500 años de la reforma. Si fuese posible una conclusión por: Marcelo Barros y José María Vigil11/3/2017 En este quinto centenario de la Reforma, nos propusimos volver la mirada hacia la figura y el mensaje de Lutero, a partir de las perspectivas y los desafíos de nuestro tiempo. En cierto modo, todos los artículos ofrecidos en esta Minga/Mutirão profundizan esa perspectiva, cada uno a partir de un ángulo, trátese de las perspectivas del grupo eclesial de pertenencia, o bien los desafíos que, en América Latina y a partir de los pobres viven hoy nuestras Iglesias. Institucionalmente, en ese momento de la historia, las Iglesias, tanto la católica como las evangélicas, pueden oír el mensaje profético de Lutero como una nueva invitación a la reforma permanente para que las Iglesias se vuelvan a la raíz del evangelio y a la confianza en la gratuidad de la justificación por la fe.
Para ello, es necesario tener el coraje de darse cuenta que, en algunos puntos doctrinales e históricos, haciendo una lectura textual, Lutero debe ser comprendido como un profeta para el contexto histórico en el que vivió, mas no para hoy. Incluso para valorizar su figura y actualizar su mensaje, debemos reconocer que hay puntos en los cuales la Reforma Luterana ya no es actual. Claro que eso se puede decir de todos los profetas bíblicos y de la historia. Pero, precisamente por la radicalidad profética de Lutero, su mensaje o espanta por su actualidad, o desconcierta por su anacronismo. Sin duda, si hoy revisamos la controversia que opuso a Lutero y a Thomas Münzer en su apoyo a las luchas de los campesinos, en América Latina nos ponemos del lado de Münzer y no de Lutero. A la vez, cuando los dos discuten y marcan sus diferencias en el camino del misticismo, nos sentimos más del lado de la sobriedad histórica de Lutero. Tener el valor de ver claros los puntos en los que la Reforma estaría superada ayudaría a las Iglesias luteranas y otras a ir más allá de una cultura teológica y espiritual agustiniana, más basada en la conciencia del pecado, que en la alegría de la salvación, más centrada en la sangre redentora de Jesús que en la bondad fundamental de la creación, etc. Principalmente la doctrina sobre la justicia divina y la predestinación eterna merecerían una profunda revisión a la luz de la revelación de un Dios que es amor y que, como insistía el hermano Roger Shutz, "sólo puede amar". Por lo demás, superar a Lutero sería ir más allá de él. Lamentablemente, al mirar hoy a algunas de nuestras Iglesias, descubrimos que no han incorporado la profecía de Lutero. Hay grupos eclesiales y movimientos católicos y evangélicos que, artificialmente, intentan reproducir la teología medieval. Están atrasados, no sólo 200 años, como antes de fallecer decía el cardenal Carlo Maria Martini. Algunos grupos eclesiales y sus teologías, así como ciertos documentos eclesiásticos de las últimas décadas, continúan sosteniendo una teología sacrificial que viene de los tiempos de las controversias eucarísticas del siglo XI. Para esos cristianos, redescubrir a Lutero y su teología de la gracia ya sería toda una revolución. Incluso pensando en las comunidades eclesiales marcadas por la teología del Concilio Vaticano II y la teología reciente del Consejo Mundial de Iglesias, la actualización del mensaje de Lutero no puede sin más legitimar la institucionalidad actualmente existente, aunque sea abierta. Si, de alguna forma, esa interpelación no les ayuda a relativizar sus estructuras y su propia concepción de confesionalidad, el mensaje de Lutero quedará siempre en el pasado. En la introducción a esta revista ya dijimos que podemos leer a Lutero a partir de la búsqueda de una espiritualidad humana más universal, anclada en la responsabilidad de corresponder a la salvación por la pura gracia divina que nos es comunicada por la fe. En su crítica a cualquier misticismo especulativo, Lutero se pone en diálogo con la antigua teología apofática que evita nombrar a Dios. La divinidad sólo puede ser conocida como "Dios escondido y disminuido en la humanidad de Jesucristo". En este debate es fundamental situar el lugar fundamental de Jesucristo. Lutero insistió en contraponer, a las imágenes imperiales de Cristo que la Edad Media había proyectado, la figura bíblica de Jesús desnudo y despojado en la cruz 2. Lutero reprochaba a la Iglesia Católica de antes de la Reforma el hecho de que su doctrina de la confesión sólo conseguía atormentar las conciencias con el sentimiento de culpa, en lugar de reforzar en las personas su fe y confianza en Cristo 3. Actualmente, en un mundo pluralista, la propuesta cristiana más abierta no consiste en relativizar la figura de Jesús, sino en situarla en el contexto histórico de la fe del Jesús profeta de Israel, y de comprenderla a partir de la actuación universal del Espíritu. Actualmente, la crisis ecológica y las perspectivas de la ciencia humana traen a nuestras Iglesias la conciencia de que necesitamos una nueva Cosmología y una nueva Teología de la Creación que incorpore los nuevos paradigmas de las ciencias. Algunos teólogos como José Comblin, Víctor Codina y otros han mostrado cómo nuestras Iglesias necesitan actualizar una Teología del Espíritu Santo que fue más profundizada en las teologías orientales que en las Iglesias de Occidente. Es un punto más sobre el cual necesitamos todavía redescubrir y actualizar a Lutero... En la primera mitad del siglo XX, Karl Barth se apoyó en Lutero para mostrar la diferencia radical entre religión y fe. Si en el siglo XVI, la propuesta de Lutero significó una profunda reforma del cristianismo, algunas de sus propuestas teológicas podrían ser trasplantadas hacia una espiritualidad laical y más universal (antropológica), y hasta pos-religional. Los 500 años de la Reforma no sólo se refieren al cristianismo, mas a todo camino humano de acogida del amor divino y de energía de fe que salva y manifiesta el Espíritu que "está presente y actúa en todas las criaturas y abarca toda ciencia"(Sb 1,7).
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