He tenido el honor y el gusto de acompañar la procesión del Santo Entierro. Ha sido una muchedumbre innumerable la que, saliendo de El Calvario, hizo el recorrido, pasando luego frente a la Catedral y luego encaminándose hacia El Calvario. He querido venir a visitar a sus propios estudios, a estos nobles trabajadores de YSAX, a quienes debemos esa fecundidad del mensaje de la Semana Santa que ustedes, estimados radioyentes, han estado sintonizando, y sin duda pidiéndolo muy adentro del corazón. Yo también he participado muchas veces en este mensaje de Semana Santa; y he recibido impresiones de todas partes, del fervor con que en nuestra Arquidiócesis y en toda la república, se está celebrando este solemne triduo pascual. Así se llama, porque es la Pascua de los cristianos, desde la Cena del Señor en que nos dejó el memorial de su pasión, de su muerte y de su resurrección, hasta el Sábado Santo por la noche, con la solemne Vigilia Pascual. De tal manera, que el Santo Entierro no es más que un episodio, muy solemne ciertamente, y nuestro pueblo le dá toda su importancia, pero no es toda la Semana Santa. El Santo Entierro en San Salvador es una procesión de lo más hermosa y termina en El Calvario. Allí, El Calvario, es durante todo el Sábado Santo, el santo sepulcro.
SABADO SANTOSería bueno que visitáramos ese lugar sagrado, El Calvario, así como en cada parroquia, en cada pueblo, en cada ermita, les invito, queridos Radioyentes católicos, a vivir el Sábado Santo como quiere la Iglesia que lo vivamos. No es un día de paseo, no es propiamente sábado de gloria. En la nueva liturgia, que ha recobrado todo el sentido de la verdadera celebración Pascual, el sábado es un día todavía de luto, es un día de silencio junto a la tumba del Señor. Es la expectativa de la esposa viuda, Iglesia; la Iglesia que espera la resurrección del Señor, la Iglesia que junto a la Virgen de la Soledad está esperando con serena tristeza, después de la muerte trágica de su esposo, la resurrección del Señor. María y la Iglesia somos todos nosotros junto al sepulcro del Señor, esperando la hora solemne de la Pascua. Después del Santo Entierro, esta es la situación, la actuación, la psicología, la fe, la esperanza de la Iglesia. Por eso les invito, pues, desde los propios estudios de YSAX, a compartir estos sentimientos de tristeza serena, de esperanza en la gloria del Señor después de su trágica muerte que fue para bien del mundo, que fue voluntaria, porque Él lo había dicho: "Yo entrego mi vida y la tomo". Esperando ese momento en que tomará de nuevo su vida, vivamos este Sábado Santo, en esa santa expectativa de la resurrección del Señor. CRISTO, TAMBIEN REDENTOR DEL ANTIGUO TESTAMENTOUn pensamiento muy propio después que Cristo muere en la cruz y es llevado al santo sepulcro, y junto al sepulcro nos quedamos consternados de todo lo que ha pasado, es el pensamiento que el credo expresa con estas palabras: "Descendió a los infiernos". Hay en esta frase toda una teología de lo que sucedió en estas horas, cuando el alma de Cristo se separa de su cuerpo mientras su cuerpo yerto es llevado al Sepulcro. ¿Qué fue de aquella alma bendita? ¿Si el alma de los hombres que mueren va a Dios, a dónde fue el alma de Cristo? Nuestro credo nos dice: "Descendió a los infiernos". Entendiéndose por infierno, aquellos lugares misteriosos donde esperaban los santos, la gente buena del Antiguo Testamento, desde Adán hasta los que murieron en tiempo de Cristo: Juan Bautista, San José. Allí había un pueblo que, para ellos, el Viernes Santo por la tarde y el Sábado Santo fue como un verdadero Domingo de Ramos. Se alegraron los espíritus, llegaba la redención, se abrían los cielos. Con Cristo, que resucitaría en la noche del Sábado Santo, iban a surgir también de este limbo, de este lugar de felicidad ciertamente; pero no todavía la gloria, todo lo bueno y santo que la humanidad había producido hasta los tiempos de Cristo. Todos los hombres encuentran su salvación en Cristo, hasta los que vivieron antes de El, y por eso El es redentor también del Antiguo Testamento. Cuando el credo asegura que Cristo "descendió a los infiernos", nos quiere decir que en estas horas de la separación de su alma y de su cuerpo, su alma va a unirse con las almas de todos los que esperaban. Imaginemos qué alegría la de Adán, la de Eva, la de los patriarcas, la de los profetas, la de los santos que esperaron al Señor. Si para nosotros es toda una alegría el sentirnos redimidos por Cristo, mucho más grande tuvo que ser aquella hora del encuentro de las almas con Cristo. Este pensamiento puede ocupar la mente de todos los católicos junto a la tumba del Señor en el Sábado Santo y acompañar en espíritu a Jesucristo, en ese encuentro que se debió clamar también como en Jerusalén el Domingo de Ramos: "Bendito el que viene en el nombre del Señor". Toda esa procesión de almas redimidas por Cristo, van a acompañarlo como una hermosa procesión hacia el sepulcro donde su cuerpo yace inerte. Y cuando el alma de Cristo vuelva a introducirse en aquel cadáver y va a operarse la resurrección, y Cristo completará su paso de la muerte a la vida, no va solo, va con su cortejo de redimidos que inician la gran procesión de los redimidos del Nuevo Testamento. Allí estamos ya nosotros en la esperanza de nuestra propia salvación. Y un día, todos los hombres, desde Adán hasta el último hombre de la historia, formaremos el cortejo de la redención de Cristo como lo vio el Apocalipsis en aquellas muchedumbres que no se podían contar y que cantaban: "Gloria y honor, poder y alabanza al Cordero que fue degollado y que murió para redimirnos". Esta alegría la viviremos, hermanos, si somos fieles a esa redención que Cristo nos trajo. LA VIGILIA PASCUALHe aquí, pues, los grandes pensamientos del Viernes Santo por la noche y del Sábado Santo, hasta que llegue la hora en que la bendición del fuego nuevo nos esté anunciando que ya llega la hora de la resurrección del Señor. Vamos a celebrarla en nuestra Catedral el Sábado Santo a las 8 y media de la noche. Será la solemne Vigilia Pascual, que se iniciará con la bendición del fuego nuevo. Esperamos organizar una bonita fogata de donde sacaremos el fuego para encender el cirio e iniciar la procesión de Cristo resucitado, simbolizado en el cirio, que encenderá las velas de todos los que vamos a participar. Por eso les invitamos a que cada uno lleve su propia vela para que participemos en esta luminaria de Cristo, que en la mitad de la noche ilumina como un día las esperanzas de todos los que en El creemos. Y seguirá las lecturas de episodios bíblicos que se referían a esta noche santa y a nuestro bautismo; porque vamos a renovar también nuestros compromisos bautismales, y celebraremos así, redimidos, bautizados, en gracia de Dios, en nuestra propia vida, la resurrección del Señor. Pasemos este Sábado Santo que ya se inicia, hasta la hora de la Vigilia Pascual, en esta preparación espiritual para participar íntimamente con la alegría de Cristo resucitado. Puede ayudarnos también este otro pensamiento: Durante la Cuaresma, los catecúmenos, o sea los que se estaban preparando para el bautismo, recibían su preparación próxima y era precisamente el Sábado Santo por la noche cuando iban a ser bautizados. El Concilio Vaticano II, recordando esta historia de los catecúmenos y del bautismo del Sábado Santo en la noche, de la Cuaresma que los preparaba, nos invita a que la Cuaresma nos prepare para renovar nuestro bautismo. Gracias a Dios ya somos bautizados; pero, ¿cuántos bautizados necesitarán un buen catecumenado que les hiciera pensar en la grandeza, en la responsabilidad, en lo que significa, ese acto del bautismo? Los que se iban a bautizar el Sábado Santo por la noche comprendían, mejor que muchos de los católicos de hoy, el inmenso honor que significa morir y resucitar con Cristo. Esto es el bautismo. Por eso los antiguos bautisterios eran como en forma de una tumba a donde bajaban, uno a uno, los que formaban la procesión de los catecúmenos, como para sepultarse; y allí el pontífice los bautizaba y los confirmaba, y salían como quien sale de un sepulcro, vestidos de blanco, representación preciosa de Cristo que sale resucitado de la tumba; y se iba formando aquella bella procesión de túnicas blancas con la vela del bautismo encendida en sus manos. Eran los neófitos, eran los bautizados que se encaminaban luego en procesión cantando las alegrías de la redención para celebrar la solemne Pascua, su primera comunión. Y vestidos de blanco pasaban toda la semana pascual afianzando sus compromisos bautismales mientras visitaban las tumbas de los mártires, de aquellos hombres y mujeres que supieron vivir hasta la muerte sus compromisos del bautismo. ¿Por qué no aprovechamos, queridos radioyentes, queridos católicos, el Sábado Santo para hacer una revisión sincera de cómo estamos viviendo nuestros compromisos del bautismo? ¿Cuáles son esos compromisos? Todavía se pronuncian frente a los niños que se bautizan, pero muchas veces sin darnos cuenta de lo serio que es decir: ¿Renuncias a Satanás, a sus pompas, a sus seducciones? Sí renuncio. ¿Crees en Dios Padre, en Cristo, en el Espíritu? Sí, creemos. Ese renunciar a lo que se opone a Dios y ese consagrarse por el credo a Dios, eso es el bautismo. Qué bueno fuera en la Vigilia Pascual del Sábado Santo en la noche, que todos lleváramos, en el arrepentimiento de no haber sido fieles a nuestro bautismo y en el propósito firme de vivir ese bautismo con más intensidad, la mejor participación a la fiesta de Cristo resucitado. No hay mejor felicitación para nuestro Divino Redentor que estampar muy hondo en nuestra alma su muerte y su resurrección. Eso es el bautismo, participar en la muerte de Cristo para morir a todo lo malo de la vida, para desterrar de nosotros todo egoísmo, toda injusticia, todo odio, toda violencia, todo lo malo, todo lo diabólico, toda la perversidad que lleva nuestra naturaleza; y por otra parte, resucitar a una vida nueva, vida de santidad, de sencillez, de humildad, de castidad, de todas esas virtudes que forman el cortejo de las almas santas. Todo bautizado tenía que ser un santo. Esta es la noche del sábado, la que nos invita nuevamente a un propósito de santidad para ser fieles, coherentes con nuestro bautismo. EXIGENCIA DE ESTA HORAHe aquí, pues, que mientras estamos junto a la tumba de Cristo, en espera de su resurrección, estamos revisando nuestra vida, nuestros compromisos con El. No queremos ser Judas, no queremos ser apóstoles cobardes; queremos ser fieles de aquí en adelante. La hora lo exige. No son momentos éstos para vivir un catolicismo dormido, no son momentos éstos para acomodar un cristianismo a nuestro modo de pensar, a nuestro capricho. Es necesaria la hora en que Cristo dijo: "El que no está conmigo, contra mí está. El que no recoge conmigo, desparrama". Es la hora de la integridad, es la hora de la entrega. Junto a Cristo, que muere y está sepultado, este recuerdo, esta vivencia, tiene que florecer en nosotros en el propósito de un catolicismo íntegro que sea fiel hasta sus últimas consecuencias. Esta es otra reflexión muy fecunda junto a la tumba del Señor, mientras esperamos la hora de su resurrección. Hemos querido transmitirles este mensaje que puede llenar el pensamiento de estas horas solemnes en que muchos cristianos no saben que hacer y piensan que el Sábado Santo ya fue el fin de la Semana Santa. Es una expectativa y vamos a vivirla hasta la hora en que la Iglesia nos dice que sí, ya es la hora de la gloria, de la alegría, la hora solemne en que vamos a asistir a la resurrección de nuestro Señor. Queremos participarles que esta solemne Vigilia Pascual tendrá lugar a las 8 y media en al Catedral, pero que los que no puedan venir a la Catedral averigüen, en sus parroquias -las horas son según los párrocos crean más conveniente, en algunas hasta la media noche, pero nunca se pueden celebrar antes de la puesta del sol- vean en sus parroquias a que hora es la Vigilia Pascual y participen. Y si este mensaje está llegando también hasta los que pasean, los que no han vivido la Semana Santa litúrgica, les invitamos a que siquiera se acerquen a este acto, el más solemne de la Semana Santa. A quienes sólo asistieron a la Procesión del Silencio o del Santo Entierro y se fueron luego a sus paseos, les decimos que vuelvan siquiera un momentito a la solemne Vigilia Pascual, que en la Catedral va a ser a las 8 y media de la noche, invitándoles a que todos traigan una vela para que a la hora de la bendición del fuego nuevo participen, también, con este gesto que expresa que esa luz de Cristo se ha hecho muy nuestra, como esa vela que es muy nuestra para llevarla después a nuestra casa. Ella será la que iluminará la hora de nuestra aflicción, tal vez de nuestra agonía, de nuestra muerte, como aquella que nos entregaron en el bautismo con las palabras de que la lleváramos encendida como signo de fe hasta el encuentro con el Señor. LA ESPERANZA DE CRISTOSería bonito ver que al terminar la Vigilia Pascual, por todas las calles de San Salvador y de los pueblos y de los cantones, esas luces en las manos de los fieles, iluminan una esperanza en los caminos de la patria: la esperanza de Cristo, la única esperanza que nos puede salvar. Entonces, queridos radioyentes, el sábado en la noche, a las 8 y media, nos veremos en la Catedral y quiero tener el gusto allí de decirles a todos a esa hora: Feliz Pascua. Acostumbrémonos a este saludo también, cristianicemos lo más bello que sea esta noche, una noche mucho más alegre que la de Navidad porque Cristo nace no para morir, sino para que la muerte no lo domine más. La resurrección de Cristo, la noche pascual, la más grande de la historia, es la que vamos a vivir, la que está ya frente a nosotros, el Sábado Santo. Mientras llega esa hora, queridos radioyentes, ustedes y yo, elevemos muchas plegarias. Bendito sea Dios, ha sido una Semana Santa muy fervorosa; de muchas partes me han llegado informes muy consoladores, asistencia que se duplica, comuniones interminables, los confesores no han dado abasto a tanta petición de penitencia. Cómo de veras ha florecido el catolicismo en nuestras parroquias, cómo lo estamos pidiendo una hora pascual. Por mi parte quiero avisarles también que estoy preparando para la próxima semana, una carta pastoral que llevará ese título: La Iglesia de la Pascua. Es nuestra Iglesia que florece en la resurrección de Cristo; así como ha sufrido en su cruz, en su cuaresma, una cuaresma y una cruz de la cual deriva la serena alegría, la fecunda alegría de una Iglesia que ofrece la esperanza verdadera a los hombres. Oremos mucho; la oración será nuestra fuerza. Dios está con nosotros, Dios nos prueba y sabe que la prueba es fecunda, que el dolor de la cruz florece en pascuas de resurrección. Queridos radioyentes, desde los estudios de YSAX, esta voz de la Iglesia, ha hablado para ustedes, su humilde servidor y amigo, el Arzobispo de San Salvador.
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Queridos Hermanos:
"Hoy se cumple esta palabra" fue la homilía de Cristo después de leer al profeta Isaías, anunciando una efusión del Espíritu Santo sobre el pueblo. Y yo tengo el inmenso honor de decir también en esta mañana de Jueves Santo: hoy se cumple esta palabra. Y qué hermosamente se está cumpliendo. Aquí en el presbiterio de la Catedral, rodeado de una buena representación de los presbíteros que trabajan en la Arquidiócesis; con mi hermano, el señor obispo auxiliar, Monseñor Rivera; y llenando la nave, el pueblo que ha recibido una efusión del Espíritu: Nos preparamos para celebrar el triduo pascual. Es como nos invitó la catequesis introductoria de esta ceremonia, como una síntesis que la Iglesia nos está ofreciendo esta mañana, de todo el contenido pascual que se va a desarrollar en estos tres días: La muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo. No tiene sentido todo esto si no comenzamos por recordar que todo ésto es obra del Espíritu Santo y esta misa es un homenaje al Espíritu que unge a Cristo, a los presbíteros que presidimos la Semana Santa y al pueblo que celebra su redención. Si no es porque una fuerza de Dios inundaba a Cristo, el mundo no hubiera sido salvo. Y si no es porque ese Espíritu de Cristo se transfunde en la Pascua a unos ministros que han de llevar su redención al mundo, y ese mundo lo recibirá a través de los sacramentos, no tendría tampoco un sentido la muerte redentora y la resurrección del Señor. O sea, que esta misa crismal, como la llama la liturgia por el Crisma, por la unción del Espíritu Santo, es un resumen bellísimo de toda la Pascua. Hoy comienza la Pascua de 1977 en nuestra historia y comienza en esta forma solemne, suspendiendo todas las misas de la Arquidiócesis, para concentrar toda la atención en torno del sacerdote escogido por Dios, no por sus méritos, sino quizás por su pequeñez, por sus limitaciones, para ser el signo de la fe, de la unidad en la diócesis, y sentir que a través de él con quien comparten responsabilidad todos los presbíteros, el Espíritu de Dios sigue siendo la redención pascual en el pueblo que cree en Jesucristo. 1. CRISTO, OBRA DEL ESPIRITUTres grandes obras del Espíritu Santo evoca esta ceremonia de hoy y las escucharán, en bella síntesis, en el prefacio que dentro de un momento se cantará. La primera obra del Espíritu Santo es el mismo Cristo, o sea, que la segunda persona de la Santísima Trinidad se haya hecho hombre, se haya unido a un cuerpo y a un alma humana en las entrañas virginales de María, sin perder su virginidad. Es obra del Espíritu Santo, no tanto por el milagro virginal de esa concepción, sino ante todo porque ese ambiente virginal era el que correspondía al gran misterio de un Verbo de Dios que unge por obra del Espíritu Santo la naturaleza humana de aquel hombre que nace de María, al mismo tiempo Dios. Hombre y Dios, obra del Espíritu Santo. Por eso el ángel le dice a María: "Lo que nacerá de tí, será obra del Espíritu de Dios, y él salvará al mundo de sus pecados, porque viene ungido con la potencia de Dios". Y aquel niño que nace de María, ungido por el Espíritu Santo, es hombre y Dios, que cuando llegó a la plenitud de su edad, queda colgado en un madero para sacrificar así sus carnes ungidas de Espíritu de Dios para redención del mundo; y lo hizo pontífice de la Nueva Alianza. Este Cristo muerto en la cruz y resucitado, llevando en su gloria las cicatrices de la pasión, es un hombre ungido por Dios, pero con una unción única. No habrá más sacerdocio que el suyo. El único sacerdocio es el de Cristo Redentor, es la alianza que El restablece entre Dios y los hombres. Ya no se dá otro nombre en la tierra por el cual los hombres pueden ser salvos, fuera del nombre de Jesús. Esta es la obra maestra del Espíritu Santo, haber ungido esa humanidad de hombre con una potencia de Dios para que fuera el pontífice de la alianza eterna, para ser la causa de nuestra redención. Pero ese pontífice eterno y único no se queda aislado de la historia. 2. EL PUEBLO UNGIDO POR EL ESPIRITULa segunda obra del Espíritu Santo que estamos conmemorando hoy en esta misa crismal es que ese sacerdocio único de Cristo, al mismo tiempo que es rey y que es profeta, transmite a todo el pueblo redimido, la capacidad de ser también un pueblo de sacerdotes, de reyes, de profetas. Y así comenzaba la misa de hoy con ese canto del Apocalipsis puesto en labios de todos nosotros: Nos hiciste pueblo de sacerdotes, pueblo de reyes, pueblo de profetas, porque la unción del Espíritu que ungió a Cristo se hace nuestra unción. El día de nuestro bautismo, queridos hermanos, cuando el agua y el Espíritu, nos lavaron el pecado original, el sacerdote para simbolizar la grandeza positiva de aquel momento, nos unge la cabeza con el sagrado crisma, que aquí se va a consagrar con él a todos los niños y bautizados de la diócesis, porque por esa unción manifestamos que el bautismo incorpora al hijo de la carne en la Iglesia, que es pueblo de Dios, pueblo sacerdotal, pueblo de profetas y de reyes. Es hora bendita ésta, para recordar nuestra pila bautismal. Es un momento en que no sólo nosotros los presbíteros vamos a renovar nuestros compromisos, de haber sido ungidos. Yo quisiera, hermanos, invitarlos en el Crisma de hoy, a recordar el crisma que cada uno lleva ungida a su alma en aquella pila bautismal del pueblito o del cantón; allá nacimos, allá el sacerdote llegó con el agua del bautismo y el santo crisma llevado de la catedral, consagrado aquel año para ungirnos miembros de este pueblo, profeta, sacerdote y rey. Y llevamos entonces, como pueblo de Dios, esa triple responsabilidad, ese triple honor, que hoy gracias a Dios va comprendiendo cada vez más el laicado; o sea, ustedes que no son religiosos ni sacerdotes del altar pero que son sacerdotes en el mundo, son profetas en el mundo, son reyes que deben de trabajar para que el imperio de Cristo reine en la sociedad, en las estructuras, en el mundo. Y tienen que anunciar como los profetas, como pueblo profético ungido por el Espíritu que ungió a Cristo las maravillas de Dios en el mundo, animar lo bueno que en el mundo se hace y también denunciar enérgicamente lo malo que en el mundo se hace. Para eso son los profetas, para anunciar y animar la bondad y para denunciar y condenar la maldad. Y ésto lo va comprendiendo cada vez más este pueblo que lleva la unción poderosa del Espíritu Santo para que no sólo miren al obispo y a los sacerdotes a ver que hacen, sino que ellos mismos se sientan responsables de esta Iglesia profética, regia y sacerdotal. Y yo me alegro, hermanos, al hacer esta reflexión con ustedes, recordando nuestro común bautismo, que ya son muchas las comunidades en nuestra diócesis donde se va despertando este sentido del bautismo, donde se va viviendo esa responsabilidad de ser miembros de la Iglesia, de pueblo de Dios ungido con la potencia pascual de nuestro Señor Jesucristo. Sigamos trabajando y tomando conciencia, y no seamos simplemente espectadores de la actividad de la Iglesia, sino que nos sintamos Iglesia, porque lo somos, porque el Espíritu de Dios nos ha ungido y nos ha hecho capaces para llevar como Cristo, una misión sacerdotal que consagre el mundo a Dios, una misión profética que anuncie a Dios al mundo, una misión de reyes que haga dominar a Cristo sobre todo cuanto existe en la tierra. 3. EL PRESBITERIO, OBRA DEL ESPIRITUY finalmente, y principalmente, esta es la celebración de esta mañana, la tercera obra del Espíritu Santo es que, de ese pueblo profético, regio y sacerdotal, ha escogido a unos cuantos miembros para darles una misión especial, y aquí estamos. Me siento alegre y feliz, hermanos, de haber llegado a la Arquidiócesis en un momento en que el presbiterio, los sacerdotes, se han compactado tan íntimamente con el obispo. Y en este Jueves Santo podemos presentar, como el fruto de ese trabajo y de esa unión del Espíritu Santo, a este sacerdocio unido con el obispo. ¿Qué fue nuestra unción sacerdotal, queridos hermanos sacerdotes? Y en esta mañana es bello recordar aquel altar tan distinto para cada uno de nosotros, cuando un obispo nos impuso la mano para darnos la potestad de celebrar la santa misa por los vivos y los difuntos y, soplando como Dios el insuflo del Espíritu Santo, nos dijo: "Recibid también la potestad para perdonar los pecados en el nombre de Dios". Y entonces quedó constituida nuestra capacidad, nuestra potestad sagrada por ese carácter indeleble que los sacerdotes presbíteros llevamos. Lo llevamos, dice el prefacio de la misa de esta misa crismal, para congregar al pueblo en una unidad de amor y celebrar ante ellos el sacrificio perenne de la redención humana y alimentar al pueblo con la palabra de Dios y robustecerlo con los sacramentos. Qué síntesis más hermosa de lo que es nuestra misión en el mundo: congregar al pueblo. MINISTERIO DE UNIONEl sacerdocio está hecho para unir, no para dividir, y siente la alegría cuando la Iglesia reboza, porque a su palabra han acudido para crear esa comunidad de fe, de esperanza y de amor. Y las comunidades, cuanto más íntimas van creciendo en el amor y en la fe, llenan más de satisfacción el corazón del sacerdote, que es un ministerio de unión, de unidad en el mundo. Y por eso sentí la inmensa alegría cuando le dije al Padre Santo, apenas hace nueve días, que le presentaba un sacerdocio unido con su obispo y que trabaja por la unidad del pueblo de Dios. Qué don más precioso debió considerar el Santo Padre, como lo considero yo, el don precioso de la unidad del presbiterio, para que así cada sacerdote que trabaje en la unidad de su propia parroquia no hace su Iglesia individual, a su gusto, según los caprichos del mundo o de sus criterios personales, sino que lo hace en unión con el obispo, en disciplina santa con el que es pontífice responsable de toda la diócesis; así como el obispo no hace una diócesis a su gusto, sino en comunión con el Papa, para formar la gran comunidad: la Iglesia universal. Este ministerio de unidad es el que celebramos hoy al congregar aquí, en esta concelebración, a los sacerdotes de todas las parroquias, por lo menos los que han podido y querido venir; y también representándolos a los que no han venido, los que están aquí. MINISTERIO DE LA PALABRAQueridos hermanos, también el sacerdote en esta reunión de amor, de esperanza, de fe, reparte al pueblo la Palabra de Dios. Tiene que ser la Palabra de Dios. La palabra que salva no es la palabra del hombre, sino la Palabra de Dios; y por eso tiene que tener el cuidado de mantenerse en sintonía perfecta con lo que Dios quiere, con lo que Dios pide. Y esta hora, que los obispos dijimos hace pocos días, es una hora de conversión. Nos toca a nosotros sacerdotes convertirnos a la verdadera Palabra de Dios, para que ni por exceso ni por defecto se convierta en palabra de hombre. Tiene que ser una conversión a lo que Dios quiere, a lo que Dios dice. Esa Palabra de Dios tiene una misión religiosa, dijo el Concilio, pero por eso también una misión humana y, por ser religiosa, busca hacia Dios; pero, por ser humana, busca también de resolver y ayudar a los hombres en sus grandes problemáticas de la tierra. O, como dijo el Papa, es una evangelización que tiene una relación íntima con la promoción, con la liberación. Y es aquí donde toca la conversión de los sacerdotes a una verdadera búsqueda de lo que Dios quiere en esta predicación: Que sea verdadera evangelización de Dios y que sea también la auténtica promoción que Dios quiere en el mundo, porque separarlas sería olvidar el gran precepto del amor: amar al prójimo y preocuparse de sus necesidades, de sus situaciones concretas, ayudarle como el buen samaritano al pobre herido que estaba por el camino. Hermanos, esta palabra es la que ahora ilumina la unidad de los sacerdotes. Es una palabra divina pero humana, porque viene de Dios, tiene también sus raíces humanas y tiene sus aplicaciones en las cosas concretas de la tierra. Desencarnarse y no pensar en las cosas de la tierra no sería Palabra de Dios. Encarnarla demasiado y olvidarse que es de Dios tampoco sería Palabra de Dios. Esta alimentación de la palabra divina cunde y culmina cuando se encuentra, dice Pablo VI, en el gran signo del encuentro con Dios que es la Iglesia y en los signos sacramentales; o sea que el sacerdote está hecho para repartir unos sacramentos que son frutos de una conciencia convertida a Dios y un lugar de encuentro con el Señor. SIGNO DE LA PRESENCIA DE CRISTOY después de alimentarnos con la Eucaristía, renovando el sacrificio de la redención, y con los demás sacramentos que van a ser simbolizados en las ánforas de los santos aceites que vamos a bendecir y consagrar hoy, el sacerdote está sirviendo a Dios y sabe que su vida en ninguna otra cosa la puede emplear mejor que en ser el signo de la presencia del amor redentor de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, es día grande para nosotros los sacerdotes, es nuestra mañana sacerdotal; así como en la tarde será la inauguración de la Eucaristía por Cristo, pero confiada a este grupo de sacerdotes. Hoy celebramos la idea grandiosa de Cristo de encontrar un grupo de hombres que no sólo anuncien con la palabra su redención, sino que la realicen por la santa misa que celebran, por los sacramentos que administran, por la gracia que van llevando a los corazones. Queridos hermanos, ante esta triple obra del Espíritu Santo, ya sabemos lo que significa nuestra misa crismal, y ya sabemos lo que significa la obra de Cristo muerto en la cruz; y su resurrección es la venida del Espíritu, porque la venida del Espíritu Santo no fue en Pentecostés, fue en la Pascua, fue cuando Cristo insufló sobre los apóstoles a la misma noche de la resurrección: "Recibid el Espíritu Santo". Si cincuenta días después celebramos Pentecostés, es como una manifestación pública de esta Iglesia que ya existe silenciosa, ungida por el Espíritu Santo. Celebremos, pues, en la misa crismal, en el símbolo del crisma y del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, la unción del Espíritu Santo que ha bajado de la vida de Dios para darnos un pontífice eterno, Cristo Jesús, y junto a Cristo unos pontífices temporales que servimos al pueblo para conducirlo a Dios y para celebrar, queridos hermanos, como pueblo consagrado por el bautismo, una misa de acción de gracias al Señor, al Espíritu Santo, que ha querido ungirnos como pueblo sacerdotal, como pueblo de profetas y como pueblo de reyes. Así sea. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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