Imaginaos que nos dejan elegir la edad a la que morir. ¿A qué edad te gustaría a ti?
Pues yo preferiría la calidad sobre la cantidad. Puede haber personas que mueran muy jóvenes y sin embargo haber vivido más que otras con muchos años. Ya recordamos el cuento de Jorge Bucay: el buscador encuentra unas lápidas con inscripciones de difuntos con muy pocos años. Se sorprende de esa mortandad aparentemente infantil. La respuesta que le da el cuidador del cementerio es “que aquí solo anotamos los años, los días, los minutos y segundos en que esa persona ha sido feliz a lo largo de su vida”. Veo ahí una gran lección. Quizás pasamos días y meses y seguimos todo ansiosos por vivir más, aunque eso no equivalga a una vida con mayor sentido, con mayor serenidad, con mayor amistad, con mayor felicidad. Conozco personas que a partir de su enfermedad han vivido mucho más intensamente esos pocos años de enfermedad que todos los restantes anteriores. Propongo un ejercicio muy sencillo pero muy interesante: cogemos un boli y vamos anotando en un cuaderno los momentos y su duración en que hemos sido felices ese día. No me refiero a las veces que nos han salido las cosas bien, sino al tiempo en que hemos estado de acuerdo con nosotros mismos, con nuestras metas, con nuestro proyecto de vida. Los momentos en que hemos amado y nos hemos sentido amados. En definitiva los momentos en que hemos sido felices… Y los vamos sumando… ¿Cuántos años tendrían que ponernos en nuestra esquela?
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