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La Inmaculada Concepcion 

12/8/2013

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Yo quiero aprovechar esta oportunidad, pues, para agradecer a los padres norteamericanos este servicio tan insigne que nuestra diócesis aprecia inmensamente, así como también a las hermanas de San José que, junto con ellos los sacerdotes, están cultivando este mensaje de la palabra de Dios y alimentando con él a nuestro pueblo.

Quiero alegrarme también, porque junto a los sacerdotes y las religiosas un grupo de hombres y de mujeres, celebradores de la palabra, catequistas, asociaciones parroquiales y católicos que sienten la responsabilidad de la Iglesia en este momento tan trascendental de la historia de El Salvador no desfallecen en su difícil misión de predicar este mensaje del Señor. Celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, es tener la oportunidad de acercarnos a la fuente misma desde donde brota todo ese río que no terminará de correr hasta la consumación de los siglos. La Iglesia, con su mensaje, con su palabra, encontrará mil obstáculos, como el río encuentra peñascos, escollos, abismos; no importa; el río lleva una promesa: "estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos" y "las puertas del infierno no podrán prevalecer", contra esta Voluntad del Señor.
 


EL PECADO DE ORIGEN
¿Cuál es la Voluntad del Señor?. El misterio de la Inmaculada Concepción de María nos está ofreciendo a la luz de esas lecturas que acaban de escuchar cuáles son los designios de Dios para con nosotros los hombres.

En la lectura se nos ha recordado la gran tragedia. Nuestros primeros padres, creados en Gracia de Dios para transmitirnos no sólo la vida natural, sino transmitirnos también la filiación Divina, pero bajo la condición de que hubieran sido obedientes a Dios, no obedecieron. Seducidos por el demonio, Eva seduce a Adán, los dos padres del género humano pierden la amistad de Dios porque han desobedecido. Desde entonces la humanidad ha caído en lo que se llama el pecado original, el pecado de origen, el pecado que traemos de nuestros primeros padres. Ahora se preguntan muchos: ¿qué culpa tengo yo de que Adán y Eva hayan pecado para decir que yo soy pecador?. Distingamos, hermanos, hay dos clases de pecados, el pecado original y el pecado personal. El pecado personal es el que tú cometes con tu propia voluntad cuando desobedeces un mandamiento de la ley de Dios; tú has pecado, tú eres responsable de ese pecado. Como Adán y Eva que personalmente desobedecieron a Dios, cometieron un pecado personal.

Pero ¿qué sucede cuando se comete un pecado personal?. Se pierde la amistad de Dios, el pecador es un desobediente a la ley de Dios; todo el que peca rompe la amistad con el Señor, prefiere su pasión a la Voluntad, a la ley del Señor. Así, Adán y Eva prefirieron alcanzar la felicidad no por los caminos de la ley de Dios sino por el engaño del demonio que se rió después del engaño; los hizo caer en pecado y ya están en la desgracia privados de la Gracia de Dios. De esa pareja, privada de la Gracia de Dios, ya no pueden nacer hijos que en el mismo momento de ser concebidos Dios le transmita también su vida divina, si la han perdido, y, habiendo perdido la vida de Dios, no la pueden transmitir; sólo transmiten la vida natural. Pero la vida natural que Adán y Eva comenzaron a transmitir a sus hijos y que esa vida ha llegado hasta nosotros a través de nuestro padre y de nuestra madre que nos engendraron es una vida privada de la Gracia de Dios. No supone una culpa personal, supone una herencia. Supongamos una comparación: un señor, dueño de hacienda, le dice al administrador: por premio y confianza que tengo vas a ser el dueño de mis fincas, pero mientras me obedezcas; todos los hijos que nazcan de tu familia considérense de esta hacienda, pero con tal que me obedezcan. Y un día, este administrador, creyéndose ya el dueño de todo, comienza a mal baratar la hacienda, a desobedecer a su jefe, a su patrón. El patrón le dice: te lo daba con la condición de obedecerme, no me has obedecido, lo siento mucho, vete de mi hacienda, quedas desheredado. Y naturalmente desde entonces, aquellos hijos que hubieran nacido también participantes de la felicidad de aquella hacienda, nacen ya fuera de la hacienda, desheredados, desechados de su patrón. Este es el caso del pecado original. Adán y Eva cometieron un pecado personal y Dios los arroja del Paraíso, les quita la amistad divina y tienen que nacer sus hijos, nosotros, privados de la Gracia. No es una culpa, el pecado original, es la falta de una herencia. Dios no está obligado a darnos su amistad divina cuando los que la perdieron, ya la perdieron para toda la familia, es una herencia que se ha perdido.
 


EL CRISTIANO REGENERADO
Esto nos decía la primera lectura, de tal manera que María, hija también de Adán tenía que nacer desheredada de la Gracia de Dios, en pecado. Sin embargo, hoy estamos celebrando que María fue concebida sin pecado, ¿cómo es esta excepción? San Pablo nos ha traído hoy la explicación. Si ahora cristianos -nosotros- tenemos la dicha de volver a encontrarnos en la Gracia de Dios porque un sacerdote administró el bautismo, y el hijo del pecado original que fue el niño que nació, que fui yo, ya le borró el bautismo, por la sangre de Cristo en la cruz, el pecado original; ese niño se ha vuelto a hacer hijo de Dios, el paraíso se ha recuperado gracias a Cristo. Y si por desgracia, yo bautizado, cometo un pecado personal, una desobediencia a la ley de Dios, Cristo ha dejado un sacramento de reconciliación. El sacerdote en el confesionario está devolviendo el paraíso a muchas almas que han perdido la amistad con Dios.

Hermanos, si ustedes han experimentado la dicha de una buena confesión, comprenden lo que estoy diciendo: que es como retornar al paraíso. El joven, la joven, el esposo infiel, el niño que ha desobedecido, cualquiera que ha cometido un pecado, siente el reproche de Dios en su conciencia, no está feliz. Los que en esta reunión están en pecado no me engañan con su apariencia de alegría, allá en su corazón llevan un remordimiento, llevan una culpa, llevan la pérdida del paraíso, no son felices, hasta que arrepentidos obedeciendo al evangelio de Cristo se arrepienten y vuelven y le piden perdón a Dios y en nombre de Dios los acoge un sacerdote en el paraíso de su Iglesia; como que le han quitado una peña del corazón, como que ha salido de una tumba donde estaba sepultada en podredumbre, el alma en pecado, ha vuelto al paraíso. ¿Por qué el perdón de los pecados? Por Jesucristo, nos acaba de decir San Pablo, sólo Cristo es el redentor del pecado.
 


MARÍA, PRESERVADA DEL PECADO
Por eso, hermanos, cuando los teólogos estudiaban cómo puede ser Inmaculada la Virgen María si Cristo es el redentor de todos los hombres, ésta era la gran dificultad teológica. Si Cristo es el redentor de todos, si ningún pecado se perdona sin la redención de Cristo en la cruz, María tenía que ser también pecadora para ser redimida por Cristo y esta dificultad duró muchos siglos. Por eso la historia de esta creencia de la Inmaculada Concepción de María es una historia de siglos. Pasaron muchos teólogos, muchos estudiosos, muchos comentaristas de la Biblia, duró la Iglesia muchos siglos, hasta el siglo pasado, el 8 de Diciembre de 1854, grábense esta fecha porque un hijo católico de la libertad tiene que saber el origen de esta fiesta de la Inmaculada Concepción.

Fue el Papa Pío IX, el 8 de Diciembre de 1854, el que coronó el estudio de tantos siglos. Hubo ya en la Edad Media un gran teólogo que se llamó Duns Escoto, un franciscano, que dio la clave de la solución, dijo, fíjense bien en el gran argumento: Cristo es el redentor de todos los hombres, también María es redimida, pero hay dos clases de redención; una redención, la que salva de la caída, uno que ha caído y le sacan del hoyo donde cayó, del abismo donde cayó, es un redimido, y así nos ha redimido a todos Cristo porque todos hemos caído en el abismo del pecado original, todos nacemos manchados con esa desobediencia de Adán. Pero hay otra segunda clase de redención que se llama una redención de preservación, una redención que consiste en no dejar caer, en decirle: antes de que caigas al abismo, te recojo en mis brazos y te mantengo elevada; como todos los que han caído, tú no has caído, pero debías haber caído, yo te he preservado por un amor especial.

Este es el caso de María, María pues, es preservada del pecado, ella debía haber caído en el pecado original porque es heredera de Adán y Eva, ella también es de la raza pecadora nuestra y por eso Cristo la redime con una redención única, la redención de preservación, es la única redimida con una redención tan lujosa que no ha caído en el pecado, y hoy van a escuchar dentro de un rato, cuando cantemos el prefacio de esta misa de la Inmaculada, donde la Iglesia le dice: Inmaculada y pura tenía que ser la carne de la cual debía nacer el Redentor de los hombres. Porque Cristo quería una Madre que no tuviera la vergüenza de decir: fui concebida en pecado. Él le adelantó los méritos de su redención. "Te voy a preservar, Madre mía, porque de tus entrañas purísimas voy a tomar carne yo, el redentor".

Hermanos, quién de nosotros, si hubiera tenido el poder de escoger una madre a su gusto no hubiera hecho de nuestra propia madre, la mujer más hermosa, la mujer más pura, la mujer más santa. Ninguno de nosotros ha escogido a su madre, nacimos de la mujer que el Señor nos señaló; pero Él, Dios eterno que pudo escoger una Madre a su gusto pudo hacer con ella todo el derroche de generosidad, de redención, de amor. Por eso podemos decir, hermanos, que la Inmaculada Concepción de María, la fiesta que esta celebrando la parroquia de La Libertad esta mañana, es una celebración al amor de Dios; una celebración al amor del hijo más grande que ha escogido la madre más bendita. Por eso, hijos y madres, alegrémonos en esta mañana por que hubo siquiera un caso en que un hijo como nosotros pudo hacerse una madre Inmaculada y pura como Cristo la pudo fabricar a su antojo, a su gusto.
 


MARÍA, IMAGEN DE LA IGLESIA
Ahora bien, les decía, hermanos, que acercarse a este misterio del pecado original y de la redención de María es acercarse a la fuente de la Iglesia. Van a oír también en el canto del prefacio de hoy que María es el principio y la imagen de la Iglesia. San Pablo dice que Cristo quedó clavado en la cruz para hacerse una esposa: la Iglesia. Inmaculada, sin mancha, sin arrugas, esposa bella por toda la eternidad: la Iglesia. María Inmaculada es la imagen de lo que somos todos nosotros: la Iglesia. Ustedes, hermanos bautizados, nosotros bautizados y sacerdotes, somos la Iglesia dirigida por esta palabra que predica el obispo y predican los sacerdotes y predican las religiosas y enseñan los catequistas y los celebradores de la palabra, no hacemos otra cosa que predicar esa redención de Cristo, no hacemos otra cosa que denunciar el pecado.
 


LO QUE LE INTERESA A CRISTO
Miren, hermanos, si el más grande hubiera escogido a Cristo su madre, él hubiera pensado que la grandeza humana es la grandeza económica, la hubiera hecho la mujer más rica. Si Cristo hubiera puesto su entusiasmo en el poder político, hubiera hecho de María una gran reina dominadora de gran imperio.

Si Cristo hubiera hecho consistir la belleza en lo que la hacen consistir tantas mujeres y tantos hombres: en una cara bonita, en un cuerpo bonito, hubiera hecho de María una belleza como no hay ninguna mujer. Si Cristo hubiera hecho precisamente para salvar todas estas cosas que son bellas del pecado, hizo a María sin pecado, esto es lo que interesa a Cristo y lo que le dejó como encargo a la Iglesia; ¡cuidado con el pecado! Muero en la cruz, por haber denunciado el pecado, muero en la cruz porque me hice responsable de los pecados de los hombres, y para que sean perdonados, Dios me castiga con este tormento espantoso de la crucifixión, así lo dice el profeta Isaías: Él cargó sobre sus espaldas todas nuestras iniquidades, y por eso en sus carnes benditas castigó Dios los pecados de todos nosotros, y a la Iglesia le dejó el encargo de sacudir del mundo el pecado.
 


IGLESIA, PURIFICADORA DEL PECADO
Esta es la gran misión de la Iglesia, por eso a María la hizo sin pecado y quiere que su Iglesia sea la encargada de purificarse del pecado y purificar al mundo del pecado. Y estos son los grandes conflictos de la Iglesia porque denuncia el pecado; porque le dice a los ricos: no abusen, no pequen con su dinero; porque le dice a los poderosos: no abusen de la política, no abusen de las armas, no abusen de su poder, no ven que es pecado; porque les dice a los pecadores; a los que torturan: no torturen, están pecando, están ofendiendo, están implantando el reino del infierno en la tierra; porque la Iglesia condena todo lo que es pecado, por eso se levantan contra la Iglesia los grandes conflictos. Pero la Iglesia no puede callar, hermanos y la Iglesia será auténtica y perseguida cuanto más sea una María Inmaculada, sin pecado, y desde su pureza que ella trata de purificar, trata también de limpiar a los demás del pecado porque no quiere condenar, como Cristo dice: no he venido a perder quiero salvar, quiero que los hombres que manejan el dinero, que manejan la política, que manejan las armas, que manejan el poder, la belleza de la tierra, se salven; no abusando de esas cosas, sino usándolas como Dios quiere, sin pecado, porque se puede ser rico sin pecado, se puede ser político sin pecado, se puede ser hombre de armas también sin pecado y la Iglesia quiere purificar del pecado a esos hombres que precisamente están haciendo de su oficio, muchas veces, el arte del pecado, de la grosería, de la inhumanidad.
 


TAMBIÉN LLENA DE GRACIA
Y no basta el pecado, que la Iglesia luche contra él. La Iglesia en María mira no solo la ausencia de pecado, lo más hermoso de María es que está llena de gracia. Llena de gracia quiere decir que recuperó la amistad con Dios, es una mujer bendita entre todas las mujeres, es una mujer en la cual Dios como que derramó todo el perfume de su santidad divina. No hay mujer más llena de gracia que María Inmaculada.

Pues esto es lo que quiere la Iglesia también con sus hombres, con sus mujeres, con sus jóvenes, con sus niños, que se promuevan. Que se promuevan no a ser esclavos, mucho menos del pecado, del pecado derivan todas las maldades, y del pecado derivan todos los vacíos. El pecador no es hermoso, la pecadora no es hermosa aunque aparentemente luzca un rostro y cuerpo hermoso, su alma es infierno, su alma no está promovida, su corazón es un vacío. Díganlo si no, quiere Dios que no exista nadie aquí en pecado, pero el que está en pecado dígame si está feliz con ese vacío que lleva en su conciencia.

María nos reta en esta mañana a ver quien es más feliz, si ella en gracia de Dios o el pecador gozando del mundo y abusando de las cosas de la tierra, pero en pecado. María, la llena de gracia, es la sumamente feliz, no hay felicidad más grande que la de María al sentirse tan llena de Dios y por eso en el evangelio de hoy se ha cantado aquel himno cuando la felicitó su prima Santa Isabel. María como una poetisa, como una profetisa, como una alabadora de Dios, canta su hermoso cántico: Mi alma glorifica al Señor, se llena de gozo en Dios mi salvador, porque mi alma está llena del Todopoderoso, porque mi alma está llena como de un perfume que no se parece a ninguno de la tierra. El perfume del cielo, la santidad infinita casi de María, es la belleza a donde la Iglesia quiere promover a todos sus cristianos.

Cuando la Iglesia denuncia el pecado, es para decirle a los hombres: no pongan su embeleso en las cosas de la tierra, elévense, promuévanse a las cosas del cielo, gánense con las riquezas de la tierra la amistad de Dios, manejando estas cosas conforme a la voluntad de Dios. Arrepiéntanse de sus pecados, y en vez de poner la alegría en los goces del sexo, de la carne, del vicio, del aguardiente, de las cosas que hacen de los hombres unos animales y unas bestias, elévense a ser hombres de verdad, hijos de Dios como María, que no puso nunca su embeleso en las alegrías terrenales pecaminosas sino en las alegrías del cielo.
 


LA GRAN TAREA DE LA IGLESIA
Esta es la promoción que la Iglesia está llevando a cabo. Por eso, hermanos, porque la Iglesia, un día como este, se asoma a la fuente purísima que es María Inmaculada, y desde esa alma bendita, sin pecado, llena de gracia, recuerda que su misión es arrancar el pecado del mundo y llenar a los hombres de la gracia, se llena de consuelo y de fortaleza. Yo les digo a los queridos sacerdotes, a las queridas religiosas, a los celebradores de la palabra, a los catequistas: mucho ánimo, adelante en nuestra gran tarea de limpiar del pecado al mundo y de llenarlo de la gracia de Dios. No hay tarea semejante a la nuestra. Y les digo también a los que mal entienden esta misión de la Iglesia, a los que nos espían pensando que andamos haciendo subversión y comunismo, a los que nos persiguen y calumnian, fíjense bien en lo que persiguen, fíjense bien que es Cristo que continúa predicando la redención de los hombres, no le estorben, déjenla, que es para el mismo bien de ustedes, gobernantes; que es para el mismo bien de ustedes, poderosos, que haya cristianos promovidos, desde la gente de la gracia para arrancar todo el pecado. Habrá mas honradez, no habrá terror, no habrá crímenes, no habrá vicios, cuando se oiga el verdadero mensaje de la Iglesia que trabaja por el verdadero bien y la verdadera grandeza de la patria.

¡Ah! Si la comprendieran, en vez de estorbarla, la ayudarían, porque los que se benefician de este mensaje de la Iglesia son los países mismos, los gobiernos, las gentes, todos seremos felices cuando, como María, podamos ser menos pecadores y más llenos de la gracia del Señor.

Me he alegrado mucho, queridos hermanos, de transmitir desde el puerto de La Libertad un mensaje que ,si a través de la radio logra llegar a toda la arquidiócesis, lleve una palabra de aliento desde el seno inmaculado de María a todos los trabajadores de la Iglesia para que sean limpios y puros en su mensaje y tengan siempre los grandes ideales de María. El ideal de alejarse más y más del pecado y evitar que entre el pecado en el mundo; el ideal de llenarse más y más de la vida de Dios, de la gracia santificante. Esto fue lo que quedó decidido el 8 de diciembre de 1854 y que todos los años, como hoy, 8 de diciembre de 1977, la Iglesia en sus comunidades, como ésta, que llena esta pintoresca Iglesia del Puerto, celebramos para felicitar a María y en ella inspirarnos para nuestro gran trabajo de la Iglesia. En el nombre del padre...

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    Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez

     Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.

    Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.[2] Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977)

    En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de este proceso, Monseñor Romero ha recibido el título de Siervo de Dios.[3] En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.[4] Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad,[5] incluyendo a la Comunión Anglicana.[6] [7] Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres,[8] y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979.

     

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