Su reino no es de este mundo, pero siempre han reinado en él. Nos exhortan a tener hijos, pero ellos no los tienen. Instruyen a los niños, pero los destruyen con abusos. Predican la caridad, pero tienen palacios y riquezas. Repudian la homosexualidad, pero después la practican. Dicen estar con los pobres, pero se sientan a la mesa de los ricos. Defienden la justicia y la libertad, pero comulgan con dictadores. Proclaman el no mataras, pero han matado y apoyado a criminales.
Confiesan nuestros pecados, pero no se confiesan con nosotros. Defienden su independencia, pero viven del erario público. Son morales en el púlpito, pero no tanto a ras de suelo. Se manifiestan por los nonatos, pero no por los ya nacidos. Son de semblante humilde, pero de interior soberbio. Adoctrinan en lo privado, pero con dinero de lo público. Venden buena vida en el cielo, pero ellos se la dan en la tierra.
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He aludido un par de veces a la disputa teológica que el Card. Müller y otros parecen haber iniciado contra al Papa Francisco y su “renovación eclesial” tachándole de aventurero y poco teólogo, a diferencia de Benedicto XVI que fue pensador de gran solidez (y de Juan Pablo II, que se dejó guiar por Ratzinger, para dedicarse él mismo a otras labores).
Vuelvo al tema con cierto rubor, retomando cosas que he venido diciendo en postales anteriores, pero quiero y debo hacerlo pues tengo la impresión de que el Card. Müller no habría aprobado la teología de Jesús. Le hubiera llamado narrador popular, no teólogo de raza, añadiendo: “Déjame Jesús, que voy a arreglar tu teología, para que pueda seguir existiendo esta iglesia, con este Vaticano”. Jesús no fue teólogo de oficio, sino creyente “de raza”, creador de parábolas. Así le presenta J. P. Meier, aunque en un volumen anterior de su gran obra (tomo IV: Ley y amor) le toma quizá como demasiado versado en técnica de leyes. Es evidente que era un hombre de gran profundidad, que supo captar como nadie la experiencia vital de Israel, todo el AT, para condensarse y culminarlo en su movimiento de Reino. Pero, al mismo tiempo, como J. P. Meier dice en este volumen sobre las parábolas, Jesús fue un gran "narrador de parábolas”, como nadie quizá lo había sido. Es muy probable que contara muchas más, pero y las cuatro que J.P. Meier destaca como auténticas (no todas las que él dijo, sino las que podemos tomar críticamente como originales) le presentan como un inmenso creador literario, un poeta‒profetas que no sólo “enseñaba” en línea de teoría, sino que proclamaba (actualizaba, revivía y creaba) el misterio de Dios y de su obra desde la trama y proyecto central de su vida. Las parábolas han sido el primer y más hondo lenguaje de la Iglesia primitiva,en su vertiente palestina (=judeo-cristiana). En este campo pasamos en muy pocos años (del 30 al 70 d.C.) de cuatro a más de cincuenta parábolas, en la línea de Jesús, desarrollando y reviviendo su experiencia y tarea. Éste es el tesoro (la mayor herencia) de la primer iglesia, vinculada por centro a la historia de Jesús, a diferencia de la iglesia helenista de tipo más paulino, que ha desarrollado más tarde otros lenguajes de tipo alegórico, dogmático... Éste ha sido el "milagro" literario y teológico de la Iglesia primitiva, que transmiten y recrean la más intensa palabra teológica de la Iglesia, que siguió siendo por decenios una iglesia de narraciones simbólicas abiertas a la conversión y compromiso de los creyentes mesiánicos. Eso significa que debemos recuperar las parábolas, como lenguaje vivo de la Iglesia, en este siglo XXI. En general, la Iglesia posterior, desde el siglo II en adelante, ha creado otros lenguajes buenos (catequético, litúrgico, dogmático, teológico, moralizante...), pero ha olvidado las parábolas, las ha dejado atrás, como algo del pasado. Pero el “ciclo” de ese lenguaje más dogmático y jurídico (como el que quiere conservar el Card. Müller) está llegando a su fin. Pues bien, de un modonueo, sólo recuperando y recreando las parábolas de Jesús (y otras en su línea) podremos retomar la "marcha" y mensaje creador del evangelio. Eso significa que la mayoría de las parábolas de los evangelios (¡las más famosas!: Hijo pródigo y Buen Samaritano, Sembrador y Ovejas y cabras, las Diez novias…) han sido “inventados” por cristianos, en la línea de Jesús, pero eso que parece “pérdida” es quizá la mejor ganancia: Jesús fue un hombre que no sólo enseñó, sino que enseño a enseñar, contando parábolas, y así, en su línea, para precisar su mensaje y movimiento, la iglesia primitiva fue la cuna de una exuberancia de parábolas, creadas, recreadas y contadas por gentes cuyo nombre ignoramos. Pablo, que sabía otras cosas interesantes, era un poco negado para contar parábolas, otros le ganaban. Lo mismo pasa con Juan, que era un místico, pero que apenas cuenta parábolas. En esa línea, como he dicho, la mayoría de las parábolas de los evangelios sinópticos fueran formuladas por cristianos imaginativos y valientes, entre el 30 y 70 d.C. Pero después, la iglesia posterior en su conjunto ha dejado de contar parábolas, perdiendo así su más honda creatividad, y ha escrito sobre cosas mucho menos importantes: Ha formulado una teología muy seria, ha creado una jerarquía muy vistosa, ha organizado el derecho canónico… pero de parábolas casi nada. Esa es la desgracia: La primera iglesia, cuya memoria recogen Marcos, Mateo y Lucas inventó muy pronto has casi 50 parábolas, que nos siguen sosteniendo hasta el día de hoy… Después prácticamente ninguna. Personalmente, no le puedo echar la culpa al Card. Müller y al conjunto a la iglesia, pues tendría que echarme también a mí la culpa. Como he dicho en alguna otra postal de ese blog, me he dedicado a cosas de teología, treinta años en la Universidad del Episcopado Español y luego más por libre… He escrito quizá hasta casi 50 libros de gorda teología, pero parábolas ninguna… Siento un poco de vergüenza de ello y, cuando me preguntan digo: “Soy un obrero de la teología abstracta, no profeta ni poeta de parábolas…” Pero creo que esa es una respuesta un poco “falsa”, pues la teología de Jesús es proclamación vida, en camino de reino, no teoría medio muerta. Nietzsche se atrevió a decir en algún lugar que “Dios murió porque le habrían matado los teólogos”. Eso no es quizá del todo cierto, pero tiene parte de verdad. Las cuatro parábolas originales de Jesús según J. P. Meier Pudo haber dicho y dijo sin duda también otras, pero estas cuatro son muy significativas. Ellas nos sitúan ante la historia‒historia de Jesús, forman parte de su vida, dan “vida” a su movimiento de Reino:
Al invitarnos de esta forma, Jesús cree en el futuro de Dios para los hombres (es decir, para nosotros) y de esa forma nos llama, si queremos, abriendo ante nosotros un futuro que no es el de Roma, ni el de las Ideas Eternas de Grecia… ni ningun otro producto de nuestra imaginación, sino nuestra propia vida (nuestra vida en Dios, el Sembrador).
4, Viñadores homicidas (Mc 12:1-11/Mt 21:33-44/Lc 20:9-18/Tom 65). En el origen está la versión de Mc 12, 1-8, que no ofrece ninguna “respuesta” de los oyentes, sino que se limita a ofrecer la versión que ofrece Jesús: Dios le ha enviado como “hijo”, portador del Talento del Reino y pueden ajusticiarle, como dice el texto, parabólicamente: El hijo es asesinado, su cuerpo queda deshonrado y los asesinos en posesión de la viña. Ésta es, sin duda, una parábola que recoge la historia de la vida y palabra de Jesús, pues resulta prácticamente imposible haya sido compuesta después de la “experiencia” pascual de la Iglesia (que habría contado las cosas de otra forma, aludiendo de algún modo a la resurrección). Con esta parábola termina la vida de Jesús, a quien pueden asesinar los que se creen dueños de la viña (soldados imperiales, sacerdotes del templo). ¿Qué pasará en caso de que lo hagan? ¿Dónde estará Dios en ese caso, cómo responderá? Conclusión. Sin duda, Jesús pudo dicho (y dijo sin duda) otras parábolas..., pero estas cuatro son, según J. P. Meier, las que responden con seguridad a la historia de la vida y mensaje de Jesús. ANTE LA DISPUTA DE MÜLLER. EL REINO EN PARÁBOLAS
Pues bien, en contra de eso, pienso que las parábolas (tal como la ve J. P. Meier o tal como las feo lo mismo, de manera más generosa... forman el centro de la teología de Jesús y de la vida de la Iglesia. Me ocupe extensamente del tema en Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2012), pero sin atreverme a dar una respuesta más concreta a problema de fondo. Tampoco lo haré, pero debe afirmar que los temas centrales siguen pendientes. Jesús no fue el inventor de las parábolas, pues ellas se han contado, de un modo u otro, en muchas pueblos, que las han utilizado para expresar el poder creador del pensamiento, capaz de situarse de un modo paradójico ante la realidad originaria (en muchos casos ante Dios) y así se han cultivado en casi todas las culturas, que suelen vincularlas con enigmas y cuentos, paradojas y adivinanzas, apólogos y alegorías, que se repiten y renuevan según las circunstancias. Tienen algo de juego y misterio, de curiosidad y eclosión imaginativa, y han sido especialmente cultivadas en el mundo oriental y en la Biblia, donde se afirma que Salomón, rey sabio, fue autor de tres mil proverbios y de cien poemas (1 Rey 4, 32; Prov 1, 1; 10, 1; Eclo 1, 1; 12, 9). Significativamente, las mejores parábolas y enigmas de la Biblia no son obra de reyes y sabios oficiales, sino de personas que están fuera de las estructuras del poder, y que así pueden pensar más libremente, mostrando la otra cara de la realidad, por encima (en contra) de las redes del sistema dominante. Entre sus autores se cuenta Natán (2 Sam 12, 1-4), la mujer sabia de Técoa (2 Sam 14, 2-7) o Jotán, con su apólogo sobre el rey de los árboles (cf. Jc 9, 8-15). En el judaísmo del siglo I d. C. había otros narradores de parábolas, pero no conocemos a nadie que, entonces o después, haya podido compararse a Jesús, que no era letrado de escuela o corte, sino mensajero de un Reino (Palabra) cuyo impacto él ha descrito y cuya exigencia ha desvelado, en plazas y campos, para introducir a los hombres y mujeres en la dinámica del Reino, para que entiendan, piensen y actúan de un modo creador, desde la dinámica del Reino. Jesús conocía el mensaje central de la Escritura y lo ha recogido en sus parábolas, pero no se ha limitado a repetir su argumento como otros rabinos (como si la verdad ya fuera conocida), sino que ha proclamado e instaurado su Reino (palabra de Dios) de un modo directo, iluminando a sus oyentes, para que lo entiendan y respondan, de un modo personal, desde los campesinos y prescindibles de Galilea. Sus parábolas son una invitación a pensar y a comprometerse, en línea de Reino, superando el dictado de lo dicho en libros y lo impuesto por ideologías oficiales (religiosas, económicas). De esa forma invitan a pensar a los que se hallan fuera de las redes del pensamiento oficial, marcando la sabiduría de la nueva creación, de manera que puedan entenderlas todos, comprendiendo así la dinámica del Reino. Resulta imposible trazar una lista completa y precisa, separando otras palabras, comparaciones y alegorías añadidas, reformadas y recreadas en la Iglesia posterior, porque han sido textos vivos, entretejidos en la trama de Jesús y de la Iglesia. Quizá la manera más “neutral” de dividirlas sea partiendo de las fuentes donde se recogen y transmiten como hará la tabla que sigue en la que aparecen símiles, comparaciones, incluso alegorías, tal como han sido recordados y recreados por la Iglesia: Material común de Marcos y fuente Q Mc y el Q (con textos en Mt y Lc) son los documentos más antiguos de la “historia” de Jesús y el material que ellos comparten (y que ahora presentamos) ofrece más garantías de autenticidad. En ese contexto parecen significativas las comparaciones de la lucha de Jesús contra Satán y la parábola del grano de mostaza, que marca el crecimiento del Reino. A su lado citamos las imágenes de la lámpara y la sal: Mc 3, 23-25 y Q 11, 17: reino y casa divididos se destruyen Mc 3, 27; Q 11, 21-22: hombre fuerte que asalta la casa Mc 4, 30-32; Q 13, 18-19: grano de mostaza Mc 4, 21; Q 11, 33: lámpara que viene y alumbra Mc 9, 50; Q 14, 35-35: imagen de la sal que sala o se vuelve insípida Material exclusivo de la fuente Q (en Mt y Lc): El Q (citado según Lc) recoge en su material propio parábolas y comparaciones que destacan la urgencia del tiempo y la urgencia Reino. Históricamente la más importante parece la parábola de los invitados al banquete del Reino (14, 16-24): 14,16-24: invitados al banquete del Reino 6, 47-49: casa firme, casa movediza 7, 31-32: niños que juegan en la plaza y no les hacen caso 11, 11-13: hijos que piden comida al padre 11, 24-26: espíritu inmundo (expulsado) que vuelve a la casa 11, 34-36: el ojo, lámpara del cuerpo 12, 39-40: ladrón en la noche 12, 42-46: dos tipos de criados, fieles e infieles 12, 54-56: interpretar los signos de los tiempos 12, 57-59: reconciliarse en el camino hacia el juez 13, 20-21: levadura en la masa, fermento de Reino 13, 24: puerta estrecha, camino de Reino 13, 25-27: puerta cerrada para aquellos que no cumplen la palabra de Jesús 15, 3-7: oveja perdida; perdón y alegría del Reino 19, 12-16: minas o talentos confiados a los siervos Material propio de Marcos (con paralelos en Mt y Lc) Marcos ofrece varias parábolas (en especial las dos primeras: la siembra y los renteros homicidas) que son fundamentales para entender la vida y obra de Jesús. Las dos siguientes expresan el sentido y despliegue (crisis) del reino. Todas ellas tienen paralelos en Mt y Lc. Sólo la última (4, 26-29) es exclusiva de Marcos; Mt y Lc no se han “atrevido” a introducirla, quizá porque parece entender el Reino como algo que acontece mecánicamente, sin intervención humana: 4, 2-9. 13-20: siembra y cosecha, con interpretación alegórica 12, 1-12: renteros homicidas 13,28-29: higuera que marca el paso de los tiempos 13, 34-36: siervos que vigilan en la noche 14, 26-29: semilla que germina y crece sin saber cómo (sin paralelo en Mt y Lc) Mateo, material propio Incluye varias parábolas, de carácter más moralista, relacionado con la división de los hombres (y de los seguidores de Jesús) en buenos y malos (formando una iglesia mixta), y con la temática del juicio. Parte de ellas han sido creadas por la comunidad de Mateo, pero en el fondo transmiten un recuerdo del mensaje de Jesús, adaptado a las nuevas circunstancias de la historia (y la conciencia) de la Iglesia: 5, 15: ciudad elevada sobre un monte 13, 24-30. 36-43: trigo y cizaña, con alegorización minuciosa 13, 44-46: tesoro escondido, perla preciosa 13, 47-50: red barredera, separación de peces 13, 52: escriba que emplea doctrinas antiguas y nuevas 18, 23-35: siervo perdonado, que no perdona a su consiervo 20, 1-16: trabajadores de la viña, contratados a diversas horas 21-28-31: hijo que dice “sí” y no va, e hijo que dice “no” y que va 22, 11-14: invitados sin traje de fiesta (añadido a 20, 1-10) 25, 1-13: vírgenes necias y prudentes, el juicio del aceite 25, 31-46: juicio final, ovejas y cabras, el juicio de las “obras” mesiánicas Lucas, material propio Incluye también un rico material parabólico, con más fidelidad histórica y menos sentido moralista que Mateo. Algunas de sus parábolas (buen samaritano, hijo pródigo) son básicas para entender el evangelio y pueden situarse en el contexto del mensaje de Jesús y de su disputa con otros grupos judíos del tiempo: 7, 41-43: dos deudores a los que se perdonan deudas desiguales 10, 29-37: buen samaritano, quién es el prójimo 11, 5-8: amigo importuno que viene en la noche pidiendo 12, 16-21: rico necio que muere en la noche y se pierde a sí mismo 12, 35-38: criados vigilantes, la vida ante la luz de Dios 12, 47-48: castigo del criado que no es fiel 13, 6-7: higuera estéril a la que el amo manda cuidad 14, 7-11: buscando los primeros asientos en el banquete 14, 28-32: hombre que quiere construir una torre, rey que quiere hacer una guerra 15, 8-10: dracma perdida, una mujer que busca su tesoro 15, 11-32: hijo pródigo, amor de Padre, juicio del hermano mayor 16, 1-8: administrador astuto a quien el amo despide 16, 19-31: rico Epulón, Lázaro el mendigo 17, 7-10: criado que viene del trabajo, amo que cena 18, 2-8: viuda que importuna al juez injusto 18, 10-14: publicano y fariseo, dos formas de oración Juan, elaboración alegórica De un modo normal, las parábolas (narraciones paradójicas con un elemento figurado) han tendido a convertirse en alegorías (pequeños tratados teológicos, donde cada elemento es figurado). Esa tendencia aparece ya en Marcos (cf. 4, 13-20) y aún más en Mateo (cf. 13, 36-43), pero sólo culmina en Juan, donde las parábolas se convierten en largas comparaciones que expresan la teología de su comunidad: 2, 1-12: parábola y alegoría de las bodas de Caná 4, 1-42: parábola, alegoría y enseñanza de la mujer de Samaria 8, 12-20: alegoría de la luz (yo soy la luz del mundo) 9, 1-41: milagro del ciego de nacimiento, convertido en alegoría 10, 1-21: parábola y alegoría del buen pastor 11, 1-44: resurrección de Lázaro, convertida en alegoría 15, 1-16: alegoría de la viña, sentido cristológico y eclesial. Reino, un camino en parábolas Otro modo de ver. Las parábolas rompen la lógica normal de la vida y nos sitúan ante la paradoja del Reino, que Jesús ha ido encontrando y expresando en su itinerario. No todas y cada una las ha “inventado” (=proclamado) él mismo, pero todas en conjunto expresan y trazan su mensaje, de forma que, en sentido estricto, constituyen su “cuaderno de bitácora”, una carta de navegación de Jesús y sus discípulos, una Biblia de Reino, que rompe las seguridades oficiales de la sociedad establecida. Las parábolas no trazan una historia sagrada, como la del Pentateuco, ni fijan unas leyes, como los rabinos, ni unos dogmas de un credo, como cierta Iglesia posterior. ¿Qué hacen entonces? Van abriendo y expresando el camino paradójico del Reino de Dios, que sólo se comprende en la medida en que se va recorriendo, con Jesús. No evocan la esencia general de Dios, por encima (o más allá) del tiempo, sino su venida, la forma en que actúa y se introduce en la historia. No hablan de algo que ya “es”, sino del Dios que viene, mostrando lo que eso implica en el campo conflictivo de la vida de los hombres. No son sentencia hecha, enseñanza general, sino Palabra que “se hace” (=es) en la medida en que está viniendo, de manera que su sentido depende de la respuesta de esos hombres, que viven (se despliegan, descubren su tarea) desde el Reino. No son textos tejidos (escritos, fijados en un libro), sino que se tejen en la medida en que se dicen, acogen y cumplen, comparaciones para entender y estímulos para actuar, de manera que sólo dicen su mensaje en cuanto se dicen y cumplen. Son de Jesús, pero él no las retiene como suyas, sino que las ofrece a sus oyentes, para que se puedan sentir interpelados, invitados por ellas, para repetirlas y así recrearlas…. No tratan de Dios en sí, ni tampoco de los hombres, sino del acontecimiento de la venida de Dios, de su Reino. No son alegoría (verdad general sobre la realidad), enseñanza simbólica cifrada, aunque después se hayan podido alegorizar (como ha hecho el evangelio de Juan), sino palabra que expresa y pone en marcha el don y tarea (compromiso) del Reino, de manera que son verdaderas en la medida en que “crean verdad”. De esa forma evocan el sentido de Jesús, y desvelan su identidad y destino como portador del Reino de Dios, trazando los rasgos básicos de su biografía profética, rompiendo el orden normal de la vida, y descubriendo una experiencia más alta de ruptura, provocando un gesto de sorpresa y paradoja: ‒ Lo más normal. Jesús ha contado parábolas con protagonistas y temas ordinarios: Una mujer que amasa el pan con levadura (Mt 13) o busca la moneda perdida (Lc 15), un comerciante experto en perlas finas (Mt 13), un agricultor acomodado que contrata jornaleros (Mt 20), un viñador y sus renteros (Mc 12)… Pero después ellas nos muestran la gran paradoja de la vida, que no se agota en aquello que somos y sabemos. – Sus parábolas no son relatos ejemplares, en los que todo sucede como debía ser, sino llamadas de atención, ante la hora del Reino, con personajes reales de la vida, pero casi siempre ambiguos: Administradores injustos (Mt 18; Lc 16), reyes crueles (Mt 22) o esposos desconsiderados (Mt 25), levitas y sacerdotes egoístas (Lc 14)... Así nos introduce en la vida real de los hombres y mujeres, para descubrir al fondo de ellos la urgencia y llamada del Reino. - Varias parábolas marcan el comienzo y sentido del Reino, la tarea de Jesús, en línea de siembra y decisión creyente (cf Mc 4, 3-9 par): Como una mujer que amasa el pan levadura (Mt 13, 33); como un hombre que encuentra un tesoro en el campo y da todo por comprarlo (Mt 13, 43); como un comercianteenperlas finas, que encuentra una preciosa y vende su hacienda para comprarla (Mt 13, 45); como grano de mostaza (Mc 4, 31) que se siembra y crece, hasta hacerse árbol grande… Pero Jesús no se ha limitado a contar parábolas, sino que ha entendido y recorrido su camino en Galilea (y después en Jerusalén) como parábola del Reino. Son parábola y signo de Reino sus Doce, representantes de Israel, y lo mismo sus milagros (las diversas curaciones que va realizando en Galilea), y su forma de crear comunión entre aquellos que le siguen. Su manera de hablar y comportarse, de comer con los expulsados e invitar a todos al Reino es una parábola, lo mismo que su vida entera: Ha salido a buscar a la oveja perdida (Lc 16, 4-6), compara a Dios con el padre del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), se presenta a sí mismo como buen samaritano (Lc 10, 29-37). Las parábolas no han sido un ejercicio de simple bondad, pues se sitúan (nos sitúan) en el centro del conflicto que el mensaje de Jesús ha suscitado sobre el reino. Sus personajes no son sencillos y simples campesinos incultos, sin malicia, sino todo lo contrario: Tipos aviesos, como el administrador que engaña al amo (Lc 16, 1-12), hombres llenos de ambición y calculadores, como el que quiere elevarse una torre o el rey que planea hacer una guerra (Lc 14, 28-32)… De modo consecuente, algunas nos ponen ante un campo mezclado de trigo y cizaña (o viceversa), ricos que banquetean, mientras Lázaro muere hambriento ante su puerta, viñadores asesinos y administradores dispuestos a engañar al amo... El mensaje de Jesús no brota de un idilio de paz, sino en un campo dividido, con vírgenes (muchachas) necias y sabias, un mundo de reyezuelos que prestan y exigen (Mt 25, 13-24), mientras en la plaza hay muchos jornaleros esperando sin trabajo hasta la caída de la tarde (Mt 20, 1-15). − Jesús sembrador (Mc 4, 3-9 par.). Le preguntan “quién eres, qué haces” y responde: «Salió el sembrador a sembrar y parte de la semilla cayó en el camino, otra parte en pedregal o entre matorrales…». Así expone la acción del Reino y se presenta a sí mismo, desde esa perspectiva, como agente de su siembra. Sabemos que al principio creó Dios el mundo entero, cielo y tierra (Gen 1). Pues bien, Jesús añade que esa creación se expresa y despliega, culmina, en la siembra del Reino. No ha venido a proclamar el juicio o fin del mundo (como Juan), sino a crearlo de nuevo, con su vida y palabra, pues la creación culmina en el Reino. − Come y bebe. Como niños en la plaza… (Q 7, 31-32; Mt 11, 16-17). Posiblemente le acusan, porque su vida y mensaje no responde a lo esperado. Jesús responde contando esta parábola de niños que juegan: «Hemos tocado la flauta y no había bailado; hemos cantado lamentaciones y no habéis bailado. Pues vino Juan Bautista que no comía, ni bebía, y decís: Tiene un demonio. Ha venido el hijo hombre que come y bebe y decís: es un comilón un borracho, amigo de publicanos y pecadores…». Así en parábola aparece Jesús, como enviado de la Sabiduría, igual que Juan Bautista (cf. Lc 7, 35). − Viñadores homicidas (Mc 12, 1-11 par). Ésta es la parábola “histórica” más clara de Jesús, la que mejor define su misión y su sentido. Marcos (y con él Mt y Lc) la sitúa al final de su trayecto, indicando así la hondura y sentido de su enfrentamiento con las autoridades de Jerusalén (viñadores). Jesús la proclama antes de que las cosas sucedan (que le maten), para presentarse así como enviado (=Hijo) del Dueño de la Viña, para indicar a los sacerdotes el riesgo en el que caen si le matan. Conclusión: Lógica de Jesús, lógica del Reino. De nuevo ante el Card. Müller Jesús interpreta su vida y mensaje como parábola del Reino, implicándose en ella y compartiendo así la dinámica del Dios creador que quiere que le ayuden y acompañen los llamados, volviéndose agentes del Reino. Por eso, las parábolas no pueden entenderse desde fuera, en abstracto, sino sólo cuando los oyentes penetran en ellas y las cumplen, pues el anuncio del Reino que Jesús proclama sólo es Palabra (sólo tiene sentido) allí donde se dice y se acoge, se comparte y se realiza. La ciencia demuestra, la ley organiza, las parábolas, en cambio, despliegan en este preciso momento, un camino concreto de Reino que compromete a los oyentes que las aceptan (o rechazan). Por eso, ellas no han sido terminadas por Jesús de un modo unívoco, ni pueden entenderse en actitud pasiva, sino que suscitan un espacio de comunicación para que los oyentes las asuman y se vuelvan agentes de la Palabra, esto es, del Reino. Algunos le tomaron como ingenuo, poeta fracasado. Pero otros tuvieron miedo y le mataron, porque habían entendido lo que ellas implicaban (y no quisieron aceptarlas, sino defenderse de ellas, matando a quien las proclamaba). Las parábolas hacen a sus oyentes responsables, capaces de entender e implicarse en la tarea del Reino, superando un orden establecido que se impone sobre todos. Por medio de ellas, Jesús ha querido que sus oyentes (compañeros) piensen y decidan por sí mismos, superando una verdad establecida desde fuera. Así, les ha ofrecido una herramienta formidable, la mayor de todas las riquezas, la Palabra) que permite entender el sentido del Reino y comprometerse en su llegada. Las parábolas ofrecen la mayor riqueza (Palabra de Reino), para que los hombres puedan entender y actuar en libertad, desde la voz de Dios (del Reino). Por eso, muchos sabios del mundo o de la Iglesia, amenazados por ellas, han tendido a domesticarlas, convirtiéndolas en simple alegoría, enseñanza objetiva, que dice aquello que siempre existía, al servicio del orden establecido. En contra de eso, las parábolas no fundan un sistema escolar o legal, ni ratifican el poder superior de unos expertos, sino que se dirigen de manera directa a cada uno de los hombres (oyentes), en el mismo espacio de opresión de los artesanos y oprimidos de Galilea. Y con esto puedo volver al tema original propuesto de algún modo por el Card. Müller y su grupo que parecen acusar al Papa Francisco de poco teólogo y menos “cuidadoso” del orden jurídico y jerárquico de la Iglesia. El tema no es fácil de resolver… pero tengo la impresión de que Müller y su grupo lamentan en el fondo el hecho de que Jesús habló en parábolas. Tendría que haber sido más dogmático, más jurídico, más de Iglesia en el sentido “tradicional moderno” de este término. Pienso, según eso, que podemos seguir apoyando al Papa Francisco, para ir incluso más allá que su propuesta. De ello seguiré hablando en otros momentos. Sigue en camino hacia Jerusalén y Jesús advierte a la multitud, que le seguía alegremente, de las dificultades que entraña un auténtico seguimiento. Les hace reflexionar sobre la sinceridad de su postura. Solo en el contexto del seguimiento de Jesús, podemos entender las exigencias que nos propone. Hace unos domingos, Jesús decía al joven rico: Si quieres llegar hasta el final... Hoy nos dice: si no piensas llegar hasta el final, es mejor que no emprendas el camino. Si no eres capaz de concluir la obra, has fracasado. Si decides caminar con él, deja de caminar en otra dirección.
Una de las interpretaciones equivocadas de este radicalismo, es entender el mensaje como dirigido a unos cuantos privilegiados, que serían cristianos de primera. Jesús no se dirige a unos pocos, sino a la multitud que le seguía. Pero lo hace personalmente. “Si uno quiere...” La respuesta tiene que ser también personal. No hay cristianismo a dos velocidades; una la de los clérigos, y otra la de los laicos. Esta visión, no puede ser más contraria al mensaje. Todos los seres humanos estamos llamados a la misma meta. No se trata de machacar o anular el instinto (es lo que hemos predicado con frecuencia). Sería una tarea inútil porque el instinto es anterior a mi voluntad y escapa a su control. Se trata de que el instinto no sea manipulado por la voluntad, torciéndolo hacia una chata obtención de placer. El fin que el instinto quiere garantizar, es bueno en sí. El placer que ha desplegado la evolución es un medio para garantizar el objetivo. Si nuestra voluntad convierte el placer en fin, estamos tergiversando el instinto. Tres son las exigencias que propone Jesús: 1ª.- Posponer a toda su familia. 2ª.- Cargar con su cruz. 3ª.- Renunciar a todos sus bienes. Las tres se resumen en una sola: total disponibilidad. Sin ella no puede haber seguimiento. No es fácil entender bien lo que Jesús propone. La manera de hablar nos puede despistar. En una lengua que carece de comparativos y superlativos, tiene que valerse de exageraciones para expresar la idea. Lo notable es que se haya mantenido la literalidad en el texto griego, que dice “misei” = odia, aborrece, ten horror. No podemos entenderlo al pie de la letra. Tampoco podemos ignorarlas. Son como los famosos “koan” del zen. Tienen que hacernos trascender la formulación y meternos por el camino de la intuición. Fallamos estrepitosamente cuando queremos comprenderlas racionalmente. La verdad que quieren trasmitir no es una verdad lógica, sino ontológica. No podemos entenderla con la razón, pero podemos intuir por dónde van los tiros. Para la primera exigencia la clave está en: “incluso a sí mismo”. El amor a sí mismo puede ser nefasto si se refiere al falso yo que lleva al egoísmo. El ego tiene también su padre y su madre, sus hijos y hermanos. El amor a la familia puede ser la manifestación de un egoísmo amplificado, que busca afianzar el individualismo en los “yoes” de los demás. Lo que se busca en ese amor es mi egoísmo, sumado al egoísmo de los demás. Ese yo ampliado es mucho más fuerte y asegurar mejor el pequeño yo de cada uno. El seguir a Jesús está basado en el amor. Pero el amor que nos pide no está reñido con el verdadero amor al padre o a la madre. Si el seguimiento es incompatible con el amor a la familia es que está mal planteado. Seguir a Jesús nos enseñará a amar más y mejor también a nuestros familiares. Otro problema muy distinto es que ese seguimiento provoque en los familiares la oposición y el rechazo, como le pasó al mismo Jesús. Entonces no se puede ceder a las exigencias del instinto, porque está maleado. Si los familiares, muy queridos, te quieren apartar de tu verdadera meta, está claro que no puedes ceder. El hombre alcanza su plenitud cuando despliega su capacidad de amor, que es lo específicamente humano. Este amor no puede estar limitado, tiene que llegar a todos. Por eso el profesar un verdadero amor a una persona no puede impedir ni condicionar la entrega a otros. Cargar con la cruz hace referencia al trance más difícil y degradante del proceso de ajusticiamiento de un condenado a muerte de cruz. El reo tenía que transportar él mismo el travesaño de la cruz. Jesús va a Jerusalén precisamente a ser crucificado. No olvidemos que los evangelios están escritos mucho después de la muerte de Jesús, y la tienen siempre presente. Está haciendo referencia a lo que hizo Jesús, pero a la vez, es un símbolo de las dificultades que encontrará el que se decide a seguirle. Una vez emprendido el camino de Jesús, todo lo que pueda impedirlo, hay que superarlo. Renunciar a todos sus bienes. Recordemos que a los que entraban a formar parte de la primera comunidad cristiana se les exigía que pusieran lo que tenían a disposición de todos. No se tiraba por la borda los bienes. Solo se renunciaba a disponer de ellos al margen de la comunidad. El objetivo era que en la comunidad no hubiera pobres ni ricos. Hoy sería imposible llevar a la práctica este desprendimiento. Pero podemos entender que la acumulación de riquezas se hace siempre a costa de otros seres humanos. Hoy tendríamos que descubrir que lo que yo poseo, puede ser causa de miseria para otros. Debemos aclarar otro concepto. El seguimiento de Jesús no puede consistir en una renuncia, es decir, en algo negativo. Se trata de una oferta de plenitud. Mientras sigamos hablando de renuncia, es que no hemos entendido el mensaje. No se trata de renunciar a nada, sino de elegir lo mejor. No es una exigencia de Dios, sino una exigencia de nuestro ser. Jesús vivió esa exigencia. La profunda experiencia interior le hizo comprender a dónde podía llegar el ser humano si despliega todas sus posibilidades de ser. Esa plenitud fue también el objetivo de su predicación. Jesús nos indica el camino mejor. En cuanto a las dos parábolas, lo que propone Jesús es que no se puede nadar y guardar la ropa. Queremos ser cristianos, pero a la vez, queremos disfrutar de todo lo que nos proporciona la sociedad de consumo. No tenemos más remedio que elegir. Preferir el hedonismo es un error de cálculo. Las parábolas quieren decirnos que se trata de la cuestión más importante que nos podemos plantear, y no debemos tratarla a la ligera. Es una opción vital que requiere toda nuestra atención. Nuestro problema hoy es que somos cristianos sin haber hecho una clara opción personal. Meditación-contemplación Jesús no impone nada, simplemente propone. Las condiciones no las impone él: son exigencia de la misma naturaleza humana. Solo la sabiduría puede llevarme a la meta. Mientras no alcance esa luz, andaré dando tumbos. Descubierto el tesoro, todo lo demás pierde valor. El político que comenzase su campaña electoral prometiendo bajar los salarios, subir los impuestos y aumentar el paro, difícilmente despertaría mucho entusiasmo. Si encima añade: “El que me vote, irá a la cárcel”, es probable que se quede completamente solo. Jesús llevo a cabo una campaña más loca aún que ésta. Para ser discípulo suyo exige posponer los amores más grandes (a la familia y a uno mismo), jugarse la fama y la vida, renunciar a todo. Es lógico es pensar que Jesús, poniendo esas condiciones, se quedaría sin un solo seguidor. ¿Ocurrió así?
La multitud y los discípulos Para entender el evangelio de hoy es importante distinguir entre estos dos grupos. El evangelio de Lucas habla a menudo de la multitud de gente que acude a escuchar a Jesús (5,1.19) y a ser curados (5,15); vienen de todas partes (6,17), lo acompaña a Naín (7,11), lo siguen al zonas descampadas (9,14), lo siguen a miles (12,1). A estas personas les interesa lo que Jesús dice y hace, se benefician de su enseñanza y sus milagros. Pero nada más. Existe otro grupo mucho más reducido, el de los discípulos. El término se aplica generalmente a los Doce; pero otras veces se habla de un gran número de discípulos (6,17; 19,37), y de este grupo más amplio escoge a setenta y dos para enviarlos de misión (10,1). El problema El evangelio de hoy comienza hablando de la gran cantidad de gente que sigue a Jesús sin ser discípulos suyos: En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús. Es posible que por la mente de alguno de ellos pase la idea de entrar a formar parte del grupo de los discípulos. Jesús, adelantándose a cualquier petición en este sentido, se dirige a todos e indica las condiciones. Primera condición: renuncia a lo más querido En el Antiguo Testamento, la tribu de Leví era el modelo de servicio radical a Dios. Las Bendiciones de Moisés comentan a propósito de ella: Dijo a sus padres: No os hago caso; a sus hermanos: No os reconozco; a sus hijos: No os conozco. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza (Deuteronomio 33,9) Para los levitas, el cumplimiento de la voluntad de Dios está por encima del amor a padres, hermanos e hijos. En línea parecida, pero más radical, formula Jesús su exigencia: para seguirle hay que posponer a su padre y a su madre // a su mujer y a sus hijos // a sus hermanos y a sus hermanas. La familia de la que uno procede (padre y madre), la familia que uno ha creado (mujer e hijos), el entorno familiar (hermanos y hermanas) simbolizan todo el mundo afectivo; colocarlos en segundo plano significa una gran renuncia. Pero Jesús añade un séptimo elemento, el más duro, que no se menciona a propósito de los levitas: hay que posponerse incluso a sí mismo. Segunda condición: arriesgar la fama y la vida Esta exigencia ya ha aparecido en el evangelio de Lucas, formulada de manera más radical aún, pero que aclara el sentido: Quien quiera seguirme, niéguese a sí, cargue con su cruz cada día y venga conmigo (9,23). La imagen, durísima, equivaldría a decir hoy: “El que quiera seguirme, cargue con su silla eléctrica y venga conmigo”. Con la diferencia de que la silla eléctrica no es transportable, mientras que la cruz la llevaba cada condenado hasta el lugar donde iba a morir. El hecho de que se hable de cargar con la cruz cada día demuestra que es algo distinto de estar dispuesto a morir. La muerte en cruz era considerada por los romanos la más cruel e ignominiosa, prevista para graves delitos contra el estado y la sociedad. Por consiguiente, cargar con la cruz cada día expresa la disposición de soportar la deshonra, el odio y desprecio de la sociedad, e incluso la muerte. Una pausa para reflexionar y desanimar Lo dicho basta para desanimar a gran parte del auditorio. Por si alguno no se ha enterado, Jesús propone dos comparaciones (la construcción de una torre y dar la batalla) que invitan a no tomar decisiones precipitadas con respecto a su seguimiento. «Antes de querer convertirte en discípulo mío, párate a pensarlo. No sea que después fracases y hagas el ridículo.» Evidentemente, Jesús no se parecía en nada a esos directores espirituales que animaban a los y las jóvenes a entrar en el seminario o el noviciado sin pensarlo seriamente. Tercera condición: renuncia a los bienes materiales A la renuncia a los grandes afectos, al arriesgar la fama y la vida, Jesús añade en tercer lugar la renuncia a los bienes materiales. Es lo que dice al rico: Vende cuanto tienes, repártelo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. Este personaje no fue capaz de hacerlo. En cambio, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, “dejándolo todo, lo siguieron” (5,11). También Leví, “dejándolo todo, se levantó y lo siguió” (5,28). Nada nuevo bajo el sol Las exigencias anteriores parecen terribles. Sin embargo, a quien ha leído con atención el evangelio de Lucas le resultan conocidas. Coinciden con otros casos en los que Jesús habla de las condiciones para seguirlo. 957Mientras iban de camino, uno le dijo: ‒ Te seguiré adonde vayas. 58Jesús le contestó: ‒ Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero este Hombre no tiene donde recostar la cabeza. 59A otro le dijo: ‒ Sígueme. Le contestó: ‒ Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. 60Le replicó: ‒ Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reinado de Dios. 61Otro le dijo: ‒ Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia. 62Jesús le replicó: ‒ Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios. ¿Exigencias para todos los cristianos? En el libro de los Hechos, cuando se cuenta la expansión de la Iglesia, el término “discípulos” no designa ya a un grupo relativamente pequeño que acompaña a Jesús a todas partes sino a los cristianos de Damasco, Jerusalén, Jope, Antioquía, etc. ¿Se aplican a ellos las exigencias anteriores? ¿Son válidas, por tanto, para todos los cristianos actuales? El caso que conocemos mejor es el de la tercera exigencia: la renuncia a los bienes materiales. Cuando Ananías y Safira, un matrimonio de Jerusalén, vendieron un campo, se quedaron con parte del dinero y pusieron el resto al servicio de la comunidad, pero fingiendo que lo entregaban todo. San Pedro les dice que no estaban obligados a entregar nada; lo malo era que intentaran engañar. Este ejemplo deja claro que para formar parte de la comunidad cristiana, para ser discípulo, no había que renunciar a todos los bienes materiales. De hecho, en las comunidades fundadas por Pablo, lo que él aconsejaba era compartir los bienes con los necesitados. Las dos primeras exigencias, que nos resultan tan duras, posiblemente tuvieron que vivirlas bastante a menudo la mayoría de los cristianos. En una época de frecuentes persecuciones, y en la que los cristianos eran ridiculizados e insultados como criminales y enemigos del estado, hacerse discípulo de Jesús supuso en muchos casos la ruptura con los seres más queridos, la pérdida de la fama y la estima social, e incluso la muerte. La situación no es muy distinta en bastantes comunidades actuales de África y Asia, prescindiendo del desprestigio que supone en muchos ambientes occidentales el hecho de confesarse cristiano. El misterio Jesús no se quedó sin discípulos. Al contrario, cuanto más difíciles eran las circunstancias, más eran los que querían seguirle. Como escribió Tertuliano, que vivió entre los años 160-220: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Lo que desanima de seguir a Jesús no son sus grandes exigencias, sino la comodidad y vulgaridad de quienes lo seguimos. Nuevamente nos encontramos con un texto que forma parte del gran viaje de Jesús a Jerusalén. Le acompañan sus discípulos y discípulas realizando un camino como una gran catequesis itinerante. A lo largo de este tiempo va indicando nuevas claves que van perfilando el estilo de vida de quien decide seguir sus pasos. Jesús ya es percibido como un gran líder que se hace “palabra” para transformar interiormente a sus oyentes y seguidores. No es una palabra neutra, a veces genera conflicto, pero sí respetuosa; no impone normas, pero sí propone cómo situarse ante los diferentes campos de la existencia humana. Va creciendo la oposición entre aquellos que son cuestionados en su manera de vivir y, especialmente, entre los que viven apegados al poder y a las riquezas: fariseos, maestros de la ley y otros sectores opresores.
En esta ocasión Jesús va mostrando cómo ha de ser la respuesta humana a la invitación profunda a vivir desde la luz de Dios y su mensaje. Toca tres ámbitos de la vida para alertar de posibles trampas e incoherencias o para experimentar la mucha felicidad si se consigue vivirlo ajustadamente. El primer ámbito se refiere a los vínculos afectivos. Quizá suene un poco radical y despegado “Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a padre, madre, hermanos, incluso a si mismo…no puede ser discípulo mío”. Pero mirando este texto con cierta profundidad y sin olvidar el contexto, podría referirse a no entrar en un nudo de relaciones egoícas que van devorando la libertad personal y la dignidad. Seguir a Jesús no es excluyente ni exclusivo, pero, desde esta experiencia interna de vínculo con la trascendencia, fluye un estilo de relación que capacita para amar a los demás conectados a esta fuente de vida. Es, sin duda, la creación de lazos liberadores y abiertos al mundo exterior en todo aquello que nos une afectivamente. El segundo ámbito se refiere a nuestra relación con lo que nos hace sufrir en la vida: “El que no carga con su cruz…no puede ser discípulo mío”. Cargar con la cruz no es ir por el mundo arrastrando los pesares de la vida desde una resignación paralizante sino desde una aceptación consciente de la parte de la realidad que nos resulta más amarga. Aceptar aquello que, humanamente es frustrante, nos puede llevar a transformar y avanzar en la vida. No afrontarlo nos conduce a vivir sometidos y situándonos como víctimas. La resignación nos ata, nos bloquea, la aceptación nos moviliza para buscar otras opciones y no desviarnos de nuestra ruta esencial. El tercer ámbito que Jesús nos propone revisar es el de la toma de decisiones: “Si uno de vosotros pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?...” Vivimos inmersos en una marejada de movimientos internos y externos que nos llevan, muchas veces, a tomar decisiones que no nos construyen y que nos debilitan a la hora de asumir las consecuencias. Movimientos emocionales, patrones mentales, ideologías, mantener un status, modas, vientos sociales que pueden hipnotizarnos hasta perder nuestra dignidad y mostrar el lado más ridículo de nuestra vida: “no suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miren se pongan a burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no pudo terminar”. Es importante aprender a discernir todos esos movimientos para encontrar el movimiento principal de Dios en nuestra vida y ser libres para elegir lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados, como muy bien nos enseña San Ignacio. El texto cierra con una invitación a vivir libres de todo aquello que nos pueda esclavizar y no sólo en referencia a los bienes materiales. Jesús insiste en aprender a usar “lo que tenemos” de una manera responsable y para el bien común, aprender a no idolatrar una vida de bienestar al margen de las necesidades y carencias de nuestro mundo. Ser creyente en medio de una agitada sociedad como la nuestra, necesita una solidez personal y una profunda claridad de lo que es esencial y estar conectados a la Fuente de la vida. Discernimiento, honestidad, coherencia y profundidad, cuatro pilares de nuestra vida cristiana en camino hacia la autenticidad. Siempre hemos oído hablar de la santidad de la Iglesia, una Iglesia sin mancha ni arruga. En la cúpula de San Pedro del Vaticano se reproducen en latín y griego las palabras que según el evangelio de Mateo, Jesús dirigió a Simón Pedro luego de su profesión de fe mesiánica: “Tú eres Pedro, sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella“ (Mateo 16,18). En el Concilio Vaticano I se afirma que la Iglesia, por su santidad y propagación, es un gran signo de credibilidad.
Todos ya sabíamos que la historia de la Iglesia no había sido tan gloriosa: cruzadas, inquisición, escandaloso poder temporal de los Papas de la Iglesia de cristiandad, guerras de religión, división de las Iglesias, evangelización unida a la espada colonial, antisemitismo y un largo etc. Juan XXIII con el Concilio Vaticano II inició una gran reforma eclesial: vuelta a la fuentes de la fe cristiana, diálogo con el mundo moderno, ecumenismo, libertad de conciencia y religiosa, etc. Este movimiento conciliar, frenado en muchos aspectos en el invierno eclesial de los últimos años, ha sido retomado y profundizado con Francisco: Iglesia pobre y de los pobres, la alegría del evangelio, volver al Dios misericordioso, crítica al clericalismo y a las tentaciones de la curia vaticana, denuncia de un sistema económico que adora al dinero, mata pobres y destruye la naturaleza; no a los muros y al armamentismo, cuidado de la tierra, un sínodo sobre la Amazonía, visita a campos de refugiados, Iglesia en salida y hospital de campaña etc. Y cuando comenzaba a florecer nuevamente la primavera eclesial, ha estallado ¿casualmente? la tormenta de los abusos sexuales y pederastia de sacerdotes, religiosos, obispos, nuncios y cardenales, el silencio encubridor de las cúpulas jerárquicas, escándalo repetidamente magnificado por los medios de comunicación con toda morbosidad de detalles. Las víctimas de estos abusos, hasta ahora vergonzosamente calladas, comienzan a hacer escuchar su estremecedora voz. El prestigio eclesial está por los suelos, caen grandes figuras e instituciones hasta ahora muy respetadas; la jerarquía comienza a hablar de tolerancia cero y de la necesidad de denunciar los abusos a la sociedad civil, han sido degradados y expulsados de sus cargos altos responsables eclesiales, alguna conferencia episcopal ha presentado su renuncia al Papa Francisco, hay reuniones de emergencia en Roma para responder a esta grave situación. El pueblo cristiano se siente escandalizado y triste. Un viejo adagio latino afirma: Corruptio optimi, pessima, es decir, la peor corrupción es la corrupción de las cosas buenas, óptimas. La Iglesia ha pasado de ser un signo de credibilidad a ser el mayor obstáculo para la fe de muchos de nuestros contemporáneos. No vamos a negar la extrema gravedad de estos hechos, no es momento de presentar excusas, ni alegar que los abusos también suceden en otros ámbitos, sino que es tiempo de sentirnos confundidos y avergonzados, de pedir perdón a Dios y a las víctimas, de escucharlas, de buscar reparación y tomar serias medidas de cara al futuro: repensar la elección y formación afectivo- sexual de candidatos al ministerio ordenado, abrirse a nuevos ministerios, elaborar protocolos para la protección de menores, denunciar la lepra del clericalismo machista que abusa de su poder sobre menores y mujeres, etc. Pero en este momento de confusión, quizás pueda ayudarnos el complementar las catequesis sobre la santidad de la Iglesia con una serena afirmación de que la Iglesia es humana y divina, santa y pecadora, que continuamente hemos de convertirnos y pedir perdón a Dios, como acontece en la liturgia eucarística: la Iglesia necesita siempre ser reformada. Hemos de recordar que en el evangelio de Mateo, poco después de los versículos antes citados, cuando Pedro reprende al Señor ante el anuncio de la pasión, Jesús le dice que se aparte de su vista y le llama Satanás y piedra de escándalo (Mateo 16,21). Pedro además también negó a Jesús en la pasión. También Pablo había sido perseguidor de la Iglesia. Esta es la Iglesia de Pedro y Pablo, una Iglesia de pecadores convertidos. Los llamados Santos Padres, obispos lúcidos y santos de los primeros siglos, dicen que la Iglesia es “casta y prostituta”. Y el gran teólogo Karl Rahner, al comentar la narración sobre la mujer adúltera a la que Jesús salva de ser apedreada (Juan 8, 1-11), afirma que esta mujer cortesana perdonada, representa a la santa Iglesia, la esposa de Jesús. Hemos de recordar que el Señor prometió a la Iglesia la venida del Espíritu y que en Pascua y Pentecostés el Espíritu santo descendió sobre ella y nunca la abandona. Esto significa que nunca el pecado ahogará la santidad de la Iglesia, santidad mucha veces oculta del pueblo fiel, de mujeres que llevan adelante la familia, de monjas que cuidan enfermos y ancianos, de sacerdotes misioneros que gastan su vida en tierras lejanas, de hombres y mujeres entregados a los demás, de movimientos obreros o indígenas que luchan por los derechos humanos, de tantos santos “de la puerta de al lado”. Ni terrorismo mediático, ni chantaje económico o político, ni encubrimiento jerárquico, ni escándalo farisaico, ni ingenuidad. No nos sorprendamos ni rasguemos las vestiduras. Somos pecadores, miembros de una Iglesia pecadora y santa a la vez, necesitamos pedir perdón a Dios y a las víctimas, necesitamos urgente conversión y acogernos a la misericordia del Señor: hemos de escuchar a las víctimas y desde su clamor reformar las estructuras eclesiales. Este puede ser un momento clave para una reforma eclesial a fondo. Pero en este proceso no estamos solos, nos acompaña el Espíritu del Señor. La Iglesia aparece en el credo en el tercer artículo, en nuestra profesión de fe en el Espíritu Santo: la Iglesia es santa por el Espíritu santo. Y este Espíritu que siempre actúa desde abajo, en momentos de caos y confusión, es el que ahora clama desde la voz de las víctimas. Escuchémoslo. Se debería completar el texto de la cúpula vaticana y añadir que Pedro no solo es piedra fundamental de la Iglesia, sino también piedra de escándalo y Satanás. Pero a pesar de ello, el Señor resucitado perdonó a Pedro y le confirmó en su misión pastoral de apacentar sus ovejas (Juan 21, 15-17). La verdadera historia de la Iglesia no es la historia de los Papas o de la jerarquía eclesiástica, sino la vida de los santos y santas, muchas veces miembros anónimos, del santo Pueblo de Dios. Estos días de Agosto, Televisión Española nos ha sorprendido, por lo menos a mí, al ponernos en el canal dos la serie de seis capítulos con que se titula este artículo.
La serie me ha gustado y es digna de verse, por lo bien que está hecha y lo cuidadoso del tratamiento, tanto desde el punto de visto religioso como histórico. Es aspecto geográfico es de lo más destacable, con una fotografía y una presentación de imágenes de lugares y sitios históricos encomiable y que puede hacer la delicia de cualquiera que los haya visitado con antelación y por descontado de todos aquellos que no han tenido la oportunidad de hacerlo y que ahora con estos seis capítulos van a poder tener una estupenda visión geográfica e histórica de conjunto, de esos cuatro primeros siglos de la Historia de la Iglesia. La serie viene fenomenal para todos los profesores de la religión cristiana y para todo aquellos que quieran tener una semblanza completa, de los primeros pasos de la Iglesia. La serie consta de 6 episodios y está escrita y presentada por Jonathan Philliphs, catedrático de Historia de las Cruzadas del Royal Holloway de la Universidad de Londres, que se ha recorrido 7 países y más de 3500 Km para su presentación. El primer episodio se titula, EL NACIMIENTO DE LA FE, el segundo, EL GRAN MISIONERO, PABLO, el tercero, LA ERA DE LOS APOSTOLES, el cuarto, DEL APOCALIPSIS A LAS HEREJIAS, el quinto, LOS PAGANOS Y EL CULTO A LOS MARTIRES y el sexto, CONSTANTINO. La serie es de 2016 y se puede ver en rtve a la carta o en internet, en You Tube. “¿Puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque se encontrara alguna que lo olvidase, ¡Yo nunca me olvidaría de ti! (Isaías 49,15).
Con estas palabras Dios pone a la madre como ejemplo de la incondicionalidad del amor. Y este amor es verdad. Son innumerables las madres que dan todo por sus hijos, que se entregan y se sacrifican a diario por ellos. Pero también es posible -y de hecho sucede- que algunas los abandonan y les causan mal. En este texto bíblico, Dios apuesta por un amor maternal de excelentes cualidades y como si quisiera garantizar que es posible vivirlo, Él se pone como ejemplo de esa realización. Además, nos llama a vivirlo. No basta que reconozcamos que Dios es “Padre y Madre” o que agradezcamos el amor de nuestras madres sino que debemos comprometernos en la vivencia de un amor con esa misma calidad, poniendo los medios necesarios para ello. Amar no es tarea fácil, ni siquiera para una mamá. Hay muchos equívocos al respecto. A veces el deseo de ser madre encierra cierto egoísmo: “quiero tener un hijo para que sea mi compañía, la razón de mi vida”. Otras veces las madres consienten tanto a sus hijos que les impiden crecer, ser fuertes, salir de sí mismos, comprometerse con lo que hacen. No permiten que su hijo se esfuerce por nada y les solucionan fácilmente todos los problemas. En algunas ocasiones, el amor maternal es “ciego” impidiéndole reconocer los aspectos negativos del hijo y disculpándole todo. Así, sin negar las buenas intenciones de las madres, van creciendo hijos incapaces de amar, centrados en sí mismos, que el día de mañana ni siquiera saben amar a sus padres. Esto sucede porque aunque el amor brota espontáneamente –y mucho más por la criatura que se da a luz-, una vez que surge, debe cuidarse, trabajarse, orientarse, purificarse, hacerlo crecer. Nadie nace sabiendo cómo amar. Es una tarea de toda la vida porque siempre se puede amar más y mejor. ¿Cómo se aprende a amar? ¿Cómo liberarse del egoísmo y ponerse al servicio de los demás? ¿Cómo orientar, reforzar y crecer en un amor incondicional capaz de hacer de la vida un don de amor para el mundo? No existen recetas ni fórmulas mágicas. Sólo se pueden dar pistas e intuiciones que posiblemente pueden ayudarnos. Se precisa un conocimiento propio. De nosotros brota espontáneamente el amor que hemos recibido. Reconocer vacíos, carencias, dolores, puede ayudarnos a entender nuestros egoísmos e intereses propios. Pero no basta trabajar las causas. Los seres humanos tenemos el gran don de ser mucho más de lo que recibimos. La capacidad de superación física que se ve cuando se tienen limitaciones de ese tipo, es también fuerte en el mundo interior de afectos y sentimientos profundos. Los seres humanos podemos crecer en el amor ¡y en qué medida! Muchas personas nos dan testimonio de ello. Ahora bien, es necesario optar una y otra vez por el servicio, el desprendimiento, la ayuda fraterna, la disponibilidad, la colaboración. Supone esforzarnos por purificar nuestras intenciones, desprendernos una y otra vez de todo lo que queremos poseer –bienes, circunstancias, honores, personas- y que nos mantiene encerrados en nosotros mismos. Implica estar convencidos de que “ser amor” es la mejor realización que podemos alcanzar. Un amor así ya es real en tantas personas que conocemos -especialmente en las madres- pero no olvidemos que este amor maternal incondicional es una llamada para todas y todos. Dios nos los ofrece sin medida y confía en que cada uno seamos sacramento de este mismo amor para el mundo. Leyendo los Hechos de los Apóstoles, parece que todo iba sobre ruedas. Y seguro que el ánimo de aquellas primeras comunidades cristianas fue tan estupendo como nos cuenta Lucas, imbuidos como estaban por el Espíritu Santo. Otra cosa diferente sería la convivencia diaria y las dificultades que se fueron presentando, tanto internas como externas, tratando de evangelizar en un ambiente muy poco propicio al estar impregnado totalmente de la cultura pagana del imperio romano. La ciudad de Roma en el siglo I, donde fueron escritos los Hechos de los Apóstoles, acogía a un millón de habitantes, cifra que ninguna otra ciudad volvió a alcanzar hasta el Londres victoriano.
Aquellos grupitos de enviados (apóstoles) llegaron al corazón del imperio y evangelizaron sin ningún elemento de poder y sin contar con facilidades humanas; todo lo contrario. Lucas resalta la potencia de la acción del Espíritu sin la pretensión de ser un simple cronista de los orígenes cristianos, ni presentar la penetración del Cristianismo en el mundo pagano como un fenómeno puramente histórico. Su objetivo es poner de manifiesto la acción del Espíritu cuando nos ponemos manos a la obra, por muy difícil que resulte el contexto, tratando de edificar la Iglesia y que fructifique la Palabra en lugares poco propicios. Estoy convencido que nuestra realidad contiene suficientes similitudes como para que tomemos en serio el papel que nos corresponde en esta sociedad posmoderna, secularizada y materialista, poco propicia a mensajes como el que predicaron los primeros cristianos en las urbes de moda en aquellos tiempos: Roma, Corinto o Antioquía, donde, por primera vez, se les llama cristianos a los seguidores de Cristo (Hch 11, 25-26). Pero es la época en la que nos ha tocado vivir y evangelizar con el ejemplo, no solo con la palabra, ahí, en medio de tanta indiferencia neopagana. Predicaban una novedad y resultaba difícil vivir en medio de aquellos ambientes. Son ilustrativos los comentarios que realiza Arístides en su Apología, destacando las virtudes y el ejemplo de este grupo social minoritario que provocaba admiración y un goteo incesante de seguidores y seguidoras. Tan es así, que pronto les ocurrió lo que al Maestro al que emulaban, en cuanto cuestionaron algunas esencias del mundo romano: sus dirigentes comenzaron las persecuciones para borrar del mapa todo lo que tenía que ver con sus mensajes. Las cosas tienen hoy en día algunas similitudes. Existe una gran persecución a los cristianos en tierras de Oriente y de África, aunque es algo que apenas nos llama la atención. En el Primer Mundo las cosas son más sofisticadas. En primer lugar, nuestra falta de ejemplo y ausencia generalizada de denuncia profética ayuda mucho a quienes les viene muy bien la placidez con la que vivimos el consumismo hedonista que ha puesto en crisis los valores y compromisos básicos éticos; qué no decir de los valores cristianos. Y en segundo lugar, el gran regalo que nos ha venido en forma de Papa Francisco con sus mensajes y ejemplo, está siendo puesto a prueba sobre todo por la resistencia tremenda dentro de nuestra Iglesia; como le pasó a Jesús de Nazaret. Las incomprensiones que cuenta Pablo en sus cartas se trocaron en persecución en cuanto la vivencia trajo consecuencias para el poder en cuanto comenzó a influir en la manera de entender la vida y las relaciones humanas. Aquellos primeros cristianos se hicieron fuertes en su fe viviendo sus dificultades en comunidad cristiana. Y el resultado fue la impresionante influencia que tuvieron los evangelios a pesar de las desviaciones propias de la miseria humana. Creo que ahora estamos un poquito más en crisis, precisamente porque la indiferencia social y la laxitud como cristianos es un escenario peor que el ser perseguido frontalmente por el enemigo. Poco a poco, pero inexorablemente, nos han narcotizado la existencia y es difícil fijarse en los profetas que existen a nuestro alrededor. El más visible y activo, sin duda que es Francisco, pero no encuentra seguidores suficientes entre nosotros para revertir la actitud eclesial que ha convertido a la institución en algo más importante que el Mensaje y su práctica. Aprovechemos este final de verano para releer los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo en clave de oración, abiertos al Espíritu y a nuestra responsabilidad reflexionando lo que significa el regalo de la fe. Nuestro mundo cercano está anhelante buscando signos de esperanza tras el oropel posmoderno que relativiza lo mejor de la existencia ¿Estamos siendo testigos de la Buena Noticia? Hoy tiene mucha importancia el contexto. Un fariseo invita a Jesús a comer. Los judíos hacían los sábados una comida especial a medio día, al terminar la reunión en la sinagoga. Aprovechaban la ocasión para invitar a alguna persona importante y así presumir ante los demás invitados. Jesús era ya una persona muy conocida y muy discutida. Seguramente la intención de esa invitación era comprometerle ante los demás invitados. Como aperitivo, Jesús cura a un enfermo de hidropesía, con lo cual ya se está granjeando la oposición general (era sábado).
En el texto encontramos dos parábolas. Una se refiere al invitado, otra al anfitrión. Se trata de la relación que inicias tú y la que inicia el otro contigo. En la primera no se trata de un consejo para tener éxito, pero toma ejemplo de un sentimiento generalizado para apoyar una visión más profunda de la humildad. Jesús aconseja no buscar los honores y el prestigio ante los demás como medio de hacerse valer. Condena toda vanagloria por contraria a su mensaje. El texto conecta con el final del domingo pasado: Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos. La segunda encierra un matiz diferente. No quiere decir Jesús que hagamos mal cuando invitamos a familiares o amigos. Quiere decir que esas invitaciones no van más allá del egoísmo amplificado. Esa actitud no es signo del amor evangélico. El amor que nos pide Jesús tiene que ir más allá del puro instinto, del interés. La demostración de que se ha entrado en la dinámica del Reino está en que se busca el bien de los demás sin esperar nada a cambio. La frase “dichoso tú porque no pueden pagarte, te pagarán cuando resucites los justos”, puede entenderse como una estrategia para que te lo paguen más allá. Esta dinámica no tiene nada de cristiana. En ambos casos, Jesús nos propone una manera distinta de entender las relaciones humanas. Jesús trastoca comportamientos que tenemos por normales, para entrar en una dinámica nueva, que nos debe llevar a cambiar la escala de valores del mundo. Ser cristiano es, sencillamente, ser diferente. No se trata de renunciar a ser el primero. Todo lo contrario, se trata de asegurar el primer puesto en el Reino, buscando el bien de la persona y no solo de la parte biológica. “El que quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no critica el que queramos ser los primeros, lo que rechaza es la manera de conseguirlo. Ojo con la falsa humildad. Dice Lutero: La humildad de los hipócritas es el más altanero de los orgullos. Existen dos clases de falsa humildad. Una es estratégica. Se da cuando nos humillamos ante los demás con el fin de arrancar de ellos una alabanza. Otra es sincera, pero también nefasta. Se da en la persona que se desprecia a sí misma porque no encuentra nada positivo en ella. No es fácil escapar a esos excesos que han dado tan mala prensa a la humildad. Ninguno de los grandes filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles) elogiaron la humildad como virtud; y Nieztsche la consideró la mayor aberración del cristianismo. No hay que hacer nada para ser humilde. Es reconocer que eres lo que eres, sin más. Ni siquiera tendríamos que hablar de ella, bastaría con rechazar todo orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, etc. Se suele hacer alusión a Sta. Teresa; pero la inmensa mayoría demuestran no entenderla cuando dicen: “humildad es la verdad”. Ella dice: "humildad es andar en verdad". Se trata de conocer la verdad de los que uno es, y además vivir (andar en) ese realidad. También se entiende mal la frase de Jesús, “yo soy la verdad”, cuando se interpreta como obligación de aceptar su doctrina. No, Jesús está diciendo que es auténtico. Siempre que se violenta la verdad, sea por defecto sea por exceso, se aleja uno de la humildad. No se trata de que nos convenzan de que somos una mierda. Se trata de descubrir nuestro auténtico ser. Humildad es aceptar que somos criaturas, con limitaciones, sí; pero también con posibilidades infinitas, que no dependen de nosotros. Ninguno de los valores verdaderamente humanos debe ser reprimido en nombre de una falsa humildad. No se trata de creerse ni superiores ni inferiores. Si la humildad me lleva a la obediencia servil, no tiene nada de cristiana. Muchas veces se ha apelado a la humildad para someter a los demás a la propia voluntad. Un conocimiento cabal de lo que somos nos alejaría de toda vanagloria. No se trata de un conocimiento analítico desde fuera, sino interior y vivencial. Para conocerse, hay que tener en cuenta al ser humano en su totalidad. Eso sería la base de un equilibrio psíquico. Sin conocimiento no hay libertad. La humildad no presupone sometimiento o servidumbre a nada ni a nadie. Sin libertad ninguna clase de humanidad es posible. Tampoco la soberbia es signo de libertad, porque el hombre orgulloso está más sometido que nadie a la tiranía de su ego. La mayoría de las enfermedades depresivas tienen su origen en un desconocimiento de sí mismo o en no aceptarse como uno es, que viene a ser lo mismo. Ninguna de las limitaciones que nos afectan puede impedir que alcancemos nuestra plenitud. Las carencias forman parte de mí. Las accidentales no pueden desviarme de mi trayectoria humana. Una visión equivocada de sí mismo ha hundido en la miseria a muchos seres humanos. Caen en una total falta de estima y en la pusilanimidad destructora. Ser humilde no es tener mala opinión de sí mismo ni subestimarse. Avicena dijo: "Tú te crees una nada, y sin embargo, el mundo entero reside en ti". El orgulloso no necesita que nadie le eche en cara su soberbia ni que le castiguen por su actitud. Él mismo se deshumaniza al despreciar a los demás. Tampoco es necesario que el humilde reciba ningún premio. Si no espera nada de su actitud o, mejor aún, si ni siquiera se da cuenta de su humildad, es que de verdad está en la dinámica del evangelio. La humildad va de arriba abajo. La humildad ante los superiores, la mayoría de las veces, es sometimiento y servilismo. No es humilde el que reconoce la grandeza del superior sino el que reconoce la grandeza del inferior. Meditación-contemplación Tú eres más de lo que crees ser. Nada ni nadie te puede impedir alcanzar esa meta. No tienes que hacer nada, ni conseguir nada. Todo lo que pretendes alcanzar, ya lo tienes. Todo lo que pretendes ser, ya lo eres. Solamente tienes que tomar conciencia de ello. |
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