Un día, se lee en el Talmud, los habitantes de un pueblo decidieron coger el yetzer-ha-ra, es decir, la inclinación al mal que anida en el corazón del hombre y meterlo en la cárcel. De hoy en adelante, se dijeron, nuestro pueblo será un paraíso. Nadie hará nada malo.
Al día siguiente nadie abrió su negocio, nadie compró nada, nadie vendió nada, no se celebraron bodas, no se concibieron niños, no hubo ni insultos ni peleas… Un día en el Paraíso. Pero como no se puede vivir sin ejercer las actividades humanas que todas contienen elementos de egoísmo, de mala gana, soltaron el yetzer-ha-ra y siguieron viviendo en un mundo en el que la inclinación al egoísmo es inevitable y permanente. En la Biblia Hebrea no hay dualidad en la esencia humana, sólo existe la posibilidad de elegir entre la obediencia y la desobediencia. Sencillamente somos responsables de nuestras elecciones. Dios plantó dos impulsos en el hombre, el yetzer-ha-tov, impulso al bien, al altruismo y el yetzer-ha-ra, impulso al mal, al egoísmo. Nadie puede decir la frase tópica “the devil made me do it”, el demonio me hizo hacerlo. Manera clásica de evadir la responsabilidad de nuestras decisiones y de culpar al otro, al demonio. En la Biblia Hebrea no existe el demonio, existe, desde el principio de la creación, la libertad de elegir. Con el paso del tiempo el yetzer-ha-ra se convirtió en Satán. El satán, nombre común, que aparece en el libro de Job no es un ángel luminoso y caído del cielo, un terrorista que declara la guerra a Dios. Es un simple fiscal que acusa a los hombres ante Dios de sus malas decisiones. Dios todopoderoso no tiene ningún rival, ni tiene sentido que alguien le rete. “Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; fuera de mí ningún dios existe”. Isaías 45,5 Satanás, nombre propio en el Nuevo Testamento, es el príncipe reluciente que Milton recrea en su “Paraíso Perdido” y que todos conocemos como el Príncipe Azul de los Malos. Satán, el más guapo y el más sexy de todos los ángeles, proclama un manifiesto en el que declara la guerra al mismo Dios y exige la democracia en el Cielo. El Cielo es una monarquía imperialista, queremos los mismos derechos para todos, nada de jerarquías celestiales. Satán, derrotado y arrojado al infierno, ahora hace la guerra no al Creador sino a sus criaturas, los hombres. ¿Es Satán la fuente del mal y de todos los males? Satán, cuento maravilloso con el hemos sido asustados desde nuestra más tierna infancia. Las Calderas de Pedro Botero eran el destino de los niños malos. Hay que ser muy viejo para recordar semejantes historias. La posmodernidad ha eliminado los cuentos de ayer. Aunque quieran levantar una estatua a Satán en el corazón de Oklahoma, resucitar el Satán del Paraíso Perdido, desempolvar el ritual del exorcismo y multiplicar los exorcistas, hoy, nadie lo echa en falta, a pesar de las múltiples menciones del Francisco. Los hombres libres han creado un Paraíso mejor a las puertas del Edén. Satán como la personificación del mal es una redundancia, “no es más que la ausencia de bien”, San Agustín dixit. “Lo que hace el mensaje cristiano peligroso, según Celso, no es que crean en un Dios sino que se desvían del monoteísmo por su creencia blasfema en el demonio e inventan un ser que se opone a Dios”. La Iglesia Anglicana ha eliminado del ritual del bautismo el velado exorcismo como redundante y como esotérico e incomprensible para los hombres de hoy. Desgraciadamente es más fácil resucitar a el satán o a Satán que despertar las conciencias y asumir responsablemente las consecuencias de nuestras decisiones.
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