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Trigesimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario

10/31/2010

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Además de la lectura de la Biblia, que es la palabra de Dios, un cristiano fiel a esa palabra tiene que leer también los signos de los tiempos, los acontecimientos, para iluminarlos con esa palabra. Yo voy a señalarles unos cuantos signos y luego he suplicado a Monseñor Rivera, que él nos dé la interpretación bíblica, la homilía propiamente. Y en primer lugar, quiero que analicemos y veamos a la luz de la fe este espectáculo de dos obispos celebrando la eucaristía. Somos los sucesores de los apóstoles, que a través de los tiempos vamos llevando al pueblo, a la historia, la revelación de Dios. Los obispos somos los encargados, los maestros autorizados para cuidar el depósito de la fe y transmitirlo y, al mismo tiempo, hacer vida presente la redención de Jesucristo.

Por eso, al ser designado nuestro querido hermano, Monseñor Rivera Damas, obispo residencial de Santiago de María, miremos con fe a este sucesor de los apóstoles, que va a dirigir esa porción de la Iglesia. Y ya que aquí en la Arquidiócesis ha dado diecisiete años de servicio episcopal, es justo que expresemos para él, no sólo los sentimientos humanos de gratitud, aprecio, admiración, solidaridad; sino que con visión de fe, sea toda la comunidad, como cuando Pablo, cuando uno de los apóstoles, partía de una comunidad a otra comunidad, llevaba el corazón de toda aquella Iglesia que seguía regando y seguir acompañándolo; así siento que iremos, pues, con Monseñor Rivera, que es toda la Arquidiócesis, que ya se expresó en una manifestación muy bella de cariño, el miércoles de está semana, en un homenaje de todos los sacerdotes en Domus Mariae, y que ahora esta misa de la Arquidiócesis quiere ser para él también un homenaje cariñoso de solidaridad, para decirle que no va solo, que con él van todos sus hermanos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, a trabajar en ese trabajo duro y difícil, incomprendido, de proclamar una palabra para el mundo que no quisiera oírla. Y como signo de esa comunión, pues, celebramos hoy juntos esta eucaristía.

Otro signo de nuestro tiempo, esta semana, que alguien llamó, ha sido una semana trágica; y la Catedral donde nos encontramos, ha sido escenario de sangre. Aquí vino a morir baleado José Roberto Valdez. Aquí lo tuvimos en velación, y aquí también, hermanos, yo quise celebrar personalmente la misa de cuerpo presente antes de su entierro. Desde entonces anuncie lo que ya está sucediendo, la crítica contra el que quiso solidarizarse con el dolor; y dijeron que he hecho un acto poco político. No me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento; y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren, expresar la condolencia a la familia doliente, como la expresé también a la familia de la vendedora que fue también muerta en ese hecho de sangre, como también lo estoy enviando hoy a los familiares de los policías muertos. Para la Iglesia no hay categorías distintas. Sólo hay el sufrimiento, y tiene que expresarse en el dolor donde quiera que se encuentre. Como estuve junto a la muerte del Canciller Borgonovo, como he estado junto al dolor de los campesinos, pienso que es la voz de la Iglesia, una palabra de condolencia en el dolor. También quise que fuera una palabra de repudio al crimen, repudio a la violencia. ¿Cuándo vamos a terminar esta ola de sangre y de tormento para nuestra patria?

También quise que fuera mi palabra, en ese funeral, una palabra de apoyo a los reclamos justos de nuestro pueblo. Los reclamos justos, les decía yo. ¿Qué pecado hay en que un pobre cortador de café, o de caña, o de algodón, con hambre pida ocho cucharadas de sopa, un huevo, una comida que apenas le reponga las energías que gasta para ayudar a levantar esas cosechas que hacen feliz al país y debe ser una obra de Dios, para felicidad de todos?

Me dio mucho gusto, al terminar la homilía, una señora que se acerca para decirme: "Yo soy una pequeña cafetalera, y le vengo a decir que yo siempre lo he estado escuchando y estoy de acuerdo en estos reclamos, que todos tenemos que participar en la felicidad del país". Le di las gracias, y le dije: "Su palabra me estimula, me da la esperanza de que hay eco en el corazón de los salvadoreños".

Así como también me dolió un telegrama de un sembrador de caña, que dice: "El Arzobispo no sabe lo que se gasta. Por eso está reclamando para los trabajadores". Yo he aclarado que no es como técnico que estoy hablando, que yo no sé cuánto se gasta, ni cuánto se debe de pagar. Pero sí sé que Dios da el fruto de la tierra para todos. y como pastor, en nombre de Dios que crea las cosas, digo a los que tienen y a los que trabajan y a los gobernantes: que sean justos, que escuchen el clamor del pueblo, que con sangre y con violencia no se van a arreglar las situaciones económicas, sociales y políticas, que tiene que profundizarse, para que no haya más semanas trágicas ni más dolores. Es necesario que se oiga a tiempo.

Ya es demasiado tiempo que está esperando el pueblo. Y yo creo que es justo que se estudie a fondo, con técnicos, no malbaratando los fondos del Estado, ni dando otros destinos a los productos de nuestra tierra, sino dándolos para lo que Dios los ha creado, para el bienestar de toda la comunidad, con la justicia, el respeto a la propiedad privada y todo lo que la Iglesia defiende también. Pero que sea siempre con aquello que San Pablo dice: de salvar de la opresión del pecado a la creación, que está gimiendo, esperando la liberación de los hijos de Dios.

También, en ese contexto, quiero agradecer y felicitar la carta de una profesora, que llega con un cheque de 1,407 colones. Dice: "Esto supone tres meses de mi jubilación. Yo los quiero dar con gusto, para ayuda de aquellos necesitados que dicen que tienen deudas por las circunstancias actuales". Y en la curia diocesana tenemos un fondo de beneficencia que se ve engrosando con estas limosnas y dádivas, que son más bien ayuda de hermano a hermano; y cuándo bien está haciendo este dinero. Que Dios bendiga a esta maestra con sentimientos cristianos.

Y, finalmente, yo dije frente al cadáver de José Roberto: "La Iglesia no puede callar aquí: una palabra de esperanza, una palabra del más allá. La lucha reivindicadora de los derechos en la tierra no debe olvidar que hay un Dios que juzga y que hay una muerte que nos coloca más allá de la historia; que existe un cielo y existe un infierno; que existe una justicia de Dios, lo que se llama la visión escatológica de la Iglesia". Yo quisiera sembrar en estas horas de tragedia, de sangre, de dolor, esta visión de esperanza, de más allá, no como opio del pueblo, como dice el comunismo, criticando a la Iglesia, sino cómo estímulo para que en esta tierra seamos más justos, saber que hay un juez que nos va a pedir cuenta a unos y a otros; y de esta esperanza quisiera llenar el corazón de los que han sido víctimas de la violencia en estos días.

Y ésta es mi tercera visión de la realidad; una víctima de la violencia se solidariza con esta semana de tragedia; se acerca entre lágrimas don Luis Chiurato. Toda su familia llora, como ustedes saben, una desaparición misteriosa de su esposa y de su madre. "Casi estoy seguro -me dice- que ya está muerta; le dejo esta limosna para que ofrezca una misa por ella y por los que murieron en esta semana, y por tantos que han muerto, víctimas de esta tragedia interminable".

Cómo le agradezco, don Luis, y cómo siento con su familia, usted lo sabe, la angustia de una desaparición en forma tan misteriosa. Junto a usted hay muchas familias que lloran desaparecidos, sin aparecer. Por todos ellos, los que no se sabe si están muertos o están vivos, y por aquellos que se sabe ciertamente que han sido muertos por la violencia, elevamos nuestras plegarias. La oración de la Arquidiócesis en esta mañana es así, una oración votiva al Señor, para que traiga consuelo, esperanza, a tantas familias angustiadas y de también consuelo eterno a tantos que ya traspusieron los umbrales de la vida.

Y finalmente, hermanos, tenía otras noticias de la vida de nuestra Iglesia: como los veinticinco años de sacerdocio de varios hermanos nuestros; también mi felicitación a la ceremonia de confirmación en la comunidad de Lourdes, donde se ha preparado a la juventud para recibir un sacramento tan importante, como es la confirmación; y agradecer las múltiples felicitaciones que han llegado con motivo del nombramiento de Monseñor Urioste para suceder a Monseñor Rivera en la Vicaría General.

Esta semana, frente a dos días de esperanza: el martes, 1º, y el miércoles, 2 Día de Todos los Santos y Día de los Difuntos, el cristiano mira esta tierra con esa perspectiva del más allá; la muerte que no termina en unas tumbas que vamos a ir a enflorar. Las enfloramos porque son dormitorios, esperando una resurrección y un Día de Todos los Santos, en que contamos tantos santos sin haber sido elevados al honor de los altares: familiares, amigos nuestros, compañeros nuestros. Unámonos a este ejército de bienaventurados, y a toda esa penumbra de la muerte, para que pensemos que la vida peregrina del cristianismo no termina, que hay un Dios con los brazos abiertos que nos está esperando para darle el verdadero sentido a esta vida que, mientras la vivimos, no la comprendemos en toda su grandeza.

Después de escuchar estos signos de los tiempos nuestro querido hermano, Monseñor Rivera, va a interpretarlos a la luz del evangelio. 

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    Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez

     Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral.

    Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó públicamente su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país.[2] Su asesinato provocó la protesta internacional en demanda del respeto a los derechos humanos en El Salvador. Dentro de la Iglesia Católica se le consideró un obispo que defendía la "opción preferencial por los pobres". En una de sus homilías, Monseñor Romero afirmó: "La misión de la Iglesia es identificarse con los pobres, así la Iglesia encuentra su salvación." (11 de noviembre de 1977)

    En 1994, una causa para su canonización fue abierta por su sucesor Arturo Rivera y Damas. A partir de este proceso, Monseñor Romero ha recibido el título de Siervo de Dios.[3] En Latinoamérica muchos se refieren a él como San Romero de América.[4] Fuera de la Iglesia Católica, Romero es honrado por otras denominaciones religiosas de la cristiandad,[5] incluyendo a la Comunión Anglicana.[6] [7] Él es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster, en Londres,[8] y fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979.

     

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