La problemática y el debate de curas casados sí, o todos los curas célibes viene de lejos. El momento en el que de forma terminante se zanjó la cuestión se traslada al Concilio de Trento, pues hasta ese momento y con grandes dificultades un buen número del área anglosajona y germana se casaban y tenían hijos un tanto clandestinamente. Cuando el rito del matrimonio se estableció en los términos en los que hoy lo conocemos, entonces casarse se volvió casi imposible para el clérigo, que podía terminar en manos de la Inquisición .La Reforma de Lutero exigía la abolición del celibato, sin embargo la Contrarreforma Católica cierra todas las puertas; pero parafraseando al evangelio, en el principio no fue así. El matrimonio de los diáconos, presbíteros y obispos en las tres primeras generaciones de cristianos, es decir, en sus ciento cincuenta años iniciales, es un hecho atestiguado de forma inequívoca en el Nuevo Testamento(Cf Mc 1, 29-31; Hch 21,9; 1Cor 9,5;1Tm 3,1-13; Tt 1,5-9).
Muchas personas podrían pensar que la ley del celibato surgió con la Iglesia, siendo algo desconocido anteriormente en otras culturas, pues no hay tal cosa. La continencia total ya estaba en el mundo pagano antes del Cristianismo. Valgan dos ejemplos: las vestales romanas, que permaneciendo en virginidad hasta los treinta y cinco años debían velar en el templo de Vesta por la permanencia de la llama sagrada, y el caso de los esenios de Qumran, monjes en estricto celibato con motivo de una pretendida expectativa mesiánica. Desde el concilio de Elvira celebrado en Granada, alrededor del año 304, hasta el concilio de Trento, pasando por la prohibición taxativa de Gregorio VII, en el mil ochenta y cuatro, la situación del matrimonio de los clérigos se mantuvo en tensión continua durante todo ese tiempo, arreciando según el obispo que a cada cual le tocase. En el capítulo diecinueve de san Mateo, el don de la continencia y el celibato por el Reino de los Cielos está en paralelo con el don del matrimonio, que habría que considerar también por el Reino de los Cielos, dado que es una gracia especial para vivir el matrimonio según el plan primigenio de DIOS. A lo largo de los escritos del Nuevo Testamento encontramos los matrimonios que viven su condición de matrimonio por el Reino de los Cielos, como es el caso de Priscila y Aquila mencionados en diversas ocasiones(Cf Rom 16,3;1Cor 16,19; 2Tim 4,19). San Pablo en su opción por el celibato no le cuesta trabajo admitir que es tan lícito su estilo de vida como el de aquellos otros apóstoles y evangelizadores que van acompañados de sus respectivas mujeres en la misión (Cf. 1Cor 9, 5) El apóstol lo había dicho: “Sobre la vida en continencia no tengo mandato del SEÑOR. (1Cor 7,6,7); pero no se preocupe mi atento lector, que en la actualidad todavía hay predicadores y escritores, que no me atrevo a llamar teólogos, que se inventan interpretaciones sobre textos de la Escritura para justificar de manera inapelable el celibato. El celibato honra a todos aquellos que habiendo recibido el don del mismo lo viven con sencillez y alegría de espíritu. ¿Qué dice el canon 1335? Estamos al inicio del curso y echamos cuentas de los seminaristas que están en el Seminario Diocesano, y las cuentas no salen: no hay seminaristas para atender a las jubilaciones y defunciones del clero en activo. Ahora nuestro obispo se está haciendo experto en reclutar sacerdotes de otras diócesis e incluso nacionalidades. Bienvenidos sean todos, pero algunos de los sacerdotes llegados y sus respectivas comunidades van a tener que pasar un periodo intensivo de adaptación por dificultades de idioma. Y con esto quiero traer el ascua a mi sardina, pues naturalmente que si. Si la propia institución fuese coherente con el Derecho Canónico hace tiempo que habría llamado a más de un sacerdote dispensado de celibato a echar una mano en las tareas pastorales con toda normalidad. Esto que digo puede sorprender a la gran mayoría, pero veamos qué dice el canon mil trescientos treinta y cinco, en su único artículo: “Si la censura prohíbe celebrar los sacramentos o sacramentales, o realizar actos de régimen, la prohibición queda suspendida cuantas veces sea necesario para atender a los fieles en peligro de muerte; y, si la censura latae sententiae no ha sido declarada se suspende también la prohibición cuantas veces un fiel pide un sacramento o sacramental o un acto de régimen; y es lícito pedirlo por cualquier causa justa”. Cualquiera puede encontrar este canon en Internet y comprobarlo. Tenemos, pues, en el mismo canon dos situaciones que se parecen, pero que son distintas: la primera obedece a una máxima urgencia por la que el fiel cristiano solicita la intervención de un sacerdote dispensado de celibato a realizar un sacramento, confesión, unción e incluso eucaristía; y por otro lado se contempla que una persona o varias ante una causa justificada requieran la intervención del mismo sacerdote dispensado para cubrir las necesidades espirituales de esas personas. Una aclaración: un sacerdote dispensado de celibato, en principio, no está afectado de pena canónica alguna. Pensemos por un momento: ¿Cuántas parroquias están desatendidas por ausencia de sacerdotes? Existen diócesis en las que un mismo sacerdote tiene que atender más de cuarenta pueblos, por lo que la frecuencia de misa dominical es mensual en el mejor de los casos. Ante la situación presente, ¿no sería más racional y evangélico ampliar las posibilidades del canon mil trescientos treinta y cinco y que un obispo en su diócesis pueda disponer de la colaboración de sacerdotes casados y dispensados de celibato? Más aún, debería ser posible que un párroco pudiera libremente solicitar la colaboración de los sacerdotes dispensados que hubiera en su parroquia. “Varones probados” Si escuchásemos a alguien decir en estos tiempos, “la Iglesia tendrá que ver la posibilidad de ordenar a personas casadas de vida probada, y la ordenación presbiteral de mujeres”. Puede ser que el primer término de la propuesta resulte aceptable y ante la segunda saliesen a relucir bastantes reservas; pues esta doble propuesta está formulada por el obispo emérito y cardenal, Fernando Sebastián, en su libro “Memorias con esperanza”,páginas 253 y 389, comentando la escasez de sacerdotes que tuvo en las diócesis que fue titular: en la de León, al comienzo de su ordenación como obispo, y en la de Navarra. ¿Sacerdotes casados en activo dentro de la Iglesia Católica? Los que pedimos el celibato opcional dentro de la Iglesia Católica somos los de rito latino, pues en la obediencia al Papa se encuentran algunas iglesias de rito oriental provenientes de la fractura producida en el siglo once. En los tiempos del buen Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, nada favorable al celibato opcional, tenía en el seminario de su diócesis a seminaristas de rito oriental, que cursaban estudios y tenían su novia, con la que habrían de casarse antes de la ordenación presbiteral. Por supuesto, dentro de la Iglesia Católica existen sacerdotes casados ejerciendo su ministerio provenientes de otras confesiones, como la anglicana, además de los que propiamente ostentan la procedencia de ritos orientales. Escasez de sacerdotes ¿La adopción del celibato opcional solucionaría la escasez de sacerdotes? Pretender una solución definitiva a un problema de esas características no es realista. Sería como decir que acabamos con el problema del hambre cuando haya alimentos suficientes. Las cosas son más complejas, porque tenemos una producción de alimentos, ahora mismo, capaz de satisfacer las necesidades de todos los habitantes del planeta, y sin embargo siguen muriendo millones de personas a causa del hambre. De manera parecida ocurriría con la apertura del celibato opcional. Dicho lo anterior resulta obvio que habría más sacerdotes disponibles, en primer lugar porque hay vocaciones jóvenes que darían el paso hacia el sacerdocio si no encontraran la barrera del celibato, y por otro lado de los más de cien mil sacerdotes dispensados muchos ofreceríamos nuestro servicio y ayuda de modo totalmente desinteresado. Es muy probable que no pase mucho tiempo sin que alguna de las cosas aquí comentadas sean una realidad visible dentro de nuestras parroquias. El papa Francisco parece estar dispuesto a valorar las propuestas realizadas, en principio, por las distintas conferencias episcopales. Sabemos que Brasil, el país con más católicos del mundo, tiene una alarmante escasez de sacerdotes y se está tratando el asunto. La misma Conferencia Episcopal de Alemania, en su última reunión plenaria manifestó con crudeza el problema de la escasez de sacerdotes y la necesidad de ponerle remedio, planteando al Papa un proyecto de ordenación de “varones casados”. El papa Francisco, en el recién concluido Año de la Misericordia, el último viernes en que tenía actos fuera de la agenda oficial, concertó una visita a un domicilio en Roma con tres sacerdotes dispensados de celibato entre los que se encontraba un español. El tono de la nota oficial dando cuenta de la visita distaba mucho de la severidad de pronunciamientos oficiales anteriores. Este encuentro del papa Francisco con estos sacerdotes dispensados del celibato y sus familia viene a paliar un poco el lenguaje ambiguo oficial, que ha trascendido a los fieles en general . La ambigüedad se manifiesta de modo especial cuando la doctrina oficial, ya desde el Concilio de Trento, que el sacerdote debidamente ordenado nunca será un laico, afirmación doctrinal recogida por el actual Catecismo .El texto es muy claro: “Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por justos motivos, ser liberado de las obligaciones y de las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas, pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto, porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente” (CIC n. 1583). La ambigüedad aparece una vez más cuando el que solicita la dispensa de celibato y la recibe se le hace entender que es una gracia que la Iglesia le concede, pero al mismo tiempo el desarrollo del canon anteriormente citado está por llevar a cabo, impidiendo se realice lo que la propia Iglesia oficialmente dispone. El camino que conduce a un sacerdote a pedir la dispensa de celibato, que no la secularización, es un proceso altamente doloroso en la mayoría de los casos, y se realiza por una búsqueda de coherencia, sea una decisión acertada o equivocada; de la misma forma que el que persevera en el don del celibato recibido lo hace por ser fiel al SEÑOR y a su conciencia. La mayor parte de los sacerdotes dispensados han dejado en el ministerio sacerdotal los mejores años de su vida, y por elegir el estado matrimonial, perfectamente compatible con el carisma sacerdotal sufren la marginación oficial. Una Iglesia que pretenda aparecer con un rostro renovado no puede seguir manteniendo en la indiferencia a más de cien mil sacerdotes en todo el mundo que por las causas que fueren han pedido la dispensa para casarse cuando los propios apóstoles estaban casados (Cf. 1Cor 9, 5). Hará muy bien el papa Francisco en atender las propuestas de las distintas conferencias episcopales o de obispos particulares para regular una nueva disciplina en torno al celibato. La íntima relación con el SEÑOR se puede establecer desde una teología del celibato por el Reino de los Cielos, o por el camino de la conyugalidad que es el signo visible del amor de JESUCRISTO a su Iglesia (Cf Ef 5, 31-32) El propio papa Francisco, en la exhortación “La alegría del amor”, trajo a la memoria la cita de uno de los más grandes teólogos del siglo trece, Alejandro de Hales, que afirmaba la superioridad del matrimonio, en cierto sentido, sobre el celibato (Amoris laetitiae,n159).
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Francisco es un Papa que está viviendo su ministerio como un ministerio de discernimiento, de «pensamiento incompleto»…
Un pontificado de discernimiento y «pensamiento incompleto». Para el Papa Francisco el mundo esta siempre en movimiento: la perspectiva ordinaria, con sus métricas de juicio para clasificar lo que es importante y lo que no es, no funciona. Ser hombres y mujeres con discernimiento significa para el Papa ser hombres y mujeres de «pensamientos incompletos», de «pensamientos abiertos». Esto significa que el no parecen tener un «proyecto», que es un plan teórico y abstracto para aplicarlo a la historia. Él no tiene una hoja de ruta escrita por adelantado que se refiere a ideas o conceptos. Él siempre se refiere a los «tiempos, lugares, personas», como San Ignacio de Loyola requiere, y por lo tanto no abstracciones ideológicas. Esa visión interior no se impone en sí misma a la historia, buscando organizarla de acuerdo con sus propias coordenadas, sino que dialoga con la realidad, se fija a sí misma dentro de la historia de hombres y mujeres, se desarrolla en el tiempo. Esta visión «abierta» le da substancia a lo que él intenta a través de la «reforma», que tiene fuego en el corazón y no en las estructuras. A veces, el Papa abre discursos sin embargo sin cerrarlos de inmediato o sacando conclusiones precipitadas, dejando así espacios para el diálogo y debate, incluso entre aquellos que tienen altas responsabilidades eclesiales (cfr. Evangelii Gaudium [EG], n. 32, sobre la conversión del papado, n. 51 sobre la disciplina de los sacramentos, n. 104 sobre el papel de la mujer). En este viaje el Papa Francisco no cree que debemos esperar de su magisterio «una palabra definitiva o completa sobre cada pregunta que afecte a la Iglesia y al Mundo» (EG 16). De hecho «ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de las realidades sociales o las propuestas de soluciones a los problemas contemporáneos» (EG 184). Por lo tanto «en su diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene las soluciones para cada tema en particular» (EG 241). Un pontificado de tensión entre espíritu e institución. El Papa Francisco escribe en el Evangelii gaudium: «La Iglesia tiene que aceptar esta libertad rebelde de la Palabra, que logra lo que quiere en maneras que sobrepasan nuestros cálculos y maneras de pensar» (EG 22). Una tensión dialéctica siempre existe en el discurso que el Papa Francisco hace entre el espíritu y la institución: el uno nunca niega al otro, pero el primero debe animar al segundo en una forma eficaz. Después, más adelante, él afirma que la Iglesia es «un pueblo de peregrinos y evangelizadores, trascendiendo cualquier expresión institucional, sea la que sea» (EG 111). Es interesante observar esta fructífera tensión más allá: la que existe entre la Iglesia como «pueblo de peregrinos» y la Iglesia como «institución», que refleja las dos definiciones de Iglesia preferidas por el Papa Francisco: «fiel pueblo de Dios en el viaje» (Lumen gentium) y «Santa Madre Iglesia jerárquica» (Ignacio de Loyola). Esta tensión anima la reflexión de Francisco con respecto a lo que él ha llamado la «conversión del papado» (EG 32). Un pontificado de fronteras y desafíos. En encuentro de los Jesuitas de La Civiltà Cattolica el Papa Francisco recomendó habitar las fronteras: «deben ir hacia las fronteras y no llevar las fronteras a casa para pintarlas un poco o domesticarlas». Nuestra tarea, por lo tanto, es la de «acompañamiento […] los procesos culturales y sociales, y aquellos que están viviendo transiciones difíciles, incluso encargándose de los conflictos». Nosotros vemos la realidad mejor desde la periferia que desde el centro. Esta es la razón de su circunnavegación hacia las fronteras del mundo y de la vida humana. Está buscando el «alma». Y el alma no está solo en el «centro»,pero en el pulsante y vivo «corazón». Francisco es como un doctor que busca el comprender si el corazón funciona, observando si y como la sangre fluye por todos lados, y también investigando la circulación periférica. Su pregunta más radical es: ¿Cómo proclamamos el Evangelio a todo el mundo, cualquiera que sea su condición existencial? Esto es lo que realmente importa. Un pontificado para una Iglesia, «hospital de campaña». En el corazón de mi discusión con el Papa Francisco una imagen surgió: una de la Iglesia como ¨un hospital de campaña después de una batalla¨. Es una imagen muy potente, que también contiene dentro de la misma la percepción dramática del mundo en condiciones de guerra con personas que están muriendo y personas que están heridas. La debilidad de la condición humana es el punto de partida para la misión que debe sobre todo considerar a quién el mensaje de salvación debería ser dirigido. Si la Iglesia tiene ante sí un hombre herido que necesita salvación, no puede y no debe proceder a medir su colesterol o glicemia. Tiene que salvar su vida, debe llevarle a el o ella el mensaje de salvación. Por esta razón, el Papa en mi entrevista, afirma explícitamente: ¨No podemos detenernos solo en las cuestiones relacionadas con el aborto, matrimonio homosexual y el uso de los métodos anticonceptivos.¨ Siempre me he encontrando pensando sobre un evento en la vida del Papa Francisco con el que siempre me he conectado con la actitud de ¨cura¨, no menos en el sentido médico, al cual él a menudo se refiere: el hecho de que antes de entrar al seminario Bergoglio se enfermó seriamente a la edad de 21. El sufrió una infección pulmonar casi fatal. En un momento de fiebres altas, él abrazó a su madre y le dijo desesperadamente: ¨Dime que me está pasando¨. Yo pienso que de alguna manera esto marcó la gran y profunda sensibilidad humana y espiritual del Papa Francisco. Una pregunta que el Papa hizo vibrantemente durante nuestra conversación fue: ¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios?. Es una pregunta central, una que él se hace todos los días, incluso antes de preocuparse por las estructuras. Y la palabra ¨tratar¨ debería quizás ser entendida en el sentido de ¨cura¨ en el contexto de un ¨hospital de campaña. Esto es ser …. “misericordioso”. Misericordia significa curación. Un pontificado que tiene impacto geopolítico. La misericordia puede quizás tener valor cultural y político. No es coincidencia que haya muchas personas que juzgan a Francisco también como un espíritu profético que afecta a la política. ¿Cuál es el significado de misericordia como categoría política? En una síntesis extrema, podemos decir: nunca consideren algo o alguien como definitivamente «perdido» en las relaciones entre las naciones, pueblos y estados. Este es el núcleo de su significado político. Sobre esto Francisco escribió: «Es deseable que incluso el lenguaje de la política y diplomacia nos permita ser inspirados por la piedad, que nunca se de por vencido en nada como perdido». Precisamente esta fluidez es la razón que nos permite entender por qué el Papa Francisco nunca se esposa a rígidos mecanismos interpretativos para dirigirse a situaciones y crisis internacionales. La Santa Sede ha establecido o quiere establecer relaciones directas y fluidas con los grandes potencias, sin querer entrar en redes preestablecidas de alianza o influencia. Esencialmente, la posición deseada por el Papa consiste en no dar males y razones, porque en la raíz, sin embargo hay una pelea por el poder de la supremacía. No hay por lo tanto que imaginarse un despliegue por razones morales. Pero la necesidad de ver la imagen con una óptica diferente es requerida. Y por eso es que es tan importante su agilidad construyendo puentes entre las tierras y posiciones lejanas (China, Rusia, Irán…). Todo esto pone en movimiento una lógica impredecible, precisamente la de una visión poliédrica y multipolar. … Y ahora nuevamente regresamos al principio: Francisco es un Papa que está viviendo su ministerio como un ministerio de discernimiento, de «pensamiento incompleto»… Las lecturas nos invitan a repensar nuestra condición de criaturas, limitadas pero con posibilidades infinitas. El tono es de alegría. La verdadera alegría nace del descubrimiento de lo que somos en Dios. No solo tenemos derecho a estar alegres, sino que tenemos la obligación de ser alegres. Puede ser interesante hablar de la alegría justo en este momento que estamos preparado la Navidad. ¿Qué alegría buscamos en esta fiesta?
El primer paso sería diferenciar el placer y el dolor de la alegría y la tristeza. El placer y el dolor son mecanismos, que la evolución ha desplegado para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas del organismo ante lo que es bueno o perjudicial para nuestra biología. Si el contacto con el fuego no me produjera dolor, me abrasaría sin poner remedio alguno. El placer que nos proporciona la biología no es malo. Pero las necesidades de placer no tienen límite y nunca quedan satisfechas. Debemos encontrar otro camino para desplegar una vida feliz. Esa alegría es la clave para alcanzar la felicidad que permanece en el tiempo. La alegría es un estado que debemos alimentar desde dentro. Nacerá de un verdadero conocimiento de nuestro ser y de la estructura de nuestra psicología. Una alegría que perdure tiene que estar fundamentada en nuestro ser profundo, no en lo accidental que podemos tener hoy y perder mañana. No se puede apoyar en la riqueza, en la fama, en los honores; realidades que vienen de fuera de nosotros mismos. Pero tampoco se puede apoyar en la salud, en la belleza, en el cuerpo, porque también esas realidades son efímeras y antes o después las perderemos. Nuestra principal tarea como seres humanos es descubrir ese verdadero ser y vivir desde la perspectiva de su realidad inconmovible. Entonces nuestra alegría será completa y nuestra felicidad, absoluta y duradera. El ser felices o desgraciados, no depende de las circunstancias que nos rodean, sino de la manera como cada uno respondemos a esas influencias de lo externo y de lo interno. Es probable que el versículo 6 fuera el principio del evangelio de JN. Muchos libros del AT comienzan así: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba…” Los otros 10 versículos son la continuación del prólogo, y nos narran una misión de los “judíos”. Da por supuesto que el lector conoce lo que el Bautista hacía en el desierto de Judea. Empieza con el interrogatorio al que le someten los enviados. Eran los responsables del orden, por tanto no tiene nada de extraño que se preocupen por lo que está haciendo. La pregunta es simple: ¿Tú quién eres? Existían varias figuras mesiánicas. La principal era el Mesías, pero también la de un profeta escatológico (como Moisés). La de Elías que volvería. Juan atrajo mucha gente a oír su predicación y a participar en su bautismo. La pregunta quería decir: ¿Con cuál de las figuras mesiánicas te identificas? La respuesta es también sencilla: Con ninguna: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quedan satisfechos y le exigen que defina su papel. La respuesta es también simple: Soy una voz. Allanad el camino al Señor. Es el grito de todo profeta. Esto es lo que nos dice Jesús por activa y por pasiva. Lo que debemos tener en cuenta hoy es que “el Señor” no tiene que venir de fuera sino dejarle surgir desde dentro. Con esta salvedad, esta sugerencia sigue siendo la clave de toda religiosidad. ¿Cómo conseguirlo? Apartando de nosotros todo lo que impide esa manifestación de lo divino en nosotros, el egoísmo e individualismo. Entonces, ¿por qué bautizas? No se identifica con ninguno de los personajes previsibles, pero se siente enviado por Dios. La pregunta lleva en sí una acusación. Es un usurpador. El hecho de bautizar estaba asociado a una de las tres figuras anteriores. Consideran su bautismo como un movimiento en contra de las instituciones. En realidad era el símbolo de una liberación de las autoridades. Yo bautizo con agua. La justificación de su bautismo es humilde. Se trata de un simple bautismo de agua. El que ha de venir bautizará en espíritu santo. Esta distinción entre dos bautismos, agua y Espíritu es típicamente cristiana, se trae a colación para dejar, una vez más, bien calara la diferencia entre el bautismo de Juan y el cristiano. Entre vosotros hay uno que no conocéis. El bautista habla de una presencia velada que no es fácil de descubrir. Es el recuerdo de lo que les costó conocer a Jesús. Esa dificultad permanece hoy. Incluso los que repetimos como papagayos que Jesús es Hijo de Dios, no tenemos ni idea de quién es Dios y quién es Jesús. Ni lo tenemos como referente ni significa nada en nuestras vidas. En el mejor de los casos, lo único que nos interesa es la doctrina, la moral y los ritos oficiales para alcanzar una seguridad externa. Para entender la relación entre la figura del Bautista y Jesús, es imprescindible que nos acerquemos a la narración sin prejuicios. Para nosotros, esto no es nada fácil, porque lo que primero hemos aprendido de Jesús es que era el Hijo de Dios, o simplemente que era Dios. Desde esta perspectiva, no podremos entender nada de lo que pasó en la vida real de Jesús. Este juicio previo (prejuicio) distorsiona todo lo que el evangelio narra. Lc dice que Jesús crecía en estatura, en conocimiento y en gracia ante Dios y los hombres. Jesús desplegó su vida humana como cualquier otro ser humano. Como hombre, tuvo que aprender y madurar poco a poco, echando mano de todos los recursos que encontró a su paso. Fue un hombre inquieto que pasó la vida buscando, tratando de descubrir lo que era en su ser más profundo. Su experiencia personal le llevó a descubrir donde estaba la verdadera salvación del ser humano y entró por ese camino de liberación. Si no entendemos que Jesús fue plenamente hombre, es que no aceptamos la encarnación. Es comprensible que los primeros cristianos no se sintieran nada cómodos al admitir la influencia de Juan Bautista en Jesús. Esta es la razón por la que siempre que hablan de él los evangelios, hacen referencia al precursor, que no tiene valor por sí mismo, sino en virtud de la persona que anuncia. A pesar de ellos, tenemos muchos datos interesantes sobre Juan Bautista. Incluso de fuentes extrabíblicas. El primer dato histórico sobre Jesús, que podemos constatar en fuentes no bíblicas, es el bautismo de Jesús por Juan. Jesús aceptó la propuesta de Juan, pero no renunció a seguir buscando. Eso le llevó a distanciarse de él en muchos puntos. Están de acuerdo en que no basta la pertenencia a un pueblo ni los rituales externos para salvarse. Es necesaria una actitud interior de apertura a Dios que se traduzca en obras. Pero hay diferencias. Juan no predicaba una buena noticia, sino una estrategia para escapar del castigo. Jesús predica una buena noticia para todos. Enseña la manera de participar del amor, no de escapar de la ira. Meditación “No era él la luz, sino testigo de la luz”. La luz física no puede ser percibida directamente. El ojo ve los objetos que reflejan la luz que los alcanza. El ser humano Jesús, tampoco era la Luz, pero dejaba ver con toda claridad la Luz que es Dios. La Luz te está alcanzando siempre. ¡Refléjala! La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad, pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”; san Pablo pide a los tesalonicenses “estad siempre alegres”. Juan Bautista es demasiado serio para hablar de alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos espectadores de una obra de teatro en tres actos.
Acto primero Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra, transmitiendo al espectador una sensación de profunda tristeza; sólo un foco ilumina el rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea. Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: “El Espíritu del Señor está sobre mí”. Suena a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo movido por el Espíritu: “daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”. Poco a poco, la luz que iluminaba solo el rostro aumenta de intensidad y permite ver que el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: “Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los cantos de alegría ante todos los pueblos.” Acto segundo En el centro del escenario un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta. ̶ “Guardaos de toda forma de maldad.” ̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete consejos. Pablo lo mira extrañado. ̶ ¿Los has ido contando? ̶ Claro. Los seis anteriores han sido: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía. Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.” Ahora basta con que los encomiendes a Dios y les asegures su protección. ̶ ¿Cuál de esos consejos te viene mejor? El muchacho se queda releyendo los consejos y pensando mientras cae el telón. Acto tercero Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo? Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más escuetas: “No soy el Mesías”. “No lo soy”. “No”. Al final, cansado de tanto interrogatorio, les da una clave que ellos probablemente no comprenden. “Yo sólo soy una voz que grita en el desierto. Al que deberías buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí, mucho más importante que yo.” Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran. Juan mira a sus discípulos y les comenta: ̶ Han venido desde Jerusalén queriendo saber quién soy yo, y no les interesa lo más mínimo saber quién es el que viene detrás de mí. Crítica del periódico Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero de Juan, que se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo. El desierto tiene una larga tradición espiritual. Simbólicamente representa un lugar privilegiado de encuentro con la divinidad. También es el lugar de la preparación, de la austeridad y de la búsqueda de Dios. Bíblicamente representa un lugar especial para Israel que ha tenido que atravesarlo antes de llegar a la tierra prometida. Los profetas eligen este lugar como símbolo de la restauración: del desierto, Dios sacará una tierra fértil. Y en el NT, Juan Bautista y Jesús mismo tendrán que atravesarlo.
La descripción del desierto bíblico no coincide con nuestra idea actual. La RAE lo define como un lugar despoblado, o como un lugar en el que la falta de agua hace que no haya vegetación. El ambiente en el que está el bautista, por ejemplo, no es así: hay agua para bautizar (y sumergirse) y concurren personas de distintos lugares. Así Juan el bautista se presenta en este desierto, como la voz que clama en el desierto, retomando el anuncio del profeta Isaías. Y lo que anuncia es que el Reino está cerca. A nivel personal podemos hablar de desierto espiritual: “El desierto es parte de la condición y del espíritu humano. Es la experiencia del vacío, la soledad, la frustración, la ruina y aridez que periódicamente nos invade” (Segundo Galilea 1928-2010). Y a nivel colectivo hoy muchos desiertos aparecen en medio de las personas debido a las serias dificultades de comunicación. Aunque estamos juntos, constatamos sorderas generadas por la falta de atención e incomprensiones. Muchas veces, en especial las mujeres, decimos y repetimos, con más y distintos argumentos, nuestras formas de entender la vida, las relaciones y nuestra experiencia de Dios pero no es lo habitual ser escuchados con empatía y mucho menos que la realidad se reordene en diálogo con nuestra voz. Somos con Juan una voz que grita en el desierto, que cae en el vacío, que no se escucha. Y esto es así porque, por otro lado, saber escuchar es un don y una tarea. Jesús nos pide: “Estén atentos”, porque el Reino está entre nosotros. Pero ello es un regalo para los pobres, para los sencillos, para los enfermos, para quienes trabajan por la justicia… Es entre ellos, donde se hace eco débil o con más fuerza de la voz que anuncia que el Reino está cerca, a la puerta. Y donde se constata que Dios saca de los desiertos una tierra fértil y fecunda. El desierto, como lugar de pobreza espiritual y social y como hábito de atención, es así lugar privilegiado de encuentro con Dios. En un mundo que ya se avecinaba plural, Pablo VI tocó la médula del problema al afirmar que hoy se escucha más a los testigos que a los maestros, siguen más al ejemplo que a lo mandado. Y se escucha a los maestros porque dan ejemplo, no solo por ser maestros. En este sentido, Juan XXIII inició un retorno a las fuentes de la fraternidad universal que pone al amor como lo fundamental del seguimiento de Cristo. Es aquí, en el amor, donde los laicos y laicas tenemos que ser un referente cristiano aunque solo sea porque suponemos la abrumadora mayoría de cristianos. Aumenta el número de cristianos -incluido un buen número de consagrados- que no aceptamos una Iglesia autoritaria y triste, reconcentrada en el templo y en las normas para administrar un poder ajeno al evangelio. El reto pendiente es la creación de un nuevo marco eclesial participativo basado en la verdadera caridad cristiana que hoy parece secundaria en la fe de muchos bautizados.
Es necesario insistir en el papel que tuvieron los primeros cristianos extraídos de la sociedad civil y no de entre los profesionales del Templo. Nada indica que la tarea pastoral debe depender casi exclusivamente del clérigo, o que el estado clerical esté más cerca de la perfección cristiana. Pero nos falta el convencimiento de que los laicos participamos como Iglesia por nuestra condición en la triple misión sacerdotal, profética y real de Cristo. En una audiencia a los participantes del Capítulo General de la Compañía de los Siervos de los Pobres, el Papa Francisco advirtió de que “Uno de los peligros más graves, más fuertes de la Iglesia de hoy es el clericalismo”. Y les animó a trabajar “con los laicos”: que sean ellos los que vayan adelante, los que tengan la valentía de ir adelante, y vosotros sostenedles y ayudadles como sacerdotes, como religiosos”. Por otra parte, resulta preocupante el número de fieles seglares que no ha salido del ostracismo y se conforma con la misa dominical, y poco más, para sentirse practicantes en su fe, dejando las bienaventuranzas en un segundo plano. Son tantos siglos de una Iglesia y una pastoral clericalizadas que propicia el alejamiento de muchos fieles a los que el cansancio les hace mirar a otro lado desistiendo de una renovación que no esperan que llegue nunca. Bastantes cristianos están “de vuelta”, incluidos un buen número de consagrados y consagradas; se han quedado fríos ante una burocracia poderosa, rígida y trasnochada, inexplicable en la Iglesia de Jesús. Laicos y clérigos nos encontramos en un mundo que ha desplazado a Dios, en parte por nuestros errores de ejemplo. Ahora nos sentimos descolocados y en crisis; también los clérigos que se sienten jerarquía, claro; los unos, desilusionados y frustrados; los otros, mirando al Código Canónico y a la doctrina más que al Evangelio. De mientras, acucian las necesidades y se pide a los laicos que nos comprometamos en tareas parroquiales, pero sobre todo por necesidad. La línea a seguir es empujar hacia una real corresponsabilidad para humanizar la vida desde nuevos niveles de autenticidad en el testimonio, no de poder; de amor, no de estatus; de responsabilidad, no de indiferencia. La prueba del nueve se resumen en el axioma cristiano “Por sus hechos los reconoceréis”, y sabemos muy bien a qué hechos se refería el Maestro. Debería cumplirse la sentencia que leí hace un tiempo: el Concilio Vaticano I fue el del Papa, el Vaticano II el de los obispos; el tercero, debería centrarse en los laicos. El problema de la falta de interés por parte del clero en crear instituciones participativas que tengan operatividad, al igual que la falta de interés de los seglares en participar, no sería el principal problema. Lo grave de verdad es que siguen sin abrirse las puertas legales a una participación real y madura en las instituciones eclesiales, incluyendo en ellas expresamente a la mujer. El Concilio no cerró bien este tema y solo la presión de la falta de vocaciones está abriendo la brecha, junto al espíritu renovador de Francisco. Este problema es legal, de normas y Código canónico, que preserva a la Iglesia como estructura piramidal frente a una verdadera acción comprometida del laicado en los retos de evangelización actuales. Hay una ancha base de fieles organizados fundamentalmente en parroquias, al frente de las cuales están los párrocos como primeros responsables y todos ellos bajo la autoridad del obispo diocesano correspondiente, los cuales, a su vez, deben obediencia total al Papa, que a su vez está investido de una “potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente" (canon 331). Esta estructura legalizada imprime el carácter fuertemente clerical a la Iglesia aunque existan multitud de comunidades de base que viven su fe comprometida en comunidades viviendo el evangelio con autenticidad. No es algo pernicioso ser y sentirnos todos Iglesia en condiciones de igualdad, acabando de una vez con el clericalismo estatutario e ideológico que impregna el Código de Derecho Canónico y la mentalidad que vive en la mayoría del clero -sobre todo el joven- sino también, lamentablemente, de muchos seglares. Quizá todo mejoraría desde una autocrítica humilde que reconozca que la Iglesia lidera el Plan de Dios, no el plan del Vaticano ni de sus rectores, como parece que a veces se olvida. Lo importante, en fin, está en el cómo y el talante que ofrecemos a la hora de evangelizar amando. Nada importa al mundo -ni entiende- la imagen clerical que quiere volver vistiendo el traje talar o el clergyman como signo distintivo pero que produce una sensación de anacronismo y de separación clericalista. Lo que importa es que todos llamemos la atención por nuestra disponibilidad y ejemplo. El miedo nace del “cruce” del tiempo y de la mente: el miedo es creado por la mente, a partir de algo que recuerda -y sobre lo que cavila- o adelantándose a lo que pueda suceder, a través de la proyección.
En cuanto sentimiento “limpio”, el miedo es una emoción que nos “alerta” frente a algo percibido como peligroso o amenazador. Sin embargo, cuando somos atrapados por él, suele aparecer el “miedo al miedo”, paralizador y angustiante. La liberación radical del miedo no vendrá de la mente, sino justamente de la capacidad de silenciarla, tomando distancia de sus mensajes repetitivos, y viniendo al presente, como modo de abortar el recuerdo obsesivo y la proyección imaginada. El sujeto del miedo es el yo. Desde su fragilidad, vulnerabilidad y, en último término, inconsistencia, no puede sino vivir bajo el temor, a pesar de todos los recursos a los que suele acudir para protegerse. La liberación del miedo pasa, por tanto, por la comprensión, que permite ver el error de identificarnos con el yo. Solo en la medida en que comprendo que no soy el yo, podré verme libre del miedo que me acompaña desde mi nacimiento ya que, como dijera Thomas Hobbes, “el día que yo nací, mi madre parió gemelos: yo y mi miedo”. Cuando nos liberamos del miedo, empezamos a saborear la libertad: cae la búsqueda enfermiza de consuelo y ya no hay necesidad de dioses. Liberados de la identificación con el yo, nos comprendemos y reconocemos como plenitud, aquella plenitud que nuestra mente -desde la identificación con el yo- había siempre situado “fuera”. Pedagógicamente, para avanzar en la liberación de tal identificación, resulta eficaz ejercitarse cotidianamente en una práctica muy concreta: amar lo que es. Antes de dejarnos llevar por cualquier juicio mental o “etiqueta” que nuestra mente coloca a lo que sucede o aparece en nuestra existencia, la sabiduría invita a amar todo ello, como camino para alinearnos con lo real, vivir la aceptación profunda y, de ese modo, reconocer experiencialmente que somos uno con todo lo que es. Amar lo que es no tiene nada que ver con la resignación, la claudicación o la indiferencia…, sino con la sabiduría. Al amar lo que es, se entra en un camino de aceptación, actitud sabia entre los extremos de la resistencia y de la resignación. Ahí se descubre que la propia aceptación se halla dotada de un dinamismo que hará que nos comprometamos en cada momento en la acción adecuada. Gracias a esa práctica, es posible pasar de la identificación con el yo a la comprensión de la consciencia que somos. Es por tanto un ejercicio de poner consciencia, tal como pedía Rabindranath Tagore: “Que en la algarabía de nuestras tareas sin fin no cese de resonar en el fondo de nosotros, como emitido por un instrumento de cuerda única, este constante llamamiento: ¡Oh! ¡Despierta! ¡Sé consciente!”. Comprendo muy bien lo difícil que es superar prejuicios que durante siglos han moldeado nuestra religiosidad. Me anima a internarlo el recordar que desde pequeño he visto en el escudo de nuestra orden una sola palabra: veritas. No es que los dominicos nos sintamos en posesión de la verdad, pero nos han enseñado a tenerla como el horizonte hacia el que tiene que caminar el ser humano para poder ser libre, como nos dice el mismo evangelio. La mejor manera de acercarnos a la verdad es superando los errores.
Una fiesta de María es siempre un motivo de alegría, incluso de euforia, diría yo. Ésta de la Inmaculada es para mí la más hermosa y la más profunda. Pero el motivo de esa alegría está más allá de la figura histórica de María. Intentaré explicarme. De la historia real de María no sabemos casi nada. Los evangelios a penas dicen nada. De una cosa estamos seguros, Jesús tuvo que tener una madre. Lo más grande que podemos decir de esa madre es que fue una mujer absolutamente normal. En esa normalidad debemos descubrir la grandeza de su figura. Si fundamentamos su grandeza en los abalorios y capisayos que le hemos añadido durante siglos, estamos minimizando su verdadero ser y dando a entender que en sí, no es suficientemente importante, puesto que le valoramos más los añadidos que le hemos colocado que su ser esencial. En el mismo título de la fiesta (inmaculada) enseña la oreja el maniqueísmo que, desde S. Agustín, ha infeccionado los más recónditos entresijos de nuestro cristianismo. Fijaos bien en lo que sigue. En el evangelio de Lc, el ángel llama a María “kejaritomene” = gratia plena = llena de gracia. Pues bien, los cristianos hemos terminado hablando de la “sin pecado”. Ejemplo de cómo la ideología de turno puede tergiversar el evangelio. Es maniqueísmo el dar por supuesto que lo normal para todo ser humano, es un estado de pecado, y que para ser un verdadero ser humano, alguien tiene que liberarnos de esa lacra. Es insostenible el mantener hoy que todo ser humano nace deshumanizado. Ridiculizamos la idea de Dios cuando aceptamos que el mal está en el inicio de toda andadura humana. Dios es el fundamento de todo ser, también de todo ser humano. La plenitud nunca puede consistir en quitar algo, aunque se trate de un pecado. La plenitud está en el origen de todo ser, no se debe al esfuerzo personal a través de una vida. Pablo nos dice: Él nos eligió, en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e inmaculados ante él por el amor. Esta sería la traducción exacta, y no ‘irreprochables’ como dicen la mayoría de las traducciones. La Vulgata dice: “inmaculati”. Nada parecido se dice de María en todo el NT, y sin embargo la llamamos Inmaculada. ¿Por qué nos da pánico reconocer nuestro verdadero ser? Sería la clave para una interpretación actualizada de la fiesta. No debemos conformarnos con mirar a María para quedarnos extasiados ante tanta belleza. Si hemos descubierto en ella toda esa sublime belleza, es porque hemos podido imaginarla gracias a la revelación de lo que Dios es en nosotros. Lo que decimos de María, debemos descubrirlo en cada uno de nosotros. Es ridículo seguir discutiendo si fue concebida sin pecado desde el primer instante o fue pura e inmaculada un instante después. Lo que debe importarnos es que en María y en todo ser humano hay un núcleo intocable que nadie ni nada puede manchar. Lo que hay de divino en nosotros será siempre inmaculado. Tomar conciencia de esta realidad, sería el comienzo de una nueva manera de entendernos a nosotros mismos y de entender a los demás. Podemos decir que María es inmaculada, porque vivió esa realidad de Dios en ella. Dios no puede hacer excepciones ni puede tener privilegios con nadie. María no es una excepción sino la norma. En María descubrimos la verdadera vocación de todo ser humano. Ser como María no es la meta del hombre, sino que partimos de la misma realidad de la que ella partió. Lo que estamos celebrando en esta fiesta de María nos indica el punto de partida de nuestro trayectoria, aunque también el punto de llegada. Sobre la figura de María hemos montado durante casi dos mil años, un tinglado tal, que no sé cuanto tiempo necesitaremos para volver a la sencillez y pureza originales. María no necesita ni adornos ni capisayos. Es grande en su simplicidad, no porque la hayan adornado. Ni Dios ni los hombres tienen nada que añadir a lo que María era desde el principio. Basta mirar a su verdadero ser para descubrir lo que hay de Dios en ella, eso que siempre será limpísimo, purísimo, inmaculado. Si lo hemos descubierto en ella, será más fácil tomar conciencia de que también está en cada uno de nosotros. Me habéis oído muchas veces decir que Dios no puede darnos nada, porque ya nos lo ha dado todo. Todo lo que tenemos de Dios, lo tenemos desde siempre. Nuestra plenitud en Dios, es de nacimiento, es nuestra denominación de origen, no una elaboración añadida a través de nuestra existencia. Lo que hay en nosotros de divino, no es consecuencia de un esfuerzo personal, sino la causa de todo lo que puedo llegar a ser. Aquí está la buena noticia que quiso trasmitirnos Jesús, tan desconcertante que le costó la vida. María no necesita ningún adorno. Necio sería el que pintara un diamante; estúpido, si cubriera de purpurina una perla; fatuo, si pretendiera adornar una rosa, que acabara de abrirse en la mañana; insensato, si intentara acariciar la mariposa que acaba de salir de su capullo. María es el diamante y es la perla, la pura rosa; y también la mariposa. Limpia de toda ganga es más hermosa. Pero no es sólo ella. Siete mil son los millones de diamantes, que habitan junto a mí esta tierra. No me debo asustar, pues hablamos de Dios. Dios encarnado, que es lo mismo que hablar de lo divino, aunque cubierto de tierra y barro. De nada me servirá descubrir la perla en María si no la descubro en mí. Si en Jesús hemos descubierto lo divino, ¿Qué necesidad tenemos de María? Aquí está una de las claves de la fiesta. Hay una enorme diferencia entre la manera de llegar a descubrir en Jesús la presencia de lo divino y la manera de encontrar en María esa misma presencia. Nos hacemos una imagen de Dios partiendo de los conceptos que manejamos los humanos. Esos conceptos son muy limitados y al aplicarlos a lo trascendente se quedan siempre cortos. El concepto de Dios al que llegamos a través de Jesús, no lleva a una idea exclusivamente masculina de Dios. Ese Dios masculino queda privado de toda la riqueza conceptual que puede encerrarse en una idea femenina de Dios. Ésta es la aportación genial que ha hecho el pueblo creyente atribuyendo a la figura de María todo lo que la teología oficial le impedía aplicar directamente a Dios. En María se puede desplegar lo femenino de Dios que es tan importante o más que lo masculino. Todo el machismo que destila nuestra religión, quedaría superado si nos atreviésemos a pensar un Dios absolutamente femenino. Hay en lo femenino riquísimos contenidos que pueden ayudarnos a tomar conciencia de lo que es Dios como madre para cada uno de nosotros. Tuvieron que pasar varios siglos para que los cristianos empezasen a interesarse por la figura de María. Esto no invalida todo lo que se ha dicho sobre María, pero nos obliga a darle una valoración muy distinta. No podemos seguir interpretando como hechos históricos lo que son solo símbolos femeninos. No, María fue una mujer normal que llevó una vida normal. Nadie se fijó en ella. Cumplió siempre con sus obligaciones de madre y esposa. Eso que a nosotros nos parece una ordinariez, es lo más grande y digno de imitar. Principio de la buena noticia... El comienzo del evangelio de Marcos nos plantea una cuestión central de nuestra vida cristiana: ¿es Jesucristo buena noticia para cada uno de nosotros? No una costumbre, ni una fe heredada que no se ha convertido en opción personal, sino una relación que está en el centro de nuestra existencia, un tesoro que hemos encontrado gratuitamente, una suerte maravillosa que nos llena de alegría. Estamos a tiempo: es el principio...
Esa buena noticia la siguen anunciando hoy los que expresan con sus vidas y a veces con sus palabras la misma pasión y el mismo fuego que incendió la vida de Juan Bautista. Nos recuerdan que quienes hemos recibido en el bautismo la unción profética, tenemos la tarea de consolar, reconciliar, enderezar lo torcido, allanar lo sinuoso y “ver la belleza de nuestro Dios”. ¿Dónde acudiremos para descubrirla? Porque es verdad que resplandece en la hermosura de la creación y en las maravillas de que es capaz el ser humano, hecho a su imagen y semejanza, pero el desafío está en descubrirla también en los “lugares de abajo”, allí donde campean la oscuridad, la enfermedad, la pobreza o la muerte. El Evangelio invita a recibir revelación y consuelo precisamente en esos lugares, a hacer la experiencia de que la belleza y la bondad de Dios residen también ahí y que nos toca ahora a nosotros prolongar esa belleza en nuestro mundo y dejar en él un rastro de sanación, plenitud y alegría. El evangelio del domingo pasado nos hablaba de estar despierto. Hoy hablan los centinelas: los profetas. No se trata de un adivinador del porvenir. Tampoco se trata de un ser humano separado y elegido por Dios, que le va indicando lo que tiene que decir a los demás. Profeta es todo aquel que está despierto. La principal característica del profeta es precisamente su inserción en el pueblo y su preocupación por la suerte de los más humildes. Su principal objetivo ha sido denunciar la injusticia.
Verdadero profeta sería el que ha llegado a una experiencia de su verdadero ser y, fiel a ella, ayuda a los demás a descubrir el camino de lo humano. Falso sería el que conduce al hombre a mayor egoísmo. El problema está en que lo “humano” solo se puede valorar desde lo humano. Por eso no hay manera de distinguir lo falso de lo verdadero mientras no se tenga una mínima experiencia de humanidad. No debemos extrañarnos de encontrar tantos y tan expresivos textos para este tiempo litúrgico. Lo que el segundo Isaías anuncia es un evangelio (buena noticia). El destierro había acabado con toda una teología triunfalista que invitaba a dormirse en los laureles de sentirse elegidos, sin aceptar ninguna responsabilidad para con Dios ni para con los demás. Las denuncias de todos los profetas advertían de que no se puede confiar en Dios mientras se practica toda clase de atropellos e injusticias. La primera palabra del evangelio de Mc es “arje”, que en griego designa el comienzo de un texto, pero también algo mucho más profundo. El evangelio de Jn comienza también con esta palabra y lo traducimos: “en el principio” = origen. “Arje” significa origen y fundamento; es decir, aquello que ha sido la causa de que otra cosa surja. La Vulgata lo tradujo por “Initium” que también significa “origen”. El texto se debía traducir: “Éste es el origen de la alegre noticia de Jesús el Ungido, el Hijo de Dios. Tampoco “euanggelion” debemos traducirlo por evangelio, que es un concepto muy elaborado, sino por buena noticia. Quiere decir que comienza el evangelio que es todo él una buena noticia. Lo mismo tenemos que decir de “Jesous” y “Christos” que en griego están separados y significan simplemente, Jesús el ungido. Con el tiempo, los cristianos unieron el nombre con el adjetivo y confesaron al Jesucristo que ha llegado hasta nosotros. Este texto es un resumen de todo lo que en él se va a proponer. Este evangelio, a pesar de ser el primero que se escribió, no sabe nada de la infancia de Jesús. Esto es muy interesante a la hora de interpretar los textos de Lc y Mt, que vamos a leer en todo el tiempo de Navidad. Estos relatos se fueron elaborando a través de los primeros años de cristianismo y no tienen nada que ver con la historia. Son relatos míticos y leyendas, casi todas anteriores al cristianismo, que se han cristianizado para darnos un mensaje teológico, no para informarnos de lo que pasó. Mc pasa directamente a hablarnos de Juan Bautista como último representante del profetismo. El Bautista es uno de los personajes claves en el tiempo de Adviento, porque se trata del último de los profetas del AT. Debemos recordar que hacía casi trescientos años que no se había conocido un verdadero profeta. Todos los evangelistas lo consideran el heraldo de Jesús, lo anuncia, lo propone al pueblo y es protagonista de su nacimiento en el Espíritu (bautismo), donde empieza Jesús a manifestar lo que realmente era. No podemos asegurar que este relato responda a una situación histórica. Es muy poco lo que sabemos sobre la relación de Jesús con Juan. De todos modos, es cierto que el primer dato histórico sobre Jesús, que encontramos en fuentes extrabíblicas es su bautismo por parte de Juan. No es descabellado suponer que a Jesús, un buscador incansable, le llamara la atención un personaje como Juan que ya era famoso cuando él empezó su vida pública. A Juan, como a Jesús, no le gustaba el cariz que había tomado la religión judía. Los primeros cristianos dieron al Bautista un papel relevante en la aparición del cristianismo; seguramente mayor del que hoy le reconocemos. La prueba está en que, en un momento determinado, vieron la necesidad de marcar distancias entre Jesús y Juan para dejar claro quién era el más importante. Seguramente esa relevancia se deba más a la necesidad de justificar una figura tan desconcertante como la de Jesús, conectándole con el profetismo del AT, que a una real influencia de Juan en la doctrina de Jesús Preparadle el camino al Señor. Este grito es el mejor resumen del espíritu de Adviento. Pero fijaros que fuerza el sentido del texto, que habla de prepararle un camino a Yahvé, mientras Mc habla de preparar un camino a Jesús. El texto está insinuando que si Dios no llega a nosotros es porque se lo impedimos con nuestra actitud vital, que orienta su preocupación en otras direcciones. Él viene, pero nosotros nos vamos. Yo bautizo con agua, pero él bautizará con Espíritu Santo. Es la clave del relato y marca la diferencia abismal entre Jesús y Juan. Las primeras comunidades tenían muy clara la originalidad de Jesús frente a los personajes del pasado. Toda la relación con Dios, hasta la fecha, era consideraba como externa al hombre y en relación desigual. Dios era el soberano y el ser humano el súbdito. Jesús manifiesta una relación con Dios distinta. Él está empapado del Espíritu y nos sumerge (bautiza) a todos en ese mismo Espíritu. Los textos de este domingo nos hablan de utopía. Isaías dice: Aquí está vuestro Dios. Pedro: Nosotros esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia. El salmo: La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. Mc: Él bautizará con Espíritu Santo. En un mundo tan poco propicio al optimismo, encontrarnos con esta oferta, pude ser impactante. Pero tampoco tenemos que caer en el triunfalismo. Derrotismo y triunfalismo son estrategias extremas que utiliza el yo para fortalecerse. Hoy la necesidad de estar alerta es más apremiante que nunca, porque jamás se han ofrecido al ser humano más caminos falsos de salvación. Hay toda una gama de productos disponibles en el mercado, desde las drogas hasta los gurús a medida. Por eso necesitamos más que nunca de la figura del profeta. Seres humanos que por su experiencia personal puedan arrojar alguna luz en esa maraña de senderos que se entrecruzan y que la inmensa mayoría son sendas perdidas que no llevan a ninguna parte. Podemos volcarnos sobre lo sensible, buscando el placer inmediato o descubrir las posibilidades de plenitud que todos tenemos. El no tomar una decisión, es ya tomar partido por lo que nos pide el cuerpo. No despertar, es seguir dormidos. Decidirse por lo más difícil solo es posible después de una toma de conciencia, que tiene que ir más allá de los sentidos y de la razón. Es una iluminación que me empuja por un camino que ni siquiera sé a donde me va a llevar, pero estoy convencido que me hará más humano. Meditación La experiencia del bautismo es la clave para entender a Jesús. Después de esa experiencia personal, dice a Nicodemo: Hay que nacer del agua y del Espíritu. El único camino hacia lo humano es el que Jesús recorrió. Tenemos que sumergirnos en lo sagrado. Tenemos que dejarnos inundar por lo divino. |
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