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¿Ambientalismo tardío de la Iglesia Católica? por: Ollantay Itzamná

7/1/2015

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El pasado 24 de mayo, del año en curso, la autoridad máxima (Papa) de la Iglesia Católica, Francisco I, entregó su primera Encíclica titulada Laudato si’ (Alabado seas), sobre el cuidado de la Creación, inspirado en la espiritualidad de San Francisco de Asís (siglo XII). Esta publicación, con sus 246 números, distribuidos en seis capítulos, es el primer documento magisterial del Vaticano sobre la crítica situación y el cuidado de nuestra Madre Tierra.



El Papa Francisco, amparándose en las conclusiones de los diferentes informes científicos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), en las enseñanzas locales y regionales de obispos católicos, en los aportes ecoteológicos de Francisco de Asís, Theilhard de Chardin, Leonardo Boff (sin citar a estos dos últimos ecoprofetas), y las pocas referencias bíblicas sobre el tema, enseña lo siguiente:

La Creación (la naturaleza) se encuentra en una crisis ecológica sin precedentes producto del egoísmo y el consumismo humano. Esta situación se vuelve aún más peligrosa ante la irresponsabilidad ambiental de los actores económicos del mundo y de la ineficiencia de las cumbres y acuerdos intergubernamentales sobre la crisis ecológica.

Frente a esta situación Francisco I convoca a católicos y hombres de buena voluntad a cultivar y cultivarse en la ética de la sobriedad/austeridad, y en la espiritualidad ecológica del cuidado. Y a los agentes económicos y políticos del mundo les llama a anteponer el bienestar de la humanidad sobre el interés económico inmediatista.

El monoteísmo y el antropocentrismo son las principales causas de la crisis ecológica

Para católicos/as informadas, nada de lo que dice esta Encíclica es novedad. Como tampoco es novedad la siempre tardía reacción del Vaticano frente a problemas sistémicos de la humanidad.

Casi ningún humano en proceso de despertar, en el crítico siglo XXI, duda que la destrucción del equilibrio de la biósfera (clima, suelos, agua, bosques, biodiversidad, mares, etc.) es producto del mal desarrollo promovido por la irracional ecuación de producción-consumo-confort.., hasta el infinito en un planeta finito.

Nuestra Madre Tierra fecundó progresivamente, en sus millones de años de esfuerzo e historia, las condiciones adecuadas para posibilitar la vida en sus diferentes formas, y estas condiciones equilibradas fue y es violentamente desmantelado por las incorrectas concepciones teológicas y filosóficas que se impuso en el transcurso de la humanidad como verdades absolutas para configurar conductas y creencias.

Hasta hace 3 o 4 mil años atrás (antes del surgimiento de la primera religión monoteísta, la judía) existía mayor equilibrio o convivencia entre pueblos “politeístas”. Pues, ningún pueblo tenía la falsa conciencia de destruir o convertir al otro para imponerle su verdad como la verdad absoluta y universal. Esta situación cambió cuando el monoteísmo (un solo Dios en el cielo, un solo Rey en la tierra) se impuso aniquilando la diversidad de creencias y espiritualidades.

Así nació la falsa conciencia humana de ser el “único pueblo elegido” por el único Dios verdadero, con la misión de convertir/dominar a los otros, incluyendo al resto de la Creación.

Simultáneamente se criminalizó y se persiguió a los pueblos que concebían a la Tierra y los demás elementos cósmicos como sagrados y divinos. Es decir, el monoteísmo, no sólo expulsó lo divino hacia el lejano cielo, sino que desacralizó a la Madre Tierra para explotarla como una despensa inerte. Desde entonces, el cielo y los templos se convirtieron en los únicos sitios sagrados. El resto de la creación o la comunidad cósmica fue asumida como un espacio profano, pecaminoso, pasible a ser castigado/explotado. Por eso, incluso la Biblia dice: “maldita la tierra…” y “bendito el cielo y el alma humano…”.

Así se fue afianzando, bajo el primado del monoteísmo (gobierno de un único Dios macho) la falsa y suicida conciencia humana de “ser los predilectos”, “única imagen y semejanza del único Dios verdadero”, por encima del resto de la comunidad cósmica. Los judíos se asumieron como la “única imagen y semejanza de Dios”, por tanto reyes/señores sobre el resto de la Creación. Los griegos (con Protágoras) creyeron que “el ser humano es la medida de todo cuanto existe”.

De allí, con Descastes, Kant, Comte, etc., llegará el pensamiento moderno centrado única y exclusivamente en el ser humano noreuropeo como el único sujeto con derechos. Y, entonces, emergió en la humanidad el perverso antropocentrismo moderno que funde sus raíces en el monoteísmo que privilegia el dominio/destrucción del UNO sobre el resto. Desde entonces, ya no era de modernos hablar o defender los derechos de nuestra Madre Tierra o de nuestra Madre Agua. Esta es la raíz de la falsa conciencia del hombre moderno o posmoderno que montado en su tecnología destruye/devora desenfrenadamente a nuestra Madre Tierra buscando saciar no sé que deseos.

El consumismo suicida no es la causa, sino la consecuencia de aquella falsa conciencia del moderno hombre civilizado monoteísta y androncetrista que se asume como el único ser con dignidad y derechos para explotar todo lo a su paso encuentra.

Intelectuales como Lynn White y Carl Amery, desde la segunda mitad del siglo pasado, vienen denunciando que el cristianismo es uno de los principales responsables de la crisis ecológica planetaria. No sólo por promover la desacralización de la Tierra, sino también por promover el antropocentrismo y conductas antiecológicas. Aún, en la actualidad, en las iglesias se sigue privilegiando el texto bíblico creacionista de: “Multiplíquense y sometan a la tierra…” (Ex.1), o el Salmo 8 que dice: “Gracias Dios de los cielos porque todo lo pusiste bajo mis pies, apenas inferior a los ángeles me hiciste”.

Francisco I, en su esfuerzo de aggiornamento, intenta mantener en vigencia el monoteísmo cristiano, para ello confunde la consecuencia con la causa del problema existencia de nuestra Madre Tierra.

Las y los consumistas delirantes, pueden dejar de consumir frenéticamente por un tiempo para que se revitalice la Tierra, luego volver al banquete suicida con más fuerza. Católicos y evangélicos pueden tratarla como hermana a la Tierra, al agua, etc., pero siempre caerán en las de Caín (asesinar al hermano Abel por el deseo de lo profano). El problema entonces no es el deseo desenfrenado del consumismo, ni la solución es denominar al resto de la Creación como “hermanos/as”.

Necesitamos reconciliarnos con el sistema Tierra, en lo más profundo de nuestra conciencia identitaria, y tratarla, venerarla como nuestra sagrada Madre (nuestro origen, presente y destino). Necesitamos resacralizar a la comunidad cósmica. Reconocer la dignidad y autonomía de cada uno de las y los seres que cohabitan en Ella, incluido el humano. Reconocer a la Tierra y a todos los seres que cohabitan en Ella como sujetos con derechos sagrados.

Esta redignificación y resacralización de la Madre Tierra implica abandonar el monoteísmo y el antropocentrismo perversos con el macro y micro ecosistema Tierra. Sólo así emprenderemos el genuino y urgente camino de las espiritualidades y místicas ecológicas para sanarnos en y con la Madre Tierra. De lo contrario, el ambientalismo de la jerarquía católica será únicamente eso, un ambientalismo tardío que deja más sospechas (por sus motivaciones) que esperanzas.

Una vez más, la doctrina monoteísta no permite avanzar hacia un honesto paradigma ecológico de la complejidad para construir nuevos principios universales para reencantarnos y convivir en y con nuestra Madre Tierra. El Dios macho y único siempre fecundará soldados de la fe que a toda costa buscan convertir/dominar a las y los otros diferentes, incluida la Madre Tierra. Y así, es iluso hablar de ecoespiritualidad.

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