Estimados hermanos:
En esta semana, la Iglesia de la Arquidiócesis ha vivido su gran apoteosis patronal. Yo quiero felicitar al pueblo por su fervor, por su entusiasmo para con su divino patrono, y agradecer de manera especial a todas las personas, sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, que contribuyeron de una u otra forma a esta esplendorosa festividad del Divino Salvador. También, esta semana nos deja un saldo de luto, el jueves dimos sepultura en Cojutepeque, a un sacerdote venerable de nuestro presbiterio, al Padre Manuel Guardado, de 79 años de edad. Una vida oculta como la violeta, pero como la violeta llena de una hermosura muy espiritual. Un hombre muy inteligente; era doctor y pasaba su vida estudiando. Un ejemplo de una ancianidad que está al día en el pensamiento de la Iglesia. Entre los testimonios de su entierro, me gustó mucho escuchar al párroco de Cojutepeque, el Padre Ayala, decir que a pesar de la diferencia de edad, el Padre Guardado era para él una guía, y con él comentaban. El vivió intensamente esta renovación de la Iglesia en el Concilio Vaticano II y en Medellín y en vez de escandalizarse, como muchos más jóvenes que él, sabía que la Iglesia no se puede equivocar. Amaba a su Iglesia, y por eso la siguió hasta el final de su vida; y a pesar de sus ochenta años, el Padre Guardado era un hombre al día con el pensamiento de la Iglesia. Cómo quisiéramos que ese espíritu de un anciano se trasladara a toda la comunidad y a todas las edades, para ponerse al día con el pensamiento de la Iglesia. Que ésta es precisamente la lástima más grande de nuestro tiempo, el no querer comprender a esta Iglesia. Y a pesar de todas las cosas de esta semana, y mejor dicho, valiéndose de la historia concreta de nuestra Patria, de nuestras familias, de nuestras diócesis, Dios está operando su salvación. Ayer les anunciaba que va a salir publicada una pastoral. Una carta pastoral es el magisterio con que los obispos presentamos las orientaciones a la diócesis, y en esta pastoral queremos precisamente, orientar a muchas mentes confusas, los que por buena voluntad se sorprende de estos cambios actuales de la Iglesia, como que tambalea su fe, y dudan. Y les queremos decir allí que no hay razón para dudar. Los que con mala voluntad persiguen a la Iglesia, esos son pecadores contra el Espíritu Santo, y eso, sí, no es una gracia muy especial de Dios. Es lástima, costará convertirlos. La pastoral va dirigida, pues, al pueblo bueno, al pueblo de buena voluntad o a aquellos que dudan con buena voluntad, buscando la luz y la verdad. Y no perdemos la esperanza tampoco de que también los de mala voluntad, los que la persiguen y calumnian, los que, como dice la Sagrada Escritura, han pervertido su corazón por servir más a las criaturas que el Creador pidamos, hermanos, para que todos nos convirtamos de verdad al Señor. Y en esa pastoral está el pensamiento que hoy se ilumina maravillosamente con la palabra de Dios. UNIDAD DE HISTORIA PROFANA E HISTORIA DE SALVACIONUno de los cambios de la Iglesia actual es haber roto esa dicotomía, esa separación entre la Iglesia y el mundo; porque también ha comprendido la unidad de la historia profana con la historia de la salvación. Se había creado en nuestra espiritualidad, en nuestro modo de pensar como Iglesia, que el mundo era despreciable. Que la historia profana de los hombres, era como un para-mientras, como un tiempo de prueba, y que iba paralela con la historia espiritual de la salvación de Dios. Había una separación casi infranqueable entre lo material y lo espiritual, entre lo profano y lo sagrado; y se aconsejaba una especie de conformismo: pasemos la vida, la historia, como se pueda, y ya vendrá el cielo, la salvación eterna; procuremos no condenarnos en el infierno. Y así teníamos de la historia algo separada de nosotros. Pero cuando la Iglesia actual, profundizando en su meditación -sobre todo en la palabra de Dios escrita en la Biblia-, llega a descubrir que Dios tiene un designio para salvar a los hombres, precisamente valiéndose de su historia profana, que es en la historia de su pueblo de Israel donde Dios va tejiendo su designio de salvación, y ese paradigma se realizará en las historias de todos los pueblos. La historia de El Salvador, con sus próceres, con su política, con sus propias lacras, con sus propias cosas buenas, con sus preocupaciones, es la historia de los salvadoreños, y en esa historia de los salvadoreños es donde Dios quiere encontrarse con los salvadoreños y salvarlos. MISION DE LA IGLESIA: SANTIFICAR LA HISTORIADe ahí que la Iglesia, como Reino de Dios en esta tierra, ama esa historia, ama a la Patria más que ningún otro. Pero, como Reino de Dios, quiere que el Reino de Dios se refleje en todas las páginas de la historia. Y por eso, porque se ha identificado más con este mundo, con esta historia, la Iglesia tiene que ver las sombras del misterio de la iniquidad, que es el pecado. Porque si la historia profana, por su parte, no coincide con la salvación, con los designios salvíficos de Dios, es por su culpa, es porque los hombres, los salvadoreños, la hemos hecho pecaminosa, hemos hecho reinar el pecado en la historia, y la Iglesia que está con Dios, y no con el pecado, tiene como misión derribar el pecado de la historia. De ahí que tiene que haber momentos muy conflictivos entre la Iglesia y la historia, porque ella no puede tolerar el pecado y sabe que su misión es santificar la historia de El Salvador, liberarla de todo aquello que la hace esclava del pecado. Esta es la misión de la Iglesia y de los que formamos la Iglesia, no sólo de los sacerdotes, sino también ustedes, queridos católicos. Los bautizados son el Reino de Dios. Y así escuchamos en el evangelio de hoy la palabra dulcísima de Cristo a sus apóstoles, a sus católicos: "No temáis, pequeño rebañito". Qué título más hermoso. Parece como despectivo, como cuando uno piensa: ¿pero es que en la muchedumbre de la Bajada y en la misa de campaña del 6 de agosto sólo había pueblo? ¿No había gente distinguida? Sí, había mucha gente distinguida, pero lo que a la Iglesia le interesa no es, ella no se apoya en, la categoría social, económica o política de la gente. El pueblo, precisamente, ese pueblo que sigue a Cristo con entusiasmo, esa es la auténtica historia. No aquellos que ponen ídolos en la historia para apartar la adoración del verdadero Dios. Y por eso el pueblo auténtico de Cristo, el pueblo auténtico de Dios aunque se califique así: el pueblo es el pequeño rebañito. No es cantidad de gente, ni cualidad de gente lo que a Dios le interesa, sino aquel pequeño rebaño escogido por él, porque a él le ha entregado el reino. "No temáis, pequeño rebañito, porque a vosotros se os ha entregado el reino". LA FE DE ABRAHAM: COMIENZO DE LA SALVACIONY en la primera lectura, cabalmente, es ese pueblo escogido de Dios. ¡Qué bella aparece la historia de la salvación en las tres lecturas de hoy! Sería una bella clase de catequesis la que yo quisiera dar ahora, una revisión de la historia de la salvación, que comienza con aquella vocación de Abraham. San Pablo -si es de él, porque hoy la crítica estudia muy a fondo la carta a los Hebreos- pero sea quien sea el autor, la carta a los Hebreos es un análisis de la historia de Israel en la cual está inyectada la historia de la salvación. Un israelita, pastor humilde, es escogido por Dios (siempre los pobres) y a este pastor de Israel, Dios le dice; "Te he escogido. Deja tu parentela y tu tierra y dirígete a la tierra que yo te mostraré". Y este hombre cree. Esta palabra, de este domingo, es un llamamiento a la fe, y el personaje más hermoso de esta fe es Abraham, padre de los creyentes. Porque escuchando de Dios que le dice, "Te he escogido, ven, te voy a mostrar una tierra", sin saber dónde es esa tierra, deja lo seguro, se desinstala, y va creyendo a la palabra. Esto es la fe: creer a la palabra de un Dios que no me puede engañar. El sabe dónde es esa tierra, yo no sé donde. Pero yo dejo mi tierra, mi seguridad, mi ganado y me voy con él. Y comienza peregrinar, comienza la peregrinación de la fe, sin rumbo, sin destino. El destino más seguro es la palabra de Dios. Y Abraham camina sin rumbo, solamente dirigido por Dios. Otra prueba le va a hacer el Señor. Le ha prometido que de él va a nacer un pueblo dónde serán bendecidas todas las naciones del mundo. Pero ya es anciano y su mujer, Sara, es anciana y estéril. ¡Lo imposible! Sin embargo, Dios lo ha dicho, y cree. Y cuando un día la esterilidad de Sara se funda con su hijo, Isaac, Abraham salta de gozo, porque de aquel hijo ha de descender el pueblo que Dios ha prometido. ¡Y qué cosas absurdas de Dios! Le dice: "Me vas a sacrificar a tu hijo", y Abraham, obediente, va con Isaac al monte, y ya está dispuesto a clavar el puñal para sacrificar a su propio hijo de sus esperanzas. Porque, dice San Pablo comentando ese momento, Abraham sabía que Dios es capaz hasta de resucitar a los muertos. Es la fe lo imposible. Y este momento, en que Abraham va a matar a su hijo y Dios lo detiene porque solamente quería probarle su fe, lo compara con la fe de los cristianos que creen en aquél que murió en la cruz y resucitó y vive. Isaac es la figura del Cristo muerto, porque Dios lo pedía muerto y resucitado, porque Dios le devolvió la vida. Abraham es el primer creyente en el misterio pascual. Aquel hijo de su esperanza ha surgido casi de la muerte, una muerte que le llevaba ya su obediencia y su fe en Dios. Y San Pablo alaba esa fe, como la fe de los cristianos que creen en un Cristo muerto, pero en un muerto que ha resucitado y vive por los siglos. Así la fe de Abraham es el signo de nuestra fe; y cuando ese Abraham muere aún sin conocer la tierra que Dios le había prometido, sus hijos, los patriarcas del Viejo Testamento, viven de esa fe, saben que Dios no puede engañar. Parecen ilusos en medio de los pueblos profanos, y sin embargo aquella fe le dá consistencia a esa historia. DIOS SALVA A SU PUEBLOCuando en Egipto un prisionero de los patriarcas es el principal en las horas difíciles de la historia de Egipto -y miren cómo Dios lleva la historia no sólo de su pueblo Israel, sino de Egipto, porque de Egipto va a partir otro capítulo precioso de la historia: Moisés. Es el confidente de Dios, y Dios le ha dicho: "He oído el clamor de mi pueblo, quiero redimirlo. Tú vas a presentarte al Faraón para decirle que deje salir a mi pueblo a la tierra que yo le tengo prometida". ¿Hasta cuándo Dios va a cumplir esa promesa de la tierra prometida a Abraham? Todavía no hay tierra en el mundo, y sin embargo la fe de Israel, sigue esperando, esa fe, pero ya se vislumbra la libertad de un pueblo oprimido. Y Moisés, a pesar de su incapacidad -"Quién soy yo para presentarme al Faraón", con toda su potencia política, con su ejército, con sus carros- la prepotencia humana ante la pequeñez humana, ésos son los momentos de la historia de Dios. Y la esperanza y la fe anima a Moisés, y Dios está con aquel pueblo. Y comienza el éxodo, el segundo libro de la Biblia. Léanlo, hermanos. En los momentos de la represión de El Salvador, de nuestra tierra, no desesperemos Mucho más difícil era la situación de Israel en Egipto. Y el éxodo es el canto de victoria de Dios. Y la primera lectura de hoy del libro de la Sabiduría capta precisamente ese momento en que el pueblo de Israel en aquella noche santa en que el ángel del Señor va a pasar, matando a todos los primogénitos de Israel, para castigar el crimen de Egipto, que ha matado a los hombres de Israel. Hermanos, no hay crimen que se quede sin castigo. El que a espada hiere, a espada muere, ha dicho la Biblia. Todos estos atropellos del poder de la patria no se pueden quedar impunes. Y el ángel exterminador pasó por las tierras de Egipto, y aquella noche hubo llanto en los hogares de Egipto, porque Dios castigaba los crímenes del Faraón. Que terrible la autoridad cuando no cumple su deber, cuando quiere hacer prevalecer la fuerza de las armas contra la inerme impotencia de los pueblos. Lloraba todo Israel, y en cambio el pueblo oprimido comienza su éxodo y el libro sagrado nos ha leído hoy una de las páginas que comentan esa noche santa. Nos ha dicho el libro de la Sabiduría, aquella noche los israelitas sintieron que Dios cumple su palabra. Iniciaron entonces la celebración pascual. Aquel comer la lechuga y el cordero matado era la primera Pascua. Desde entonces, todos los años, Israel celebraba aquella noche de la libertad, y pasó en Cristo a los cristianos la Pascua cristiana, que sigue siendo el recuerdo de un pueblo oprimido, pero al que Dios libera por su esperanza y su fe en el Señor. EN CRISTO, SALVACION PARA TODOS LOS PUEBLOSY en Cristo, San Pablo y el evangelio de hoy recogen toda esa historia, la historia sagrada, que en Cristo comienza a hacerse la historia de todos los pueblos. Dichosos los pueblos que acogen a Cristo como redentor. En El está el cumplimiento de la promesa de Abraham. En El está la realización de la libertad hecha por Moisés. En El se cumplen todos los profetas y todos los patriarcas. Aquel pueblo que Dios prometió, Abraham, y que Abraham comenzó a buscar sin rumbo, sólo en la fe en Dios, fue el pueblo de Israel, que conducido por Moisés llega a la tierra prometida, que no es tanto una geografía, sino que es más que todo un pueblo de santos, de profetas, que llega a florecer en una virgen que será madre y será Virgen, María, de cuyas entrañas nace por fin la promesa hecha a Abraham, el Redentor verdadero no sólo de Egipto sino de todos los, pueblos: Cristo nuestro Señor. Por eso, ayer, día del Salvador del Mundo, El Salvador se estremece porque siente que toda la emoción de Israel, toda la riqueza de las promesas de Dios, todo el anuncio de los profetas, está cumpliéndose en Cristo, nuestro patrono, nuestro Salvador y en él serán salvas todas las naciones, ha dicho Dios. Y El Salvador también será salvo, y todos los pueblos que pongan en él su confianza. "No temáis, pequeño rebaño", le dice Cristo a su pueblo, porque aunque parezcáis insignificante, pequeño, a vosotros se os ha dado el reino. Vosotros sois Abraham; vosotros sois Moisés; vosotros sois la nueva Israel; vosotros lleváis en las entrañas como vida, la libertad; vosotros lleváis el canto de victoria. Aunque aparentemente aparezcáis oprimidos, sufriendo el desprecio de los demás, la grosería de los poderosos, vosotros vais con Dios. LA FE Y LA ESPERANZA SALVARÁ AL MUNDOLo que quiere la palabra de hoy, hermanos, es sembrar la fe y la esperanza en cada corazón. Por eso, la esperanza tiene que ser, junto con la fe, lo que nos hace distintos, a los verdaderos católicos, de aquellos que han perdido la fe y la esperanza y la han puesto en las cosas de la tierra. No es el poder político, no es la sabiduría de los hombres y de la técnica, no es la prepotencia del dinero la que va a salvar al pueblo. Salvará al pueblo esta fe en la pequeñez y en la humillación de Cristo; salvará esta esperanza en el poderoso salvará esta fe en Dios nuestro Señor. Ninguna revolución de la tierra que quiere construir un mundo mejor sólo a base de odios, de violencia, de secuestros, de resentimientos, podrá ser el verdadero Reino de Dios. Dios no camina por allí, sobre charcos de sangre y de torturas. Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor. Querido pueblo salvadoreño, que las fiestas patronales del Divino Salvador despierten en nosotros la fe de Abraham, la esperanza de Moisés, la fe y la esperanza del pueblo, que aún en medio de sus opresiones, confiaba en el Señor; y el Señor llega, llega cuando tiene que llegar, no cuando lo queramos nosotros. Vivamos esta esperanza. Hay un capítulo precioso del Vaticano II que me parece el más bello comentario de estas lecturas de hoy, cuando Cristo nuestro señor dice que el reino de los cielos se parece al que espera en la noche al patrón que ha de venir. Ay de él si se descuida en esa noche, si pensando que no vendrá más, se comienza a golpear a los mozos y a las criadas y a sentirse dueño de la casa. Cuando venga el Señor, lo sorprenderá; que no era dueño de la casa, no era más que un simple sirviente. En cambio, aquellos criados fieles, que están preparados y, según el vestido oriental ampuloso, se ciñen la cintura para estar prontos al trabajo y cuando venga el Señor no tiene más que correr y abrir y servirle; dichosos, dice Cristo, porque el mismo Señor será su servidor, de alegría de tener unos criados tan fieles. ESTAMOS ESPERANDO LA PLENITUD DEL SEÑOREsta noche, en espera de ese mañana, en espera de esa venida del patrón, es la historia del mundo. Dice el Concilio: "La Iglesia, que ya inició en Cristo resucitado hace veinte siglos la renovación del mundo, está esperando la plenitud de esta perfección con la venida del Señor". No nos olvidemos, queridos católicos, somos los sirvientes en espera del Señor que ha de venir. ¡Ojalá no lo olvidara nadie! Ni aquellos que se han sentido dueños del mundo, porque tienen en sus manos los poderes. También ellos son los criados del Señor que ha de venir. Y el evangelio termina terriblemente: aquel que se le ha dado más, mayores responsabilidades, será juzgado con mayor severidad -aquel que ha recibido más y pudo hacer feliz al mundo con sus bienes, y solamente vivió de sus egoísmos, como el criado de la noche que se sintió dueño de todo lo que tenía, como si soñara. Están soñando. Vendrá el día, los despertará; y se encontrarán que frente al dueño de las cosas, frente al dueño de los pueblos, frente al Señor de la historia. Estamos esperando, y esta esperanza no es ilusión. El Concilio nos invita a dar razón de nuestra esperanza. No es una esperanza irracional. No es una esperanza que predica conformismo: "Confórmese, ya van a tener la felicidad del cielo". No predica así la Iglesia -la Iglesia, precisamente en las lecturas de hoy, dándonos el sentido escatológico de la Iglesia. No como San Mateo: el primer evangelio también nos presenta esa escatología, ese venir de Cristo, pero casi como despreocupándose de este lado de la historia. En cambio, San Lucas, que escribía en un ambiente pagano, donde se le da sentido a las cosas presentes, sigue dándole valor a las cosas presentes. Son bellas las cosas de la tierra; es precioso el dinero, el oro. Esa ambición, la autoridad, el poder, todo eso vale mucho. Pero San Lucas dice: sí, vale mucho. Manéjenlo, pero como quien espera a quien tiene que darle cuenta. Es lo que dice el Concilio, que ha aprendido a dialogar con este mundo presente y le dice al mundo: sí, todas las cosas de la tierra son preciosas. El amor del matrimonio es bello. La belleza de las creaturas, Dios la ha dado. Todo es hermoso, pero cuando se tiene el sentido de su trascendencia, de un Dios que las ha creado y de un Dios que ha de pedir cuenta en el uso de esas cosas. ESPERAR Y CONSTRUIR EL REINO DE DIOSTanto es así, que el juicio final no solamente será de la conducta individual de cada hombre, se pedirá cuenta del pecado social, de aquel pecado que, naciendo del corazón del hombre, cristaliza en situaciones injustas, para ser castigado no solamente en el hombre que lo comete, sino en la sociedad que ha hecho de aquel pecado un pecado social. Y así también el bien, la virtud del hombre, no solamente será premiada en él, sino en la sociedad feliz que refleje en esta tierra el Reino de Dios. Y por eso nos llama a trabajar un mundo más justo, más equitativo, donde todos nos sintamos verdaderos hijos de Dios en peregrinación hacia el Reino. No es una esperanza ingenua, esperando que en esta tierra los hombres vamos a construir ese mundo definitivo. Para la Iglesia no existe en esta tierra, en esta historia, ese mundo definitivo; pero sí pide que se refleje, en esta historia, ese mundo definitivo que estamos esperando. Que si somos lógicos con esa esperanza de un mundo donde nos amaremos como hijos de Dios y no habrá enemistades ni violencias ni rencores, hay que tratar de trasladar esas cualidades a esta historia de la tierra y todos -gobernantes, ricos, poderosos, sobre todo ellos que tienen en sus manos las capacidades de transformar una nación, que están más obligados a reflejar esa esperanza y esa fe. Y nosotros, pequeño rebaño, la historia de la Iglesia, la más humilde entre las sociedades de El Salvador, porque no vale ella por la categoría de su dinero o de su política, sino por la esperanza del corazón de sus hijos, el más humilde campesino, la más humilde mujer del pueblo, viviendo esta esperanza y esta fe, pidiéndole al Señor, educando a sus hijos, dando testimonio de esta esperanza, está también colaborando con los poderosos para construir el Reino de Dios en esta tierra, como Cristo ha querido. Ha venido ya el Reino de Dios; está en vuestros corazones. NUESTRA ESPERANZA ES LA VERDADERA REALIDAD¡Qué hermosa sería la fe y la esperanza de los cristianos si se tradujera, no sólo en oración individual, sino también en esta proclamación pública, de que Dios quiere su reino en esta tierra! Yo quisiera que todos mis queridos hermanos, sacerdotes, religiosos, religiosas, colegios católicos, comunidades cristianas parroquiales, viviéramos esta certidumbre de nuestra fe y de nuestra esperanza. Que no estamos con una quimera, con un conformismo, estamos viviendo la realidad que dice San Pablo de aquellas cosas que no se ven; pero no por no verse, no son las cosas más reales. La realidad, aunque no se mire, aunque no brille como el oro, aunque no seduzca como el halago de los poderes, es la verdadera realidad, la que esperamos, no por nosotros mismos -que ésto es lo grande y en esta consideración termina esta homilía- es que nosotros no somos ilusos; es que nosotros confiamos, como Abraham, en la promesa que ya no es sólo promesa, sino que, desde que Cristo resucitó, es realidad. El Cristo resucitado que en la noche de la vigilia aquí, en Catedral, oímos a los grupos de oración gritar: "¡Cristo vive!" Cristo vive, hermanos. El Divino Salvador del Mundo no es una ilusión en la piedad del corazón, es un personaje, Dios-hombre que vive, centro de la historia, y que nos empuja a todos a construir un mundo verdaderamente digno de esa vida que no perece. En él está nuestra esperanza. Si se ríen de nosotros, como sé que se ríen cruelmente cuando están torturando a nuestros catequistas y a nuestros sacerdotes, "¿Dónde están sus esperanzas?", y creen que es más fuerte el fusil que los golpea y el tacón que los patea, que la esperanza que llevan en su corazón. La esperanza será después de todo eso. Todo eso quedará, como quedó sepultado en las aguas del mar Rojo aquel ejército. En el mar Rojo quedó sepultado el ejército que se creía prepotente contra el pueblo de Dios y la esperanza del Señor cantó la victoria en aquel canto de Moisés: señal de la victoria eterna que cantaremos todos si de veras vivimos con la humildad de Abraham, de Moisés y de todos los santos que han vivido en la tierra sabiendo que en Cristo resucitado se ha decretado ya la transformación del mundo y que nadie la puede detener. Cristianos, trabajemos con Cristo, afiancemos muy hondo, en la santidad y en la oración, esta esperanza y esta fe. Que las circunstancias actuales de nuestra Iglesia y de nuestra patria, en vez de apagarnos esta llama, la haga brillar más hermosa y sentirnos más cerca de que Dios está más cerca del que espera en él y del que cree en él. Así sea.
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Muy Queridos radio-oyentes:
Este domingo que, según el lenguaje litúrgico, se llama domingo 18º del Tiempo Ordinario, no he tenido la dicha de celebrar con ustedes la eucaristía, porque, como ya les avisé, he tenido que partir a Costa Rica para celebrar allá una reunión de carácter episcopal con representaciones de los episcopados de Centro América, México y el Caribe. Pero, gracias a la técnica, puedo dejar mi voz grabada en una cinta magnetofónica, para estar con ustedes siquiera en estos momentos de reflexión sobre la Palabra de Dios que se lee precisamente este domingo. Voy a ofrecerles pues, en primer lugar, las lecturas que hoy ofrece la Iglesia a nuestra consideración, y después, haremos juntos nuestra reflexión como una comunidad, como una diócesis que se alimenta de la Palabra de Dios. La primera lectura está tomada del Libro de Eclesiastés, en el capítulo primero: "Vaciedad sin sentido dice el predicador. Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad. Hay quien trabaja con destreza, con habilidad y acierto, y tiene que legarle su porción al que no la ha trabajado. También esto es vaciedad y gran desgracia. ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo y de los afanes con que trabaja bajo el sol? De día, dolores, penas y fatigas; de noche no descansa el corazón. También esto es vaciedad. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. La segunda lectura es de la carta del apóstol San Pablo a los colosenses en el capítulo 3. Hermanos, ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo, escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria. Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros; la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándolos unos a otros. Despojaos de la vieja condición humana con sus obras, y revestíos de la nueva condición que ya se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo, no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. El Señor esté con vosotros. Lectura del santo evangelio, según San Lucas. En Aquel tiempo dijo uno del público a Jesús: Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Él le contestó: Hombre, ¿quien me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Y dijo a la gente: Mirad guardaos de toda clase de codicia pues, aunque uno ande sobrado su vida no depende de sus bienes. Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos. ¿Qué haré? No tengo dónde almacenar la cosecha. Y se dijo: haré lo siguiente. Derribaré los graneros y construiré otros más grandes y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida. Pero Dios le dijo: Necio esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?. Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. Palabra de Dios. Te alabamos Señor. Consagrando ya una reflexión a esta divina palabra que hemos escuchado quiero pensar concretamente en esta Arquidiócesis, en la que estamos haciendo esta reflexión para alimentar nuestra comunidad. Y vaya ante todo un saludo a todos los queridos radio-oyentes, una invitación cordial para que nos preparemos espiritualmente a la celebración de nuestra fiesta patronal, el Divino Salvador del Mundo el próximo 6 de agosto. Quiero dedicar también un pensamiento muy cariñoso a la comunidad que vive y se alimenta de esta palabra divina allá en el Citalá. Es un simpático pueblecito en la frontera de nuestra república con Honduras, donde tuve la dicha de celebrar el Corpus, con las religiosas y aquella fervorosa comunidad, el lunes recién pasado. Les agradezco la acogida tan bondadosa que me dispersaron y que fue nada más un signo de la acogida que siempre dan a esta palabra. Supe allá un razgo generoso que yo quisiera proponerlo como ejemplo a muchas comunidades. Y es que los domingos, como allá no tienen sacerdote se reúnen en la Iglesia habiendo convocado a la gente con los repiques; y a la hora de la misa de nuestra Catedral ellos sintonizan allá su radio, oyen la misa hasta la hora de la comunión, cuándo las hermanas distribuyen la comunión a aquella comunidad y terminan haciendo oraciones propias. De esta manera esta palabra, de la homilía de Catedral, llega a aquella comunidad que la recoge con el mismo fervor con que aquí lo hacemos en nuestro templo máximo. Les felicito por este gesto tan original; y ojalá que muchas comunidades en cantones y pueblos donde no hay sacerdotes se alimenten de esta manera de la reflexión espiritual de la palabra de Dios. Cuando regresábamos, con el querido párroco de La Palma, el Padre Vito Guarato, visitamos la cabecera parroquial, La Palma. Y nos hemos dado cuenta del fervor que allá alimenta el espíritu de aquella comunidad parroquial. Y una cosa muy original es una vida espiritual que se traduce en gestos prácticos de vida, como es el taller titulado "La Semilla de Dios". Bajo la dirección del Señor Fernando Llort y sus colaboradores, está creciendo allá una comunidad, que al mismo tiempo que desarrolla sus habilidades manuales, crece en el Espíritu, en la reflexión de la palabra de Dios en la oración. Que el Señor bendiga esta obra suscitada por el Espíritu Santo y que toda la comunidad de La Palma crezca. Ha sido un alimento para mi espíritu de pastor el haber visto lo que puede hacer una comunidad cuando comprende esa encarnación de la Palabra de Dios en la vida práctica. Y cómo quisiéramos que todos estos conflictos y situaciones sociológicas económicas, políticas del mundo, se resolvieran así como lo están resolviendo en La Palma: con un gran amor y un gran sentido del trabajo y un gran espíritu de oración. También queremos recoger con agradecimiento el esfuerzo que están haciendo los encargados de los diversos aspectos de preparar la próxima celebración del Divino Salvador del Mundo. Hay un activo comité de sacerdotes y laicos que han tomado a su cargo los diversos aspectos de esta complicada celebración. Decimos complicada porque queremos hacerla espléndida, para que el Divino Salvador del Mundo reciba el homenaje de la Arquidiócesis y de la patria y nos bendiga copiosamente. Ya el programa es conocido, y los encargados de desarrollar los diversos detalles están trabajando intensamente y con gran amor a nuestro Divino Redentor. Hemos anunciado para el 5 de agosto por la mañana una convivencia del Apostolado de la Oración en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús. Hemos llamado también a todos los católicos, a la tradicional "Bajada" que será a las 4 de la tarde y que será transmitida por radio, los que no pueden asistir, sírvanse de sus aparatos receptores sintonizando YSAX y los que asistan a esta tradicional "Bajada" procuren también poner al servicio de la muchedumbre sus aparatos receptores sintonizándolos en esta emisora. Por la noche del 5, llamamos a todos los que quieran hacer oración por la patria a la catedral. Allí, junto con los grupos de oración junto con el Movimiento de Renovación en el Espíritu vamos a intensificar bajo la guía y la inspiración del Espíritu Santo, una oración por nuestra Iglesia y por nuestra patria. Y el 6 a las 9 de la mañana, esperamos a todas las parroquias bajo sus estandartes en la Plaza Barrios frente a Catedral donde tendremos la dicha de honrar al Divino Salvador del Mundo con una solemne concelebración. Hemos repetido los fines meramente espirituales, de esta celebración y rogamos a todo los salvadoreños que no se dejen guiar por la mala voluntad, y por eso, no vayan a interpretar mal las intenciones de la Iglesia que solamente quieren ser la de honrar al Divino Salvador del Mundo y atraer sus bendiciones sobre este querido pueblo, tan dichosamente puesto bajo el nombre dulcísimo del Divino Salvador. Y junto a estos hechos que hemos recordado y que forman parte de la trama de nuestra vida eclesial, pensemos en tantas otras cosas que forman nuestra vida diaria. Pensemos en nuestros campos necesitados de lluvias; pensemos en nuestras cosechas esperadas; pensemos en toda la belleza de nuestros paisajes; en la vida de nuestros país. Ojalá pudiéramos verla en toda su profundidad. Y, precisamente para eso, nos invita la palabra de Dios de este domingo, para que sepamos ver las cosas en su verdadera perspectiva. Este es el mensaje que yo quisiera subrayar hoy para ustedes y para mí queridos radio oyentes, el mensaje de la trascendencia. Trascendencia es una palabra que quiere significar la perspectiva hacia lo eterno, hacia Dios, hacia lo divino. Sólo cuando se mira el mundo, las cosas, las riquezas la tierra hacia Dios que les dio origen, las cosas tienen sentido. Cuando miramos las cosas, las riquezas y los bienes de la tierra, sin tener en cuenta a Dios, las cosas se hacen vanas. Así lo describe el Concilio en una de sus frases lapidarias de la Constitución de la Iglesia en el Mundo de Hoy. "La creatura, sin el Creador se desvanece". Y voy a leerles todo ese párrafo del Concilio que me parece el mejor comentario de las lecturas de hoy. Está en la Constitución de la Iglesia en el Mundo Actual en el número 36, y dice así: Muchos de nuestros contemporáneos, parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia. Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo, que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada en una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las realidades de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevando, aún sin saberlo, como por lo mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe. Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La creatura sin el Creador desaparece. Por lo demás cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios, la propia creatura queda oscurecida. Hasta aquí el Concilio, y digo que este es el comentario más autorizado de las lecturas bíblicas de este domingo, porque, cuando el Antiguo Testamento nos dice: "Vaciedad sin sentido, vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" Es una perspectiva de la creación, prescindiendo del creador. Todo es vano de veras. Las cosas no tienen sentido en sí misma. Solamente esa autonomía que nos ha dicho el Concilio, es decir, las cosas tienen su ser, su belleza, su propio valor, porque Dios se lo ha dado. Y en este sentido, sí recobran toda su belleza cuando las cosas se miran con esa trascendencia, con esa orientación, con esa perspectiva hacia Dios. Entonces ya no son vaciedad, sino que tienen propia belleza, pero teniendo en cuenta que todo lo están recibiendo de Dios. En este sentido también hay que analizar el evangelio tan precioso de nuestro Señor Jesucristo de este domingo. Cuando le dice a aquel hombre que le pedía la colaboración para que su hermano repartiera su herencia, y Jesús le dice que no es juez de estas cosas temporales, le está diciendo que mire hacia el origen de las cosas, que no son la fuente de la felicidad, que no es en tener como los hombres son felices, sino en tener las cosas, pero mirando hacia Dios y la voluntad de Dios hacia estas cosas. "Mirad, -les dice Cristo- guardaos de todas clases de codicia, pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". He aquí una amonestación de los bienes terrenales hecha por Cristo. La Iglesia, como Cristo, no está puesta en el mundo para ser juez o árbitro de los bienes temporales. La misión de la Iglesia, ha dicho claramente el Concilio, no es de carácter social, político o económico, sino que es una misión religiosa. La misión de la Iglesia es darle a las cosas, a la política, a los bienes de la tierra, su dimensión religiosa, su trascendencia. Por eso, la Iglesia siente como más íntima las cosas de la tierra, porque las sabe unir con la voluntad de su Creador. Y tiene que denunciar, cuando estas cosas creadas los hombres las están subordinando al pecado. No es así como Dios quiere que se manejen las cosas. No es la codicia la ley de las cosas de la tierra. No es el egoísmo, no son los bienes tenidos sólo para hacer felices a unos pocos. Es la voluntad de Dios, que ha creado las cosas para la felicidad y para el bien de todos, lo que nos exige a nosotros en la Iglesia a darles a las cosas su trascendencia, su sentido según la voluntad de Dios. Lo que sucede cuando el hombre pierde esta visión de la trascendencia lo describe maravillosamente la parábola del evangelio de hoy. Aquel rico que hacía consistir su felicidad en haber cosechado mucho, llenar sus graneros y pensaba darse una gran vida disfrutando de sus cosas. Se había olvidado de la muerte, se había olvidado de Dios; y por eso el evangelio le recuerda: "Insensato, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?". Esta es la vanidad que dice la primera lectura: haber trabajado tanto, para adquirir tanto, y tener que dejarlo. No se lleva las cosas materiales, solamente se lleva el haber usado las cosas materiales según la voluntad de Dios. Solamente acompañarán en el juicio eterno del hombre sus actitudes internas: el haber manejado las cosas de la tierra, sin perder la perspectiva de la trascendencia, unir a Dios. Y ésta es, pues, la misión de la Iglesia en el mundo actual: el reclamarle a los hombres que miren con trascendencia todas sus actitudes, todas sus cosas; lo político, lo económico, lo social, todo lo de la tierra; los deberes temporales, los derechos humanos, todo lo de la tierra, tiene que ver mucho la Iglesia con ello, no porque ese sea el fin de su misión. Porque su misión tiene que ser, cabalmente, darle el sentido trascendente, orientar hacia Dios los corazones de los hombres. Y desde los corazones de los hombres, convertidos hacia Dios, crear un mundo mejor, un mundo más conforme a la voluntad de Dios, en que todos nos sintamos, hermanos todos con un sentido de trascendencia hacia el Creador. Queridos hermanos estimados radio-oyentes, esta es la palabra del Señor en este domingo 18º del Tiempo Ordinario. Ha sido para mí una satisfacción haber recordado, junto con ustedes, que la vida y las cosas que la vida nos da no tiene sentido. Son vaciedad, se disipan, se diluyen, mientras no las veamos en su origen, que es Dios, que les está dando el ser, la belleza, la consistencia. Y si de Dios vienen su belleza, su consistencia las cosas de la tierra que manejamos no las podemos manejar sin tener nuestros ojos clavados en Dios para preguntarle cómo quiere que las manejemos. Que no nos olvidemos de Dios, que no nos olvidemos de que un día tenemos que darle cuenta, y que nuestra actitud, frente a las cosas de la tierra, recibirá una respuesta de Dios, que será un premio o un castigo. Que se manejen las cosas de la tierra como Dios quiere que se manejen y no de otra manera. Por cumplir este deber, la Iglesia sufre la persecución, la incomprensión. Pero la Iglesia no puede hablar de otro modo, y tiene que inquietar a los hombres que se quieren dormir sobre sus bienes, sobre sus triunfos, sobre sus poderes. Y la Iglesia tiene que recordarles como Cristo en el evangelio de hoy: Insensatos, que no sabéis que hay que dar cuenta a Dios de esas cosas? ¿Que habéis olvidado que las cosas tienen su razón de ser, su existencia, su consistencial su valor, su belleza, sólo porque Dios les está dando esas cosas? Manejádlas pues, como Dios quiere que las manejemos, con un sentido de trascendencia. Y elevándonos a Dios, terminamos nuestra reflexión con una bendición que con cariño de Pastor quiero impartirles. La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros. Amén. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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