Cuando Lutero en 1517 colgó en la puerta de la catedral de Wittenberg sus 95 tesis sobre las indulgencias, anidaba en su interior un profundo desasosiego: cómo alcanzar un Dios misericordioso. De ahí que las indulgencias no eran otra cosa que una pretensión maniquea de obtener la salvación por propios méritos y con las indulgencias, para él, se venía abajo la posibilidad de alcanzar un Dios misericordioso y todo el edificio de la justificación, pues se hacía inútil la salvación de Cristo a través de su muerte en la cruz.
No sé si Lutero hubiera hecho lo mismo, aunque esta vez en facebook, al presenciar los ritos de apertura de alguna de las puertas de catedrales e iglesias destinadas a conmemorar el año de la misericordia por los “misioneros de la misericordia”, nombrados ad hoc. En la mencionada apertura no faltaron las alusiones a “ganar” las indulgencias correspondientes ni tampoco las estampas alusivas y el cepillo de las limosnas, aunque en algún sitio esta palabra era sustituida por “ofrendas” No creo que el carácter provocador del papa al proclamar el año de la misericordia terminase aquí y de este modo. Pero la tendencia a simplificar las cosas acaba en la ritualización de algo tan profundamente necesario en la sociedad civil y en la comunidad eclesial como la misericordia. Se nos propone, en definitiva, un año para ver, juzgar y actuar desde la misericordia. Por los frutos los conoceréis, dice la máxima evangélica. Se podrían plantear algunas preguntas al respecto, pero la más inmediata por su visibilidad es si en nuestra sociedad española se han evidenciado y multiplicado los gestos de misericordia. Diferenciaría tres niveles: el social, el político y el eclesiástico (del individual, cada uno es responsable de su empatía con la misericordia):
Respecto a los refugiados nuestro gobierno mira para otro lado, como si no hubiera problema alguno y se olvida de su compromiso europeo de acoger a casi 18.000 refugiados procedentes de Siria y de la zona afectada por la guerra. El dato escalofriante y vergonzoso es que España ha admitido apenas 1.000 refugiados. Parejo a los refugiados están los emigrantes que asaltan la valla de concertinas en Ceuta y Melilla o acceden a España mediante pateras. Amnistía Internacional reprocha a España no tanto la normativa sobre vallas de concertinas cuanto el que no se implemente la Ley de Asilo que “condena a la indigencia” a los más de 12.500 emigrantes subsaharianos entre enero y octubre de 2016, así como el sistema “inadecuado” de los centros de acogidas. Es llamativo que la sociedad española sea de las menos xenófobas de Europa y en cambio su Gobierno haga todos los méritos para lo contrario.
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