Queridos Reyes: En los tiempos de prolongada reclusión, del temor y la incertidumbre tan empoderados, toma especial sentido vuestra “epifanía”, vuestra perenne manifestación de esperanza. Hoy buena parte de la humanidad humanidad busca un Belén en el que refugiarse, Algo grande y superior ante lo que postrarse. Siquiera un poco asfixiados por la mascarilla, ahora más que nunca caminamos con vosotros, no quitamos el ojo a vuestra Estrella. Sentimos vuestros pasos sobre una nieve que no se derrite, vuestra presencia cercana fortaleciendo una confianza que nunca muere. Disculpadnos si no os recibimos en las calles blanqueadas, os daremos la bienvenida en lo profundo de nuestras más íntimas alamedas.
No os pedimos que desaparezcan los problemas, sino coraje y solidaridad para atenderlos. Necesitamos toda la mutua comprensión que sepan acarrear vuestras jorobas. Nos consta que no es poca. En los tiempos de grandes desafíos como los que vivimos ahora, necesitamos aguzar la capacidad de comprendernos los unos a los otros. Las diferentes recetas a las crisis se complementen, no nos enfrenten; nos inviten a comprender la cuota de razón que conlleva de habitual la buena voluntad ajena. No llenéis nuestras casas de cosas, llenad más bien nuestros corazones de una comprensión sincera y amorosa. Hoy más que nunca mutua compasión entre los humanos. Nuestras diferentes formas de pensar, de encarar el ahora y sus retos, no deriven en conflicto. Amor para con la Tierra nuestra Madre entre las primeras devociones humanas, pues ha sido esa destrucción de la Naturaleza la que en mayor medida nos ha traído el mal que ahora llena los noticiarios. Sólo ese atento cuidado, nos permitirá salir del apuro en el que nos encontramos. En el Enero del Brexit ya consumado, os pedimos más interrogantes sobre todo género de fronteras. Si sobran en la política, también están de más en el territorio de la fe. Gocemos de arrodillarnos ante otros altares. Os pedimos anhelo de comunión, de que credos, razas y naciones sumen almas y voluntades. Perdure y se contagie a otros continentes el ejemplo de la Europa unida. Más pronto que tarde podamos olvidar nuestros pasaportes, más pronto que tarde no los debamos mostrar en ninguna aduana. En la hora de los populismos desbocados, en el momento que algunos líderes tratan de hechizar a sus naciones para que sean más grandes que las otras, aguzad el sentido de igualdad humana, de conciencia planetaria. Deseo por lo tanto de que todas las naciones sean grandes, de que se ayuden unas a otras, para ser igualmente enriquecedoras de este planeta tan diverso y hermoso. Que podamos comprender que todas estas nuevas y sorprendentes posibilidades de comunicación nos fueron en realidad otorgadas para construir un mundo de hermanos. Ayudadnos también a bajar el termostato de la Tierra. La temperatura no aumente, los hielos no se derritan, las especies no se extingan, sobre todo los humanos no se sigan muriendo de hambre. Los cayucos a los mares sólo por ocio, tras la brisa marina, tras la inmensidad oceánica, nunca jamás por un agujero en el estómago. Nadie acaricie en el bolsillo con pena la llave de su ya lejana casa. Respiradores por lo tanto para todos, aliento de vida para quienes no tienen qué llevarse a la boca, para quienes padecen pandemias más controlables que la del COVID, para quienes soportan azotes cuyo remedio está al alcance de nuestra mano. Rompamos, con cereal de a euro el kilo, el confinamiento de la miseria, la servidumbre de la penuria. Los últimos de la tierra, sólo disparen contra los terribles enemigos de la escasez y la indigencia. Yemen, Etiopía, Siria… abran los telediarios con la rúbrica de una paz duradera. No se demoren futuras misivas aligeradas de dolor humano. Llenemos más pronto que tarde los buzones de urgida aurora. Vuestra sabiduría de Oriente nos ayude a discernir lo sostenible del urgido remiendo, las soluciones auténticas y duraderas de los parches coyunturales. De cualquiera de las maneras que la libertad siempre prevalezca. Nadie imponga a nadie en razón de sus criterios, nadie obligue a introducir en su cuerpo lo que no desea. Vuestro conocimiento de otros mundos ahuyente el miedo a la muerte. Forjados vosotros en largas travesías, abridnos a la visión del periplo de una Vida que no trunque un diminuto virus, que no contemple fin. Si vuestra estrella nunca dejó de brillar, si nunca se desmoronó de los cielos, también estos deseos alcancen su celeste bóveda. Si vuestra magia no se ha apagado, si ha perdurado de generación en generación, ayudarnos a superar esta enfermedad que ha detenido el mundo. Esta hora tan singular lustra si cabe más los zapatos que os ponemos, alarga la carta de nuestros sentidos anhelos. Nunca posamos la mirada en el Oriente con tanta expectativa, ni aguardamos con tanto fervor vuestra llegada. Queridos Magos de Oriente, venid pronto, que todos estos obsequios intangibles bajen por todas las chimeneas tangibles; que las sonrisas congeladas en Marzo lleguen a todos los labios, que el alimento a todas las mesas y la esperanza a todos los corazones. Siempre gracias.
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Estamos en el primer domingo del “tiempo ordinario”, pero no se trata de un cambio radical en la liturgia. Celebramos hoy una de las tres manifestaciones de Jesús que estuvieron durante los primeros siglos integradas en la fiesta de la Epifanía. Las dos lecturas nos preparan para entender el evangelio. Para Marcos, es el comienzo. El relato es la clave para comprender todo su evangelio. Hay pocas dudas sobre la historicidad del hecho. Lo narran los tres sinópticos, y Jn, más contundente, lo da por supuesto.
El bautismo de Jesús es el primer dato que se puede constatar históricamente por fuentes extra bíblicas. Es un relato que ningún cristiano se hubiera atrevido a inventar, porque compromete el altísimo concepto que tuvieron de su maestro. Si no hubieran creído en su importancia, seguramente se les hubiera olvidado. De ahí también la necesidad de dejar clara, en todos los relatos, la diferencia entre Jesús y Juan. El mensaje teológico que se quiere trasmitir con el relato del bautismo de Jesús es de los más importantes de todo el NT. No fue un acto de humildad ni una comedia ante los demás, sino una actitud de búsqueda de su identidad. Resume toda su vida. Para aceptar este punto de vista, tenemos que admitir que fue verdadero hombre. Esto no es tan fácil, a pesar de que un concilio lo definió como dogma de fe. Un hombre al que hicieron tantas “judiadas” y murió como murió, tiene que obligarnos a aceptar que fue un hombre. Los humanos no podemos aceptar racionalmente que una realidad sea, a la vez, dos cosas contradictorias entre sí. Desde nuestra racionalidad, no podemos pensar en un ser que es a al vez hombre y Dios, porque tenemos una idea equivocada de lo que es Dios. Como no podemos pensar en una bola de billar que sea a la vez, blanca y negra. El listo de turno nos puede decir que podemos poner la mitad de pigmento blanco y la mitad negro; pero entonces resultaría una bola gris... Esto es lo que hemos hecho con Jesús. A través de la historia del cristianismo, nos hemos visto “obligados” a pensar a Jesús como hombre, olvidándonos de lo divino o pensarlo como Dios, olvidándonos de lo humano. En una palabra, parece que no podemos hacer cristología sin caer en la herejía. Lo mismo que no podemos hacer teología sin hacernos un ídolo. Tenemos dos salidas: a) repetir las formulaciones, aceptándolas sin entender ni palabra. b) aparcar la razón y buscar la vivencia para superara la contradicción: Lo divino y lo humano ni se mezclan ni se excluyen. En Jesús está la plenitud de la humanidad y la plenitud de la divinidad. Si aceptamos que Jesús es un ser humano, tendremos que admitir una trayectoria humana como sucede en cualquier hombre. No fue un extraterrestre, sino que tuvo que desarrollarse hasta alcanzar su plenitud. Desde esta perspectiva, podemos entender lo que sería para Jesús descubrir a Juan Bautista. Hacía cientos de años que no aparecían profetas en Israel; es natural que se sintiera atraído por esta figura y que intentara aprender de él. El hecho de que se bautizara nos lleva mucho más allá de un encuentro fortuito. Jesús aceptó la predicación de Juan y se comprometió con ella. Lo importante no es que narren lo que pasó, sino el cómo nos lo dicen para que descubramos el sentido espiritual del relato. La liturgia de hoy lo pone bien de manifiesto. Las tres lecturas nos hablan del Espíritu. El evangelio, para hablar del Espíritu, tiene que emplear una imagen sensible: “como una paloma”. No significa que vio una paloma que bajaba sobre él, como normalmente se entiende y reflejan pinturas que representan la escena. Oseas 8,1, dice: Como un águila cae el mal sobre la casa de Israel... Quiere decir que el Espíritu cayó sobre Jesús como un ave se lanza “en picado” desde lo alto. Recordemos que en la Biblia se dice que el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. El Espíritu transforma interiormente a Jesús, y le capacita para llevar a cabo la difícil tarea que le esperaba. En el AT se ungía al rey para que el Espíritu lo capacitara para su misión. Nos están hablando del nuevo nacimiento “del agua y del Espíritu”. Lo que Jesús pide más tarde a Nicodemo lo vivió primero él mismo. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. No se puede concebir a Jesús sin el Espíritu... Porque nacer de la carne es menos importante que nacer del Espíritu, lo que estamos celebrando hoy es más importante que lo que acabamos de celebrar el día de Navidad. No debemos caer en la tentación de pensar en fenómenos aparatosos. La manera de narrar el hecho puede ser una trampa. Ni Espíritu visible, ni voz audible, ni cielo rasgado. Todos estos fenómenos no son más que imágenes para comunicarnos verdades teológicas que nos lleven a la comprensión de Jesús. El Espíritu actúa siempre de la misma manera, silenciosamente, desde dentro, sin ruidos, sin aspavientos, sin violentar la naturaleza porque actúa siempre de acuerdo con ella. "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha humeante no la apagará". (Isaías) Aunque no tenemos datos suficientes para poder adentrarnos en la psicología de Jesús, los evangelios no dejan ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación que desbordó todo lo conocido. Se atreve a llamarle “Abba” (papá); cosa inusitada en su época. Hace su voluntad: Le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios. El único objetivo de su misión fue que nosotros lleguemos a esa misma experiencia. Toda esa relación de Jesús con Dios era con un Dios que es Espíritu. En el diálogo con la Samaritana lo dejó claro. Dios es Espíritu… Tú eres mi Hijo amado. La experiencia de ser amado es la base del verdadero amor. La comunicación de Jesús con su "Abba" fue a través de su ser profundo. Solo a través de la contemplación, el Hombre Jesús descubrió quién era Dios para él. Lucas, dice: “y mientras oraba...” El descubrimiento de esa presencia nace sencillamente de su conciencia de hombre. Dios como creador está en la base de todo ser, constituyéndolo en ser. Yo soy yo, porque soy de Dios. Todo lo que tengo de positivo me lo está dando Él. Mi verdadero ser, es el mismo ser de Dios. Una cosa me diferencia de Dios: mis limitaciones. El cielo rasgado recuerda unas palabras de Is: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!”. El cielo se había cerrado. Hacía siglos que Dios no se dejaba oír a través de sus profetas; ahora se abre. La comunicación entre el cielo y la tierra queda abierta para siempre por medio de este ser humano que se siente identificado con Dios. Marcos está transmitiendo el descubrimiento de la vocación de Jesús y su conciencia de enviado del Padre. Pedro nos ofrece el modelo: Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él. Dios también está contigo, solo falta que tú respondas como respondió él. La más importante tarea de tu vida es desplegar tus posibilidades de ser. Si despliegas solamente tus posibilidades biológicas, habrás desarrollado solo una parte de ti. Eres también Espíritu y si quieres alcanzar tu plenitud, tienes que desplegar el Espíritu. Meditación El Espíritu no tiene que venir de ninguna parte. Ya estaba en él desde siempre, como está en cada uno de nosotros. Descubrir esa presencia es nacer del Espíritu. Lo que nació de la carne, seguirá siendo carne. Una vez nacido del Espíritu, la carne significará muy poco. Aunque se incluye dentro del Tiempo de Navidad, esta fiesta significa el comienzo de la actividad de Jesús y se centra en el programa que deberá llevar a cabo. Para entender mejor la relación de las lecturas es preferible alterar el orden. La primera habla del programa encomendado al Siervo de Dios (Jesús). El evangelio, de cómo se le comunica ese programa en el bautismo. La segunda lectura (Hechos), de cómo lo llevó a cabo.
El programa futuro de Jesús (Isaías 42,1-4.6-7) Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, La mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo, y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tiniebla. Como introducción al programa, se insiste en que el protagonista no lo llevará a cabo por sus propias fuerzas. Cuenta con la ayuda de Dios, que lo sostiene, se complace en él y le concede su espíritu. El programa indica, ante todo, lo que no hará: gritar, clamar, vocear, que equivale a amenazar y condenar; quebrar la caña cascada y apagar la mecha vacilante, símbolos de seres peligrosos o débiles, que es preferible eliminar (basta pensar en Leví, el recaudador de impuestos, la mujer sorprendida en adulterio, la prostituta…). Dice luego lo que hará: promover e implantar el derecho, o, dicho de otra forma, abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión; estas imágenes se refieren probablemente a la actividad del rey persa Ciro, del que espera el profeta la liberación de los pueblos sometidos por Babilonia; aplicadas a Jesús tienen un sentido distinto, más global y profundo, que incluye la liberación espiritual y personal. El programa incluye también cómo se comportará: «no vacilará ni se quebrará». Su misión no será sencilla ni bien acogida por todos. Abundarán las críticas y las condenas, sobre todo por parte de las autoridades religiosas judías (escribas, fariseos, sumos sacerdotes). Pero en todo momento se mantendrá firme, hasta la muerte. La comunicación del programa en el bautismo (Marcos 1,7-11) ¿Por qué Jesús decide ir al Jordán? ¿Cómo se enteró de lo que hacía y decía Juan Bautista? ¿Por qué le interesa tanto? Ningún evangelista lo dice. El relato de Marcos, el más antiguo, cuenta el bautismo con muy pocas palabras. Y ni siquiera se centra en el bautismo, sino en lo que ocurre inmediatamente después de él. En aquel tiempo, proclamaba Juan: ̶ Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo, y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: ̶ Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. Marcos destaca dos elementos esenciales: el Espíritu y la voz del cielo. La venida del Espíritu tiene especial importancia, porque entre algunos rabinos existía la idea de que el Espíritu había dejado de comunicarse después de Esdras (siglo V a.C.). Ahora, al venir sobre Jesús, se inaugura una etapa nueva en la historia de las relaciones de Dios con la humanidad. La voz del cielo. A un oyente judío, las palabras «Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» le recuerdan dos textos con sentido muy distinto. El Sal 2,7: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy», e Isaías 42,1: «Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero». El primer texto habla del rey, que en el momento de su entronización recibía el título de hijo de Dios por su especial relación con él. El segundo se refiere a un personaje que salva al pueblo a través del sufrimiento y con enorme paciencia. Marcos quiere evocarnos las dos ideas: dignidad de Jesús y salvación a través del sufrimiento. En este sentido, es importante advertir que la vida pública de Jesús comienza con el testimonio de la voz del cielo («Tú eres mi hijo amado, mi predilecto») y se cierra con el testimonio del centurión junto a la cruz: «Realmente, este hombre era hijo de Dios» (Mc 15,39). El lector del evangelio podrá sentirse en algún momento escandalizado por las cosas que hace y dice Jesús, que terminarán costándole la vida, pero debe recordar que no es un blasfemo ni un hereje, sino el hijo de Dios guiado por el Espíritu. Misión cumplida: pasó haciendo el bien (Hechos 10,34-38) En el discurso ante el centurión Cornelio y su familia, Pedro recuerda los momentos iniciales de la proclamación del evangelio y resume la actuación de Jesús con tres rasgos esenciales: ungido con el Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando, Dios estaba con él. No se puede decir más con menos palabras. En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: - Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los hijos de Israel, anunciando la Buena Nueva de la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Este año hemos vivido en medio de la pandemia del covid-19, sin que lo hubiéramos esperado, ni imaginado. El mundo entero se ha visto afectado y se ha sentido impotente para detener el avance. Con mucho empeño se ha buscado una vacuna, pero ha sido un año para constatar la fragilidad, la limitación, la vulnerabilidad humana. Tal vez esta circunstancia nos ayude a entender la vulnerabilidad del Niño que nace, “en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2, 7).
Pero esa vulnerabilidad no es lo más relevante de nuestras celebraciones de navidad. Por lo general, es un tiempo lleno de alegría, esperanza, festejos, regalos, que expanden el corazón y animan el espíritu. Todo esto es muy positivo y el ciclo litúrgico de adviento/navidad así lo expresa. Sin embargo, ese ambiente festivo puede impedirnos ver el nacimiento de Jesús como realmente fue. Su encarnación no llegó con festejos, ni fue esperada por las élites representativas de su tiempo. El evangelio de Lucas nos aproxima a lo que en realidad fue: Jesús nace en un lugar apartado y los que lo reconocen son los pastores del lugar: personas insignificantes en ese contexto, que no tienen mucho que ofrecerle, más que la sencillez de su vida (Lc 2, 8-18). Esto marca la vida de Jesús y el lugar desde el que se sitúa para ejercer su misión. Asume la humanidad desde los más vulnerables y así continuará a lo largo de su vida. Incluso, cuando sus oponentes deciden asesinarlo lo hacen con el peor castigo -la cruz- que solo se infringía a los “malditos por Dios” (Dt 21,23; Gál 3,13). Ahora bien, a los pastores se les anuncia la llegada del Niño, como “una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2, 10-11). Esa es la paradoja de nuestra fe: desde la vulnerabilidad confesamos el poder de Dios; desde la pobreza, reconocemos la riqueza divina: “Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por ustedes se hizo pobre, a fin de que se enriquezcan con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Tal vez este año lleno de incertidumbres, sufrimiento, pobreza, carencias, nos abra los ojos a la verdadera humanidad de Jesús y logremos entender mejor el misterio de su encarnación y la salvación que Él nos trae. Jesús se hace ser humano con todas las consecuencias. No es una encarnación aparente o simbólica, es real y asume las circunstancias tal y como ellas son, buscando caminos para superarlas. En eso consiste la predicación de Jesús. En un pueblo que excluía a muchos, inclusive en nombre de Dios, Él viene a anunciarles que Dios no quiere esa realidad y por eso invita a todos a sentarse en la mesa del Reino, comenzando por los últimos, por los que menos posibilidades tienen. Precisamente Él se hace uno de ellos para empezar “desde abajo”, haciendo efectiva la inclusión de los más pobres y marginados. Navidad nos introduce en esa lógica de Dios. Nos invita a mirar el mundo desde los más pobres, todos aquellos que viven en los pesebres de hoy porque no tienen trabajo, casa, educación, salud, alimento, en otras palabras, los derechos fundamentales para una vida digna. Navidad nos confronta con la injusticia del mundo que deja a tantos en la insignificancia y en las márgenes. Navidad, desde la experiencia de la pandemia, nos hace mirar las consecuencias de las estructuras que sostienen nuestro mundo actual en las que unos pocos gozan de todos los beneficios y la mayoría solo puede comer las migajas que caen de las mesas de los dueños o mejor de los que se apoderaron de los bienes de la tierra, que en justicia deberían ser de todos. La pandemia ha dejado en evidencia esta injusta realidad de nuestro mundo. Demasiadas muertes porque los hospitales, por lo general, no tienen la infraestructura para contener casos como estos ya que solo se accede a buenos servicios si se paga grandes cantidades de dinero por una salud privada. Demasiadas personas sin una casa digna para vivir la cuarentena y ha contrastado, por ejemplo, las grandes mansiones desde donde algunos artistas brindaron conciertos por internet, con aquellos barrios marginales, de calles llenas de gente, porque en la habitación en que vive toda una familia, es imposible estar encerrados, cuidándose del virus. Tantas otras realidades quedaron evidentes en este año de pandemia y esto es lo que podemos traer en esta navidad para vivirla con la profundidad que el misterio de la encarnación supone. Si los reyes magos trajeron incienso, oro y mirra (Mt 2, 11-12), nosotros traemos un año lleno de dolor, muerte, enfermedad, temor, incertidumbre, pero también, lleno de solidaridad, de fortaleza, de esperanza, de apuesta por la vida. Ahora bien: ¿qué buena noticia nos trae el Niño que nace? Navidad alienta la esperanza de que este mundo, tal y como ha manifestado ser en esta pandemia, tiene que cambiar para mejor. El Niño del pesebre ha venido para quedarse entre nosotros y acogerlo es construir un futuro que esté preparado para afrontar mejor la vulnerabilidad humana y, sobre todo, para garantizar -desde ahora- las condiciones necesarias para cuidar la vida en pandemia y sin ella, en tiempos difíciles y en tiempos fáciles. En otras palabras, Navidad es la esperanza renovada de que llegarán tiempos de pospandemia y nuestro mundo podrá ser distinto para entonces. Esta fiesta es la más antigua que se conoce. Fue la única fiesta de Navidad que se celebró en toda la Iglesia, hasta que en Occidente se empezó a celebrar el 25 de Diciembre la Natividad. La palabra “Epifanía” significa en griego "manifestación", sobre todo la aparición de la primera claridad de la mañana, antes de verse el sol. Siguió celebrándose la fiesta de Epifanía, pero con otros significados. Durante mucho tiempo se celebraban en ella tres “epifanías”: la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná. El 6 de Enero se celebraba en Roma el triple triunfo de Augusto César.
Empezábamos el tiempo de Navidad con un relato del evangelista Lucas que hablaba de pastores, ángeles y el niño en el pesebre. Hoy terminamos con otro relato no menos fantástico de Mateo, sobre unos magos que vienen a adorar a Jesús. En esta “historia” está recogida la tradición del AT y la experiencia de los primeros cristianos. Se intenta expresar una cristología ya avanzada. Debemos recordar que el título de Rey no se le dio a Jesús hasta después de su muerte. También debemos tener presente que los tres títulos que en el relato se sobreentienden (Rey, Hijo de Dios y Mesías) se implican unos en otros. La apertura a los paganos fue un salto cualitativo en la manera que tenía el pueblo judío de interpretar sus relaciones con Dios. Este cambio de perspectiva no se llevó a cabo sin traumas. Los escritos del NT dejan bien claro que solo se consiguió después de muchas discusiones y mucha reflexión. No nos debe extrañar esta dificultad. Los judíos se consideraban el pueblo elegido. Creían que Dios había hecho por ellos prodigios que no había hecho con ningún otro pueblo. Todavía nos cuesta mucho a nosotros aceptar que Dios no puede tener privilegios con nadie, sea persona, pueblo o religión. Esta universalidad del mensaje es el tema de las tres lecturas. Desde distintos ángulos, todas nos hablan de una novedad en la relación de Dios con los hombres. Dios se manifiesta siempre a todos, aunque solo le descubre el que le busca. La originalidad de la experiencia religiosa del pueblo judío, es obra de un pueblo, capaz de interpretar los acontecimientos como manifestación del amor de Dios hacia ellos. En realidad, Dios no puede hacer por uno lo que no hace por otro. Dios es AMOR absoluto. El amor es su esencia, no una cualidad, que podría tener o no tener, como en nosotros. Dios se está manifestando constantemente en su creación, para todo aquel que está atento. Esa atención no se refiere a los sentidos sino al ser. Muchas veces os he dicho que Dios no actúa desde fuera como las causas segundas, sino desde el ser de cada criatura y acomodándose a la manera de ser de cada una; por lo tanto, será inútil todo intento de percibir esas acciones con nuestros sentidos o con nuestra razón. Para descubrir a Dios hay que desplegar una especial atención, dirigida al centro de nuestro propio ser. El relato de los Magos va en esta dirección. Ellos descubrieron la estrella, porque se dedicaban a escudriñar el cielo; fueron capaces de levantar los ojos de la tierra... Ellos, a pesar de estar lejos, vieron la estrella; la inmensa mayoría de los que estaban alrededor del recién nacido ni se enteraron. Nuestra religiosidad no consigue su objetivo, porque nos empeñamos en encontrar a Dios donde no está. Porque nos empeñamos en descubrir, no al verdadero Dios, sino al ídolo que nos hemos fabricado. Dios no está en los fenómenos que percibimos por los sentidos. Mejor dicho, Dios está en todos los fenómenos, aunque no de una manera especial en los que nosotros percibimos como maravillosos. Nosotros nos empeñamos en descubrirlo solo en lo extraordinario, pero la verdad es que Dios se manifiesta exactamente igual en los acontecimientos más sencillos y cotidianos. Hay que aprender a descubrir esa presencia. En la fragancia de una flor, en una puesta de sol, en la sonrisa de un niño, en el sufrimiento de un enfermo, etc. La experiencia de todos los místicos les llevó a concluir que Dios es siempre el escondido. S. Juan de la Cruz: ¿Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido. Salí tras ti clamando y eras ido. Y el místico sufí persa Edwin Rumi dice: Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma da vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver tu faz escondida. Y Pascal: Toda religión que no predique un Dios escondido es falsa. Me preocupa que los católicos estemos convencidos de que no hay nada que aprender sobre Dios, porque ya lo sabemos todo. Sea en cuanto a las verdades, sea en cuanto a las normas morales, sea en cuanto a las celebraciones litúrgicas, el hecho de que no haya capacidad de innovación es la mejor prueba de que estamos en una religión sin vivencia, es decir, en una religión muerta. Dios se manifiesta siempre como absoluta novedad. Si encontramos dos veces el mismo dios, podemos estar seguros de que es un ídolo. La clave de esta celebración es la universalidad del mensaje. En Navidad veíamos a Dios encarnado. Hoy celebramos a Dios manifestado. La manifestación de Dios es universal, en cuanto al tiempo y en cuanto a espacio; es decir, se está siempre manifestando y se manifiesta en todo lo creado. Esto no lo hemos asumido del todo, los cristianos. Seguimos creyéndonos unos privilegiados por conocer a Jesús. Seguimos lamentando la situación de los que no creen en él, porque no podrán participar de su salvación. Desde el Vaticano II, hemos avanzado mucho en esta materia, pero no hemos dado el paso definitivo. Hoy debíamos tener ya muy claro que Jesús no vino a fundar una religión frente a la religión judía; ni una Iglesia frente a otras Iglesias. Jesús predicó el Reino de Dios. Jesús nos trajo un evangelio (buena noticia) para todas las religiones, para todas las Iglesias, para todos los pueblos, para todos y cada uno de los seres humanos. Nuestra religión tiene que estar abierta a la buena noticia. No debemos dar por supuesto que somos portadores de esa buena noticia; mucho menos que somos los únicos depositarios de ella. Es curioso que el término “católica” que significa universal, haya terminado significando solamente una parte de los seguidores de Jesús. Claro que el término universal se puede entender de dos maneras. Universal porque todos pertenezcan a ella. Universal por el objetivo de nuestra preocupación y nuestra entrega. Para mí, este segundo aspecto sería mucho más evangélico que el primero. Que el objeto de la preocupación, del cariño –en una palabra, del amor–, fueran todos los seres humanos sin excepción. El relato era completamente verosímil en aquel tiempo. Todos, incluidos los más ilustrados, creían que el nacimiento de grandes personajes estaba precedido de fenómenos astrológicos. La aparición de una nueva estrella era el más común. El hecho de que fuera verosímil no quiere decir que el relato sea histórico. Los cristianos tenían motivos para apoyarse en tales relatos, una convencidos del significado Jesús. Meditación Al ver la claridad de la mañana Sabemos que el sol está allí. En Jesús vemos su resplandor Y estamos seguros de que está en él. También está en mí aunque no lo refleje Después de que todo el montaje navideño termina es, tal vez, el momento de recuperar el sentido de lo que hemos celebrado y de lo que se nos ha comunicado.
Es muy propio de nuestra cultura griega buscar en el léxico algún término para explicar o describir lo vivido. Y muchas veces decimos: no encuentro la palabra, no sé cómo explicarlo… y no coincide siempre con grandes experiencias pero sí con experiencias reveladoras que quiere decir desveladoras de algo que antes estaba velado u opaco y que despacio se me presenta más claro o más diáfano. Todo eso se resume en el corazón creyente, buscador, con un término proveniente del griego “epifanía”: revelación, manifestación. Navidad no es una fiesta familiar, así la hemos convertido quitándole mucho de su sentido propio y profundo en detrimento de nuestra fe. No porque una celebración familiar sea mala, Dios me libre, sino porque no es el significado propio y todo el montaje alrededor de familia, regalos, comidas, de encuentros y desencuentros muchas veces vela más que desvelar su sentido auténtico. Y digo en detrimento de nuestra fe porque la comunidad cristiana nos pone delante de nuestros sentidos un montaje si queréis, muy distinto, y al no tener tiempo ni tal vez herramientas para desbrozarlo, se pasa, una vez más y seguimos corriendo buscando sentido, dejando atrás un reguero de contenidos, de manifestaciones, de epifanías sin recoger. Eran, son, el regalo del mismísimo Dios a ti, a tu familia, a la comunidad, al Universo. En lenguaje simbólico bíblico una revelación es una estrella, es decir, una manifestación de Dios, es como una luz sesgada o indirecta que pasa a través de lo común y ordinario de nuestra vida. Navidad, epifanía son momentos en nuestra vida en que se nos hace un poco de luz sobre el significado de todo, que tal vez seguimos sin entender pero empezamos a comprender a intuir a acoger en nuestro interior. Puede ocurrir a través de alguien que “me escucha” o alguien que nos valora y acompaña, o alguien que con su vida, con su proyecto trae esperanza a la mía. Tal vez una circunstancia no buscada… Puede ser un encuentro con el Dios del silencio que nos habita y acompaña en la noche y de pronto su Palabra, su Presencia tenue me regala paz, renueva mi confianza, aunque siga sin entender en la noche. Es algo así eso de la estrella, como decimos “estrella fugaz”…sólo quien está atento y despierto la percibe, la siente, la ve. Es propia en este momento de la reflexión la pregunta ¿quién o qué ha sido estrella, revelación en mi vida, en este año que estamos despidiendo, mientras el otro empuja con ganas y con vida nueva para los despiertos? La conclusión sería, si algo, alguien…ha traído luz, es Dios quien te habla a través de ello o ell@s. No dejes que sea fugaz. Es la ruta que te indica por donde ir, por donde llegar. Nuestra historia de salvación está llena de personas que a la luz de lo normal son diferentes. Son mujeres y hombres que acogen en sueños o despiertos esas delicadas luces que sólo el Dios del amor puede regalar con esa delicadeza. Ella no busca deslumbrar ni interferir en tus grandes planes y proyectos. Por eso luz sesgada, tímida e indirecta porque respeta que nosotros decidamos. El amor no impone, espera. Eso sí, si algo o alguien ha sido luz, prioriza, no lo dejes, es tu luz para tu camino. Este es el regalo de Reyes y también el nuestro, de nuestra pequeña comunidad. Si te sirve nosotras intentamos ese camino y no digo que sea fácil pero es liberador y gozoso, acompañado de nubarrones pero siempre, siempre hay experiencias, personas, que son lámpara, por lo menos para ese tramo del camino de nuestra vida. No se trata de propósitos, se trata de seguir la luz que el corazón inteligente te insinúa. Leía hace unos días en un diario que uno de los científicos que se ocupan de la pandemia (Javier Sampedro) decía que “suprimir la Navidad” este año era “ciencia”, y que ese era el camino que deberían seguir los gobiernos para limitar la extensión de la pandemia; pues la Navidad es “un paraíso para un virus pandémico” por la multiplicación de reuniones sin precauciones. Y yo, con matices, estoy de acuerdo con eso.
Estoy de acuerdo no sólo por las razones de salud que aconseja la situación actual, sino porque la Navidad ya dejó de ser hace tiempo lo que debería ser, y se convirtió en una caricatura esperpéntica de lo que fue en su origen y durante mucho tiempo. El gordo papá Noel inventado por la Coca-Cola y la orgía consumista –¡hay que comprar, comprar, comprar! sin compras no hay navidad- y derrochadora de un consumo energético, simbolizada ejemplarmente por la paranoia de los millones de luces que se gastan en la iluminación de nuestras ciudades, son la muestra de la degeneración del “espíritu de la Navidad”. El origen de la Navidad es justamente lo contrario: la sencillez de la encarnación, del Dios-con-nosotros, de la encarnación humilde y el nacimiento en el seno de una familia humilde y en un lugar humilde; en armonía con la naturaleza y no en el derroche de recursos y la destrucción de esa armonía, acogido por gente humilde y rechazado por los poderosos como una amenaza a su status. El origen de la Navidad es una luz en la oscuridad de un mundo opresor, violento, desigual y clasista. El Evangelio –verdadero fundamento de la Navidad, aunque suele olvidarse, perdido en un mito infantilizado y manipulado- es una buena noticia, pero no para los ricos y los poderosos; para “los políticos que se dicen cristianos y niegan a los humillados de la tierra el derecho a salir de su humillación –como dice el obispo gallego Agrelo en su último mensaje–... No representa nada para un mundo que se olvida de cuidar a Cristo donde Cristo sufre, que no recibe a Cristo en los que tienen hambre, sed y frío, en las que carecen de un techo, en las que mueren de soledad... Las iglesias se llenaron de ahogaCristos y fingen comulgar con él”. El obispo de Tánger continúa su mensaje navideño: “Nos quedaremos sin buena noticia los obispos, curas, frailes y monjas, los poderosos y conformistas, que nos servimos de los pobres y del Pobre para mantener la posición, supuestos cristianos que justificamos el horror que padecen los pobres, haciéndonos culpables de los males que padecen, y pensamos que, después de todo, fueron los pobres los que buscaron la muerte, hasta pensamos que fueron tan tontos que, para morir, pagaron lo que no tenían”. Pero el Evangelio es una buena noticia para los pobres, que son los verdaderos destinatarios y los únicos realmente dispuestos a acoger la Navidad. Nosotros –como sigue Agrelo– “corremos el riesgo de quedarnos sin Navidad, aunque nuestras mesas se llenen de cosas superfluas en las que gastamos los que los pobres necesitan”. Por eso, yo no tengo ningún interés en “salvar” esa falsa Navidad, como quiere la presidenta de la comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, que presume de cristianismos y de quien algún tonto dijo que se expresaba mejor que los teólogos actuales, por un discurso tópico y oportunista que pronunció hace unos días. No tengo ningún interés en salvar esa Navidad que ahogó hace tiempo la verdadera y se convirtió en un insulto para la Navidad de Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios, que aún queremos celebrar muchos cristianos. En realidad, el verdadero espíritu de la Navidad ni ha podido robárnoslo la orgía de consumo contemporáneo en que se han convertido estos días “navideños”, porque la verdadera Navidad no la ha inventado El Corte Inglés” -como cantaba Melendi-, ni podrán suprimirlo con el confinamiento por la pandemia, porque está entre nosotros y dentro de nosotros, como el Reino de Dios que anunció el Emmanuel. La seguiremos celebrando personal y comunitariamente –hasta donde se pueda-, como venimos haciendo desde los tiempos de Francisco de Asís, alrededor de nuestro humilde belén. Ojalá que como él sepamos tener presentes estos días no solo el misterio de Dios sino a los más pobres, que son su encarnación. Estas palabras están dedicadas al Padre Angel, a los Mensajeros de la Paz y a tantas parroquias que abren sus puertas de par en par a los más necesitados; a ATD-Cuarto Mundo y a tantos voluntarios de Caritas y otras organizaciones que estos días se vuelcan en los verdaderos protagonistas de la Navidad: las más pobres, las mayores víctimas de esta pandemia. Y a los cristianos palestinos, que este año podrán celebrar la Navidad en la sufrida tierra de Jesús sin turistas, y ojalá al cobijo de las balas de sus hermanos judíos. El misterio de la encarnación no es cosa de niños sino algo muy serio. Tan serio que en él nos va la Vida. Retomamos la idea central de la Navidad: La palabra se hizo carne, se hizo vida, se hizo luz. La encarnación es la verdad fundamental del cristianismo, pero no siempre la hemos entendido bien. Estamos sin duda ante la página más sublime de toda la literatura universal que yo conozco. Se trata de himno cristológico anterior a la redacción del evangelio, fruto de la experiencia de una comunidad eminentemente mística. Es una condensación de todo el evangelio. Es prólogo pero podía ser epílogo.
Me parece una osadía atreverme a comentar este texto. Ni tengo la preparación filosófica y teológica suficiente ni la experiencia mística requerida para hincarle el diente. El único consuelo es saber que lo que yo digo no es palabra de Dios, sino solamente un apunte provisional que pueda ayudar a alguno a encontrar la dirección de su propia búsqueda. Querer expresar una experiencia mística con palabras es sencillamente imposible, por eso se recurre a un lenguaje simbólico, poético que violenta el sentido normal de las palabras. El primer versículo nos dice ya tres cosas sobre Dios y el Logos: Que el Logos está en el origen (en el principio ya existía la Palabra). Que los dos estaban volcados el uno sobre el otro (la Palabra estaba junto a Dios). Que aunque distintos uno y otro eran lo mismo (la Palabra era Dios). No se trata de conceptos trinitarios posniceanos. Al comenzar con la misma palabra que el Génesis, nos está diciendo que la encarnación no es el comienzo de algo nuevo, sino la culminación de la creación. El Logos no comenzó, porque es el origen de todo. Luego se hace carne (comienza a ser en el tiempo) para terminar la creación del hombre. Arch no significa principio de tiempo sino origen, fundamento. La traducción de Logos por Palabra no creo que sea la más adecuada, porque se pierde la originalidad del concepto que quiere trasmitir el texto. La palabra Logos ya existía, pero el concepto al que quiere aludir es nuevo. Esta palabra se encuentra por primera vez en Heráclito. s. VI a C, (precisamente en Éfeso, donde parece que se escribió este evangelio) y significaba la realidad permanente dentro del devenir de la realidad material (panta rei). La utilizan los estoicos, Platón, y Filón de Alejandría que la emplea 1.200 veces en sus escritos. En el NT tiene un amplísimo significado; desde palabra engañosa hasta el sentido cristológico único del prólogo que estamos comentando. Repito que aquí el concepto es original; no deducible de las distintas tradiciones. Ese concepto no se vuelve a repetir ni siquiera en Juan. El concepto es incomprensible sin la experiencia pascual. Sin una experiencia mística no se puede acceder al significado que se quiere expresar. Podíamos decir que es el Proyecto eterno que en un momento dado se ejecuta. Dios crea por medio de su Palabra. También nos puede ayudar a comprender lo que quiere decir la idea de Sabiduría preexistente de los libros sapienciales. Es muy interesante la expresión: "junto a Dios" (pros ton qeon)= vuelto hacia, volcado sobre. Expresa proximidad pero también distinción. Está en íntima unión por relación pero que no se confunda con Dios. Se deja un margen para el misterio. Este dato no siempre lo hemos tenido en cuenta... En griego (Kai qeos en o Logos) y en latín (et Deus erat Verbum), no se dice sólo que la Palabra era Dios, sino también que Dios era la palabra. qeos está aquí sin artículo. Podíamos traducir: lo que era Dios, lo era la Palabra. Para los judíos, Dios era el totalmente trascendente; no podía haber otro. Para los helenistas, el peligro era el politeísmo. Por eso nos dice que ni es una “mónada” ni son dos seres. “Por medio de la Palabra se hizo todo”. En el AT Dios crea siempre por su Palabra. No se trata de un sonido que emite Dios. Otra vez tenemos que ir más allá del concepto primero. Nos está diciendo que el Logos es origen de todo. Con una redundancia, intenta llevarnos más allá de la misma palabra. Al margen de Dios y del Logos, no existe nada. No se trata solo de lo que existe en el tiempo, sino de todo lo que existe en absoluto. En la Palabra había Vida, y la Vida era la luz de los hombres”. No llegamos a la Vida a través de la luz, sino al revés. Aquí Jesús no es un Maestro que nos trae salvación con su enseñanza (como se da a entender en otras cristologías) sino Vida que nos lleva a la comprensión total viviéndola. Para nuestra Vida espiritual, este concepto es clave. Vivir es anterior a comprender. Sin vivencia no se puede comprender nada de Dios. Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Esta insistencia tiene que hacernos reflexionar. En Jn se percibe esa lucha incesante entre la luz y la tiniebla. Era una idea que flotaba en el ambiente de la época. En un escrito de Qumrán se dice: Que la luz no sea vencida por las tinieblas. Ni siquiera los suyos fueron capaces de descubrirla. Tenemos aquí el primer reproche al pueblo judío que no fue capaz de ver en Jesús la Vida que podía llevarle a la comprensión de la ley. Pero a cuantos la recibieron… Vemos que lo anterior era una exageración. Unos no la recibieron pero otros sí la recibieron. Se habla aquí de creer en sentido bíblico. No se trata de la aceptación de verdades sino de la aceptación de su persona. Sería: A los que confían en lo que significa Jesús, les da poder para ser hijos de Dios. Tenemos aquí la buena noticia. El que cree es engendrado como hijo de Dios. En Juan, se advierte una diferencia clara en el concepto de hijo cuando se dice de Jesús y cuando se dice de otros. Para designar a Jesús dice uios y tekna para designar a otros, se emplea aquí y en Jn 11,52. Es muy importante aclarar, en lo posible, este concepto. En AT se usa la expresión “hijo de Dios” para referirse a los ángeles, al rey y al pueblo. Estos conceptos no sirven ni para aplicarlos a Jesús ni a los demás hombres. Nos dan una pista para poder comprender lo que quiere decir Juan. En el AT, el término hijo, se empleaba con sentido mesiánico. Se decía del enviado a cumplir una tarea de salvación en nombre de Dios. Esta idea, unida a la de la Sabiduría, pudo dar origen al concepto de “Hijo”, ser preexistente vuelto al Padre. Para los semitas "ser hijo" es, sobre todo, reproducir lo que es el padre, imitar, salir al padre, obedecer. En Jn 5,19 se dice: “Un hijo no puede hacer nada que no vea hacer al padre”. Se descubre que Jesús es Hijo porque actúa como Dios, no porque conozcamos su naturaleza. De ahí que todo el que se adhiere a Jesús y actúa como él, se hace hijo. En contra de lo que se ha intentado tantas veces, no podemos llegar por razonamiento al conocimiento de Jesús como hijo de Dios. Jesús no es hijo de Dios como yo soy hijo de mi padre. Lo importante no es nacer de la carne y de la sangre, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne. Meta de todo lo anterior. Se trata de una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. No se identifica Palabra y Jesús. Se deja un margen para el misterio. Para la antropología semita hombre-carne, hombre-cuerpo, hombre-alma, hombre-espíritu, son aspectos de una solo realidad, el hombre. Se hizo hombre-carne; limitado pero susceptible de Espíritu. Se hizo carne, sin dejar de ser Logos, sin dejar de estar volcado sobre Dios. “Y habitó entre nosotros". “eskenosen" significa plantar una tienda para vivir en ella. Hace referencia a la presencia de Dios entre pueblo (tienda del encuentro). También de la Sabiduría se dice: “Habita en Jacob, pon tu tienda en Israel”. Siendo uno de nosotros, levantando su tienda en nuestro propio campamento, hizo presente y visible a Dios. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes desean mantener de manera inalterable lo más clásico y tradicional de la misma. Porque la verdadera Navidad nos invita cada día a volver a nacer, a renovarnos, a cambiar, a transformar, a reconstruir…
No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes fomentan el odio contra los demás, contra el diferente y quien disiente. Porque la verdadera Navidad nos urge a buscar la armonía, el cuidado, la protección, la hospitalidad. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes nunca dudan y se creen en la posesión de la verdad. Porque la verdadera Navidad nace de la fragilidad existencial, de las dudas y la incertidumbre, para poder seguir caminando. Todo eso nos hace más humildes y sencillos. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes discriminan, marginan, alzan muros, ponen vallas, cierran fronteras… Porque la verdadera Navidad abre las puertas y las ventanas a la acogida, al entendimiento, a la integración, para crecer humanamente con el otro. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes con su forma de obrar mantienen las diferencias de género, de clases sociales, de riqueza y de poder. Porque la verdadera Navidad invita a la sencillez de vida, nos compromete con las personas más vulnerables, buscando la igualdad y eliminando las diferencias económicas y sociales, para crear otro mundo más fraterno, sin ningún tipo de opresión. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes piden mano dura contra los inmigrantes, contra los jóvenes que piden otro presente y futuro, contra las mujeres feministas que siguen luchando por la igualdad. Porque la verdadera Navidad es la de un Niño que tuvo que emigrar con su familia para poder sobrevivir, que se enfrentó a la tradición y a sus allegados para poder transformar la realidad, que se dejó acompañar e interpelar por las mujeres, que le ayudaron a buscar sin descanso la liberación, la igualdad, la compasión y la justicia. No nos dejemos arrebatar la Navidad por quienes creen y predican un Cristo inalcanzable, perfecto, inflexible, excluyente. Porque la verdadera Navidad nos habla de un Jesús muy humano, débil, pobre entre los pobres, sencillo, acogedor, fraterno, revolucionario. Que perdona, reconcilia y nos llama a toda la humanidad a la más profunda felicidad, formando parte indisoluble de toda la creación. Porque nunca dejó de ser el niño, el hijo abierto al Misterio más íntimo y apasionado de la Vida, que daba plenitud a su existencia y le enseñó a amar y solidarizarse, mediante las enseñanzas y el ejemplo que le dieron su madre y su padre, comprometidos también en la liberación de su pueblo y la construcción de un mundo mejor. El texto de Lucas que acabamos de leer, aunque es solo un relato, está en línea con lo que venimos diciendo estos días: total inserción de Jesús en este mundo y en las tradiciones judías. Al decirnos que María rumiaba todo esto, está haciéndonos ver la importancia de lo que estaba pasando dentro de ella y de los demás protagonistas. Importante el nombre: Jesús=Dios salva, lo dice todo. Desvelado el misterio.
El tema de María Madre merecería más aclaración de la que permite este pequeño comentario. ¡Claro que la maternidad de María es un dogma! Pero no se discutió en el concilio como un tema mariológico, sino cristológico. Fue definido en Éfeso en el 431. Inmediatamente fue mal entendido (hay que tener en cuenta que, en aquella ciudad, se veneraba a la "Magna Mater", diosa virgen Artemisa o Diana) y tuvo que ser aclarado veinte años después por el concilio de Calcedonia (451) matizando lo formulado en Éfeso, concretando que María era madre de Dios "en cuanto a su humanidad". Debemos tener en cuenta el contexto en que fue formulado este dogma. Se definió como un intento de confirmar, contra la herejía nestoriana que afirmaba dos personas en Jesús, que el fruto del parto de María fue una única persona. No olvidemos que el concilio de Éfeso lo promovió Nestóreo para condenar como hereje a Cirilo, que proclamaba una sola persona en Cristo; y por lo tanto que María era, con pleno sentido, madre de Dios. A Nestóreo le salió el tiro por la culata, pero faltó el canto de un duro para que se condenara como herejía lo que se definió como dogma. En efecto, en una primera sesión, sin la asistencia de Nestóreo, que no quería que se celebrara antes de que llegara su amigo el patriarca de Antioquía, se definió el dogma condenando a Nestóreo. Cuando a los pocos días llegó su amigo Juan de Antioquia, se celebró una sesión paralela y definieron lo contrario, condenando como hereje a Cirilo. Visto lo cual, el Emperador Teodosio depone a los dos, (Cirilo y Nestóreo) y los encarcela. Unos días más tarde, cuando llegan los delegados del Papa, convencen al emperador para que acepte lo definido en la primera sesión y libere a Cirilo. A Nestóreo le obligó a retirarse a un monasterio. Teodosio decidió qué era dogma y qué era herejía. Este dogma es el mejor ejemplo de cómo conservando las palabras, tergiversamos el sentido. Cuando se definió el dogma, se tenía una idea completamente distinta de la maternidad. Se creía entonces que la madre era solo el recipiente donde el varón depositaba la semilla del nuevo ser, en el que la madre no tenía mas misión que la de acogerle y alimentarle. De hecho la traducción correcta del termino griego "theotokos", sería "la que pare a Dios". Solo desde esa concepción de la maternidad, se pudieron desarrollar las mitologías sobre seres humanos que se consideraron hijos de Dios. Lo que estamos celebrando es que María hace presente a Dios alumbrando a Jesús. S. Agustín dice que María fue madre de Dios, no por su relación biológica, sino por haber aceptado el proyecto de Dios. El evangelio deja claro lo que es importante en María. Cuando le dicen a Jesús, que su Madre y sus hermanos están fuera, contesta: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Seguimos empeñados en tergiversar el evangelio. Año Nuevo.- Estamos en el tiempo para darme cuenta de mi verdadero ser y descubrir que estoy ya en la eternidad, que mi verdadero ser no está en el chronos sino en el kairos. Seré cada año más joven si soy cada día más libre. Mi verdadero ser lo constituye lo que de divino hay en mí, y eso es eterno. No tengo que esperar nada. Soy ya la plenitud y estoy en la eternidad. Mi singularidad e individualidad es apariencia. No debemos empeñarnos en meter a Dios en el tiempo, sino en salir nosotros de él. Soy la ola que aún no se ha dado cuenta de que es océano. El océano aún no se ha reflejado en mí. Tengo que darme cuenta de que soy océano y entonces el océano me dirá que él es ola. Cuando Jesús dice “Yo y el padre somos uno", no lo dice desde el falso yo, sino desde su verdadero ser. Es lo que hay en mí de Dios quien dice: Yo y Dios somos uno. El tiempo en el que se desarrolla nuestra existencia tiene mucha importancia, pero solo como medio para conseguir esa toma de conciencia que me hará trascender. Nuestra reflexión de hoy tiene que estar encaminada a descubrir qué estoy haciendo yo con mi tiempo. Puedo estar malgastando o perdiendo lo que se me ha dado para que lo aproveche. Van pasando mis años y con ellos las oportunidades de dar verdadero sentido a mi vida. Esta tiene que ser mi preocupación cuando estamos pasando de un año a otro. Día de la paz.- Creo que merece la pena hacer una denuncia de las circunstancias en las que nos encontramos y tratar de poner un poco de luz en la maraña de informaciones e intereses que nos envuelven. En nombre de la libertad, no se puede defender todo. En nombre de la libertad religiosa no se puede propugnar ideas que vayan contra los más elementales derechos de las personas ni siquiera de una sola persona. En nombre de la libertad política no se pueden defender ideas que no respeten los derechos fundamentales de los demás. Tengo la obligación de defender mis derechos; pero mis derechos terminan donde empiezan los derechos del otro, que se convierte en obligaciones para mí. Debemos desenmascarar el fariseísmo de nuestro mundo occidental, que se atreve a celebrar un día mundial de la paz, mientras está sosteniendo, por acción o por omisión, situaciones de injusticia que claman al cielo. Nos hemos arrogado el derecho de decidir quién es el bueno y quién es el malo. Nos hemos colocado en estadios éticos anteriores a la ley del talión. En ella se decía que si te rompen un diente, tienes derecho a romperle un diente al agresor, no toda la dentadura. Hoy estamos oyendo, todos los días, que hay que romperle todos los dientes al otro, porque si no, el día de mañana me puede morder. No es deseable la paz a cualquier precio. A nadie le interesa la paz de los cementerios. Tampoco debía interesarnos la paz sobre la que se fundaron todos los imperios, desde el egipcio hasta el que padecemos hoy. La paz que se basa en la fuerza no es verdadera paz. No se trata solo de la fuerza física; también la fuerza de una legalidad que hemos construido los poderosos basados en la ley del embudo. La norma debe ser la verdadera justicia. Hemos pasado milenios predicando la guerra justa. No he encontrado esa idea en ninguna parte del evangelio. Toda violencia es inhumana. La paz no se puede conseguir directamente. Es un fruto y, como tal, si quiero recogerlo, tengo que plantar primero el árbol y cuidarlo. El mínimo indispensable para que surja la paz es la justicia. La paz, para el que tiene el poder, es que nadie se mueva. Para el que está sometido a la injusticia será algo muy distinto. Si nos interesa la paz, debemos luchar cada día por abandonar toda opresión (el pecado del mundo) y entrar en la dinámica del amor. Si de verdad queremos la paz, tendríamos que dar voz a los que sufren la violencia injustificada. Ellos nos indicarían como alcanzar la verdadera justicia. Meditación María no entiende nada de lo que está pasando, pero hace un esfuerzo de penetración del misterio. Tanto las cosas como los acontecimientos tienen varias lecturas. Podemos quedarnos en una comprensión superficial, o podemos profundizar en el mensaje que toda realidad aporta, más allá de sí misma. |
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