Parece claro que los humanos tenemos más miedo a la luz que a la oscuridad. Como si no fuéramos capaces de "soportar" demasiada claridad, nos refugiamos en pequeños escondites, en los que creemos encontrar refugio, aunque sea a costa de reducirnos y, finalmente, de negarnos a nosotros mismos.
Por seguridad, comodidad y, en último término, ignorancia, preferimos alejarnos del vértigo que nos produce la luz, en un impulso primitivo que nos lleva a querer tener todo bajo control. Este modo (habitual) de funcionar explica lo que los cristianos hicimos con Jesús. En lugar de reconocernos en él, lo convertimos en un objeto de culto, lo pusimos lejos –en la cruz, en las estatuas, en los sagrarios...-, para asegurarnos su protección pero, al mismo tiempo, para protegernos de lo que su existencia implica. Como dice Javier Melloni, "Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos". Caer en la cuenta de nuestro miedo a la luz quizás sea una buena manera de acercarnos a comprender el significado de la fiesta del "Corpus Christi". Una cosa es adorar a Jesús Eucaristía, sacarlo en custodias por la calle, organizar lujosas procesiones... y otra bien diferente acoger la sabiduría que en él se manifiesta acerca de quienes somos. En el primer caso, corremos el riesgo de que sea nuestro ego el que busca fortalecerse, también religiosamente, para sentirse "digno" de salvación. En el segundo, por el contrario, venimos a descubrir –así lo vivió el maestro de Nazaret- que no es al ego al que hay que salvar, sino que es precisamente de él de quien nos tenemos que liberar. Nos engañamos cuando queremos crearnos un "yo religioso": así es como nos "escondemos" de la luz. De lo que se trata es de acercarnos a la Luz que es, para reconocernos en ella, tomar consciencia de nuestra identidad ilimitada y compartida, en el mismo "Yo Soy" con el que Jesús se expresaba. Bajo esta perspectiva, el "Corpus Christi" es también la fiesta de la Unidad. Al decir sobre el pan "esto soy yo", Jesús nos invita a reconocernos en todo lo que es. El pan y el vino –alimentos cotidianos en la Palestina del siglo I, que reúnen en torno a sí a toda la familia y a todos los amigos- son símbolo de la realidad entera. Y a toda ella alcanzan las palabras de Jesús: "Esto soy yo". La sabiduría de Jesús se convierte en luz que nos hace reconocerlo en todo. O mejor todavía: nos hace reconocer que todo está en todo. Adorar la Eucaristía significa desarrollar una mirada de admiración, asombro y adoración sobre la realidad entera, en la certeza de que toda ella refleja el mismo y único Rostro, que es también el nuestro. La sabiduría de Jesús nos anima a entrar en otro modo de ver, en una consciencia mayor, que nos saca del estrecho modelo mental y nos lleva a percibir la Unidad de todo lo que es. En la seguridad de que esta nueva comprensión habrá de generar un nuevo modo de vivir.
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