace intragable. La dosis tiene que estar bien calculada. No debemos atosigar a los demás con nuestras imposiciones. Cuando se nos pide que seamos luz del mundo, se nos está exigiendo algo decisivo para la vida espiritual propia y de los demás. La luz brota siempre de una fuente incandescente. Si no ardes, no podrás emitir luz. Pero si estás ardiendo, no podrás dejar de emitir luz y calor. Solo si vivo mi humanidad, puedo ayudar a los demás a desarrollar la suya propia. Ser luz significa desplegar nuestra vida espiritual y poner todo ese bagaje al servicio de los demás. Debemos de tener cuidado de iluminar, no deslumbrar. Debe estar al servicio del otro, pensando en el bien del otro y no en mi vanagloria. Debemos dar lo que el otro espera y necesita, no lo que nosotros queremos imponerle. Cuando sacamos a alguien de la oscuridad, debemos dosificar la luz para no dañar sus ojos. Los cristianos somos mucho más aficionados a deslumbrar que a iluminar. Cegamos a la gente con imposiciones excesivas y hacemos inútil el mensaje de Jesús para iluminar la vida real de cada día. En el último párrafo, hay una enseñanza esclarecedora. “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre”. La única manera eficaz para trasmitir el mensaje son las obras. Una actitud verdaderamente evangélica se transformará inevitablemente en obras. Evangelizar no es proponer una doctrina muy elaborada y convincente. No es obligar a los demás a aceptar nuestra propia ideología o manera de entender la realidad. Se trataría más bien, de ayudarle a descubrir su propio camino desde los condicionamientos personales en lo que vive. En las obras que los demás perciben se tienen que poner al descubierto mis actitudes internas. Las obras que son fruto solo de una programación externa no ayudan a los demás a encontrar su propio camino. Solo las obras que son reflejo de una actitud vital auténtica son cauce de iluminación para los demás. Lo que hay en mi interior solo puede llegar a los demás a través de las obras. Toda obra hecha desde el amor y la compasión es luz. Los que tenemos una cierta edad nos hemos conformado con un cristianismo de programación, por eso nadie nos hace caso. Meditación Puedo desplegar mi capacidad de sazonar o puedo seguir toda mi vida siendo insípido. Puedo vivir encendido y dar calor y luz o puedo estar apagado y llevar frío y oscuridad a los demás. Soy sal para todos los que me rodean en la medida que hago participar a otros de mi plenitud humana. Soy luz en la medida que vivo mi verdadero ser. El domingo pasado, al celebrar la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, no leímos el comienzo del Sermón del monte, las bienaventuranzas, fundamentales para entender estas dos breves parábolas que siguen.
Las parábolas y las bienaventuranzas Las bienaventuranzas hablan de las personas que pueden interesarse por el mensaje de Jesús y entenderlo, las que pueden entrar a formar parte de la comunidad cristiana (el reinado inicial de Dios). Proclamando los valores más inauditos, son un canto de esperanza para todos los que se sienten marginados por la sociedad y el estamento religioso: Dios Rey los acoge como súbditos. Pero Mateo, siempre realista, no quiere que los cristianos lancemos las campanas al vuelo, que nos sintamos maravillosos y al seguro. Por eso, antes de entrar en el cuerpo central del Sermón del Monte, nos da un doble toque de atención con estas dos parábolas. Los dos peligros: evangelio (Mt 5,13-16) El tono general del texto no es de amenaza, sino de ánimo. Pretende ilusionar a los oyentes recordándoles que Dios les ha concedido la capacidad de dar sabor, y una energía para iluminar a todos los hombres, redundando en gloria de Dios. Pero caben dos peligros: el primero, perder la energía (parábola de la sal); el segundo, ocultarla (parábola de la luz del mundo). ¿Cómo se puede perder la energía? En la parábola del sembrador, Mateo ofrece unas pistas cuando habla de la semilla sembrada entre cardos: las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza lo ahogan, y no da fruto (Mt 13,22). ¿Cómo conservar la energía? Si tomamos como modelo a Jesús, sus dos fuentes de energía fueron la oración (tema que subrayan los cuatro evangelios) y el contacto directo con el prójimo, especialmente con los más necesitados (enfermos, marginados). ¿Cómo ocultar la luz? Dejándonos arrastrar por lo cómodo y fácil. Jesús fue luz del mundo porque no se recluyó cómodamente en su mundo, prefirió el esfuerzo, el riesgo, el cansancio, la adversidad y la muerte. ¿Cómo hacer que brille nuestra luz? 1ª lectura (Is 58,7-10) La primera lectura, tomada del c.58 de Isaías, encaja perfectamente con la parábola de la luz. Está tomada de un texto capital sobre el culto y la justicia. Tras la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia (año 586 a.C.), la situación del pueblo judío fue trágica, incluso después de la vuelta del destierro (año 538 a.C.). La capital siguió prácticamente despoblada hasta mediados o finales del siglo V (época de Nehemías) y la situación económica era trágica. En esas circunstancias de desánimo, se busca la solución en una serie de ceremonias religiosas, especialmente el ayuno (que implicaba no sólo abstenerse de alimentos sino también otros ritos, como cubrirse de saco y ceniza, etc.), para ganarse el favor de Dios. Pero Dios no hace nada. Y el pueblo se queja y protesta. «¿Para qué ayunar si no haces caso?» Dios responde por medio del profeta: si quieres que tu situación mejore, que brille tu luz en las tinieblas, que rompa tu luz como la aurora, comprométete con el que pasa hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las famosas obras de misericordia, que se conocían ya en el antiguo Egipto); destierra la opresión y la maledicencia. Hay una idea capital en esta lectura. Cuando habla de los necesitados termina diciendo: «y no te cierres a tu propia carne». El hambriento, desnudo o sin techo no es un ser extraño, ajeno a mí, al que hago un favor si me apetece. Es mi propia carne, que reclama cuidado y atención, como un miembro cualquiera de nuestro cuerpo. ¿Cómo hizo brillar Pablo su luz? 2ª lectura (1 Corintios 2,1-5) Buscando una relación entre esta lectura y el evangelio, la luz con la que Pablo intenta iluminar a los corintios es la persona y el mensaje de Jesucristo. Pero la fuerza del texto recae en el modo de hacer brillar esa luz. La comunidad de Corinto había sido fundada por Pablo. Pero cuando apareció por allí Apolo, un judío convertido al cristianismo, encandiló a todos con su sabiduría y su excelente oratoria. Muchos terminaron prefiriendo a Apolo y su modo de transmitir el evangelio. Pablo reacciona con dureza, afirmando que él nunca quiso presumir de sabio o elocuente, sino anunciar a Jesucristo, y no de cualquier manera, sino en su aspecto más escandaloso: crucificado. «Para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios». El evangelio de este domingo nos regala unas palabras que Mateo pone en boca de Jesús con un mensaje de mucha trascendencia para el discipulado. Este texto pertenece a la segunda parte de este Evangelio en el que se refleja la intención de Jesús de construir una nueva Humanidad a pesar de la ruptura provocada en los que le escuchan. Se trata de un texto intimista en el que revela la identidad y la misión de los que deciden pertenecer a su movimiento.
Es importante destacar que las palabras de Jesús dirigidas al discipulado no son una promesa sino una realidad existencial porque les dice que ya son sal y ya son luz. Utiliza estas dos metáforas para que comprendan que están equipados de sabiduría y luz para iniciar este camino. El despliegue de esta identidad sí puede encontrarse con obstáculos que lo bloqueen, pero no que lo anulen o aniquilen. La sal sirve para dar sabor. Las palabras sabor y sabiduría tienen la misma raíz lingüística: así como está el sabor de los alimentos, también está el sabor de la vida. Lo que le da gusto o sentido a la vida, la sabiduría, es decir: aprender a vivir como personas sin mucha más explicación. El arte no sólo de hacer las cosas, sino de hacerlas con dignidad, con consciencia, con responsabilidad, con alegría profunda. La verdadera sabiduría nos ayuda a descubrir la honda raíz de la vida y cómo invertir, de la mejor marera y en su justa medida, nuestras energías vitales. Pero hay una fuerte alerta: “si la sal pierde su sabor ¿cómo seguirá salando?” Esta frase es un proverbio usado en la literatura rabínica. Se alude a una sal extraída del mar Muerto y que perdía su sabor muy pronto. Ahora pone delante una gran responsabilidad al discipulado: la inutilidad de una fe creída desde la mente y no vivida desde la hondura humana. Situarse simplemente desde una fe creída genera ideología, pero vivida como raíz existencial genera sentido para llegar a ser lo que somos en potencialidad. “Sois la luz del mundo”, nuevamente no es una expresión de futuro sino de lo que ya es presente. Si retomamos el relato de la Creación en el Génesis, lo primero que apreciamos es que Dios crea la luz, es la primera palabra que pronuncia como potencia creadora y que posibilita la vida. Se trata de una referencia a la luz no como materia sino a la luz como “conocimiento”, la consciencia de existiry de ser, la esencia de la que está hecha la verdadera naturaleza humana. Las tinieblas, las sombras, la oscuridad es no ser y no existir. Nuestra fuente original es LUZ. El simbolismo de la luz está muy presente en las Escrituras, pero hay dos claves que sitúan la temática de la luz en un nivel muy profundo: en la primera carta de Juan que define a Dios como LUZ sin mezcla de tinieblas; y la alusión de Pablo, en no pocas ocasiones, a que somos hijos de la luz, a caminar en la luz, a desenmascarar las tinieblas, a conectar con la luz para que nuestras obras sean luz. La vida del discipulado transcurre en un complejo discernimiento para encontrar la medida justa de sal/sabor y la medida justa de luz. Un exceso de sal convierte en intragable cualquier alimento, un exceso de luz deslumbra hasta no ver. A veces, el discipulado se ve envuelto en un ego que vierte un exceso de sabor hasta alejar a los comensales. De la misma manera, un exceso de luz deslumbra y hace permanecer en la sombra a los que va dirigida. Esto suele ocurrir cuando se vive el discipulado como una elección exclusiva de Dios y que excluye a otros que parece no haber sido llamados. Lo mismo cuando la dosis es menor y genera una falta de sabor que diluye el sentido original o la poca luz que genera un ambiente sombrío y frío. Es la tibieza de un discipulado que no se atreve a vivir con orgullo esta misión porque sus raíces se han desconectado de la fuente y se han quedado en cumplir con los mínimos que les permite seguir justificando una vida de fe. Las palabras en sí mismas no son luz, no son los discursos los que se convierten en faros de otras vidas o de la propia vida, sino esas palabras encarnadas, vividas, haciendo coherentes a quienes las pronuncian, sí son luz. A través de estas palabras de Jesús somos invitados a aprender a gestionar nuestra luz y sabor / sabiduría, a vivir en conexión con nuestra verdadera identidad, a generar espacios de conocimiento de lo que es esencial para que nuestra Iglesia, nuestras comunidades, nuestro mundo, nuestra casa común, sean reflejo del movimiento profundo de la fuente de la VIDA. El Padre Nuestro es sin duda la oración cristiana más conocida y utilizada. La encontramos en Mateo 6, 9-14 y Lucas 11, 2-4.
Encuentra sus raíces en el mismo Jesús, aunque, es muy probable, con adaptaciones de los evangelistas. De toda forma el “Padre Nuestro” entró en la tradición cristiana y es la oración vocal por excelencia del cristianismo. Sin duda refleja la experiencia de Jesús y por eso tuvo tanto éxito y sigue siendo importante. Pero, como todo el evangelio, necesita una revisión y una reinterpretación a la luz de la evolución de la conciencia humana y, con ella, de la espiritualidad. Un paradigma nuevo está emergiendo y querer resistirnos – con todas las escusas que somos hábiles en encontrar – simplemente nos generará sufrimiento y nos situará al margen de la historia y de la vida concreta de la gente. Esta reinterpretación en realidad va al centro de la cuestión: ¿Cuál es el mensaje eterno contenido en esta oración? ¿Cuáles son las cosas que podemos dejar de lado? Reinterpretar no significa anular o borrar, sino profunda y simplemente, convertirlo en algo actual, vivo, presente. Significa también re-significar y captar el mensaje perenne. Analizamos frase por frase. “Padre Nuestro” Jesús se refiere a Dios como “Padre”. Jesús es un judío y se inserta en la fe y la tradición de su pueblo. Hay que tomarse en serio la humanidad de Jesús y la encarnación. Jesús utiliza la palabra “Padre” porque tal vez era la única palabra más o menos comprensible y aceptable en su cultura con la cual transmitir su experiencia. Aunque, por el otro lado, la misma palabra “Padre” es bastante revolucionaria y novedosa porque sugiere toda una cercanía con la divinidad que no era característica de la fe judía. En Mc 14, 36 encontramos el único testimonio del uso de la palabra Abbá (papá) que, según los expertos, podemos atribuir al mismo Jesús. En el Nuevo Testamento tenemos otros dos lugares que trasmiten la palabra Abbá: Rom 8, 15 y Gal 4, 6. Hoy en día sabemos que todo lenguaje sobre lo divino tiene que ser necesariamente simbólico. El Misterio que llamamos “Dios” está siempre más allá de nuestras palabras y definiciones. Por eso también la palabra “Padre” hay que tomarla en sentido simbólico. “Padre” nos dice algo sobre el Misterio, pero es mucho más lo que no dice. Por eso podemos utilizar otras metáforas o símbolos: Madre, Espíritu, Vida, Amor, Conciencia, Fuente, Origen, Ser, Luz, Vacío. Cuando utilizamos la palabra “Padre” hay que estar atentos a no caer en un absolutismo o antropomorfismo. Es simplemente unaposible manera – relativa y parcial – de dirigirnos al Misterio. Con “nuestro” se subraya el carácter de comunión del Misterio. Indica el Misterio de la Unidad y de lo Uno. La Fuente es Una y todo participa de la misma Fuente. En este sentido “nuestro” hay que ampliarlo a toda la creación y no solo a los seres humanos. Es un “nuestro” con el cual resuena el fuerte llamado ecológico de nuestro tiempo. “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22-23); “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21). Es un “nuestro” universal y totalmente inclusivo. Lo esencial es salir del dualismo: del lenguaje y existencial. Cuando decimos “Padre” (o cualquier otra palabra con la cual nos referimos al Misterio último) no nos estamos dirigiendo a un Ser Todopoderoso “afuera”, existente en un mundo aparte. ¡No hay nadie “ahí afuera”! Nos estamos refiriendo al Espíritu que es uno con todo, que todo sostiene en el ser y que está más allá de todo; el Espíritu de interconexión que nos constituye y en el cual y desde el cual somos. Ni uno, ni dos: como el bailarín y el baile. El viejo paradigma se está lentamente extinguiendo. El teísmo ha caducado. Nos dimos cuenta de que no existe un “Dios Todopoderoso” como Algo independiente, separado y externo. Este supuesto “Dios” era una creación mental. El fin del teísmo supone el fin del dualismo y la toma de conciencia del Misterio divino desde otro nivel de conciencia y otro paradigma. Esta lectura mística o no-dual de “Padre” hay que tenerla siempre muy presente porque es la piedra angular de todo lo que sigue. Cuando el lector se encuentra confundido con lo que sigue, tendrá que volver a este primer párrafo. La visión no-dual o mística es la que sostiene todo y si no estamos anclados en este punto no podremos comprender lo que sigue. Desde esta comprensión se deriva naturalmente que cada pedido del “Padre Nuestro” no está dirigido “afuera” (¡no hay nadie afuera!): está dirigido adentro, al Misterio que nos hace ser, aquí y ahora. Hay que mantener viva la paradoja: nos dirigimos al Misterio que nos constituye y nos trasciende y con el cual no somos ni uno, ni dos. Por eso que, de cierta manera, los pedidos del Padre Nuestro son dirigidos a nosotros mismos. “que estás en el cielo” A partir de lo que dijimos antes queda claro que “cielo” es una metáfora. Es una metáfora de la trascendencia: Dios es totalmente otro, es el Misterio inalcanzable. “Cielo” no indica un lugar, sino un no-lugar. Tampoco indica lejanía. Expresa simple y profundamente que el Misterio último de lo real (lo que en términos cristianos llamamos “Dios”) no es accesible a nuestras mentes, no es manipulable, es indefinible e innombrable. “santificado sea tu nombre” El nombre en la tradición judía expresa a la persona, a su identidad y su misión. Tiene mucha importancia. Santificar el nombre es llevar a plenitud lo que el nombre expresa y significa. Podemos expresarlo así: que el Misterio de Vida y de Amor – lo que somos y del cual participamos – se manifieste y resplandezca en el Universo entero. “venga a nosotros tu reino” Pedimos que la Presencia de Dios – Misterio de Amor y Vida – impregne nuestras existencias. Pedimos apertura de mente y corazón para recibirlo. Nos disponemos a estar abiertos y receptivo. El Reino es un regalo y en el fondo expresa lo que somos. Cuando conectamos con el Reino que vive en nosotros podemos co-crear para que este Reino tome forma socialmente y tomará las formas del Amor que es: justicia, fraternidad, solidaridad, igualdad. Es el mundo nuevo que surge de la gratuidad y de la conexión con nuestra verdadera identidad. El mundo nuevo no se construye desde la lucha y la voluntad, sino desde el reconocimiento agradecido del Amor que somos y como expansión espontanea de ese mismo Amor. Ser receptivos: no podemos dar lo que no tenemos. “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” Desde la comprensión mística y silenciosa del Misterio podemos captar fácilmente que la “Voluntad de Dios” no es algo externo e impuesto. En el anterior paradigma mítico-racional hemos aplicado a Dios – sin más – nuestras experiencias humanas y duales. En este caso, a partir de nuestra experiencia de tener una “voluntad”, hemos aplicado a Dios una “voluntad divina”. Detrás de la creencia de “la voluntad de Dios” está siempre una concepción teísta de lo divino (volver al primer punto); Dios sería un Ser superior separado con tanto de cualidades humanas elevadas a lo infinito: voluntad, pensamientos, sentimientos, etcétera. La visión mística nos hace ver las cosas de otra manera. Si el Misterio que llamamos “Dios” es la raíz vital de todo lo que existe, la Vida de toda vida, el Espíritu de interconexión y la esencia de todo lo que es y existe, podemos comprender la “voluntad de Dios” como lo que es, aquí y ahora. Si Dios es, lo que ocurre (lo que está siendo) es expresión de lo que es. Entonces no hay una “voluntad de Dios” afuera o independiente de la realidad concreta del momento presente. Por cuanto nuestra mente se rebele y juzgue, lo que es es lo que es. Y si algo está siendo, Dios está ahí, siendo también. No podría ser de otra manera. Dicho esto podemos dar un paso más. Hay situaciones en la existencia de mucha personas que son muy dolorosas y hay situaciones de violencia, odio, opresión. ¿Está también Dios ahí? ¿Es también esto “voluntad de Dios”? Sin duda Dios está ahí, porque “también en el infierno floreces las violetas”, como dijo el poeta (Domenico Ciardi). O, como dice Maestro Echkart, “Dios se manifiesta tanto en el bien, como en el mal”. También puede ayudarnos a comprender lo que dice Simone Weil: “No ejercer todo el poder de que se dispone significa soportar el vacío. Esto va en contra de todas las leyes de la naturaleza: sólo la gracia puede conseguirlo. La gracia colma, pero sólo puede entrar allí donde hay un vacío para recibirla, y ella es quien hace ese vacío.” ¿No será la experiencia del dolor y del mal este vacío necesario para que la gracia lo llene? Dios está ahí porque la situación de dolor es, está siendo. Solo en Dios y desde Dios algo puede ser. Podemos decir que, paradójicamente, Dios está Presente como Ausencia y como grito de que solo el Amor es real. El dolor entonces se convierte en el gran maestro. Como afirma el místico sufí Hafiz: “El dolor es maestro, que va buscando a los que huyen del Amor”. El sufrimiento que experimentamos – tanto a nivel individual, como colectivo – es perfecto y necesario para nuestro aprendizaje y despertar al Amor que somos. Cielo y tierra expresan la dualidad de la existencia. En el paradigma teísta indicaban dos mundos separados: “cielo” el lugar de lo divino y “tierra” el lugar de los humanos (y, debajo de la tierra, el lugar de los muertos). Desde el paradigma no-dual hemos comprendido que solo hay un mundo, solo un Universo: divinidad y humanidad (con toda la creación incluida) son dos caras de lo mismo. El dogma cristológico lo expresa acertadamente: en Jesús hay dos naturalezas “no confundidas, no cambiadas, no divididas, no separadas”. Todavía no hemos comprendido su alcance universal y su profundidad. “Cielo” y “tierra” son expresión de lo mismo desde dos perspectivas. “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” vendría a expresar algo parecido: que podamos aceptar radical y totalmente el aquí y el ahora, darnos cuenta que la Presencia lo llena todo y que nosotros somos esa misma Presencia en forma humana y estamos llamados a vivir desde esta Presencia. “Hágase tu voluntad” en el nuevo paradigma místico sería: acepto lo que viene y dejo ir lo que se va, desde la profunda paz de la presencia consciente. Es el principio fundamental de la aceptación. Cuando aceptamos radicalmente la realidad se nos abren los ojos y nos encontramos en Dios. “Danos hoy nuestro pan de cada día” El pan simboliza distintas dimensiones: las necesidades concretas, lo cotidiano, la realidad universal. Pedimos la capacidad de vivir el presente – “danos hoy” – desde la conciencia que en el presente tenemos todo lo que necesitamos para nuestro crecimiento y desarrollo. Todo es un don y si algo no lo tenemos es porque no lo necesitamos. Como decía San Francisco: “necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco”. Pedimos la conciencia de la plenitud del presente. “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” No podía faltar en esta hermosa oración el tema del perdón. Perdón que también es uno de los mensajes claves de Jesús y del evangelio. Desde la comprensión/visión no-dual nos damos cuenta que no hay nada que perdonar en realidad. Entrar en la dinámica del perdón es comprender que no hay nada que perdonar: hay errores que reconocer y responsabilidades para asumir. No hay nada que perdonar porque no existe la culpa y no existe el “pecado” entendido moralmente. El sentido evangélico de “pecado” es “errarle al centro”, es decir, equivocarse, no lograr ver bien. Cada cual actúa siempre desde el nivel de conciencia en el cual se encuentra. Por eso no hay culpa, hay ignorancia e irresponsabilidad. Hay ceguera y esta ceguera no es culpable, porque es fruto de la inconsciencia. Jesús se dio cuenta de todo eso cuando dijo antes de morir: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Si “no saben lo que hacen” en realidad son inconscientes y, por eso mismo, sin culpa. El tema de la consciencia e inconsciencia es esencial. ¿Un asesino es consciente que está matando? En un nivel muy superficial – diríamos racional – obviamente es consciente, a menos que sufra graves trastornos psíquicos. Pero en un nivel más profundo es inconsciente, es decir, no es consciente de lo que significa matar a un ser humano, no percibe el valor de la vida y la gravedad del acto de matar. Un ser humano plenamente consciente de sí mismo y de la cualidad de lo real puede hacer solo una cosa: amar. Por eso que Jesús, Buda y tantos otros vivieron siempre en un amor total y radical. Su consciencia era plena y diáfana. La plena conciencia es la visión diáfana que lo único real es el Amor. Por eso que cada vez que no estamos amando, de cierta manera, hemos entrado en cierto nivel de inconsciencia. Perdonarse y perdonar es darse cuenta que en el fondo nunca hubo culpa, solo Amor no reconocido, no visto, no asumido. Con el perdón también nos damos cuenta de la esencial reciprocidad y unidad entre el Misterio divino y las relaciones humanas. Desde la visión mística de lo real se nos regala la experiencia de la Unidad: percibimos que realmente “somos uno”, procedemos de la misma Fuente y somos expresión de la misma Vida. Vemos claramente que en el fondo “el otro soy yo”. Por eso que perdonar es perdonarse y perdonarse es perdonar. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: Con esta frase pedimos la conciencia de la inocencia de todos y de todo y el don de la visión correcta y de la comprensión. El verdadero y definitivo “perdón” es darse cuenta de la inocencia y, cuando nos damos cuenta de la inocencia, ya no hay nada que perdonar. En el fondo toda la enseñanza y la practica de Jesús sobre el perdón van en este sentido. “Entonces se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22). “Setenta veces siete” equivaldría a “siempre”, pero lo podemos interpretar así: hasta que te puedas dar cuenta de la inocencia. Todo esto no significa que en un nivel más superficial sigamos “perdonándonos” y “pidiéndonos perdón”: en lo concreto de las relaciones humanas puede ser de gran ayuda. Pero lo hacemos desde la inocencia radical que hemos descubierto: nada que perdonar, solo la necesidad de ser más responsables y de crecer en consciencia. “no nos dejes caer en la tentación” Desde la visión teísta de la divinidad podemos ver claramente el absurdo de este pedido: ¿Cómo Dios – Misterio de Amor Infinito – puede tentarnos o dejarnos caer en la tentación? Desde esta visión se derivó también el absurdo concepto de la vida como una prueba: Dios nos probaría en esta vida y si nos portamos bien nos salva. ¿Qué sentido tiene un Dios que crea un mundo maravilloso, lleno de vida, simplemente como una prueba para la “otra vida”? Una imagen así de lo divino no es muy alentadora que se diga y menos cristiana. “Dios” no tienta a nadie y la vida no es una prueba. “Dios” mismo está involucrado en la vida, es la Vida misma, la mismidad (esencia) de cada cosa. Si somos coherentes con la visión no-dual podemos decir que Dios mismo está confundido en nuestra confusión, Dios mismo se deja “tentar” en nuestras “tentaciones”. Repito: no hay separación. Ni uno, ni dos: el océano y las olas. Lo que, a nivel psicológico, experimentamos como tentaciones no es otra cosa que el necesario proceso psico-espiritual de purificación y crecimiento. Desde la experiencia mística y no-dual podemos comprender la frase de esta manera: no dejes – no dejemos – que la ilusión de la separación nos atrape, no dejes – no dejemos – que la ceguera nos impida ver la realidad y darnos cuenta del Amor que todo lo llena. “y líbranos del mal” Hemos visto que desde la experiencia mística lo que muchas veces – apurándonos – llamamos “mal” también puede ser el lugar de una experiencia del Misterio. Más aún. Dijimos que también en lo que llamamos “mal” Dios está presente y se manifiesta. Desde la visión no-dual comprendemos entonces que el único “mal” real es la ignorancia y la ceguera. Dicho de otra manera: la inconsciencia. Vivir esclavo del pensamiento, en la superficie, sin interioridad ni profundidad. Con esta petición pedimos la liberación – liberarnos – de la ignorancia y la ceguera para saber descubrir la Presencia del Misterio que nos constituye y que todo lo llena. Conclusión ¿Tiene sentido seguir rezando el “Padre Nuestro” hoy? La pregunta que puse como titulo para la reflexión era un poco provocativa, soy consciente. A veces es necesario “provocar” y “dejarse provocar” para desinstalarnos de nuestras creencias y comodidades, para salir de cierta zona de confort espiritual que bloquea el desarrollo. Se puede seguir rezando el “Padre Nuestro”, si claro. Con unas aclaraciones. El “Padre Nuestro” nos mantiene conectados a la experiencia histórica de Jesús, a su sentir y su caminar por las tierras de Palestina. También nos mantiene unidos a la tradición y a la historia del cristianismo. Es un vinculo de unión y nos hace sentir familia. Por el otro sería importante rezarlo desde el nivel de conciencia que hemos tratado de explicar en esta reflexión. Conscientes que las palabras no pueden aferrar ni poseer a Dios, sino que son símbolos que nos invitan a mirar más allá. En mi experiencia personal rezo el Padre Nuestro en ámbito litúrgico o en la catequesis. En la liturgia nos hace sentir familia y nos une y en la catequesis tiene una importancia pedagógica para los niños. La oración vocal es una etapa del desarrollo espiritual y los niños necesitan algo concreto y común al cual agarrarse. En mi oración personal ya no rezo el Padre Nuestro. Ya no necesito rezarlo. Mi oración personal está hecha total y radicalmente de silencio. Ahí, paradójicamente, encuentro todo y las palabras, simplemente sobran. Mucho se dice y se escribe sobre la violencia doméstica. Pero descubro una razón profunda que no se suele decir normalmente. Es que percibo una agresividad muy fuerte en las relaciones diarias. En nuestro hablar. Queremos imponer nuestra visión y salirnos con la nuestra. Cuanto más agresividad expresan los políticos parece que tienen más votos.
Esta es la frase que yo pondría como esencial en nuestras falsas relaciones: “salirme con la mía”. Muchas decepciones y fracasos diarios nos llevan a querer resarcirnos y dominar. La agresividad que nos es necesaria para funcionar con garbo, la empleamos en defendernos. Y damos un poso más: queremos dominar. Tenemos una gran deficiencia en el diálogo. Queremos dominar, ganar, vencer. No aceptamos el fracaso, el no llevar razón, ni el perder. Vivimos para la victoria, para ganar siempre. Imponernos. Apenas funciona la empatía. Necesitamos formación en estos valores de escucha, respeto, acogida, no imposición. Una línea educativa, transversal en todas las etapas de la vida, ha de consistir en aprender a respetarnos, a no imponer nuestra visión. Esto va costar muchísimo. Y será preciso crear toda clase de medios, aulas, talleres, centros educativos en la escucha y el respeto. Hacemos una sociedad para ganar, y hay que crear una sociedad para ser iguales y servir. Necesitamos prepararnos en la gran asignatura: saber perder. En la sociedad hay mucho de dominio y muchas personas viven subyugadas, dominados, mandadas, explotadas y eso produce ganas de superar, de dominar, de devolver el golpe. Hacemos una vida en constante lucha. Mientras no lleguemos a la paz fraterna, al enriquecimiento mutuo, no habrá sociedad en paz. La sociedad la hemos hecho muy agresiva porque desde el mando del dinero, la política, la ciencia, los medios de comunicación, las estructuras políticas y militares… se maneja, se controla y se domina a las personas con el lenguaje de ganar y perder. Hasta que descubramos: gana el que sabe perder. La violencia doméstica es una explosión de la violencia que llevamos cada uno y con la que vivimos e intentamos ganar, dominar, hacer lo que nos apetece. Necesitamos un ingente esfuerzo a todas las edades: crear personas, crear sociedad de empatía, de escucha, de respeto, de no sentirme mal porque me sienta contrariado. Lo importante es lo que yo sea y que lo sea con los demás. Estos días la liturgia nos propone los textos del Bautismo de Jesús, después de un tiempo de catecumenado en la escuela de Juan Bautista, y después de un discernimiento entre la enseñanza de su maestro, y lo que él iba experimentando.
Los textos del Bautismo resumen un proceso en la vida de Jesús: su toma de conciencia de quién era y de cómo responder a esa identidad des-velada procesualmente. La figura central es el Espíritu que revela, comunica, conduce. Y ese Espíritu-Ruah actúa dentro de la persona. Los cambios de vida que puedan producirse fuera: compromisos, estilo de vida…son fruto de una luz y fuerza interior que impulsa hacia el proyecto de Dios, liberando de las cargas que los humanos nos ponemos, incluida la carga de la religión cuando esta desplaza al Espíritu para emplazar a personas que dicen hablar en su nombre. ¡Ojo! Tal vez una anécdota personal aligere lo que acabo de describir: Tenía 27 años, humildemente empoderada por una formación teológica encauzada a enseñarnos a orar y a que esta oración junto con sólida teología-biblia… nos impulsara a comunicar, predicar lo amasado en el corazón. Con este sólido bagaje me destinan a Sydney, Australia, donde se nos pide organizar, en nuestra Parroquia, una Eucaristía en Español para la enorme cantidad de gente huyendo de Uruguay, Argentina, Chile, Perú y muchos españoles que emigraron antes del boom turístico en nuestro país. Venía gente de toda la ciudad. Los curas no hablaban español y leían, como podían, la misa. La homilía nos la encargaron a nosotras, cuyo carisma era: “oración y predicación”. Una experiencia preciosa de comunicación de vida, y de organizar eventos con las familias, organizar un coro con los adolescentes, y siempre pizza en casa de alguien al final de la Eucaristía, disfrutando con las riquezas de nuestros diferentes países. Cada Eucaristía venía precedida por un tiempo de formación profunda que impartíamos en nuestra casa con todos los que lo deseaban, ofreciendo servicio de guardería y chocolatadas a los niños… Un buen amigo que hacía de acólito un día, entre risa y bocado de pizza casera, nos dice: hermanas, uno de los padres, el canonista, siempre me pregunta qué dicen ustedes en la homilía y le llama la atención que la gente está a gusto con la predicación… A los pocos días aparece el “tal padre”, hoy obispo, claro, con la homilía escrita para que la tradujéramos y leyéramos en “su” misa. Sentí que se me concedió el don de lenguas porque apenas chapurreaba el inglés, pero la argumentación me salió de dentro, lo cual no cambió su actitud, al contrario y nosotras tuvimos que aparentar que leíamos “su homilía” porque acogiendo lo que nos parecía apropiado para la gente, que él no conocía, incluíamos lo que el Espíritu y la comunidad nos susurraban por dentro. Fue mi primer paso hacia la separación institución de mi propia conciencia. Ahí sentí en mis entrañas que se rompía la inocencia de una mujer joven, llena de vida y fuerza y capacidad para comunicar… y que “ellos” decían que no. Pero resulta que la Ruah me sigue dando la fuerza, la vocación, el fuego para comunicar… ¿A quién escucho? Jesús escucha en su interior esa voz que día a día le es luz y fuerza para seguir. El Bautismo se da una vez pero no la experiencia de toma de conciencia, de manera más clara: a veces incluso podemos ubicarla, otras lo vivimos como proceso, que de pronto nos hace descubrir que estamos en otro momento. Estudiar Teología en USA, con otro método diferente al de memorizar, fue un potente foco que me sigue acompañando. El curso sobre la “Nueva Historia” en Irlanda, luz que me sigue iluminando y ayudando a vivir el momento presente de Crisis Climática con esperanza y sin descanso en un intento de que cambiemos nuestro modo de vivir y convivir, porque todo es sagrado. Pronto hará dos años, otro momento de mucha luz fue al encontrar la comunidad, por años buscada, y de la que ya hemos compartido. Y el regalo, de las 8 personas que vamos dando pasos hacia esa toma de conciencia, de escucha al Espíritu dentro y vivir desde esa conciencia plena, en España, paso a paso con gran ilusión y realismo. Comunidad abierta. No-canónica, profética, empoderadora de mujeres y hombres, que, cada uno, a su paso, con rigor y alegría, recorremos ese tramo de nuestro camino. Siempre en continua e inmediata comunicación con toda la comunidad en los cinco continentes. Es un honor y un gozo escuchar al Espíritu en ell@s, más allá de cánones…como Jesús, en el río, en el monte, en el mar, en las casas, en las redes sociales. Hay tantas maneras de hacer y ser comunidad. Ayer llega un wApp de Holanda, nos unimos a las 7 de la mañana, 20 ms en meditación para traer paz y bondad a la humanidad…inmediatamente un grupo de personas confirmamos y hoy al orar, de un modo especial se me hacía gráfico que tenemos un inmenso poder: espiritual, mental, afectivo… capaz de transformar la oscuridad en luz, el ruido en silencio habitado. Dejémonos empapar por esas aguas del Jordán del corazón, donde la conciencia emerge nítida. Un grupo en el norte nos reunimos este sábado para profundizarlo, y luego en Febrero en Haro… y siempre, siempre abiertas a escuchar, acoger, empoderar. Para todo el que no haya tenido una experiencia interior, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Es completamente absurdo decirle al pobre, al que pasa hambre, al que llora, al perseguido, ¡Enhorabuena! Dale gracias a Dios porque algún día se cambiarán las tornas y tú serás como el que ahora te oprime. Intentar explicarlas racionalmente es una quimera, pues están más allá de la lógica. Es el mensaje más provocativo del evangelio y el peor entendido del cristianismo.
Sobre las bienaventuranzas se han dicho las cosas más dispares. Para Gandhi eran la quintaesencia del cristianismo. Para Nietzsche son una maldición ya que atentan contra la dignidad del hombre. ¿A qué se debe esta abismal diferencia? Muy sencillo. Uno habla desde la mística (no cristiana). El otro pretende comprenderlas desde la racionalidad: y desde la razón, aunque sea la más preclara de los últimos siglos, es imposible entenderlas. Sería un verdadero milagro hablar de las bienaventuranzas y no caer en demagogia barata para arremeter contra los ricos, o en un espiritualismo que las deja completamente descafeinadas. Se trata del texto que mejor expresa la radicalidad del evangelio. La formulación, un tanto arcaica, nos impide descubrir su sentido. Lo que quiere decir Jesús es que la verdadera humanidad no consiste en satisfacer las necesidades más perentorias sino en desplegar nuestra humanidad. Mt las coloca en el primer discurso programático de Jesús. No es verosímil que Jesús haya comenzado su predicación con un discurso tan solemne y radical. El escenario del sermón nos indica hasta qué punto lo considera importante. El “monte” está haciendo clara referencia al Sinaí. Jesús es el nuevo Moisés, que promulga la “nueva Ley”. Pero hay una gran diferencia. Las bienaventuranzas no son mandamientos o preceptos. Son simples proclamaciones que invitan a seguir un camino inusitado hacia la plenitud humana. No tiene importancia que Lc proponga cuatro y Mt nueve. Se podrían proponer cientos, pero bastaría con una, para romper los esquemas mentales de cualquier ser humano. Se trata del ser humano que sufre limitaciones materiales o espirituales por caprichos de la naturaleza o por causa de otro, y que unas veces se manifiestan por el hambre y otras por las lágrimas. La circunstancia concreta de cada una no es lo esencial. Por eso no tiene mayor importancia explicar cada una de ellas por separado. Todas dicen exactamente lo mismo. La inmensa mayoría de los exégetas están de acuerdo en que las tres primeras de Lc, recogidas también en Mt, son las originales e incluso se puede afirmar con cierta probabilidad que se remontan al mismo Jesús. Parece que Mt las espiritualiza, no sólo porque dice pobre de espíritu, y hambre y sed de justicia, sino porque añade: bienaventurados los pacíficos, los limpios de corazón que nos saca de la idea de un ser humano marginado y oprimido por el otro. La aparente diferencia entre Mt y Lc (pobre o pobre de espíritu) desaparece si descubrimos qué significaba en la Biblia, “pobres” (anawim). Sin este trasfondo bíblico, no podemos entender ni una ni otra expresión. Con su despiadada crítica a la sociedad injusta, los profetas Amós, Isaías, Miqueas, denuncian una situación que clama al cielo. Los poderosos se enriquecen a costa de los pobres. No es una crítica social, sino religiosa. Pertenecen todos al mismo pueblo cuyo único Señor es Dios; pero los ricos, al esclavizar a los demás, no reconocen su soberanía. Después del destierro se habla del resto de Israel, un resto pobre y humilde. Los pobres bíblicos son aquellas personas que, por no tener nada ni nadie en quien confiar, su única escapatoria es confiar en Dios, pero confían. El “resto” bíblico es siempre el oprimido, el marginado, el excluido de la sociedad. Incluía no solo a los pobres económicos sino a los social y religiosamente pobres: enfermos, poseídos, impuros, marginados, a quienes Dios había rechazado, según se creía. La diferencia entre pobre sociológico y pobre teológico no tiene sentido, cuando nos referimos a los evangelios. En tiempo de Jesús no había separación posible entre lo religioso y lo social. Las bienaventuranzas no están hablando de la pobreza voluntaria aceptada por los religiosos a través de un voto. Está hablando de la pobreza impuesta por la injusticia de los poderosos; de los que quisieran salir de su pobreza y no pueden. Son los bienaventurados si descubren que nada les puede impedir ser plenamente humanos, a pesar de todas sus limitaciones impuestas. Otra trampa que debemos evitar al tratar este tema es la de proyectar la felicidad prometida a los excluidos, para el más allá. Así se ha interpretado muchas veces en el pasado y aún hoy lo he visto en algunas homilías. No, Jesús está proponiendo una felicidad para el más acá. Aquí, todo ser humano puede encontrar la paz y la armonía interior, que es el paso a una verdadera felicidad, que no puede consistir en el tener y consumir más que los demás sino en una toma de conciencia de que lo que Dios te da lo tienes asegurado y no depende de las circunstancias externas. Esta reflexión nos abre una perspectiva nueva. Ni el pobre ni el rico se puede considerar aisladamente. La riqueza y la pobreza son dos términos correlativos, no existiría una sin la otra. Es más, la pobreza es mayor cuanto mayor es la riqueza, y viceversa. Si desaparece la pobreza, desaparecerá la riqueza. Si todos fuésemos igualmente pobres o igualmente ricos no había problema alguno. La irracionalidad de los ricos es que queremos que desaparezca la pobreza manteniendo nosotros nuestra riqueza. La predicación de hoy está abocada al fracaso. Las bienaventuranzas quieren decir: es preferible ser pobre, que ser rico a costa de los demás. Es preferible llorar a hacer llorar al otro. Es preferible pasar hambre a ser la causa de que otros pasen hambre. Dichosos no por ser pobres, sino por no empobrecer a otro. Dichosos, no por ser oprimidos, sino por no ser opresores. El valor supremo no está en lo externo sino dentro. Hay que elegir entre perseguir el placer sensible o la plenitud humana que se manifiesta en el don. En todo este asunto podemos descubrir una tremenda paradoja. Si el ser pobre es motivo de dicha, por qué ese empeño en sacar al pobre de la pobreza. Y si la pobreza es una desgracia, por qué la disfrazamos de bienaventuranza. Ahí tenemos la contradicción más radical al intentar explicar racionalmente las bienaventuranzas. El que pasa hambre no es feliz porque un día será saciado. El rico que ríe no es desgraciado porque un día llorará. Pero por paradójico que pueda parecer, la exaltación de la pobreza que hace Jesús, tiene como objetivo el que deje de haber pobres. En ningún caso puede bendecirse la pobreza. Cualquier clase de pobreza causada por el hombre debe ser combatida como una lacra y la causada por los desastres naturales debe ser compartida y en lo posible paliada. El enemigo del Reino de Dios es la ambición, el afán de poder. Recordad: “no podéis servir a Dios y al dinero”. Las bienaventuranzas nos están diciendo que otro mundo es posible. Un mundo que no esté basado en el egoísmo sino en el amor. ¿Puede ser justo que esté pensando en vivir cada vez mejor (entiéndase consumir más), mientras hay personas que mueren, por no tener un puñado de arroz que llevarse a la boca? Si no quieres ser cómplice de la injusticia, escoge la pobreza, entendida como no poner el objetivo en consumir. Mientras menos necesites, más rico eres. Meditación Si en vez de acaparar, reparto, entro en el ámbito de lo divino. Si pongo mi felicidad en el consumir, olvido mi verdadero ser. Acaparar lo que otros necesitan para vivir, es negarles la vida. Pero es también impedir la verdadera Vida. Compartir lo que tengo con el que lo necesita, me hace más humano. Pero es también dar al otro la posibilidad de hacerse más humano. Los de cerca (*) se alegrarán de saber que esta fiesta se llama en oriente “el encuentro” (Hypapante) en griego. En occidente tomó el nombre de la purificación de María o “la candelaria” porque la ceremonia más vistosa de este día era la procesión de las candelas. En la nueva liturgia se llama “la presentación del Señor”. En esta fiesta se retoma el simbolismo de la Epifanía y se recuerda a Jesús como luz de todos los pueblos.
Podía ser interesante hacerse una composición de lugar y tiempo para comprender los textos. La familia de Jesús, muy probablemente procedía de Judea. Nos dan pie para sospechar esto, los nombres de sus miembros y los numerosos indicios que encontramos en todos los evangelios. Se trasladarían desde Judea en alguna de las repoblaciones que se llevaron a cabo en Galilea después de las deportaciones. Este dato nos puede asegurar que la familia cumplía estrictamente la Ley, aunque sabemos que los galileos, por estar lejos del templo y de los fariseos y letrados, escapaban al control de los oficiales de la religión y eran mucho menos estrictos en el cumplimiento de las normas legales. Esta circunstancia permitió al mismo Jesús predicar y actuar al margen de lo que estaba legislado y exigido. Aunque es muy probable que María y Jesús fueran al templo a los cuarenta días de nacer, no podemos estar seguros de lo que pasó. Parece que, según la Ley, ni Jesús ni María tenían obligación de subir al templo para cumplirla. El relato es teología que intenta presentarnos a Jesús integrado en el pueblo judío. Todo son símbolos, incluidos los dos personajes que aparecen como próximos al templo y esperando la salvación. En la ley de Moisés estaba prescrito que todo primogénito debía dedicarse al servicio de Dios en el templo. Cuando ese servicio se reservó a la tribu de Leví, los primogénitos debían ser rescatados de la obligación de servir al Señor, pagando 5 siclos de plata. Las ofrendas eran exigidas pora la purificación de la madre. Lc nos advierte que José y María tuvieron que conformarse con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas. Es inverosímil que un anciano y una profetisa descubrieran en un niño, completamente normal, al salvador esperado por Israel. Pero es interesante lo que Lc señala: que dos ancianos del pueblo se hubieran pasado la vida esperando y con los ojos bien abiertos para descubrir el menor atisbo de que se acercaba la liberación para el pueblo. No me extraña que Lc muestre a María y a José pasmados ante lo que se decía del niño. Pero la extrañeza carece de lógica, si tomamos por cierto lo que nos había dicho en el capítulo anterior. María tenía que haber dicho a Simeón: ya lo sabía, yo misma he dado consentimiento para que en mi seno se encarnara el Hijo de Dios. Además los ángeles y los pastores les habían dicho quién era aquel niño. Una prueba más de que en los relatos de la infancia no tenemos que buscar lógica narrativa, sino impulso teológico. Simeón va al templo movido por el Espíritu. No solo toda la vida de Jesús la presenta como consecuencia de la actuación del Espíritu, todo lo que sucede a su alrededor está dirigido por el mismo “Ruah” de Dios que lleva adelante la liberación de su pueblo. La voluntad de Dios se va manifestando y cumpliendo paso a paso. Todo lo que sucede en torno a Jesús tendrá como última consecuencia la iluminación del mundo. Ana aparece más pegada al AT e identificada con el Templo, que era la columna vertebral de toda la espiritualidad judía. Toda su vida al servicio de la institución que mantenía viva la esperanza de una definitiva liberación. Es muy curioso que proclame la grandeza del niño que va a desbaratar esa misma institución y a proponer algo completamente nuevo, para una relación con Dios absolutamente distinta. Es interesante resaltar que todos los números que se refieren a la edad de Ana son simbólicos. Se casaban a los 14 (dos veces 7). Siete de casada. 84 (12x7) de viuda. El 12 número de las tribus de Israel y el siete, el número más repetido en la Biblia como signo de plenitud. Fijaos que 14+7+84=105. Esa edad era impensable en aquella época. Una muestra más de que los evangelios no buscan historia sino teología. ¿Qué puede significar para nosotros hoy esta fiesta? Me acuerdo cuando se celebraba con gran solemnidad. Era una de las grandes fiestas del año litúrgico. Hoy tenemos que esperar la carambola de que caiga en domingo para poder hacerle algún caso. Vamos a intentar aprovechar esta oportunidad para acercarnos al Jesús que fue tan niño como todos nosotros y vivió la pertenencia al pueblo judío con toda normalidad. El final del relato es realista y se aparta de ensoñación: El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría. Como todos los niños nació como un proyecto y tiene que ir desarrollándose. Parece que se ha olvidado de todas las maravillas que nos había contado sobre él. Debemos convencernos de que fue un niño completamente normal, que, como todos los niños, tuvo que partir de cero y depender de los demás, para ir completando su personalidad. En el relato siguiente, que hace referencia al niño perdido, es todavía más concreto: “Y Jesús iba creciendo en estatura en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres”. Lc lo tiene muy claro: Jesús es un niño normal que tiene que recorrer una trayectoria humana exactamente igual que cualquier otro niño. Por desgracia no es esto lo que hemos oído desde pequeños. El haberle divinizado, desde antes de su nacimiento, nos ha separado de su humanidad y nos ha despistado en lo que podía tener de ejemplo. Que Jesús haya desarrollado su infancia en contacto con una profunda religiosidad judía es muy importante a la hora de valorar su trayectoria personal. Si no hubiera vivido dentro de la fe judía, nunca hubiera llegado a la experiencia que tuvo de Dios. Esto nos tiene que hacer pensar. Lo que Jesús nos enseño no lo sacó de la chistera como si fuera un prestidigitador. Fue su trayectoria religiosa la que le llevó a la experiencia de Dios, que luego se transformó en mensaje. Todo lo que Jesús nos contó sobre Dios, lo vivió antes como hombre que va alcanzando una plenitud humana. Su propuesta fue precisamente que nosotros teníamos que alcanzar esa misma plenitud. Su objetivo y el nuestro es el mismo: desplegar todo lo que hay de posibilidad humanizadora en cada uno de nosotros. Esa posibilidad de crecer hasta el infinito está disponible gracias a lo que Dios es en cada uno de nosotros. Es la misma religión la que a veces nos aparta de ese objetivo. Nos propone otros logros intermedios como meta y así nos despista de lo que tenía que ser el punto de llegada de toda trayectoria verdaderamente humana. Todo lo que no sea esta meta, debemos considerarlo como medio para alcanzar el fin. Meditación No es necesario que nadie me presente ante Dios. Sé que soy más de Él que de mí mismo y nada sería si pudiera separarme de Él. Esa realidad desconcertante me sobrepasa. Una vez descubierta y aceptada, me abre posibilidades infinitas de ser humano. El domingo pasado, el evangelio de Mateo nos presentaba a Jesús recorriendo Galilea y anunciado la buena noticia del Reinado de Dios. A partir de hoy, hace que los oyentes se reúnan en un gran auditorio al aire libre, se sienten en torno a Jesús, y escuchen el programa de ese reino de Dios: el “Sermón del monte”, que leeremos los próximos domingos.
Selección del auditorio Jesús no es un político que quiere ganar votos a todo precio, engañando y haciendo promesas que no cumplirá. Desea dejar claro quiénes sintonizarán con su proyecto y quiénes no. Para que no se llamen a engaño. Y eso lo expone, al principio de todo, en las bienaventuranzas. Es imposible explicar en pocas palabras el sentido de cada una de ellas (quien lo desee puede leer J. L. Sicre, El evangelio de Mateo, pp. 102-112). Las bienaventuranzas proponen valores desconcertantes Si Jesús dijera: “Dichoso el que tiene buena salud, el que gana lo suficiente para vivir, el que disfruta con su familia…” no habría necesitado justificar esas afirmaciones. Cualquier persona habría estado de acuerdo. Sin embargo, Jesús proclama dichosa a gente que sufre, llora, es perseguida… Por eso, cada bienaventuranza va seguida de una justificación: «porque de ellos es el reino de los cielos», «porque ellos serán consolados», etc. El premio prometido en la primera y última es «el Reino de los cielos». En realidad, todas las otras se refieren también a ese Reino de Dios, sólo que fijándose en determinados aspectos concretos. Este premio no podemos interpretarlo solo como algo de la otra vida. Comienza a realizarse en esta. Dicho en palabras sencillas, todas esas personas son dichosas porque pueden formar parte de la comunidad cristiana (Reino inicial de los cielos) y, más tarde, del Reino definitivo de Dios. Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos La mención de los pobres, los que lloran, los sufridos… puede crear una sensación de malestar, como si tuviéramos que pasar por todas esas situaciones para formar parte del reinado de Dios. Las bienaventuranzas se nos convierten en una terrible carrera de obstáculos, donde tras cada valla nos espera la siguiente. Sin embargo, las bienaventuranzas son algo muy distinto. Las bienaventuranzas, ocho puertas para entrar al Reino de Dios Antonio Barluzzi, el arquitecto italiano que diseñó la Basílica de las bienaventuranzas en 1939, tuvo la bella idea de una planta octogonal, y en cada lado una gran ventana por la que se puede contemplar el paisaje exterior. Sin embargo, las bienaventuranzas no son ventanas para mirar lo que ocurre fuera, sino puertas abiertas por las que se puede entrar a escuchar y seguir a Jesús. Encima de cada puerta hay una inscripción con la bienaventuranza correspondiente. A veces el sentido del texto resulta discutible (Jesús habló en arameo, luego se tradujo al griego, y ahora lo retraducimos a nuestras lenguas). Vamos a dar una vuelta al edificio, haciéndonos unas preguntas delante de cada puerta. Al final podrás elegir la que te viene mejor para entrar al palacio.
Resumen Las bienaventuranzas nos dicen qué personas pueden entender y aceptar el mensaje de Jesús, incorporándose a la comunidad cristiana. Por consiguiente, las bienaventuranzas no son, ante todo, un código de conducta moral que dice: «así tienes que actuar si quieres ser cristiano». Es más bien una exposición de situaciones y de actitudes ante la vida que permiten entender el evangelio y entusiasmarse con las palabras de Jesús. La bienaventuranza no dice: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Dice: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús». No dice: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dice: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús». No dice: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dice: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios». Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, no cabe duda de que las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias. 1ª Lectura: miedo en vez de alegría (Sofonías 2,3; 3,12-13) El texto es fruto de unir un versículo del c.2 con dos versículos del c.3. Se exhorta a buscar a Dios, cumplir sus mandatos, buscar la justicia, la moderación, pero con el fin de librarse «el día de la cólera del Señor». Efectivamente, en el c.3 esa cólera acaba con los enemigos y solo subsiste un pueblo pobre y humilde. Las bienaventuranzas coinciden en hablar de un nuevo pueblo de Dios, con las mismas características, pero el punto de partida no es el miedo a la cólera de Dios. Aconsejo no detenerse en esta lectura. 2ª lectura: las bienaventuranzas en Corinto (1 Cor 1,26-31) En cambio, es muy adecuado el texto de Pablo, que se podría parafrasear: «Bienaventurados lo que no son sabios, ni poderosos, ni aristócratas». «Bienaventurados los que el mundo considera necios, la gente baja y despreciable, la que no cuenta para los demás». Porque ellos podrán unirse a Cristo y formar parte de su comunidad. |
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