Queridos hermanos:
La palabra de Dios se proclama concretamente para la comunidad que la está reflexionando. Ya que a través de la radio esta comunidad se agranda inmensamente, quisiéramos, pues, que esta palabra fuera luz, esperanza, fe en los acontecimientos de todo este conglomerado, gran parte del pueblo salvadoreño, y que desde la fe de nuestra Iglesia vivamos, por más trágicas y duras que sean las situaciones, la verdadera alegría de pertenecer a este Reino de Dios que se alimenta de su palabra y que va caminando firme, porque sabe quien va con él, el Señor, y hacia dónde marcha. VIDA DE IGLESIA Entre los acontecimientos de esta semana, sin duda que son muchos, pero puedo destacar con un sentido de gratitud, la celebración de mi cumpleaños, donde he comprendido una vez más que mi vida no me pertenece a mí, sino a ustedes. Y en este sentido, como lo calificó nuestra radio, ha sido una celebración eclesial. El obispo ya no es una persona privada, sino un signo de unidad. Y me alegro de que ese acontecimiento -en lo personal no tiene ningún sentido- haya sido una ocasión para expresar la solidaridad, el cariño, la unidad de nuestra Iglesia. Yo quiero agradecer, pues, todas las manifestaciones de amistad y de solidaridad que con esa ocasión me brindaron y las recibo como obispo y pongo a los pies de Cristo, pues, todo este homenaje para que todo redunde en su gloria. Por la fineza y la ternura del mensaje, quiero destacar las muchas cartitas que llegaron de la Escuela San Luis, de Cuscatancingo. Tan bonitas que las he sometido a un concurso y cuando ya estén calificadas, voy a ir personalmente a agradecerles y a premiar las mejores cartas. Otro acontecimiento de trascendencia muy grande para la diócesis, fueron los tres días de reflexión de esta semana; que los sacerdotes compartimos junto con las religiosas dedicadas al trabajo pastoral de muchos pueblos, para estudiar en Domus Mariae, la exhortación del Papa Evangellii Nuntiandi. Es un documento moderno que traza las pautas para la evangelización adecuada del mundo actual. Hemos logrado una presencia maravillosa, más de 100, como 125 entre sacerdotes y religiosas. Tratábamos de ponernos en la línea de la Iglesia actual, porque la línea que estamos siguiendo en el Arzobispado no es un capricho, ni un lavado de cerebro, como muchos dicen. Simplemente es tratar de ponernos en la línea del Vaticano II y de Medellín, que son pautas autorizadas y que el Papa ratifica en la Evangellii Nuntiandi, donde nos habla de una evangelización del mundo que no puede separarse de la promoción del hombres. Y por esta línea, gracias a Dios, ha marchado hace mucho tiempo la Arquidiócesis. Ha sido la causa de sus dificultades y de sus conflictos, pero no puede ir de otra manera sino promoviendo al hombre, defendiendo su dignidad, sus derechos, proclamando, pues, un evangelio que no está de espaldas al mundo sino bien metido en el mundo, no para hacerse mundano sino para santificar al mundo. Han sido conclusiones muy bonitas las que se han sacado, muy eficaces, y esperamos que poco a poco se vayan poniendo en práctica, ya que esa reunión de sacerdotes, pastores y religiosas en la pastoral no ha terminado. Para mí que es un punto de arranque, un nuevo impulso en la Arquidiócesis para seguir concretando las formas de evangelizar a nuestra Arquidiócesis. Uno de los propósitos más concretos se dirige a Chalatenango. Chalatenango, que es mina de vocaciones. Los sacerdotes y religiosas procedentes de ese departamento tuvieron la feliz ocurrencia de hacer reuniones específicas para ver qué solución se da a ese departamento. Y daba gusto ver cómo los originarios de Chalatenango en el clero y en la vida religiosa son muy numerosos. Una gran parte de la Asamblea General, pues, se reunía en este título; y sacaron como conclusión, de acuerdo con el obispo, crear allá lo que se llama una vicaría episcopal. O sea, que un sacerdote con poderes episcopales sobre todo el departamento para organizar las fuerzas de la Iglesia y seguir cultivando esas tierras tan fecundas que son la esperanza de nuestro clero y de nuestra vida religiosa, por sus vocaciones. Fue elegido para este cargo el Padre Fabián Amaya, que es originario de allá, y como pro-vicario irá el Padre Efraín López, actual párroco de Comasagua. No es tiempo ahora de detenerse en más detalles de esa jornada de estudio, porque las irán conociendo, primero Dios, en la práctica. También les anuncio que en esta semana se han provisto de párrocos nuevos las parroquias de Tenancingo, con el Padre Francisco Díaz; parroquia del Carmen, donde ha vuelto el Padre Miguel, a pesar de su edad y de sus achaques, a dar testimonio de que el sacerdocio no está hecho para descansar, sino para trabajar. Yo le agradezco y le deseo muchos éxitos. Lo mismo en la parroquia de San Sebastián, Ciudad Delgado, el Padre Ernesto Barrera. Iremos esta mañana a Jicarón, en El Paisnal, a visitar aquella comunidad; y el viernes de esta semana, 26 en Tres Ceibas, cantón de Aguilares. Desde ayer y todo este día, está celebrándose una convivencia de laicos, la comisión de laicos, que ha sido recientemente creada para promover el laicado de todas las parroquias de la Arquidiócesis. Laicos son todos los bautizados que no son religiosos ni clérigos pero que por su bautismo tienen un sacerdocio, que lamentablemente está sin ejercerse, porque se han bautizado muchos sin saber qué es el bautismo. Pero gracias a Dios, del Concilio Vaticano surge un gran movimiento para despertar esa conciencia del pueblo de Dios y hacerlo sentir su sacerdocio, su responsabilidad de Iglesia. Para promover, pues, esta conciencia, la comisión de laicos está tomando ella misma conciencia de sus grandes responsabilidades, allá en Planes de Renderos. Los saludamos y les deseamos mucho éxito. A propósito de bautismo ignorado, recuerden que estos días, desde mañana, va a comenzar una serie de pláticas y orientaciones en las parroquias de María Auxiliadora, del Corazón de María y de Planes de Renderos, un movimiento que se llama el Catecumenado. Antiguamente, antes de recibir el bautismo, había un curso que se llamaba el catecumenado y sólo después de instruido se bautizaba. Hoy como la familia cristiana puede llevar a sus niños tiernos, pero ha olvidado el deber de que bautizar un niño supone que lo van a educar en la fe, y hemos ido creciendo en nuestros hogares sin que nuestros hogares cumplieran ese deber. Y por eso tenemos tantos bautizados que no han comprendido la dignidad y la responsabilidad de su bautismo. Entonces, fue otra iniciativa del Concilio Vaticano: restablézcase el catecumenado. Aunque ya sean bautizados, vayan a tomar conciencia de lo que han recibido. Infórmense, pues, de estas pláticas de catecumenado, y les invito a que tomen parte de ellas. Quiero alegrarme con muchas comunidades que no tienen sacerdotes ni religiosas, pero hay laicos donde han sentido este sentido pastoral y reúnen a sus comunidades en sus ermitas. A esta hora me están escuchando, porque me han contado cómo sintonizan esta misa de Catedral. Y al llegar a la comunión, de acuerdo con sus párrocos, se autoriza para que suspendan ya la audición de radio y hagan ya un acto vivo con la comunidad, con las plegarias propias de aquel cantón. Es una iniciativa que se puede llevar a cabo en todos los cantones y pueblos donde no hay sacerdotes, pero el párroco puede promover la comunidad, valiéndose de este medio maravilloso que es la radio. Por mi parte, me siento muy feliz de estar presente a través de la radio en tantas comunidades que están bajo mi responsabilidad y la de los queridos hermanos sacerdotes. Por otra parte, hermanos, queremos enviar nuestra sentida condolencia a la madre y a la esposa que me escribieron con dolor inmenso del pobre Tomás Orellana, de San Martín, a quien además de asesinarlo, lo quieren implicar con el título de subversivo y de revolucionario, de lo cual no hay nada, simplemente una calumnia, y es una lástima que nuestros medios de comunicación social se presten a manchar la fama de un muerto. Ojalá reflexionaran nuestros periódicos y antes de poner páginas que manchan así el dolor de una familia fueran más ciudadosos. Siquiera se callen. Y ojalá no silenciaran lo que es la verdad. Ya todos saben el caso, y a través de nuestra radio se ha denunciado la injusticia que se ha cometido con este pobre hombre. Para su familia doliente, pues, sepan que la Iglesia les comprende y que no alcahuetea la injusticia que con él se ha cometido. También ha circulado esta semana un boletín muy peligroso, pero hay allí hechos, hechos que no se pueden negar. Y a la justicia le toca investigar para que se responsabilice a los verdaderos autores de tanto crimen, de tanto terror, de tanto secuestro. ¿Quiénes son los culpables, pues? ¿Hasta cuándo seguiremos manchando la faz de nuestra patria? Yo apelo desde esta tribuna de la Iglesia a la justicia en nuestra patria, que se haga justicia. Y en esta línea, quiero colocar las reflexiones que nos da la palabra de Dios. Yo creo sacar de las tres bellísimas lecturas de hoy, tres características de nuestra Iglesia. Nuestra Iglesia, y sintámosla nuestra queridos hermanos, queridos radioyente, si somos católicos de verdad. Sintamos el orgullo de pertenecer a una Iglesia que se caracteriza, primero por ser misionera y peregrina; segundo, una Iglesia escatológica ya les explicaré esta palabra; y tercero, una Iglesia en proceso de conversión. 1. IGLESIA MISIONERA Y PEREGRINA Cuando Isaías nos anuncia, desde seis siglos antes, lo que va a ser la Iglesia fundada por el Redentor, habla de una llegada de todos los pueblos del mundo a Jerusalén, que era el siglo del Reino de Dios, signo que pasó a la Iglesia fundada por Cristo. Y venidos de tierras lejanas y de todos los confines del mundo, Dios les va a dar una orden, la que han dicho ahora en el salmo responsorial: "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio". Y esta lista que comienza ya desde Isaías: Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal, Grecia y hasta "las costas lejanas que nunca oyeron mi fama". Como que se oyen aquí ya en las costas de América descubiertas dieciséis siglos después de estas palabras. Como que se oyen aquí los nombres concretos de esta Iglesia que ahora va peregrinando. Y cuando les he dicho hoy Tenancingo, San Sebastián de Ciudad Delgado, el Carmen y todas las parroquias y comunidades de los cantones que ahora estamos en reflexión, son nombres que se van engarzando como perlas del Reino de Dios. Pueblos, comunidades, a todos hay que llevarles el reino. Y cuando el evangelio de hoy nos presenta a Jesús caminando hacia Jerusalén -"recorría ciudades y aldeas"- es la Iglesia peregrina que se anuncia, es la Iglesia que como voy a decir en la pastoral que se va a dar esta semana ya a la publicidad, a la distribución: cuerpo de Cristo en la historia. La Iglesia es Cristo, que sigue caminando hacia Jerusalén por ciudades y aldeas. Es hermoso pensar, hermanos, en esta Iglesia misionera y peregrina, lo cual le dá a todos los que la componemos un sentido de peregrinación. Nadie tiene que instalarse. Todos tenemos que ir con el bastón del peregrino, si bien tenemos que hacer feliz la tierra en que vivimos, pero sabemos que vamos de paso. Hoy la ocupamos nosotros; ayer la ocuparon nuestros abuelos, que ya no existen; mañana la ocuparán las generaciones futuras, y ya nosotros no existiremos. La humanidad es una continua peregrinación. Y Cristo quiere caminar con esa historia, con la historia de todos los tiempos. De tal manera que Cristo estuvo con nuestros antepasados, está con nosotros ahora y estará con la posteridad. Pero, nosotros vamos peregrinando, y uno de los afanes principales de la Iglesia tiene que ser el establecimiento de la Iglesia en todos los ámbitos del mundo. Como la frase preciosa de Isaías: hasta en aquellas costas desconocidas. El próximo Día de las Misiones, que es siempre el penúltimo domingo de octubre el Papa ya lanzó el mensaje, quiere hacer un llamamiento a todos los católicos a formar misioneramente su conciencia. Porque el ser misionero no es una característica privativa de los llamados a irse a las vanguardias de las misiones. Son los héroes: sacerdotes, religiosas, médicos, enfermeros, toda clase de gente que quiera ir a prestar unos años a las avanzadas peligrosas de las misiones. Allá están y si alguno quiere inscribirse, allá hay campos para todos. Pero no todos tenemos la dicha de ir a esas vanguardias misioneras. No conocemos los idiomas de aquellas tierras, tenemos miedo aquellas nuevas costumbres, no nos podemos adaptar. Hay que admirar a los misioneros en este afán de adaptación. Pero nosotros desde la retaguardia, este ejército conquistador del mundo para Dios, para la fe, tenemos que ser también misioneros. Recuerden que la patrona de las misiones fue Santa Teresa del Niño Jesús, una monja de contemplación que nunca salió de su claustro de Lisieux en Francia y, sin embargo, aquí está el secreto para ser misionero desde el claustro, desde el hogar, desde la tienda, desde el puesto de mercado, desde la profesión, como Santa Teresa de Jesús, ofrecer todos sus dolores, sus sacrificios, por las misiones. Cuando la pobrecita, agobiada por la tuberculosis y que tenía que hacer sus paseos por el patio del convento, se cansaba, sentada sobre una loza decía: "Le ofrezco al Señor este cansancio por el misionero que en estos momentos andará recorriendo tierras desconocidas". Qué hermoso es ser misionero, hermanos, saber que la conquista de almas que ahora no conocen a Cristo y lo van a conocer por la predicación del evangelio, allá está nuestra aportación de oración, de sacrificio, ofrecer las enfermedades por ellos, por los misioneros y por los que no son cristianos todavía. Misionero es todo aquel, pues, que siente la Iglesia necesitada de ir a implantarse en todo el mundo por mandato de Cristo: "Vayan y prediquen por todas partes". De tal modo que el Papa dice en el mensaje para el próximo Día de las Misiones, que la educación misionera, el sentido misionero del cristiano, no es una cosa añadida, sino que pertenece a la misma constitución de su fe. No puede ser verdadero cristiano el que se despreocupa de este sentido misionero y sobre todo cuando nuestra misma patria es tierra de misiones. Quizá ni en las tierras de misiones suceden las cosas tan salvajes que suceden en El Salvador. Comencemos, pues, por hacer de nuestra patria un testimonio misionero. Este es el gran problema de América Latina, que llamándose oficialmente cristiana, comunidad cristiana continental, sin embargo, no es antorcha de fe, porque sus cristianos se han pervertido, porque sus cristianos iban como los peregrinos por el desierto hacia la tierra prometida, como aquellos israelitas se han vuelto al Egipto de la esclavitud, a seguir comiendo las cebollas de Egipto, a seguir adorando a los ídolos del dinero, a seguir promoviendo las groserías del abuso de autoridad. ¿Esto cómo va a ser luz que luce en el mundo? Da lástima pensar que muchos de esos hombres que asesinan, que torturan, que pisotean al país, son cristianos. Necesitan una reconversión; la necesitamos todos. Yo quisiera, hermanos, que esta palabra, pues, del domingo de hoy, con ese sentido de Cristo peregrinando, sembrando la fe por todas partes, la esperanza, la alegría cristiana, el evangelio, su mensaje de paz, lo tomáramos todos nosotros; y sino vamos a las misiones propiamente dichas de infieles, aquí en nuestro país, tratemos de ser misioneros de nuestra propia familia, misioneros desde nuestra profesión. Misioneros desde el cargo público que ejercen; cuánto bien harían los ministros, los empleados, los maestros, los profesionales, si todos sintieran su trabajo de la vida, al mismo tiempo que es necesario para ganarse la vida, el cumplimiento de una misión: misioneros de sus propios amigos. 2. IGLESIA ESCATOLOGICA ¿Y qué se dirá en esa misión? El segundo mensaje de la palabra de hoy, que nos presenta una Iglesia "escatológica". ¿Qué quiere decir eso? Es lo que provoca la pregunta que en el evangelio se le dice a Cristo. "¿Serán pocos los que se salvan?" He aquí una preocupación escatológica. La escatología es una característica de esta Iglesia que por su esperanza sabe que la historia no se consuma en esta tierra. Su esperanza le hace ver unos cielos nuevos, una tierra nueva, donde imperará la justicia, el amor y la paz. El cristiano sabe que por más que trabajemos el bienestar de esta tierra, siempre será provisorio, peregrino, misionero, de paso, pero que hay que trabajarlo. Pero, que la consumación no la hemos de esperar en esta tierra, sino en la eternidad, donde el Reino de Dios esté perfecto. Esa perspectiva de la salvación eterna, del Reino de Dios consumado en la gloria, esa Iglesia de brazos tendidos hacia adelante, esa Iglesia de mirada puesta en el cielo, ésa es la escatología, es la Iglesia escatológica. Por eso, la Iglesia no puede ser cómplice de ninguna ideología que trate de crear, ya en esta tierra, el reino donde los hombres sean completamente felices. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia tampoco puede ser capitalista, porque el capitalismo también está con la mirada miope sólo viendo la felicidad, su pasión, su cielo, en sus tierras, en sus palacios, en su dinero, en sus cosas de la tierra. Están instalados. Y esta instalación no pega con la Iglesia. La Iglesia es escatológica. Y es aquí donde la Iglesia se vuelve a los pobres para decirles: ustedes son los más capacitados para comprender esta esperanza y esta escatología. Y nos volvemos a ellos no para hacerlos conformistas, porque la escatología, el estar esperando un cielo, no es para adormecer. También aquí el comunismo nos acusó falsamente cuando nos dijo que nosotros predicábamos el opio del pueblo y que predicando a los hombres un reino del más allá, le quitamos la garra para luchar en esta tierra. ¿Quién sabe quién pone más garra a los hombres, si el comunismo o la Iglesia? La Iglesia, porque al predicar una esperanza del cielo, la está diciendo al hombre que ese cielo hay que ganárselo, y que es en la medida en que trabaje aquí y cumpla bien sus deberes como será premiado -su vida- por la eternidad. Y que a un hombre que ha cumplido mejor sus deberes de la tierra, le tocará una escatología, un cielo más amplio, más rico. Nadie tan ambicioso como los santo y los cristianos, porque ambicionan no un reino de esa tierra, donde los hombres se mueren, sino un reino de la eternidad, donde los hombres vivirán para siempre la alegría de haber colaborado en anticipar, ya en este mundo, el Reino de Dios. Se escandalizaron una vez los enemigos de la Iglesia aquí en El Salvador, cuando se les dijo que el reino de los cielos, la Iglesia, que es el principio del reino de los cielos, ya debe de establecerse en este mundo. Que no hay que esperar la muerte para ser feliz que Dios nos quiere felices ya en esta tierra, porque trata de reflejar ese reino de los cielos nuevos y tierra nueva en esta tierra peregrina, que por lo tanto ya vislumbra en su peregrinación, un cielo bello, del cual esta tierra ya es reflejo. Y la palabra de enseñanza de Cristo hoy nos está diciendo que ese reino de Dios ya ha comenzado en esta tierra y sólo los que quieran entrar por la puerta estrecha irán a él, a su base definitiva, pero ya en esa tierra aquellos que no hayan forcejado por entrar en este reino se quedarán afuera. Lo cual quiere decir que el que no ha trabajado en su vida, por la puerta estrecha, el Reino de Dios, es demás que esté esperando a la hora de la muerte que le abran la puerta. Fíjense en el evangelio de hoy: "Os quedaréis fuera. Llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos. Y El os replicará: No sé quiénes sois. Entonces comenzarán a decir: Hemos comido y bebido, y tú has enseñado en nuestra plazas. Pero El os replicará": "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados". No basta llevar el nombre cristiano y vivir como pagano para presentarse al cielo y decir: "Jesús, me conoce". Aquí Jesús dice que desconoce a todo aquel que no haya querido hacer de su título cristiano una profesión de vida, un llamamiento cristiano a vivir esta escatología, esta esperanza, este cielo. El sentido escatológico de la Iglesia el Concilio Vaticano lo ha iluminado maravillosamente, y los documentos de Medellín, también, como una invitación a los hombres a trabajar en esta tierra, para hacer ya desde que Cristo resucitó y es parte de la historia de este mundo, una realización de ese reino que se va a consumar en la eternidad. Pero Cristo resucitado, en el cual creemos, ya engarza los deberes de esta tierra con los premios de la eternidad. Y si de verdad creemos en un Cristo resucitado que nos espera y que a su venida en la gloria dará el premio a todos nosotros, los que hayamos trabajado con El, quiere decir que hay que trabajar, hermanos. Y que todo aquel que estorba al reino también está traicionando su vocación de hombre. Dice esta frase el Concilio: "Todo cristiano que descuida sus deberes temporales, descuida sus deberes con el prójimo, tampoco ama a Dios y pone en peligro su propia salvación". Respondamos, pues, a la pregunta que le hicieron a Jesús: ¿"Señor, serán pocos los que se salvan?" Y Cristo como que no le dá importancia al número, porque lo que sigue es una gran enseñanza de la fuerza estrecha y de la necesidad de cumplir la vida cristiana. Diremos nosotros, no nos importa si van a ser muchos o pocos, lo que nos debe de importar es si cumplimos bien nuestro deber en esta tierra. Que estamos tratando de entrar por la puerta estrecha y no caminamos por la vía ancha del vicio, del egoísmo, de las injusticias de esta tierra. Y de allí viene la tercera condición, con que voy a terminar, que se nos presenta en la lectura de hoy: una Iglesia en conversión. 3. IGLESIA EN PROCESO DE CONVERSION No me cansaré de gritar esta palabra, hermanos: conversión, Lástima que muchas veces hablamos pensando que ya nos entendemos y resulta que las palabras más sencillas no se entienden a veces. Me preguntó en esta semana, y esto ha sido una gran revelación para mí, una persona humilde: "¿Qué es la conversión?" Y yo les agradezco que cuando no entiendan algún término de mi pobre predicación, tenga la confianza de preguntarla. La conversión es como dar media vuelta. Conversión a la derecha, dicen los militares para convertirse a un lado, para convertirse al otro. Media vuelta. La conversión es volverse hacia Dios y cada vez más hacia Dios. La conversión la señaló Cristo cuando dijo: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". ¿Cuándo vamos a llegar a ser perfectos como Dios? Lo cual quiere decir que Cristo inspiró un movimiento sin límites: la conversión. La conversión es preguntar en cada momento. ¿Qué quiere Dios de mi vida? Y si Dios quiere lo contrario de lo que quiere mi capricho, hacer lo que Dios quiere es convertirme, hacer mi capricho es pervertirme. ¿Qué quiere Dios con el poder político, por ejemplo, en un país? Quiere que esas fuerzas unan moralmente, por la ley sana, las voluntades de todos los ciudadanos al bien común; pero Dios no quiere que se use el poder para atropellar, para golpear hombres, para golpear ciudades, pueblos: eso es perversión. ¿Qué quiere Dios del capital, al hombre que le da dinero, haciendas y cosas? Que se convierta; quiere decir, que sepa darle a las cosas creadas por Dios el destino que Dios le dio a las cosas, qué son siempre de Dios el bienestar de todos, el compartir con todos la felicidad. Y esto en grande; también en pequeño, ¿Qué quiere Dios de tu vida de hogar? Pues que tu unión con tu señora sea bendecida por el sacramento santo del matrimonio. ¿Qué quiere Dios de la intimidad, de la relación conyugal? La procreación. Si el hombre maliciosamente interrumpe la procreación con medios artificiales, está bloqueando la voluntad de Dios. Tiene que convertirse. ¿Qué quiere Dios del hombre frente al aguardiente? Que se abstenga, que no abuse. Que no abuse; el uso es correcto, pero el abuso siempre es pecado. Que se convierta. Convertirse, pues, es un llamamiento al cual nos hace alusión la segunda lectura de la carta a los Hebreos: "Habéis olvidado la exhortación paternal. No rechaces el castigo del Señor. No te enfades por su reprensión". Hermanos, cuando la Iglesia tiene que cumplir este deber, porque ella misma está en proceso de conversión. Yo que les estoy hablando necesito convertirme continuamente. El pecador, el religioso, la religiosa, el colegio católico, la parroquia, el párroco, la comunidad, la Iglesia, pues, tiene que convertirse a lo que Dios quiere en este momento de la historia de El Salvador. Si uno vive en un cristianismo que es muy bueno, pero que no encaja con nuestro tiempo, que no denuncia las injusticias, que no proclama el Reino de Dios con valentía, que no rechaza el pecado de los hombres, que consciente por estar bien con ciertas clases, los pecados de esas clases, no está cumpliendo su deber, está pecando, está traicionando su misión. La Iglesia está puesta para convertir a los hombres, no para decirles que está bien todo lo que hacen y por eso naturalmente cae mal; todo aquel que nos corrige, nos cae mal. Yo sé que he caído mal a mucha gente, pero sé que he caído muy bien a todos aquellos que buscan sinceramente la conversión de la Iglesia, que somos todos. Desde este punto, hermanos, yo llamo a la conversión a todos. En esa publicación de esta semana, se anuncian muchos crímenes. ¿Quiénes los han cometido? ¿Se quedarán siempre en lo oculto? A la justicia de los hombres sí, parece que se van quedando en el misterio la muerte del Padre Grande, la muerte del Padre Navarro, y tantos asesinatos y tantos desaparecidos y tantas cosas feas. Pero sé que alguien lo ha cometido, que es pecador y que si no se convierte no entrará en el reino de los cielos. Y que esta vida pasa. El poder, los hombres pasan. Pasa todo, sólo quedará la Iglesia con su índice escatológico diciendo: lo que no pasa es la eternidad y lo que vale la pena es salvarse de verdad. Salvación que ya comienza en esta tierra, porque el que aquí lucha por el reino de Dios implantándolo en la sociedad, en la historia, será también partícipe del Reino de Dios en el cielo. Y el que aquí se opone, rechaza, repudia a la Iglesia, al Reino de Dios, a sus ministros, a los que lo predican, están estorbando al Reino de Dios, y eso es persecución de la Iglesia, porque se le impide su ministerio. Entonces, queridos hermanos, concluyamos en el mensaje de hoy, que no es invención mía, sino palabra de Dios, el propósito de ser una Iglesia misionera y peregrina. No nos instalemos en la tierra. Preocupémonos de caminar con Jesús. Miren qué significativo, todo este trozo del evangelio, donde nos ha colocado el fragmento de hoy, es de San Lucas, que quiere describir la misión de Cristo como un caminar hacia el Calvario. La Iglesia camina hacia el Calvario, hacia la Cruz, pero sabe que detrás de la Cruz, tres días después, está la resurrección, la alegría, el reino, los cielos nuevos, la tierra nueva. Caminemos con Jesús, entonces. No tengamos miedo a las amarguras del Calvario. Sepamos renunciar a todo aquello que es pecado y se opone al Reino de Dios. No hagamos consistir la felicidad y la salvación sólo en esta tierra, ni tampoco sólo en aquel cielo, sino en la combinación más sabia y maravillosa de cumplir bien la ley de Dios, en esta tierra para merecer el premio en aquel cielo. Y que sepamos, entonces, ser valientes cristianos, ya que la Iglesia, a través de estas características, es la que está manteniendo en alto y sembrando la esperanza, la alegría, en todo los corazones de los salvadoreños.
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…participarles las preocupaciones, alegrías y esperanzas de la diócesis y compartiendo también los problemas de todos ustedes, iluminará sobre toda esta realidad de nuestra historia, la palabra de Dios, el verdadero camino que hemos de seguir.
Mañana es el gran día de la Asunción en cuerpo y alma de María a los cielos. Esta marcha triunfante de María después de una vida entregada a Dios es todo un mensaje. Procuremos, si tenemos tiempo, asistir a la santa misa, o por lo menos en nuestros hogares reflexionar en esa madre nuestra, que al escalar los cielos, se constituye en reina del universo; sin embargo, siempre tiene sus ojos bien encarnados en esta tierra, le preocupa nuestra vida y por tanto, pues es un motivo de gran confianza y de esperanza: María coronada en el cielo, como premio de sus virtudes. A las 11 de la mañana tendremos aquí una misa en la cual va ser ordenado de diácono un joven que ha terminado ya sus estudios teológicos, Jorge Benavides. Queremos, con este motivo de la fiesta de la Asunción, felicitar a los católicos de la parroquia de Mejicanos que la celebran por patrona y a la congregación de las religiosas de la Asunción, que también sienten su fiesta principal el 15 de agosto. Quiero comunicarles también, para encomendar a sus oraciones, que martes, miércoles y jueves de esta próxima semana los sacerdotes y las religiosas dedicadas a los trabajos directos de la pastoral en los pueblos, nos vamos a reunir para estudiar un documento que yo quisiera que todos lo conocieran, escrito por el Papa Paulo VI. Se llama, según los documentos eclesiásticos, toman su nombre de las dos primeras palabras latinas, la lengua oficial de la Iglesia. Escribe estos documentos en latín, luego se traducen a todos los idiomas; pero el nombre de ese documento sigue llamándose según sus dos palabras primeras. Este se llama Evangelii Nuntiandi y trata de la evangelización del mundo actual. Es una recopilación que el Papa hizo de una gran consulta hecha en 1974 a todos los episcopados del mundo, preocupada la Iglesia de llevar su eterno mensaje al hombre de hoy, tan complicado, tan difícil. Y nosotros pues recogiendo esas pautas tan sabias del episcopado del mundo y sobre todo del maestro supremo de la Iglesia, el Papa, vamos a profundizar para que nuestra evangelización en la arquidiócesis corresponda a toda esa serie de iniciativas maravillosas. Esperamos pues, que todos lo sacerdotes y religiosas dedicadas a la pastoral directa vamos a unificar nuestros criterios, a exponer nuestras dificultades y para que no se sientan en la diócesis como dos Iglesias. Así da la impresión a veces de ciertas personas que critican las actitudes, los criterios del Arzobispo y de los sacerdotes que están con él, como si ellos formaran otra Iglesia, capaz de criticar a la Iglesia jerárquica. No es tiempo de estas desuniones. Es tiempo de dialogar, y aquí están estos tres días para que dialoguemos a fondo. En aquellas cosas en que no están de acuerdo, veamos si estamos equivocados. No se trata de imponer ningún capricho, sino de realizar nuestra gran tarea evangelizadora con unos criterios que, aunque no le gusten al mundo, le gustan a Dios y a las almas que quieren ser fieles al plan de Dios. Quiero anunciarles también con alegría que en esta próxima semana, si Dios quiere, voy a tener ya editada la pastoral que les anuncié el 6 de agosto y que trata de la Iglesia como cuerpo de Cristo en la historia, es decir que la Iglesia de cada tiempo no hace más que hacer lo que haría Cristo en este tiempo; si Cristo fuera salvadoreño en 1977, ¿qué haría? Esa es la pregunta de la Iglesia, y eso hace la Iglesia. También quiero transmitir la inquietud de varias comunidades cristianas, que están denunciando y demostrando su solidaridad con la catequista Filomena Portillo Puerta, joven de 21 años, que fue capturada el 30 de julio en Ciudad Delgado y apareció muerta allá por Tejutla en Chalatenango. ¿Qué pasa? ¿Están mejorando las cosas o siguen lo mismo? Porque también un catequista del Padre Salvador Colorado, en Ciudad Delgado, fue capturado y torturado, y amenazado de muerte junto con el Padre Colorado, el cual ha tenido, pues, una crisis nerviosa que está tratando de curar. Esta es persecución también. Se piden noticias de encarcelados, de desaparecidos; y la Iglesia, que no puede menos que mostrarse solidaria con los derechos humanos, con los sufrimientos de los hogares que ven desaparecer su gente, no puede tener confianza mientras no se hable con hechos un ambiente mayor de confianza. También les anuncio la publicación, ya está en circulación, de los documentos de Medellín, que es un esfuerzo de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas para poner al alcance de nuestro pueblo esos documentos que ningún católico de hoy debe desconocer. Es una lástima que muchos están conociendo esos documentos a través de anteojos falsos; vidrios que distorsionan son esas publicaciones tendenciosas, dispuestas a que el mundo crea que la Iglesia es marxista, y muchos no conocen los documentos de Medellín, más que a través de esas columnas venenosas. Por favor, yo creo que ya contamos con católicos maduros en su criterio y no porque están impresos en periódicos o porque se ven en televisión o en radio, se cree que son dogmas de fe. Vayan a las fuentes. Usen su sentido crítico de las cosas. Cuando lean en un periódico, aunque sea en páginas editoriales, tienen ustedes su criterio para decir: eso es mentira; eso ya se ve que tiene sus tendencias. Así es como se va mostrando la madurez de juicio del hombre que lee y va al cine. Ninguna película sería mala si el que va al cine tiene criterio propio y sabe condenar la inmoralidad, todo lo que es censurable. No necesita que le digan: permitido para tal edad. Su criterio es la edad principal. Y así, pues, se trata de que estos documentos de Medellín, hay que conocerlos en su propia fuente. Ya están a la mano esas fuentes. Yo supliqué que trajeran a la Catedral hoy. Supongo que al final de la misa estarán disponibles; y si no, pues, búsquenlos en las librerías católicas, en las oficinas del Arzobispado. Y otros hechos de violencia, hermanos, que han sucedido en estos días, la Iglesia no puede aceptar la violencia de ninguna forma, tanto esos crímenes y esas capturas y esas torturas son hechos de violencias como también una bomba que estalla en San Salvador, como también el secuestro del Dr. Carlos Emilio Alvarez. Ninguna de esas de cosas pueden ser aprobadas por la Iglesia. La violencia es inhumana. No construye. Destruye, destruye sobre todo las esperanzas de mejorar. Yo suplico pues con toda la autoridad que la Iglesia me da, ante mi querido pueblo, que pensemos con Dios, el Dios de paz, el Dios que nos ama, el Dios que a los mismos pecadores perdona si ellos se arrepienten. Una de las cartas más bonitas que llegan en esta semana es aquella que dice: "Lo que más me admira de la Iglesia de estos días es que, a pesar de haber sufrido tantos atropellos y hasta asesinatos, nunca se le ha oído una palabra de odio ni de venganza, sino siempre una palabra de amor y de conversión". ¡Qué bien captan las almas humildes las intenciones de la Iglesia! Y yo me alegro de que así se sienta, mientras que otros siguen tercos en acusar a la Iglesia de violenta y que es causa de los males. Los que escuchan sin perjuicios, sin intereses egoístas, escuchan el verdadero lenguaje de la Iglesia: No a la violencia; un llamamiento a la conversión de los pecadores, como dije aquí el día de las exequias del Padre Grande, "¿Quién sabe si los asesinos de esta víctima me están escuchando por radio? Sepan que no los odiamos, que pedimos a Dios que se arrepientan" y vengan con nosotros un día a recibir el pan que Dios da con un beso de amor, aun a los pecadores, aun a los asesinos. Qué alegría sentiría la Iglesia el día en que todos los que han escrito o pagado escritos o usado armas, a humillar pueblos, o torturando gente con un sentido tan brutal de la vida, se convirtieran, vieran que eso no puede ser y volvieran arrepentidos a pedirle perdón a Dios, que todavía los está esperando. Desde luego que Dios les da vida a los pecadores; es porque está esperando. Ojalá, queridos amigos que me están escuchando (tal vez humillados de lo que han hecho, porque la violencia nunca es un orgullo, y el que golpea a otro hombre siempre siente la vergüenza; él está más humillado que el mismo golpeado) sientan de veras que eso es vergonzoso, sobre todo en un país que se llama civilizado y que si de veras le queremos dar un rostro bello a nuestra patria, lavémosla en la conciencia íntima sobre todo de los que son culpables, causantes, patrocinadores, tolerantes, alcahuetes, de esta situación que no puede seguir. EL SECRETO DE LA FELICIDAD Y aquí estamos ya en la palabra de Dios, queridos hermanos. Yo encuentro en el mensaje del profeta Jeremías y de la carta a los Hebreos, y sobre todo en las divinas palabras de Cristo en su evangelio, el secreto de la felicidad. Tal vez a algunos les ha sorprendido cómo Cristo se presenta hoy precisamente diciendo: "¿Piensan ustedes que he venido a traer al mundo la paz?" No, sino división". No vayan a decir que Cristo está predicando la violencia. Sí está predicando la violencia, pero la verdadera violencia que necesita la paz verdadera. "No piensen que he venido a traer una paz superficial". Este es el primer punto de este mensaje de hoy. ¿En qué consiste, pues, la paz? La paz consiste en la sintonía con el plan de Dios. Cuando una vida, una familia, un pueblo está en sintonía con la voluntad de Dios, allí hay paz verdadera. La paz verdadera -y en mi pastoral quiero recalcar este concepto- es cuando la historia de los hombres refleja fielmente la historia de la salvación. No hay dos historias. La historia de los hombres, de cada hombre y de todos los hombres que forman una patria, esa historia no está separada de la historia de la salvación, del designio de Dios. Es como un proyecto que Dios tiene, como el proyecto que presenta un arquitecto para construir un edificio. Mientras se va construyendo sobre esas líneas arquitectónicas, el edificio va construyéndose sólidamente. Pero si a un maestro de obras, a unos peones, se les ocurre abrir los zanjos por otra parte, clavar vigas por otra parte, hacer a su capricho la construcción, pues el designio del arquitecto está fracasado. Y así decimos que Dios también, su historia de salvación, su proyecto sobre los hombres, se echa a perder cuando los hombres quieren construir el mundo según sus caprichos, según sus egoísmos y no según el proyecto de Dios. La paz consistirá, entonces, en saber qué quiere Dios de esta sociedad, qué quiere Dios de mi vida, qué quiere Dios de la República. Y eso debían de estar viendo los gobernantes y todos los constructores, y los que pueden cambiar los destinos de la patria, con su dinero, con su capacidad política, con su técnica, no fiarse de sus caprichos. Como buenos constructores debían de estar extendiendo continuamente el plan arquitectónico de esta patria y construir sobre esas líneas. Entonces hay paz. Lo demás es como dice el Concilio: Paz no es ausencia de guerra. Paz no es equilibrio de dos fuerzas que están en pleito. Paz sobre todo no es el signo de muerte bajo la represión cuando no se puede hablar, paz de los cementerios. La verdadera paz es aquella que se basa en la justicia, en la equidad, en el plan de Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza, y nos ha dado a todos los hombres la capacidad de construir al bien común de la República. No es un pequeño grupo el que Dios ha escogido, sino a todos los salvadoreños. Todos tenemos derecho a participar en nuestro propio destino, en nuestro propio bien común. No cabe entonces ninguna exclusión. Es derecho humano. POR QUE LA DIVISIÓN Cuando se construye así la historia -qué hermoso- coincide con la historia de la salvación; hay paz. Pero esto es muy profundo y no todos lo comprenden, y por eso, dice Cristo, que lo que va a surgir inmediatamente ante esta doctrina es la división. En una familia de cinco, dice Cristo, dos estarán contra tres y tres contra dos. Y hasta lo más íntimo: una hija con su madre no estará de acuerdo, porque una comprende y la otra quiere una paz ficticia; y en una sociedad sí, habrá división, mientras haya quienes tercos a su modo de pensar caprichoso, quieren construir una paz sobre bases de injusticias, sobre egoísmos, sobre represiones, sobre atropellos de los derechos. Así no se construye la paz. Habrá una paz ficticia, una paz que no es la que Cristo da. "Mi paz os doy" -dijo Cristo resucitado- pero no como la da el mundo. El mundo es un falso irenismo, se llama así esa apariencia de paz, cuando nos damos la mano y sabemos que no estamos de acuerdo en sus ideas. Por eso, antiguamente había sanción social, y dicen que la gente que llegaba a un casino tenía tanto sentido de su nobleza que, si llegaba un asesino o un ladrón, aunque aparentemente fuera un gran Señor, no se le daba la mano, porque el estrechar la mano es señal de que estamos de acuerdo plenamente. Ojalá resurgiera ese sentido noble de la sanción social y reclamáramos a aquellos que no están de acuerdo con los proyectos de Dios. Respetarles su modo de pensar, pero saber que no está construyendo la verdadera paz. Y aquí era donde chocaban: el papel de los profetas. La segunda consideración de esta homilía podía ser el personaje de la primera lectura, Jeremías, y el personaje central de la segunda lectura, Jesucristo. Jeremías fue una de las figuras más bella que presagiaron a Cristo en su misión, porque como Cristo, por predicar la paz verdadera, que va muchas veces contra los caprichos y los egoísmos de los hombres, muere crucificado en una cruz; el profeta Jeremías fue un varón de Dolores también. Por cerca de cincuenta años su misión profética no fue más que sufrimiento y pena. El colmo fue éste que hemos leído en la lectura de hoy. Sus enemigos lograron arrancar del rey la autorización para echarlo en una cisterna, en un pozo. Sólo que vino otro influyente de aquel rey débil, Sedecías, y arranca la autorización contraria. "Sácalo pues de la fosa", y Jeremías, que confía en Dios, salva su vida. EL PROFETA ANUNCIA EL PROYECTO DE DIOS Yo les recomendaría, hermanos, a los que les gusta leer la Biblia, que leyeran en esta semana el libro de Jeremías. ¡Qué interesante! Pero, sobre todo léanlo en sus contornos históricos. Había sido feliz un poco, porque en el reinado de Josías, caminaban bastante de acuerdo el profeta y el rey, porque trataban de restituir la verdadera figura de Dios en el pueblo de Dios. Era el deber del rey; y el profeta, cuando en el rey miraba la buena voluntad y la actitud de hechos para defender los derechos de Dios, lo aprobaba, estaba con él. La Iglesia no está peleando con el gobierno. Unicamente le está diciendo que, como el rey Josías, mire hacia Dios y haga lo que Dios quiere. Este es el papel de los profetas del Antiguo y del Nuevo Testamento; anunciar el proyecto de Dios. Y cuando los hombres lo aceptan, no hay conflictos. Hay alegría. Y el profeta Jeremías tenía esperanza de que así iba a ser siempre. Pero cuando muere el rey Josías y es elegido el rey Joaquín y después Sedecías, que aparece en la lectura de hoy, comenzaron los conflictos, porque reyes complacientes con la idolatría, a la que tendía ese pueblo, permitieron que el pueblo se fuera prostituyendo. Se alejaba de Dios, adoraba a los falsos dioses -también los sacerdotes del templo- porque entonces el profetismo no coincidía con el sacerdocio y los profetas podían reclamar a los sacerdotes también su servilismo o su religión demasiado segura: "No se fíen de que tienen el templo de Dios; si no hacen una conducta más digna de la voluntad de Dios, están ofendiendo a su Señor y este templo será destruido, y los ejércitos de Babilonia vendrán y destruirán a Jerusalén y se llevarán deportados por segunda vez a los dirigentes del pueblo". Y esto es lo que molestaba a los idólatras, que un hombre quisiera purificar la historia de Dios en el pueblo. Y el profeta Jeremías no podía decir otra palabra. El profeta tiene que ser molesto a la sociedad cuando la sociedad no está con Dios. Y el profeta le reclama. Y así fue como Jeremías se malquistó la voluntad. No lo querían. Han escuchado hoy en la primera lectura las acusaciones: "Muera ese Jeremías; está desmoralizando a los soldados y a todo el pueblo con esos discursos. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia". Ven como las acusaciones contra los profetas de todos los tiempos son las mismas. Cuando molesta la conciencia egoísta o la que no está construyendo el plan de Dios, es un molesto y hay que eliminarlo, asesinarlo, tirarlo a las fosas, perseguirlo, no dejarlo decir esa palabra que molesta. Pero, el profeta no podía decirle otra cosa; y muchas veces el profeta Jeremías en su oración, lean la Biblia, cómo le pide a Dios: "Señor, quítame esta cruz. Yo no quiero ser profeta. Siento que me queman las entrañas, porque tengo que decir cosas que ni a mí me gustan". LOS PROFETAS LLAMAN A CONVERSION Y es, hermanos, siempre lo mismo, denunciar el pecado de la sociedad, llamar a la conversión, lo que está haciendo hoy la Iglesia en San Salvador, denunciar todo aquello que quiere entronizar el pecado en la historia de El Salvador y llamar a los pecadores a la conversión, lo mismo que hacía Jeremías: "Conviértanse; que si no, ese templo en el cual confían, se va a derrumbar. Conviértanse, porque vienen ya los ejércitos del norte y nos van a llevar deportados". Y era una situación política. Palestina entonces quiso acudir a Egipto para apoyarse en él. Pero Dios tenía el designio. Qué terrible designio de Dios cuando los pueblos no quieren obedecer por las buenas. Hay hombres tristemente célebres en la historia de los pueblos, escogidos por Dios para ser azotes de la sociedad. Será lo que nos está pasando a nosotros, hombres azotes, hombres capataces. Dios los necesita, por desgracia, porque el pueblo no quiere convertirse por las buenas. Pero Dios espera, y el profeta espera, que en la conversión puede venir otra vez la felicidad. Y aún cuando sabe que vendrá la desgracia, y vino la desgracia, destruyeron el templo. Sus muros todavía están allí como testimonio. Ahora que los Israelitas son dueños de Jerusalén, vuelven los judíos de todas partes del mundo a llorar sobre aquellos muros de Jerusalén; porque ahí, recuerda esta página de Jeremías, el pueblo no quiso obedecer y tuvo que perecer y fue llevado deportado a Babilonia, humillado bajo extranjeros por su propia culpa, por su pecado social, por su idolatría, por el poco cumplimiento del deber de sus autoridades, que no lo quisieron llamar al orden. Por su pecado de injusticia social, que ya entonces también Jeremías denunciaba, por la seguridad religiosa que muchos ponían en sus viejas tradiciones sin innovarlas, sin fijarse en la voluntad de Dios, hasta los sacerdotes fueron deportados, porque también ellos fueron serviles y anunciaban palabras halagüeñas al rey, al ejército, al pueblo que quería seguir en sus idolatrías. Y Dios castiga también a los sacerdotes cuando no cumplen su deber. Nosotros hemos dicho que esta denuncia del pecado abarca también a los sacerdotes; nosotros también tenemos nuestros pecados y pedimos perdón a Dios. En mi pastoral digo que si la Iglesia ha llegado a comprender hoy mejor al mundo, es para cuestionar al mundo de sus pecados, pero también para dejarse cuestionar ella, la Iglesia, de una propios pecados eclesiástico. También somos hombres y podemos pecar y tenemos necesidad de conversión, porque no es para nosotros que llamamos a la gente, sino para Dios, y nosotros también tenemos que convertirnos a Dios. Es el plan de Dios que talvez lo podemos estorbar nosotros mismos, obispos y sacerdotes. Es una corrección universal la que el Reino de Dios pide a su Iglesia y a su mundo. LOS PROFETAS ANUNCIAN ESPERANZA TAMBIEN Pero hay una esperanza, y aquí termina mi humilde palabra, comentando esta palabra de hoy. Los profetas anunciaban desgracias, que llegaron; pero anunciaban también una esperanza. En medio de sus lamentaciones, Jeremías anuncia que ese pueblo, ya corregido, volverá; y hasta dice una cosa muy bella fíjense los perseguidos. Ponía sus esperanzas precisamente en los expatriados, en los deportados, ese resto de Israel que dejaba también unos ejemplares en Palestina, hombres fieles que atendían su palabra. Son la esperanza de que este mensaje no está cayendo en el vacío. Yo siento, hermano, una gran esperanza, porque sé que esta palabra de la homilía dominical llega a muchos corazones. Ojalá que todos la vean con la intención con que yo la pronuncio, una denuncia de pecado, que la Iglesia no lo puede tolerar, aunque sea en sus mismos miembros de Iglesia, y un llamado a la conversión del pecado: sacerdotes, religiosos, religiosas, colegios católicos, instituciones de la Iglesia, asociaciones piadosas, todos, comenzando por el Arzobispo, tenemos que revisar a fondo nuestras vidas, a ver si están conforme a la voluntad de Dios, para luego hacer frente al mundo, también como Jeremías, el testimonio de una santidad que reclama con su propia vida, cómo se debe de vivir aun cuando venga por ese modo de vivir todos los ultrajes. Yo felicito a todos esos catequistas, predicadores de la palabra de Dios, que, a pesar de la persecución, se mantienen fieles, como Jeremías. Hay una esperanza, y Jeremías la manifestó con un gesto, como lo hacían los profetas, que no sólo hablaban con palabras sino con gestos. Estimados hermanos:
En esta semana, la Iglesia de la Arquidiócesis ha vivido su gran apoteosis patronal. Yo quiero felicitar al pueblo por su fervor, por su entusiasmo para con su divino patrono, y agradecer de manera especial a todas las personas, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, que contribuyeron de una u otra forma a esta esplendorosa festividad del Divino Salvador. También, esta semana nos deja un saldo de luto, el jueves dimos sepultura en Cojutepeque, a un sacerdote venerable de nuestro presbiterio, al Padre Manuel Guardado, de 79 años de edad. Una vida oculta como la violeta, pero como la violeta llena de una hermosura muy espiritual. Un hombre muy inteligente; era doctor y pasaba su vida estudiando. Un ejemplo de una ancianidad que está al día en el pensamiento de la Iglesia. Entre los testimonios de su entierro, me gustó mucho escuchar al párroco de Cojutepeque, el Padre Ayala, decir que a pesar de la diferencia de edad, el Padre Guardado era para él una guía, y con él comentaban. El vivió intensamente esta renovación de la Iglesia en el Concilio Vaticano II y en Medellín y en vez de escandalizarse, como muchos más jóvenes que él, sabía que la Iglesia no se puede equivocar. Amaba a su Iglesia, y por eso la siguió hasta el final de su vida; y a pesar de sus ochenta años, el Padre Guardado era un hombre al día con el pensamiento de la Iglesia. Cómo quisiéramos que ese espíritu de un anciano se trasladara a toda la comunidad y a todas las edades, para ponerse al día con el pensamiento de la Iglesia. Que ésta es precisamente la lástima más grande de nuestro tiempo, el no querer comprender a esta Iglesia. Y a pesar de todas las cosas de esta semana, y mejor dicho, valiéndose de la historia concreta de nuestra Patria, de nuestras familias, de nuestras diócesis, Dios está operando su salvación. Ayer les anunciaba que va a salir publicada una pastoral. Una carta pastoral es el magisterio con que los obispos presentamos las orientaciones a la diócesis, y en esta pastoral queremos precisamente, orientar a muchas mentes confusas, los que por buena voluntad se sorprende de estos cambios actuales de la Iglesia, como que tambalea su fe, y dudan. Y les queremos decir allí que no hay razón para dudar. Los que con mala voluntad persiguen a la Iglesia, esos son pecadores contra el Espíritu Santo, y eso, sí, no es una gracia muy especial de Dios. Es lástima, costará convertirlos. La pastoral va dirigida, pues, al pueblo bueno, al pueblo de buena voluntad o a aquellos que dudan con buena voluntad, buscando la luz y la verdad. Y no perdemos la esperanza tampoco de que también los de mala voluntad, los que la persiguen y calumnian, los que, como dice la Sagrada Escritura, han pervertido su corazón por servir más a las criaturas que el Creador pidamos, hermanos, para que todos nos convirtamos de verdad al Señor. Y en esa pastoral está el pensamiento que hoy se ilumina maravillosamente con la palabra de Dios. UNIDAD DE HISTORIA PROFANA E HISTORIA DE SALVACION Uno de los cambios de la Iglesia actual es haber roto esa dicotomía, esa separación entre la Iglesia y el mundo; porque también ha comprendido la unidad de la historia profana con la historia de la salvación. Se había creado en nuestra espiritualidad, en nuestro modo de pensar como Iglesia, que el mundo era despreciable. Que la historia profana de los hombres, era como un para-mientras, como un tiempo de prueba, y que iba paralela con la historia espiritual de la salvación de Dios. Había una separación casi infranqueable entre lo material y lo espiritual, entre lo profano y lo sagrado; y se aconsejaba una especie de conformismo: pasemos la vida, la historia, como se pueda, y ya vendrá el cielo, la salvación eterna; procuremos no condenarnos en el infierno. Y así teníamos de la historia algo separada de nosotros. Pero cuando la Iglesia actual, profundizando en su meditación -sobre todo en la palabra de Dios escrita en la Biblia-, llega a descubrir que Dios tiene un designio para salvar a los hombres, precisamente valiéndose de su historia profana, que es en la historia de su pueblo de Israel donde Dios va tejiendo su designio de salvación, y ese paradigma se realizará en las historias de todos los pueblos. La historia de El Salvador, con sus próceres, con su política, con sus propias lacras, con sus propias cosas buenas, con sus preocupaciones, es la historia de los salvadoreños, y en esa historia de los salvadoreños es donde Dios quiere encontrarse con los salvadoreños y salvarlos. MISION DE LA IGLESIA: SANTIFICAR LA HISTORIA De ahí que la Iglesia, como Reino de Dios en esta tierra, ama esa historia, ama a la Patria más que ningún otro. Pero, como Reino de Dios, quiere que el Reino de Dios se refleje en todas las páginas de la historia. Y por eso, porque se ha identificado más con este mundo, con esta historia, la Iglesia tiene que ver las sombras del misterio de la iniquidad, que es el pecado. Porque si la historia profana, por su parte, no coincide con la salvación, con los designios salvíficos de Dios, es por su culpa, es porque los hombres, los salvadoreños, la hemos hecho pecaminosa, hemos hecho reinar el pecado en la historia, y la Iglesia que está con Dios, y no con el pecado, tiene como misión derribar el pecado de la historia. De ahí que tiene que haber momentos muy conflictivos entre la Iglesia y la historia, porque ella no puede tolerar el pecado y sabe que su misión es santificar la historia de El Salvador, liberarla de todo aquello que la hace esclava del pecado. Esta es la misión de la Iglesia y de los que formamos la Iglesia, no sólo de los sacerdotes, sino también ustedes, queridos católicos. Los bautizados son el Reino de Dios. Y así escuchamos en el evangelio de hoy la palabra dulcísima de Cristo a sus apóstoles, a sus católicos: "No temáis, pequeño rebañito". Qué título más hermoso. Parece como despectivo, como cuando uno piensa: ¿pero es que en la muchedumbre de la Bajada y en la misa de campaña del 6 de agosto sólo había pueblo? ¿No había gente distinguida? Sí, había mucha gente distinguida, pero lo que a la Iglesia le interesa no es, ella no se apoya en, la categoría social, económica o política de la gente. El pueblo, precisamente, ese pueblo que sigue a Cristo con entusiasmo, esa es la auténtica historia. No aquellos que ponen ídolos en la historia para apartar la adoración del verdadero Dios. Y por eso el pueblo auténtico de Cristo, el pueblo auténtico de Dios aunque se califique así: el pueblo es el pequeño rebañito. No es cantidad de gente, ni cualidad de gente lo que a Dios le interesa, sino aquel pequeño rebaño escogido por él, porque a él le ha entregado el reino. "No temáis, pequeño rebañito, porque a vosotros se os ha entregado el reino". LA FE DE ABRAHAM: COMIENZO DE LA SALVACION Y en la primera lectura, cabalmente, es ese pueblo escogido de Dios. ¡Qué bella aparece la historia de la salvación en las tres lecturas de hoy! Sería una bella clase de catequesis la que yo quisiera dar ahora, una revisión de la historia de la salvación, que comienza con aquella vocación de Abraham. San Pablo -si es de él, porque hoy la crítica estudia muy a fondo la carta a los Hebreos- pero sea quien sea el autor, la carta a los Hebreos es un análisis de la historia de Israel en la cual está inyectada la historia de la salvación. Un israelita, pastor humilde, es escogido por Dios (siempre los pobres) y a este pastor de Israel, Dios le dice; "Te he escogido. Deja tu parentela y tu tierra y dirígete a la tierra que yo te mostraré". Y este hombre cree. Esta palabra, de este domingo, es un llamamiento a la fe, y el personaje más hermoso de esta fe es Abraham, padre de los creyentes. Porque escuchando de Dios que le dice, "Te he escogido, ven, te voy a mostrar una tierra", sin saber dónde es esa tierra, deja lo seguro, se desinstala, y va creyendo a la palabra. Esto es la fe: creer a la palabra de un Dios que no me puede engañar. El sabe dónde es esa tierra, yo no sé donde. Pero yo dejo mi tierra, mi seguridad, mi ganado y me voy con él. Y comienza peregrinar, comienza la peregrinación de la fe, sin rumbo, sin destino. El destino más seguro es la palabra de Dios. Y Abraham camina sin rumbo, solamente dirigido por Dios. Otra prueba le va a hacer el Señor. Le ha prometido que de él va a nacer un pueblo dónde serán bendecidas todas las naciones del mundo. Pero ya es anciano y su mujer, Sara, es anciana y estéril. ¡Lo imposible! Sin embargo, Dios lo ha dicho, y cree. Y cuando un día la esterilidad de Sara se funda con su hijo, Isaac, Abraham salta de gozo, porque de aquel hijo ha de descender el pueblo que Dios ha prometido. ¡Y qué cosas absurdas de Dios! Le dice: "Me vas a sacrificar a tu hijo", y Abraham, obediente, va con Isaac al monte, y ya está dispuesto a clavar el puñal para sacrificar a su propio hijo de sus esperanzas. Porque, dice San Pablo comentando ese momento, Abraham sabía que Dios es capaz hasta de resucitar a los muertos. Es la fe lo imposible. Y este momento, en que Abraham va a matar a su hijo y Dios lo detiene porque solamente quería probarle su fe, lo compara con la fe de los cristianos que creen en aquél que murió en la cruz y resucitó y vive. Isaac es la figura del Cristo muerto, porque Dios lo pedía muerto y resucitado, porque Dios le devolvió la vida. Abraham es el primer creyente en el misterio pascual. Aquel hijo de su esperanza ha surgido casi de la muerte, una muerte que le llevaba ya su obediencia y su fe en Dios. Y San Pablo alaba esa fe, como la fe de los cristianos que creen en un Cristo muerto, pero en un muerto que ha resucitado y vive por los siglos. Así la fe de Abraham es el signo de nuestra fe; y cuando ese Abraham muere aún sin conocer la tierra que Dios le había prometido, sus hijos, los patriarcas del Viejo Testamento, viven de esa fe, saben que Dios no puede engañar. Parecen ilusos en medio de los pueblos profanos, y sin embargo aquella fe le dá consistencia a esa historia. DIOS SALVA A SU PUEBLO Cuando en Egipto un prisionero de los patriarcas es el principal en las horas difíciles de la historia de Egipto -y miren cómo Dios lleva la historia no sólo de su pueblo Israel, sino de Egipto, porque de Egipto va a partir otro capítulo precioso de la historia: Moisés. Es el confidente de Dios, y Dios le ha dicho: "He oído el clamor de mi pueblo, quiero redimirlo. Tú vas a presentarte al Faraón para decirle que deje salir a mi pueblo a la tierra que yo le tengo prometida". ¿Hasta cuándo Dios va a cumplir esa promesa de la tierra prometida a Abraham? Todavía no hay tierra en el mundo, y sin embargo la fe de Israel, sigue esperando, esa fe, pero ya se vislumbra la libertad de un pueblo oprimido. Y Moisés, a pesar de su incapacidad -"Quién soy yo para presentarme al Faraón", con toda su potencia política, con su ejército, con sus carros- la prepotencia humana ante la pequeñez humana, ésos son los momentos de la historia de Dios. Y la esperanza y la fe anima a Moisés, y Dios está con aquel pueblo. Y comienza el éxodo, el segundo libro de la Biblia. Léanlo, hermanos. En los momentos de la represión de El Salvador, de nuestra tierra, no desesperemos Mucho más difícil era la situación de Israel en Egipto. Y el éxodo es el canto de victoria de Dios. Y la primera lectura de hoy del libro de la Sabiduría capta precisamente ese momento en que el pueblo de Israel en aquella noche santa en que el ángel del Señor va a pasar, matando a todos los primogénitos de Israel, para castigar el crimen de Egipto, que ha matado a los hombres de Israel. Hermanos, no hay crimen que se quede sin castigo. El que a espada hiere, a espada muere, ha dicho la Biblia. Todos estos atropellos del poder de la patria no se pueden quedar impunes. Y el ángel exterminador pasó por las tierras de Egipto, y aquella noche hubo llanto en los hogares de Egipto, porque Dios castigaba los crímenes del Faraón. Que terrible la autoridad cuando no cumple su deber, cuando quiere hacer prevalecer la fuerza de las armas contra la inerme impotencia de los pueblos. Lloraba todo Israel, y en cambio el pueblo oprimido comienza su éxodo y el libro sagrado nos ha leído hoy una de las páginas que comentan esa noche santa. Nos ha dicho el libro de la Sabiduría, aquella noche los israelitas sintieron que Dios cumple su palabra. Iniciaron entonces la celebración pascual. Aquel comer la lechuga y el cordero matado era la primera Pascua. Desde entonces, todos los años, Israel celebraba aquella noche de la libertad, y pasó en Cristo a los cristianos la Pascua cristiana, que sigue siendo el recuerdo de un pueblo oprimido, pero al que Dios libera por su esperanza y su fe en el Señor. EN CRISTO, SALVACION PARA TODOS LOS PUEBLOS Y en Cristo, San Pablo y el evangelio de hoy recogen toda esa historia, la historia sagrada, que en Cristo comienza a hacerse la historia de todos los pueblos. Dichosos los pueblos que acogen a Cristo como redentor. En El está el cumplimiento de la promesa de Abraham. En El está la realización de la libertad hecha por Moisés. En El se cumplen todos los profetas y todos los patriarcas. Aquel pueblo que Dios prometió, Abraham, y que Abraham comenzó a buscar sin rumbo, sólo en la fe en Dios, fue el pueblo de Israel, que conducido por Moisés llega a la tierra prometida, que no es tanto una geografía, sino que es más que todo un pueblo de santos, de profetas, que llega a florecer en una virgen que será madre y será Virgen, María, de cuyas entrañas nace por fin la promesa hecha a Abraham, el Redentor verdadero no sólo de Egipto sino de todos los, pueblos: Cristo nuestro Señor. Por eso, ayer, día del Salvador del Mundo, El Salvador se estremece porque siente que toda la emoción de Israel, toda la riqueza de las promesas de Dios, todo el anuncio de los profetas, está cumpliéndose en Cristo, nuestro patrono, nuestro Salvador y en él serán salvas todas las naciones, ha dicho Dios. Y El Salvador también será salvo, y todos los pueblos que pongan en él su confianza. "No temáis, pequeño rebaño", le dice Cristo a su pueblo, porque aunque parezcáis insignificante, pequeño, a vosotros se os ha dado el reino. Vosotros sois Abraham; vosotros sois Moisés; vosotros sois la nueva Israel; vosotros lleváis en las entrañas como vida, la libertad; vosotros lleváis el canto de victoria. Aunque aparentemente aparezcáis oprimidos, sufriendo el desprecio de los demás, la grosería de los poderosos, vosotros vais con Dios. LA FE Y LA ESPERANZA SALVARÁ AL MUNDO Lo que quiere la palabra de hoy, hermanos, es sembrar la fe y la esperanza en cada corazón. Por eso, la esperanza tiene que ser, junto con la fe, lo que nos hace distintos, a los verdaderos católicos, de aquellos que han perdido la fe y la esperanza y la han puesto en las cosas de la tierra. No es el poder político, no es la sabiduría de los hombres y de la técnica, no es la prepotencia del dinero la que va a salvar al pueblo. Salvará al pueblo esta fe en la pequeñez y en la humillación de Cristo; salvará esta esperanza en el poderoso salvará esta fe en Dios nuestro Señor. Ninguna revolución de la tierra que quiere construir un mundo mejor sólo a base de odios, de violencia, de secuestros, de resentimientos, podrá ser el verdadero Reino de Dios. Dios no camina por allí, sobre charcos de sangre y de torturas. Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor. Querido pueblo salvadoreño, que las fiestas patronales del Divino Salvador despierten en nosotros la fe de Abraham, la esperanza de Moisés, la fe y la esperanza del pueblo, que aún en medio de sus opresiones, confiaba en el Señor; y el Señor llega, llega cuando tiene que llegar, no cuando lo queramos nosotros. Vivamos esta esperanza. Hay un capítulo precioso del Vaticano II que me parece el más bello comentario de estas lecturas de hoy, cuando Cristo nuestro señor dice que el reino de los cielos se parece al que espera en la noche al patrón que ha de venir. Ay de él si se descuida en esa noche, si pensando que no vendrá más, se comienza a golpear a los mozos y a las criadas y a sentirse dueño de la casa. Cuando venga el Señor, lo sorprenderá; que no era dueño de la casa, no era más que un simple sirviente. En cambio, aquellos criados fieles, que están preparados y, según el vestido oriental ampuloso, se ciñen la cintura para estar prontos al trabajo y cuando venga el Señor no tiene más que correr y abrir y servirle; dichosos, dice Cristo, porque el mismo Señor será su servidor, de alegría de tener unos criados tan fieles. ESTAMOS ESPERANDO LA PLENITUD DEL SEÑOR Esta noche, en espera de ese mañana, en espera de esa venida del patrón, es la historia del mundo. Dice el Concilio: "La Iglesia, que ya inició en Cristo resucitado hace veinte siglos la renovación del mundo, está esperando la plenitud de esta perfección con la venida del Señor". No nos olvidemos, queridos católicos, somos los sirvientes en espera del Señor que ha de venir. ¡Ojalá no lo olvidara nadie! Ni aquellos que se han sentido dueños del mundo, porque tienen en sus manos los poderes. También ellos son los criados del Señor que ha de venir. Y el evangelio termina terriblemente: aquel que se le ha dado más, mayores responsabilidades, será juzgado con mayor severidad -aquel que ha recibido más y pudo hacer feliz al mundo con sus bienes, y solamente vivió de sus egoísmos, como el criado de la noche que se sintió dueño de todo lo que tenía, como si soñara. Están soñando. Vendrá el día, los despertará; y se encontrarán que frente al dueño de las cosas, frente al dueño de los pueblos, frente al Señor de la historia. Estamos esperando, y esta esperanza no es ilusión. El Concilio nos invita a dar razón de nuestra esperanza. No es una esperanza irracional. No es una esperanza que predica conformismo: "Confórmese, ya van a tener la felicidad del cielo". No predica así la Iglesia -la Iglesia, precisamente en las lecturas de hoy, dándonos el sentido escatológico de la Iglesia. No como San Mateo: el primer evangelio también nos presenta esa escatología, ese venir de Cristo, pero casi como despreocupándose de este lado de la historia. En cambio, San Lucas, que escribía en un ambiente pagano, donde se le da sentido a las cosas presentes, sigue dándole valor a las cosas presentes. Son bellas las cosas de la tierra; es precioso el dinero, el oro. Esa ambición, la autoridad, el poder, todo eso vale mucho. Pero San Lucas dice: sí, vale mucho. Manéjenlo, pero como quien espera a quien tiene que darle cuenta. Es lo que dice el Concilio, que ha aprendido a dialogar con este mundo presente y le dice al mundo: sí, todas las cosas de la tierra son preciosas. El amor del matrimonio es bello. La belleza de las creaturas, Dios la ha dado. Todo es hermoso, pero cuando se tiene el sentido de su trascendencia, de un Dios que las ha creado y de un Dios que ha de pedir cuenta en el uso de esas cosas. ESPERAR Y CONSTRUIR EL REINO DE DIOS Tanto es así, que el juicio final no solamente será de la conducta individual de cada hombre, se pedirá cuenta del pecado social, de aquel pecado que, naciendo del corazón del hombre, cristaliza en situaciones injustas, para ser castigado no solamente en el hombre que lo comete, sino en la sociedad que ha hecho de aquel pecado un pecado social. Y así también el bien, la virtud del hombre, no solamente será premiada en él, sino en la sociedad feliz que refleje en esta tierra el Reino de Dios. Y por eso nos llama a trabajar un mundo más justo, más equitativo, donde todos nos sintamos verdaderos hijos de Dios en peregrinación hacia el Reino. No es una esperanza ingenua, esperando que en esta tierra los hombres vamos a construir ese mundo definitivo. Para la Iglesia no existe en esta tierra, en esta historia, ese mundo definitivo; pero sí pide que se refleje, en esta historia, ese mundo definitivo que estamos esperando. Que si somos lógicos con esa esperanza de un mundo donde nos amaremos como hijos de Dios y no habrá enemistades ni violencias ni rencores, hay que tratar de trasladar esas cualidades a esta historia de la tierra y todos -gobernantes, ricos, poderosos, sobre todo ellos que tienen en sus manos las capacidades de transformar una nación, que están más obligados a reflejar esa esperanza y esa fe. Y nosotros, pequeño rebaño, la historia de la Iglesia, la más humilde entre las sociedades de El Salvador, porque no vale ella por la categoría de su dinero o de su política, sino por la esperanza del corazón de sus hijos, el más humilde campesino, la más humilde mujer del pueblo, viviendo esta esperanza y esta fe, pidiéndole al Señor, educando a sus hijos, dando testimonio de esta esperanza, está también colaborando con los poderosos para construir el Reino de Dios en esta tierra, como Cristo ha querido. Ha venido ya el Reino de Dios; está en vuestros corazones. NUESTRA ESPERANZA ES LA VERDADERA REALIDAD ¡Qué hermosa sería la fe y la esperanza de los cristianos si se tradujera, no sólo en oración individual, sino también en esta proclamación pública, de que Dios quiere su reino en esta tierra! Yo quisiera que todos mis queridos hermanos, sacerdotes, religiosos, religiosas, colegios católicos, comunidades cristianas parroquiales, viviéramos esta certidumbre de nuestra fe y de nuestra esperanza. Que no estamos con una quimera, con un conformismo, estamos viviendo la realidad que dice San Pablo de aquellas cosas que no se ven; pero no por no verse, no son las cosas más reales. La realidad, aunque no se mire, aunque no brille como el oro, aunque no seduzca como el halago de los poderes, es la verdadera realidad, la que esperamos, no por nosotros mismos -que ésto es lo grande y en esta consideración termina esta homilía- es que nosotros no somos ilusos; es que nosotros confiamos, como Abraham, en la promesa que ya no es sólo promesa, sino que, desde que Cristo resucitó, es realidad. El Cristo resucitado que en la noche de la vigilia aquí, en Catedral, oímos a los grupos de oración gritar: "¡Cristo vive!" Cristo vive, hermanos. El Divino Salvador del Mundo no es una ilusión en la piedad del corazón, es un personaje, Dios-hombre que vive, centro de la historia, y que nos empuja a todos a construir un mundo verdaderamente digno de esa vida que no perece. En él está nuestra esperanza. Si se ríen de nosotros, como sé que se ríen cruelmente cuando están torturando a nuestros catequistas y a nuestros sacerdotes, "¿Dónde están sus esperanzas?", y creen que es más fuerte el fusil que los golpea y el tacón que los patea, que la esperanza que llevan en su corazón. La esperanza será después de todo eso. Todo eso quedará, como quedó sepultado en las aguas del mar Rojo aquel ejército. En el mar Rojo quedó sepultado el ejército que se creía prepotente contra el pueblo de Dios y la esperanza del Señor cantó la victoria en aquel canto de Moisés: señal de la victoria eterna que cantaremos todos si de veras vivimos con la humildad de Abraham, de Moisés y de todos los santos que han vivido en la tierra sabiendo que en Cristo resucitado se ha decretado ya la transformación del mundo y que nadie la puede detener. Cristianos, trabajemos con Cristo, afiancemos muy hondo, en la santidad y en la oración, esta esperanza y esta fe. Que las circunstancias actuales de nuestra Iglesia y de nuestra patria, en vez de apagarnos esta llama, la haga brillar más hermosa y sentirnos más cerca de que Dios está más cerca del que espera en él y del que cree en él. Así sea. Muy Queridos radio-oyentes:
Este domingo que, según el lenguaje litúrgico, se llama domingo 18º del Tiempo Ordinario, no he tenido la dicha de celebrar con ustedes la eucaristía, porque, como ya les avisé, he tenido que partir a Costa Rica para celebrar allá una reunión de carácter episcopal con representaciones de los episcopados de Centro América, México y el Caribe. Pero, gracias a la técnica, puedo dejar mi voz grabada en una cinta magnetofónica, para estar con ustedes siquiera en estos momentos de reflexión sobre la Palabra de Dios que se lee precisamente este domingo. Voy a ofrecerles pues, en primer lugar, las lecturas que hoy ofrece la Iglesia a nuestra consideración, y después, haremos juntos nuestra reflexión como una comunidad, como una diócesis que se alimenta de la Palabra de Dios. La primera lectura está tomada del Libro de Eclesiastés, en el capítulo primero: "Vaciedad sin sentido dice el predicador. Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día, dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. La segunda lectura es de la carta del apóstol San Pablo a los colosenses en el capítulo 3. Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo, escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria. Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros; la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándolos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana con sus obras, y revestíos de la nueva condición que ya se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo, no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. El Señor esté con vosotros. Lectura del santo evangelio, según San Lucas. En Aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quien me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad guardaos de toda clase de codicia pues, aunque uno ande sobrado su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: haré lo siguiente. Derribaré los graneros y construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. Consagrando ya una reflexión a esta divina palabra que hemos escuchado quiero pensar concretamente en esta Arquidiócesis, en la que estamos haciendo esta reflexión para alimentar nuestra comunidad. Y vaya ante todo un saludo a todos los queridos radio-oyentes, una invitación cordial para que nos preparemos espiritualmente a la celebración de nuestra fiesta patronal, el Divino Salvador del Mundo el próximo 6 de agosto. Quiero dedicar también un pensamiento muy cariñoso a la comunidad que vive y se alimenta de esta palabra divina allá en el Citalá. Es un simpático pueblecito en la frontera de nuestra república con Honduras, donde tuve la dicha de celebrar el Corpus, con las religiosas y aquella fervorosa comunidad, el lunes recién pasado. Les agradezco la acogida tan bondadosa que me dispersaron y que fue nada más un signo de la acogida que siempre dan a esta palabra. Supe allá un razgo generoso que yo quisiera proponerlo como ejemplo a muchas comunidades. Y es que los domingos, como allá no tienen sacerdote se reúnen en la Iglesia habiendo convocado a la gente con los repiques; y a la hora de la misa de nuestra Catedral ellos sintonizan allá su radio, oyen la misa hasta la hora de la comunión, cuándo las hermanas distribuyen la comunión a aquella comunidad y terminan haciendo oraciones propias. De esta manera esta palabra, de la homilía de Catedral, llega a aquella comunidad que la recoge con el mismo fervor con que aquí lo hacemos en nuestro templo máximo. Les felicito por este gesto tan original; y ojalá que muchas comunidades en cantones y pueblos donde no hay sacerdotes se alimenten de esta manera de la reflexión espiritual de la palabra de Dios. Cuando regresábamos, con el querido párroco de La Palma, el Padre Vito Guarato, visitamos la cabecera parroquial, La Palma. Y nos hemos dado cuenta del fervor que allá alimenta el espíritu de aquella comunidad parroquial. Y una cosa muy original es una vida espiritual que se traduce en gestos prácticos de vida, como es el taller titulado "La Semilla de Dios". Bajo la dirección del Señor Fernando Llort y sus colaboradores, está creciendo allá una comunidad, que al mismo tiempo que desarrolla sus habilidades manuales, crece en el Espíritu, en la reflexión de la palabra de Dios en la oración. Que el Señor bendiga esta obra suscitada por el Espíritu Santo y que toda la comunidad de La Palma crezca. Ha sido un alimento para mi espíritu de pastor el haber visto lo que puede hacer una comunidad cuando comprende esa encarnación de la Palabra de Dios en la vida práctica. Y cómo quisiéramos que todos estos conflictos y situaciones sociológicas económicas, políticas del mundo, se resolvieran así como lo están resolviendo en La Palma: con un gran amor y un gran sentido del trabajo y un gran espíritu de oración. También queremos recoger con agradecimiento el esfuerzo que están haciendo los encargados de los diversos aspectos de preparar la próxima celebración del Divino Salvador del Mundo. Hay un activo comité de sacerdotes y laicos que han tomado a su cargo los diversos aspectos de esta complicada celebración. Decimos complicada porque queremos hacerla espléndida, para que el Divino Salvador del Mundo reciba el homenaje de la Arquidiócesis y de la patria y nos bendiga copiosamente. Ya el programa es conocido, y los encargados de desarrollar los diversos detalles están trabajando intensamente y con gran amor a nuestro Divino Redentor. Hemos anunciado para el 5 de agosto por la mañana una convivencia del Apostolado de la Oración en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Hemos llamado también a todos los católicos, a la tradicional "Bajada" que será a las 4 de la tarde y que será transmitida por radio, los que no pueden asistir, sírvanse de sus aparatos receptores sintonizando YSAX y los que asistan a esta tradicional "Bajada" procuren también poner al servicio de la muchedumbre sus aparatos receptores sintonizándolos en esta emisora. Por la noche del 5, llamamos a todos los que quieran hacer oración por la patria a la catedral. Allí, junto con los grupos de oración junto con el Movimiento de Renovación en el Espíritu vamos a intensificar bajo la guía y la inspiración del Espíritu Santo, una oración por nuestra Iglesia y por nuestra patria. Y el 6 a las 9 de la mañana, esperamos a todas las parroquias bajo sus estandartes en la Plaza Barrios frente a Catedral donde tendremos la dicha de honrar al Divino Salvador del Mundo con una solemne concelebración. Hemos repetido los fines meramente espirituales, de esta celebración y rogamos a todo los salvadoreños que no se dejen guiar por la mala voluntad, y por eso, no vayan a interpretar mal las intenciones de la Iglesia que solamente quieren ser la de honrar al Divino Salvador del Mundo y atraer sus bendiciones sobre este querido pueblo, tan dichosamente puesto bajo el nombre dulcísimo del Divino Salvador. Y junto a estos hechos que hemos recordado y que forman parte de la trama de nuestra vida eclesial, pensemos en tantas otras cosas que forman nuestra vida diaria. Pensemos en nuestros campos necesitados de lluvias; pensemos en nuestras cosechas esperadas; pensemos en toda la belleza de nuestros paisajes; en la vida de nuestros país. Ojalá pudiéramos verla en toda su profundidad. Y, precisamente para eso, nos invita la palabra de Dios de este domingo, para que sepamos ver las cosas en su verdadera perspectiva. Este es el mensaje que yo quisiera subrayar hoy para ustedes y para mí queridos radio oyentes, el mensaje de la trascendencia. Trascendencia es una palabra que quiere significar la perspectiva hacia lo eterno, hacia Dios, hacia lo divino. Sólo cuando se mira el mundo, las cosas, las riquezas la tierra hacia Dios que les dio origen, las cosas tienen sentido. Cuando miramos las cosas, las riquezas y los bienes de la tierra, sin tener en cuenta a Dios, las cosas se hacen vanas. Así lo describe el Concilio en una de sus frases lapidarias de la Constitución de la Iglesia en el Mundo de Hoy. "La creatura, sin el Creador se desvanece". Y voy a leerles todo ese párrafo del Concilio que me parece el mejor comentario de las lecturas de hoy. Está en la Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual en el número 36, y dice así: Muchos de nuestros contemporáneos, parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo, que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada en una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevando, aún sin saberlo, como por lo mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe. Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La creatura sin el Creador desaparece. Por lo demás cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios, la propia creatura queda oscurecida. Hasta aquí el Concilio, y digo que este es el comentario más autorizado de las lecturas bíblicas de este domingo, porque, cuando el Antiguo Testamento nos dice: "Vaciedad sin sentido, vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" Es una perspectiva de la creación, prescindiendo del creador. Todo es vano de veras. Las cosas no tienen sentido en sí misma. Solamente esa autonomía que nos ha dicho el Concilio, es decir, las cosas tienen su ser, su belleza, su propio valor, porque Dios se lo ha dado. Y en este sentido, sí recobran toda su belleza cuando las cosas se miran con esa trascendencia, con esa orientación, con esa perspectiva hacia Dios. Entonces ya no son vaciedad, sino que tienen propia belleza, pero teniendo en cuenta que todo lo están recibiendo de Dios. En este sentido también hay que analizar el evangelio tan precioso de nuestro Señor Jesucristo de este domingo. Cuando le dice a aquel hombre que le pedía la colaboración para que su hermano repartiera su herencia, y Jesús le dice que no es juez de estas cosas temporales, le está diciendo que mire hacia el origen de las cosas, que no son la fuente de la felicidad, que no es en tener como los hombres son felices, sino en tener las cosas, pero mirando hacia Dios y la voluntad de Dios hacia estas cosas. "Mirad, -les dice Cristo- guardaos de todas clases de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". He aquí una amonestación de los bienes terrenales hecha por Cristo. La Iglesia, como Cristo, no está puesta en el mundo para ser juez o árbitro de los bienes temporales. La misión de la Iglesia, ha dicho claramente el Concilio, no es de carácter social, político o económico, sino que es una misión religiosa. La misión de la Iglesia es darle a las cosas, a la política, a los bienes de la tierra, su dimensión religiosa, su trascendencia. Por eso, la Iglesia siente como más íntima las cosas de la tierra, porque las sabe unir con la voluntad de su Creador. Y tiene que denunciar, cuando estas cosas creadas los hombres las están subordinando al pecado. No es así como Dios quiere que se manejen las cosas. No es la codicia la ley de las cosas de la tierra. No es el egoísmo, no son los bienes tenidos sólo para hacer felices a unos pocos. Es la voluntad de Dios, que ha creado las cosas para la felicidad y para el bien de todos, lo que nos exige a nosotros en la Iglesia a darles a las cosas su trascendencia, su sentido según la voluntad de Dios. Lo que sucede cuando el hombre pierde esta visión de la trascendencia lo describe maravillosamente la parábola del evangelio de hoy. Aquel rico que hacía consistir su felicidad en haber cosechado mucho, llenar sus graneros y pensaba darse una gran vida disfrutando de sus cosas. Se había olvidado de la muerte, se había olvidado de Dios; y por eso el evangelio le recuerda: "Insensato, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?". Esta es la vanidad que dice la primera lectura: haber trabajado tanto, para adquirir tanto, y tener que dejarlo. No se lleva las cosas materiales, solamente se lleva el haber usado las cosas materiales según la voluntad de Dios. Solamente acompañarán en el juicio eterno del hombre sus actitudes internas: el haber manejado las cosas de la tierra, sin perder la perspectiva de la trascendencia, unir a Dios. Y ésta es, pues, la misión de la Iglesia en el mundo actual: el reclamarle a los hombres que miren con trascendencia todas sus actitudes, todas sus cosas; lo político, lo económico, lo social, todo lo de la tierra; los deberes temporales, los derechos humanos, todo lo de la tierra, tiene que ver mucho la Iglesia con ello, no porque ese sea el fin de su misión. Porque su misión tiene que ser, cabalmente, darle el sentido trascendente, orientar hacia Dios los corazones de los hombres. Y desde los corazones de los hombres, convertidos hacia Dios, crear un mundo mejor, un mundo más conforme a la voluntad de Dios, en que todos nos sintamos, hermanos todos con un sentido de trascendencia hacia el Creador. Queridos hermanos estimados radio-oyentes, esta es la palabra del Señor en este domingo 18º del Tiempo Ordinario. Ha sido para mí una satisfacción haber recordado, junto con ustedes, que la vida y las cosas que la vida nos da no tiene sentido. Son vaciedad, se disipan, se diluyen, mientras no las veamos en su origen, que es Dios, que les está dando el ser, la belleza, la consistencia. Y si de Dios vienen su belleza, su consistencia las cosas de la tierra que manejamos no las podemos manejar sin tener nuestros ojos clavados en Dios para preguntarle cómo quiere que las manejemos. Que no nos olvidemos de Dios, que no nos olvidemos de que un día tenemos que darle cuenta, y que nuestra actitud, frente a las cosas de la tierra, recibirá una respuesta de Dios, que será un premio o un castigo. Que se manejen las cosas de la tierra como Dios quiere que se manejen y no de otra manera. Por cumplir este deber, la Iglesia sufre la persecución, la incomprensión. Pero la Iglesia no puede hablar de otro modo, y tiene que inquietar a los hombres que se quieren dormir sobre sus bienes, sobre sus triunfos, sobre sus poderes. Y la Iglesia tiene que recordarles como Cristo en el evangelio de hoy: Insensatos, que no sabéis que hay que dar cuenta a Dios de esas cosas? ¿Que habéis olvidado que las cosas tienen su razón de ser, su existencia, su consistencial su valor, su belleza, sólo porque Dios les está dando esas cosas? Manejádlas pues, como Dios quiere que las manejemos, con un sentido de trascendencia. Y elevándonos a Dios, terminamos nuestra reflexión con una bendición que con cariño de Pastor quiero impartirles. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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