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¡ Despierta, que estás dormido ! por: José Enrique Galarreta

11/5/2011

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Quedan - según el evangelio de Mateo - tres parábolas para terminar la predicación de Jesús: las diez doncellas, los talentos, el juicio final. Serán las lecturas de los tres domingos que quedan para terminar este año litúrgico.

Se sigue enmarcando todo esto en el contexto de la última predicación de Jesús en Jerusalén. A estas parábolas les ha precedido el gran discurso escatológico en el que se funden la predicción de la ruina de Jerusalén y las advertencias sobre los últimos tiempos.

Toda esta predicación lleva a una consecuencia: estad alerta, aprovechad el tiempo, haced rendir a vuestros talentos, obrad mirando al final. En este contexto se sitúa la parábola nupcial de las diez doncellas.

El asunto se toma como casi siempre de las costumbres y sucesos cotidianos. Y, como casi siempre, Jesús introduce modificaciones para llamar la atención y sacar sus conclusiones:

·         Era la novia la que solía ser conducida, pero aquí es al novio a quien se espera.

·         Se contraponen dos grupos de doncellas, y esto sugiere cierto ambiente de juicio.

·         El banquete es a media noche y se demora, para introducir el tema de "velad".

·         Se entra a la fiesta o se queda uno fuera, como en la parábola del banquete.

·         Los candiles que se apagan sugieren la necesidad de una atención personal vigilante: no es noche para dormir, porque viene el novio y hay que entrar en la fiesta.

·         El ambiente se ha transformado en algo irreal, muy lleno de símbolos sugerentes.

Los destinatarios de la parábola, tal como la hemos recibido, son los discípulos y todo Israel. Jesús es el novio, ahora es la noche, ésta es la oportunidad, no la dejéis pasar que se cierran las puertas. Es clara la conciencia de Jesús de que ésta es la oportunidad de Israel, y que habrá quien la deje pasar.

Sin embargo, en la situación vital en que se pronunció, la parábola iría destinada primariamente a las autoridades de Israel, a los responsables, escribas, fariseos y sacerdotes. Jesús se presenta a ellos como “el novio”, al que hay que esperar, a riesgo de “quedarse fuera”; esto es lo que les está pasando a esos responsables de Israel: llega el Reino, figurado en las imágenes del novio y del banquete, pero ellos se van a quedar fuera. Tiene fuerte relación con la frase con que Jesús acompañaba a sus parábolas: “Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no entienden”.

No es, sin embargo, una parábola de condenación, ni se deben sacar de ella consecuencias moralizantes basadas en el temor de ser sorprendido por Dios. No se afirma que "alguien se quedará fuera". Esta extensión del significado no está en la intención de la parábola. El mensaje es, simplemente "estad alerta". No se trata de presentar a Dios como dispuesto a cazarnos al menor descuido. ¡Ya conocemos a Dios!

También es útil recordar que, en una parábola, lo que importa es la enseñanza que Jesús pretendía: los ropajes literarios no son más que ropajes. En esta parábola no se alaba el proceder egoísta de las doncellas prudentes, ni se dice que Dios es como el novio intransigente que no concede más que una oportunidad. El ropaje no es más que ropaje: aquí se hace una advertencia a la vigilancia: la vida es ese momento de espera y de elección, estad atentos, optad por Jesús.

 Reflexión

Las parábolas de la vigilancia, tema en que tantas veces insiste Jesús, plantean una alternativa seria a nuestro modo habitual de vivir la fe en Jesús. Nosotros, frecuentemente, añadimos el seguimiento de Jesús a una vida ya hecha, a costumbres, valores... La fe es un adjetivo, un matiz, una manera de vivir mejor lo de siempre.

En el tema concreto que hoy se plantea, la radicalidad de Jesús, nos interpela. Nosotros vivimos bien, disfrutamos de una más que aceptable instalación en la sociedad, y además nos proponemos los ideales del Reino, los valores de Jesús. La fe en Jesús nos lleva a moderar nuestro modo de vivir, compartir algo más, ser un poco menos consumistas... Lo nuestro es servir a dos señores: un moderado y lúcido disfrute de esta vida y un moderado y razonable seguimiento de Jesús.

Parábolas como la de las diez doncellas nos despiertan del sueño. Las diez doncellas adormiladas son una buena imagen de nuestra propia vida. Se nos ha olvidado quizá que esto es la noche, que esto es la espera, que esto es camino. Nos resulta extraño oír que ésta no es nuestra patria, que ésta no es la vida, que las cosas no son buenas por ser agradables, que nuestra tarea aquí no es disfrutar. Pero es la Palabra de Jesús.

Nos han adormilado además los mensajes acerca de la bondad de Dios. Dios Padre ha constituido a veces un motivo para tomarnos la mediocridad con calma. Pero Dios-Padre no es únicamente ni preferentemente un mensaje tranquilizador. Es una motivación más fuerte para el deseo de liberación plena del pecado y para la urgencia de servir a los hermanos. Es motivo más poderoso que el temor para llevar una vida más radical.

Y Jesús es muy radical, tanto en la proclamación de Dios-Abbá como en la urgencia de liberarse de todas las cadenas, en la urgencia de tomarse la vida muy en serio, en la urgencia de ponerse a trabajar por los hijos de Dios que sufren en el mundo.

Nuestra cultura, nuestra sociedad, son blandas. Vivimos un seguimiento de Cristo bastante "light", descafeinado, compatible con comodidades, consumos, prestigio social, aceptación por parte de una sociedad no-cristiana...

No estamos velando en la noche, esperando la oportunidad de servir, esperando la Palabra que nos exija liberarnos más... Más bien tememos todo eso, todo lo que nos vaya a arrancar de la dorada mediocridad de nuestro seguimiento condicionado y medido.

Las consecuencias de todo esto son, para la Iglesia, patentes. No atrae. Nosotros la Iglesia, que deberíamos ser un fermento revolucionario poderoso, un dinamizador de la transformación de la sociedad, nos hemos convertido en un justificador de mediocridades, un mantenedor de status convencional, un monstruoso maridaje entre el evangelio y el consumo.

Las parábolas de la vigilancia nos asoman a una imagen de Jesús que olvidamos con gusto: el radical, el que vive solamente para el reino, solamente para servir, solamente para salvar. El que hace de "El Reino" la esencia, no un añadido de su vida.

La urgencia y el final de los tiempos

Es muy fácil, y muy frecuente, desviar las palabras de Jesús hacia especulaciones falsamente teológicas, y así evitar su exigencia concreta. Estas parábolas de la urgencia a menudo se aplican al ámbito escatológico, es decir, al “final de los tiempos”. Pero es un truco maligno, una trampa. A nadie nos interesa cómo ni cuándo será el fin de los tiempos. La urgencia es otra, mucho menos espectacular y mucho más apremiante.

La urgencia es que millones de hermanos míos se mueren hoy de hambre. La urgencia es que millones de niños son prostituidos. La urgencia es que millones personas no pueden creer en Abbá porque no ven nada de hermandad, ni han tenido nunca cariño.

La urgencia es que nosotros la iglesia nos preocupamos mucho más de nuestros ritos y nuestra ortodoxia que de la angustia de millones de hermanos. La urgencia es que en nosotros no ven el amor y la solidaridad, que no damos soluciones a los problemas del mundo, que nos preocupamos más de la integridad de la liturgia que de dar soluciones a los separados, nos preocupamos más de asegurar nuestras inversiones que de dar de comer al hambriento, dedicamos más tiempo a la especulación ortodoxa que a la explotación de los miserables.

La urgencia es que, por todo eso y mucho más, no creen en nosotros la iglesia, y no pueden creer en el mensaje de Jesús: que Dios les quiere. La urgencia es que va para nosotros la frase terrible de Jesús a los escribas y fariseos “ay de vosotros que ni entráis ni dejáis entrar”.

Hay muchas personas, seguidores de Jesús, que por todo el mundo hacen presente el amor del Padre trabajando heroicamente por sus hijos. Pero entre nosotros, la magnífica Iglesia del primer mundo, somos más los que dormimos, con las lámparas apagadas. Y ésa es nuestra propia y personal urgencia. Nosotros nos estamos perdiendo la Fiesta, nosotros no esperamos al Novio, nosotros tenemos poco que ver con el Reino. Esa es nuestra urgencia personal. Como buscamos ante todo nuestra vida, la estamos echando a perder.

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