La continua defensa del Papa Francisco de reformar el sistema económico global, su insistencia a luchar contra la desigualdad y su denuncia contra el obsceno culto al dinero choca permanentemente con un sector de la iglesia que sigue adherido a lo que ellos llaman el sistema “liberal”. Quizás por ello, convenga profundizar en cómo supuestamente funciona dicho sistema y en cómo está funcionando realmente.
Es realmente curioso bucear en los libros de Adam Smith, “padre” de la economía moderna y releer las razones que le llevaron hace más de 200 años a apostar por un sistema económico liberal. Podríamos resumir sus libros diciendo que Adam Smith optó por “UTILIZAR” la avaricia de los ricos de forma que, haciéndoles competir entre ellos, se pudiera conseguir que todas las personas adultas pudieran ser contratadas por los ricos, ofreciendo así a todo el mundo un empleo que permitiera una vida sencilla, digna y feliz. Quedando únicamente fuera de esta situación de felicidad los ricos que, guiados por su propia avaricia, tiraban su vida por la ventana condenándose a una vida de infelicidad. Para leerlo en sus propias palabras, animo a leer este pequeño extracto llamado “El Verdadero Adam Smith”. No era por tanto su opción por los empresarios ni por los ricos lo que llevó a Adam Smith a defender la economía liberal, sino su opción por los trabajadores y su particular visión de la vida y del mundo. Los textos de Adam Smith están llenos de críticas punzantes y severas contra la avaricia y estupidez de los ricos y de los empresarios y contra toda actitud superficial o consumista. Llama por tanto mucho la atención que los empresarios, las clases privilegiadas y todos los interesados en mantener una cultura consumista defiendan sus posiciones aludiendo las teorías de Adam Smith. Una de dos, o es hipocresía o es ignorancia. Pero aún cabe la pregunta de si realmente la mejor manera de estructurar esta sociedad es UTILIZAR la avaricia, dando rienda suelta a la ambición desmedida de los ricos y hacerlos competir incesantemente entre ellos, tal y como defendía Smith. ¿No es demasiado peligroso? De hecho, el propio Adam Smith advirtió sobre el enorme peligro de que las clases privilegiadas acumularan tanto poder que terminaran legislando a su favor y en contra de la sociedad, llevando el sistema hacia la creación de poderosísimos monopolios y oligopolios. Lo expresaba así: “El miembro del parlamento que apoya las propuestas de los monopolistas adquirirá, popularidad, influencia y la reputación de ser un experto en economía política. Por el contrario, si se opone, ni su honradez, ni sus servicios a la comunidad podrán protegerlo de agresiones, ataques, insultos y peligros derivados de la ira de los monopolistas”. Es decir, que cuando los empresarios, banqueros y clases privilegiadas acumulan demasiado poder económico, se hacen también con el poder político y acaban legislando a su favor. Por lo tanto, el sistema liberal es en sí mismo inestable, ya que el poder acumulado por los ricos deviene en poder político y elimina cualquier posibilidad de auténtico liberalismo. Hoy podemos ver ese poder político de los ricos en su forma de presionar a las instituciones multilaterales, como el BCE o el FMI, para que se rescate con fondos públicos a los bancos en apuros, de forma que estos bancos puedan devolver el dinero que los ricos les habían prestado. Esta presión se ha hecho de manera idéntica en la crisis latinoamericana de los años 80, en la crisis asiática de los 90 y recientemente en la crisis europea. Las instituciones multilaterales, guiadas por la presión de los inversores, cometen así un grave atentado contra la teoría liberal que supuestamente defienden y convierten una pérdida privada de unos pocos inversores en una pérdida pública de toda la sociedad. Pero no quedando contentos con eso, cuando los ricos ya han recuperado todo su dinero, presionan de nuevo a las mismas entidades (FMI, BCE, etc…) para que, siguiendo ahora los principios liberales, no presten más a los gobiernos (que ahora están en apuros por haber rescatado a los bancos). Los ricos exigen ahora a esos gobiernos que antes de recibir más préstamos tienen que pagar lo que deben, que no puede ser que gasten más de lo que ingresan, que deben privatizar sus servicios públicos, recortar las políticas públicas y, por supuesto, reducir los impuestos al capital. De forma que se abren nuevas y enormes oportunidades de inversión para estos mismos ricos en esos países.
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