Además de la lectura de la Biblia, que es la palabra de Dios, un cristiano fiel a esa palabra tiene que leer también los signos de los tiempos, los acontecimientos, para iluminarlos con esa palabra. Yo voy a señalarles unos cuantos signos y luego he suplicado a Monseñor Rivera, que él nos dé la interpretación bíblica, la homilía propiamente. Y en primer lugar, quiero que analicemos y veamos a la luz de la fe este espectáculo de dos obispos celebrando la eucaristía. Somos los sucesores de los apóstoles, que a través de los tiempos vamos llevando al pueblo, a la historia, la revelación de Dios. Los obispos somos los encargados, los maestros autorizados para cuidar el depósito de la fe y transmitirlo y, al mismo tiempo, hacer vida presente la redención de Jesucristo.
Por eso, al ser designado nuestro querido hermano, Monseñor Rivera Damas, obispo residencial de Santiago de María, miremos con fe a este sucesor de los apóstoles, que va a dirigir esa porción de la Iglesia. Y ya que aquí en la Arquidiócesis ha dado diecisiete años de servicio episcopal, es justo que expresemos para él, no sólo los sentimientos humanos de gratitud, aprecio, admiración, solidaridad; sino que con visión de fe, sea toda la comunidad, como cuando Pablo, cuando uno de los apóstoles, partía de una comunidad a otra comunidad, llevaba el corazón de toda aquella Iglesia que seguía regando y seguir acompañándolo; así siento que iremos, pues, con Monseñor Rivera, que es toda la Arquidiócesis, que ya se expresó en una manifestación muy bella de cariño, el miércoles de está semana, en un homenaje de todos los sacerdotes en Domus Mariae, y que ahora esta misa de la Arquidiócesis quiere ser para él también un homenaje cariñoso de solidaridad, para decirle que no va solo, que con él van todos sus hermanos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, a trabajar en ese trabajo duro y difícil, incomprendido, de proclamar una palabra para el mundo que no quisiera oírla. Y como signo de esa comunión, pues, celebramos hoy juntos esta eucaristía. Otro signo de nuestro tiempo, esta semana, que alguien llamó, ha sido una semana trágica; y la Catedral donde nos encontramos, ha sido escenario de sangre. Aquí vino a morir baleado José Roberto Valdez. Aquí lo tuvimos en velación, y aquí también, hermanos, yo quise celebrar personalmente la misa de cuerpo presente antes de su entierro. Desde entonces anuncie lo que ya está sucediendo, la crítica contra el que quiso solidarizarse con el dolor; y dijeron que he hecho un acto poco político. No me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento; y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren, expresar la condolencia a la familia doliente, como la expresé también a la familia de la vendedora que fue también muerta en ese hecho de sangre, como también lo estoy enviando hoy a los familiares de los policías muertos. Para la Iglesia no hay categorías distintas. Sólo hay el sufrimiento, y tiene que expresarse en el dolor donde quiera que se encuentre. Como estuve junto a la muerte del Canciller Borgonovo, como he estado junto al dolor de los campesinos, pienso que es la voz de la Iglesia, una palabra de condolencia en el dolor. También quise que fuera una palabra de repudio al crimen, repudio a la violencia. ¿Cuándo vamos a terminar esta ola de sangre y de tormento para nuestra patria? También quise que fuera mi palabra, en ese funeral, una palabra de apoyo a los reclamos justos de nuestro pueblo. Los reclamos justos, les decía yo. ¿Qué pecado hay en que un pobre cortador de café, o de caña, o de algodón, con hambre pida ocho cucharadas de sopa, un huevo, una comida que apenas le reponga las energías que gasta para ayudar a levantar esas cosechas que hacen feliz al país y debe ser una obra de Dios, para felicidad de todos? Me dio mucho gusto, al terminar la homilía, una señora que se acerca para decirme: "Yo soy una pequeña cafetalera, y le vengo a decir que yo siempre lo he estado escuchando y estoy de acuerdo en estos reclamos, que todos tenemos que participar en la felicidad del país". Le di las gracias, y le dije: "Su palabra me estimula, me da la esperanza de que hay eco en el corazón de los salvadoreños". Así como también me dolió un telegrama de un sembrador de caña, que dice: "El Arzobispo no sabe lo que se gasta. Por eso está reclamando para los trabajadores". Yo he aclarado que no es como técnico que estoy hablando, que yo no sé cuánto se gasta, ni cuánto se debe de pagar. Pero sí sé que Dios da el fruto de la tierra para todos. y como pastor, en nombre de Dios que crea las cosas, digo a los que tienen y a los que trabajan y a los gobernantes: que sean justos, que escuchen el clamor del pueblo, que con sangre y con violencia no se van a arreglar las situaciones económicas, sociales y políticas, que tiene que profundizarse, para que no haya más semanas trágicas ni más dolores. Es necesario que se oiga a tiempo. Ya es demasiado tiempo que está esperando el pueblo. Y yo creo que es justo que se estudie a fondo, con técnicos, no malbaratando los fondos del Estado, ni dando otros destinos a los productos de nuestra tierra, sino dándolos para lo que Dios los ha creado, para el bienestar de toda la comunidad, con la justicia, el respeto a la propiedad privada y todo lo que la Iglesia defiende también. Pero que sea siempre con aquello que San Pablo dice: de salvar de la opresión del pecado a la creación, que está gimiendo, esperando la liberación de los hijos de Dios. También, en ese contexto, quiero agradecer y felicitar la carta de una profesora, que llega con un cheque de 1,407 colones. Dice: "Esto supone tres meses de mi jubilación. Yo los quiero dar con gusto, para ayuda de aquellos necesitados que dicen que tienen deudas por las circunstancias actuales". Y en la curia diocesana tenemos un fondo de beneficencia que se ve engrosando con estas limosnas y dádivas, que son más bien ayuda de hermano a hermano; y cuándo bien está haciendo este dinero. Que Dios bendiga a esta maestra con sentimientos cristianos. Y, finalmente, yo dije frente al cadáver de José Roberto: "La Iglesia no puede callar aquí: una palabra de esperanza, una palabra del más allá. La lucha reivindicadora de los derechos en la tierra no debe olvidar que hay un Dios que juzga y que hay una muerte que nos coloca más allá de la historia; que existe un cielo y existe un infierno; que existe una justicia de Dios, lo que se llama la visión escatológica de la Iglesia". Yo quisiera sembrar en estas horas de tragedia, de sangre, de dolor, esta visión de esperanza, de más allá, no como opio del pueblo, como dice el comunismo, criticando a la Iglesia, sino cómo estímulo para que en esta tierra seamos más justos, saber que hay un juez que nos va a pedir cuenta a unos y a otros; y de esta esperanza quisiera llenar el corazón de los que han sido víctimas de la violencia en estos días. Y ésta es mi tercera visión de la realidad; una víctima de la violencia se solidariza con esta semana de tragedia; se acerca entre lágrimas don Luis Chiurato. Toda su familia llora, como ustedes saben, una desaparición misteriosa de su esposa y de su madre. "Casi estoy seguro -me dice- que ya está muerta; le dejo esta limosna para que ofrezca una misa por ella y por los que murieron en esta semana, y por tantos que han muerto, víctimas de esta tragedia interminable". Cómo le agradezco, don Luis, y cómo siento con su familia, usted lo sabe, la angustia de una desaparición en forma tan misteriosa. Junto a usted hay muchas familias que lloran desaparecidos, sin aparecer. Por todos ellos, los que no se sabe si están muertos o están vivos, y por aquellos que se sabe ciertamente que han sido muertos por la violencia, elevamos nuestras plegarias. La oración de la Arquidiócesis en esta mañana es así, una oración votiva al Señor, para que traiga consuelo, esperanza, a tantas familias angustiadas y de también consuelo eterno a tantos que ya traspusieron los umbrales de la vida. Y finalmente, hermanos, tenía otras noticias de la vida de nuestra Iglesia: como los veinticinco años de sacerdocio de varios hermanos nuestros; también mi felicitación a la ceremonia de confirmación en la comunidad de Lourdes, donde se ha preparado a la juventud para recibir un sacramento tan importante, como es la confirmación; y agradecer las múltiples felicitaciones que han llegado con motivo del nombramiento de Monseñor Urioste para suceder a Monseñor Rivera en la Vicaría General. Esta semana, frente a dos días de esperanza: el martes, 1º, y el miércoles, 2 Día de Todos los Santos y Día de los Difuntos, el cristiano mira esta tierra con esa perspectiva del más allá; la muerte que no termina en unas tumbas que vamos a ir a enflorar. Las enfloramos porque son dormitorios, esperando una resurrección y un Día de Todos los Santos, en que contamos tantos santos sin haber sido elevados al honor de los altares: familiares, amigos nuestros, compañeros nuestros. Unámonos a este ejército de bienaventurados, y a toda esa penumbra de la muerte, para que pensemos que la vida peregrina del cristianismo no termina, que hay un Dios con los brazos abiertos que nos está esperando para darle el verdadero sentido a esta vida que, mientras la vivimos, no la comprendemos en toda su grandeza. Después de escuchar estos signos de los tiempos nuestro querido hermano, Monseñor Rivera, va a interpretarlos a la luz del evangelio.
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Hoy celebramos, queridos hermanos y estimados radioyentes, el Día Mundial de las Misiones. Vamos a sentirnos todos, pues, miembros vivos de un pueblo que ha recibido de Dios el encargo de llevar su luz a todos los hombres de la tierra. Pero, este pueblo de Dios se concreta en cada comunidad y vive en la historia concreta, su ambiente, y desde allí tiene que ser misionero. Por eso, aunque sea un poco prolijo, hago siempre un poco de la historia nuestra, del ambiente en que este pueblo de Dios que se llama la Arquidiócesis de San Salvador se mueve con sus preocupaciones, con sus problemas concretos.
Todos, por ejemplo, saben que mañana es el Día del Hospital. El arcángel San Rafael, que se celebra el 24 de octubre su nombre significa "medicina de Dios" ha dado origen a esta hermosa tradición en El Salvador, de celebrar en su día el Día del Hospital. Va pues, todo nuestro cariño, nuestra comprensión, para los queridos enfermos de todos los hospitales y también para los médicos, enfermeros y demás colaboradores, que deben de tener como centro de su vida el dolor humano en esos seres concretos de quienes Cristo dice: "Todo lo que hagan con ellos, conmigo lo hacen". También tenemos que lamentar, que las huelgas, las manifestaciones en reclamos de derechos, no terminan. Son índice de un malestar profundo que la Iglesia viene denunciando y que los encargados del bien común tienen que apresurarse a buscar las causas en mutuo diálogo con los interesados. La Iglesia también ofrece generosamente sus luces, de una doctrina que arranca del evangelio y sin la cual tendremos siempre estos brotes de descontento. El mal es muy profundo en El Salvador; y si no se toma de lleno su curación, siempre estaremos, como hemos dicho, cambiando de nombres, pero siempre el mismo mal. En este sentido, también me han sentido, también me han pedido informar que la ocupación de tierras en Asacualpa no se puede arreglar, porque ha habido varios diálogos, desde julio, agosto, septiembre y todavía hoy en octubre; y a pesar de las promesas esperanzadoras con que terminan todos los diálogos, siempre hay una retracción, hay un… un consejo que impide llegar a un arreglo pacífico. No quisiéramos que en Asacualpa se vaya a repetir la triste historia de Aguilares. Por eso, toca también a las autoridades, a los competentes en la materia, resolver con justicia estas situaciones. Sé positivamente que los ocupan las tierras no son usurpadores. No quieren robarlas. Están respetando la propiedad privada. Solamente quieren un entendimiento para poder tener dónde sembrar y dar comida y alimento a sus familias. Yo no soy perito en la materia, lo he repetido, ni la Iglesia tiene como competencia decir qué es lo que se debe hacer. Pero sí, desde la luz del evangelio reclama a los competentes, a los que tienen la autoridad para urgir en los diálogos, que sean justos y que resuelvan con justicia estos problemas que son tumores de malestar en nuestra patria. Varias madres y esposas y familiares, se han acercado al Arzobispado preguntando si es cierto que viene una comisión investigadora de derechos humanos, y que cómo pueden hablar directamente con ellos. También aquí, pues, esperamos que si es cierto que viene una investigación, sea justa y que entre en diálogo directo con las personas interesadas. Hay tantos hogares que tienen tanto que decir. Quiero denunciar, también, una encuesta tendenciosa de la Universidad; en nuestro semanario Orientación pueden ver un botón de muestra de cómo hay una filosofía -entre comillas- que no es tal amor a la ciencia, como es su etimología, sino una tendencia perversa a desacreditar la Iglesia, una encuesta que está orientando hacia un mayor odio y difamación contra nuestra Iglesia. Yo llamo tiempo la atención para que no se dejen guiar de esos pseudocientíficos, ciegos que conducen a otros ciegos. También, los días finales de septiembre (había olvidado informarles, porque no había recibido yo la información autorizada) se llevó a cabo una reunión de parte de la Iglesia, para analizar la Ley de FOCCO. Cuarenta y cuatro organizaciones de inspiración cristiana trabajan, ya sea en el campo católico o en el campo protestante, para promover a nuestro pueblo, principalmente al campesinado, y ven en la Ley de FOCCO un peligro de monopolio, una supresión de inspiración, para dar una sola ideología política a estas organizaciones a las que la Iglesia, como cualquier entidad e individuo, tiene derecho a organizarse (el derecho de organización, pues, es uno de los derechos humanos) sobre todo cuando ha recibido de Cristo el encargo de llevar su promoción evangélica a los sectores de nuestro pueblo. No quisiéramos lamentar, pues, una intromisión en los derechos de la santa Iglesia. Ya bastantes hemos lamentado. Por su parte, nuestra Iglesia, ésta que lleva el mensaje misionero a todas partes del mundo, trata de vivir y de organizarse mejor cada vez en nuestra Arquidiócesis. Ante la despedida de Monseñor Rivera (el 5 de noviembre irá a tomar posesión de Santiago de María, a las 10 de la mañana) ha habido que nombrar un vicario general, el que, junto con el obispo llevan el timón de la diócesis en sus aspectos más responsables. Ha sido nombrado por ahora Monseñor Ricardo Urioste, a quien los sacerdotes ya han reconocido, en todos aquellos problemas de jurisdicción de toda la diócesis. Haciendo un recorrido por nuestras vicarías, nos alegramos con la vicaría de la Asunción (se llama así todo aquel sector poniente de la capital) los párrocos, siguiendo consignas de la pastoral de la Arquidiócesis, han reunido, están reuniendo las fuerzas vivas de toda la vicaría, que en ese sector son admirables; muchos colegios, muchas instituciones que están trabajando sin conexión, con una pastoral conjunta. Gracias a Dios han sabido responder todos esos sectores; y esperamos que esas parroquias, donde la Iglesia tiene que llevar su mensaje auténtico de evangelio, encontrará muchos agentes de pastoral, en los sacerdotes, en los religiosos, religiosas y fieles, que tiene que ver que no son párrocos ni instituciones de un sector social, sino de la Iglesia y que tienen que estar en coordinación de ideología con el pastor y con toda la línea pastoral de la Arquidiócesis. Yo me alegro mucho y los felicito. Ojalá que estos encuentros vayan dando, pues, esa unidad de criterios en nuestra diócesis y no presentemos el espectáculo de dos Iglesias, porque no hay más que una Iglesia, la del evangelio de Cristo. Por la vicaría de Cuscatlán tuvimos la dicha de escuchar la voz de Monseñor Chávez, como ustedes saben, arzobispo durante 38 años, que con un gesto de servicio y de humildad está llevando la parroquia de Suchitoto. Los párrocos de aquella vicaría se reunieron con él y compartieron ratos muy fervorosos que se escucharon también por la radio. Quiero aprovechar esta oportunidad para presentar un nuevo testimonio de admiración y cariño a este querido antecesor. También en Cuscatlán, se prepara en Cojutepeque una convención de Cristo Rey el próximo domingo a las 3 de la tarde. Por la vicaría de Chalatenango, también tenemos noticias muy interesantes de como va progresando, bajo la dirección de una vicaría episcopal, la pastoral de aquel departamento tan interesante. Unas de las cosas más bonitas de la vicaría en esta semana, ha sido su festival del maíz. Ayer y hoy se celebra al maíz. Y se ha promovido allá una industria muy interesante de productos del maíz, de tusas, de olotes, etc. Hemos visto ejemplares muy bellos, y vale la pena conocer y acuerpar esta industria, precisamente en San Antonio Los Ranchos de la vicaría de Chalatenango. En mis visitas con motivo de la instalación de nuevos párrocos o de otros motivos pastorales, he tenido la felicidad de compartir momentos muy fraternales con las comunidades de Ayutuxtepeque, de Candelaria, de la Colonia Dolores, de la Colonia Luz; también con una comunidad muy interesante de señoras del mercado que en estos momentos están llevando a cabo un curso de promoción. Yo me alegro mucho que este sector de las señoras del mercado hayan encontrado apóstoles específicos para darles el verdadero valor divino de ese trabajo arduo, expuesto a tantas cosas, pero que es de tanto valor para nuestra sociedad: el mercado. Quiero felicitar también, y alegrarme mucho con el seminario. Esta semana los seminaristas de la Arquidiócesis, de la Arquidiócesis que estudian Filosofía y Teología, unidos con su obispo, evaluaron su formación espiritual, intelectual, pastoral. Fue una tarde muy llena de esperanzas y les digo, queridos hermanos, como pueblo de Dios, que vale la pena impulsar la formación de estos jóvenes que serán los sucesores de los actuales sacerdotes que con tanto trabajo llevan en esta hora difícil la pastoral de nuestra Arquidiócesis. El seminario es una esperanza; porque, también, quiero anunciarles con alegría, que la campaña vocacional que va llevando el Padre Segura es todo un éxito, y él mismo me lo ha dicho, no es mérito humano, aquí está una bendición de Dios a la hora actual de nuestra Arquidiócesis. Ya tenemos apuntados nueve bachilleres, además de muchos que van a estudiar el bachillerato en el seminario menor. Se han tenido que rechazar o posponer la aceptación de muchos jóvenes que, ante esta situación de la Iglesia, han dado una vez más el testimonio de aquella frase inmortal de Tertuliano, la sangre de los mártires es semilla de vocaciones, semilla de cristianismo, semilla de un florecimiento en la Iglesia. Los perseguidores de la Iglesia no saben el gran bien que le han hecho, regándola y haciendo florecer enormemente este despertar de nuestra Iglesia que se va a manifestar, especialmente, en vocaciones muy prometedoras. Quiero agradecer también a los seglares que están trabajando para ayudar a la jerarquía a una organización más actual, más funcional del gobierno eclesiástico. UN EVANGELIO CONCRETOHermanos, perdonen la prolongación de este noticiero, pero es que la Iglesia, al anunciar su palabra, no puede prescindir de este ambiente concreto. Si no, corremos el peligro de anunciar un evangelio etéreo, sin proyecciones a la historia y a la tierra. Y ahora, sí comprendemos en este ambiente difícil de la Arquidiócesis, lo que quiere decir el Domingo Mundial de las Misiones. En las tres lecturas de hoy a encontrar los tres pensamientos que van a perfilar, ante nuestra mente, una vez más esa figura que ya la he presentado varias veces, la Iglesia misionera. LAS MISIONESEn primer lugar, ¿qué son las misiones?. En el documento del Concilio Vaticano sobre las misiones, lo acaba de recordar el Papa en su mensaje al Domingo Mundial que estamos celebrando, se nos explica que las misiones propiamente son esa empresa por ir a evangelizar y a plantar la Iglesia de Cristo en aquellas comunidades y pueblos donde todavía no ha llegado esta Iglesia a implantarse. Les repito, éste es el concepto de misiones, llevar la palabra del evangelio y organizar la Iglesia en aquellos países o comunidades que todavía no tienen una Iglesia organizada. Por eso, la Iglesia, en su gran trabajo de evangelización se divide en dos porciones: La Iglesia ya organizada; por ejemplo, El Salvador ya tiene sus cinco diócesis, es una evangelización que ya ha logrado una organización. La institución Iglesia ya se ve, se vive. Son cinco diócesis. No hay territorios misionales en El Salvador. En cambio, aquellos territorios donde todavía no se han organizado diócesis, allí se llaman territorios de misiones. En Centro América, por ejemplo, tenemos, en Nicaragua y en Costa Rica, dos territorios que todavía no tiene diócesis; y en países lejanos, inmensos territorios donde los misioneros dependientes directamente de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Así se llama ese ministerio del Papa que le ayuda en esta tarea de llevar el evangelio a todo el mundo; se llama la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Un cardenal como perfecto y un conjunto de personal, misioneros, tanto en la Santa Sede como en los territorios de misiones, trabajan para organizar la Iglesia en esos países. Y hacia allá se dirige nuestro pensamiento en esta mañana, a esos territorios de misiones, donde hombres, mujeres, sacerdotes, religiosos, laicos están tratando de llevar la noticia del evangelio y de organizar con una jerarquía propia, obispos propios, sacerdotes propios, una Iglesia, una institución que continúe anunciando el evangelio, como continúa en el Salvador, a través de sus obispos ya organizados y sus parroquias, este mensaje de Cristo. Esto son las misiones. Pero no es un invento de nuestro tiempo; la palabra de Dios hoy nos ilumina en sus tres lecturas; Isaías, siete siglos antes de Cristo, esa visión universalista del Reino de Dios; San Pablo a los romanos, diciéndonos que de nada sirve organizar la Iglesia en institución si no hay conversión de corazón en los que se llaman cristianos; y el evangelio de Cristo, San Mateo, que se acaba de leer, diciéndonos que existe un instrumento por él mismo que se llama la Iglesia para llevar a cabo tanto ese panorama universal del Reino de Dios, como la conversión íntima de cada corazón. Y estos son los tres aspectos de este domingo misionero que yo descubro a través de las lecturas de hoy. 1. VISION UNIVERSALISTA DEL REINO DE DIOSIsaías, en primer lugar, nos presenta el bello panorama que hemos escuchado: las tinieblas cubren la tierra, la confusión reina en el mundo cuando Dios no ha brillado. Y así mira desde Jerusalén, no una luz que le viene de afuera, sino un Dios que se encarna en Jerusalén, hace de Jerusalén una luz que ilumina los senderos de la historia y del mundo. Y por esos caminos iluminados de Dios van llegando todos los pueblos, trayendo sus tributos para formar un solo reino, el Reino de Dios. Qué preciso poema, no inventando por un poeta, sino por la mente de Dios, que el crear hombres, razas, pueblos, no es para que se confundan en diversidad de idiomas que no se pueden entender, en diversidad social que margina a unos mientras otras están bien. Lo que Dios ha querido es hacer del mundo una gran fraternidad. Pero, el mundo solo no lo alcanzará. En el mundo no hay más que tinieblas y confusión. Basta mirar el ambiente de nuestra patria cuando se apaga la luz de Dios. ¿Qué queda?. Secuestros, odios, torturas, violencias y el panorama triste, cuando Dios no ha visitado a Jerusalén. Se puede decir de todos los pueblos cuando Dios también los deja, porque los hombres no han sido dignos de él: todo se torna confusión, tinieblas, miedo, terror. Es necesario que Dios venga a iluminar. Y esta es la misión. Por eso se llama misión. Misión, palabra de origen latino, quiere decir envío (mittere, enviar) porque es el envío de Dios a su Hijo. Y cuando su hijo enviado ha redimido al mundo y le ha enseñado su doctrina y regresa al Padre, desde el Padre, Padre e Hijo envían al Espíritu Santo. De modo que la Iglesia es el producto de un doble envío, una doble misión que se origina en el corazón de Dios, el envío de su verbo hecho carne, Cristo nuestro redentor, que Dios lo ha querido cabeza de todo el género humano. "Cuando yo sea levantando en alto, la atraeré todo hacía mí" -dijo Cristo-. Y cuando Cristo ha terminado su labor con un pequeño grupo en la tierra santa, se va; pero les dice: "Os enviaré el Espíritu, que os enseñará la verdad y os conducirá por todos los caminos del mundo. Así como mi Padre me envió, así yo os envío con la fuerza de mi Espíritu. Id pues, por todo el mundo, por todos los caminos, por todos los tiempos y enseñad a todos los hombres lo que yo os he enseñado, y enseñadlos a guardar también los preceptos que yo os he enseñado. El que los acepte se salvará, y el que no los acepte se condenará". He aquí la gran misión: el enviado del Padre, el Hijo; el enviado del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo; y la Iglesia, la enviada de Cristo. "Así como mi Padre me envió, yo os envío misioneros, enviados". ¿Qué hace entonces el mundo? Comienza a sentir una luz como la que profetizó Isaías. Ya no hay tinieblas. Aquellos pueblos que van aceptando esta luz de Cristo se van sintiendo hermanos. En el hermoso mensaje de Pablo VI sobre la evangelización de los pueblos en el mundo actual dice: unos hombres aceptan ese mensaje de Cristo, se unen en comunidad para vivirlo y desde su comunidad se sienten inquietos por llevar ese mismo mensaje a todos los demás. Esta es la misión que estamos haciendo aquí en la Catedral, que se siente verdaderamente emocionante en esta hora llena de fieles venidos de tantas partes, de tantas comunidades parroquiales. Estamos evangelizándonos. En este momento, yo tengo la dicha de ser el misionero de esta comunidad; pero ustedes al recibir mi mensaje, no lo van a guardar egoísticamente en su corazón, en su familia, en su comunidad. Yo sé que de aquí surgen; y allá están oyendo por radio mi mensaje, muchas comunidades. Cuando yo termine de hablar, esas comunidades se ponen a analizar lo que yo he dicho, evangelizándose, profundizando el mensaje y tomando consignas para llevar esta misma luz a su cantón, a sus hermanos. Por eso duele a la Iglesia, hermanos, cuando encuentra obstáculos a esta luz, cuando se sospecha de su misión, cuando se la quiere confundir con misiones subversivas, revolucionarias. Lo que predicamos es la luz de Dios que los hombres necesitan. Lo subversivo, lo revolucionario, es apagar la luz de Dios, no dejar circular el mensaje de Cristo, el amor, y sembrar en cambio el odio, la violencia. Pero yo siento la alegría íntima de que la comunidad de la Arquidiócesis de evangeliza, recibe el envío del Hijo, del Espíritu Santo a través de su Iglesia que le sigue hablando. Y entonces, hermanos, esta Iglesia que recibe esta luz de Dios no es sólo pasiva. Fíjense, qué hermosa la descripción que hace Isaías: "Y vendrán: mira a tu alrededor, todos han venido, tus hijas traídas en brazos, otras multitudes traídas en dromedarios". Los antiguos medios de comunicación, los que usó San Pablo, los primeros cristianos, se han convertido hoy en los modernos medios de comunicación. la radio, los aviones, los automóviles, donde van los misioneros y de donde vienen de las misiones trayendo los dones de Madián y de Efá, no solamente del Oriente como los magos adorando al niño Jesús, sino de todos los pueblos de la tierra. Porque, hermanos, la Iglesia es bella, la Iglesia es el conjunto de sus diócesis organizadas, y cada diócesis aporta su valor individual, su valor autóctono. La Iglesia no mata iniciativas. Les acabo de mencionar la fiesta del maíz en San Antonio de Los Ranchos. Es una escena misionera, es la Iglesia que le dice a los sembradores de maíz cómo pueden aprovecharlo desde la luz del evangelio, cómo pueden iluminar sus caminos de tristeza con la alegría de una fiesta que dan las tusas y los olotes de nuestra tierra. Y así en el Africa y en el Asia descubre los valores, a las culturas, y no las mata, como si fuera una colonización de esas que en la historia han acabado con los valores de los pueblos. La Iglesia no es una colonizadora. La Iglesia es una inspiradora de los valores que hay en todas las latitudes de la tierra. Y traen entonces, aportando en la ofrenda de la misa: "Recibe, Señor, este pan y este vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre". He aquí que se valora, entonces, la mano que trabaja para ganarse la vida. Cuantas industrias, cuántos valores veo yo en vuestras manos, queridos católicos, unos que trabajan la plata, otros que trabajan la madera, otros que labran la tierra, otros que amasan la harina para darnos de comer, otros que manejan las cosas que se venden en el mercado. Qué hermosa es la humanidad. Esto quiere el Señor, que todas esas cosas sean traídas en dromedarios, en los medios de comunicación que tengan, para que en el altar el sacerdote los eleve a Dios en el signo del pan y el vino que, convertidos en cuerpo del Señor, se hace divino el trabajo de la tierra. Esto hace la Iglesia: darle valor divino a los valores humanos, hacer traer del conjunto de diócesis una armonía que no la ha inventado ningún otro imperio, sólo el imperio de Dios. Por eso, hermanos, es ridículo que se sospeche de la Iglesia. Les repito aquella frase que les recordé el domingo pasado, que canta la Iglesia el día de la adoración de los magos cuando Herodes, envidioso de que hubiera nacido otro rey, temeroso de que le iba a quitar su poder político, la Iglesia le canta: "No temas, Herodes, que no viene a quitarte poderes temporales el que viene a darte reinos eternos". Ha, si comprendieran los gobiernos que la Iglesia no viene en una especie de competencia política a quitarles sus campesinos, a quitarle su gente. De ninguna manera. Viene a inyectarle a su gente, a su poder político, a su poder sociológico, a todas sus técnicas, no a quitarle sus competencias, sino darles un sentido cristiano para que sean más justos, para que sean más leales, para que sean más nobles, para que sean mejores, tanto los gobernantes como los gobernados. Porque desde las entrañas del evangelio, la Iglesia predica la verdadera paz, la verdadera justicia, la que no se quiere oir; y se calumnia a la Iglesia -como se calumnió a Cristo- no porque predicara la subversión, sino porque quería un orden más justo, más bueno. La Iglesia no hace otra cosa, pues, en sus misiones, que llevar el valor divino a todo lo humano. 2. CONVERSION DE CORAZONPero en la segunda lectura, San Pablo a los romanos les dice que de nada serviría que predicaran si no se convierten los corazones. San Pablo escribe en el contexto en que se ha oído la predicación. Diríamos, predica a la nación salvadoreña donde todos han oído predicar. "Si acaso no han oído" -dice San Pablo- "sí que han oído, si en todo el ámbito se escucha la palabra del evangelio". Pero lo que pasa es que no quieren creer en su corazón. De ahí que no basta la organización de estructuras exteriores, dice el documento de Medellín. Mientras este continente no cuente con hombres nuevos no tendremos un orden nuevo. La necesidad de creer -dice San Pablo- porque sólo la fe en Dios es la que salva. La liberación que la Iglesia predica es a base de ese creer en Dios. La liberación no la van a traer los hombres. Desengañémonos. La liberación solamente tiene que venir de Dios, pero contando con la conversión del corazón del hombre; y de nada sirve que Dios nos esté ofreciendo su redención, su liberación, un mundo mejor, si los encargados de construir este mundo en la tierra no quieren colaborar con ese Dios. Y aquí la necesidad del misionero. San Pablo la concluye en un argumento tan bello; "¿Cómo van a creer si no hay quien les predique y como van a predicar si no hay quien les envíe?" La misión. La Iglesia cuenta con una constitución mucho más sólida que todas las constituciones de los estados. Las constituciones que rigen la vida de los pueblos han sido hechas por legisladores. Una asamblea constitutiva nos dio unas leyes, que muchas veces se cambian al antojo de los gobernantes. En cambio, esta constitución que Cristo dejó, en el momento solemne de despedirse de los hombres, visiblemente arranca de Dios: "Toda potestad se me ha dado en el cielo y en la tierra, y en nombre de esta potestad, vayan y prediquen esta conversión". Hermanos, queridos hermanos protestantes, esta es la falla de ustedes. Los estimo mucho, porque se han acercado y me han expresado sentimientos de solidaridad; pero siento que ustedes no cuentan con esta misión que los católicos desde nuestros pastores sabemos que llevamos. Admiramos sí su evangelio. El evangelio que ustedes predican es el mismo evangelio nuestro y por esto nos sentimos hermanos; pero quisiéramos, hermanos protestantes, que en vez de tantas sectas en nuestro ambiente predicando el verdadero cristianismo, hiciéramos un esfuerzo por unirnos en la única misión que Cristo dejó, un solo rebaño y un solo pastor. No es que pretenda someter tantas sectas al dominio del catolicismo. Ya he dicho que la Iglesia no es un imperialismo. Pero sí, es una verdad que va a difundir su verdad en el mundo cuando el mundo vea que los cristianos somos una sola cosa; y si hay estorbos para la evangelización del mundo, uno de los estorbos más grandes lo estamos dando nosotros, queridos hermanos protestantes y ustedes católicos, que tienen también divisiones. La división en la Iglesia, la división de las sectas protestantes, eso es lo que estorba a ese reinado de Cristo. Y por eso pedimos, y yo sé que ustedes también, queridos hermanos protestantes, piden aquella sublime oración de Cristo: "Padre, que los que creen en mí sean una sola cosa, para que el mundo crea que tú me has enviado". Y es entonces cuando habrá conversión en la intimidad de cada corazón, cuando no profesemos un cristianismo interesado, y porque me interesa me mantengo en esta secta, y porque me interesa este modo de creer yo no acepto el auténtico evangelio, me parece que es marxismo y lo que está predicando es justicia social, pero como no me conviene -yo digo- "El obispo no tiene razón, los padres tales son revolucionarios", y así estamos sembrando la división en vez de unirnos en la auténtica y humilde conversión de corazón. Todos necesitamos convertirnos, yo que les estoy predicando el primero que necesito conversión, y le pido a Dios que me ilumine mis caminos para no decir ni hacer cosas que no sean de su voluntad, que debo de convertirme a lo que él quiere, que debo de decir lo que él quiere, no lo que conviene a ciertos sectores o me conviene a mí si es contra la voluntad del Señor; convertirnos a esa misión de Cristo: "Vayan por el mundo entero y prediquen esto que yo les he predicado; el que creyere esto se salvará y el que no creyere esto no se salvará". No hay más salvación que la que Cristo trajo; de ahí la necesidad de convertirnos todos: católicos, protestantes, también los ateos. Todos los que buscan salvación no la encontrarán fuera de Dios. 3. MISION DE LA IGLESIAY finalmente, queridos hermanos -ya con todo el respeto que se merece la última lectura, el evangelio Cristo nuestro Señor no ha hecho más que poner el sello a esto que les estoy diciendo, constituir una Iglesia. La misión que Cristo trajo y después trajo el Espíritu Santo, vive hoy, en 1977, a pesar de que han pasado veinte siglos, gracias a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo en la historia, como titulé mi segunda carta pastoral. La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la historia. La Iglesia es el envío de Cristo y del Espíritu Santo a los hombres de cada tiempo. Y hoy queremos saber qué diría Cristo a los salvadoreños, ricos y pobres, gobernantes y gobernados. No tenemos que traer el evangelio literal de hace veinte siglos, sino el evangelio que la Iglesia, arrancando de aquel evangelio de Cristo, va aplicando a las circunstancias de cada tiempo. Fidelidad a ese evangelio, a esa misión, es la que constituye el continuo quehacer de la misión de la Iglesia. La Iglesia es misionera. Como acaba de decir el Papa, no se trata de llevar el mensaje de Cristo a regiones cada vez más extensas geográficamente, sino de empapar de evangelio de Cristo las culturas modernas, las industrias modernas, los hombres de hoy. Anoche, en una bellísima ceremonia, la graduación de los bachilleres del tecnológico de los salesianos, llena la Iglesia de María Auxiliadora, yo les decía a los jóvenes: "Jóvenes, la Iglesia no les va a arrebatar su cultura y su técnica. Es la primera en respetar la autonomía de todas las culturas y de todas las técnicas. Pero sí quisiera decirles, como mensaje de la Iglesia, que se gloríen no sólo de su técnica; que se gloríen de haberse educado en un colegio católico, y que le den inspiración cristiana a todo lo que ustedes van a hacer y valer en el mundo. Que no sean ya la vieja civilización del tanto vales cuanto tiene. El hombre hoy no vale por lo que tiene sino por lo que es. Y el hombre es en la medida que es cristiano, porque todo hombre se realiza en la medida en que se realiza según el modelo del Hijo del hombre, Cristo nuestro Señor. Y él dejó esta Iglesia para que los hombres de todos los tiempos nos modeláramos con él. Oyendo a la Iglesia, oigo a Cristo. Recibiendo la eucaristía de un sacerdote, recibo a Cristo. Llevando el niño recién nacido a un bautisterio para que me lo bautice un sacerdote, es Cristo que me lo bautiza. Escuchando la palabra de Dios transmitida hoy por los medios modernos de la radio, es Cristo el que sigue predicando. Hermanos, qué hermosa es la Iglesia. Sigue llevando la misión que trajo la verdad y la vida de Dios a los hombres. Dichosos pues los que, como San Pablo ha dicho, creen de corazón; si crees, serás salvado. Queridos hermanos, esta es la reflexión que se me ocurre en el Día Mundial de las Misiones. Ahora bien, formando esta Iglesia concreta; yo, su obispo; mis queridos colaboradores, los párrocos de hoy en cada parroquia, ustedes, hombres y mujeres concretos que han venido a la misa de Catedral o que están reflexionando allá por la radio; nosotros somos la Iglesia de hoy. A nosotros se nos ha confiado llevar esta verdad y esta vida a los que no creen. Cuántos tal vez en nuestra propia familia, en nuestra propio barrio, necesitan que seamos sus misioneros. Y aún allá en la vanguardia de las misiones, donde la Iglesia no está organizada, se necesita la colaboración de nosotros. Por eso el Día Mundial de las Misiones viene a decirles a los que ya tenemos la dicha de creer, que le demos gracias a Dios por tener ya esta luz, pero que tratemos de traducirla en nuestra vida, y que desde nuestra vida iluminemos con nuestra colaboración a los pobres pueblos que todavía no la han conocido. De allí la necesidad de tener la mano como un mendigo. Yo voy a tener el gusto de ser hoy un mendigo de las misiones para pedirles, sobre todo, oración; porque es una empresa que consiste en convertir a los hombres a la fe en Cristo, es una empresa en que hay que pedir perseverancia para tantos héroes misioneros que deben de sentir desaliento en aquellos ambientes no cristianos. Ante todo, pues, oración, sacrificio, que no se cansen de hacer oración por los misioneros, por los infieles que todavía no conocen a Cristo; y también, hermanos, la mano tendida para pedir dinero. Sería un ultraje tender la mano para pedir limosna a un pueblo tan pobre como es el nuestro, pero yo no les pido los millones que podrá dar Estados Unidos, les pido el centavito de la viuda, no tanto para que con ese dinero vayamos a resolver el problema, sino para expresar la solidaridad, para expresar el cariño, mi gratitud que yo siento con Dios, que me ha dado la fe, y que quiero compartir mis pequeñas ganancias con los misioneros que dan no un real, un medio, sino que dan su vida entera. Yo, que no puedo ir a las misiones -tal vez un hijo de la casa, tal vez un joven, una joven de la familia tiene vocación misionera, aunque no sea para todo el tiempo, ofrecerse a un servicio de unos cinco o diez años: vocaciones. Tal vez ni eso puedo, entonces; pero sí puedo desprenderme un poquito de la golosina de este día o de la necesidad tal vez. Si tanto lo necesitas que te quedarías sin comer, no des; ofrece al Señor tu buena voluntad. Pero sí puedes, da algo. Hermanos de la Catedral y de las comunidades que a través de la radio están escuchando, es la hora de la colecta mundial. Nuestra Arquidiócesis así como aporta sus valores autóctonos a la universal Iglesia, aporta hoy también su dinero, su oración, su sacrificio, para que esta empresa de implantar el Reino de Dios en otros países que todavía no lo tienen sea una realidad. Ayudemos pues a las misiones. Es como una reunión de familia, con no sólo los que asisten y llenan la Catedral (me da mucho gusto ver la asistencia, que es cada vez más consoladora para el pastor), sino también a través de las comunidades que allá en las parroquias, en los cantones, unidos a esta transmisión de nuestra radio católica, nos congregamos para ver la realidad por donde va peregrinando nuestra Iglesia particular, que tiene que ser como Cristo le ha mandado, sal de la tierra y luz del mundo. Y desde allí, nosotros, pues, orientamos nuestra historia personal, nuestros problemas de familia y nuestros problemas sociales. Debemos de aprender a iluminarlos con la palabra del Señor. Por eso me gusta recordar aquí, no todos los acontecimientos que en esta época se suceden con una velocidad tan vertiginosa, que un día para otro ya le quitan importancia a lo que de veras es importante.
Por ejemplo, en esta semana, destacando hechos principales, todos hemos sido testigos de conflictos laborales en fábricas entre patronos y obreros, huelgas donde ha corrido hasta la sangre, donde se han atropellado dignidades humanas, donde tal vez no se ha dado pleno crédito al diálogo, que es la manera racional de resolver conflictos. Con este Arzobispado, pues, ha tenido el honor siempre de recibir informaciones, de pedir intervenciones. Y comprende la Iglesia que su competencia no es de carácter sociológico, no es ella técnica en materias laborales; pero sabe que hay un ministerio de Trabajo y que existe también voluntad de concordia en los hombres que puede ser explotada. Y únicamente pudo afirmar, como pastor, que hemos de cuidar que la justicia, el respeto a la dignidad de los hombres, aunque sean los más humildes trabajadores, sea respetado, porque así es la voluntad del Señor. En este sentido, también, me alegro de estar en sintonía con algunas confesiones fuera de la Iglesia. Han llegado algunos protestantes, pastores, a mostrar su solidaridad con la Iglesia en su afán de predicar la justicia y de trabajar también en colaboración cuando se trate de estas materias. La Iglesia acepta plenamente este trabajo, porque no se trata de una cosa de confesión católica, sino de lo humano, de la justicia. Y en este sentido pueden estar siempre seguros que la Iglesia estará con el derecho, con el pobre, con el que sufre; pero al mismo tiempo reclamará aquellas cosas en las cuales puede haber abusos. Desde la perspectiva de Dios, pues, la Iglesia ilumina estas realidades y hace un llamamiento a los hombres a la cordura, al entendimiento, a no querer arreglar las cosas por las fuerzas irracionales del más fuerte, sino por la fuerza de la razón, que es la fuerza de Dios. También, sepan que la Iglesia apoya plenamente las justas exigencias de los campesinos. Ya se acercan las temporadas de las cortas de café, de caña, de algodón; y hemos visto en los periódicos también el deseo de aquella gente que solamente en esos días de trabajo encuentra sus fuentes de ingresos. Quien vive de cerca estas tremendas realidades sabe que el sueldo del cortador de café o de caña o de algodón muchas veces ya tiene comprometido todo lo que ha ganado o lo que va a ganar. porque ha tenido que vivir fiando durante todo el año para comer. Y ahora pues, que estos productos que nuestra tierra, bendecida por Dios, han alcanzado altos precios, es justo que participen también aquellos que colaboran en este enriquecimiento. Y ésto es simplemente justicia cristiana. Que se comparta, que se sepa agradecer a Dios el don recibido, los precios elevados de las cosas, para que justamente todos los hombres nos sintamos, no solo de sentimientos, sino de verdad, hermanos. También aquí diré: la Iglesia no es técnica en señalar precios; no es su competencia. Pero sí sabemos que hay un misterio en el gobierno, el cual tiene que ser justo y no imitar el juez de la parábola de hoy, que no tenía respeto ni a Dios ni a los hombres, sino únicamente el respeto muchas veces a los poderosos de la tierra, y por ellos no hace caso a la viuda necesitada, a la que le pide que le haga justicia. Que ya haya más diálogo, pues, no sólo entre patronos y obreros, sino también entre los intereses del pueblo y aquellos del gobierno encargados de esos diversos aspectos. Somos testigos, yo creo que todos, de los espectáculos tan tristes, tan deprimentes, que ya se van a comenzar a ver otra vez en aquellas tierras donde se produce el café y los otros productos de nuestra tierra; donde el pobre trabajador, pues, tiene que reponer sus fuerzas de su día durmiendo a la intemperie, bajo el frío, a veces en las cosas de un parque público. Es espectáculo que no dice bien. Si de veras queremos tener una patria de rostro hermoso, tiene que haber más justicia, más comprensión. Yo suplico pues, si a la Iglesia no se le quiera hacer caso, como lo dije en el funeral del Padre Navarro, hay instituciones que se glorían de la filantropía. Si quiera por amor al hombre, esas instituciones muéstrense ahora activas y procuren apoyar los justos reclamos de quienes que pedir no de limosna, sino como fruto de su trabajo, un poquito de bienestar. Por nuestras comunidades católicas, hermanos, compartamos también alegrías: el 12 de octubre, día de nuestra Señora del Pilar, como ustedes saben, el día en que se descubrió nuestra América. Y según la historia, como no venía un sacerdote en la primera tripulación de Cristóbal Colón, fueron los laicos los que plantaron una cruz en la playa y cantaron a la Virgen la salve. Una plegaria a la Virgen fue el primer saludo cristiano que oyeron nuestras tierras. Sin duda la Virgen, que precisamente reservaba un día tan celebrado en España, para descubrir estas tierras de América, quiso presentarse desde el primer día como la madre de todo este continente. Y aquí en la Arquidiócesis celebramos este acontecimiento en una población que lleva el nombre de aquella ciudad española donde se guarda la patrona del Pilar, Zaragoza. Y en Zaragoza tuve también la dicha de predicarles cómo esta fe cristiana que nos congrega ahora aquí, en el domingo, y que nos hace esperar en Dios y rezar con confianza es una fe apostólica; a través de la vocación del Pilar se remonta hasta el apóstol Santiago -es decir, apostólica porque es la misma fe que nos dejó Cristo a través de los apóstoles-. Y les decía también que es una fe misionera, porque así fue como vinieron los españoles a descubrir América. En el corazón de los reyes católicos era un sentido misionero de poner a los pies de Cristo las nuevas tierras; aunque después, como suele suceder, los súbditos de esas leyes abusaron y cometieron tantos atropellos contra nuestros pobres indios. Pero la idea central era una idea misionera, de modo que nosotros cristianos del continente, nacimos a la luz de este gran mensaje y de esta empresa de las misiones; de las misiones; de las cuales quiero también hablarles ahora. Pero antes quiero recordarles, que esa fe, pues, apostólica y misionera es una fe mariana -una fe mariana- que ha hecho, como dijo el Papa Pío XII, de las tierras latinoamericanas como un cielo tachonado de astros, donde cada santuario dedicado a María es una estrella y forman constelaciones los santuarios, no sólo de las Vírgenes patronales de todos los países latinoamericanos, sino en humildes ermitas, en hermosas Iglesias, el nombre de María le ha dado un tinte tan material, tan tierno a nuestra fe, que vale la pena revisar en este mes del rosario nuestra fe a la Virgen. No dejemos de agradecérselo al Señor que nos la haya dado con la ternura de su propia madre, de María, y que desde la cumbre del Tepeyac le dice al indito Juan Diego, representante de todas nuestras razas: "¿Qué no estoy yo aquí, que soy tu madre?". Qué hermoso sentirse hermanos, hermanos no sólo por ser hijos de Dios, sino por llevar en el corazón el cariño y la ternura de la madre de Cristo, que es la madre de nuestra Iglesia. El párroco de la comunidad parroquial de San José Las Flores me escribe un telegrama muy triste. Le han matado a su mejor catequista. "Estoy tristísimo", dice el Padre Cofragua, porque era como su brazo derecho en la obra de catequesis de su parroquia. Queremos expresarles a aquel querido párroco nuestra condolencia y pedir a todos los que estamos en este momento de oración sus plegarias por el eterno descanso de esta nueva víctima de nuestra violencia criminal, y pedir también la conversión de los pecadores. Ayer fuimos a dejar a San Martín a su párroco, el Padre Rutilio Sánchez. Ha sido la decisión fruto de grandes deliberaciones, y me ha dado mucho gusto ver que aquellas población ha ratificado con un encuentro -que yo califiqué ayer de Domingo de Ramos- la decisión del obispo. Alguien quiere interpretarlo como una provocación; pero yo les digo que no es otra cosa que una medida pastoral. La labor que el padre ha realizado en aquella población es grande y se conoce por cierta madurez en la fe. Y ya que este trabajo no se ha concluido y se va llevando bastante bien, hemos querido, pues, respaldar con nuestra misma presencia, y la presencia de muchos sacerdotes, religiosas y fieles de otras parroquias, esa entrega -como el padre dijo- "una nueva entrega a mi pueblo", que ha de redundar en mucha gloria. Y yo le recomiendo a todos ustedes en sus oraciones, para que esta nueva etapa de la parroquia de San Martín sea de mucha gloria a Dios y de mucho bien para las almas, para la Iglesia; que no es otra cosa la que buscamos en nuestros trabajos pastorales que la implantación del Reino de Dios en la tierra. El último domingo de octubre, Cojutepeque va a convocar a todos los caballeros de Cristo Rey organizados en la Arquidiócesis, hacia las 3 de la tarde. Desde ahora se hace un llamamiento, pues, a todos los hombres que integren esta agrupación para celebrar una especie de revista del ejército de Cristo Rey allá en Cojutepeque, el domingo último de Octubre, dentro de quince días. Y esta mañana, a las 10, daremos posesión al nuevo párroco de Ayutuxtepeque, Padre Samuel Orellana; así como hoy, a las 7 de la noche, en la Iglesia de Candelaria entregaremos el nuevo párroco, al Padre Díaz. Hermanos, y estos hechos de nuestra historia y de nuestra Iglesia queremos iluminarlos con dos pensamientos sacados de las lecturas de hoy. Esta homilía la podíamos titular: Iglesia en oración y segundo: Iglesia misionera. 1. IGLESIA EN ORACIONEn la primera lectura se destaca hoy una figura que yo quisiera que la interpretáramos como la figura de la Iglesia en oración. Allá en la llanura estaba trabada una lucha que capitaneaba Josué, jefe del pueblo de Israel, frente a los amalecitas, que se oponían al paso de los israelitas en su peregrinar hacia la tierra prometida; porque ellos dominaban la situación de los que peregrinaban hacia el sur y tenían que ser vencidos para que pasara el pueblo de Dios. Era pues, una de esas guerras justas, cuando se agotan los medios humanos, naturales. Es como la huelga. La guerra es el último recurso. Cuando se ha tratado de dialogar y no se pueden entender por las buenas la guerra justa es precisamente el reclamo de un reclamo de un derecho que no se quiso dar las buenas. Así el pueblo de Israel tiene que pasar bajo las órdenes de Dios hacia la Tierra Prometida; pero hay un obstáculo, los amalecitas. Y con toda la santidad de Moisés y de Josué se declara la guerra. Pero es lo hermoso del momento: mientras Josué capitanea los ejércitos, Moisés en la montaña está en oración con el bastón que Dios le ha dado como señal del poder divino, con el cual ha hecho tantos prodigios, levantando en alto con sus manos. Mientras levantaba sus brazos el ejército de Israel vencía y cuando, cansado, se le caían abajo los brazos, retrocedía. Entonces, dos ayudantes de Moisés, Aarón y Jur, le sostenía los brazos para que no decayera. Y esta es la figura que yo quisiera que grabáramos en nuestra alma, hermanos. El pastor de la Iglesia, los dirigentes de este pueblo de Dios, necesitamos mantener continuamente los brazos en alto, en oración. Y he aquí la necesidad de que todo el pueblo convertido en estos ayudantes, Aarón, Jur, con un sentido de plegaria oren y estemos en oración. No hay cosa más bella que una Iglesia en oración. Y yo creo que nunca como ahora nuestra diócesis había sido esta figura, la Iglesia en oración. A mi me llena el corazón saber tanta gente que me dice: "Lo encomendamos a Dios; rezamos por usted". Ayer nada menos, cuando una broma de mala ley riega la noticia de que me habían secuestrado, llegaron muchas llamadas telefónicas asegurando esa plegaria. No sé qué se pretende con esas amenazas, con esas noticias echadas al aire. Yo quiero denunciar a tiempo, hermanos, que la Iglesia vive el peligro, de una batalla contra las fuerzas del mal y que las fuerzas del infierno, el diablo no es una ilusión, y en la tierra tiene muchos ministros, muchos que le sirven, colaboradores. Entonces Dios tiene que tener también las fuerzas del pueblo de Dios que claman en oración. Dentro de poco en la misa hay una frase que me emociona profundamente, cuando le digo al Señor: "No te fijes en mis pecados. Fíjate en la fe de tu Iglesia". Y yo pienso precisamente en esta Iglesia que son ustedes, almas en oración. Pienso yo en ese momento, cómo se hacen presentes en el altar junto a Cristo, divino Moisés, las plegarias de tantos sacerdotes, de tantas religiosas. Y es hermoso saber que en ciertos noviciados, en ciertas congregaciones, hay otras explícitas de oración, el Santísimo expuesto y la expuesto y la religiosa como un ángel de rodillas ante Dios. Y es hermoso pensar que una capillita, por ejemplo, la del Hospital de la Divina Providencia todo el día con el Santísimo expuesto, desfilan los enfermitos, las religiosas, los bienhechores a rezar por la Iglesia, por sus necesidades. Y es hermoso pensar que aun sin la mística de un templo hay miles de almas en oración. Son ustedes, queridos enfermos, que no han podido venir a misa y que junto a sus aparatos de radio están unidos en oración con esta plegaria de la catedral. Son las comunidades de campesinos o familias que en este momento dejan sus quehaceres y se reúnen en torno de su radio para estar en comunión de plegaria con la Iglesia Catedral, madre de todas las iglesias de la diócesis. Y es oración la de los niños que en el catecismo y en su primera comunión levantan sus manitas limpias, inocentes, ¿cómo no las va a acoger el Señor?. Esta es Iglesia en oración. Iglesia en oración también la del padre de familia que no le queda tiempo de ponerse de rodillas y orar, pero está trabajando, por encontrar trabajo, por encontrar cómo dar de comer honradamente a su familia, buscando trabajo, confiando en Dios. Es pueblo de Dios en oración. Y sería interminable describir este espectáculo que solamente se puede apreciar con la fuerza de la vista de Dios, con la fe. Pero hermanos, yo les invito a que todos seamos almas en oración. Se necesita hoy integrar en este movimiento de promoción, que la Iglesia está llevando adelante como una fuerza principal, este sentido trascendente de la promoción. Si una persona quiere promover la sociedad económicamente, socialmente, políticamente y no ora, solamente busca cosas de la tierra; es una promoción inmanente, una promoción de tierra, una promoción que solamente durará mientras vayan bien las cosas pero que luego se cansará, porque no ha puesto su confianza en esa trascendencia que es la fuerza del cristiano. La trascendencia, es decir que a pesar de que nosotros trabajemos todo lo que es posible al alcance de la tierra, no logramos nada si Dios no construye un nuevo orden de cosas, que es Dios el que se ha ofrecido como salvador, que es Dios el único que puede redimir nuestra situación, que nos pide, sí la colaboración y que tenemos que poner de nuestra parte toda la colaboración, como Josué en el valle, sangrando, luchando, enfrentándose al peligro; pero al mismo tiempo, Moisés orando y pidiendo a Dios. Una sola causa: la inmanente, la que lucha en esta tierra; y la trascendente, la que con manos elevadas pide a Dios: "Sólo tú, Señor, puedes traer la victoria de la justicia, de la paz, del amor a este mundo tan necesitado". Así como debemos de construir, con oración y trabajo. "Ora et labora", como es el hermoso lema de los benedictinos, que todo el día se pasan trabajando; pero haciendo de su trabajo una continua oración al Padre: Iglesia en oración. Hemos de incorporar este valor de la oración, a la promoción Humana, porque si no hacemos oración, miramos las cosas con mucha miopía, con resentimientos, con odios, con violencias; y es solo hundiéndose en el corazón de Dios, desde donde se comprenden los planes de Dios sobre la historia, solo hundiéndose en momentos de oración íntima con el Señor es cuando aprendemos a ver en el rostro del hombre, sobre todo el más sufrido, el más pobre, el más harapiento, la imagen de Dios y trabajamos por él. Sólo desde la contemplación de la plegaria podemos percibir una fuerza del Espíritu, que es la que va entretejiendo la historia, y que los hombres pueden abusar como azotes de Dios, pero hasta cierto punto Dios nos dice: basta. Y es la hora en que nosotros, tal vez impacientes, nos parece que no llega, pero va a llegar. Y desde la oración comprendemos que es necesario perseverar, como la viuda del evangelio, aun frente a los jueces inicuos, aun frente a los que debiendo regir con justicias las cosas de la tierra, únicamente tienen miedo al poder del dinero, al poder de las armas, al poder político, y se olvidan de que ésas son fuerzas muy relativas, que todo viene de Dios. Como la viuda del evangelio de hoy, no temamos ni la iniquidad de los jueces únicamente a favor de ciertas clases que pueden influir y no dialogan con el pobre que, como la viuda, se acerca para pedir un mejor salario para poder comer, una vivienda siquiera para dormir en las horas intemperies. Para acercarse ya al fin, esa perseverancia trae la victoria, dice el evangelio de hoy, no por la violencia sino por la oración, por la confianza en Dios. Yo les invito, hermanos, a ustedes a que hagamos de nuestra Iglesia una Iglesia en oración; ésta es la fuerza más grande de la Arquidiócesis. Esta semana he oído una frase que me ha llenado mucho el corazón, una persona que no es de nuestro país, me dijo. "¿Quiere que le dé un título a su diócesis?". -Me dice-: Yo la he llamado la Iglesia soñada. "¿Y por qué -le digo-, Iglesia soñada?". "Porque he venido a encontrar aquí en esta Arquidiócesis, una Iglesia que ha puesto su fuerza en el poder de Dios, en el deseo de ser auténtica Iglesia, en el valor de desprenderse de aquellas cosas que antes tal vez la hacían poderosa, pero que no era la fuerza de Dios". Me ha hecho reflexionar mucho esa frase; y no por vanidad se los digo, sino para comunicarles a todos ustedes, mis queridos hermanos, en esta meditación de familia, que sigamos haciendo de nuestra diócesis, la Iglesia soñada, la que soñó Cristo al ponerla toda ella amparada en su propia debilidad, amparada en la fuerza de Dios que le viene de la oración. San Agustín decía una frase muy bonita que yo quisiera que se le grabara todos: "La oración es la fuerza del hombre, porque es la debilidad de Dios". Es como un papá ante la debilidad de un niño, se siente débil y se acerca a él y le ayuda en su debilidad. Esta es nuestra Iglesia: débil, pero con la fuerza de Dios. Oremos mucho, porque así atraeremos hacia nosotros ese Dios que se hace débil cuando los débiles le piden su protección. "En tí, Señor, he puesto mi esperanza, y no quedaré confundido". 2. IGLESIA MISIONERAY el otro pensamiento, hermanos, la Iglesia misionera, lo que quiero presentar brevemente como un anuncio del próximo domingo. El domingo penúltimo de octubre, que hoy será el 23, se celebra el Domingo Mundial de las Misiones. Pero no es sólo ese domingo tenemos que ser misioneros. El próximo domingo es como un aldabonazo en el corazón de cada cristiano para decirle: "¿Cómo anda tu espíritu misionero?. Toda tu vida tiene que ser misionera". Y el fundamento de todo esto lo encuentro en la carta de San Pablo a Timoteo que se ha leído hoy: "Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que de niño conoces la Sagrada Escritura". Timoteo pertenecía a una familia conversa y había aprendido de su abuela y de su madre la religión que profesaba y que Pablo cultivaba más. Era pues una familia misionera. Toda familia que catequiza a sus niños está cumpliendo la misión, trasmitiendo el gran mensaje de la salvación. Y hablando de esa revelación, le dice San Pablo: "Esta Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo conduce a la salvación". Esto es lo grande de nuestra fe. No es una filosofía para ser feliz en esta tierra. No es una psicología de esos cursos que ahora abundan para hacer buenos vendedores. No es una psicología únicamente para hacer feliz al hombre y quitarle preocupaciones de la tierra. Es una sabiduría que viene de Dios. He aquí otra vez la trascendencia. Sólo lo que viene de Dios puede dar salvación, porque la salvación viene del Señor. Y por eso San Pablo le dice: "Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud". Hermanos, si la Iglesia se preocupa de llevar su evangelio a todos los horizontes, no es con un afán de intromisión en los Estados, como si un país quisiera entrometerse en nuestro país. Aquellos que hablan de una Iglesia que es un poder extranjero no han comprendido nada lo que es la Iglesia. La Iglesia es como aquella estrofa que se canta el día de los magos que van a adorar al niño Jesús, y que el rey Horodes tiene envidia porque ha nacido otro rey, y la Iglesia le canta: "No tengas miedo Herodes. No viene a quitar poderes temporales el que viene a dar el Reino del cielo". Esto viene a dar la Iglesia a los reinos y a los poderes de la tierra, espíritu del cielo. Esto que ha dicho San Pablo hoy: "La Escritura es útil para reprender, para corregir, para educar en la virtud". La Iglesia llevando su evangelio respeta la historia, la índoles, el modo de ser de cada pueblo; pero lo corrige, lo eleva, lo llena de virtud, para que el salvadoreño sea mejor salvadoreño, para que el africano sea mejor africano. Es un Reino de Dios que se inyecta como un injerto en todas las razas, en todas las culturas; y sin quitarle su propia originalidad a cada cultura, a cada hombre lo eleva haciéndolo siempre el mismo. De modo que yo, cada uno de ustedes, ante una religión bien vivida, sus defectos, van desapareciendo y se ve destacando más el cristiano. El cristiano no es otra cosa que el hombre perfecto. Las virtudes humanas se necesitan, porque el cristianismo no destruye las virtudes humanas de ningún hombre, de ningún pueblo; respeta, y ésta es la misión. La misión es llevar, como le recomienda San Pablo a Timoteo, esta revelación que eleva, que santifica, que dignifica, que fortalece los modos de ser de todos los pueblos. Por eso le dice: "Ante Dios y ante Cristo, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro -miren qué forma solemne; es un imperativo- que proclames la horta, con toda comprensión y pedagogía". Cuando yo de esta cátedra denuncia injusticias, reprocho atropellos, no estoy de acuerdo con ciertas actitudes: no soy yo el que hablo. No soy más que el mensajero de esa palabra mandada a todos los pueblos a reprender, a reprochar, a exhortar. El que me atiende no me atiende a mi, atiende a Dios, que nos quiere salvadoreños más honrados, que quiere más justicia, que quiere más respeto. La palabra de Dios tienen que oirla todos los pueblos con esa actitud que me emociona tanto aquí en Catedral. Es la voz de Dios que, a través de mi tosca palabra humana, está llegando a cada corazón de ustedes. Y ustedes escuchando y yo mismo también aprendiendo, tratamos de ser mejores, cada uno en su propia vocación; yo como pastor; los sacerdotes que me escuchan, como sacerdotes; las religiosas, que yo les agradezco su presencia también en Catedral, y las que allá también, en sus aparatos de radio sintonizan esta meditación; los jóvenes; los matrimonios; los profesionales; los ricos, que no están excluidos, los quiero mucho, pero los quiero convertidos a esta verdad que salva; porque no quiero que, después de ser felices en la tierra, se vayan a condenar por no ser mejores administradores de los bienes que Dios les ha dado; los pobres marginados, con los cuales también me solidarizo, pero no con vicios, no con sus órdenes, sino para decirles también: "Corríjanse, promuévanse, trabajen, dejen los vicios", para que puedan ser hombres de verdad. Esto predica la Iglesia. Por eso me duele esa calumnia cuando dicen que yo quiero ser obispo sólo de una clase y desprecio a otra clase. No hermanos, trato de tener un corazón ancho como el de Cristo, imitarlo en algo para llamar a todos a esta palabra que salva, para que todos nos convirtamos, yo el primero, nos convirtamos a esta palabra que exhorta, que anima, que eleva; y ésta es la misión de la Iglesia. Hermanos, ayudar a las misiones es ayudar a aquellos hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, que en aquellas tierras donde todavía Cristo no es conocido, tal vez donde la religión natural, donde se adora a los falsos dioses, tal vez con un sentido más honesto que nuestros cristianos, eleven esas creencias al único Dios verdadero para que sean más fieles, más felices, porque "las misiones" no quiere decir que solamente los que estamos en la Iglesia nos vamos a salvar y que hay que traerlos a todos a la Iglesia. La misión proclama, también, que hay muchas luces de Cristo, también, en tierras paganas, mucha verdad y mucha gracia, que Cristo y el Espíritu Santo están llevando, también, a los pueblos que no conocen a Dios y se salvarán en la fidelidad a sus leyes paganas; pero la Iglesia siente que ella, depositaria de una redención íntegra por Cristo, todos esos valores religiosos que se encuentran en el judaísmo, en el mahometismo, en las falsas religiones, son como reclamos hacia la verdad íntegra, hacia la Iglesia única que Cristo quiere. Y ésta es la misión, ir a aprovechar esos valores humanos, estimarlos pero elevarlos hacia Dios; esta es la misión. De modo que la obra misionera de la Iglesia es una obra de promoción humana a nivel mundial, para hacer el gran proyecto de Dios: que todos los hombres seamos una sola familia, Cristo sea la única cabeza y un día ese Cristo pueda colocar a los pies de Dios la humanidad entera formada de diversas razas, de diversos modos de pensar, pero todos aceptando la verdadera fe en Cristo. Para esto nos llama la Iglesia el próximo domingo, y yo he querido adelantar este concepto porque lo reclamaba la palabra de San Pablo hoy y porque yo quisiera suplicarles, queridos hermanos, que durante toda esta semana piensen mucho en las misiones, en los misioneros y, si es posible, aquilaten a los niños, a los jóvenes, a las jóvenes de sus propios hogares; porque Dios tiene designio sobre esa juventud de El Salvador. Cuántos misioneros podrían salir de nuestras familias si se viviera este espíritu, de esta gran empresa misionera. No le podemos proponer al joven una obra heroica, una aventura tan maravillosa como la de ser misionero, aún cuando no sea sacerdote. Allá se reciben también médicos, enfermeros, profesionales, ingenieros, catequistas, por poco tiempo, por unos años. ¡Cuántos están trabajando en aquellas tierras!. Pero, si no tenemos gente con este temple heroico de ser misionero, al menos, hermanos, seamos misioneros de retaguardia, desde nuestro hogar cumplamos nuestros deberes; la fidelidad del matrimonio, la santidad de la familia, el sufrimiento de la enfermedad, ofrecerlo todo por las misiones, porque cuando en el credo decimos: "Creo en la comunión de los santos", estamos expresando esta verdad. Lo bueno que tú hagas en tu casa se convierte en bienestar de todo el organismo. Es oración por los misioneros. Y también, hermanos, recuerden que en las misiones se necesita dinero. El próximo domingo en todas las parroquias se hace una colecta especial para mandarlo por medio del sagrado dicasterio, la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que administra esos inmensos territorios de misiones donde hay tantas obras que sostener. No digamos que somos pueblo pobre y que aquí necesitamos todo nuestro dinero, porque además de esa injusticia de que mucho dinero de El Salvador se va para bancos extranjeros, el mejor banco extranjero será éste, ayudar con nuestras pobrezas, con un sentido de solidaridad, a la obra de nuestra fe, para agradecerle al Señor la fe que ya hemos recibido, haciendo posible que otros también la reciban. Y a cambio de unos poquitos centavos que nosotros podemos mandar, yo quisiera recordarles, hermanos, que el catolicismo en El Salvador está recibiendo inmensamente más de otros países. Alemania, por ejemplo, nos manda subsidios de miles y miles para nuestras obras católicas. Estados Unidos y varios países que tiene obras de ayuda internacional han comprendido esta solidaridad con los pueblos pobres. Y nosotros los pueblos expresamos, también, la solidaridad de compartir nuestra pobreza. No vamos a enriquecer a las misiones con nuestros centavitos; pero sí les vamos a demostrar, que en El Salvador se comprende la misión y que aunque sea con una pequeña cosa podemos ayudar a las misiones. Hermanos, hemos hablado de la Iglesia en oración y de la Iglesia misionera. Son dos grandes aspectos que no podemos prescindir si queremos ser Iglesia auténtica. Y vamos a ponernos ya en la oración sublime de nuestra eucaristía para ofrecerle a Dios junto con Cristo, el divino Moisés que en la cumbre del altar levanta sus brazos al Padre, para pedir misericordia por esta Patria que tanto lo necesita. Queremos agradecer, ante todo, la presencia activa de la juventud de Santa Tecla con su conjunto musical. Se siente, de veras, la alegría y la esperanza que la juventud pone en Cristo. Todos los domingos tenemos aquí la oportunidad de ir conociendo estos conjuntos musicales, parte viva de la liturgia de la Iglesia, y queremos agradecer ahora, pues, a todos los que han venido participando e invitar a todas las comunidades que tengan sus coros a que se anuncien para irlos organizando y tomar parte de esta misa, que es la misa principal de la Arquidiócesis; y la Catedral, que es el signo de la unidad, recoja esas voces, que a lo largo de toda la Arquidiócesis cantan la gloria del Señor.
Y a propósito de Santa Tecla, quiero recordarles que esta tarde nos reunimos con todas las fuerzas vivas, para planear una pastoral de conjunto con tantas fuerzas que allá existen de parte de la Iglesia: sacerdotes, religiosas, colegios; una maravilla de vida de Iglesia, que podía no solamente hacer mucho bien en labor urbano, sino también en toda la Arquidiócesis. Por favor, pues, todos aquellos que asistieron a la junta pasada y todos aquellos que tengan interés por trabajar en la vida de la Iglesia son invitados esta tarde a la Escuela Masarello en Santa Tecla, a las 3. Siguiendo esta noticia de las comunidades, quiero alegrarme con las parroquias de San Francisco y Concepción, donde tuve la dicha de celebrar el día de San Francisco, fiesta patronal, y darme cuenta del fervor que los sacerdotes y fieles están viviendo en esas comunidades; como espero ver hoy, a continuación de esta misa, en Soyapango, donde se celebra la Virgen del Rosario. El Padre Samuel Orellana ha sido nombrado párroco de Ayutuxtepeque; próximamente iremos a compartir con él sus primeras impresiones. Así como el domingo próximo, a las 7 de la noche, daremos posesión al nuevo párroco de Candelaria, Padre Próspero Díaz. La comunidad de la Arquidiócesis también va a sentir muy suya la toma de posesión de Monseñor Rivera el 5 de noviembre a las 10 de la mañana en Santiago de María. Yo invito a las personas que puedan participar, porque creo que, así como en los primeros tiempos del cristianismo, cuando un miembro de una comunidad era escogido por Dios para llevar el mensaje a otra comunidad, toda la comunidad se sentía unida con él; y así sentimos, pues, que con Monseñor Rivera, que ha pertenecido en forma tan activa a esta comunidad de la Arquidiócesis, es toda la Arquidiócesis, la que participará en su nueva responsabilidad. La comunidad de la Iglesia de la Merced está sufriendo la enfermedad de su párroco, el Padre Torruella, que, como ustedes saben, sufrió un accidente la semana pasada y está en la Policlínica, junto con su mamá. Esperamos que pronto se recupere muy bien. En el orden también de comunidades, quiero alegrarme con las comunidades de San Antonio, Colonia América; la comunidad de Santuario de Fátima, en los Planes; de María Auxiliadora y del Corazón de María; donde se ha tenido, estos días, el movimiento del nuevo Catecumenado. Tres apóstoles del Catecumenado, Padre José Ángel, español; y los Hermanos Tino y Lucía, italianos formando un equipo, han promovido esta forma nueva de instrucción religiosa. Antiguamente, antes del bautismo, se sometían los candidatos al bautismo a una escuela que se llamaba el Catecumenado. Ahora, lamentablemente, no lo tenemos, y por eso tenemos tantos bautizados que no viven la responsabilidad y la gloria de su bautismo. A esto responde un deseo del Concilio de que se establecieran los Catecumenados para que los bautizados o los adultos que se preparan al bautismo tomen más conciencia de esta incorporación a Cristo y a su Iglesia. En estas semanas, el Catecumenado celebra la entrega de las Biblias. Yo ya participé en alguna de éstas, y de veras que es algo emocionante la solemnidad con que la palabra de Dios se entrega al cristiano, para que la haga como el código de su vida, la norma de su existencia. Esto se llevará a cabo esta semana también en Corazón de María y en María Auxiliadora. Yo felicito a todos los que están participando, y hago un voto para que los que van a quedar promovidos sigan creando comunidades catecumenales en todas las parroquias de la Arquidiócesis y que los bautizados que quieran ser fieles, coherentes con su bautismo, traten de formar parte de estas comunidades, donde aprenderán esta gran misión del cristiano en el mundo. En esta semana también ha habido dos participaciones de salvadoreños en asambleas internacionales. El canciller de El Salvador, en las Naciones Unidas se refirió a los derechos humanos, diciendo que se respetan en El Salvador y llamando como una intromisión la vigilancia de otro país acerca de este aspecto. Yo sólo quiero aclarar, queridos hermanos, que la perspectiva política es muy distinta de la perspectiva de la Iglesia. Políticamente, nosotros, como católicos, como Iglesia, no compartimos muchos puntos de vista, ni nos extrañaría que los mismos Estados Unidos, por razones políticas, mañana ya no mencionaran para nada los derechos humanos. No nos apoyamos nosotros en las conveniencias políticas. Nosotros queremos decir, y que quede bien claro para cada católico, que el respeto, el reclamo, la defensa de la libertad, de la dignidad, de los derechos del hombre, para la Iglesia son una misión que está por encima de toda política. Es su deber, como enviada de Dios, como profeta del mundo, a defender la imagen de Dios que es cada hombre. Por eso, pues, prescindamos siempre de las apreciaciones de presidentes, de ministros, de políticos; inculquemos profundamente en nuestro corazón la ley de Dios, la visión evangélica. Jamás, hermanos y esto lo digo por muchas cosas- nos valgamos del momento religioso para nuestras conveniencias políticas; y al revés, que la política no se valga de los momentos religiosos para sus conveniencias políticas. Y lo religioso, pues, va por encima de todo esto. Sus criterios son muy elevados; y cuando la Iglesia defiende estas causas, no se está metiendo en política de partidos, sino que está, desde la ley de Dios, defendiendo claramente lo que Dios le manda defender. En este mismo sentido, también, quisiera aclarar la preocupación de muchos ante la intervención del delegado del episcopado salvadoreño, Monseñor Revelo, en el Sínodo de los Obispos, donde el periódico El Mundo destaca, como siempre se destaca lo que conviene, algo que a la Iglesia no le puede convenir. Yo les invito a que esperemos las aclaraciones personales y no juzguemos por adelantado. Pero una cosa sí podemos anticipar. Cómo prelado de la Arquidiócesis, yo quiero decir a los queridos sacerdotes y a todo el pueblo fiel, lo mismo a los catequistas que colaboran con nosotros en los cantones, que todo sacerdote y todo catequista que está trabajando por la difusión del Reino de Dios, en comunión con el Arzobispo, cuenta con el pleno respaldo del Arzobispo y que no hay para qué dudar, a pesar de las campañas difamatorias, de la ortodoxia, de la fidelidad a la Iglesia, de los sacerdotes y de los catequistas que trabajan en comunión con el obispo. No somos tan ingenuos de creer que los sacerdotes se han hecho comunistas. Cuánto le costó a Monseñor Chávez esta declaración -una calumnia, una burla. Pues, aunque yo me exponga a lo mismo, quiero decir a los queridos sacerdotes que procuren mantener su fidelidad al magisterio de la Iglesia, a la comunión de su obispo, y no teman las malas interpretaciones que se puedan hacer de su misión, mientras sea netamente en la línea recta donde va el Concilio Vaticano II y los documentos de Medellín. Ya estamos aburridos de que se nos llame comunistas, cuando defendemos estos derechos que el Concilio y Medellín llaman verdadera labor cristiana de los pastores de la Iglesia. Radio Vaticano manifestó su sorpresa ante las declaraciones de Monseñor Revelo y declaró si, ingenuamente, que se extraña de que el obispo de El Salvador desconozca el heroísmo, la autenticidad con que la catequesis en el campo no es tan fácil como ha dicho, porque ahí precisamente, en el campo, es donde están nuestras víctimas, hasta sacerdotes matados, precisamente por la catequesis en los campos. Es admirable la labor de nuestros catequistas rurales. Yo los felicito. Aprovecho esta oportunidad, lo mismo a las comunidades cantonales, para que no se dejen vencer del miedo, para que sepan que mientras estudien la palabra de Dios, que crea precisamente conciencia crítica cristiana en el hombre, se formen, maduren esa fe. Y si por esa madurez y ese criterio, que no se traga todo, sino que sabe discernir a la luz del evangelio la justicia de la injusticia y reclamar precisamente por un mundo mejor, si es necesario morir en esa causa, pues será la muerte de los mártires que murieron precisamente defendiendo esa fe. No se dejen vencer por el miedo. Y si es necesario, como dicen en cierta comunidad, vivir una vida de catacumbas, vivan esa vida de catacumbas. No es clandestinidad; es simplemente la Iglesia del silencio, que sigue trabajando su conciencia, pero que no se dejará vencer, como dije antes, por las conveniencias políticas o económicas del momento. Sean fieles a Cristo, como nos dice hoy San Pablo. Quiero decir, también, que esta semana hemos visto una manifestación de la masonería y recordar a nuestros católicos el canon 2335, las leyes de la Iglesia todavía vigentes dicen esto: "Los que dan su nombre a la secta masónica o a otras asociaciones del mismo género que maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto" -si por el mismo hecho de inscribirse, ipso facto eso quiere decir- "incurren en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica". Sepan pues que los masones, los que han dado su nombre, están inscritos en esa secta, están excomulgados; y ojalá que la euforia de esos momentos triunfales de la masonería no engañen a nuestros católicos, que sepan mantenerse fieles a la Iglesia, la cual los desconocerá como hijos de la Iglesia, ipso facto que den su nombre a esa secta. También, hermanos, lamento que todavía la desaparición de la Señora de Chiurato no da señales de clarificarse. Se han recibido muchas comunicaciones, pero ninguna se identifica. De acuerdo con la familia, quiero comunicar a los que tienen en su poder a la señora que se identifiquen, que podamos estar seguros que son ellos los que la tienen y la familia está dispuesta a cualquier negociación. Ya es demasiado tiempo, y esperamos, pues, que la tranquilidad vuelva a este hogar; pero con las legítimas demostraciones de que no se trata de un engaño, sino de una verdad. Finalmente, quiero agradecer y recomendar a todos la lectura de un artículo publicado en la revista de la UCA, en que comenta la actitud del Arzobispo, la cual, pues, no tiene ningún intento de presentar conflictos, sino que es el cumplimiento de su deber, que con toda sinceridad trato de vivir, para que todos comprendan, pues, la actuación. Y lejos de dar crédito a esa campaña difamatoria que sigue adelante (estoy recibiendo muchos anónimos, verdaderamente groseros), sepan, hermanos, que la posición que se ha tomado está a base de conciencia. No es sólo de presiones, como se dice, sino simplemente el deber de un pastor que siente la alegría, al mismo tiempo que la angustia, de vivir con su pueblo y desde el pueblo, fiel a la voluntad de Dios, caminar por un camino que sea verdaderamente los caminos del Señor. Manténganse fieles, hermanos, mantengámonos unidos. Y esto nos dará, no una victoria efímera de la tierra, (no la pretendemos) sino el triunfo del Reino de Dios. Y en este contexto, para vivir precisamente estas realidades de la semana y que se sigue vertiginosamente en las semanas siguientes, malas interpretaciones, realidades crueles, todo esto, si no hay criterio muy fino, muy claro en la conciencia, se vive de conveniencias. Y cuando las conveniencias, ya no son conveniencias tenemos católicos que le dan la espalda a la Iglesia, que se avergüenzan de esta Iglesia. Por eso, mi afán de predicar no es porque me guste hablar por radio, como me dice un anónimo, ni es porque quiera aburrir a la gente. El que esté aburrido de oírme, pues, es muy fácil; no viene a misa a Catedral o apaga su radio. Pero, yo siento el deber de estar predicando lo que se debe predicar. Por ejemplo, hoy y yo no parto de criterios míos, sino de la palabra de Dios, titularía la homilía de hoy como: la Iglesia de la promoción integral, ¿Qué quiere decir? Yo he tomado un texto del Padre Pablo VI, precisamente en encíclica Populorum Progressio, El Desarrollo de los Pueblos. El Papa dice que no basta el desarrollo económico, que el desarrollo, la promoción que la Iglesia propicia, es teniendo en cuenta ante todo al hombre. Y allí suena la palabra famosa de Pablo VI: "Todo el hombre y todos los hombres". Por eso titulo esta homilía de hoy: La Iglesia de la Promoción Integral, la promoción de todo el hombre y de todos los hombres; porque así le doy unidad a las bellas lecturas de hoy. LA MARGINACIONLa primera lectura y el evangelio nos introducen en el mundo triste de la enfermedad, en una de sus expresiones más dolorosas, la lepra; y desde la lepra, la enfermedad, consecuencia del pecado, el profeta Eliseo y el mismo Cristo toman actitudes de liberación. Si la enfermedad es una triste consecuencia del pecado, hay que librar al hombre del pecado y de su consecuencia. He allí la norma de la Iglesia en la promoción humana. Las masas de miseria, dijeron los obispos en Medellín, son un pecado, una injusticia que clama al cielo. La marginación, el hambre, el analfabetismo, la desnutrición y tantas otras cosas miserables que se entran por todos los poros de nuestro ser, son consecuencias del pecado, del pecado de aquellos que lo acumulan todo y no tienen para los demás; y también, del pecado de los que no teniendo nada, no luchan por su promoción. Son conformistas, haraganes, no luchan por promoverse. Pero muchas veces no luchan, no por su culpa; es que hay una serie de condicionamientos, de estructuras, que no lo dejan progresar. Es un conjunto, pues, de pecado mutuo. Y de ese pecado, que Medellín llama injusticia institucionalizada, injusticia hecha ambiente, de allí derivan estas situaciones que las lecturas de hoy nos las plastifican en la figura del leproso de Siria que llega a buscar redención junto a un profeta de Dios y en la angustia de diez leprosos que gritan a Cristo: "Señor, ten piedad de nosotros". En estos enfermos cabe mirar hoy esta muchedumbre lánguida que grita, desde su marginación, una liberación que no les llega de ninguna parte, dicen los Documentos de Medellín. Y la Iglesia fiel a Jesucristo sería cruel, si como los sacerdotes del evangelio dan media vuelta, se van de largo y no se fijan en el pobre herido del camino. Cristo se enfrenta, y el profeta Eliseo también, a la situación. La lepra había inspirado unas leyes terribles en el pueblo de Dios. Lean en el Levítico: el que se encuentra marcado con esa enfermedad espantosa, tiene que salir de la comunidad humana y tiene que irse a vivir a los montes y cada vez que se acerca a una persona tiene que gritar: "Inmundo, inmundo". Sonaba como un grito de sepulcro esa voz de los pobres leprosos que desde los caminos gritaban al que se acercaba para que se apartara de ahí: "Inmundo, sucio, no te acerques, te vamos a contaminar". Esta angustia los obligaba a reunirse, sociedad en el dolor. El hombre tiene derecho a asociarse, aunque sea un leproso, un campesino, un obrero. Un hombre que necesita surgir de su postración se apoya en otros. ¿Por qué se va a condenar, pues, la organización?. Cristo ve acercarse una organización de leprosos. Por cierto, uno de ellos era samaritano, y los samaritanos y los judíos no se entendían. Usemos una comparación, tal vez no tan exacta, pero como si hondureños y salvadoreños, que políticamente están distanciados, pero en el dolor sienten la necesidad de unirse; desaparecen las fronteras, solamente se siente el dolor. Este samaritano no se sentía mal, sino al contrario, se sentía hermano de sus enemigos políticos, los judíos, y con ellos va al encuentro del Señor. Naamán era un extranjero y por una noticia de una muchachita, una sirvienta de su casa que era judía, que le dice: "En mi tierra hay un profeta, él te podría curar", aquel hombre con todo el orgullo de su casta, su situación social, al fin atiende la vocecita de aquella sirvienta. Y va y sucede lo que hoy se ha leído. Cuando llega al profeta Eliseo, Eliseo le dice: "Vete a bañarte siete veces en el Río Jordán". La primera reacción de Naamán es de soberbia: "¿Para esto he hecho un viaje tan largo? ¿Qué acaso no hay ríos más buenos en mi tierra?. Y hoy el profeta me manda simplemente una cosa; ni siquiera se ha dignado venir él". Y el criado de Naamán le dice: "Si te hubiera mandado una cosa más difícil, la harías por tu salud. Cuándo más que es simplemente meterte al río siete veces. Obedece". Y obedece; y cuando se sale del río ya purificado de su lepra, este hombre corre al profeta Eliseo para decirle la palabra de la fe: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, más que el de Israel. Recibe este presente". Y Eliseo no quiso recibir nada. Figura simpática la de Eliseo. Pertenece al libro de los Reyes. Todavía no son los profetas los protagonistas de la historia de Israel. Los reyes son, entre los cuales se destaca Salomón y David, que le han dado la constitución política al Reino de Israel. Pero siempre junto a esos reyes había hombres como los confesores, como los predicadores que actualmente tenían los reyes católicos. Uno de éstos era Elíseo, una especie de confesor del rey, que el soplo de la palabra divina llegaba a la política de los reyes a través de sus profetas. Y dichosos los gobernantes que atendían la voz de sus profetas y pobres los gobernantes que despreciaban las voces de los profetas. De esto están llenas estas páginas del libro de los Reyes. Uno de esos profetas que compartían su vida entre el Consejo de la Corte, donde iba a aconsejar al rey Jeroboan, y su vida común de los hermanos profetas (se llamaban esas comunidades donde los profetas en oración, en meditación, escuchaban la palabra de Dios para llevarla luego al mundo), Eliseo, que comprendió en su meditación y en su misma actuación frente a la Corte que él no era más que un instrumento de Dios, tenía de sí un concepto tan humilde, que cuando este sujeto del milagro le quiere ofrecer grandes cantidades de dinero que traía para recompensar al que le hiciera el favor de limpiarlo, no le recibe nada. Le dice el profeta: "juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada". Qué hermoso gesto. Hermanos, si la Iglesia ha tenido sus deficiencias y sus pecados enormes, porque ha convertido a su instrumentalidad de Dios en un negocio muchas veces, es reprochable; y el sacerdote que usa su poder sacerdotal para ganar dinero está abusando. Desde esta cátedra, desde donde se denuncian las injusticias y los desórdenes, también estamos dispuestos a ser criticados en todo aquello que no es correcto. El sacerdote como Eliseo tenía que sentir: todo lo que doy es de Dios. La palabra que hoy estoy dando es de Dios. Si por ella me alaban, me aplauden y yo me quedo con esos aplausos, yo le robo a Dios. Yo, hermanos, le ofrezco al Señor toda esta acogida que ustedes le dan a la palabra mía; porque no es mía, es de Dios. Y si nosotros necesitamos dinero, porque somos hombres y tenemos que comer y vestir, y tenemos que atender también las oficinas, los templos desde donde les atendemos a ustedes, eso es distinto. Pero si alguien se quisiera enriquecer egoísticamente, valiéndose de su ministerio sacerdotal, estaría cometiendo un sacrilegio. "Lo que recibisteis gratuitamente -nos dice la Biblia- dadlo gratuitamente". Y el pueblo sabe responder, y lo digo por experiencia, la generosidad de ustedes ayudándonos en nuestras obras, en nuestras súplicas y también en nuestras necesidades personales. No nos podemos quejar. Y como San Pablo, decimos, con tal de tener con qué comer, con qué vestirnos, dónde vivir, es suficiente. Entonces el profeta oye una confesión más humilde de aquel que es asirio. Entonces -le dice- permite que entreguen a tu servidor una carga de tierra de este reino que puede llevar un par de mulas, porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor. He aquí un convertido, un pagano que no conocía al Dios de Israel, y por la actitud de un profeta lo conoce y se convierte en un adorador del verdadero Dios. Esta es una de mis satisfacciones más grandes de estos tiempos, hermanos. Cuántos corazones se han convertido, cuántos, y no sólo de la clase humilde. Yo oigo confesiones que me llenan de profunda satisfacción, de gente adinerada que me dice: "Sí, usted tiene razón. Sí, los que no quieren comprender esto es porque son muy egoístas. Estamos dispuestos a hacer lo que se pueda". Y yo tengo una gran esperanza, hermanos, de que la Iglesia, que ha ofrecido el diálogo de su sinceridad, sin traicionar esta verdad del evangelio, encontrará eco no sólo en el pueblo humilde, sino también en la clase poderosa; porque el que escucha la verdad es muy ciego si no la quiere seguir. CRISTO SANA A LOS LEPROSOSEn este mundo de la enfermedad y de la conversión nos encontramos a los diez leprosos del evangelio. ¡Qué triste figura!. Y yo quiero pensar, en este encuentro que este domingo nos ha hecho a todos nosotros con el dolor humano, que pensemos, hermanos, en la desgracia de la humanidad, que nuestro corazón este día vuelve a los hospitales. Yo vivo en un hospital y siento de veras de cerca el dolor, los quejidos del sufrimiento en la noche, la tristeza del que llega teniendo que dejar su familia para internarse en un hospital. Pensemos en las largas colas de enfermos esperando en nuestros hospitales para buscar un poco de salud que no lo llegan a encontrar. Y pensemos, también, en el enfermo de familia, aquel que me está escuchando tal vez junto a su aparato de radio. Ojalá que esta palabra le lleve un consuelo. Estamos pensando en usted, querido hermano enfermo. El Papa en una de sus últimas catequesis, cuando dice que la sociedad civil se organiza y puede desplazar a la Iglesia en su obra de beneficencia, no importa; la Iglesia siempre tendrá una mística muy especial para el sufrimiento, que no la pueden dar todas las técnicas de médicos y de enfermos y de hospitales bien equipados. Esos centros, esas técnicas, muchas veces cosifican, es decir, hacen del enfermo una cosa. Ya casi ni se le llama por su nombre, sólo el número, el enfermo número tal, como si fuera algo irracional. Se olvida que el enfermo es ante todo una persona, que necesita cariño, que necesita caridad, que necesita la ternura de un corazón, que no basta una enfermera muy técnica en poner inyecciones y transfusiones, pero que trata al enfermo de cualquier manera. Esta hora de compasión para el enfermo lleve un llamamiento al médico, a la enfermera, al hospital, para que humanicen cada vez con más delicadeza esa misión de quien trata no a un animal ni a una cosa, sino a un ser humano, que tiene su corazón compartido con una familia con la que no está, que le hace falta el cariño de aquellas manos que lo saben tratar bien en su casa. He aquí el ambiente del enfermo. También el tiene que elevarse a la comprensión de que su dolor no es inútil, de que aunque lo tratemos como un ser inútil -y, hermanos, ya va llegando la teoría que ya usó Hitler y su sistema en Alemania, de eliminar todo ser inútil. Un viejo, un enfermo que ya no sirve, se le elimina. ¡Qué inhumano!. A esto se puede llegar cuando no se ha tenido cuidado también de la vida que comienza. Si se trata así el germen del hombre que está en la entraña de una mujer embarazada y se provoca el aborto, es un asesinato; y, lo peor, la madre asesina de su propio hijo. De ese paso, de la falta de amor a un ser ya concebido, no hay más que un pequeño paso al viejo, al enfermo, al inútil. Si estorba un feto, que ya es vida humana en la entraña de una mujer, también estorba un viejo cuando no hay sentido de caridad en un hogar, y no hay más que un proceso lógico. Si es lógico el aborto, es lógico también este proceso de eliminación. Es necesario humanizar las relaciones con los que sufren, con los que parecen inútiles. El gran misterio nos lo deja Cristo: en el día del juicio nos va a juzgar en la medida en que tratamos al necesitado, porque "todo lo que hiciste con uno de ellos, conmigo lo hiciste". Por eso les decía al principio que los considerando políticos, higiénicos, técnicos de los hombres que ese quedan muy por abajo de los considerados cristianos de un cristiano que sabe que lo que hace a un enfermo, a un pobre, a un miserable, Cristo lo está recibiendo como en su propia persona. Desde el mundo de la enfermedad, hermanos, quiero sacar esta conclusión, Decía que Pablo VI decía: es necesario promover todo el hombre. Y aquí tenemos, cuando Cristo se preocupa del enfermo del cuerpo, lo está salvando no sólo en su alma. Hay una espiritualidad peligrosa en nuestro tiempo, como una reacción contra el lenguaje nuevo de la Iglesia, que habla de liberación, de derechos humanos, que protesta por los ultrajes de la persona, que reclama los abusos del poder político. Contra esa actitud leal de la Iglesia se reacciona, diciendo que la Iglesia tiene que predicar sólo la espiritualidad, sólo de un Dios, de un reino de los cielos, y que no nos preocupemos de la tierra. No se dan cuenta que están descoyuntando el evangelio, que Cristo que vino a salvar a los hombres tuvo cuidado, también, de sus cuerpos; y a los diez leprosos, como Eliseo a Naamán, los cura, usando el ministerio de los sacerdotes: "Vayan a mostrarse a los sacerdotes". Lean en el Levítico la hermosa ceremonia del sacerdote que incorpora de nuevo a un leproso ya curado; todo una consagración para incorporarse al pueblo de Dios. Cristo respeta las leyes eclesiásticas de su tiempo, como las debemos de respetar todos. Si los sacerdotes de hoy hubiéramos caído en las tremendas deficiencias del sacerdocio en tiempo de Cristo, allí está Cristo dándonos el ejemplo, respeto a las leyes que están en manos de los sacerdotes: "Vete a mostrar a los sacerdotes". Y cuando iban de camino quedaron curados por su obediencia. De seguro que continuaron llegando al sacerdote para que impusiera las manos y los incorporara, ya sanos, al pueblo de Dios. Pero este samaritano, precisamente el enemigo político del pueblo de Jesús, vuelve ante Jesús el judío, pero que es Dios, y de rodillas, de bruces, cantando gloria a Dios, le dá gracias porque lo ha curado. He aquí el hombre que siente que la promoción de la Iglesia no solamente es el perdón de su pecado, sino que también le ha dado salud a su cuerpo. La Iglesia está empeñada hoy -acaba de salir un documento de la Santa Sede, que lo voy a dar a conocer en Orientación- de cómo hoy no se puede separar la promoción humana, el cuidado de los cuerpos, de los derechos humanos de la tierra, de esta obra de evangelización de la Iglesia; de tal manera que no hay por qué poner una dicotomía entre los derechos de Dios y los derechos del hombre, como si el que habla de los derechos de Dios se olvidara de los derechos del hombre o viceversa. Cuando hablamos de los derechos del hombre, estamos pensando en el hombre imagen de Dios, estamos defendiendo a Dios. Por eso, les repito que la perspectiva de la Iglesia es religiosa, es hacia Dios, no es de conveniencia política. Esto quiere decir, pues la frase de Pablo VI, "la promoción de todo el hombre", alma y cuerpo, corazón e inteligencia, relaciones sociales; que sintamos la igualdad que Dios ha querido de todos sus hijos, que organicemos un mundo más conforme a esta promoción integral de todo el hombre, que todo el hombre sienta la capacidad de desarrollar toda su capacidad, de salir de la enfermedad, de encontrar hospitales donde curarse, de encontrar escuelas para todos sus niños, que no se queden analfabetas, de promover, pues, en todos los sentidos el desarrollo humano integral de todo el hombre. Y en segundo lugar, "la promoción de todos los hombres". Quiero fijarme, y estamos en el mes de las misiones, que este leproso que curó el profeta Eliseo, venía de un país extranjero. Cristo lo hace notar una vez en su evangelio, cuando dice: "Había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo; sin embargo, a ninguno de ellos fue enviado, sino a Naamán, el Sirio". Un Sirio, un pagano, uno que vivía más allá de las fronteras, y en aquel tiempo no ser judío era ser considerado como perro, como extraño. Si un perro, un extraño, viene al profeta inspirado por Dios, sabe que Dios es padre de todos los hombres, que para Dios no hay quienes se sientan a la mesa y quienes se quedan como perros a recibir las migajas, que para Dios todos son comensales del gran banquete de la vida que él nos ha servido; y por eso, para todos los que piensan en la promoción, para todos los hombres; este es el sentido misionero. La Iglesia desde todos los tiempos, dice la encíclica Populorum Progressio, se ha preocupado por llevar la promoción a todos los pueblos de la tierra -no para apoderarse del poder de nadie. Ténganlo bien claro los políticos: la Iglesia no pretende el poder de la tierra, pero sí pretende implantar en el poder de la tierra el reino de Dios, que hará más justo el poder de la tierra y hará más comprensivo al pueblo gobernado cuando lo ilumine un sentido de justicia y de verdadera promoción, cuando se sienta que la participación en política es un derecho que se respeta en todos los ciudadanos; porque a todos los hombres la Iglesia les predica su participación como hijos de Dios, con los talentos que cada uno ha recibido para el bienestar de todos. Todos tenemos derecho a construir el bien común de todo el país. Y así la Iglesia va promoviendo por todas partes. Si esto es subversión, la Iglesia sabe que no lo es; sino que es promoción, desde todos los pueblos, respetando la idiosincrasia de cada país. Y si alguna vez, dice la encíclica Populorum Progressio, los misioneros embuidos en una cultura de su país sintieron que se traslucía algo del mensaje de Cristo, de su propio modo de pensar como europeo, ahora la Iglesia está tratando de corregir y sabe que eso fue un error, y trata de identificarse tanto con el pueblo misionado, que no le interesan ya tanto los intereses de su país, sino del pueblo cuyo arte, ciencia, idiosincrasia, raza, modo de ser, lo promueve, lo diviniza. Eso estamos haciendo en El Salvador. No somos un poder extranjero; somos el alma del pueblo, somos la vida de la nación. Por eso la Iglesia predica y siente que tiene el derecho de predicar un evangelio que no trae un poder extranjero, sino que viene a inyectar vida a nuestra propia vida, para que el salvadoreño sea más salvadoreño y ame más a su patria y trabaje por promoverla mejor. Esto hace la Iglesia en el pueblo; por, eso no se le quiere comprender, a pesar de lo claro que es su misión. PROMOCION DEL ESPIRITUY finalmente, queridos hermanos, -un tercer pensamiento- voy a terminar con que toda esta promoción de todo el hombre y de todos los hombres, no es aras de tierra, no es sólo para hacer sano en sus carnes a Naamán el sirio, no es sólo para dar una alegría de salud corporal a diez leprosos. Lo más grande de todo es que, a través de esa promoción del cuerpo, Cristo ha logrado la promoción del espíritu. Se han fijado cómo terminaron los dos milagros, el milagro de Naamán, con esta palabra hermosísima: "Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel, y permíteme llevar tierra de este reino, para no adorar de aquí en adelante más que al Dios verdadero". Allá termina la promoción, en unir al hombre con Dios. Y se han fijado como termina la promoción del leproso agradecido: volvió, dando gloria a Dios, a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Así termina la promoción de la Iglesia, postrando los hombres ante Cristo… Para estos momentos de prueba en la historia del país y en la historia de la familia, San Pablo, escribiéndole a Timoteo, ya está prisionero, está encadenado, pero desde sus cadenas puede decir San Pablo esta mañana: "La palabra de Dios no está encadenada". Qué libertad la que produce esta fe cristiana. Una Iglesia perseguida, torturada, asesinada, puede decir como San Pablo: "Pero la palabra de Dios no está apagada"… El hecho es, que cuando quisieron apagar la voz del Padre Grande para que los curas tuvieran miedo y no siguieran hablando, han despertado el sentido profético de nuestra Iglesia, la cual se desencadena, porque sabe que no le pueden matar la palabra en los labios, que seguirá vibrando a través de una Iglesia que lleva la promesa de Cristo hasta la consumación de los siglos. ¿Y qué tiene que predicar el predicador de esa palabra, que no se deja amarrar? La fidelidad a Dios, dice San Pablo. Esta es la doctrina segura: que Cristo es nacido del linaje de David; en cuanto hombre, pertenece a raza de reyes; pero no es eso lo más grande. Lo más grande es que éste ha resucitado de entre los muertos. Hermanos, ¿qué miedo puede tener un hombre que cree en aquel que cuando lo mataron resucitará para siempre?. Se ha perdido la esperanza de muchos en esta resurrección, y por eso tienen miedo. Pero ha despertado la esperanza de muchos que quisieran ser matados para participar con Cristo en su martirio y resucitar con Cristo en una gloria que no tendrá fin. Y por eso la consigna de San Pablo, para terminar. "Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él". Y fíjense bien -"Si lo negamos, también él nos negará". Qué terrible será la negación de Cristo a la hora en que las cosas son definitivas: 'Tuve miedo de tí Señor, por eso me hice masón, por eso me hice de ORDEN, por eso me metí en tal situación política". "Me negaste: pues; aquí está la sentencia". "Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles" -esta es otra cosa- "si somos infieles, él permanece fiel". Qué consuelo. Aún cuando lo hayamos traicionado, si lo venimos a buscar, lo encontramos con los brazos abiertos. No ha pasado nada. Como Pedro en la mañana de la resurrección, Cristo, que ha salido testigo de las negociaciones cobardes del Jueves Santo en la noche, ahora solamente le pregunta: "¿Me amas?" Y Pedro, avergonzado y arrepentido, le dice: "Si, te amo Señor. Si lo que pasó aquella noche fue pura debilidad. Soy digno de castigo". Y Cristo no le reprocha el pecado. Lo encuentra fiel. Todo pecador, todo traidor que se haya alejado de Cristo, sepa esto: "Si le hemos sido infieles, él permanece fiel". Qué con consuelo, hermanos, para mí pecador y para cada uno de ustedes pecadores, que después de nuestras debilidades y deficiencias lo hemos encontrado, nos ha perdonado, nos ama, no ha pasado nada; "porque no puede negarse a sí mismo". Qué razón más profunda. Dejaría de ser Dios, dejaría de ser redentor. Por eso, hermanos, con esto terminamos, pues, nuestra explicación humilde sobre la Iglesia de la promoción integral, una Iglesia que se preocupa de salvar las almas, pero que también se preocupa de salvar los cuerpos, de defender los derechos históricos de los hombres; pero que no se termina sólo en aspectos políticos terrenales, sino que hace prevalecer con primacía absoluta, la relación del hombre con Dios. Busca la conversión de cada corazón, porque de nada serviría una liberación económica en que todos los pobres tuvieran su casa, su dinero, pero todos ellos fueran pecadores, el corazón apartado de Dios. ¿De qué sirve?. Hay naciones que actualmente económicamente, socialmente están bien promovidas, aquellas, por ejemplo, del Norte de Europa. Y sin embargo, cuánto vicio, cuánto desorden. La Iglesia siempre tiene la palabra que decir: la conversión. La promoción no está terminada aunque organizáramos idealmente la economía, la política, la sociología de nuestro pueblo. No está terminada. Sería la base para que culminara en esto que la Iglesia busca y predica, el Dios adorado por todos los hombres, el Cristo reconocido como único salvador, la alegría profunda del espíritu de estar en paz con Dios y con nuestros hermanos. La palabra divina, queridos hermanos, debe ser para nosotros que creemos en ella, la luz que alumbra nuestros pasos; la que ilumina, también, de consuelo nuestras aflicciones, la que le da razón a nuestras esperanzas. Por eso, me gusta evocar con todos ustedes, esos hechos que vivimos en la semana para iluminarlos junto con esos hechos públicos, familiares íntimos, que tienen que ser también iluminados con la palabra de Dios, y porque para la Iglesia todo lo humano le interesa. Ella, como dijo el Papa un día, es la vida de la humanidad.
Por ejemplo, en esta semana hemos lamentado la catástrofe de aviación militar en la cual perecen hermanos nuestros, por los cuales hemos pedido el eterno descanso. También, en cumplimiento de su deber de ganarse la vida, unos obreros quedan soterrados bajo un barranco. Un niño es arrastrado por una corriente, y qué angustia será la de esa madre de no haberlo podido encontrar. Pero, sobre todo, como un agradecimiento a los medios de comunicación social, quiero manifestar el fracaso de nuestro deseo de intervenir en el hallazgo de doña Elena Lima de Chiurato. Hemos visto de cerca la angustia de esta familia. El esposo entre lágrimas me decía: "Yo temo lo peor, veinticinco años de matrimonio que terminen así; pero siquiera que me entreguen su cuerpo muerto". Yo suplico en nombre de Jesucristo nuestro Señor y de su Iglesia, a la que tengo el honor de representar, en nombre de lo más noble de los corazones que estamos en esta reflexión, incluso tal vez los mismos que cometieron este crimen de raptar una persona, que se compadezcan ante el dolor humano y den noticia. Comuníquense, ya sea conmigo, que me he ofrecido a la mediación, o ya sea directamente con la familia de la Señora de Chiurato. Yo les suplico encarecidamente. Queridos hermanos, es este dolor de esta familia el que ha repercutido en mi corazón con otros desaparecidos, que a pesar de nuestra súplica siguen en esa tortura espantosa, que no es sólo de ellos sino de las familias que buscan ansiosas a sus seres queridos. El respeto, que sentimos para el hogar de Chiurato, lo sentimos para todos los hogares donde se lamenta esta nueva clase de gente salvadoreña, los desaparecidos. Mientras tanto, la Iglesia sigue trabajando su organización, revisando su misión, para ser más eficiente en el servicio a la humanidad. Desde ayer en Roma se inició el Sínodo Mundial de los obispos, donde el Papa preside la gran consulta del mundo sobre la catequesis. Este es el tema que desde el año pasado fue enviado a todos los obispos del mundo para que, en consulta con sus sacerdotes, religiosos y fieles aporten al Papa, maestro responsable del magisterio universal, la manera de evangelizar, de catequizar, de llevar la Buena Nueva a todos los jóvenes, niños y adultos. Allá está, pues, en estos días hasta finales de octubre, la gran consulta por la cual hemos de pedir para que la catequesis, necesidad de la Iglesia, recobre nuevos impulsos, nuevas orientaciones. Por parte del episcopado salvadoreño, ha ido Monseñor Marco René Revelo, obispo auxiliar de Santa Ana, encargado de la catequesis en nuestro país. También es destacada la noticia eclesial de esta semana, el nombramiento de Monseñor Dr. Arturo Rivera Damas para obispo residencial de Santiago de María. En nuestro periódico Orientación, expreso los sentimientos que en mí han provocado este nombramiento. Por una parte, la impresión de que se nos va un colaborador muy valioso de nuestra curia arquidiocesana; pero por otra parte, es una gran alegría, porque la promoción de un obispo auxiliar a residencial, en primer lugar supone la confianza del Papa en esa persona, y con este gesto quedan desmentidas todas las calumnias, difamaciones, que contra nuestro querido Monseñor Rivera se han atrevido a inferir muchas personas. Su figura, pues, se destaca sobre esa maraña de calumnias y de malos entendidos. La voluntad del Papa que lo elige para ir a regir una diócesis joven llena de esperanza, donde sin duda sus grandes lineamientos de pastor, a la medida de la nueva mentalidad de la Iglesia, podrá hacer maravillas. Y me alegro de que la línea de su pastoral, sea precisamente la línea que en nuestra Arquidiócesis se lleva, de una promoción inseparable de la evangelización. Alegrémonos pues, y encomendemos mucho al Señor que en su nuevo cargo Monseñor Rivera dé el testimonio de esta Iglesia preocupada de los problemas actuales del mundo. En estos días, también, se están llevando a cabo solemnes clausuras de cursos y graduación de bachilleres en los colegios. Hemos tenido la dicha de asistir a algunos. A otros no nos es posible, a pesar de la invitación que mucho agradezco. Pero quiero, desde aquí, dar un voto de felicitación y de confianza a todos los colegios católicos. Este año, junto con el bautismo de dolor de la Iglesia de la Arquidiócesis, nuestros colegios católicos también han reaccionado para colocarse en la línea que la Iglesia quiere en la enseñanza actual. Ha habido reacciones también en contra, queriendo dividir la línea de la Iglesia. Lamentablemente, ha habido eco a esas reacciones, que no pueden tener razón, cuando la Iglesia entera llama a todos sus medios de evangelización, entre los cuales están sus colegios católicos, para llevar adelante una evangelización que sea acorde con nuestros tiempos. Ya comienzan las nuevas matrículas, y ojalá no sea cierto que ciertos grupos católicos están tratando de minar la obra de los colegios, llamándolos a otra parte. Si esto sucediera entre católicos, yo denuncio esa deslealtad. Ningún católico, aunque organice un colegio, tiene el derecho de quitarle alumnos a otro colegio con el pretexto de que aquí se le va a enseñar mejor la línea de la Iglesia. Los colegios católicos están todos autorizados por la jerarquía de nuestra Arquidiócesis, y lo que ellos siguen tiene que respetarse, por cualquier grupo, no digamos anticatólico, sino mucho más por los mismos católicos. Que no hagamos la impresión de ser dos Iglesias, sino que somos una sola Iglesia en la línea proclamada por el magisterio de esa Iglesia, sobre todo para los tiempos nuevos en el Concilio Vaticano II y en los documentos de Medellín. He visto de cerca en esta semana, las comunidades de Huizúcar y de Nejapa con motivo de sus fiestas patronales; también Monseñor Rivera llevó esta presencia episcopal a Guazapa, donde también se celebraba el día de San Miguel. Y quiero felicitarlos por el fervor y por saber unir con esa historia de sus fiestas patronales, con esa tradición de años y de abuelos, las líneas nuevas de la Iglesia, o sea la Iglesia como un árbol añejo, secular; pero, a pesar de su tronco viejo, retoñando con nuevos retoños y nuevas esperanzas. Es la vida de la Iglesia. Si solamente respetáramos tradiciones y no las quisiéramos cambiar, seríamos como un tronco seco, como un museo de antigüedades, pero no sería la vida de la Iglesia que, llevando los siglos, engarzándolos en su hebra de oro de la vida de Cristo, hace reverdecer, para las necesidades nuevas, las comunidades nuevas alimentadas con el tronco añejo de nuestra fe cristiana, pero reverdeciendo en las nuevas visiones del mundo actual. Y, hermanos, no puedo tampoco dejar de recordarles, con una insistencia muy filial para con la Virgen, que desde ayer hemos comenzado el mes del rosario, el mes de octubre; y que ojalá volviera a todos los hogares aquella vieja costumbre de rezar el rosario en familia. Procuren aprenderlo los que no lo sepan; y los que lo han olvidado, recuérdenlo de nuevo; y los que lo practican, sepan que están también en la línea de la Iglesia, que respeta esas costumbres populares, esas tradiciones de amor y de cariño a la Virgen. Solamente les pide que no se hagan costumbres rutinarias, que no sea una maquinaria repetir el padrenuestro y avemarías, sino que sea lo que fue al principio, el mensaje del evangelio. Los misterios del rosario son resumen precioso del evangelio, que los comprende hasta el niño más chiquito, que en su débiles manos va desgranando las cuentas del rosario mientras medita en el niño Jesús, en el Jesús que muere por nosotros, en el Jesús resucitado y en la Virgen que acompaña a este Cristo en su infancia, en sus dolores y en su resurrección. El que reza el rosario con sentido de evangelio se hace cristiano en la mejor escuela, en la escuela de la Virgen, que es la mejor cristiana. Por eso, hermanos, yo les encarezco volver a esa costumbre que muchos han creído superada, pasada de moda. Pero, sólo pasan de moda aquellas cosas que ya no se aman. Y el que tiene problemas con el rosario, es que tiene problemas con la Virgen; y el que tiene problemas con la Virgen, es que tiene problemas con Cristo; y el que tiene problemas con Cristo, búsquelos en su propia conciencia, son problemas de su propia vida. Enmiéndese, conviértanse, y encontrará alegría en la compañía de la Virgen y de Jesús, en la compañía sencilla de la familia que reza con cariño esas plegarias inmortales. Y cabalmente de esto nos habla la palabra de Dios en esta mañana primorosa del domingo vigésimo séptimo del Tiempo Ordinario. Va avanzando el año hacia el encuentro de un nuevo año, y la Iglesia se preocupa de que sus cristianos, como en una universidad, vayan aprendiendo más y más la mística de su reino, su doctrina y, sobre todo, su vivencia. Hoy podríamos calificar nuestra homilía "la Iglesia comunidad de fe". La fe es el tema de las tres lecturas: la fe que ilumina la problemática insoluble en la mente del profeta Habacuc; la fe que Pablo le da como secreto de solución a su discípulo Timoteo, quizá en una crisis de su vocación; y la fe es la que Cristo responde cuando los apóstoles le piden con una súplica, que debía de ser la nuestra en esta mañana: "Señor, auméntanos la fe". 1. LA FE DEL PROFETA HABACUCEs hermosa la respuesta de hoy. El profeta Habacuc vivió posiblemente en los tiempos de la invasión de los caldeos y de los asirios a la tierra santa. Él, como los profetas mirando el futuro, como que confunde dos planos: el plano de la injusticia interna de su pueblo y el plano del castigo justiciero de Dios, por medio de un ejército invasor que va a castigar, como azote, los pecados de Israel. Y él comprende que Dios castigue al pueblo por el pecado, pero lo que no comprende es cómo un pueblo más pecador que el de Israel sea escogido por Dios para venir a cometer injusticias mucho mayores que las que va a castigar. Y entonces es cuando, problematizado este pobre hombre, se enfrenta a Dios con un problema parecido al del reino del libro de Job, el problema del mal, que ahora podríamos traducir también nosotros en nuestros problemas nacionales y podíamos como Habacuc preguntar: "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré violencia sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?" El libro es precioso. Sólo tiene tres capítulos. Si lo pueden leer en esta semana, fíjense sobre todo en el capítulo segundo, donde el profeta explaya esta preocupación y en forma de quejas contra Dios, escribe cinco imprecaciones. La primera contra la explotación económica: "Ay de quien amontona lo que no es suyo y se carga de prendas empeñadas". Está denunciando aquí el atropello del pobre, de la pobre mujer que no tiene con qué dar de comer a sus hijos y va a empeñar o a prestar dinero y se lo dan a usura: "Amontonan prendas empeñadas". Segundo, se queja contra el pillaje avasallador: "Ay de quien gana ganancia inmoral para su casa, para poner su nido en alto y escapar a la garra del mal". Aquí, dice el profeta que los mismos palacios erigidos con esta usura claman. Sus piedras, sus adornos son testigos de esa sanguijuela humana que es el usurero. ¿De qué sirve tener un bonito palacio si es fruto del pillaje, del robo?. Se queja en tercer lugar contra el genocidio: viene este ejército invasor y mata a nuestra propia gente. "Ay de quien edifica" -son palabras del profeta que parecen escritas para nuestros días- "Ay de quien edifica una ciudad con sangre y funda un pueblo en la injusticia". Sobre fundamentos de injusticia y de sangre, de atropello y torturas, no puede ser firme una ciudad, una civilización. En cuarto lugar, el profeta se queja contra la corrupción de los pueblos oprimidos: "Ay del que da de beber a sus vecinos y les añade su veneno hasta embriagarlos para mirar sus desnudeces". Y describe aquí con pinceladas, diríamos, pornográficas, los vicios de la lujuria de la carne en que se solazan nuestros pueblos. Ay de la corrupción de los pueblos. En esta palabra del evangelio, hermanos, no solo denunciamos la injusticia, sino también las inmoralidades. Surgen los grandes negocios de los moteles que son verdaderas casas de cita, surgen los prostíbulos, se vende la carne. Hay corrupción. Hay corrupción dentro del mismo matrimonio, que se ha convertido también en un prostíbulo cuando se evitan los hijos y se quieren los placeres de la carne. Hay inmoralidad, y Dios no puede tolerar estas cosas. Se nos dan privilegios de derechos humanos, pero a condición de que se consuman los medios anticonceptivos artificiales. Se mutilan las fuentes de la vida, se esteriliza la mujer y se esteriliza al hombre. La carne está imperando. Todo ésto ofende a Dios, y el profeta siente como en su propia vida el atropello de su pueblo en todas estas maneras. El aborto, que se legaliza; y a pesar de que los obispos pedíamos al mismo Presidente y en la misma Asamblea respeto a la vida en las entrañas de la mujer, allí están las leyes. Esa es verdadera persecución a la Iglesia, desde las leyes contra la moral que la Iglesia predica y a pesar de haberle prometido al episcopado entero que se respetaría ese derecho a la vida, derecho de nacer, como dice la película, ni siquiera el derecho de nacer. Y se dice que se respetan los derechos humanos en El Salvador y son montones, se cuentan por millares, los abortos en los mismos hospitales, en las mismas clínicas médicas, y se pagan viajes al extranjero incluyendo un aborto. Ya se ve la malicia de esas excursiones. Es terrible, hermanos. Vivimos de veras bajo esta maldición del profeta. Ay de los pueblos sometidos que beben el veneno hasta embriagarse y mirar sus desnudeces. Y finalmente, el profeta sanciona la idolatría: "Ay de quien dice al madero: despierta; y a la piedra muda: levántate". Sí, están cubiertas de oro, pero ni un soplo en su interior. Naturalmente que ya nosotros no tenemos aquellas idolatrías de los caldeos y de los asirios, pero el oro sigue siendo un becerro que muchos adoran. Y por adorar ese becerro de oro, sus riquezas, son capaces de atropellar todos los derechos, mandar a matar, destruir y calumniar, decir todos los epítetos contra una Iglesia que no hace otra cosa que reclamar lo del profeta: Ay de ustedes los idólatras, que hacen de su oro un dios, pero que no tiene vida por dentro. Es metal que metaliza también del corazón, cuando se postran ante él. Ante estos hechos, estos problemas que son la realidad de la historia, el pecado en el mundo, la respuesta de Dios se oye en la primera lectura ya: "El Señor me respondió: Escribe la visión. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe". Hermanos, este es el mensaje que yo quisiera que se clavara en cada corazón. El justo vive por su fe. La fe es la única que puede darnos una respuesta adecuada a tantas injusticias. Donde parece que reina la injusticia, el atropello, la fuerza bruta, el justo como que se siente inerme. Qué poco podemos, desde la Iglesia, débil, rebatir los atropellos de la dignidad del hombre. Sin embargo, tenemos la fuerza vigorosa de Dios, la fe. El justo vive de fe. Esta es la vida que yo quisiera para todos los corazones. 2. LA FE QUE CRISTO PIDECuando Cristo, nuestro Señor, en su evangelio también nos invita a la fe: "Ah dice- si tuviérais fe como un granito de mostaza, haríais prodigios parecidos a esto". -que no es más que una figura retórica en el evangelio, pero que quiere expresar una realidad- "le diríais a una morera, arráncate de raíz y trasládate al mar, y os obedecería". No es necesario trasladar un palo al mar, pero hay cosas que parecen más imposibles; por ejemplo, ¿cómo va a cambiar esta situación de El Salvador? Por ejemplo, las familias que lloran a los desaparecidos: ¿Cómo aparecerá mi hijo, mi esposo, mi hermano? Ante esta potencia de las armas y de la fuerza, qué chiquito se mira el hombre inerme. Sin embargo, si ese pequeñito a las fuerzas del mundo tiene la fe de Dios, es más poderoso que todos los ejércitos. ¿Qué es la fe? Hermanos, mi mayor temor en este tiempo es que mucha gente está perdiendo la fe. Y el mayor crimen que los criminales cometen con tantos abusos de violencias es poner en tentación la fe de la gente y poner la confianza en las brutalidades de la violencia. Cuidado, hermanos, hay muchos, sobre todo entre los jóvenes, que ya no creen en las fuerzas espirituales y se lanzan a la guerrilla, y se lanzan al secuestro y se lanzan a la violencia, como si ahí estuviera la solución. Cómo quisiera yo desvirtuar todas esas falsas idolatrías, que al fin y al cabo no son más que debilidades de la carne y que no conducen a nada bueno, para poner en cambio en el corazón de los guerrilleros, de los violentos, de los que atropellan, de los que torturan, de los que ponen su fuerza en el dinero, en la política, que la fuerza solamente viene de Dios; y que sólo la fe es capaz de trasladar montañas y de hacer felices a los pueblos y a la historia. ¿Qué es la fe? Yo he querido copiar el pensamiento del Concilio Vaticano II, cuando en el documento sobre la divina revelación después de decirnos cómo Dios se revela no sólo en la naturaleza, de tal manera que aún el que no es cristiano, simplemente es un hombre racional, puede descubrir en las flores, en los frutos, en las estrellas, en la naturaleza, la existencia de un Dios; pero eso se llama revelación natural. Pero además de esa revelación natural, nos dice el Concilio, Dios ha querido revelarse El mismo y sus designios de misericordia y de amor por medio de su palabra, que es el Hijo de Dios, que se hizo hombre y que dejó, también, esa revelación encomendada a una Iglesia. Entonces, el Concilio pregunta: ¿Qué debe hacer el hombre cuando conoce que Dios ha hablado? He aquí la respuesta: Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe -aquí viene una bonita descripción de la fe- por la fe "el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asistiendo libremente a lo que Dios revela". (D V, 5). Miren qué belleza, hermanos. Tal vez habíamos tenido nosotros, de nuestra infancia, un concepto muy intelectual de la fe. Y es que antes del Vaticano II vivíamos la doctrina del Concilio Tridentino, que tuvo que enfrentarse contra los abusos de la fe que predicaron los renovadores de Lutero, el cual, dicen que enseñaba que con tal de tener confianza en Dios nos salvaríamos, aunque pecáramos fuertemente. Se le atribuye a Lutero esa frase que, históricamente, no sé si será cierto, pero que decía: "Peca fuertemente; con tal que creas fuertemente, te salvarás". Contra este error nefasto, que puede llevar a muchos pecadores a una confianza ilusoria, el Concilio de Trento condenó esa confianza temeraria y enseñó que la fe era aceptar las verdades de Dios, las cosas que Dios enseña. Y así tuvimos nosotros un concepto de fe intelectual. Y un rey decía, cuando le preguntaron: "¿Cómo anda tu cristianismo?" - "Pues, en materia de fe, muy bien, porque no es más que creer; pero en materia de moral ando muy mal". Se separaba la fe y la moral. Cuando ya se superó ese error protestante, el Concilio Vaticano II -miren la coherencia del magisterio de la Iglesia- enseña otra vez la fe bíblica, la fe que Lutero quiso interpretar, pero que interpretó falsamente, con abuso. La interpreta la Iglesia en esta frase que les he leído: "Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Le ofrece el homenaje total de su entendimiento y de su voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela". No es sólo aceptación de verdades, es aceptación de la voluntad de Dios. No es sólo entrega de mi mente a las verdades de Dios; es entrega de mi mente y de mi corazón a lo que Dios quiere. ¿Quieren un acto de fe preciosísimo a los ojos de Dios? Oigan a María, cuando Dios le pide el consentimiento de la colaboración en la redención. "He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra". Este es un acto de fe, una aceptación del misterio de Dios sin comprenderlo; pero una aceptación del que es omnipotente y todo lo sabe. Yo no lo entiendo, pero lo acepto. En sus manos no soy más que un pequeño instrumento. Por eso, no comprendo el misterio de la historia; por eso, no comprendo que la injusticia se improvise y que otras injusticias mayores sean escogidas por Dios para castigar menores injusticias. No lo entiendo, pero sí entiendo que me entrego a Dios y que El es el dueño de la historia y que los mismos azotes de Dios serán también echados al fuego cuando ya sean inútiles para sus designios amorosos. Después, el Concilio Vaticano II dice que la fe no es una cosa que brote de nosotros solos. Fíjemonos mucho en esto, hermanos, porque la fe no depende de tí. Para dar esta respuesta de la fe, dice el Concilio, "es necesaria la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón. Lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos el aceptar y creer la verdad". (D V, 5). De ahí que la fe es un don sobrenatural, es un regalo de Dios. Dichoso el que tiene fe. Así se explica la súplica de los apóstoles: "Señor, auméntanos la fe". El que no tenga fe, y yo se que muchos de los que me escuchan no tiene fe, o por lo menos se glorían fanfarronamente de no tener fe. No es ninguna gracia, querido hermano, que no tiene fe. Pobrecito, eres un mendigo, eres un ciego. Mientras los que tienen fe contemplan los bellos paisajes de la voluntad de Dios, tú miope, ciego, no ves, no tienes fe. Pídele a Dios que te devuelva la vista, pídele al Señor que te saque de esa oscuridad y tinieblas en las que vives. Es un don de Dios, y ese don de Dios no lo niega al que se lo pide. Más aún, dice el Concilio, es una ayuda que se adelanta. Antes de que tú la pidas ya está dentro de tu corazón, deseando que pidas ese don. Hermanos, pidamos este don. Que sea la súplica de esta semana: "Señor, auméntanos la fe". Y por último, el Concilio dice cómo esa fe no termina nunca. Para que el hombre pueda comprender cada vez más profundamente la revelación, el Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones. Hay un trabajo exquisito del Espíritu Santo en el corazón de cada hombre, de cada comunidad. Y yo quiero alegrarme ahora, hermanos, felicitar a los sacerdotes y cristianos, religiosas y catequistas, que están formando esas comunidades de fe, comunidades de base, pequeños grupos de donde la Biblia orienta, se reflexiona, y la fe crece. Estos grupos que precisamente son los llamados subversivos, a los que se persigue, son los que están madurando en la fe. Un grupo legítimamente bíblico, legítimamente convocado por la Iglesia, no debe tenérsele desconfianza. Es la fe de Dios que crece por la iluminación de la gracia y del Espíritu Santo en el corazón de los hombres. Ojalá en todas las familias una Biblia: en la hora de comer o antes de acostarse, padre, madre, hermanos, junto al rezo del rosario, la lectura de una página bíblica que alimente la fe de los niños, de los jóvenes, de los ancianos; porque la fe no termina de crecer durante toda la vida. Aquellos que dicen: "Ya hice mi catecismo en la primera comunión" y no se preocuparon más, se han quedado con una fe raquítica. Háganla crecer, hermanos. Que crezca, porque dentro de ustedes está el espíritu del bautismo, de la confirmación, exigiendo un crecimiento en esa fe, para comprender mejor los misterios de la patria, las injusticias del orden, todo lo que aquí no comprendemos y lo queremos resolver a base de violencia y de fuerza, de represión y de tortura. No se resuelven así las cosas, es desde el fondo de la fe, desde los designios de Dios en la historia, como el hombre tiene que colaborar, no estorbar esos designios del Señor. 3. LA FE DE PABLO Y TIMOTEOY lástima, el tiempo ha transcurrido ya, solamente hago una breve alusión a la segunda lectura, para decirles que esta fe que Dios nos obsequia y crece en nosotros la ha encomendado a la Iglesia. Yo quisiera que leyéramos esa segunda carta de San Pablo a Timoteo, oyendo en la voz de Pablo la voz de la Iglesia, que al fin eso es la voz de un obispo y Pablo era un obispo como el que les está hablando, naturalmente con la diferencia enorme de la santidad suya y mi mediocridad; pero San Pablo como obispo y yo como obispo, somos la voz de la Iglesia. Y cuando Pablo escribe, es la Iglesia que habla, con estos términos: "Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos". Son los gestos de la Iglesia: cuando se ordena un sacerdote se le imponen las manos y el obispo tiene el poder de transmitir el poder sacerdotal; cuando se afirma a un joven se imponen las manos para invocar el Espíritu Santo. Dentro de poco, con un pan en mis manos voy a decir: "Esto es mi cuerpo"; y cuando me acerque a darles la comunión, les voy a decir. "El cuerpo de Cristo". Todos éstos son gestos humanos de la Iglesia, pero son acciones de Cristo; es Cristo el que sigue hablando. Por la fe la Iglesia sigue transmitiendo el mensaje de Cristo y dando la vida de Cristo a las almas. Los sacramentos no son otra cosa que el contacto, la presencia, el encuentro de un hombre con Cristo mismo, a través de su ministro. Y luego la Iglesia, hermanos, a los salvadoreños nos está diciendo esta palabra; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, de amor, de buen juicio. "No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mi" -la iglesia- "Por mí, su prisionero". Pablo estaba prisionero entre cadenas y se sentía que era la Iglesia perseguida, prisionera; pero desde las cadenas puede decir a todos sus hijos: "Yo, Iglesia perseguida, soy el rostro de Cristo. No te avergüences de ser mi hijo". Ay de los que se avergüenzas de la Iglesia y de los que continúan la campaña difamatoria contra la Iglesia. Se ríen de su propia madre. "Toma parte en los duros trabajos del evangelio según la fuerza que Dios te dé. Ten delante la visión" -Miren otra vez la palabra que Dios le dice a Habacuc: "La visión escríbela, y a tu tiempo verás que cumplo. Dichoso el justo que vive de fe". Así Pablo, Iglesia, les dice también a los católicos: "Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas y vive con fe y amor cristiano". Amor, el amor verdadero que se inspira en la fe, el amor sereno que no teme a las violencias, ni echa mano de las violencias, porque no le hacen falta. Le basta creer, entregarse a Dios, no comprender sus horas, los martirios que él nos prueba en la vida, saber que llegará su hora. Tardará pero llegará. Esta es la esperanza que la Iglesia quiere conservar, y por eso San Pablo, hablando por la Iglesia, dice: "Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros". Hermanos, guarden este tesoro. No es mi pobre palabra la que siembra esperanza y fe. Es que yo no soy más que el humilde resonar de Dios en este pueblo, diciendo a los que han sido escogidos por azotes de Dios y usan la violencia en formas tan diversas, que tengan cuidado, que cuando Dios ya no los ocupe, los va a tirar al fuego, que se conviertan mejor a tiempo; y a los que sufren los azotes y no comprenden el por qué de las injusticias y de los desórdenes, tengan fe, entréguense, voluntad y cerebro, corazón, todo entero; que Dios tiene su hora, que nuestros desaparecidos no están desaparecidos a los ojos de Dios y los que los han hecho desaparecer, también, están muy presentes ante la justicia de Dios. Pidamos para unos y para otros y para el mundo que sufre las incertidumbres, la seguridad de la fe. Guarda este tesoro que ahora vamos a proclamar en nuestro credo. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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