La fe en Jesús entraña creer como él creyó, afiliado enteramente a su Abbá, con quien se identifica desde su entrega a la realización del Reino de Dios. Consecuencia de ello es el hecho del seguimiento. Creer en Jesucristo es seguirle. En otras palabras: tiene fe quien cree en el Dios de Jesús o en el Jesús de Dios.
Jesús se sitúa en la tradición de los profetas. Le preocupa el cambio de la persona y de la sociedad para que reine la justicia o el reinado de Dios. La consecuencia es obvia: está cerca de Dios y de la conversión quien rompe un pasado o un presente de injusticia y vuelve a Dios o al reino de justicia. Lo esencial es descubrirlo implicado en el proceso transformador de la persona y de la sociedad. Convertirse no es simplemente renunciar, hacer sacrificios, disponerse a recibir la gracia de un sacramento, ni siquiera equivale a creer en Dios desde lo más propio de la conciencia, ni se da sólo en el interior del corazón, sino que se enraíza, como la fe, la esperanza y la caridad, en la conciencia madura, adulta. Nadie se convierte por imposición, sino por invitación del Espíritu de Jesús. Esta invitación exige una respuesta que se traduce en la ruptura de un pasado y un presente de injusticia, de relaciones desiguales, de superioridad y subordinación y vuelve a Dios o al reino de justicia. Nada más profético en el contexto de un Sínodo que lleva por lema: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”, a convocatoria del papa Francisco, que la primera lectura de Pablo a los Corintios (12,12-30) en la que se nos dice que la Iglesia es como el cuerpo humano: debe haber diversas funciones y ministerios, pero ninguno puede funcionar sin los otros. Es más, aquellos que implican autoridad (no autoritarismo), son los que menos pueden funcionar aisladamente, ya que deben servir a la base. En la Iglesia no se puede mandar sin dejarse impactar o conmover por la base; todos somos Pueblo de Dios que camina. En el evangelio, Jesús expone claramente en la sinagoga de su pueblo, su programa mesiánico: dar una buena noticia a los pobres, a los condenados la libertad, a los ciegos la vista, a los oprimidos la liberación. Lucas se lo transmite con entusiasmo a su joven amigo Teófilo “para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido” y “mantener siempre viva la verdad de las cosas en las que ambos fueron enseñados”. También hoy a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. Jesús proclama que la unción que recibimos en el Bautismo, no separa del mundo, sino que compromete con el mundo en el sentido de la liberación de toda opresión. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”. Todo cristiano debería ser el primero en la lucha contra toda clase de opresión y discriminación. Con más razón quienes ostentan la autoridad, que no es sino el servicio, ejercido sin prejuicios ni estereotipos, para que “todos seamos Uno en Cristo Jesús” (Gal 3,28). La autoridad en la Iglesia no puede separar y dividir a unos de otros, clérigos y laicos, hombres y mujeres. Esto es, clérigos que mandan y mujeres y hombres que obedecen; sacerdotes que predican en virtud de un “poder sagrado” y laicos eternamente callados, que escuchan y no tienen su palabra. Clérigos que celebran, enseñan, ejercen el poder poniéndose por encima de la Comunidad, dictan las normas morales favoreciendo la pasividad del Pueblo de Dios, que pese a todo, sigue trabajando y dando razón de su fe en todas las tareas eclesiales sin reconocimiento de la autoridad competente. Si la base de la Iglesia es ser todos seguidores de Jesús, todos somos sinodales, compañeros de camino; todos consagrados, ungidos por el Espíritu para realizar nuestra misión en el mundo. Todos laicos, Pueblo de Dios consagrado por el Bautismo en el Espíritu. La Iglesia discrimina por razón de sexo. Tampoco las mujeres ni los varones casados podemos representar a Cristo en la Iglesia occidental. El sexo y el celibato se han convertido en voluntad del Espíritu de Jesús. Y todo ello con un argumento engañoso de consecuencias desastrosas que descuida las necesidades de las comunidades cristianas, mina la debilitada autoridad de la Iglesia y provoca la desobediencia a las normas eclesiásticas del estamento clerical. ¿Dónde queda la verdad y la libertad evangélica? Me conmueven hoy, especialmente las palabras de Jesús: El Espíritu del Señor está sobre mí, sobre ti, porque te ha ungido. Te ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, a los descartados, a los sencillos, te ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos. Cautivos de sus prejuicios, de sus estereotipos, de su terquedad, de su prepotencia, de sus miedos, de sus recelos. Y te ha enviado a anunciar el año de gracia del Señor, con audacia y con esperanza. Todos tenían los ojos fijos en Él. Y añadió: Hoy se cumple el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar. La movilización feminista católica en Europa y Latinoamérica es un signo de los tiempos incuestionable. Anhelamos cambiar la estructura eclesial medieval por una Iglesia de corte profético, liberadora, valiente, circular, peregrina, que camina junto a todos los que creen y siguen a Jesús, el Señor. La reforma de la Iglesia es la vuelta a la fuente, a Jesucristo. Hoy, laicos, pastores, obispo de Roma, comunidad de personas bautizadas con la misma dignidad, conscientes de estar llamadas con otros para seguir a Jesucristo y ser testigos creíbles del Evangelio, nos ponemos en camino en este Sínodo, que es “acontecimiento de gracia, proceso de sanación guiado por el Espíritu Santo”. Shalom!
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El significado de la realidad de una epifanía, puede ser muy amplio. En la literatura, una escritora como Clarice Lispector, escribe muchos de sus cuentos alrededor de pequeñas o mayores epifanías que se cuelan en nuestros caminos cotidianos, transformando la vida o al menos llamando a esa transformación. El diccionario define la palabra como: manifestación, aparición o revelación…Manifestación, revelación ¿de qué o de quién? ¿Cómo ocurre, cuándo ocurre? ¿Ante quién se produce?
Si nos centramos en la fiesta que los cristianos denominamos como tal y que celebramos el 6 de Enero de cada año, pensamos que se trata de la manifestación que los magos de oriente experimentan de la Divinidad, ante el pequeño Niño del portal de Belén. La manifestación de la grandeza y lo trascendente en lo pequeño… la presencia de la Divinidad en la humanidad en su expresión más frágil. ¿Hacia dónde apuntan los símbolos de esta conmemoración, ya que sabemos que no se trata del “cumpleaños” de un hecho histórico ocurrido hace dos milenios? Esta leyenda, muy rica en contenidos, nos invita a mirar con ojos nuevos… con ojos de “magia” es decir de penetración, de apertura al misterio, de apertura a lo que nos trasciende o a veces no entendemos; nuestra vida y los carriles por los que ella transcurre. Y nos invita a recorrer caminos y a atravesar el mundo siguiendo esa mirada hasta descubrir lo que nos manifiesta, lo que nos revela, lo que nos muestra. Y si de lo que se trata es de la manifestación de la Divinidad, para los y las creyentes, es necesario adquirir esos ojos y esa voluntad porque esa epifanía puede estar siempre, a lo largo del año y de la vida, escondida en un cruce del camino; escondida en el otro o la otra más próximos que muchas veces pueden ocultarse y difuminarse en la cotidianeidad. Fuimos educados y educadas casi siempre en la expectación de un Dios extraordinario y maravilloso que al acercarse a la humanidad, lo haría rompiendo todas las leyes de la naturaleza… (Por ejemplo: tenía que nacer de una madre virgen, para no menoscabar su no contaminación con los humanos). Sin embargo, como nos lo dicen los místicos, la Divinidad habita en el fondo mismo de nuestra naturaleza, de nuestro ser más íntimo, en el centro más vulnerable de nuestro mundo: No hay que comprender a Dios ni considerarlo como algo ajeno a mí... Alguna gente simple se imagina que deberían ver a Dios como si estuviera allí y ellos aquí. Pero esto no es así. Dios y yo somos uno. (Maestro Eckhart) La Epifanía entonces depende de nuestra visión. La Energía y Presencia Divina, nos espera todo el año en cualquier curva del camino. De nosotros/as depende hacerla realidad y transformarnos cada día a partir de esa experiencia, de esa visión. El papa Francisco está reformando la Iglesia utilizando una palabra ‘nueva’ que es tan ‘vieja’ como la historia de la Biblia y el sueño de la humanidad: la ‘sinodalidad’. Esta palabra significa ‘caminar juntos y a la par, en la igualdad y el compartir de las responsabilidades. En definitiva, es otro nombre de la democracia…
La ‘sinodalidad’ es el sueño de Abraham y Sara, su mujer. La novedad es que este sueño es primero social. Es la utopía de una vida fraterna entre todos, una sociedad sin dominadores, un compartir de tareas y de responsabilidades. Abraham y Sara dejaron su tierra, sus dioses y a los de su raza. Se trata de una ruptura social y cultural; solamente después toma una dimensión religiosa. Nuestra lectura fundamentalista de la Biblia nos la hace mirar como una historia religiosa cuando fue primero una experiencia social y cultural. Es en su nueva experiencia social y cultural que Abraham, Sara y su parentela hicieron la experiencia de una Dios único y amigo. Al no entender nosotros este proceso hemos dejado de leer la Biblia como la historia social, política, económica e ideológica de un pueblo del Medio Oriente. Por eso tenemos tanta dificultad para asumir la dimensión política de la fe cristiana. Abraham y Sara vivieron en una época en que la esclavitud era la ley. Un rey controlaba un pequeño territorio, vivía en la ciudad y defendía a los campesinos de los invasores de tierras y los ladrones de rebaños. Como contrapartida los campesinos facilitaban al rey y su corte los alimentos y servicios que precisaban. La religión era la religión del rey: Proyectaba en el cielo la organización piramidal de la tierra con sus distintos niveles de poderes y privilegios. Es contra esta organización esclavista e idólatra que Abraham, Sara y su parentela se rebelan En esta experiencia social intuyen a un Dios único y amigo de los humanos. Por estos motivos Abraham y Sara son una ‘bendición de Dios’: Su ruptura social, cultural y religiosa pasa a ser una alternativa tanto a la esclavitud social como a la falsedad religiosa de la época. Sabemos que, después de varios siglos, el proyecto de Abraham y Sara fue interrumpido. Por una gran hambruna sus descendientes, para no desaparecer, tuvieron que migrar a Egipto y aceptar la esclavitud del rey llamado ‘faraón’ y su religión piramidal. Pero ya estaba sembrada la posibilidad de alternativas tanto al nivel social como religioso. El sueño de Abraham y Sara volvió a florecer en Moisés y Miriam que lograron sacar a sus hermanos de raza de la esclavitud de Egipto. Dieron al sueño de Abraham y Sara un triple objetivo: la libertad, o sea, la decisión de no ser más esclavos, la ‘equidad’, es decir la satisfacción de tener lo que cada uno necesita, y la democracia o participación en las decisiones colectivas: Es toda una organización social novedosa. La dimensión religiosa se manifiesta cuando deciden celebrar en el desierto el reconocimiento de la presencia amiga y liberadora del Dios de Abraham y Sara en medio de ellos. De allí nacen los ’10 mandamientos’ que son la institucionalización resumida del proyecto social, cultural y religioso del pueblo de Moisés. Esta celebración pasará a ser el comienzo ‘oficial’ del pueblo de Jesús, su fundación. La llamaron “la Pascua”, es decir, ‘el paso, el éxodo’ de la esclavitud a la libertad y a una organización en fraternidad, equidad, democracia y fe. Con su llegada hace 2,000 años, Jesús confirmó esta opción social, cultural y religiosa de Abraham y Sara, continuada por Moisés y Miriam, las y los profetas y las y los sabios. Asumiendo este proyecto de sus antepasados, perfeccionándolo, Jesús lo llamó el Reino de Dios. Al llevarlo a un grado superior de humanidad y comunión con Dios, Jesús pasó a ser la máxima revelación y manifestación de Dios en los hechos, las personas y los pueblos. Lo vemos en presentación que Jesús hace de su misión cuando dice en Nazaret que “el Espíritu lo ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de la gracia del Señor”. “El año de la gracia del Señor es el cumplimiento de la hermandad universal hecha fraternidad, justicia, equidad y democracia, o sea, el Reino en su cumplimiento. Los primeros cristianos retomaron este proyecto de vida plena para todos, de fraternidad manifestada en el compartir equitativo de bienes, de decisiones democráticas tomadas en Asamblea sinodal donde todos participaban. En este actuar colectivo hicieron la experiencia de Jesús resucitado, imagen de un Dios amigo, liberador y trascendente en medio de ellos. Por eso decimos que “¡La vida es Palabra de Dios!” y a Jesús: “¡La vida es tu Palabra!” La historia del pueblo de Jesús contada en la Biblia pasa a ser el criterio de continuidad de este proyecto social, cultural y religioso comenzado por Abraham y Sara hace 4,000 años. En estos tiempos de grandes cambios sociales y religiosos al nivel planetario es bueno reencontrar en la fe liberada de fundamentalismo un aliento para nuestras luchas sociales y religiosas hacia más democracia o sinodalidad. Es lo que se han propuesto el papa Francisco y muchedumbres que protestan por todo el orbe, hasta el don de la vida, contra un sistema de esclavitud, engaños, desigualdades, hambre y muerte. ¡La esperanza está más viva que nunca! ¡ÉL es radical y exige que tú lo seas con Él.
Los dos juntos abrazados por los hombros como dos jóvenes amigos que todo lo comparten- y se prometen la amistad eterna y si es preciso darán la vida uno por el otro!!! ¡A pesar de que intenten enviarte al espíritu del mal y muchas veces lo consigan: para hacerte todo el mal que puedan como a Jesús intentaron hacérselo- ¡Contigo también lo van a tener difícil! porque tu también eres el hijo de Jesús, y tienes su nombre! y por él te llama y actúas como Él, y le escuchas como buenos amigos que sois y ya sabes que; a una buena morirás siendo hijo y amigo de Él, porque has nacido, y vivido en el mismo barrio que Él! Cuando eras niño tu abuela te llevaba de su mano y te presentaba a los que eran amigos de Jesús para que lo entendieras cómo el amigo que nunca falla!!! ¡ Qué gran suerte que has tenido!!! ¡Ahora tú también, en el barrio de tu ciudad, de tu pueblo- estás aprendiendo a servir a los Hermanos y hermanitos de Jesús, pero que sepas, que no eres su sirviente!!! ¡Quien no Vive para servir, no sirve para Vivir Eres el reflejo de la luz del Maestro!!! ¡Él te ha prestado sus manos para acariciar y curar lo que estaba perdido! ¡Te ha dejado su voz para abrir los oídos y el corazón al que lo necesita! ¡Te ha dado sus ojos para cambiar la mirada a la humanidad! ¡Te ha regalado su corazón para adentrarte en el corazón del mundo y cambiarlo! Y entonces..! ¡Con el evangelio ante mí, yo camino! Con el evangelio tras de mí yo camino Con el evangelio sobre mí yo camino Con el evangelio debajo de mí yo camino. ¡Con el evangelio a mi alrededor me hago como tú!!! Thomas S. Kuhn (1922-1996), físico, historiador y filósofo de la ciencia, fue quien fundamentó y popularizó el tema del cambio de paradigma (CdP) en el mundo científico. Pero su intuición puede aplicarse a otros ámbitos.
Paradigma es un esquema de la realidad, reconocido por la comunidad como marco de referencia que incorpora conocimientos, valores y concepciones simbólicas que permiten situar y resolver los nuevos problemas. Cuando el paradigma es universalmente aceptado tenemos un tiempo normal y permite la solución de los nuevos problemas desde el paradigma habitual. Sin embargo, a veces surgen nuevas cuestiones que ya no permiten ser solucionadas desde el paradigma habitual, son anomalías que cuestionan el paradigma habitual. Se genera entonces un tiempo de incertidumbre, de crisis y de conflicto que provoca un cambio de paradigma. Surge entonces un nuevo paradigma que, a pesar de las resistencias de ser aceptado por los defensores del paradigma anterior, luego de un tiempo de transición, acaba siendo asumido por la comunidad. Indudablemente este modelo de Kuhn sobre los cambios científicos no puede ser aplicado a la Iglesia sin correcciones. Tenemos un criterio último para juzgar la verdad de un paradigma que es la revelación Palabra de Dios y la fe cristiana de la gran Tradición eclesial. Pero esto supuesto, hay mucha semejanza entre el CdP científico y el eclesial, tanto en los momentos de crisis como en la búsqueda de nuevos paradigmas y las tensiones eclesiales ante la novedad de un CdP. Podemos, pues aplicar este esquema de CdP no de forma matemática, pero sí analógica, a los cambios eclesiales y teológicos de hoy. La historia de los concilios de la Iglesia, desde la Asamblea apostólica de Jerusalén (Hch 15) hasta el concilio Vaticano II, son ejemplos de la necesidad de la Iglesia de un CdP para poder expresar la fe de modo que responda a los nuevos contextos históricos y culturales. Los cristianos creemos que este proceso eclesial está siempre guiado por la acción dinámica del Espíritu que nos va guiando hacia la verdad plena (Jn 16,13). El Vaticano II, un nuevo paradigma Tanto en la convocación del Vaticano II por Juan XXIII en 1959, como en su discurso inaugural en 1962, aparece el deseo de que la Iglesia, iluminada por el Espíritu, pueda anunciar el Evangelio al mundo moderno, no como profetas de calamidades que ven inminente el fin de los tiempos, sino con fe en la Providencia de Dios que guía la historia. Más que reprimir y condenar errores, la Iglesia hoy desea mostrar la luz de la verdad de forma paciente y benigna. Prefiere usar la medicina de la misericordia más que condenar con severidad los errores. Juan XXIII distingue el depósito de la fe, de la forma como se expresa, ateniendo a una actitud prevalentemente pastoral. Se intuye ya un CdP. El esquema que se había preparado sobre la Iglesia, es rechazado por los obispos del Vaticano II por creerlo clerical, juridicista y triunfalista. Se propone una Iglesia Pueblo de Dios, sacramento de salvación, en camino hacia la escatología. Se habla de la prioridad de la Palabra en la vida de la Iglesia, del sacerdocio común de todos los bautizados, de la vocación universal a la santidad, del diálogo ecuménico, de la posibilidad de salvación fuera de la Iglesia católica, del diálogo interreligioso, de la libertad religiosa y la libertad de conciencia personal. Se reconoce la acción del Espíritu en la Iglesia, dador de dones jerárquicos y carismáticos. Este Espíritu actúa en la historia de la humanidad y se manifiesta a través de los deseos profundos del pueblo: son los llamados signos de los tiempos que hay que escuchar y discernir (Gaudium etspes 4;11;44). Las anomalías del paradigma de cristiandad anterior que desde hacía siglos se cuestionaban (fuera de la Iglesia no hay salvación, Iglesia clerical donde los laicos son sujetos pasivos, la vocación a la perfección solo para algunos, sin carismas, liturgia exclusivamente en latín, visión negativa de otras Iglesias cristianas y de las religiones, Iglesia unida al Estado, Iglesia piramidal, etc.) se resuelven con un nuevo paradigma ecuménico, de diálogo con el mundo moderno, Iglesia Pueblo de Dios, todo él llamado a la santidad, etc. Hay una vuelta a las fuentes (resourcément) y una puesta al día (aggiornamento). El Postconcilo Como en todo cambio de paradigma, también en el postconcilio hubo resistencias al nuevo paradigma. Su símbolo es el obispo Marcel Lefèvbre para quien el Vaticano II era neoprotestante y neomodernista. Juan Pablo II acabó excomulgando a Lefèvbre cuando este comenzó a ordenar obispos al margen de Roma. Pero incluso los que asumían el nuevo paradigma tenían miedo de sus consecuencias. Pablo VI hizo añadir a Lumen Gentium una Nota previa que frenaba la colegialidad episcopal; en su encíclica Humanae vitae, sobre el control dela natalidad, no se atrevió a situar el amor como el centro de la vida conyugal. En tiempo de Juan Pablo II se consideró peligrosa la expresión “Iglesia Pueblo de Dios” y se prefirió la tradicional de “Cuerpo de Cristo”; la Congregación de la fe dirigida por Ratzinger frenó la importancia de las conferencias episcopales y criticó la teología de la liberación. Se intentó resaltar más la continuidad del Vaticano II con la tradición anterior (el antiguo paradigma) que su novedad. El teólogo Juan Luís Segundo escribió una carta a Ratzinger en la que le decía que su crítica a la teología de la liberación en el fondo era un ataque al Vaticano II que había hablado de los signos de los tiempos y de la dimensión histórica de la salvación. La gran mayoría de fieles cristianos aceptó el CdP con mucha alegría y lo asumió, sacando sus consecuencias. La Iglesia Latinoamericana reunida en Medellín en 1968 recibió el Vaticano II desde un continente pobre e injustamente marginado y escuchó en la voz de los pobres la voz del Espíritu. De allí surgió la opción por los pobres, la necesaria denuncia de las estructuras injustas, la lucha por la justicia y la importancia simbólica del Éxodo, un tema que el Vaticano II, liderado por obispos y teólogos del mundo centroeuropeo había preterido. ¿Un nuevo paradigma eclesial? La Iglesia, sobre todo con Francisco, ha ido sacando otras consecuencias del nuevo paradigma del Vaticano II:la apertura a la ecología (Laudato si’), a la fraternidad universal (Fratelli tutti), al amor conyugal como centro del matrimonio que convive con la imperfección, la disculpa y los límites del ser amado (Amoris laetitia); crítica al sistema económico que mata y a la globalización de la indiferencia ante emigrantes y descartados. Francisco propone una Iglesia en salida hacia la periferia, hospital de campaña, que huela a oveja, no aduana sino madre misericordiosa, que callejea la fe; se resalta la importancia de la piedad y espiritualidad popular, la Iglesia es una pirámide invertida, el clericalismo es la lepra de la Iglesia, hay que respetar las culturas en una Iglesia poliedro. El concepto de sínodo y la sinodalidad eclesial se convierten en el nuevo estilo de Iglesia para el siglo XXI. La sinodalidad es la actitud de una Iglesia en camino que escucha a todos, porque lo que afecta a todos debe ser compartido por todos; el pueblo de Dios tiene la unción del Espíritu y no puede equivocarse en su fe (Lumen gentium 12) Francisco ha sido objeto de ataques furibundos: hereje, comunista, no sabe teología, está deshaciendo la Iglesia, etc. En realidad, Francisco no ha hecho más que deducir algunas consecuencias del CdP del Vaticano II, leído a la luz de los signos de los tiempos de hoy. Pero quedan todavía asignaturas pendientes del CdP del Vaticano II: el rol de la mujer en la Iglesia y la posibilidad de acceder al ministerio ordenado, la no obligatoriedad del celibato presbiteral, una postura abierta y dialogante con los miembros del colectivo LGTBIQ, consultar a la comunidad la elección de nuevos pastores, potenciar las Iglesias locales, reformar la curia, desligar al obispo de Roma de la presidencia del Estado Vaticano, etc. Más que hablar de un nuevo CdP, habría que tomar en serio las exigencias del Vaticano II, auscultar al Espíritu del Señor en los signos de los tiempos, desde una Iglesia sinodal, en comunión y en camino. La sinodalidad comienza desde la periferia, pues el Espíritu del Señor actúa desde abajo. ¿No había afirmado ya Juan XXIII que la Iglesia de los pobres tenía que ser el rostro de la Iglesia del Vaticano II? Celebramos hoy la tercera manifestación de Jesús que, junto a las otras dos durante siglos, se celebraban el día de Epifanía. El evangelio que hemos leído, entendido literalmente, no tiene ni pies ni cabeza. Es absurdo que Jesús saque de la chistera un regalo para los novios. No, como todos los “milagros” narrados por este evangelista se trata de un signo que nos lleva a realidades profundas y decisivas para nuestra verdadera trasformación interior.
Es impensable que el mayordomo no hubiera previsto el vino suficiente, cuando era su principal cometido. Es difícil de entender que fuera una invitada la que se diera cuenta y se preocupara por solucionar el problema. Tampoco es lógico que sea Jesús el que solucione el problema. No es normal que en una casa particular hubiera seis tinajas de cien litros, dedicadas a las purificaciones. No tiene sentido que el maestresalas increpe al novio por haber dado el vino malo al principio. Era él quien ordenaba qué vino se servía. El relato no es una crónica de lo sucedido. Es fruto de una minuciosa y larga elaboración. No nos dice ni quiénes eran los novios ni qué relación tienen con Jesús. Lo que normalmente llamamos “el milagro” pasa casi desapercibido. Ni siquiera nos dice cuándo se convierte el agua en vino. Sería imposible separar lo que pudo suceder realmente de los símbolos que envuelven el relato. Pero lo que hoy nos cuenta Juan es teología. La clave para entenderlo es el trasfondo, la “hora” de la glorificación de Jesús en la cruz. La boda era, desde Oseas, el signo más empleado por los profetas para designar la alianza de Dios con su pueblo. La idea de Dios novio y el pueblo novia se repite una y otra vez en el AT. La boda lleva inseparablemente unida la idea de banquete; símbolo de tiempos mesiánicos. El vino era un elemento inseparable del banquete. En el AT era signo del amor de Dios a su pueblo. La abundancia de vino era la mejor señal del favor de Dios. La Mujer es un misterio en este relato. Nos aporta un poco de luz la segunda carta del Tarot: la Sacerdotisa. Un mujer madura, pero en plenas facultades, que simboliza lo nuevo, la sabiduría. María no le llama hijo, ni Jesús le llama Madre. María, símbolo de la Alianza que está ya caducada. Jesús y los discípulos son el nuevo pueblo, que están allí de paso. Es completamente inverosímil que María pidiera a Jesús un milagro y menos aún que adelantara la hora de hacerlo. La hora para Juan es siempre la hora de la muerte de Jesús. El vino es símbolo del amor entre el esposo y la esposa. En la boda, (Antigua Alianza) no existe relación de amor entre Dios y el pueblo. La Madre, por pertenecer a la boda se da cuenta de la falta. María representa al Israel fiel que espera en el Mesías. Jesús nace del verdadero Israel y va a dar cumplimiento a las promesas. El primer paso es mostrarle la carencia: "No tienen vino". No se dirige al presidente, ni al novio. Se dirige a Jesús, que para Juan es el único que puede aportar la salvación que Israel necesita y espera. Jesús invita a su madre a desentenderse del problema. No les toca a ellos intervenir en la alianza caducada. Está indicando la necesidad de romper con el pasado. Ella espera que el Mesías arregle lo ya existente, pero Jesús le hacer ver que aquella realidad no se puede rehabilitar. Jesús aporta una novedad radical. Juan está haciendo referencia a la "hora" (la cruz). Jesús invita a la esperanza, pero la realización no va a ser inmediata. El vino nuevo depende de aquella hora. Anunciar la hora significa que la salvación está cerca. “Haced lo que él os diga”. Solo en el contexto de la Alianza, la frase puede cargarse de sentido. El pueblo en el Sinaí había pronunciado la misma frase: "Haremos todo lo que dice el Señor". También el Faraón dice a los servidores: haced lo que él (José) os diga. Se ve con claridad el trasfondo del relato y lo que quiere significar. Como en el AT, el secreto de las relaciones con Dios está en descubrir su voluntad y cumplirla. Las tinajas estaban allí colocadas, inmóviles. Se ve el carácter simbólico que van a tener en el relato. El número 6 es signo de lo incompleto. El número de la perfección era el 7. Es el número de las fiestas que relata este evangelio. La séptima será la Pascua. Eran de piedra, como las tablas de la ley. La ley es inmisericorde, sin amor. La ley (imposible de cumplir) es la causa del pecado (falta de amor-vino). Jesús les hace tomar conciencia de que están vacías; es decir, que el sistema de purificación era ineficaz. Jesús ofrece la verdadera salvación, pero ésta no va a depender de ninguna ley (tinajas). El agua se convertirá en vino fuera de ellas. "Habían sacado el agua". La nueva purificación no se hará con agua que limpia el exterior, sino con vino que penetra dentro y transforma el interior del hombre. Solo después de beberlo se da cuenta el mayordomo de lo bueno que es. Esta presencia de Dios dentro de uno es la oferta original de Jesús. Lo que sacan los criados de las tinajas es agua. El mayordomo (clase dirigente) no se enteró de la falta de vino. Significa que los jefes se despreocupan de la situación del pueblo. Les parece normal que no se experimente el amor de Dios, porque esa es la base de su poder. No conoce el don mesiánico, los sirvientes sí. El vino-amor, como don del Espíritu, es el que de verdad purifica, lo único que puede salvar definitivamente. El vino es de calidad. “Kalos” indica siempre excelencia. El maestresala reconoce que el vino nuevo es superior al que tenían antes. Pero le parece irracional que lo nuevo sea mejor que lo antiguo. Por ello protesta. Lo antiguo debe ser siempre lo mejor. Esta actitud es la que impidió a los jefes religiosos aceptar el mensaje de Jesús. Para ellos la situación pasada era ya definitiva. Toda novedad debe ser integrada en el pasado o aniquilada. El último versículo es la clave para la interpretación de todo el relato. Nos habla del “primer signo” de una serie que se va a desarrollar durante todo el evangelio. Además, como signo, va a servir de prototipo y pauta de interpretación para los que seguirán. El objetivo de todos los signos es siempre el mismo: manifestar “su gloria”. Ya sabemos que la única gloria que Jesús admite es el amor de Dios manifestado en él. La gloria de Dios consiste en la nueva relación con el hombre, haciéndole hijo, capaz de amar como Él ama. Dios se manifiesta en todos los acontecimientos que nos invitan a vivir. Dios no quiere que renunciemos a nada de lo que es verdaderamente humano. Dios quiere que vivamos lo divino en lo que es cotidiano y normal. La idea del sufrimiento y la renuncia como exigencia divina es antievangélica. El mensaje para nosotros hoy es muy simple, pero demoledor. Ni ritos ni abluciones pueden purificar al ser humano. Solo cuando saboree el vino-amor, quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de nosotros seremos capaces de vivir la inmensa alegría que nace de la unidad-amor. Que nadie te engañe. El mejor vino está sin escanciar, está escondido en el centro de ti. El domingo pasado leímos el relato del bautismo de Jesús. Si hubiéramos seguido el orden del evangelio de Lucas (base de este ciclo C), hoy deberíamos leer el ayuno de Jesús en el desierto y las tentaciones. Sin embargo, con un salto imprevisible, la liturgia cambia de evangelio y nos traslada a Caná. ¿Por qué?
Las tres epifanías (o “manifestaciones”) Para la mayoría de los católicos, solo hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los paganos, representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo pasado) y su manifestación en las bodas de Caná. Los grupos de peregrinos que van a Israel, cuando llegan a Caná tienen dos focos de interés: la iglesia, en la que bastantes parejas suelen renovar su compromiso matrimonial; y la tienda en la que venden vino del lugar. La boda y el vino son los dos grandes símbolos del evangelio de este domingo. Un comienzo sorprendente Si recordamos lo que ha contado hasta ahora el cuarto evangelio, el relato de la boda de Caná resulta sorprendente. Juan ha comenzado con un Prólogo solemne, misterioso, sobre la Palabra hecha carne. Sin decir nada sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, lo sitúa junto a Juan Bautista, donde consigue sus primeros discípulos. ¿Qué hará entonces? No se va al desierto a ser tentado por Satanás, como dicen los otros evangelistas. Tampoco marcha a Galilea a predicar la buena noticia. Lo primero que hace Jesús en su vida pública es aceptar la invitación a una boda. ¿Qué pretende Juan con este comienzo sorprendente? Quiere que nos preguntemos desde el primer momento a qué ha venido Jesús. ¿A curar a unos cuantos enfermos? ¿A enseñar una doctrina sublime? ¿A morir por nosotros, como un héroe que se sacrifica por su pueblo? Jesús vino a todo eso y a mucho más. Con él comienza la boda definitiva de Dios y su pueblo, que se celebra con un vino nuevo, maravilloso, superior a cualquier otro. El simbolismo de la boda: 1ª lectura (Is 62,1-5) Para los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, porque se dan momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia). Pero el Dios del Antiguo Testamento no conocía el Código de Derecho Canónico y podía permitirse el lujo de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías: “El que te hizo te tomará por esposa: su nombre es Señor de los ejércitos. Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor; como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–. La primera lectura de hoy, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en la segunda parte. Para el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad inquebrantables. El simbolismo del vino En el libro de Isaías hay un texto que habría venido como anillo al dedo de primera lectura: “El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos”. Este es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad. El primer signo de Jesús, gracias a María A Juan no le gustan los milagros. No le agrada la gente como Tomás, que exige pruebas para creer. Por eso cuenta muy pocos milagros, y los llama “signos”, para subrayar su aspecto simbólico: Jesús trae la alegría de la nueva relación con Dios (boda de Caná), es el pan de vida (multiplicación de los panes), la luz del mundo (ciego de nacimiento), la resurrección y la vida (Lázaro). Pero lo importante de este primer signo es que Jesús lo realiza a disgusto, poniendo excusas de tipo teológico (“todavía no ha llegado mi hora”). Si lo hace es porque lo fuerza su madre, a la que le traen sin cuidado los planes de Dios y la hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Jesús dijo que “el hombre no está hecho para observar el sábado”; María parece decirle que él no ha venido para observar estrictamente su hora. En realidad no le dice nada. Está convencida de que terminará haciendo lo que ella quiere. Juan es el único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, Juan abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas manos. La tercera Epifanía El final del evangelio justifica por qué se habla de una tercera manifestación de Jesús. “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.” Ahora no es la estrella, ni la voz del cielo, sino Jesús mismo, quien manifiesta su gloria. Debemos pedir a Dios que tenga en nosotros el mismo efecto que en los discípulos: un aumento de fe en él. El evangelio de este domingo nos regala un texto extremadamente simbólico, muy propio de Juan; un episodio considerado como bisagra que permite un giro entre la introducción del Evangelio y el ministerio público de Jesús. No es muy justo hacer responsable al Evangelio de la historicidad de los acontecimientos, pero sí de lo esencial de su mensaje, más allá de los elementos periféricos que nos pueden enredar en inútiles reflexiones. Este pasaje podría considerarse como una reseña de la gran obra del cristianismo según la perspectiva de Juan.
La escena comienza en Caná, una ciudad pequeña, de gente humilde y agobiada por impuestos. Estamos en la segunda fase de una boda cuando ya la mujer se va a vivir a casa del novio. Solían durar mucho tiempo, tal vez una semana. El detonante de esta historia es que les falta vino, por lo visto muy habitual en estas fiestas y que, en este caso, adquiere una importancia capital. Que se acabara el vino era una prueba de vergüenza y de situación precaria. En cualquier caso, nos encontramos ante un texto que revela un gran poder de transformación en diferentes planos. El primer plano: del rol a la identidad; Podemos ver claramente el protagonismo que adquiere María en esta historia. María, la madre de Jesús, en un primer momento, aparece separada del grupo de Jesús y sus discípulos. A ella se hace referencia primero, lo que nos puede llevar a suponer que el texto tiene una clara intención inclusiva y de integración de la mujer en el movimiento de Jesús. De hecho, termina el pasaje dejando claro que se fueron todos juntos a Cafarnaúm. Ha llegado, por tanto, el signo de la unidad, todos incluidos y anclados en el nuevo tiempo de Dios. Es María-mujer la primera que toma la palabra en la escena. No usa su palabra para juzgar, para condenar, para explicar nada. María ejerce su liderazgo personal de una manera libre, con firmeza y proactivamente: “No tienen vino”. Se limita a hacerse cargo de una situación a través de una nueva mirada, una mirada integradora, más desarrollada en lo femenino, nada egocéntrica, vislumbrando una realidad de carencia para conducirla a la plenitud-ABUNDANCIA. La confianza en su hijo, creer en su capacidad de transformación, en su talento, en su potencial, hace que la situación cambie por completo. Jesús se dirige a su madre denominándola como “mujer”, igual que en el momento de la cruz. Sin duda, María no es reconocida por su rol sino por su identidad…¡¡cuánto hay que aprender de esta escena!! …y su rol queda redefinido, “transformado” no ya por la maternidad biológica sino por su función profética, histórica, social, al servicio de un nuevo modo de existir. María empuja hacia la transformación desde una osadía extraordinaria, empoderada y consciente de su papel en la historia; arraigada en la historia humana introduce los nuevos tiempos y una nueva visión de la humanidad. El segundo plano: de la carencia a la abundancia; sería el milagro de Jesús en sí mismo como signo de transformación. Supone una ruptura clara del movimiento de Jesus con respecto al judaísmo; un judaísmo en decadencia y radicalizado hasta el extremo. Vuelve la fuerza de la palabra de María para contribuir a esta transformación que cambia el curso de la historia: “haced lo que él os diga”. Las 6 tinajas eran un símbolo del carácter judío de la población de Galilea. Puesta ya la confianza en Jesús, nos introduce a todos los oyentes en la nueva ruta del cristianismo como una nueva forma de vivir en la que la “abundancia” no es solo un sentimiento sino una manera de situarnos ante la vida. Vivir anclados en la carencia, en lo que nos falta, en lo que no somos, nos convierte en personas frustradas, ansiosas por completar lo que no tenemos o no creemos ser; nos lleva a colocar la referencia en otras realidades-personas para compensar ese vacío existencial. María nos vincula a Jesús para que avancemos desde lo que realmente somos en nuestro plano más profundo. En realidad, el verdadero milagro no es tanto transformar nada sino conectarnos a nuestra verdadera naturaleza donde todo es abundancia y plenitud. El tercer plano: del tiempo humano al tiempo de Dios. Ya aparece en las primeras palabras del texto al situar este pasaje al “tercer día”. Sabemos que esta expresión bíblica es un signo pascual, es decir, nos ubica en el tiempo de la trascendencia de la historia. Cuando Jesús entiende que ha llegado su “hora” nos introduce en el tiempo de Dios fluyendo la auténtica vida simbolizada en el mejor vino que se podría tener. Ahora es la abundancia, la plenitud, la alegría de encontrar el verdadero sentido y significado de la vida, lo que se convierte en signo de nuestro vínculo con la Divinidad; la conexión entre el Cielo y la Tierra sincroniza la humanidad y la Divinidad generando un derroche de Amor que justifica el valor de lo que somos. Ser conscientes de nuestra dignidad y conectar con la dignidad de todos los seres humanos tiene unas tremendas consecuencias éticas que serían la verdadera transformación de nuestro planeta: la consecuencia de leer la realidad personal, social, eclesial, con anchura, sin egos, con altura, sin sesgos, con hondura, sin ligerezas; la consecuencia de hacer posible, de una vez, que las mujeres dejemos de ser las “mujeres de” para ser “mujeres con” en conexión con el liderazgo de María; la consecuencia de aprender a mirar, por dentro y por fuera, desde la posibilidad, la abundancia, y no desde los límites y los vértices de la vida. Ahora descubro yo de dónde saca el papa Francisco lo del olor a oveja. Claro, porque Jesús desde el primer momento olió a oveja. Si nació en un pesebre, no andaban lejos las ovejas. Y lo mismo cuando llegan a visitarle los pastores. Por eso, luego le salían también las parábolas del pastor. Es que estar entre las ovejas no es verlas desde lejos, sino tocarlas, abrazarlas… curarlas, llevarlas sobre los hombros. Y eso da, sin duda, olor.
No hay que experimentarlo más que estando junto a personas pobres que huelen muy fuertemente porque no se han cambiado de ropa. No digamos cómo huelen los borrachos. Puede ser que en algunas ocasiones, cuando organizamos una comida con ellos, les damos ropa para que se vistan y huelan bien. Pero al natural despiden un olor muy desagradable. Una de las condiciones que sufren los marginados es carencia de medios, de limpieza en sus casas, en sus ropajes, en sus comidas. Cuesta estar y vivir cerca de los marginados. Porque carecen normalmente de cultura, de medios, de palabras bonitas, de costumbres. Precisamente una labor a realizar junto con ellos es promocionarles en la limpieza y en el estilo de vida. Jesús nació muy cerca de las ovejas y de los pastores, y luego discurrió su vida entre los marginados, pecadores, prostitutas, enfermos… “Todo un aprisco de rebaño”. Sin duda que San José limpió y arregló la cueva para que María y Jesús estuviesen bien. Y esa es nuestra labor: acompañar a los que viven al margen de los lujos, de las buenas viviendas, de los que visten ropas elegantes o por lo menos limpias, para que ellos descubran la alegría y la satisfacción de vivir con comodidad y dignidad. Siempre hay ovejas que se extravían. Es preciso abandonar a las que viven ya bien e ir en busca de las extraviadas, de las que viven al margen, en los riscos, en las montañas, cargarlas sobre nuestros hombros, aunque huelan mal y llevarlas con las demás ovejas para que sepan lo que es vivir con dignidad, con limpieza, con alegría. En el belén ponemos imágenes de ovejitas muy lindas. En la práctica no siempre es así. Hay muchas personas que viven en las orillas de la civilización y es preciso acercarnos a ellas y ofrecerles la posibilidad de venir al rebaño común. Buena felicitación. Empezar a oler a oveja. Iniciamos el año con un grito, el de Juan Bautista en el desierto: Preparad el camino al Señor. Un grito es siempre una provocación que reclama atención y pide pasar de la expectación la implicación, de la pasividad al posicionarnos. En este sentido desde este primer versículo, el texto nos recuerda que no podemos contemplar el evangelio nunca desde posturas asépticas o neutrales, sino desde una actitud previa: la del dejarnos afectar. El grito de Juan Bautista es una provocación que nos saca de nuestra zona de confort y nos lleva a preguntarnos cuales son hoy los desiertos donde se hace necesario suscitar condiciones de posibilidad para que la Palabra encarnada de Dios sea reconocida y acogida. Por eso preparar el camino al Señor hoy, en nuestros contextos, pasa por hacernos preguntas incómodas y no quedarnos como comunidades “en lo de siempre” y “con los y las de siempre”.
¿Cómo identificar las necesidades de salvación de las personas que nos rodean en el corazón de nuestros ambientes secularizados y en los que los lenguajes y símbolos religiosos han dejado de significar, pero no por ello exentos de búsqueda de sentido y de anhelo por otro mundo posible? ¿Como universalizar la espiritualidad? Durante siglos espiritualidad y las religiones han ido de la mano como en íntima simbiosis, como si fueran una sola cosa, pero no lo son. La espiritualidad trasciende las religiones y pertenece a toda la humanidad. El grito de Juan Bautista podemos escucharlo también hoy como el de una humanidad herida que reclama espiritualidad más que religiones. En un mundo donde la mayor pandemia sigue siendo el hambre y la injusta distribución de la riqueza se hace más urgente que nunca una espiritualidad de pan y rosas. Pan para tener de qué vivir (justicia, derechos humanos y sociales: trabajo, vivienda, salud pública y universal, etc) y rosas para entender por qué vivir (reconocimiento, belleza, sentido, gratuidad, trascendencia, etc) ¿Cómo suscitar condiciones de posibilidad que nos lleven a descubrir y gustar que el ser humano y la creación toda estamos habitada por un misterio de Amor, Dignidad y Resiliencia, que no puede ser mercantilizado? ¿Qué nuevos lenguajes, gestos, signos, espacios de cuidados, hemos de poner en práctica para ello? ¿Como echarle paciencia, sabiduría y sensibilidad al acompañamiento de los procesos y a identificar en lo más hondo de los clamores de la humanidad y de la tierra y el clamor de Dios mismo en su encarnación? Preparar el camino al Señor desde la Betania de nuestras vidas nos supone como a Juan Bautista encarnar nuestras convicciones y creencias en estilos de vida y relaciones que hagan creíble que la esperanza y el amor existen, se hacen históricos y más que respuestas estereotipadas suscitan preguntas y complicidades. |
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