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Alí Babá y los cuarenta mercados por: José I. González Faus, teólogo

1/20/2011

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Uno sabe que es bastante lego e ignorante en estos asuntos. Precisamente por eso le cuesta más de entender cómo, hasta el día en que escribo esto, la ministra de Hacienda y el presidente del gobierno afirman con tanta seguridad e ingenuidad que España no corre peligro tras el batacazo irlandés: “España no es Irlanda y nuestra economía está bien asentada”.

Concedo, que dirían los escolásticos. Pero quien argumenta así no parece darse cuenta de que no estamos luchando contra fenómenos naturales, como las sacudidas de la placas tectónicas, ante las cuales basta con tener edificios levantados contra terremotos. Estamos luchando contra ataques más o menos planificados de misiles y otras “armas de destrucción económica” ante las cuales poco importa si nuestros edificios están bien asentados.

Quizá no se den cuenta de eso porque creen en el significado de las palabras y no saben que la economía y la política viven de un doble lenguaje que urge desenmascarar. Oímos decir, por ejemplo, que “los mercados están agitados”, como si se tratara de meras fuerzas naturales como las que mueven el mar. Esto se dice cuando actúan los mercados. En cambio, cuando actúan los políticos se dice que ”los mercados son muy sensibles”: ahora como si se tratara de personas de finura extrema que pueden llevarse un gran disgusto o contraer una enfermedad grave si los poderes públicos intentan hacer algo de eso para lo cual existen: justicia para los más maltratados.

Total: que no sabemos si los mercados son fuerzas naturales o seres personales. Ni falta que nos hace: porque, en realidad no hay mercados agitados sino especuladores que agitan. Ni son sensibles los mercados sino manipulables, como fichas de ajedrez, por fuerzas escondidas que saben bien lo que quieren conseguir. Hasta ahora los economistas estudiaban muchas matemáticas. Quizá valdría más que comiencen a estudiar lingüística y semiótica.

Porque al menos, en este caso, no oiríamos decir a la ministra (a quien por otro lado quiero agradecer la serenidad, la educación y la razonabilidad con que habla y que tantos políticos de la oposición podrían aprender…), no la oiríamos decir que “estamos haciendo los deberes”. Encantadora ingenuidad la de esa expresión que evoca un colegio infantil, unos niñitos deseosos de aprender y unos educadores bondadosos.

¿Qué tal si dijéramos que la economía española no corre peligro “porque estamos mandando a la miseria a millones de españoles”? Ya sé que así tampoco saldríamos de la crisis económica, pero al menos sabríamos a qué atenernos y de qué ralea son ésos que nos imponen “los deberes”: cada vez que los políticos agreden a los más necesitados, respiran los mercados.

Y una vez que los conocemos será fácil comprender a qué aspiran con sus manipulaciones financieras y sus especulaciones secretas. A la larga, se trata de acabar con las clases medias: y ¿no puede ser éste un factor explicativo de la crisis del PSOE que representaba en realidad a la izquierda de las clases medias, más que al proletariado?. En cualquier caso, se trata de acabar con las clases medias y volver a la economía “de siempre”: a la economía del imperio romano y del feudalismo que tienen más de mil años de existencia en comparación con el sarampión socialdemócrata de la Modernidad. ¡Entonces no había tantos parados como ahora! Es cierto que había esclavos, pero ¿no es mejor eso? Los esclavos al menos comen, y no tienen que ir de Caritas en Caritas a ver qué recogen.

De este modo conseguirán los mercados su meta final: acabar sutilmente con nuestra democracia o, al menos, reducirla a la posibilidad de elegir sólo entre gobiernos de derecha y de extrema derecha, como pasa ya en Estados Unidos. Y negar vigencia política a todas las veleidades igualitarias y de justicia social que amenazan a la libertad individual. Porque vale: “todos los hombres son libres” pero… “unos más que otros”, como decía aquella famosa novela.

En este sentido, no me cabe demasiada duda de que, cuando el PP gane las próximas elecciones nuestra situación económica mejorará. Pero no porque la gestione de una manera mejor (pues tantos años en la oposición ya han servido para demostrar que no tiene ni una receta concreta que proponer, como no sea el cambio del inquilino de La Moncloa). Ni tampoco porque estén comenzando a fructificar algunas medidas del pasado sino porque, cuando cambie ese inquilino de La Moncloa, “los poderes fácticos” de la política (que ya no son la Iglesia y el ejército como tras la muerte de Franco, sino los mercados y los Bancos) ayudarán al nuevo gobierno y se moderarán un poco para que dé buena imagen y pueda pasar como salvador.

Aunque eso (ya lo saben ellos) será por poco tiempo. “Recortar gastos y no dilapidar” es una receta que suena muy bien y muy razonable. Pero si entendemos correctamente lo que significa dilapidar, parece que debería referirse a recortar gastos militares, por ejemplo, o gastos faraónicos como los del alcalde de Madrid. Y he aquí que no: se trata más bien de recortar gastos sociales. Ésos sí que son unos dispendios suntuosos que sólo benefician a unos muertos de hambre. Y encima, extranjeros muchos de ellos.

En resumen: esos inocentemente llamados “mercados” lo tienen todo tan “atado y bien atado”, que hemos asistido a la imposibilidad de luchar contra ellos: huelgas, manifestaciones y algaradas en Grecia, Francia, Inglaterra, Irlanda o España resultan sacudidas tan pequeñas que no les hacen ni tambalearse: porque las reglas del juego las marcan ellos y no los políticos.

Pero, más allá de las especulaciones de la Banca norteamericana, lo que está pagando hoy Europa son también los pecados originales cometidos en el proceso de su construcción: pacto de estabilidad, reglas de la OMC, primacía del Banco Central Europeo, adopción de criterios del FMI, el timo de la llamada Constitución europea que, cuando se vio en peligro, fue retirada de las manos (o del voto) de los ciudadanos, para pasar a las manos de los parlamentos; ampliación irracional a los 27 por la obsesión de tener más mercados, cuando Europa no era todavía más que un feto de pocos meses que no podía soportar aquellas dimensiones…

Todo eso corriendo; pero otra medidas como “reestructura de la deuda pública, obligación de que cada banco posea una parte de la misma, control cambiario, gravar las rentas financieras por lo menos al mismo nivel que las rentas del trabajo, la imposición del capital y del patrimonio, la subordinación de los flujos comerciales a normas sociales y ecológicas, tasas globales” … y hasta nacionalización al menos temporal de la Banca, de todo eso ni hablar. Y de aquellos polvos se traga ahora Europa estos lodos. Dije en otra ocasión que, durante el siglo pasado, asistimos a un nuevo “rapto de Europa”, pero esta vez no por mano de Júpiter, como en el mito antiguo, sino por obra de los mercados mucho más temibles que aquel dios tonante. Creo que los grandes padres del sueño de Europa (Adenauer, Schumann y de Gasperi), maldecirían hoy lo que hemos hecho con su ideal .

Antaño se discutía si el capitalismo era intrínsecamente injusto (Helder Camara) o si, sin llegar a tanto, se encontraba “muy dañado y necesitado de una reforma seria” (Doctrina Social de la Iglesia), o si, más allá de esas dos opiniones, lo cierto es que el capitalismo es una “ocasión próxima de pecado”; y la moral enseña la obligación de evitar ese tipo de ocasiones. Y antaño se trataba de un capitalismo industrial de producción (el empresario podía cometer injusticia contra el trabajador no pagándole un salario justo para ahorrarse costes de producción etc.).

Hoy, en cambio, ya no se discute nada de aquello; y sin embargo ya no estamos en un capitalismo de producción sino pura y simplemente de especulación: un sistema en el que los inversores pueden mandar a la miseria a miles de ciudadanos, no para producir ningún tipo de riqueza sino para que su dinero les produzca más dinero. Y además de una manera anónima: porque nunca verán la cara ni conocerán la historia de sus víctimas; y la injusticia no la cometerán ellos inmediatamente, sino a través de sus esbirros que resultan ser los políticos.

No nos vamos a rendir a pesar de todo, porque nada da más sentido a la vida que el luchar contra lo que el Apocalipsis llama “la Bestia”. Y, escribiendo en una revista cristiana, hay que concluir con dos observaciones.

Primero una cita del nuevo testamento, muy repetida fuera de él en otros escritos del cristianismo primitivo: “la raíz de todos los males es la pasión por el dinero” (1 Tim 6,10). De todos. El nuevo testamento no es pansexualista sino -si se me permite la expresión- pandinerista. Bien es verdad que para eso ya tenemos respuesta, muy piadosa también: “no sólo de pan vive el hombre”; también vive de Messi, de Cristiano Ronaldo y su novia, o de Jorge Lorenzo, del 5 a 0 de anoche y demás dioses del Olimpo moderno.

Y en segundo lugar: leí antaño una novela de Bruce Marshall (no recuerdo su título, pero puede ser útil consignar que el autor es católico), la cual comenzaba con esta secuencia: una serie de atrocidades en una ciudad española: quemas de iglesias, atentados, secuestros…Y al día siguiente una nota del episcopado alertando de que… “no se puede entrar en la iglesia con manga corta, faldas por encima de la rodilla” y demás. La ironía de entonces vale desgraciadamente para hoy.

Una iglesia que presume de tanto magisterio moral ¿no sabe decirnos nada sobre la inmoralidad de la usura, tan afincada en su tradición moral? Es cierto que el sentido del préstamo a interés cambió cuando la economía no era de trueque sino de dinero, y éste podía ser una ocasión de producir riqueza que el prestamista perdía y por la que podía ser moderadamente compensado. Pero hoy ha vuelto a cambiar de sentido y el dinero ya no es visto como ocasión sino como causa de riqueza, como si fuera fecundo por sí mismo, abriendo así la puerta a intereses desorbitados que ya no son una compensación moderada sino una auténtica usura. Y el magisterio eclesiástico que tanto sabe de preservativos y demás ¡sin enterarse!. Como si los Padres de la Iglesia no hubiesen repetido sin eufemismos que “todo aquel que es muy rico es un ladrón o hijo de ladrón” (San Juan Crisóstomo).

“Ay Ignacio Ellacuría – digno de una emperatriz”: acuérdate de repetirnos aquello que tanto decías: que este mundo no tiene solución más que en una “civilización de la pobreza”. Entendiendo por pobreza no la necesidad auténtica sino la sobriedad compartida.

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