La prensa ha dicho que Luis Santamaría deja el sacerdocio por amor, y he dado un brinco en la silla al leerlo. Y he pensado en Jesús de Nazaret: ¿Dejó el Reino por María o fue María Magdalena una de las personas que encendió su sed de reino, y recorrió con él el camino, y le amó hasta la cruz, y tomó por la cruz el relevo, y empezó una marcha que sigue hasta hoy, en la verdadera iglesia?
No sé si la formulación viene de Luis, o de la prensa, pero es muy desafortunada. Por amor no se deja el sacerdocio, sino al contrario: por amor se es sacerdote, y si Luis ha encontrado al “amor” y quiere compartir con él su vida será más sacerdote, porque el primer sacerdocio de la Iglesia (1 Ped, Hbr, Ap) no es de unos ministros “ordenados” de tipo jerárquico (¡que pueden ser anti‒sacerdotes), sino el de todos los cristianos que aman como Cristo. En esa línea, Luis puede ser ahora más sacerdote, más iglesia, si su amor es hondo, si es cristiano, haciendo camino de evangelio de dos en dos, como manda Jesús.
Luis Santamaría, a quien conocí antes de conocerle (imagen: María saca del sepulcro a Jesús) Él era seminarista de Zamora, con otros dos compañeros, hace ahora exactamente veinte años. Pues bien, por estos días de aquel 1999, me llamó su profesora de griego en el IES de Zamora, mi amiga Auxiliadora Moreno de Vega (fallecida hace poco), gran “maestra”, inmensa cristiana (digna de ser canonizada, que había sufrido también a causa de cierto estamento clerical). Y hablamos una tarde 20 años, eran vísperas de Santiago. Me había llamado para hablarme de Luis Santamaría y de dos compañeros seminaristas, alumnos suyos de griego. Me dijo que eran lo mejor que había tenido en muchos años, en especial Luis: El chico que hubiera querido como novio de joven, el hijo que ahora me gustaría tener. Dentro de tres meses vienen a la Facultad de Teología, y me han dicho que serás su profesor de religiones, cuídalos; que sean personas en libertad, cristianos. No sé si lo hice, si fui para ellos, y en especial para Luis, un testimonio de libertad cristiana y evangelio. El tema es que, pensándolo bien, las cosas que Auxiliadora me dijo de Luis (de su inteligencia, bondad, es inquietud cristiana…) se han ido cumpliendo, y se cumplen especialmente ahora. Vuelvo al tema del 21. Leo la noticia y le pongo a Luis un correo.Me responde de inmediato: “que perdonemos, que nos lo quería haber dicho personalmente, pero que se han metido en medio “los medios” y que lo han publicado, que nos tenemos que ver, que un beso a Mabel… (Mabel, más cristiana que yo, les había dicho a los dos, simplemente “felicidades, me alegro por vosotros”… Yo tenía una cuenta pendiente con Luis Santamaría Fui profesor suyo, pronto amigo y luego colega a pesar de la diferencia de años. Yo hubiera querido que fuera profesor de teología o teólogo a lo “duro”. Pero quiso serlo “a lo maduro”, especializándose en el riesgo de las sectas, con la exigencia de presentar ante ellas un evangelio de libertad.. Estaba ya entonces, hace 20, dedicado al estudio de las “sectas” y habría creado, con un par de amigo, un portal llamado “hemerosectas” (que se ha convertido lego en RIES: Red Internacional del Estudio de las Sectas), cuando los demás apenas sabíamos los rudimentos de la Informática y de los Medios Digitales. Controlaba el tema, de tal forma que (un poco a escondidas) yo me hice su alumno, y así entré en los medios, aunque a remolque, siempre un poco tarde, con una diferencia en nuestro enfoque de la teología ‒ Luis veía más el riesgo de las sectas, es decir, de convertir el cristianismo y un tipo de cultura religiosa moderna (y la misma Iglesia) en una secta, algo que te “come el coco”, te destruye por dentro y te manipula… como una especie de Satán Moderno. Las sectas son como “manos de Satán”, tentáculos que te chupan la savia de la vida, te impiden pensar, ser y amar (para pensar, ser y amar en libertad están las Iglesia, y en especial la Catolica…). Él ha llegado a ser quien mejor conoce el tema. ‒ Yo andaba y ando más metido en la teología “positiva”, no en el riesgo satánico de las sectas de diverso tipo, sino en el ofrecimiento de amor y libertad de Jesús… Quizá estoy equivocado, o soy más ingenuo, pero he pensado que el riesgo de las sectas no es tan grande y así he querido y quiero desarrollar un evangelio de la libertad cristiana, del amor liberador, de la “redención de cautivos” (no sólo de los de fuera, sino de los de dentro de la Iglesia). ‒ El año 2007/2008 estaba yo un diccionario‒enciclopedia de religiones… y le propuse el tema a Luis, hacerlo a cuatro manos. Yo escribiría la parte positiva de las religiones como libertad de vida, él la parte negativa, es decir, del riesgo sectario de iglesias y grupos…que se aprovechan de Dios y de Cristo para tener a la gente sometida. Se lo propuse en serio, pero dijo que no podía, que le parecía que el no estaba preparado etc. (él tenía entonces unos 29/30 años). Fue una oportunidad perdida, y lo he lamentado muchas veces. (Como yo tenía el tema ya maduro, se lo propuse a mi amigo Vicente Haya y escribimos a 4 manos el Diccionario de las tres religiones, Verbo Divino, Estella 2009, que es una cosa muy digna, pero distinta). Desde entonces nos hemos visto varias veces (menos de las que yo hubiera querido), en Salamanca, aquí en San Morales (creo), en Zamora (en sus parroquias, en especial en la de San Pedro de la Nave, con Mabel y dos hermanos mío). La vida nos ha ido escorando hacia líneas distintas; yo voy organizando y escogiendo mis equipajes (para la gran marcha), Luis empieza ahora su auténtica andadura, aquella de la que me hablaba Auxiliadora (q.e.p.d), hace 20 años. La nueva marcha de Reino y el sacerdocio de Luis Santamaría No sé lo que piensa o piensan hacer, Luis y su pareja, pero, conociéndole como le conozco, estoy seguro de quieren hacerlo y lo harán por amor, es decir, por evangelio, por la auténtica iglesia, para ser libertad y no secta. No sé quién es su pareja, no se lo he querido preguntar por ahora (ya hablaremos). Sólo sé lo que ha dicho la prensa “que deja el sacerdocio por amor”. Eso significa, a mi juicio, que lo deja por el evangelio, que eso es el amor y, sabiendo lo que sé, me atrevo a hacer unas reflexiones en voz alta, que valen para Luis y para el conjunto de la Iglesia.
Permíteme, Luis, que te cuente algo que nunca he contado por escrito. Conoces a Mabel, mi mujer, y te agradezco el cariño que le tienes. Pues bien, estábamos ella y yo, hace 16 años, como estáis tú y la persona que te ama (a la que amas, y a la que quiero des un arbazo de mi parte y de la de Mabel) y por la que dices que dejas un tipo de ministerio por amor (y encontrarás por amor un ministerio más alto). Un día recibí una carta de un “amigo” a quien creo conoce, uno de los cuatro amigos de Job, ya sabes, aquellos que le echaban la culpa de sus males y le decían que se arrepintiera y que hiciera penitencia (¡estoy ahora traduciendo a Job!). También yo tenía cuatro o cinco amigos como los de Job, y resulta que uno me escribió una larga carta. Ese “uno” de los cuatro era un “top‒ten” de la Iglesia de España, de los “diez principales”, o si quieres uno de los “top‒four”, así reconocidos por propios y extraños, más acá y más allá del Pirineo. Perdona que no te diga el nombre, aún no han pasado 50 (era uno de los hombres más influyentes de la Iglesia). Me escribió una carta con razones a las de los cuatro amigos de Job (Elifaz, Bildad, Zofar… y el “cuarto terriblea”). Yo no soy Job, y no tengo hígado para aguantar la carta, así que le dejé sobre la mesa, por la larga mitad… Salí a dar una vuelta y al entrar encontré a Mabel encendida y llorando. Encontró la carta abierta (escrita a máquina) y leyó hasta el lugar donde empezaba a decir: Y esa mujer que te está sacando… (y seguía en la línea de Zofar, uno de los cuatro “doctorcitos” de la iglesia)… Le dije a Mabel que no hiciera caso, que ese “nuevo Zofar” era un hombre psicológicamente enfermo, muy de iglesia y poco cristiano… Mabel le conocía bien, había sentido su “cuidado paterno”, descubriendo ahora que todo era mentira, pues no la llamaba ni siquiera por su nombre (esa mujer…), en una línea famosa de Iglesia-Clero, que no daba ni da nombre a las mujeres, sino que (por mucha retórica que emplee) las sigue tomando como inferiores, enemigas de clérigos y curas..., en línea de “prostitución”. Han pasado 16 años; yo no he terminado de leer la carta de un hombre "papal", y a Mabel le ha costado mucho dolor curar esa herida mentirosa, poco humana, mucho menos cristiana, de mala iglesia Yo pasé página entonces y la paso ahora. Como he dicho, no terminé la carta, no sé si la tengo en algún cajón perdida. Era mentira lo que decía (ese mujer que te está sacando…): ni ella me sacó, ni yo la saqué, sino que nos encontramos en camino de más fidelidad al evangelio. Por ella soy lo que soy, somos Iglesia de verdad. Mira Luis, no todos son así, como ese “top‒four”, pero hay algunos y quizá te hagan sufrir. No te dejes vencer por ellos. Vive el amor con libertad, de dos en dos (si Dios os bendice en la unidad de la misión del evangelio), al servicio del amor abierto, por encima de todas las sectas (incluso de un tipo de iglesia que no es la Iglesia de Jesús sino gran secta). Postdata 2. De una amiga que viene de Zamora, sobre María Magdalena Una amiga, que quizá conoces, que viene de un pueblo de Zamora, aunque no es originaria de Zamora, ha comentado una postal mía de FB en la que yo hablaba de la Iglesia de María Magdalena. Quizá sus palabras te valgan. Ellas pueden ayudaros a ser, los dos, tú y tu “amor”, como María Magdalena, en un camino antiguo y nuevo de Iglesia. Dentro de un par de días pondré yo también en RD y FB mi visión del nuevo comienzo en amor de la Iglesia: Emimaría Castellano Herrero: (cf. también https://www.facebook.com/emimaria.castellanoherrero) XXI siglos de Historia del cristianismo manteniendo en el "desván" de la Iglesia a María Magdalena, la mujer escogida por Jesús para anunciar su resurrección a los Discípulos. Mas de 2000 años es ¡demasiado! tiempo (prácticamente todo el tiempo de la Iglesia) como para no sentir estupor, incredulidad, y una rabia inmensa. No es posible a estas alturas, evitar el pensamiento de que, mucho de lo que ocurre en la Iglesia hoy, se debe precisamente a este cristianismo jerarquizado y androgénico que durante tanto tiempo a mantenido silenciadas a las mujeres contribuyendo así a la marginación secular en la que hemos estado sumidas. Pero no es mi intención hablar desde este plano, lo digo más bien como un dato, cuanto menos sorprendente, dado su significado para todas las mujeres que han creído en Jesús. Y sí, yo soy de las que creo, que la Iglesia debería pedir perdón a las mujeres por este olvido intencionado que nos ha traído hasta aquí y que ha cristalizado como Tradición, uno de los pilares reconocidos por el Concilio Vaticano II como “parte de la Palabra revelada por Dios” que no fue escrita como el resto del Nuevo Testamento. Esto es así de fuerte. Son muy interesantes los esfuerzos de investigación que últimamente se están llevando a cabo a nivel histórico, litúrgico, exegético, teológico e incluso cinematográfico (con diferente acierto), sobre la figura de María de Magdala. Lo que sigue, es una reflexión muy personal, hecha desde la contemplación orante (amorosa), y desde el deseo ardiente de que Magdalena (y con ella todas las mujeres), seamos sacadas del desván y puestas en el centro de la casa de la Iglesia. Ya parece que está claro, que María Magdalena, no puede ser confundida con los otros personajes con los que se la identifica. Su perfil, ciñéndonos solo al Evangelio, es el de una mujer que ha vivido una experiencia de encuentro personal con Jesús (había sido liberada de algún mal) que sigue al Jesús itinerante (es libre, emancipada), que escucha atentamente sus palabras (le llama “Maestro”), que forma parte del grupo de Jesús (le acompañaban algunas mujeres que les asistían con sus bienes), que no le abandona nunca (está al pie de la cruz), que le ama profundamente, (quiere abrazarle), que como todos los demás llora su muerte (no acaba de entender que Jesús resucitaría) y que finalmente, es la elegida por El para ser testigo y apostol de la resurrección (Aparición del resucitado). Resumiendo, ella supone una novedad increible en aquel movimiento mesiánico lleno de nombres propios masculinos, que rompe con los estereotipos existentes. El mismo san Pablo, sin nombrarla, tendrá que reconocer sí o sí, esta realidad singular que liga a Jesús y a Magdalena, diciendo que “Ya no hay diferencias entre el varón y la mujer” (Gál 3,28). 2000 años después, seguimos empeñados en mantener las diferencias (con honrosas excepciones) que vienen por el lado social y no justamente por el evangélico. Esta situación (colocados en el plano de la fe y no simplemente en el de las reivindicaciones sociales), me lleva a comprender el inmenso poder que tienen las circunstancias en la vida de la Humanidad. Vislumbro en el horizonte la posibilidad de que las nuevas generaciones descubran lo que significa que “todos somos uno en Cristo Jesús”. Esta verdad lanzada al viento tiene el poder revolucionario de hacernos comprender la médula del Evangelio: “lo que hacéis con uno de estos, conmigo lo hacéis”. Estamos todos inevitablemente unidos, formando un sólo cuerpo (el de Jesús). Lo que nos hacemos unos a otros se lo hacemos a El. El en nosotros y nosotros en El. No simbólicamente, sino realmente. Es lo más atrevido y novedoso que uno se puede echar a la cara, pero esto es lo que supone la Encarnación de Dios. María Magdalena pudo ser….¡y no fue! quien inaugurara este escandaloso mensaje. Lo cierto es que XXI siglos despues, ni religiosa ni socialmente hemos conseguido superar estas diferencias.)
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En su último libro (Capital e ideología), comenta Thomas Piketty un factor importante de nuestra historia económica. Los partidos considerados de izquierdas (socialistas, comunistas, laboristas o el demócrata de EEUU en los siglos XIX y XX) comenzaron teniendo su mayor número de votantes entre las clases más bajas. Al cabo de un tiempo esa mayoría de votantes pasó a estar entre los electores con más estudios. Parecía una evolución muy positiva; pero resultó que, poco a poco, esos partidos fueron abandonando sus reivindicaciones más sociales y aceptando el sistema capitalista. Piketty dice que se convirtieron en una izquierda “brahmánica”, con alusión a la riqueza e intolerancia de los brahmanes de la India.
Parece difícil negar que algo así ha sido también la trayectoria del PSOE. De ahí el cambio de siglas propuesto en el subtítulo (y conste que ya hace bastantes años propuse también leer sus siglas de este otro modo: Partido Secreto de las Organizaciones Empresariales). Veamos si no tres reflexiones. 1.- Escala de valores. Hecho innegable es que las grandes demandas sociales (salud universal, vivienda universal, educación universal, salarios justos para todos…), que son las más urgentes y las más importantes [1], ocupan un lugar secundario en las luchas de ese partido. El esfuerzo mayor se lo llevan otras demandas que ya no son “sociales” en el sentido primero de la palabra (como cuando se hablaba de la todavía no resulta “cuestión social”) sino, en todo caso, “societarias”: porque son batallas internas de clases más acomodadas o bien instaladas en la sociedad; pero no tanto de las víctimas y los excluidos de ella. Son luchas civiles más que sociales: cadáver de Franco, aborto, eutanasia, lenguaje inclusivo, anticlericalismo, nacionalismos, pin parental… No digo que esos no sean problemas. Lo son y hay que afrontarlos. Pero sí creo que son menos urgentes y menos importantes que las necesidades de las víctimas de nuestro sistema y, sobre todo, que no deben usarse para tranquilizar una presunta conciencia izquierdista y para creer que ellos solos ya garantizan un gobierno de progreso. Piketty insiste además en que esa deformación de la izquierda en izquierda brahmánica es una de las causas de la actual crisis de la socialdemocracia, que le ha hecho perder buen número de votantes. A un lector de los evangelios, esa evolución puede evocarle las palabras de Jesús de Nazaret: no se puede meter vino nuevo en odres viejos, ni se pone un remiendo de paño nuevo en un tejido viejo, porque así no se hace más que dañar lo nuevo sin arreglar lo viejo (cf. Mc 2,21-22). 2.- Excusas comprensibles. Y no es que no haya excusa para esa tibieza: tengo claro que en un sistema injusto (y además mundializado) quedan pocos márgenes para practicar la justicia. Lo que critico es que las izquierdas, en lugar de proclamar y criticar esa injusticia del sistema, acabaran aceptándolo. Y una vez aceptado, se prestó más atención a las demandas de quienes somos beneficiarios del sistema que a las de sus víctimas. Solo la amenaza ecológica se ha atrevido a proclamar claramente la injusticia del sistema y está moviendo a muchos a luchar por cambiarlo. Aplaudo, por supuesto, la subida de ingresos para el trabajo. Pero ya veremos cómo reacciona el Capital que es quien manda aquí. Y si no, vean ustedes lo que pasa con la ley de reforma laboral cuya abolición plena se prometía en tiempos de campaña electoral y ahora, de repente, comienzan a aparecer los “matices”… 3.- Lo que faltaba… Por si todo lo anterior fuera poco, hay otra lección de la historia que también tiene aplicación en esta desfiguración de la izquierda: he dicho a veces que a una causa buena se la perjudica más defendiéndola mal desde dentro que atacándola desde fuera: porque entonces se cae en ese nefasto fundamentalismo que ahora ha pasado del campo religioso (donde tanto daño hizo) al campo sociopolítico. Se puede perder así la otra virtud que, junto con el afán por la justicia social, debería ser característica de toda izquierda auténtica: la tolerancia y el respeto hacia el distinto y el adversario. Porque hoy, si la izquierda se vuelve intolerante (“brahmánica” otra vez), contribuirá a fomentar el actual clima de crispación, y de convicción de que yo tengo toda la verdad y el de enfrente (que ahora ya no es adversario sino enemigo) no tiene más que la mentira total: con lo cual, a mí no me cabe crítica alguna y al “enemigo” no se le debe conceder nada. Así hemos llegado a esta hora histórica tan agresiva como maleducada. Marx ya dijo que él no criticaba a los capitalistas como personas, sino como exponentes de un sistema injusto. Hoy, como todos hemos aceptado el sistema, nos vemos impelidos a criticar a los rivales como personas y, con ello, buscamos siempre solo la victoria y nunca el acuerdo. Pero una verdadera izquierda nunca diría (como oí por la radio el pasado lunes) que “el señor Abascal no tiene formación, ni información ni educación” y que le llamaba señor porque ella sí que es educada… He aquí una nueva forma de fundamentalismo que desautoriza la causa que defiende. Así llegamos a esa extraña afirmación de nuestra vicepresidenta: “los hijos no son de ninguna manera propiedad de sus padres”. Las palabras subrayadas son una barbaridad que daña a la causa que quiere defender. Casi obligan a su autora a dirigirse otra vez a la Real Academia de la Lengua para pedir que se corrija la expresión “mis hijos” y que solo se pueda decir “los hijos” (e hijas, por supuesto). Pues no: los hijos son una propiedad de la que los padres han de saber irse desprendiendo poco a poco, hasta llegar a darles la plena libertad. Y algo parecido hay que decir de la sociedad (no del estado) que, analógicamente, es también como una madre que ha de ir preparando a sus hijos para que lleguen a la auténtica libertad adulta. Y ha de hacerlo sacando de ellos (o educiendo = educando) lo mejor que tienen, para que lleguen al mejor desarrollo posible de su ser personal. Será fácil tratar de refutarme diciendo que estoy defendiendo al señor Abascal. Pues no: si se trataba de refutar al señor Abascal era mucho más sencillo y más eficaz mostrar que los videos que presenta Vox en favor de su presunta “corrupción de menores” son totalmente falsos, o mostrar lo que se hace en otros países, en vez de decirle que sus hijos no son “de ninguna manera” suyos…. Porque eso es una manera de darle razón sin querer. Insisto en este punto porque creo que esta hora histórica tan crispada, y que ha convertido los insultos en argumentos, reclama un esfuerzo serio de “respeto al enemigo” (ya que no somos capaces de amarlo, como pide el evangelio de Jesús). Si convertimos la política en una pelea barriobajera, acabaremos despolitizando a la ciudadanía que es una de las cosas que más busca el sistema. Como contaba St. Zweig, las grandes guerras nunca han nacido de golpe y hasta poco antes de estallar parecían imposibles. Pero el lento proceso de corrupción de nuestro respeto a lo humano, acaba haciendo que un día estallen y sigan sacando lo peor de todos nosotros. 4.- En resumen: hoy la izquierda está llamada a ser, además de radicalmente socialista, profundamente tolerante. Muy difícil, por supuesto, porque todos tendemos a lo más fácil. Pero es la única manera de hacer un verdadero servicio a nuestra historia humana. Y estas pobres líneas quisieran advertir más que criticar. Porque los afectados oirán muchas más voces y gritos en dirección contraria. Nos encontramos este domingo con un texto largo del evangelio de Mateo. Es importante que hagamos un esfuerzo para descubrir el mensaje global, esencial y sumamente importante que nos da, si no queremos correr el riesgo de enredarnos en cada detalle, perdiéndonos lo que de verdad preocupaba a Jesús y a las primeras comunidades cristianas.
Ya el primer párrafo nos sitúa en esta óptica global. Mateo pone en boca de Jesús su postura ante la Ley: “He venido a darle plenitud”, no a analizar sus detalles, no a criticar algunos preceptos… a darle plenitud y sentido profundo. Y esta plenitud, no es mejorar la ley por las nuevas normas que Jesús va a plantear frente a las antiguas, por considerarlas más perfectas. La plenitud que el evangelio nos plantea no va de “mayor perfección”, sino de un cambio radical de clave: Jesús mismo es la plenitud de la Ley. Su persona, su identidad, su forma de vivir es la Ley misma en su plenitud. Por eso acogerle, creer en Él, identificarnos con Él viviendo como discípulos suyos nos hace “grandes en el Reino de los cielos” expresión que usa Mateo para hablar de Dios mismo, del plan que Dios tiene sobre la humanidad, del mundo que Él sueña para todos. Hay una frase que se repite tres veces en el texto que hoy leemos, que es novedosa y rompedora. Seguro que resultó escandalosa para muchos contemporáneos de Jesús, judíos fieles a la ley de Moisés, a la que consideraban voz de Dios: “Habéis oído que se dijo… Pero yo os digo” Nos sitúa, a ellos y a nosotros, en un terreno conocido. Lo que ordinariamente todos hemos oído y convenimos que hay que hacer, no matar, no jurar en falso, no cometer adulterio, no apropiarnos de lo que no es nuestro… Esto, nos viene a decir el evangelio, no lo vamos a discutir. Pero en sí mismo, si lo tomamos solo al pie de la letra, podemos caer en la contradicción de “cumplir” la norma engañando o incluso burlándonos de lo que en el fondo quiere decir. Es muy probable que ninguno de nosotros empuñe una pistola o un cuchillo y mate a otro, pero, ¿Cuántas veces nuestras palabras o gestos matan proyectos, posibilidades y quitan la alegría de vivir a una persona? Es fácil que en nuestra sociedad no avalemos nuestras palabras “jurando por Dios”, pero ¿Cuántas formas usamos para ocultar, deformar o utilizar la verdad en nuestro provecho? Frente a ese escenario en el que solemos movernos, el que hemos oído, el evangelio usa una frase lapidaria de Jesús: Pero yo os digo. La fuerza de la expresión es el yo. No hay más razones para hacer el planteamiento radicalmente nuevo que nos va a ofrecer. Su autoridad reside en su persona. Su manera de vivir es nuestra ley y referente. A partir de ahora, cumplir la ley es creer en él y seguirle. La coherencia de Jesús es el origen de su autoridad. También, en alguna medida, de la nuestra. El mismo, se atreve a decir “que vuestra justicia no sea igual que la de aquellos que os enseñan la ley, los escribas y fariseos, ellos dicen pero no hacen” Podemos preguntarnos, ¿qué autoridad tienen nuestras palabras para nuestra familia, nuestros hijos, compañeros, alumnos….? ¿Qué testimonio de cristianos estamos dando? ¿Descubren los que nos rodean por nuestra forma de vivir la de Jesús? Realmente el evangelio nos plantea un cambio absoluto. Nos dice: no te quedes solo en tus acciones, la ley va dirigida al corazón, al interior de tu persona, a tus actitudes profundas, a tus razones para obrar, a tus sentimientos, a aquello que te construye y te define como persona. No te puedes quedar en no atacar a tu hermano, estás llamado a amarle, comprenderle, perdonarle… No te quedes solo con no abusar físicamente de una mujer, respétala profundamente, acércate a ella, dirigirte a ella con la dignidad que tiene y se merece… En los tribunales de nuestra sociedad, son los hechos, las pruebas, los documentos, en definitiva lo tangible, lo que hace que se nos condene o se nos indulte. Muchas veces nuestra fama depende de la imagen que aparece en las redes, de nuestra presencia física… No importa tanto robar como que no nos pillen para poder seguir teniendo una imagen honorable. No importa tanto el que se la juegue a mi mujer o traicione a mis empleados, como el que ella o ellos no se enteren… Vivir y cumplir la ley como Jesús nos dice, es algo que los primeros cristianos debieron descubrir con tanta fuerza que la sitúan por encima de la integridad física y es condición indispensable para acercarse a Dios, para presentarle nuestra ofrenda o participar en la eucaristía. Aunque no podamos interpretarlo al pie de la letra y cortar la mano que roba o los pies que han dado malos pasos, la fuerza de la expresión nos ayuda a descubrir la importancia que tiene vivir la ley en esta nueva clave. Nos llama a revisar nuestros criterios y juicios de valor… Nos llama a plantearnos como es nuestra relación con Dios, que le ofrecemos, que culto le damos. ¿Podemos seguir orando o participando en la eucaristía si hay hermanos que con justicia tienen quejas de nosotros? ¿Si no atendemos, acogemos, perdonamos y ayudamos a los demás? Ojalá el evangelio de hoy nos ayude a plantearnos ¿Qué es para mí cumplir la ley? ¿Desde dónde hago lo que “tengo que hacer”? ¿Desde la rutina o la costumbre? ¿Desde la presión del qué dirán de mí?... ¿o desde el corazón? Si “descargamos o conectamos” la Palabra de Dios directamente en nuestro corazón, lo que pensemos, digamos o hagamos será sincero, auténtico, profundo. Será expresión del amor, del perdón y la comprensión a los hermanos y así, solo así, el vivir los mandamientos, la Ley, nos acercará a Dios y nos hará felices. Porque, como dice el evangelio eso es llevar la Ley a su plenitud. La reflexión que sigue, basada en mi experiencia y reflexión, no quiere ser exhaustiva y tampoco puede serlo en tan breve escrito. Simplemente quiero abrir pistas para profundizar en un tema sumamente importante en este cambio de época.
La palabra diálogo viene del griego διάλογος, “dia-logos”: dia, “a través” y logos, “palabra-discurso”. Podemos por la tanto, según su etimología, entender el diálogo como un pasar a través de las palabras, un conocimiento que pasa por las palabras. Si entendemos λóγος en su sentido filosófico más profundo podemos ampliar el sentido de diálogo a una comprensión que atraviesa el orden misterioso de lo real para captar el sentido. Por eso que diálogo no es exclusivamente reservado a una conversación entre dos personas. En esta reflexión utilizo la palabra diálogo en su sentido más amplio: una manera de relacionarse entre dos o más personas o realidades (grupos, instituciones, naciones, religiones, etcétera) para buscar una síntesis y una verdad más global y armoniosa. Diálogo en el fondo es relación. En nuestro mundo globalizado y tecnocrático se habla mucho de diálogo. En muchos casos usamos la palabra diálogo simplemente como una fachada, para mostrar algo que en realidad no queremos ni saber ni hacer. En otros casos la intención es más genuina y se intenta dialogar para encontrar acuerdos y para crecer en conocimiento y en comunión. En la mayoría de los casos – tengo esta percepción – los frutos del diálogo no son los esperados. Entran entonces el desencanto y la frustración, la tristeza y el enojo. Con todo esto – me interesa subrayarlo – cualquier intento sincero de diálogo es valioso, necesario y merece todo el apoyo y la confianza. Intentamos ver con más claridad y profundidad. ¿Por qué no funciona el diálogo? ¿Por qué no produce los frutos esperados? Como decía intentaré abarcar la experiencia del diálogo en su sentido más amplio: desde los encuentros personales, familiares y de amistad hasta el dialogo político, entre naciones y el dialogo intraeclesial y entre las religiones. En todos estos vastos campos me parece que el esfuerzo por dialogar no conduce adonde queremos. Hacemos experiencia de que los conflictos familiares siguen, el diálogo político es siempre superficial y frágil y ni que hablar del diálogo entre las naciones. También a nivel eclesial se notan muchas dificultades para vivir un diálogo fecundo y fructífero y lo mismo ocurre con el diálogo interreligioso. ¿Por qué no funciona? Porque en realidad no estamos dialogando. En muchos casos son monólogos con apariencia de diálogo. No hay verdadera apertura ni disponibilidad a comprender radicalmente el otro. Hay apego a las propias posturas, miedos, prejuicios. Intento proponer unas claves para un verdadero diálogo. Debemos tener presente que estas claves están interconectadas, se dan juntas, se superponen y se dan la una en la otra. Para mayor claridad y orden las analizo brevemente una por una. Claves para un verdadero diálogo Apertura total y radical Un verdadero diálogo empieza por una apertura radical de mente y corazón. No es posible un diálogo sin esta apertura. La apertura expresa confianza, disponibilidad. Abrirse nos es tan fácil como parece. Abrirse es hacer espacio al otro para que se sienta cómodo, como en casa. ¿Cuántas veces en nuestros diálogos nos sentimos verdaderamente cómodos? Abrirse es poner entre paréntesis nuestro saber y nuestras creencias. Es poner todo en juego, todo arriba de la mesa. Abrirse también supone aceptar la vulnerabilidad. Cuando nos abrimos realmente nos experimentamos más expuestos y vulnerables. Tal vez en este miedo radica la dificultad de una apertura total y radical. La apertura es un paso prioritario y esencial para un verdadero diálogo. Escucha profunda Un verdadero diálogo necesita una escucha profunda. Una escucha profunda no es para nada fácil y mucho menos automática. Tenemos que estar muy presentes en el momento del diálogo para escuchar. La inercia mental, las heridas emocionales y los miedos siempre condicionan – a menudo inconscientemente – nuestra escucha. Una escucha profunda significa que mientras escucho estoy totalmente ahí con todo mi ser: cuerpo, mente y espíritu. Escuchar profundamente significa que no tenemos apuro en contestar, que no juzgamos lo que estamos escuchando y que no estamos pensando. Simple y totalmente estamos escuchando. Estamos ahí, estamos totalmente presentes desde lo profundo del ser. En mi experiencia es bastante difícil asistir a una escucha profunda. Soltar los prejuicios Para un verdadero diálogo es imprescindible soltar los prejuicios. Es una operación difícil porque a menudo son inconscientes. Muchas veces ni nos damos cuenta de nuestros prejuicios. Por eso es fundamental, antes del dialogo, sincerarse con uno mismo: ¿tengo prejuicios? ¿Cuáles son? Esta operación requiere tiempo y es importante tomarse todo el tiempo necesario, hasta que sintamos con la mayor lucidez posible que hemos detectado los prejuicios y los hemos soltado. Si por algún motivo no logramos soltar algún prejuicio sería conveniente postergar la etapa del diálogo. Darse cuenta del vasto campo de prejuicios que vive en nuestro interior requiere la gran aventura del autoconocimiento. Aceptación radical del otro No existe un verdadero y fructífero diálogo sin la aceptación radical del otro. Y este paso requiere otro previo: la aceptación de uno mismo. Sin aceptación no hay diálogo. Una de las causas más frecuente del fracaso de los diálogos es la falta de aceptación. La aceptación incluye a todo: a mi mismo, a la situación actual, al otro o los otros. Aceptar radicalmente significa reconocer que la realidad tiene prioridad sobre el pensamiento. Lo que es, es lo que es: aunque me gustaría que fuera de otra manera. La aceptación es fundamental porque nos introduce en un estado de paz absoluta y sin causa. Cuando aceptamos estamos en paz y desde la paz cada diálogo encuentra el mejor terreno para dar fruto. La aceptación radical impide enérgicamente que nos atrape la tentación de querer cambiar al otro. Cuando existe – aunque sea solo una chispa – el deseo de cambiar o convencer al otro el diálogo está infectado desde el arranque. Respeto integral De la mano de la aceptación surge el respeto. El respeto integral del otro o de los otros indica que los he aceptado, que reconozco su ser y su valía más allá de cualquier otra cosa que pueda existir o surgir. Respeto es darse cuenta de la unidad radical que nos convoca, de la interconexión que existe. El respeto es la muerte de cualquier intento del ego de sentirse superior o mejor. En el respeto integral nos percibimos profundamente iguales en el ser, más allá de las distinciones. Y reconocemos las diferencias como expresión del mismo Ser que nos constituye. Respeto es: te acepto y asumo integralmente como eres y te manifiestas. Silencio El silencio tiene que preceder, acompañar y seguir el proceso de diálogo. Hablamos del silencio de todo nuestro ser: cuerpo, mente y espíritu. El silencio es la condición que facilita todas las demás condiciones para un verdadero diálogo. Desde el silencio nos ubicamos en nuestro lugar sano, lugar que es también el lugar sano del otro. Desde el silencio se derrumban los muros del miedo. Sabemos que estamos a salvo, sabemos que el diálogo de cierta manera y en lo profundo ya está hecho. El silencio nos pone en la verdad y sana las heridas. Antes de entrar en el diálogo efectivo tenemos que darnos tiempos de silencio y echar raíces ahí. La preparación remota a un verdadero diálogo es la constante practica del silencio que se puede hacer, por ejemplo, a través de la práctica diaria de la meditación. La preparación próxima al diálogo es hacer unos minutos de silencio antes de comenzar el diálogo mismo. El silencio es fundamental porque genera una palabra viva. La palabra que surge del silencio es una palabra pura, humilde, serena, verdadera. Panikkar hablaba de “la dimensión apofática de toda palabra humana”: cada palabra humana esconde una dimensión de silencio y de misterio, algo no dicho. Conectar con esta dimensión es esencial para que nuestras palabras sean auténticas. Trascender la mente El silencio nos lleva a trascender la mente. Es un punto esencial. Los conflictos y los diálogos fracasados surgen de la mente, nunca del ser. La mente es la identificación del yo con el pensamiento y hasta que estamos identificados con el pensamiento un verdadero diálogo es imposible y, peor, será siempre un diálogo pobre, parcial, frágil. No podemos dialogar a partir de la mente y del pensamiento. El pensamiento es siempre conflictivo, egoico, repetitivo. Cuando nos establecemos más allá de la mente, usamos el pensamiento como una herramienta y entonces el diálogo puede desarrollarse en armonía y profundidad. Si no trascendemos la mente seremos esclavos del pensamiento y nuestro diálogo será mental y por ende, aunque no degenere en conflicto, será muy limitado. Reconocer y asumir la propia sombra Una de las claves importante es reconocer la propia sombra. Si no somos capaces de detectarla y asumirla la sombra se proyectará inevitablemente en el diálogo y minará desde la raíz sus posibilidades de éxito. La sombra consiste en nuestras zonas oscuras que hemos reprimido en el inconsciente. Se necesita mucho trabajo y honestidad para verla, reconocerla y asumirla. No se trata de ser perfectos ya que siempre nuestras sombras y heridas nos acompañarán. Se trata de reconocerlas para no proyectarlas en los demás. En el fondo es aprender a hacernos cargos de nuestras zonas oscuras y nuestras heridas para que no distorsionen la percepción que tenemos del otro. Disponibilidad al cambio Todo lo que vimos nos lleva derecho a ser disponibles para el cambio. Entablar un diálogo sin una previa disponibilidad a cambiar es la premisa para el fracaso. Si vivimos todas las dimensiones que hemos analizado notaremos surgir una pacifica y alegre disponibilidad al cambio. Disponibilidad al cambio no necesariamente significa que tenemos que cambiar algo, pero si indica que nos dejamos trasformar por el diálogo. Cualquier verdadero diálogo – aunque en la superficie no cambia nada – es profundamente revolucionario y transformador. Más allá de las palabras Me parece oportuno ampliar el contenido del diálogo más allá de las palabras. En nuestra sociedad occidental la palabra está sobrevalorada, abusada y manipulada. Cuando se habla de diálogo lo restringimos a conversaciones y palabra. Se puede dialogar – entrar en relación – a través de muchas otras dimensiones de nuestra rica humanidad. ¿Por qué no introducir en nuestros diálogos elementos como el arte, la música, la danza, el canto? Sin duda nuestros diálogos se verían purificados de tantas palabras y enriquecidos por otras dimensiones del ser. Las palabras – si no somos extremadamente lúcidos y honestos – caen fácilmente en el terreno de la interpretación y el malentendido. Nuestra experiencia común lo confirma. Las palabras hablan a nuestra mente mientras otras formas de comunicar hablan a todo nuestro ser. Ampliar el diálogo a otras maneras de entrar en relación y comunicar puede abrirnos a profundidades y posibilidades insospechadas. Analizando tres diálogos Si nos detenemos a analizar cualquier diálogo que consideramos “fracasado” – en el terreno personal y a nivel macro – nos daremos cuenta rápidamente de la ausencia de algunas de estas claves. Vamos a analizar brevemente tres diálogos para darnos cuenta como funcionan o pueden funcionar las claves para un verdadero diálogo que hemos mencionado. Diálogos políticos nacionales Que la política mundial esté pasando por una de sus más grandes crisis no se le escapa a nadie. Poca o nula estabilidad, corrupción, fanatismo, falta de lideres. Es una crisis mundial que sin duda nos hará crecer. Los modelos democráticos que surgieron en el siglo pasado están reventando. Se aproxima a mi parecer un nuevo y más humano modelo de democracia. Uno de los factores de esta crisis es la incapacidad brutal de diálogo. Sospecho que en muchos casos juega también una mala intención: deseos de poder, fama, dinero. En muchos otros casos, bien intencionados, notamos una preponderante escasez de las claves que hemos mencionado. En muchos parlamentos notamos poca apertura, poca o ninguna escucha profunda, muchos o bastante prejuicios, poca aceptación del otro, a veces se pierde el respeto, nada de silencio, nada de trascender la mente y por ende poca o ninguna disponibilidad al cambio. Por eso que los diálogos políticos, más que diálogos, son intentos de acuerdos. Reina lo superficial, los intereses creados, los fanatismos, las posturas ideológicas. ¿Cómo es posible el desarrollo de un país y sus ciudadanos en estas condiciones? Las nuevas democracias estarán necesariamente ancladas a un verdadero diálogo. Soñemos: imaginemos un parlamento donde haya apertura, escucha profunda, aceptación y respeto, silencio y disponibilidad al cambio. ¿Cómo será el diálogo que surgirá? ¿No tendrá un reflejo sumamente positivo para todo el país? Dialogo intraeclesial Muchas veces lo que estamos en la iglesia percibimos la dificultad de un verdadero diálogo. Experimentamos tensiones y frustración. ¿Por qué ocurre todo eso? A mi parecer una de las causas más fuertes es la manera de entender y vivir la autoridad y el poder. Más allá de que el evangelio es muy claro en cuanto a la autoridad entendida como servicio, en la práctica y a menudo la autoridad es un obstáculo para el diálogo. Me parece vislumbrar dos motivaciones para esta incoherencia. La autoridad es impuesta y no reconocida. Una verdadera autoridad es siempre reconocida y nunca impuesta. La estructura eclesial se basa en imponer autoridad y autoridades. Obvio, con el supuesto “aval” del Espíritu Santo. Obviamente no pongo en duda el rol del Espíritu en el caminar de la iglesia y sus autoridades. Pero si cuestiono el “uso” y la manipulación que hacemos del Espíritu y del Misterio para justificar una autoridad impuesta y el ejercicio del poder. Una nueva y más evangélica visión de la autoridad se relaciona a temas muy concretos: la autoridad del Papa, la elección de los obispos y de los párrocos, el rol de los laicos y especialmente de la mujer. Solo para nombrar unos pocos ejemplos. Las instancias decisionales en la iglesia son casi exclusivamente reservadas a los varones y a la jerarquía que, entre paréntesis, constituyen la abrumante minoría de la iglesia. En la elección de los obispos los laicos no tienen ninguna participación. Es normal que una autoridad así entendida y ejercida no puede manifestarse en un verdadero diálogo. Esencialmente por falta de igualdad y por la creencia de “poseer” la verdad. Se confunde el rol de servicio que la autoridad otorga con una supuesta mayor dignidad o mayor sabiduría y lucidez. Notamos entonces que en el dialogo intraeclesial falta una radical apertura, una escucha profunda, un soltar prejuicios (de todas las partes involucradas obviamente), una aceptación y un respeto radicales. Falta también silencio y – algo paradójico para una institución espiritual – trascender la mente. Hasta que la jerarquía no se ponga en un plan de igualdad con el pueblo laico y hasta que el que tiene la “sartén por el mango”, no deje de mangonear, un verdadero diálogo se hace sumamente difícil. La autoridad eclesial se fundamenta en dogmas y los dogmas, por cuanto los revistamos de espiritualidad, son formas relativas y parciales de expresar la verdad. No son la Verdad. Esta manera unilateral y fundamentalista de entender los dogmas y la tradición nos atasca en el ámbito mental, donde un verdadero diálogo se hace imposible. Por eso que los diálogos más fecundos y provechosos se dan a menudo a partir de la base, donde lo que rige es la vida y no los dogmas. Donde la vida tiene prioridad sobre el pensamiento el diálogo es mucho más auténtico y fecundo. Dialogo interreligioso En el dialogo interreligioso el fenómeno es parecido. Acá tal vez lo más importante y urgente son las ultimas 5 claves. En estos últimos decenios se dieron instancias interesantes y profundas de diálogo, por lo menos en algún caso. Se pudo notar un crecimiento en apertura, escucha, en la aceptación y el respeto y en soltar prejuicios. Sin duda debemos y podemos crecer en esto pero estamos en camino. Me parece más urgente, como decía, apuntar al silencio, a trascender la mente, a reconocer la sombra, a ser disponibles al cambio y a buscar nuevas formas de diálogo. En el diálogo interreligioso, todavía y en general, hay poco silencio. Se intenta dialogar a partir de conceptos, ideas, leyes, ritos, doctrinas. Este diálogo, aunque sin duda pueda servir y ayudar, quedará siempre atascado en la superficie y será muy limitado. Porque un dialogo “mental” no es, esencialmente, experiencial. Se dialoga a partir del pensar y el pensar muchas veces tiene poca relación con la vida y la experiencia. Dialogar a partir del silencio es dialogar a partir de la vida real, no de los conceptos o las ideas. En la experiencia del silencio todos nos encontramos, nos sentimos uno. Desde ahí el dialogo “verbal” toma totalmente otro espesor y calidad. La consecuencia de esta falta de silencio en el diálogo interreligioso es la dificultad de trascender la mente y por eso, como expliqué hace un momento, nos quedamos atrapados en los conceptos y el lenguaje. Creo que también es urgente emprender el camino del reconocimiento de la propia sombra, sobre todo a nivel institucional. Cuando la iglesia y el cristianismo dialogan con otras tradiciones se hace presente una “sombra” colectiva que, si no es reconocida, influye negativamente en el diálogo. La sombra colectiva de la institución iglesia y del cristianismo está constituida por toda nuestra historia de dolor, persecución, marginación, martirio. Si no logramos ver y asumir esta sombra la proyectaremos en el dialogo y veremos fantasmas donde no los hay. Esto nos llevará a cierta violencia, a cerrarnos y a juzgar. Fundamental la disponibilidad al cambio. En un verdadero diálogo interreligioso es un elemento central y fundante. ¿Qué sentido tiene sentarse a dialogar si, desde un comienzo, me cierro a aprender y a cambiar? Esto no significa, lo reitero, que necesariamente tenemos que cambiar algo. Un diálogo verdadero sin duda iluminará la vida y podremos vislumbrar algún cambio posible. El diálogo no empobrece la identidad de cada uno, sino que la enriquece. El diálogo, si estamos abiertos y disponibles, confirmará nuestra identidad más profunda enriqueciéndola con otros aspectos y dimensiones. Un diálogo profundo entre un cristiano y un budista por ejemplo, transformará el cristiano en un cristiano más pleno y auténtico enriquecido con la dimensión budista; y transformará un budista en un budista más pleno y auténtico enriquecido con la dimensión cristiana. Es un viaje increíble y de una belleza inimaginable. Por último cobra particular importancia la necesidad de abrir el diálogo a otras formas que trasciendan las palabras. En muchos casos, en el diálogo interreligioso, las palabras y el lenguaje serán obstáculo. Cuando nos abrimos a otras formas de dialogar descubriremos nuevas posibilidades para comprendernos, crecer juntos y enriquecernos. El diálogo entre distintas religiones y tradiciones espirituales puede avanzar enormemente a través de la oración, del silencio, del arte, del danzar y cantar juntos, del juego, de la música. Concluyendo Se podría pensar que vivir un diálogo de la manera que hemos expresado anularía la identidad personal o institucional. Es un miedo comprensible y normal… pero un miedo del ego. El miedo solo viene del ego. En este caso, como en muchos otros, la que habla es la experiencia. Probar para creer. Verificar personalmente. Cuando dialogamos a partir de las claves aquí propuestas nos daremos cuenta por experiencia propia que nuestra verdadera identidad no solo no se anula, sino que se ve enriquecida. Porque nuestra identidad no reside en el pensamiento, sino en el ser. El otro, los otros, son parte de “mi” identidad. Viviéndola así también mi personalidad se verá enriquecida y será cada vez más transparente al ser que se quiere manifestar desde y a través de mi persona. Esto vale a nivel personal como a nivel colectivo, de naciones, de iglesia. Es ley universal. Por otro lado todo esto puede parecer utópico y, desde lo macro, puede que lo sea. Pero, lo sabemos de sobra, el cambio empieza por uno. “Se tu el cambio que quieres ver en el mundo” y “si vos cambia, todo cambia” son afirmaciones que sin duda conocemos pero que frecuentemente se quedan sin práctica y sin concretarse en lo cotidiano. La clase política que tenemos y la iglesia que tenemos no surgen de la nada y las personas con autoridad para implementar más rápidamente un cambio son frutos de nuestros barrios, nuestras familias, nuestra educación, nuestra cultura. El cambio, si empieza, empieza por ti y empieza por mi. Aquí y ahora. Aquí y ahora puedo decidir tomar este camino y aplicar con paciencia y pasión las claves para un verdadero diálogo. Así surgen los cambios estructurales y verdaderos: no por imposición y desde arriba. Sino por crecimiento en conciencia y desde abajo, desde lo sencillo y lo cotidiano. Jesús y el evangelio lo tienen claro. La transformación surge y empieza desde lo pequeño: la semilla de mostaza, la levadura en la masa. Seguimos en el sermón del monte de Mt. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado y definitivo. Ir más allá de lo conocido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado y relativo; por eso debemos ir siempre más allá.
Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era algo absoluto. Jesús fue contundente en esta materia. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a servirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después de morir Jesús, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado, etc. La palabra, incluso la de la Biblia, nunca podrá ser definitiva. Esto bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo os digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla. Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. La voluntad de Dios no es algo distinto de su esencia. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura. Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubriríamos allí esa voluntad de Dios; ahí me está diciendo lo que espera de mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos hombres, que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios espera de nosotros. Lo que otros nos dicen nos debe ayudar a descubrirlo en nosotros. Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifestado de una manera especial, es que él supo aprovechar las circunstancias especiales para profundizar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, es decir, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades de ser humanos. ¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el "stop" está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así. Si no descubro que lo que la Ley me ordena es lo que exige mi verdadero ser; si no interiorizo ese precepto hasta que deje de ser precepto y se convierta en convencimiento total de que eso es lo mejor para mí, el cumplimiento de la ley me deja como estaba, no me enriquece ni me hace mejor. Fijaos en lo que dice Jesús en el evangelio, "si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Ellos cumplían la ley escrupulosamente, pero externamente. Eso no les hacía mejores sino mezquinos. Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas. Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución, que intentó Jesús, está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas. “Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que una actitud interna negativa es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano. “Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios. No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo. Nos hemos olvidado que eliminar las leyes no puede funcionar si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su verdadera meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley” Jesús descubre que la Ley no es el fin, sino un medio para llegar al fin. Hoy hemos descubierto que ni siquiera el “Dios” imaginado es el fin. El fin es el hombre concreto. Si nos hemos liberado ya de la Ley (externa), aún nos falta liberarnos de “Dios”, es decir, del Dios Señor poderoso que exige sumisión y, desde fuera, nos controla y manipula. Meditación Cumplir la Ley solo evita el castigo. Eso no es buena noticia. El amor te hace humano y esa es su verdadera recompensa. La voluntad de Dios eres tú mismo. Si la buscas en otra parte, trabajaras en vano. Todos los mandamientos son corsés que te impiden crecer, porque pondrán limites a tu desarrollo interior. La liturgia ofrece dos posibilidades con respecto al evangelio: una lectura breve, que recoge solo algunas de las afirmaciones principales contenidas en Mt 5,17-37; una lectura larga, que no omite nada, desarrollando el contenido de la breve. Aunque la primera resulta a veces descarnada y omite ideas muy importantes, la segunda es tan compleja, y con temas tan distintos, que resulta imposible explicarlos en una homilía. Me limitaré a algunas indicaciones sobre la breve. Quien desee un comentario a todo el pasaje puede verlo en J, L, Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino 2019) páginas 114-123.
La lectura breve del evangelio Las bienaventuranzas y las parábolas de la sal y la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción al Sermón del Monte. A partir de este momento, Mateo presenta la oferta religiosa de Jesús, contraponiéndola a la de los escribas, los fariseos y los paganos. Para este domingo y el próximo, la liturgia ha elegido solamente la diferencia que debe darse entre el cristiano y el escriba. Los escribas Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy heterogéneo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas, jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente, desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente. Tenía derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de la administración y de la enseñanza. El peligro del legalismo A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos muy parecidos: a) Buscando seguridad humana. Una persona inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura. b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más fácil salvarme. En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo, la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana. Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existencia. Se critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso se lo persigue. La crítica de Jesús al legalismo Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramento, venganza y amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen tres de los cuatro primeros; los dos últimos, el domingo próximo. En el primer caso, asesinato, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales. El quinto mandamiento prohíbe matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino también toda su persona. En el segundo caso, adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical. La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en cuenta incluso el peligro remoto de caer. En el cuarto caso (el tercero se omite en la lectura breve), a propósito del juramento, también anula la ley. Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del juramento. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no. El próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más exigente. 1ª lectura: Eclesiástico 15,16-21 Corrobora lo que dice el comienzo del evangelio (¡en la versión larga!) sobre la alternativa de cumplir o no cumplir la voluntad de Dios. Todos tenemos la posibilidad de elegir entre el fuego y el agua, la muerte y la vida, ser pequeño o grande en el Reino de Dios. La última frase, Dios «no deja impunes a los mentirosos» puede aplicarse muy bien a lo que dice Jesús de los legalistas. “In necessaris unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. Como otras muchas máximas y sentencias, también esta encierra una más que enjundiosa verdad sobre la actitud a mantener respecto a tres realidades muy concretas de la vida. Comenzaré por la del medio. “Libertad en lo dudoso”. Me parecería más que sospechosa la actitud de la persona que pretendiera sentar cátedra sobre algo que no se vislumbra claro, que puede admitir interpretaciones diversas o que tiene relación con una realidad sobre la que se pueden tener puntos de vistas diferentes, cuando ello no entra en contradicción, claro está. Dicha libertad debe ser exigida con más fuerza en el caso de existir la posibilidad de entrometerse en el fuero interno; representado este en la conciencia de la persona. De ahí el también adagio de la Iglesia católica “De internis neque Eclessia judicat”; es decir, “Ni siquiera la Iglesia puede emitir ningún tipo de juicio sobre lo concerniente al interior de las personas”.
Dicho esto, donde creo que puede aparecer de manera más viva la polémica es precisamente en lo que concierne a la primera parte del adagio “Unidad en las cosas necesarias”. Aunque posiblemente esto haya generado siempre polémica, tengo la impresión de que nuestra sociedad “post” es muy proclive a ello. Y no porque se discuta la verdad y la validez de la unidad en lo necesario; sino porque resulta urgente puntualizar cual es precisamente “eso necesario” (esa verdad) sobre lo que no se puede admitir discusión, sino todo lo contrario: aunarnos por encima de todo. Para no hacerlo de manera general, intentaré traer a colación algunas parcelas concretas de la vida. Si nos atenemos a lo “político”, me preocupa que ciertos sectores de aquí y de allá estén demasiado obsesionados por considerar intocables aspectos tan concretos como las banderas, las fronteras que ellos/as creen que están ahí para que, delimitando su país o su comunidad, aporten una mejor y mayor seguridad. También, si no intocable, sí muy poco o casi nada discutible, el tipo o la forma de gobierno que debe dirigir los destinos de dicho país o comunidad; en la misma línea colocarían el tipo y la forma de relación que debería existir entre países o pueblos diferentes, etc. Todo esto me preocupa, y mucho, cuando para muchas personas se convierte en fundamental y necesario, hasta el extremo que debe pasar por delante de cualquier otra cosa que, incluso, pudiera afectar negativamente al bien individual o de la propia colectividad. Con todo lo importante que puede ser esto, me preocupa mucho más todo lo que a lo social se refiere. Por ejemplo, quienes creen que es una verdad que no admite ningún tipo de discusión calificar como invasoras y usurpadoras de los bienes que consideran propios y exclusivos, aquellas otras personas que llegan desde un país cualquiera al país de quienes así piensan, aunque vinieran huyendo de los suyos propios por causa de la guerra, la pobreza o la persecución. No lo serían, en cambio, aquellas otras que entrasen por la “puerta grande” debido a ciertas credenciales que trajeran consigo y las avalasen; tales como la cultura, la preparación académica y, sobre todo y fundamental, el dinero y la riqueza que las debiera acompañar. Si preocupante es aquello, no lo es menos el esfuerzo de “muchos”, sobre todo en masculino, por sentar cátedra en lo que concierne a la mujer, al sexo femenino en general, en el sentido de considerarla “más que de segunda categoría” (eso en el caso que se la conceda el derecho de ser tenida como ciudadana). Ya no digamos cuando se la mira y se la ve como objeto preferencial de placer y de deseo. Me son también muy preocupantes los juicios severísimos, sobre los que no admiten ningún tipo de apelación quienes así “piensan” (lo de pensar por llamarlo de alguna manera), condenando de manera implacable a los hombres y mujeres que mantienen una orientación sexual diferente a la suya, esforzándose por argumentar con las vísceras, que no con la razón, que lo biológico, lo fisiológico o lo cromo somático están muy por encima de la capacidad de pensar y de amar. Muy grave también es considerar que se debe atacar a las personas pobres, sencillamente porque la fortuna les ha dado la espalda o porque, vete tú a saber la razón, un día se vieron sin más en la calle y a la más profunda miseria. Por aquello del “suma y sigue”, da mucho miedo también constatar cómo hay demasiada gente aún que tiene muy claro que utilizar, maltratar lo denominaríamos muchas otras personas, el entorno natural para su capricho exclusivo; y ello porque considera, o más bien se quiere auto convencer, que eso de la finitud del Planeta Tierra es una paparrucha de vete tú a saber quién. Por último, aunque sea solamente de pasada, no podemos dejar de lado los falsos absolutos y necesarios existentes en el campo de la religión. Tales como los ritos, las rúbricas, las normas, los preceptos, etc., que tantas veces no dejan lugar a la libertad y a la sinceridad espontánea que pudiera llegar a salir de dentro. Pues bien; si las banderas, las fronteras, las tales formas concretas de gobierno, ciertos juicios sobre las personas migrantes, sobre las personas con orientación sexual diferente, sobre las personas pobres, sobre la ecología y el medio ambiente y, por supuesto, sobre aspectos demasiado concretos de tal o cual religión, etc., no son tan “absolutos”, por mucho que se empeñen los de arriba, los de abajo, los de aquí o los de más allá, como para que nadie pueda exigir una conformidad o asentimiento a pie juntillas, ¿qué es lo que nos queda, entonces, en lo que todas y todos debiéramos poner “la carne en el asador”? Pues, nos queda solamente algo que es capaz por sí solo de aunar consensos; y ello por la sublimidad que contiene frente a la relatividad que suponen unos signos, unas ideologías, unas meras opiniones sobre tal o cual tema o realidad, unas prácticas o comportamientos religiosos, etc. Este “algo” no es otro que el “amor”. Cada cual que lo escriba con mayúscula o minúscula, tal y como considere que así debe ser. Aquel amor que es considerado verdadero humano, porque excluye el tener que decir nunca “lo siento” (Love Story). “El amor -que según el apóstol Pablo es-comprensivo, servicial, que no tiene envidia, que disculpa, que lo perdona todo, que no se engríe ni es egoísta” (1Cor 13). Un amor que, incluso, -según el mismo Jesús- debe ser capaz de llegar hasta el final, hasta las últimas consecuencias “Nadie tiene un amor más grande que el que es capaz de dar la vida por sus amigos” (Ju 15,13): “In omnibus caritas”. Estuve pocos años en Mozambique y Angola en un trabajo humanístico empresarial, sin ningún interés por los temas teológicos, pero algún gusanillo de la cultura negra debió quedarme porque ahora, al coger el libro de Juan José Tamayo sobre “Teologías del Sur” lo he abierto por el capítulo “Teologías africanas”.
Suelo escribir un resumen de lo que me interesa y algunas reflexiones desde mi visión actual, y es lo que ahora ofrezco para los que estén interesados en conocer algo de ese enfoque teológico cristiano africano. Origen Estas teologías han nacido al hilo de la descolonización y de la poscolonización, porque antes los pastores y las comunidades cristianas estuvieron sometidas a la colonización “religiosa, doctrinal, cultural, ideológica, política, militar, y económica” de las potencias europeas. En cuanto al periodo poscolonial, a pesar de algunos logros, las élites nacionales se muestran interesadas en seguir los antiguos patrones coloniales. Por consiguiente, la lucha por la independencia es un factor característico del nuevo pensamiento cultural y religioso. Se ha llegado a calificar como anticristo al sistema político poscolonial, y se ha ejercido una dura crítica a la teología eurocéntrica, que había justificado la colonización por motivos religiosos, y que había impuesto creencias, preceptos, e instituciones según el modo de pensar europeo. Diversas corrientes, con dos características comunes En este estado naciente de las teologías africanas pueden apreciarse diversas tendencias: culturalista, liberadora, de reconstrucción, feminista, de vuelta a la religión vivida, y contextual, que no es momento de reseñar aquí. En general estas teologías africanas se fundamentan en la Biblia (más que en la teología) y en la identidad (y tradiciones) africanas. Me ha interesado esta vuelta a la Biblia, especialmente a los orígenes de la Humanidad y a los orígenes de las comunidades cristianas entorno a Jesús. Es lo que estamos intentando también nosotros en occidente, por reacción a la colonización que hemos sufrido de las culturas del poder grecorromanas, tan bien asimiladas por el papado; o por la colonización racional y científica del Renacimiento y de la Ilustración. Una muestra cinematográfica de esta vuelta a Jesús es la película Son of Man, de 2006. Mark Dornford-May sitúa a Jesús en Sudáfrica después del apartheid, subido en una letrina desde la que pronuncia el Sermón del Monte, con la fuerza subversiva y revolucionaria que tuvo hace veinte siglos. Los profetas de Israel y la historia del pueblo judío muestran a Dios en defensa de los oprimidos, aunque el nacionalismo la ha monopolizado como defensa exclusiva de su pueblo. Y el proyecto de Jesús es el Reinado de Dios: una sociedad diferente, fraterna, y basada en la gratuidad de Dios y en nuestra gratuidad. En cuanto a la identidad cultural africana, su razón no es discursiva sino sintética. Las comunidades cristianas tienen un gran dinamismo y vitalidad religiosa. La clave de su mensaje es la defensa de la dignidad de toda persona humana, y la resistencia frente a la humillación. “El primer Mandela fue Jesucristo”. Esta dignidad, según la filosofía Ubuntu, es una “armonía cósmica” que expresa “los lazos de solidaridad entre los pueblos”. En vez de nuestro “pienso, luego existo” su filosofía parte del “ser en relación”, “yo soy porque pertenezco a”. Conclusiones Por mi parte, al menos en esta primera reflexión, tomo nota de la corriente promovida por Vanneste, decano de la Facultad de Teología Lovanium de Kimsasa, quien pone el acento en la universalidad del cristianismo (aunque no de la teología, como parece proponer él); yo pondría el acento en la universalidad del proyecto de Jesús. Creo que Jesús volvió al Proyecto inicial de la creación. Ante las normas matrimoniales de Moisés, replicó “al principio no fue así...”, y no tuvo duda en desobedecer las leyes religiosas y sociales sobre purificación, enfermedad, alimentos, o trato con paganos y pecadores, cuando estas leyes perjudicaban la hermandad y la misericordia. En el trato con los gentiles, no les preguntaba por sus creencias, ni trató de explicarles las propias; le bastó que practicaran la misericordia o que confiaran en ella. Jesús profundizó en las raíces de toda espiritualidad humana, y propuso un Reinado universal, una gobernanza de fraternidad universal. Este proyecto puede ser asumido por Gandhi o por Mandela, o por un ateo de buena voluntad, porque su raíz no está en la religión cristiana sino en la conciencia humana. La parábola del buen samaritano no es ejemplar porque la propusiera Jesús; Jesús nos resulta ejemplar porque propuso esta parábola, que es reconocida y autentificada por toda conciencia humana. En cambio su proyecto no es asumido, consciente o inconscientemente, por obispos -¡Dios los perdone!- que retienen donativos para obras sociales y los aprovechan en lujosos caprichos propios. Creo en un Proyecto espiritual universal basado en la igual y fraternidad, que luego en cada población se traduce en religiones -o en organizaciones civiles- que lo concretan en enseñanzas, preceptos, y ritos adaptados a sus pueblos y a sus circunstancias. Las teologías africanas podrán desarrollarse dentro del amplio espectro del cristianismo; pero también podrían desarrollarse dentro de otras religiones ajenas o propias, traduciendo a su mentalidad y costumbres las orientaciones de esas religiones, conforme a las grandes directrices de la conciencia humana, en la que está Dios presente y activo. Se inicia otro año. Es momento de recordar, examinar, evaluar. Y de trazarse propósitos para los próximos doce meses: comer menos, hacer ejercicios, ser más generoso, prodigar elogios, votar en las elecciones municipales por quien realmente se dedique a garantizar la calidad de vida de la población… Dentro del corazón laten ansias de una vida y un mundo mejores. ¿Cómo alcanzarlos?
¡Quién soy yo para dar consejos! Conozco el tamaño de mis defectos, la dimensión de mis errores. No por eso dejo de compartir con los lectores media docena de opiniones que, aunque carezcan de fundamento, al menos avivan el debate. Saudade. Un vocablo portugués que no tiene equivalente en muchos idiomas. [1] ¿De qué tenemos saudade? ¿Del amor perdido? ¿De la infancia feliz? ¿Del familiar fallecido? Sí, pero sobre todo de nosotros mismos. Tal vez el fin y el inicio del año sean los momentos cuando más aflora la disposición para hacer un examen de conciencia. Saudade de estar exiliado de lo que realmente soy. Tiene saudade de sí quien anda exiliado de lo que realmente es. Se corre el riesgo de tener como epitafio el verso de Fernando Pessoa: “Fui lo que no soy”. No quiero ser lo que no soy. Pero admito la pertinencia de las palabras del apóstol Pablo: “No hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Carta a los romanos 7,15). Es hora de pagar nuestro rescate. De librarnos de la condición de rehenes insatisfechos de nuestros propios vicios e incoherencias. Rescatarse es emprender una ardua jornada rumbo a nuestra interioridad. No solo como lo hizo De Maistre dentro de su cuarto. Sino yendo a donde reside la verdadera identidad: a lo más profundo de nosotros mismos. ¿Cómo hacerlo? Para eso, el proceso psicoanalítico es muy valioso. No obstante, implica recursos que no siempre están al alcance de todos. Hago, pues, una sencilla propuesta: meditar. Ese es un camino viable para todos. Basta contar con disposición y tiempo. Voluntad y método. Hace años que me relaciono con grupos de oración. Con ellos aprendo lecciones importantes concernientes a la meditación. No existe un método único. Los métodos son tantos como los meditantes. Cada persona debe descubrir y desarrollar el método que le conviene: sentado o andando, con los ojos cerrados o entreabiertos, al despertar o al final de la tarde, en silencio o al son de una suave melodía, concentrado en un mantra o en la respiración, etc. Un detalle resulta importante: reservar tiempo para la meditación, como se hace para las comidas, el sueño y el baño. Sin apartar un espacio en la agenda para ella, la meditación resulta difícil. Es necesario tener disposición. Saber “perder tiempo”. Librarse de la idea utilitarista de que “el tiempo es dinero”. Sumergirse por un momento en el saludable espacio de la ociosidad espiritual. Disposición significa disciplina. No se medita sin darse tiempo. A quienes se inician se les recomienda marcar en el reloj un tiempo mínimo de meditación. Sugiero 20 minutos. Mientras no suene el despertador, no cambie la postura escogida para meditar. Poco a poco se aumenta el tiempo en la misma proporción en que se consigue vaciar la mente y centrar la atención en el plexo solar, embebiéndolo de la presencia inefable de Dios. O del Vacío. ¿Qué hacer para mejorar el mundo? Hay pequeños gestos, como observar las normas de selección de la basura, economizar agua y electricidad, sembrar árboles y defender la preservación del medio ambiente. Hay gestos de más amplitud, como asociarse a un esfuerzo comunitario en una iglesia, un sindicato, un club, una ONG o una iniciativa volcada a la responsabilidad social. Los lazos de solidaridad se estrechan en trabajos voluntarios, luchas partidarias, presiones sobre el poder público o denuncias de abusos de empresas, como los anuncios lesivos a los niños o los productos con altas dosis de sustancias perjudiciales a la salud como los embutidos, los transgénicos y el amianto. El mundo es lo que hacemos de él. E incidimos en él por la participación o la omisión. La neutralidad no existe. Y eso vale tanto para nuestra salud personal como para la salud colectiva. La indiferencia no suscita la diferencia. Cada mes de enero tiene lugar la reunión del Foro Económico Mundial, popularizado como el Foro de Davos, en Suiza, donde los principales actores del poder y del dinero se reúnen para tomar el pulso a la actualidad desde la óptica de sus particulares intereses, aunque nos afecten a todos. En esas mismas fechas, Oxfamtambién se hace presente de manera bien diferente con la presentación de su informe anual sobre la desigualdad mundial con esta llamada: "La desigualdad económica está fuera de control".
Para el fundador del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, el manifiesto que elabora Davos ofrece “la mejor respuesta a los desafíos ambientales y sociales de hoy”. En apariencia, este manifiesto parece loable cuando insta a que las multinacionales traten a los clientes con dignidad y respeto y que midan el rendimiento no solo por el dividendo de los accionistas, sino también por cómo consiguen sus objetivos sociales, ambientales y de buena gobernanza. Lo cierto es que la duda planea ante la falta de concreción sobre si todo ello resulta una estrategia para conseguir un mayor control de de la vida política y las políticas públicas por las multinacionales. ¿Por qué dudar? Al menos existen dos razones. La primera, porque la realidad mundial se corresponde con las denuncias de Oxfam más que con el buenismo de los informes del grupo de Davos. La segunda razón para dudar nace de las propias declaraciones del Foro, que no mencionan nunca mecanismos de cumplimiento legales para asegurar que las grandes corporaciones cumplan sus compromisos sociales. Se queda todo en un voluntarismo que no cuestiona el propósito principal de lucro insostenible ni las graves consecuencias de la pobreza y la desigualdad existentes. Junto a los verdaderos objetivos de estas reuniones idílicas en Suiza, resulta preocupante que el Manifiesto proponga una mayor participación en las decisiones generales de la sociedad al sentirse una parte interesada de la sociedad junto con los Gobiernos y la sociedad civil. En otras palabras, piden un papel mayor en la gobernanza mundial y en la toma de decisiones en lo que es competencia exclusiva de los Gobiernos, tratando desde el intervencionismo evitar en lo posible los mecanismos democráticos de control fiscal, sanitario, etc. Lo peor es que el modelo trata de perpetuarse a la vista del Manifiesto que presentó Schwab en el que se afirma que las grandes corporaciones deben aprovechar este momento para asegurar el capitalismo como el modelo dominante. "La codicia es buena", enfatizaba un jovencísimo Michael Douglas interpretando en el film Wall Street a un agente de bolsa seguro de sí mismo y dispuesto a cualquier cosa para llegar a la cima, da igual si hay que utilizar mentiras, fraudes o delitos. Cuando contrastamos el informe anual Oxfam Intermon con las aparentes buenas intenciones de la reunión de Davos y su imagen por congeniar los beneficios de los accionistas con el verdadero y necesario desarrollo mundial, no es posible ponerse de perfil y mirar para otro lado. Me llama la atención el escaso eco de este informe ante lo impactante de sus datos y conclusiones que nadie desmiente. Denuncia que el valor económico del trabajo de cuidados no remunerado que llevan a cabo en todo el mundo las mujeres asciende al menos a 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología. Las 2.153 personas milmillonarias que existen poseen más riqueza que 4.600 millones de personas; el 1% más rico de la población tiene más del doble de riqueza que 6.900 millones de seres humanos. Resulta sorprendente que los 22 hombres más ricos del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres de África juntas no sea el titular de todos los informativos. El informe señala también la existencia de estudios que demuestran que las grandes fortunas eluden hasta el 30% de sus obligaciones fiscales. Tan solo el 4% de la recaudación fiscal mundial procede de los impuestos sobre la riqueza. Y así todo el informe. Como no puede ser de otra manera, Oxfam reclama a los gobiernos de todo el mundo que tomen medidas urgentes para construir una economía más humana en lugar de alimentar una carrera insostenible de acumulación de riqueza. Si llama la atención el silencio general sobre el Informe Oxfam en los medios de comunicación, no menos significativo ha sido el silencio sobre lo dicho en el Foro Económico Mundial de Davos por el cardenal Turkson alertando de una emergencia que debe ser escuchada: “todos debemos tratar de detener este llanto“ creando una conciencia global para el cambio. “La tierra está llorando y también los pobres están llorando”. Y lo dijo junto al Patriarca ecuménico Bartolomé I y al Rabino Jefe de Moscú, P. Goldschmidt. La pena es que muchos católicos no están por la labor de apoyar al Papa Francisco y su Encíclica Laudato Si que denuncia: la tierra y los pobres lloran. Cualquier demócrata, toda persona de buena fe y quien se diga cristiano, no debe soslayar una repensada crítica a la luz del evangelio ante las enormes desigualdades fuera de controlque maquilla Davos, y que son la realidad en buena parte del Planeta. Somos las manos de Dios. |
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