... pequeñez que se confía en Él. Comencemos por reconocer con sinceridad, todas aquellas cosas que nos apartan de Dios. Que ese sentido de peregrinación, todos los que estamos en esta reflexión, católicos, somos un pueblo peregrino, y a lo largo del año litúrgico la Iglesia va marcando con luces de fe este itinerario. Cada domingo es un paso más en este caminar hacia el encuentro del Señor. Y el misterio de Cristo se va desplegando a lo largo del año, desde las expectativas navideñas, hasta la culminación de la cruz y de la Pascua. Y desde la Pascua sigue la peregrinación llena de alegría, pero de una alegría que brota de una cruz; y por tanto dolor y gozo son la característica de esta Iglesia de la Pascua, de esta Iglesia peregrina. Terminábamos así, el domingo recién pasado, como una clausura solemne de la Pascua, con Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Ocho días después, la peregrinación se detiene como para hacer un resumen de todo este recorrido y tenemos ante nuestros ojos el origen y la meta de esta peregrinación. Venimos de Dios y caminamos hacia Dios. Es el domingo de la Santísima Trinidad. Domingo muy importante, porque viene a decirnos la razón de nuestra esperanza, la explicación de esta alegría íntima que lleva el peregrino de la tierra, sabiendo que viene de Dios, que ha nacido del amor y que camina en la esperanza de un Dios inmutable, eterno, que nos espera con sus brazos abiertos. Es hermoso que esta mañana, pues, nos detengamos a contemplar a la luz de las bellísimas lecturas que acaban de escuchar.
¿QUE ES DIOS? La primera lectura nos da una respuesta filosófica, metafísica, que tal vez no nos impresiona tanto, como no impresionaba ya esa explicación metafísica de Dios, y el Concilio llega a decir que este fenómeno del ateísmo moderno -que haya tanta gente que haya olvidado a Dios- es porque nosotros que creemos en Él, no lo hemos sabido presentar. Y mucho más grave, si no hemos sabido vivir de acuerdo con esa fe. Leía esta semana una frase tremenda cuando dice: "El mundo y los hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios sin mundo y sin hombres". Esto es terrible. Tal vez creemos en un Dios aislado de nosotros, en un Dios casi como que se desentiende de nuestras angustias y de nuestra tribulación. Pero, gracias a Dios, Cristo y toda la literatura del Nuevo Testamento y también la del Viejo Testamento, recobra en nuestros días una presentación de un Dios que vive con nosotros, un Dios vivencial; un Dios, diríamos, funcional; un Dios como decía el Viejo Testamento, el Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios de Isaac, el Dios de nuestros padres, o como escribe San Pablo, el Dios de nuestro Señor Jesucristo. Así se hace más interesante esta figura divina. Es un Dios que va con nuestra historia. Es un Dios que se manifiesta en la zarza ardiente que vio Moisés: "Soy el que soy". El texto es difícil y quizás de los que más han estudiado los exegetas cristianos. "Soy el que soy" se puede entender en este sentido metafísico, la esencia misma de Dios, su ser que no puede dejar de ser. Pero es mucho más simpático presentarlo como el Dios de la revelación; el Dios que no es el producto de mis pensamientos; el Dios que no es como la corona de mis esfuerzos por descubrirlo, sino un Dios que me sale al encuentro, un Dios que se revela. Un Dios que me dice en Moisés: soy el que soy, el que estoy contigo, el que está con tu pueblo, el que en esta hora en que se oyen los lamentos de un pueblo atribulado, esclavo de los capataces del Faraón, está oyendo esos gemidos y quiere valerse de ti para liberarlo. Un Dios que se preocupa de la esclavitud de los hombres para hacerlos libres. Un Dios que vive con los pueblos subdesarrollados para que se desarrollen en la verdadera imagen que él quiso hacer de cada rostro humano. Un Dios que se preocupa de nosotros: Así nos presenta y es nuestra reflexión de esta mañana: desde la Iglesia, sentirnos nosotros precisamente como Iglesia, una comunión con Dios. Este es el mensaje que yo quisiera grabar en vuestros corazones esta mañana: La Iglesia es una comunión de los hombres con Dios. Es el primer nivel de esta comunión, de allí descenderá naturalmente un segundo nivel: La Iglesia es la comunión de esos hijos de Dios marcados por el bautismo, unidos en Cristo, el Hijo de Dios. Y en tercer nivel: la Iglesia en comunión con el mundo entero, con la creación. Y ésta es la grandeza de nuestro pueblo cristiano. Cómo quisiéramos, hermanos, en esta hora y siempre, quiero repetir una vez más que nuestro trabajo en la Iglesia no es el producto de unas circunstancias; es la convicción de que un pastor de la Iglesia, unos sacerdotes de la Iglesia, unos cristianos que sienten con la Iglesia, tienen que identificarse cada vez más con su razón de ser. Haya o no haya persecución, construyamos nuestra Iglesia en la convicción de que la Iglesia es una comunión de todos los hombres para acercarnos a Dios. I. DIOS PRESENTE EN LA IGLESIA Así comienza su primer documento magistral el Concilio Vaticano II sobre la Iglesia: "La Iglesia es en el mundo el sacramento", es decir, la señal y el instrumento para unir íntimamente a los hombres con Dios y unir a todos los hombres entre sí". Para eso está la Iglesia, ésta es su primera razón de ser. En este primer nivel, pues, de la comunión Iglesia, encontramos a un Dios que se hace presente en esta Iglesia. Les recomiendo mucho leer ese primer capítulo de la Constitución de la Iglesia, donde nos presenta a la Iglesia como un misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Resulta que Dios no es un ser aislado, solitario. Cristo nos ha revelado que Dios es comunión, que Dios es tres personas con esa capacidad que debía tener toda persona creada a su imagen, una apertura para recibir al otro y para darse al otro. El Padre es como el yo inicial. El Hijo es como él tú, con quien se entabla una corriente de amor tan intensa, que resulta un nosotros, la comunidad en un amor indestructible, el Espíritu de amor: el Espíritu Santo. Ese nosotros que se pronuncia en la Santísima Trinidad, capacidad de darse y de recibirse mutuamente, construye en la tierra la comunidad Iglesia. Pero en primer lugar es un Dios que se da a esta comunidad que lo ha encontrado en Cristo. Cristo es el hombre en el cual Dios se hace visible. Cristo es como la zarza que vio Moisés iluminada de Dios. "Vimos su gloria como de unigénito del Padre", decían los apóstoles, "y os revelamos esa vida que él nos trajo, para que también ustedes entren en comunión con nosotros y con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo". De Dios deriva la vida de la Iglesia. De la verdad divina deriva su predicación en la tierra. De su vida eterna deriva el perdón que se da a los pecadores arrepentidos, la santidad de las almas que crecen hasta las alturas de la contemplación. De Dios deriva toda su fuerza, toda su razón de ser. Esta es la relación más grande y más íntima de la Iglesia, una relación con Dios. De allá deriva toda su misión y toda su razón de ser. Por eso la Iglesia canta el día en que los magos van a adorar al niño Jesús, y Herodes -gobierno de la tierra- tiene evidencia de un nuevo rey que ha nacido. La Iglesia le dice: "No tengas miedo, Herodes. No viene a quitar poderes temporales. El que viene a dar reinos celestiales". Sería bueno recordarlo en nuestros días también, cuando se tergiversa la misión de la Iglesia como una competencia política, como un afán de querer el poder político. Esto es Herodes, viendo en Jesús un rival; esto es Herodes, hasta mandando a matar para conservar su poder. No viene a quitar poderes temporales! No viene con competencias de poderes de la tierra, una Iglesia que viene de Dios, para dar al mundo el amor, la gracia, la verdad, el perdón!. Cómo quisiera que se comprendiera esta misión sublime de la Iglesia que deriva de una comunión con Dios. Y todos nosotros, queridos hermanos católicos, comprendamos que esta es nuestra primera obligación: nuestra relación con Dios. Hay momentos en que el Espíritu de Dios nos pide un esfuerzo más grande para hacer más visible la presencia de Dios en el mundo. Y se hará visible en la medida en que nosotros todos: obispos, sacerdotes, religiosas, laicos, matrimonios, estudiantes, profesionales, todos los que nos llamamos católicos, tratemos de intensificar esta comunión con Dios por la renovación, por la conversión, por la santidad. El pecado en todas sus formas es la niebla que se interpone. Alejemos de nosotros toda clase de pecado, y entonces el pueblo de Dios, la Iglesia de Dios, los católicos unidos en comunión con Dios, haremos presente en el mundo la figura santa de Dios. Dios es comunión y la Iglesia participa de esa comunión de Dios. 2. IGLESIA, COMUNION DE LOS BAUTIZADOS Y este es el segundo nivel, hermanos: es la comunión de los bautizados. Cristo, que nos trajo la verdad y la vida de Dios, fundó una Iglesia. Yo quiero leerles textualmente un párrafo del Concilio -es el número 14 de la Constitución sobre la Iglesia- para que vean quien de verdad es miembro de esta Iglesia que está en comunión con Dios. El que llena estas condiciones está en comunión con la Iglesia fundada por Cristo. El que falta a una de estas condiciones, que no se llame católico si voluntariamente la rechaza esa condición. Ya está excomulgado por su propia voluntad. He aquí el texto del Concilio: "A esta sociedad de la Iglesia, fundada por Cristo, están incorporados plenamente quienes, poseyendo el Espíritu de Cristo", esto es lo primero: poseer el Espíritu de Cristo, es decir, no un cristianismo a nuestro gusto, sino al gusto de Cristo, que fundó la Iglesia, el Espíritu de Cristo. Segundo, "aceptan la totalidad de su organización". La Iglesia como humana es una organización jerárquica: un pontífice, centro de toda la Iglesia; un obispo en cada diócesis; una organización, sacerdotes en cada parroquia. El que acepta esta organización, otra condición, "y aceptan también todos los medios de salvación establecidos en ella y en su cuerpo visible están unidos con Cristo". Todos los medios de salvación establecidos en ella" son los sacramentos, son las leyes de la Iglesia. Es su verdad: "Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los obispos". He aquí las personas concretas. El que no está de acuerdo con su obispo no puede llamarse católico. Así como el obispo que no está de acuerdo con el Papa no es ya un ministro de la Iglesia. Ustedes conocen el caso famoso de Lefebvre, un arzobispo de Francia que se declara en rebeldía contra el Papa. No se puede llamar católico, ya no está en comunión con la Iglesia. Si se propone como modelo, quiere decir que se quiere un cisma. Si yo mismo no estuviera en comunión con el Papa, no sería digno de esta honrosa dignidad de ser el pastor de la Arquidiócesis; pero es el Papa el que tiene que decírmelo, no otros. Y el Papa me acaba de confesar su comunión conmigo y mi comunión con él. Estamos en comunión, hermanos, y nadie dudará de que quien les está predicando hoy, sea un pastor verdadero de la Iglesia, en comunión con el Papa. Podemos decir que una que no está en comunión con su obispo no debe comulgar eucarísticamente tampoco. La comunión es un signo de la comunión con la Iglesia. Yo sé que hay personas que comulgan y que después destruyen esta unidad de la Iglesia, murmurando de sacerdotes y de obispos. Si todos aquellos que están destruyendo la unidad, hablando contra los sacerdotes, difamando los medios de publicidad, echando culpas que no tenemos, ya se están excomulgando a sí mismos. Una excomunión del obispo no sería más que una sanción, ya oficial, de ese repudio que el pueblo les está dando ya. La organización de la Iglesia sabe lo que es, y así como en un organismo un cuerpo extraño se expele, se expulsa, el cuerpo místico de la Iglesia siente la invasión de cuerpos extraños y los expulsa como células muertas. Sigue el texto del Concilio, "por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica", aquí están las características de nuestra unidad de fe. El que no admita el credo que el obispo profesa con la Iglesia, ya no está en la unidad de la fe católica. El que no admita uno de los sacramentos de los siete sacramentos ya rechaza una de las señales de unidad: no es católico. El que no acepte el Gobierno de la Iglesia, como una jurisdicción, una potestad, tampoco es católico. Y el que estorba ese gobierno de la Iglesia no dejándola administrar su función en un pueblo, -por ejemplo nosotros no podemos ir ahora a Aguilares a celebrar nuestra misa, a cuidar a nuestros católicos de aquel pueblo mártir- nos están estorbando en nuestro gobierno, no se pueden decir católicos. Y la comunión eclesiástica, esta es la plena comunión que Dios ha transmitido por Cristo a este pueblo de Dios visible en sus ministros, en sus pastores, con una potestad de gobierno, con una unidad de fe, con unos sacramentos, con una organización. El que quiera pertenecer a este pueblo de Dios organizado por Cristo, que se llama la Iglesia Católica, tiene que aceptar estas condiciones, y si no las acepta y si voluntariamente la rechaza, es un cismático, es un destructor de la Iglesia, moralmente un excomulgado por su propia voluntad. Naturalmente, hermanos, que esta comunión a este nivel de bautizados es precisamente como una condición de salvación. Entonces, fíjense bien en esta pregunta: ¿El que no está en esta Iglesia, no se salvará?. No he dicho eso. He dicho que aquel que conoce las condiciones para pertenecer a este pueblo de Dios y voluntariamente las rechaza, está fuerza de la salvación; pero que si hay alguno no católico, que por su convicción de conciencia, cree que está en la verdad, ya sea en el protestantismo, ya sea en el judaísmo, ya sea como mahometado, como pagano, y allí trata de cumplir las leyes del Dios como él las concibe, ése está en el corazón de Cristo, en el corazón de la Iglesia, aunque no está en el cuerpo de la Iglesia. Así como al revés, hay muchos que por el bautismo están en el cuerpo de la Iglesia, pero por su actitud, por el rechazo de las cosas, no están en el corazón de la Iglesia; se llaman católicos pero no son católicos y están fuera de salvación. Y los que están fuera de la Iglesia, pero con buena voluntad viven su religión, su congregación, están camino de salvación, están en el corazón de la Iglesia. No fuera de Cristo: Cristo desborda la Iglesia Católica y se hace presencia de salvación en el protestante, en el mahometano, en el judío, que está allí de buena voluntad. Es Cristo el que le está salvando. A este propósito, quiero contarles que esta semana tuve una de mis más grandes satisfacciones, cuando una confesión protestante se acercó y platicamos profundamente para manifestar ellos su adhesión a esta Iglesia, y para decirme que no quieren tragarse el anzuelo que les están presentando los perseguidores de la Iglesia, como si ellos fueran los buenos cristianos y la Iglesia ya se hubiera apartado de su misión. Los protestantes se acercan a la Iglesia Católica para decirle que no se ha apartado de su misión y que ellos se adhieren a esta Iglesia y que no quieren ser cómplices de una persecución a sus hermanos católicos. Yo quiero agradecerles en público. Y una de las señoritas que llegaba, me decía: "Insista en aquel llamamiento que usted hizo cuando el entierro del Padre Navarro", en que decía que si el Padre Navarro era la figura de una Iglesia que por la calumnia y la persecución de los hombres ha perdido su credibilidad, ya no se cree en ella, como el beduino sigue gritando: sigan el buen camino. Y llamábamos a todas las fuerzas morales, llamábamos a los protestantes que tienen el evangelio en sus manos, para que prediquen este Reino de Dios en el mundo; llamábamos a todas las fuerzas, y ahora lo hacemos de nuevo, para que en vez de sembrar discordias y calumnias, sembremos el bien, hagamos la bondad en el mundo. Un llamamiento pues. Quiero secundar también el que ayer hacía la Voz de los Estados Unidos, interpretando a Amnistía Internacional, que ha examinado a 75 torturados y ha encontrado en ellos consecuencias espantosas, que aún cuando se han curado las cicatrices del cuerpo torturado, su psicología queda maleada. Hace un llamamiento a los médicos de todos los países para que se declaren contra la tortura. Yo secundo esa voz y espero que nuestros médicos sepan dar testimonio con su técnica, con su ciencia, de que la tortura no sólo es un atropello a la dignidad humana, sino una destrucción de la salud de los pueblos y de los hombres. 3. COMUNION CON EL MUNDO Y por eso, hermanos, el tercer nivel de esta comunión Iglesia: comunión con el mundo. Ustedes saben que el Concilio tiene todo un tratado que se llama la Constitución de la Iglesia en el mundo. La Iglesia no se identifica con el mundo. Lo dijo Cristo: "Vosotros no sóis del mundo, pero estáis en el mundo", porque la Iglesia se compone de hombres de este mundo, como somos todos los que estamos aquí. Y la Iglesia quiere aprender el lenguaje, la cultura de los pueblos del mundo para poder traducir en ese lenguaje, en ese modo de ser, su mensaje divino, que no se identifica con culturas ni con partidos políticos, ni con sistemas sociales, sino que es un mensaje que es luz para iluminar los sistemas sociales, los sistemas políticos, la vida de los hombres. Es luz en el mundo para darle a la realidad humana su verdadera elevación. Ella, enseñada por el Creador que el hombre es imagen y semejanza de Dios y enseñada por Cristo que todo lo que se hace a un hombre se le hace a él, es la que está más capacitada en humanidad, para acercarse al mundo y sentir como suyas las aspiraciones, los anhelos nobles de los hombres, y para sentir también, desde el corazón noble, el rechazo a la violencia y a todo lo malo del mundo y para ser consuelo y esperanza de la madre que sufre, de la esposa que se queda viuda, de todos los que sufren en todas las situaciones actuales. La Iglesia está en un diálogo continuo con el mundo. La Iglesia sufre con los pueblos que sufren. La Iglesia siente las torturas y las maneras con que se acribilla a los pueblos y a la gente. La Iglesia anhela el verdadero progreso de los pueblos, vive la realidad de los hombres. Sin competencias en política ni en sociología, porque no es su competencia, la Iglesia desde su ciencia humana, desde su revelación de Dios, quiere hacer presente la luz de Dios en el mundo; y ella está también, pues, en un diálogo íntimo con el mundo. Nada humano es extraño a ella. Queridos hermanos, hasta aquí nos ha traído nuestra reflexión de la Santísima Trinidad. La Santísima Trinidad no es otra cosa que el Dios en comunidad de personas, expresión de amor y de verdad, de luz y de felicidad, que ha querido asociarse en una familia a todos los hombres y lo realiza en este círculo de luz que es la Iglesia, para hacer un llamamiento a todos los católicos a intensificar la santidad, la unidad, la relación con Dios y, desde allí, iluminar al mundo con la luz de Dios. Aquí quiero hacer un llamamiento específico a los laicos. Con una alegría intensa este pastor les manifiesta su agradecimiento a Dios porque en los laicos va despertando una conciencia de vivir su papel de Iglesia en el mundo. Porque si los ministros del altar, nosotros los sacerdotes, servimos a la Iglesia, es con una vocación específica; como las religiosas también; pero ustedes que están en el mundo, padres y madres de familia, maestros de escuela, profesionales, obreros, jornaleros, empleados, señoras del mercado, el laicado en general, como transformarán al mundo ustedes llevando esa presencia de Dios que llevan en su corazón como antorcha que ilumine ese ámbito de sus actividades. Un llamamiento específico para que sientan, pues, que Iglesia no solamente es el obispo y sus sacerdotes y sus religiosas, Iglesia son todos los bautizados en una comunión con el obispo, estrechando cada vez más la unidad de fe, de verdad, de sacramentos, de gobierno, como lo acabamos de decir. Rechazar todo aquello que nos desuna. No den crédito a toda esa campaña de calumnia. Acérquense al sacerdote, al obispo, para esclarecer las dudas que pueda haber y vivamos, intensifiquemos más, desde nuestro puesto en el mundo, la comunión jerárquica con el obispo, para hacer presente la luz de dios, que se refleja en la Iglesia a todo ese mundo que los rodea. Entonces habremos dado de Dios la explicación, el testimonio, nuestro servicio personal y profesional que el Señor tiene derecho a pedirnos, porque él nos ha hecho, nos ha redimido, nos espera en su cielo y quiere que no lleguemos solos, sino que cada uno lleve una constelación de almas ganadas por haber sido luz de Dios en medio de los hombres.
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Queridos hermanos, estimados radioyentes: Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés. El nombre ya nos viene de la historia judía celebraba una plenitud de su Pascua, cincuenta días después de la propia Pascua. El número cincuenta en la Biblia representa plenitud. Hoy es el día, pues, en que la Pascua- la resurrección de Cristo- después de cincuenta días de alegrar la vida de la Iglesia, sin hacerla olvidar que su alegría procede de la cruz y del martirio, hoy nos quiere presentar ese Espíritu que Cristo infundió con su resurrección y su vida eterna a esta Iglesia; que por lo mismo puede ser muy perseguida, pero nunca podrán acabar contra ella: "Las puertas del infierno no prevalecerán"- dijo el eterno Resucitado- aquel que un día vencedor de la muerte y del pecado- nos acaba de contar San Lucas-, insufló. ¡Es un gesto precioso! La Biblia lo narra también, cuando al barro de la tierra Dios sopló el soplo de vida que hizo a la naturaleza eso que somos todos los que estamos aquí: inteligencia, libertad, capacidades inauditas que llevamos por el soplo de Dios. Esa creación se hace nueva, se redime del pecado con la redención de Cristo; y Cristo recién resucitado, como un nuevo creador, sopla sobre los hombres pecadores: "Recibid el Espíritu Santo". Cincuenta días después, ese leve soplo del resucitado se convierte en un huracán. Huracán que atrae a la humanidad para escuchar que es ese soplo que viene de Dios. Es la vida nueva, la vida de la redención. También la plenitud de la Pascua se manifiesta, muchos de ustedes asistieron a la Vigilia Pascual; aquel cirio encendido que iluminó la media noche del Sábado Santo y que se hizo luz en las velas de todos los asistentes ahora es lengua de fuego que cae del cielo para decir que esas antorchas de la Pascua, es todo un Dios que se encarna en los hombres, todo un Espíritu de Dios que nadie lo puede apagar. ¡Esta es la plenitud!. Por una feliz iniciativa de nuestros obispos antepasados, este día de plenitud de Pascua es el Día del Seminario. Es el día en que el nuevo cenáculo, el seminario, abrigando los nuevos apóstoles, junto con la oración con María, madre de Jesús, se preparan para esa plenitud de su ser; y salir, como los apóstoles, iluminados por el Espíritu de Dios, a predicar esa nueva vida, esa luz que Cristo ha traído con su redención. Es el día, pues, en que se inaugura la Iglesia. ¡Esto es importante, hermanos! Si para conocer una institución hay que ir a ver sus constituciones, sus reglamentos, la razón que le dió origen, hoy es una oportunidad de conocer ¿qué es la Iglesia? Para que tanto los sacerdotes y obispos que la predicamos, como los seminaristas que se preparan en sus seminarios, como las religiosas, los religiosos que ya trabajan siendo el rostro de la Iglesia en el mundo, y todos ustedes, queridos laicos, que son vida y misión de la Iglesia, sepamos conocer nuestra propia identidad. Y este ha sido mi afán desde que la Iglesia, con mi llegada a la sede arzobispal, ha tenido que soportar circunstancias tan difíciles, que en ningún momento he querido ser un confrontamiento de fuerza contra fuerza. ¡Eso es calumnia! Lo que he querido es definir qué es la Iglesia. Porque en la medida en que esta Iglesia se defina, se conozca, viva lo que es, será fuerte... La Iglesia no tiene enemigos, solamente lo son los que voluntariamente quieran declararse sus enemigos. Hoy es día magnífico para conocer los orígenes de nuestra Iglesia y saber que somos. No nos enfrentemos a nadie, hermanos, no somos una potencia política, ni sociológica, ni económica. En una de nuestras declaraciones de estos días dijimos: "Somos el pequeño David, tal vez frente al gigante Goliath, que confía en sus armas, en sus poderes, en su dinero. Nosotros confiamos en el nombre del Señor, nuestra pequeñez será grande y poderosa en la medida en que sea humilde, amorosa y se afiance en el nombre del Señor". ¡Y esto es Pentecostés!. Los orígenes de nuestra Iglesia nos cuentan de unos doce pescadores, gente rústica junto a una humilde virgencita de Nazareth, pero que recibe un bautismo de fuego y huracán. Y aquellos cobardes, encerrados en el cenáculo, se sienten Iglesia y salen al mundo a predicar. Y cuando les dicen: "Ya les dijimos que no anden contando cosas de ese falso resucitado". Ellos aseguran: "¡Lo hemos visto! ¡Somos testigos! ¡No podemos callar y tenemos que obedecer a Dios antes que a los hombres¡". Y aunque mueren mártires dejan en pos de sí una larga sucesión que llega hasta nuestros días: en los obispos, en los sacerdotes, en todo el pueblo cristiano que sigue siendo la misma Iglesia de hace veinte siglos, la Iglesia de Pentecostés. ¿Qué es la Iglesia? ¿Qué es Pentecostés? Es la misma cosa. Yo solamente, entre la mucha riqueza doctrinal que nos ofrece esta fiesta, solamente quiero sacar tres pensamientos, hermanos, como tres mensajes que yo les suplico guardarlos en su corazón y tratar de vivirlos:
1. IGLESIA, FENOMENO DE APERTURA HUMANA FRENTE A LA FUERZA DIVINA El primero es éste: La Iglesia es un fenómeno de la apertura humana frente a la fuerza divina. Y aquí estoy contestando a muchos hombres que creen que hoy la oración ya pasó de moda, muchos que ya no oran, muchos que creen encontrar la solución de los problemas de la tierra sin elevarse a Dios. La Iglesia- dice el Concilio- tiene como misión principal una misión religiosa: abrirse a Dios, unir los hombres con Dios. De allí derivarán todas sus grandes consecuencias humanas, como lo vamos a ver. Pero yo quiero que afiancemos esta idea, hermanos. Hoy hay mucho materialismo. En el mensaje último de los obispos denunciábamos dos espantosos materialismos: el materialismo ateo de los marxistas y también el materialismo egoísta del capital liberal. Los dos son materialismos; por eso ninguno se entiende con la Iglesia, porque la Iglesia es espiritualista, es elevación hacia Dios, es trascendencia, es decirle al hombre: "Tú tienes una gran capacidad, lo más hermoso de tu vocación humana es hablar con Dios, entablar diálogo con tu Creador". ¡Esto es bello, hermanos! Y Pentecostés lo pone de manifiesto: Un Dios que se abre campo entre los hombres para darles su vida, su verdad, su esencia. Acaba de decirlo San Pablo: "Nadie puede decir: Jesús es Señor, sino bajo la inspiración del Espíritu Santo". ¡Mediten esta frase! Con los labios lo podemos decir: "Jesús es Señor"; pero sentir, profundizar todo que eso quiere decir, sólo si Dios me permite el acceso a platicar con Él, sólo si siento la capacidad de orar. El hombre que no ora, no ha desarrollado toda su fuerza humana; el hombre que no ora, porque cree que Dios no existe, está mutilado; el hombre que no ora, porque está de rodillas ante su materialismo -llámese dinero, política, otra cosa- no ha comprendido la verdadera grandeza de su ser humano. Orar es comprender que este misterio que soy yo, hombre, tiene unos límites y que entonces comienzan las esencias infinitas de aquel con quien puedo dialogar. Si estuviera en mis manos hacer un amigo a mi gusto al cual yo le pudiera transmitir todo mi pensamiento, toda mi libertad, todo lo que yo soy para poder entablar con él un diálogo; de mis manos brotaría una criatura que al mismo tiempo la hago mi interlocutor. Pero esto es imposible, entre los hombres es imposible; pero para Dios, que ha hecho el cielo y la tierra, hay también la capacidad de crear un interlocutor, de hacer un ser al que lo ha constituido príncipe de la creación, para que interprete la belleza de los soles y de las estrellas, para que interprete la alegría de la vida, para que sienta la angustia de su pequeñez y hable con él que lo puede socorrer, con el autor de las cosas. Esto es orar, la capacidad del hombre para comprender que ha sido hecho por alguien poderoso, pero que lo ha elevado para ser su interlocutor, platicar con él. Esto es Pentecostés, esto es la Iglesia: llevar a los hombres este mensaje. Por eso la Iglesia predica ante todo su misión religiosa; enseña a orar. Se aflige cuando sus hijos no rezan: La oración, que tanto hemos estado inculcando. Esta es, hermanos, nuestra Iglesia, el alma de nuestra Iglesia. El Espíritu Santo no es otra cosa que aquel Dios que se pone en comunicación con nosotros y que nos invita a que usemos nuestra libertad, nuestra inteligencia, para abrirla al absoluto y entrar en diálogo con el que me ha creado, me ha hecho capaz de hacerme su hijo, me espera en su cielo, me consuela en la tierra, me lleva por caminos dignos de un hijo de Dios. SIGNOS DE TRASCENDENCIA De este sentido religioso, hermanos, deriva un deber grandioso en la Iglesia, terrible de ver; y es el que ella tiene que defender sus signos, signos de su trascendencia. ¿Cómo no le va a doler a la Iglesia que el signo más hermoso de la presencia de Dios en esta tierra, la eucaristía, haya sido pisoteada en Aguilares? ¿Cómo no le va a doler que hayan metido hacha y hayan roto su sagrario? Sea quien sea, porque también en Ciudad Arce hubo profanación del Santísimo por viles ladrones, pero también en Aguilares; no había necesidad de golpear así la reliquia santa de nuestra fe: ¡La eucaristía! Signo de nuestra presencia divina en el mundo son nuestros sacerdotes. ¿Cómo no le va a doler a la Iglesia que se desconfíe de ellos? ¿Qué se les quiera dividir entre malos y buenos? Si están en comunión con su obispo están predicando, están siendo el signo de un evangelio que se anuncia en el mundo como señal de lo divino. Y si no cumplen con su deber el obispo tiene que llamarles la atención. Y ustedes fieles, y ustedes autoridades, en vez de poner las manos sacrílegas directamente sobre ellos, tienen que dirigirse a sus responsables, a sus obispos, para decirles: el Padre tal está fallando en la fe. Pero nadie, fuera del magisterio de la jerarquía, tiene el derecho de decir si ese sacerdote predica el Evangelio o no predica el Evangelio. Signo de la presencia divina de Cristo: el Papa. Y por eso hermanos, ya desde ahora los convoco como pastor para celebrar el Día del Papa, el 30 de junio, con actos hermosos en todas las iglesias parroquiales, que sintamos que el Papa, en quien se personifica el sacerdocio, es el signo divino de ese hombre que son sus miserias humanas ha sido escogido por Dios para ser el instrumento de su gracia y de su verdad. Por eso el Día del Seminario en Pentecostés nos hace pensar a todo el pueblo de Dios que esos jóvenes, escogidos de familias nuestras, son privilegiados. Y que los debemos de querer, les debemos de ayudar, los debemos de amar, ahora sobre todo, cuando ellos no encuentran otro estímulo que el de un sacerdocio perseguido, calumniado, asesinado. Da gusto que estos muchachos sientan la alegría de su vocación, porque la comprenden: el sacerdocio no es de haraganes, de poltrones, de guerrilleros; sino que es de héroes que llevan un mensaje tan difícil que el mundo no lo puede comprender. Es necesario, entonces, que hagamos en la persona del Papa, el próximo día de su coronación, que fue el 30 de junio, homenajes especiales para honrar en él a todos los sacerdotes y obispos, para desagraviar en él, los sacrilegios que se han cometido por asesinatos, torturas, expulsiones de los ministros de Cristo, para amar al Papa, y en su persona amar al sacerdocio, comprenderlo, ayudarle; y como decía de la eucaristía, también en estos días tenemos una gran celebración: El Corpus o sea el homenaje a la hostia consagrada, ya desde este momento lo proclama como una fiesta de desagravio al Santísimo Sacramento vilmente profanado también en esta persecución. Hagamos del Corpus en nuestras parroquias un homenaje espléndido del signo sagrado de la Iglesia en el mundo. Hagamos de nuestro Corpus una expiación, como le enseñaba el ángel a los niños de Fátima: "Yo quiero reparar por los que te ofenden, yo quiero amar por los que no aman, quiero tener fe en tí por los que ya perdieron su fe, y que vuelva a ser el Santísimo Sacramento el alma visible de nuestra Iglesia, de nuestra fe". 2. SEGURIDAD DE LA VERDAD El segundo pensamiento, hermanos, que yo les traía de Pentecostés, es la seguridad de la verdad. Sería un orgullo decir que estoy seguro de la verdad, si no me lo hubiera dicho Cristo cuando les dijo a los apóstoles: "Os enviaré el Espíritu de la verdad que os enseñará todo". Este Espíritu de la verdad es lo que anima a la Iglesia a predicar, a escribir, a hablar por radio. Hablar el Espíritu de la verdad frente a la mentira, deshacer ambigüedades. ¿Pero por qué no va a hablar esta Iglesia inspirada por el Espíritu de la verdad, cuando ella misma es víctima de la calumnia y del mal entendido? Campos pagados donde la verdad se dice a medias. ¡Es peor que mentir! Las páginas negras de la Iglesia son la parte humana, y hay que verlas en el contexto histórico en que sucedieron. ¡No es tan criminal la Iglesia! La persecución a los jesuitas es historia y si supiéramos que su mismo fundador, San Ignacio de Loyola, pidió para su orden la señal de la persecución, no nos extrañaría. La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo lo dijo: "Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros". Y por eso, cuando un día le preguntaron al Papa León XIII, aquella inteligencia maravillosa de principios de nuestro siglo, cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia Católica verdadera, el Papa dijo: "Ya las cuatro conocidas: una, santa católica, apostólica; agreguemos otra -les dice el Papa-: perseguida". No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida. La Iglesia predica la verdad como Dios mandaba a los profetas: a anunciar su verdad frente a los embustes, a las injusticias, a los abusos de su tiempo. ¡Y cómo les costaba a los profetas! Hasta se querían huir de Dios, porque sabían que ir a decir la verdad era sentenciarse a muerte. Cuando el profeta Juan Bautista se presenta al palacio de Herodes para decirle: "No te es lícito vivir en adulterio", naturalmente que la adúltera, como una víbora, arranca del rey la decapitación del profeta. Y así también siempre que se predica la verdad, contra las injusticias, contra los abusos, contra los atropellos, la verdad tiene que doler. Ya les dije un día la comparación sencilla del campesino. Me dijo: "Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con sal, si la mano está sana no le sucede nada, pero si tiene una heridita... ¡Ay! Ahí duele". La Iglesia es la sal del mundo y naturalmente, que donde hay heridas tiene que arder esa sal. Por eso, la Iglesia tiene como nota esencial la persecución y hay momentos en que arrecia esa persecución. Nosotros no decimos que viene sólo del Gobierno, la persecución viene de otras fuentes también poderosas. La persecución viene de los pecadores, la persecución viene de todos aquellos que tienen algo contra el Decálogo. También les duele a los que fomentan el aborto que la Iglesia no esté con el aborto; también le duele a quien usa medios anticonceptivos artificiales que la Iglesia en su Encíclica Humanae Vitae diga que no es lícito mutilar las fuentes de la vida. Al que mata, asesina, naturalmente que le duele que le recuerden el quinto mandamiento: no matarás. Y al que roba y al que miente también aquellos mandamientos que reprueban esas acciones le estorban. La Iglesia es perseguida, tiene que ser perseguida, si es defensora de los derechos de Dios y de la dignidad humana. Esta misión profética de la Iglesia es difícil, pero es necesaria, porque el Concilio dice que el Espíritu de Dios le dejó la verdad para dar testimonio de la verdad. ¿Cómo vamos a ver con indiferencia, hermanos, las escenas dolorosas de Aguilares, de El Paisnal, de Guazapa? ¿Cómo no va a decir la Iglesia su palabra de dolor con el que sufre y de rechazo a la violencia contra todos estos atropellos? ¡Qué se juzguen las cosas, que se haga justicia! Pero por quien debe hacerla, porque por encima de los hombres, está un Dios que reclama el respeto a la vida y a la dignidad, y a la libertad del hombre y a su vivienda. Y la Iglesia tiene que proclamar, pues, la palabra del Señor. Pero al proclamar así, proféticamente, este rechazo de la maldad del pecado, la Iglesia no lo hace con odio. Fíjense bien, el Espíritu de la verdad que ilumina la Iglesia para decirle al pecador quien quiera que sea: "No seas pecador, no seas cruel, no atormentes, no tortures, no trates mal"; lo hace con amor; busca su bien, busca su conversión. En este día, nos cuenta la Biblia que a la predicación de Pedro tres mil hombres se convirtieron. Escucharon el Espíritu de Dios en la palabra de aquellos hombres. Y yo sé hermanos, que todos aquellos que están viviendo en estas vicisitudes de nuestra Iglesia, si de veras son hombres de buena voluntad, se convierten. Vieran cuanta gente se está convirtiendo ante la Iglesia firme en el cumplimiento de su misión. Muchos piensan que se está perdiendo la fe porque algunos se le van. Se van los que se tienen que ir, pero se quedan con la Iglesia los que comprenden que la Iglesia no puede hablar de otro modo y se convierte y se hacen con la Iglesia también profetas de su verdad y se incorporan a esta misión de la defensa de Dios en el mundo. Es un llamamiento pues, que la Iglesia hace desde el Espíritu de Pentecostés: a no dejarse engañar. Queridos lectores de los periódicos, ya son gente madura ustedes. No necesitan que les digan: "Esto es mentira, esto es verdad". ¡Disciernan ustedes mismos! Todos comprenden con que intención son escritas ciertas páginas, como se tergiversa el magisterio de la Iglesia en ciertas columnas. ¡No son niños los lectores de la prensa de nuestro país, son hombres que van madurando cada vez más! Y hasta en los humildes campesinos vemos como se discierne la mentira y la verdad, la ambigüedad y la exactitud. Un llamamiento para que se dejen de escribir sandeces, verdades a medias, mentiras, calumnias. Ojalá se ocupara ese dinero en esfuerzos de unidad, de comprensión. Les llamamos a todos ustedes lectores, a quienes no tienen dinero para contestar con campos pagados, como la Iglesia, que es pobre, que sepamos siquiera decir: "¡Esto es mentira¡" O si tenemos dudas, acerquémonos a alguien que nos pueda ilustrar, un experto de historia eclesiástica, de teología. La verdad de la Iglesia no es un tesoro oculto, como Cristo decía ante sus acusadores: "He predicado en público, preguntad a quienes me han oído". 3. GARANTIA DE UNIDAD Y por último, hermanos, y perdonen que me alargo, pero Pentecostés es una oportunidad bella para ver que en la Iglesia, que tiene que hacer, que somos, si de verdad somos Iglesia. En tercer lugar, Pentecostés, la Iglesia es garantía de unidad. ¡Qué bella la segunda lectura de hoy! San Pablo dice que el Espíritu da a su Iglesia diversidad de dones, de oficios, de carismas. Aquí en esta Catedral tan llena en esta mañana, y a través de la radio miles y miles de corazones católicos que estamos en reflexión, no hay dos que hayan recibido los mismos dones. Dios es tan variado en su creación que no hay dos hojas iguales en un árbol; mucho más en la creación del infinito en su Iglesia, ha dado dones maravillosos para que entre todos los dones, fíjense bien, organicemos el Reino de Dios. Es necesario un pluralismo sano; no queramos cortarlos a todos con la misma medida. No es uniformidad, que es distinto de unidad. Unidad quiere decir pluralidad, pero respeto de todos al pensamiento de los otros y entre todos crear una unidad que es mucho más rica que mi solo pensamiento. Esto es el Espíritu Santo; uniendo en una sola verdad, en un solo criterio divino a todos los hijos de la Iglesia. A unos los hace obispos, a otros sacerdotes, a otros religiosos, religiosas, catequistas, padres de familia, estudiantes, profesionales, jornaleros, etc. Y en todos -dice San Pablo el mismo Espíritu que hace converger a todos hacia la unidad. Esta es una de las horas más bellas de nuestra Iglesia, hermanos, precisamente por la unidad. Y ya que a la luz de Pentecostés estoy recordando hechos concretos de nuestra Iglesia, permítaseme terminar recordando hechos muy felices. No todo es amargura; esas pobres basuras de la persecución se quedan como basura cuando uno contempla la altura de los católicos que aman y tratan de construir la verdadera Iglesia. Por ejemplo, en esta semana se ha notado un despertar del laicado. El laicado son todos ustedes; los que no son sacerdotes, ni religiosas se llaman laicos y por su bautismo están incorporados al Cuerpo de Cristo y comparten con la Iglesia toda la responsabilidad de ser en el mundo verdad, unidad, luz, sal, salud de la gente. Hemos tenido el gusto de ver a los seglares reunirse y preparar un comunicado que se anda difundiendo en estos momentos, y en ese comunicado llegan a decir: "Comprendemos y admiramos que hemos dejado solos a los sacerdotes, los cuales heroicamente han tenido que defender responsabilidades que son de nosotros los seglares". Es una hermosa confesión, un llamamiento a todos los que viven en el mundo para que sepan que el sacerdote que no vive en el mundo en una familia como ustedes, les inspira con su doctrina, con su gracia, con su palabra, con su ministerio; pero ustedes en el mundo tienen que ser los que lleven a encarnarse en las estructuras, en la vida concreta del hogar, del empleo, del almacén, de la política, de la hacienda, la vida del Reino de Cristo. Ustedes católicos, sin ser sacerdotes, son sacerdotes de su propio hogar, tiene que santificar su propio oficio y este despertar del laico lo estamos notando ahora cuando faltan quince sacerdotes que se nos han quitado y que ya no pueden trabajar con nosotros. Queda el puesto a ustedes laicos para que asuman su papel de Iglesia en esta hora en que todas las fuerzas son necesarias en el Reino de Dios. Quiero recordar también con admiración, con gratitud y cariño de la reunión de ayer en María Auxiliadora. En torno de los seminaristas- y llenémonos de alegría, cantando los seminaristas que estudian en nuestro seminario para ser sacerdotes contábamos 400 muchachos. ¡Qué esperanza! Y que en vez de afligirse ante la situación del sacerdocio que ellos aspiran, se sienten más animados porque ven que el sacerdocio vale la pena a un joven de amplias ilusiones. Y en torno de los seminaristas se reunieron ayer los sacerdotes, las religiosas y los laicos, como pueblo de Dios ¿Qué nos toca hacer para que los sacerdotes no falten en nuestras comunidades? Es un llamamiento del día del Seminario para que en este día o en los días próximos, con su oración y con su ayuda económica, nos ayuden a sostener nuestros seminarios. Otro acontecimiento digno de mención de Pentecostés es la reunión de las religiosas que auscultando esta realidad de nuestro país quieren preguntarse en su conciencia: ¿Cuál es nuestro papel de almas consagradas? Cada congregación religiosa tiene su propio carisma recibido de su fundador, que lo tomó del evangelio. ¿Qué haría ese fundador ahora aquí en El Salvador? Eso tiene que hacer la religiosa, también ahora aquí en el Salvador interpretando su fundación en la hora presente para no apartarse del evangelio ni de su Espíritu pero ser actual, no apartarse sino desarrollar su vocación en sintonía perfecta con esta Iglesia que está en el mundo para ser sal de la tierra y luz del mundo. Y, finalmente, hay un hecho, hermanos, con el que quiero coronar esta ya larga homilía, pero es un ejemplo que me ha llenado de alegría, de consuelo y de ver que Dios nos bendice mucho todavía. Es el ejemplo maravilloso de nuestro querido predecesor Monseñor Luis Chávez y González, con sus 75, casi 76, años de edad, me dice que está disponible y que me sugiere irse para Suchitoto. "Me conmueve su gesto, Mons. Lo que usted quiera" "Entonces voy a hacer mi profesión de fe" "Pero, Monseñor, ¿quién va a dudar de su fe?" -"No -me dice- es de ley, hay que hacerlo". Y poniéndose de pie frente al crucifijo de mi escritorio reza con la humildad del más humilde cristiano: "Creo en Dios Padre, todopoderoso, creo en la Iglesia..." Y después del credo me dice: "Juro obediencia y fidelidad mi superior". ¿Quién era superior ahí, hermanos? Me sentía tan chiquito ante este ejemplo maravilloso. Allá está, a esta hora está inaugurando su ministerio parroquial con otros sacerdotes jóvenes que le van a ayudar. Pero no hay que perder este gesto de Pentecostés, ése es el sacerdote, ése es el hombre que mientras vive aunque ya con los achaques de la ancianidad o de la enfermedad, siempre es signo de lo divino en la tierra. Moría en San Miguel el Padre González, viejito, paralítico casi, tres o más años, cinco años creo, en un lecho sin poderse levantar; y ahí llegaban a confesarse, porque aquella mano dolorosa que se levanta para decir: "Yo te absuelvo de tus pecados "es el signo de Dios en la tierra. Mientras hay hálito de vida en un sacerdote, es presencia de Dios, el Espíritu Santo que se quiere valer de los hombres para ser signo de lo divino entre los hombres. No olvidemos, hermanos, frente a esta ola de difamación de la Iglesia: la Iglesia es más bella, se parece a esas rocas del mar que cuando más las embaten las olas, la embellecen con chorreras de perlas; con hermosuras de olas la pulen, la hacen más hermosa. Esto es la Iglesia en nuestra hora. ¡Vivámosla! Ahora que nos hemos asomado en el Espíritu de Pentecostés a ver los orígenes de nuestra Iglesia y hemos encontrado estas tres notas: apertura a lo absoluto, enseñar a orar; seguridad de la verdad, misión profética para denunciar la mentira y la ambigüedad, y proclamar la verdad del Señor; y tercero, garantía de unidad, la que unifica todos los idiomas en un solo amor; esto es la Iglesia; nos da la alegría, pues, de que al confrontarla con sus orígenes, es la misma Iglesia. Los que quieran vivir esta apertura espiritual hacia Dios, esta seguridad en la verdad de su magisterio, esta unidad en la variedad, sin odiarnos sino amarnos ¡Esto somos la Iglesia! Los que no quieran esto, se apartan, se excomulgan ellos solos; no son Iglesia, aunque se llamen católicos. Vivamos la belleza, hermanos, de esta hora en que nos define. Definámonos; somos Iglesia si vivimos estas tres características: apertura a lo infinito, confianza en Dios; seguridad en la verdad que predica la Iglesia, no dudas; y garantía de unidad, integrarnos cada vez más con la unidad jerárquica. Aunque no se diga católica esta acción, ésta es la verdadera católica acción. Vamos a proclamar nuestra fe, y desde nuestro Credo comprendemos que bella es la Iglesia MENSAJE DE LOS OBISPOS SALVADOREÑOS...por eso los obispos, en el "Mensaje al Pueblo Salvadoreño, ante la ola de violencia que enluta el país", comienzan dando este testimonio de unidad, de solidaridad: "Nosotros, los obispos de El Salvador, -comienza diciendo el mensaje profundamente preocupados por la situación actual del país y de la Iglesia, queremos manifestar ante la opinión de todo el pueblo salvadoreño lo que sigue: Nos unimos con el Señor Arzobispo de San Salvador, y con él condenamos la ola de violencia, de odio, de calumnia y de venganza que enluta el país. Compartimos el dolor que embarga su corazón de pastor, ante el cruel asesinato de dos sacerdotes de su presbiterio y de las víctimas inocentes que cayeron con ellos. Hacemos nuestro el sufrimiento de los papás, esposa e hijos del Ingeniero Mauricio Borgonovo Pohl; de los padres del joven Luis Alfredo Torres; de los que lloran la muerte cruel del Licenciado Roberto Poma y de los humildes empleados que compartieron su desgracia; y de tantos padres, madres, esposas e hijos que en esta hora de horror -que nos llena de vergüenza ante el mundo civilizado-lloran impotentes la muerte y desaparición de sus seres queridos. Y una vez más declaramos que ni la violencia, ni el odio, ni la calumnia serán jamás la solución de los problemas que nos agobian".
Yo quiero agradecer aquí en público, esta solidaridad de mis queridos hermanos, los obispos salvadoreños. A la luz de la palabra de Dios, San Pablo nos dice que Cristo subió al cielo dejando en la tierra una Iglesia, sobre los hombres de la jerarquía, con un mensaje de conversión y de perdón de los pecados: por tanto una Iglesia, autorizada para denunciar el pecado, para anunciar el perdón de los pecados. Y la conferencia, compuesta por hombres, porque aunque somos jerarcas de la Iglesia, somos humanos, comenzamos este mensaje el viernes de la semana anterior, y lo concluimos el martes de esta semana, comenzando con una revisión interna de nosotros mismos. Una conversión, porque también los obispos, el Papa, todos los cristianos vivimos esta tensión que Cristo dejó en el mundo: de conversión; y ay del pastor que no vive esta tensión, que se instala en una manera bonita de vivir. Nosotros tenemos que compartir con el pueblo la conversión y si gritamos contra el odio, contra la desunión, contra la calumnia, contra todas esas fuerzas infernales que dividen al mundo, tenemos que comenzar por nosotros mismos. Y tengo la satisfacción de decirles, hermanos, que los obispos hemos reflexionado espiritualmente nuestra necesidad de conversión, para evitar ante el mundo, el escándalo de la desunión y vivir juntos. Y me dá gusto que mis hermanos obispos me pongan juntamente con todos los que sufren, ricos y pobres, y al mismo tiempo se solidaricen con la voz de la Arquidiócesis, para rechazar la violencia, venga de donde venga. Esta misma semana, hemos denunciado las violencias en Aguilares; también hemos denunciado la violencia al Padre Víctor Guevara, llevado a la Guardia Nacional y tratado indignamente; el Padre Vides, capellán de la Guardia Nacional, enviado por el Arzobispo para recoger el Santísimo Sacramento de la Iglesia de Aguilares, y no se le dejó, ni al mismo Arzobispo se le permitió ir a cumplir este deber de traer el Santísimo para evitar su profanación. Por último se le dejó al Padre Vides y espero que anoche haya venido con el Santísimo. Y así, hermanos, por todos los que sufren la tortura, la vejación la Iglesia no puede callar, porque es la voz de Cristo que desde su ascensión, manifestando la dignidad humana en su cielo glorioso, nos dice cómo ama a la humanidad y cómo reprocha él que existan todavía en el mundo estas lagunas de conculcaciones de la dignidad del hombre. Y me da gusto pensar en esta hora de episcopado, lo decía la Voz de América, muchos de ustedes lo habrán oído esta mañana que tres obispos van a ser condecorados por la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, y que el Presidente Carter va a pronunciar el discurso de estilo en defensa de los Derechos Humanos para poner esa condecoración en el pecho de tres obispos que han sido defensores de estos derechos de la humanidad. Me da mucho gusto, pues, saber que nuestros obispos de El Salvador nos colocamos en esta línea. Luego viene el mensaje a darnos una orientación doctrinal que yo les suplico, hermanos, si no la tienen en Orientación, en estos días vamos a editar más ejemplares y suplico a las organizaciones católicas que multiplique este mensaje, porque sí en segunda parte hay una orientación muy útil, para que sepan distinguir entre el mensaje de la Iglesia y el comunismo, y cómo la Iglesia, así como rechaza el comunismo, rechaza también el capitalismo. Oigan esta hermosa declaración doctrinal: "La Iglesia cree en Dios Creador, en Jesucristo Redentor y en el Espíritu Santo Santificador. La Iglesia cree que el mundo está llamado a ser sometido a Jesucristo por una paulatina instauración del reino de Dios, cree la Iglesia en la comunión de los santos y en el amor que une a los hombres, cree la Iglesia en el hombre, llamado a ser hijo de Dios y cree en el reino de Dios como progresivo cambio del mundo de pecado en mundo de amor y de justicia, que comienza ya en este mundo y tiene su cumplimiento en la eternidad". Una bella profesión de fe. No lo olvidemos; y hoy, en vez de nuestro credo, vamos a pronunciar esta proclamación del episcopado salvadoreño de la fe de la Iglesia en Dios y en la eternidad; y desde la luz de esa fe, diríamos, desde Cristo, que sube a los cielos, desde un hombre que al mismo tiempo es Dios y se sienta a la derecha de Dios; desde allí juzgamos las realidades de la tierra. Y por eso la Iglesia no puede ser ni comunista, ni capitalista porque los dos son materialismos. MARXISMO Y CAPITALISMOOigan la aclaración: primero "La Iglesia"- por eso- condena el marxismo comunismo que por ideología y práctica revolucionaria niega a Dios y niega todo valor espiritual, calificándolos de alienante" el comunismo no admite esta reunión que estamos haciendo en la Iglesia, la llaman alienante, opio del pueblo, dormidera, para que los hombres no protesten; pero ya veremos cómo no es cierto "para fundamentarla toda sobre la materia", es eminentemente materialista el comunismo, mientras que la Iglesia es eminentemente espiritualista. El comunismo "explota las diferencias de clases en la sociedad para provocar la lucha y usa al hombre como puro medio para lograr un poder político conforme a su ideología". Esta es una síntesis de lo que es el comunismo. Pero con la misma intensidad condena la Iglesia el sistema liberal capitalista, que aunque confiesa a Dios, sin embargo, en la práctica lo niega poniendo su fe en el lucro, como meta esencial del progreso humana; asume al hombre como puro instrumento para acrecentar las riquezas dejándolo en la pobreza y fomentando de este modo las diferencias de clases en la sociedad; pisotea los derechos del hombre, su dignidad y hasta la vida misma para conservar el poder político, social y económico adquiridos. "¿Por que atacan hoy a la Iglesia los capitalistas? ¿Por qué ataca a la Iglesia el poder político? Precisamente por eso. Porque la Iglesia no puede compaginar con una idolatría del dinero, con una idolatría del Estado. Hoy nos ha dicho San Pablo en su carta: Sólo Cristo es el Señor y la misión de la Iglesia es predicar a los hombres, principalmente a los que están de hinojos, de rodillas ante los ídolos de la tierra, que no les es lícito estar idolatrando los bienes de la tierra, que sólo Cristo es el Señor y les dice a sus cristianos: felicidades, cristianos en su pobreza de espíritu, en su desprendimiento, en su esfuerzo por un mundo mejor, ustedes siguen al verdadero liberador, a Cristo el Señor, al que dá al hombre la verdadera dignidad. Ni el comunismo ni el capitalismo adoran a Cristo: adoran sus ídolos. La Iglesia adora a su Cristo, y en este día lo proclama como la meta hacia donde dirige los ideales de todos sus cristianos. Cristo subiendo a los cielos es el ideal de la verdadera promoción del hombre, que culmina en la identificación con el mismo Dios. LA IGLESIA Y LA LIBERACIONEl mensaje dice entonces: ¿cuál es la contribución de la Iglesia, en este cuerpo de liberación del mundo? no puede ser ni comunista, ni capitalista. Tomando palabras del Papa, que recogió precisamente de la consulta hecha en 1974 de todos los obispos del mundo, el Papa un año después publicó la famosa exhortación Evangelii Nuntiandii, donde dice: "Hemos oído la voz de nuestros hermanos obispos, y resaltaban los obispos del tercer mundo", es decir, de estas desgracias de desnutrición, de analfabetismo, de marginación, y el Papa dijo que la Iglesia no podía estar indiferente ante esas voces de millones de seres que necesitan la ayuda del mensaje de la redención. Y dijo entonces el Papa cómo son los colaboradores que la Iglesia prepara, para este trabajo de liberar al mundo: ni marxistas, ni capitalistas, sino cristianos. Dice así: "La contribución específica de la Iglesia y de los cristianos liberadores no debe confundirse con actitudes tácticas ni con el servicio a un sistema político" palabras del Papa: no se confunda con actitudes tácticas, ni con el servicio a un sistema político "La Iglesia contribuye aportando una motivación de amor fraterno", una inspiración de fe, una doctrina social"... a la que el cristiano... debe pensar su atención y ponerla como base de su prudencia y de su experiencia para traducirla completamente en categorías de acción, de participación y de compromiso". Hermanos, ni hay sacerdotes, ni debe haber seglares, metidos de lleno en esta lucha por liberarse de esa marginación, nuestro pueblo no debe pedir prestado al comunismo, ni debe confiar en el capitalismo. Los dos son materialismos. Debe de recibir de la Iglesia la inspiración de la fe, la motivación del amor y una doctrina social clarísima. Yo aprovecho este momento para decirles a todos ustedes, hermanos: cuanto más crezca en su corazón la fe en Cristo, cuanto más crezca en el corazón de ustedes el verdadero amor a Dios y a los hombres, y cuanto mejor estudien la doctrina social de la Iglesia, ustedes se constituyen en verdaderos instrumentos, del verdadero progreso, de la verdadera liberación de esta Iglesia. Y ya es hora de que sacerdotes y seglares acuerpen esta motivación de amor, que nuestra palabra no la inspiró nunca el resentimiento, el odio, la lucha de clases oígase bien, la Iglesia no puede predicar con resentimiento; es inspiración de fe y de amor la que la motiva a sentirse hermana de todos los hombres, especialmente de los que sufren pobrezas, torturas, marginaciones. Son mis hermanos. ¿Cómo no los voy a amar? Y en base de este amor y de esta fe, estudiar la verdadera doctrina social de la Iglesia. Ya no es tiempo de estar confundiendo, por ejemplo, los documentos de Medellín con el marxismo. Ahí está saliendo en un periódico de la ciudad una columna venenosa, en que se está tratando de interpretar Medellín con categorías marxistas; eso es pura calumnia. Medellín fue una reunión de obispos de América, autorizada por el Papa, en 1968, para traer a este continente la doctrina del Concilio Vaticano II. Y es maravillosa, ahí se pidió también, me acuerdo que Monseñor Pironio, un santo obispo, decía: "Ha sido un soplo del Espíritu sobre nuestro continente". Pero si no se le conoce, si se le quiere presentar con afán de calumniar a la Iglesia, así se explica, pues, que a Medellín se le llame subversivo. El Vaticano II, documentos escritos con la profundidad de una Teología para nuestros tiempos modernos, las encíclicas sociales de los Papas, ahí están soluciones muy superiores a todos los sistemas. La Iglesia no ofrece un solo sistema, pero ofrece una doctrina social, que los cristianos pueden organizar con esa conciencia, sin comprometer a la Iglesia como institución, pero inspirados con la Iglesia, con su doctrina. Después, el mensaje de los obispos condena esa falsa manera de tradición, en virtud de la cual se quiere presentar una Iglesia meramente espiritualista, una Iglesia de sacramentos, de rezos, pero sin compromisos sociales, sin compromisos con la historia. "Traicionaríamos nuestra misión de pastores, si quisiéramos reducir la evangelización a meras prácticas de piedad individualista, y a un sacramentalismo desencarnado. La evangelización no estaría completa", dice el Papa, si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Es tiempo, hermanos, de que nuestra fe, no la arrinconemos en la vida privada, y luego vivamos en público como si no tuviéramos fe. Este divorcio entre la fe y la vida práctica es uno de los grandes errores de nuestros tiempos, dijo el Concilio. Y tan grande error que, en nombre de este error, se llama a la Iglesia subversiva, porque precisamente quiere llevar al cristiano a comprometer su fe con su vida concreta. Estudien, queridos católicos, esta doctrina recta, sabia de la Iglesia y verán qué lejos está el sacerdote, el cristiano, que vive su compromiso cristiano con el mundo de ser un comunista de ser un marxista, un subversivo. El mensaje termina haciendo un llamamiento apremiante, una invitación, principalmente a los que tiene en sus manos los poderes políticos y económicos, "para que unidos a todas las fuerzas vivas del país, busquemos un camino que haga efectiva la justicia social como única salvación para evitar que el país caiga en la violencia y en los totalitarismos de cualquier tipo. El aferrarse más y más a sus intereses, olvidando el clamor de los desposeídos, es crearle el ambiente propicio a las violencias totalitarias". "La verdadera lucha contra el marxismo" -dijeron los obispos en Chile- "La verdadera lucha contra el marxismo consiste en eliminar las causas que lo engendran; en cambiar el medio de cultivo en que se desarrolla; en ofrecer una alternativa que lo sustituya. Muchas veces sin embargo, los mismos antimarxistas son, en definitiva, quienes crean el mal que pretenden combatir. También es ayudar al marxismo -por cierto, sin quererlo- el considerar marxista o sospechoso de marxismo a todo aquel que lucha por la dignidad del hombre, por la justicia y por la igualdad, al que pide participación, al que se opone a la prepotencia". Y este llamado termina confiándose en una solidaridad con los sacerdotes (se menciona concretamente aquí a la Compañía de Jesús, a los jesuitas), tan calumniados en este momento, que se comprenda su lenguaje; "y contra el Episcopado salvadoreño, campaña que, dirigida desde la sombra del anonimato, pretende ahogar y acallar la voz de la Iglesia y justificar los más incalificables atropellos contra los Derechos Humanos". Hermanos, aprovecho esta ocasión para decirles que entre los colaboradores de este progreso verdadero del mundo, la Iglesia prepara sus sacerdotes en el seminario y que el próximo domingo, cuando celebramos la venida del Espíritu Santo, se celebra en nuestra patria el Día del Seminario. Un día antes, o sea el sábado de esta semana, los seminaristas han organizado una convivencia; los que quieran pueden asistir en la Iglesia de María Auxiliadora... Queridos Hermanos:
Se siente como una llovizna suave, como la dulzura de algo que baja de Dios directamente, al escuchar estas lecturas en este momento del año litúrgico que coincide con nuestro año civil tan cargado de tempestad. EL AÑO LITÚRGICOEse ciclo espiritual que la Iglesia va desarrollando, desde la expectativa de un Redentor, pasando por la Navidad, por los preparativos de la obra de la redención, que florece en una pascua que es cruz y es alegría de vida y prolonga esa pascua: cruz y gloria, muerte y resurrección, tragedia y esperanza, son cincuenta días desde el Sábado Santo en la noche en que cantamos el triunfo de la vida sobre la muerte, las esperanzas de la Iglesia, hasta Pentecostés, que va a ser dentro de los quince días; cincuenta días, Pentecostés, plenitud del mensaje de la resurrección. El jueves de esta semana que viene, se celebra el jueves de la Ascensión; cuarenta días después de resucitado, Cristo se va al cielo. Por una razón práctica esta celebración es trasladada al domingo que viene para que los que no puedan asistir a misa entre semana, puedan recibir el hermoso mensaje del Cristo que se va temporalmente, pero que diez días después nos envía el Espíritu Santo, mejor dicho, nos lo manifiesta porque Cristo desde el momento en que resucitó, en que su vida física ya no está en esta tierra, nos dio su vida mística, su Espíritu, alentando sobre ellos; insuflando sobre ellos; insuflando como el Creador cuando dio al barro la vida inteligente, Cristo, el mismo día de la resurrección, insufla su Espíritu nuevo, su resurrección, su pascua, a esto que es la Iglesia: "Recibid el Espíritu Santo". Pero cincuenta días después se manifiesta esa presencia en forma de huracán y de lenguas de fuego, para manifestar que el Espíritu silencioso que va siempre con la Iglesia, es huracán, es fuego, es fuerza que impulsa la Iglesia, es el Espíritu al que Cristo se refiere como preparándonos para su despedida. Este es pues, el último domingo que está entre nosotros, ya entre vida celestial y vida de la tierra; nos promete que no nos dejará solos y nos dice esas hermosas palabras: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él. Os he hablado ahora que estoy todavía con vosotros, pero os enviaré el Espíritu consolador que el Padre os enviará en mi nombre". IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTOMiren en estas frases el origen de la Iglesia: El Padre, el Hijo y el Espíritu. Si Cristo no hubiera ido al cielo a ser glorificado como hombre y como Dios, el Padre no hubiera podido ratificar, con el envío de su Espíritu divino, esta obra de la redención, esta institución que es la Iglesia. Las tres divinas personas juegan en el origen de la Iglesia; es la Iglesia de la Trinidad, es la Iglesia de la tierra compuesta por nosotros hombres imperfectos, hombres frágiles, pero que hemos recibido el soplo de la redención, el Espíritu de la Santísima Trinidad. Vendremos, dice Cristo, y habitaremos en esta Iglesia y en el corazón de cada uno de los que creen en esta redención. ¡Es maravilloso! ¡Animo! Muchos en esta hora viven del pánico, del terror; ¿Irán a acabar con la Iglesia? ¿Irán a matar a todos los padres?... ¿Qué importa?. El Espíritu de Dios no nos dejará perecer. No podemos ser vencidos por las armas, por el terror, por la psicosis de los hombres. Que este Espíritu de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que aletea como el Génesis dice de la creación, da vida, fuerza a esta Iglesia por dondequiera que palpita. No temamos hermanos, este es el origen de la Iglesia, por eso Cristo le pudo decir a Pedro, y aquí viene el elemento humano: Tú eres piedra, eres hombre frágil, te constituyo Pedro, te llamarás Kefas (Roca) porque sobre esa piedra, yo, Dios, edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Es un canto de victoria que la Iglesia lleva en sí, hermanos, no para confrontar con poderes humanos. Entiéndase bien, cuando nosotros estamos tratando de definir la Iglesia y presentarla en toda su belleza a pesar de su debilidad, es la alegría de sentirnos obra de Dios y decirles a todos los hombres también, que ella es Dios en medio de nosotros. EL DIVINO MENSAJE DE LA IGLESIA¡Qué hermosa descripción hace San Juan en el Apocalipsis!, cuando dice que el ángel lo transportó en Espíritu a un monte altísimo y le enseñó la Ciudad Santa, la figura de la Iglesia, que bajaba del cielo enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. (Segunda lectura). La Iglesia es Cristo que vive entre nosotros, es Dios que nos quiere dar su amor, su paz. Es Dios que nos redime y que si baja a los hombres no es para ponerse en competencia con las organizaciones de los hombres. Es para darles el Espíritu de Dios a las cosas de los hombres; es para que el político que cree en Dios y pertenece a esta Iglesia, transforme esa política en instrumento de Dios; es para que el capitalista que cree de veras en la Iglesia, transforme, humanice, le dé sentido de caridad, de justicia, de amor a su capital; es para que el trabajador, el pobre, el marginado, el obrero, el jornalero, mire en esta Iglesia algo que transforma su pobreza en redención, que no lo deja llevar por caminos de resentimientos y de luchas de clases, ni le ofrece paraísos en esta tierra, sino que le quiere dar este soplo de Dios a su situación. ¡Qué hermosa será la hora en que todos los salvadoreños en vez de desconfiar unos de otros, en vez de mirar en la Iglesia una emisaria de la subversión, miren la mensajera de Dios, la ciudad de Dios que baja para dar santidad a los hombres, para liberarlos de resentimientos, de odios, para quitar de sus manos armas homicidas!. No tuviéramos que lamentar historias tan tristes como el saldo que nos deja esta semana: un canciller asesinado, un sacerdote acribillado a balazos en su propia casa, un niño que no tiene culpa también con los sesos echados afuera por la bala homicida; el odio, la campaña difamatoria, como que si la Iglesia tuviera la culpa de todo este desorden: ¿No son más culpables los que escriben esas páginas tendenciosas? ¿No están poniendo armas en las manos aquellos que por la colonia Escalón regaron el slogan: "Haz patria, mata un cura"?. Esto es provocar. ¡Y sin embargo, a esto no se le llama subversión! Se parece a los tiempos de Hitler, decía nuestra radio ayer, en que decía: "Haz patria, mata un judío". Hoy es el sacerdote el estorbo, es la causa de todos los males; pero aquí viene hermanos, el elemento humano que aparece en las lecturas de hoy en toda su belleza. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIAYo les suplico que reflexionen mucho en la primera lectura de hoy; es un conflicto dentro de la Iglesia, y nosotros que pertenecemos a la Iglesia examinémonos a la luz de esta palabra. Se trataba de una lucha entre los que podíamos llamar con términos de hoy: tradicionalistas y progresistas. Los tradicionalistas eran los judíos que se convertían al cristianismo y que querían que se siguieran guardando las leyes de Moisés, y que si no, no se podía salvar los gentiles. Y los progresistas, representados por Pablo y Bernabé, decían que "no es necesario la Ley de Moisés, basta ser bautizados en Cristo, que se arrepientan de sus pecados". Y llevan al conflicto de Antioquía a Jerusalén. Fíjense en este detalle: el magisterio de la Iglesia estaba en Jerusalén: allí estaba Pedro. Vamos a consultar a Pedro, y Pedro consulta a sus presbíteros y a sus ancianos, como si hoy también nos rodeáramos de sacerdotes, de laicos, para consultar la palabra de Dios. Fue el primer concilio de la Iglesia. Es hermoso recordar hoy, cuando no se quiere admitir el Concilio Vaticano II, ni la reunión de obispos en Medellín autorizada por el Papa; sin embargo, como en el primer concilio de Jerusalén, el Vaticano de hoy, Medellín de hoy, es la consulta del magisterio de la Iglesia. Y mandaron una carta. Fue el primer decreto conciliar, una carta, mandando de vuelta a Pablo y Bernabé con testigos de Jerusalén para ir a decir aquellos tradicionalistas que no es necesaria ya la ley de Moisés, pero que sin embargo para acceder por la paz y el amor, guarden las cosas substanciales; y ponen unas cuantas normas en las que estaban de acuerdo. Lo principal: -la paz y el amor-. No nos estemos peleando por nimiedades dentro de la Iglesia cuando tenemos que presentar un frente unido en el amor, en la paz. No dudemos, queridos católicos, no nos radicalicemos en conservatismos exagerados ni tampoco en avances exagerados; estemos con el magisterio de la Iglesia. No dudemos de los documentos del Vaticano II ni de Medellín; son documentos de Iglesia. Tampoco los interpretemos siguiendo nuestros caprichos, porque así querían interpretar también entonces la Biblia, llevándola cada uno a su lado. Para que vean que la Biblia sola no basta; es necesario cuidarla, presentarla por el magisterio vivo que Cristo dejó en la Iglesia, y por eso en uno de los recientes comunicados, el Arzobispado dice junto con todos sus sacerdotes: "Juramos de nuevo nuestra fidelidad a la palabra de Dios y al magisterio de la Iglesia". LA EXPERIENCIA DE NUESTRA ARQUIDIÓCESISMi viaje a Roma no tenía otro sentido (si algunos lo han interpretado mal) que este de Pablo a Jerusalén, para confrontar con Pedro, con el Papa, con el sucesor de él, si lo que enseño, si lo que hago está bien. Y vuelvo de Roma como Pablo volvía de Antioquía, con el testimonio de que vamos por un buen camino. No duden de mi palabra, queridos hermanos, no la desfiguren. Muchos andan diciendo que yo soy presionado y que estoy predicando cosas que yo no creo; hablo con convicción, sé que les estoy diciendo la palabra de Dios. He confrontado su palabra y con el magisterio y creo en mi conciencia que voy bien. Yo quiero invitar a todos a que dialoguen conmigo; se los estoy diciendo desde el principio, no oigo sólo un sector, oigo a todos, recibo lo bueno de todos, pero esta es la gran misión, el difícil papel del obispo: discernir, escoger, apartar lo malo y quedarse con lo bueno. Pero el Espíritu Santo que fue prometido por Cristo, como lo acaban de oír, asiste al magisterio de la Iglesia: "El Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre será quien os enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho". Yo creo que esta es la realidad de este momento: yo quiero confesarlo dándole gloria a Dios y agradeciéndole al Señor, que siento esta experiencia propia, esta palabra del evangelio de hoy: "El Espíritu Santo nos enseña y recuerda todo lo que os he dicho". Una de las cosas que más me alegran en estos días es recibir esas cartas que a montones me llegan de todos los sectores. Abundan aquellos testimonios que me dicen que rezan por mí, que le piden al Espíritu Santo que me ilumine; yo les agradezco, hermanos. Tal vez no les podré contestar a todos, pero yo rezo al Señor para darle gracias y pedirle que siga inspirada esa oración. Cuando en mi misa yo digo esta oración tan bella: "Señor, no te fijes en mis pecados sino en la fe de tu Iglesia", pienso en esas humildes plumas que han escrito esas cartas, en tantos católicos enfermos, viejecitas, cristianos anónimos que allá sin que nadie sepa están rezando; ésa es la fe de la Iglesia. La Iglesia reza, y el órgano que habla, que es el obispo; transpira toda esa santidad de la Iglesia. ¿Cómo se va equivocar Dios y los que servimos de sus instrumentos?. LA TENTACIÓN DE LA DESUNIÓNAyúdenme para que siempre pueda llevar esta palabra de Dios como yo la quiero llevar. Y por eso, hermanos, todos hacemos la Iglesia; y en unidad con este magisterio de la Iglesia, yo quiero decir ésto: En esta campaña de difamación, una táctica muy conocida es ésta: separar, dividirnos. Unos sacerdotes sí, otros no. El Arzobispo sí, el obispo auxiliar no, aquella comunidad, aquella parroquia sí, aquellas otras parroquias no... Si somos católicos, estamos todos unidos en el magisterio de la Iglesia, no en una presión de jesuitas, no en una presión de curas izquierdistas, ni en una presión también de derechistas extremas. No existen en la Iglesia ni derecha ni izquierda. Existe un sólo magisterio al cual tenemos que convertirnos todos. Los que quieran conservar tradiciones, como los judíos que querían conservar la circuncisión, tienen que convertirse a Pedro, que les dice: "No es necesaria ya la circuncisión". Los que quieren llevar ya demasiado adelante la obra de la Iglesia y que no quieren admitir a Cristo, también los corta el magisterio de la Iglesia. Los que quieren predicar una liberación sin moverse, los que se enojan porque les tocan sus intereses, los que ante una falta razón de "seguridad de estado" les molesta que la Iglesia reclame los derechos de los que sufren el abuso del poder, y los que por otro lado quieren subvertir la autoridad y quieren predicar una liberación sin Dios, y buscan el poder por la lucha de clases, por el odio, les estorba que la Iglesia les recuerde también que el comunismo no es solución, que la subversión no es camino, el odio que acaba matando hombres importantes, ministros de Dios, cometiendo sacrilegios tan horrorosos para jugar con la vida humana, eso no es solución; es crimen sencillamente. También éstos se molestan. Ni izquierda ni a derecha. En el corazón de Dios, bajo la palabra de Dios bajo la palabra de Dios, bajo el magisterio del Señor, eso es la Iglesia. Y yo quiero ratificar en público, hasta donde alcance mi pobre voz, que no están divididos en el magisterio de la Iglesia, el Arzobispo y el obispo auxiliar, que formamos los dos un sólo magisterio, quiero decir también que todos los sacerdotes que están trabajando están en comunión con el obispo. Y les repito aquí lo que dije en una reunión solemne: El que toca a un sacerdote en comunión con el obispo toca al obispo. Y por eso me duele tanto el que hayan hecho víctima del crimen a un querido sacerdote que trabajaba en plena comunión con el obispo. Es como si le arrancaran al obispo un brazo. NUEVO LLAMAMIENTO DE SOLIDARIDADY por eso, en esta semana también, no sólo ha habido saldos tristes, ha habido saldos muy fecundos. Tuvimos reunión de obispos y la vamos a continuar el martes, precisamente en apoyo de este magisterio de la Iglesia y esta unidad, en repudio de la violencia y la calumnia y para llamar a todos a la colaboración, aunque no sean católicos, como yo les decía en la homilía del Padre Navarro, a todas las fuerzas vivas. Si el Padre Navarro era aquella tarde el signo de una Iglesia perseguida y que ya no puede hablar, ¿qué hacen las otras organizaciones, las que critican a la Iglesia? ¿Esas organizaciones fantasmas que para sarcasmo se llaman católicas?. No demuestren su poder solamente criticando a la Iglesia; hagan algo para botar las armas de los criminales, de los que matan. No pongan las armas con más fuerza con esa campaña de calumnias. ¿Qué queda de noble en esas gentes? Yo creo, hermanos, en el poder noble de muchos corazones, de muchas organizaciones que sería imposible enumerar, son obra de nobles corazones para hacer el bien. IGLESIA Y GOBIERNOLes digo, no sean espectadores de esta Iglesia, como cuando un grupo de niños mira a dos que se pelean, a ver quien puede más: La Iglesia o el Gobierno. No estamos peleando. El Gobierno y la Iglesia quieren buscar, tienen que buscar, es su deber buscar la paz, el progreso verdadero, desde competencias distintas. Yo recuerdo que cuando terminaba el Concilio Vaticano II, se dirigió un mensaje a los gobernantes donde la Iglesia les dijo: "Dejad que Cristo ejerza esa acción purificante sobre la sociedad. No lo crucifiquéis, eso sería un sacrilegio porque es Hijo de Dios; sería también un suicidio, porque es Hijo del Hombre; y a nosotros sus humildes ministros, dejadnos extender por todas las partes, sin traba, la buena nueva del evangelio de la paz que hemos meditado en este Concilio. Vuestros pueblos serán sus primeros beneficiados, porque la Iglesia forma para vosotros ciudadanos leales, amigos de la paz social y del progreso. (Mensaje del Concilio a los gobernantes). COMPRENSIÓN PARA NUESTROS SACERDOTESEsa es la Iglesia, hermanos; así es que, por favor, ya debía de cesar esa campaña repugnante de difamación. Nadie la cree por suerte, pero algo queda. Si nuestros sacerdotes tienen defectos, y no todos hablan con la suavidad que algunos quisieran, queda la corrección fraterna, en vez de echar al público una campaña de difamación. Vayan a enterarse con él: "¿Qué es lo que quiso decir, Padre?. Eso que dijo no me gusta..." Y corríjanlo: pero sepan que mientras esté en comunión con el obispo, su doctrina es verdadera. Si hay algún error en algún detalle, cabe la corrección, o cabe la comprensión. El diálogo aclara muchos malos entendimientos. Cuantas veces me han venido a decir que el Padre tal predicó contra el gobierno, y hasta lo echaron al pobre. Y cuando uno examina el caso de cerca, resulta que fue pura calumnia. Pudo haber una frase imprudente. Si se hubiera captado, se le hubiera comprendido, se le hubiera corregido; pero crean, hermanos, la Iglesia quiere sembrar la paz, la concordia; y yo creo, tengo mucha fe en la oración, que vamos a entendernos, porque la violencia no puede durar. Tengamos todos buena voluntad. Yo apelo, con toda la potestad que me dá mi ministerio sagrado, depositario de la Palabra de Dios, del magisterio de la Iglesia, a todos los católicos religiosos, religiosas, laicos, comunidades, sacerdotes, que compactemos nuestra Iglesia bajo la luz de esta doctrina auténtica, y que tratemos de comprenderla como en Antioquía; cuando se sembró la discordia volvió la paz, porque se fue dócil al magisterio de Pedro y del primer concilio; y el Concilio Vaticano II está respondiendo, como aquel de Jerusalén, a las necesidades de su tiempo. Estudiemos. Es que hay muchos que critican el Vaticano II, Medellín, y no los han leído. Estúdienlos y verán qué riqueza de espiritualidad, qué mensajes de paz, como ese que el Concilio dijo a los gobernantes: "No tengan miedo de la Iglesia, compréndanle que está haciendo los mejores ciudadanos leales si saben vivir ese espíritu de fe. META Y MOTIVACIÓN DE LA IGLESIANo desconfíen, hermanos. Quiero terminar recordando la meta hacia donde camina esta Iglesia; asistida por el Espíritu Santo, ella lleva un mensaje muy original, muy renovador. La descripción del Apocalipsis es bellísima para decirnos que nosotros vamos peregrinando entre las tribulaciones de la tierra, pero que no les tenemos miedo a estas tribulaciones, porque con nosotros va el espíritu de Dios; y la meta es el Cordero, dice ahora San Juan. Una cosa muy hermosa, allá dice: "No había templo, porque Dios y el Cordero son los que la alumbran, el templo es el Señor Todopoderoso". Hermanos, he aquí un texto oportuno para nuestra hora de desacralización y secularización. Se desacratiza todo, y esto tiene su razón de ser; es que hemos vivido muy sacralizados. Le damos una importancia exagerada al templo material, a los medios técnicos y podemos olvidar que lo principal es Dios, es Cristo, el Cordero. Vaya, hablemos, y yo quiero agradecerles grandemente la gran acogida que han prestado a mi homilía del domingo pasado hablando de la radio y de la imprenta. Apenas salía de aquí para Suchitoto el domingo pasado en el solo trayecto de la sacristía a mi carro, se recogieron ¢100 colones. Espontáneamente me los iban dando, allá en Suchitoto, donde habían oído el mensaje, también espontáneamente casi ¢ 200 colones, y aquí, a lo largo de la semana ya vamos sumando ¢ 5,000 colones. El próximo domingo es el día de las comunicaciones de la Iglesia, la radio, el periódico. La radio ha recibido amenazas, se le han impuesto condiciones, y la comisión responsable va a responder para que las cosas queden claras. Pero si por desgracia, por incomprensión, nos callara también la radio y nos quitara también el periódico, no hacen falta, hermanos. Después de todo, lo que nos quiere decir hoy la Palabra de Dios es que, ni el templo es necesario, ni los instrumentos que le sirven a la Iglesia para proclamar su mensaje son necesarios, porque el Apocalipsis nos presenta la fase definitiva de este reino ya lo debemos vivir aquí abajo: Es nuestra fe en Dios, Dios que es el templo, la Palabra de Dios es la radio, Cristo es la imprenta, la comunidad cristiana que vive como antorcha en el mundo, está predicando más que la radio y más que el periódico. De nada servirán todos los instrumentos de comunicación social, si no contáramos con comunidades de amor, con cristianos que viven el verdadero Dios, el verdadero Cristo, y ésto es lo grande de este mundo. La Iglesia se presenta hoy, no apoyada en cosas de la tierra, sino apoyada en la comunidad de amor, en su esperanza, en su fe, en su Dios, en su cielo, y así se va construyendo. Y yo me alegro, hermanos, de ser obispo en esta hora, en que la Iglesia se va definiendo tan auténticamente, en que la Iglesia se va definiendo sin odios, sin rencores, perdonando a los mismos que la calumnian y la matan, pero siendo la Iglesia del amor, la que se apoya en su Dios y que por eso está tan superior a todos los oleajes miserables que los hombres le pueden levantar. Vivamos esta fe, hermanos, esta es la Iglesia que yo quisiera, una Iglesia de amor, de esperanza, que se apoya plenamente en nuestro Dios. EN ORACIÓN CON LA VIRGENEsta tarde, allá en las pintorescas alturas de Planes de Renderos, hay un espectáculo muy hermoso. Yo les invito, voy a tener el gusto de presidir aquel homenaje folklórico, filial, pero sobre todo piadoso, en honor de la Virgen santísima, "la Procesión de las Palmas". Así como el viernes hubo una jornada de oración en toda la diócesis poniendo por intercesora a la Virgen, esta tarde también haremos una oración muy especial poniendo a la Virgen por intercesora, verdadera Madre de la Iglesia, que acelere la hora de la comprensión y que ya no haya temores. "Mi paz os dejo", dice Cristo. Y así termino, hermanos, la paz de Cristo que no se puede confundir con la paz del mundo, porque es dinámica, es activa, porque es de fe, de esperanza. No calla, ama, vive, pero es una paz que camina hacia la paz donde Dios es todo para todos los hombres. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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