... este nombre dulcísimo, que es como la constante de toda la enseñanza evangélica. Porque Cristo quiso constituir esta Iglesia, que fuera recogiendo a los hombres que creyeran en él a través de los siglos, para hacer de todo ese pueblo el protagonista de su obra redentora. Todos ustedes, queridos laicos, religiosos, religiosas, queridos hermanos sacerdotes, todos nosotros somos el pueblo de Dios y sobre nuestras espaldas está descansando la responsabilidad de este Reino de Dios. Nadie tiene que ser espectador. Todos tenemos que estar en la arena luchando por implantar en el mundo este Reino de Dios, cada uno según su vocación.
DESPRENDIMIENTO Y así comienza esta consideración de hoy. Eliseo es llamado por medio de un profeta: Elías. Y con un gesto simbólico, pasando cerca de él, le pone su capa encima para decirle que venga a ser su colaborador de su difícil tarea profética. Eliseo deja todas las cosas, solamente pide permiso para ir a despedirse de su familia. Mata los bueyes de su arada; quema el yugo, el arado y hace un holocausto a Dios. ¡Qué respuesta noble de un profeta que sabe que Dios no quiere corazones partidos! ¡O todo o nada!. Y ante las tres vocaciones que se presentan en el evangelio: uno que pide permiso para ir a enterrar a su padre, otro que quiere ir con su familia, Cristo le dice: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". En lenguaje oriental la expresión no es tan dura. Sin duda que si hubiera muerto ya el padre, Cristo le hubiera permitido ir a enterrarlo. Se trata de una especie de decirle: "Te voy a seguir pero cuando no tenga compromisos familiares". Y son estas mediocridades las que a Cristo le repugnan. "Si no eres capaz de desprenderte ahora, no lo serás más tarde". Y al otro le dice: "Todo aquel que pone la mano en el arado y echa la mirada atrás" -expresión que quiere decir, como complaciéndose de su pasado, como contento de lo que ha hecho hombres haraganes, que no quieren dar un paso con Cristo en el desprendimiento a un futuro difícil- "¡No eres digno del reino de los cielos!". En esta hora, hermanos, en que hay tantas necesidades en la Iglesia, da gusto escuchar hombres que como Eliseo se expresan en lenguaje sencillo a través de cartas; como que se ha convertido, como que han sentido la presencia de la Iglesia que los llama, que los espera en su propio ministerio. Yo le doy gracias al Señor, porque en esta hora son muchos los corazones que despiertan de su letargo. Así como también hay muchos que, como los que Cristo rechazó, son mediocridades. Quieren estar más a gusto con su familia, con sus cosas. No son capaces de desprenderse. Y esta vocación cristiana es de desprendimiento. A aquél que le dijo: "Te seguiré Señor, a donde quiera que vayas", Cristo le da una respuesta misteriosa: "Fíjate bien, las zorras tienen su cueva, los pájaros tienen su nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza". He aquí una expresión de la condición que Dios pone al que lo quiere seguir: No te ofrezco comodidades, ni siquiera el nido que tiene el pájaro o la cueva que tiene una zorra. El Hijo del hombre vive desprendido de las cosas. La Iglesia que yo he fundado no tiene que apoyarse, como dijeron los padres en Medellín, tiene que ser una Iglesia desprendida de todo poder, ya sea económico o político, o de cualquier clase social. Debe de apoyarse en sí misma. Y esto lo repetiremos siempre, hermanos, y esto no quiere decir odio a ninguna clase. Al contrario, quiere decir amor a todas las clases. Que sientan esta Iglesia que es necesaria, que ella ofrece el favor a la gente de salvarlos, y no es la gente la que le ofrece a la Iglesia el favor de apoyarla. La Iglesia no necesita apoyos terrenales, porque es de Dios, presentada a todas las clases sociales para que el que quiera salvarse entre en ella sin condiciones, como quien se entrega a Dios. Esta es la Iglesia que queremos. Y que me da gusto de veras, que esta Iglesia vaya despojándose de aquellos amarres que le hacían tal vez muy condicionada. La Iglesia quiere ser libre. IGLESIA LIBRE DE LA TIERRA, CONFIADA EN DIOS Y he aquí la otra lección que nos ofrece la palabra de hoy. Nadie de los que proclaman la libertad ha expresado esa idea con tanta profundidad y elocuencia como la que se ha leído hoy en la Carta de San Pablo a los Gálatas. Esta carta de San Pablo trata de la justificación, que el hombre no se justifica por las obras terrenales, sino por su fe en Cristo. Cuando obra sus trabajos, sus quehaceres, por Cristo nuestro Señor, Cristo le dá valor al quehacer de la tierra. Y aquellos judaizantes que creían que la Iglesia fundada por Cristo tenía que apoyarse en las obras de Moisés, en cosas de la tierra, estaban engañados. Cristo venía a proclamar una Iglesia completamente libre de las cosas de la tierra, pero que confiara únicamente en el poder que justifica: en Dios, en la gracia. Es una Iglesia que trasciende; una Iglesia que no ofrece paraísos en la tierra; una Iglesia que, como Cristo, ofrece a sus seguidores ni siquiera el nido de un pájaro, ni la cueva de una raposa; una Iglesia que tiene toda su alegría, su eficacia, en su propia libertad. Y San Pablo dice entonces: "Para vivir en libertad, Cristo nos ha librado. Por tanto, manteneos firmes, no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud". Hermanos". -Esta es una frase lapidaria- "vuestra vocación es la libertad". ¡Qué hermosa la consigna de la Iglesia: La Libertad! Es una palabra que mucho se repite hoy, pero que analizándola a la luz del evangelio, de la Palabra de Dios, es una palabra que lleva un contenido muy difícil. Y San Pablo comienza ya aclarándolo: Pero "no una libertad para que se aproveche el egoísmo". La libertad no es libertinaje. Libertad no quiere decir hacer todo lo que me dá la gana; la libertad es la justificación, la de aquel que ha comenzado por independizarse de su pecado. Ahí está la raíz de todos los males. Esta voz de libertad está encuadrada en el mensaje de la justificación. CRISTO DA LA LIBERTAD Justificación, y aquí miremos el evangelio de hoy. Es la última parte del evangelio de San Lucas, cuando nos comienza a narrar que Cristo camina hacia Jerusalén, donde va a hacer la gran obra de la libertad. Por designio de su Padre marcha firmemente hacia el sacrificio de la cruz; pero de allí, hacia la libertad de la resurrección. Hay muchas pruebas que pasar primero; pero Cristo nos va a dar la libertad, porque solamente muriendo él en la cruz es como el hombre va alcanzar la verdadera libertad, porque el pecado del hombre solamente se puede perdonar con la redención de Cristo. Hermanos, en primer lugar la libertad que debemos ansiar los cristianos no puede prescindir de Cristo. Sólo Cristo es el liberador, porque la libertad arranca del pecado: arrancar de, quitar el pecado, independizar del pecado. Por eso la Iglesia, espiritualista por esencia, esencialmente religiosa, tiene que predicar ante todo esta penitencia, esta conversión. Si un hombre no se convierte de su pecado, no puede ser libre él ni hacer libres a los demás. Por eso la Iglesia reafirma su liberación. No es comunista. Que quede bien claro, porque ya me han acusado que soy un comunista. La Iglesia nunca predica el comunismo, porque la Iglesia si quiere liberar a los hombres es arrancado de Cristo; y es lo que siempre hemos predicado: Que la libertad que la Iglesia propicia es ante todo la libertad en la justificación, en el arrepentimiento del pecado, en desprenderse de los egoísmos, en dejar todo aquello de donde derivan, sí, las otras consecuencias del pecado. VIOLENCIA SURGE DEL PECADO Porque esta diferencia de clases sociales, esta injusta distribución de los bienes, esta no participación en el bien común de la República al que todos los salvadoreños tienen derecho, ese atropello en las bartolinas, esas torturas, esas humillaciones de los pueblos, son el producto del pecado. Si se viviera justificado, si no se tuviera el pecado en el alma, nadie tuviera el valor de usar el fusil contra otro hombre; si se tuviera la conciencia cristiana, si se fuera cristiano de verdad, no se abusaría del poder; serían unos políticos cristianos y, partiendo de una sinceridad de justificación, buscarían el verdadero bien del Reino de Dios, que hace más felices a las naciones. Por eso la Iglesia tiene que chocar, porque ella predica este reino del amor, de la libertad que parte de la libertad del pecado. Si no, hermanos -y aquí está otro aspecto del evangelio de hoy- surge la violencia. Y la violencia, como dijo el Papa, no es evangélica ni cristiana. ¿Por qué vivimos en este ambiente de violencia? ¿Un ambiente de violencia que nos hace temer hasta los pasos que damos en la calle? ¿Con qué derecho una organización -verdadera o falsa, no importa, pero lo que importa es el mensaje- puede amenazar de muerte o de que se vayan los jesuitas? ¡Esta es voz de violencia! La violencia no la justifica el cristianismo. Y ya que toco este punto, quiero decirles hermanos, que los jesuitas la Compañía de Jesús no es una secta aparte de la Iglesia, no es un grupo de hombres que no tienen nada que ver con la Iglesia. Aunque así fuera, ya hemos dado suficientes demostraciones de que nos interesa la dignidad humana, el derecho a la vida; hemos abogado por la defensa de esos derechos aún cuando no se trataba de gente de Iglesia. Recuerden el caso del secuestro del Ministro de Relaciones Exteriores: La Iglesia abogó no porque fuera un hombre de Iglesia sino porque era un hombre, como hombres eran también los prisioneros que se reclamaban, como hombres son todos aquellos que sufren. Y por esos derechos y esa libertad, la Iglesia ha abogado. Aún, pues, que los jesuitas no fueran Iglesia, era un deber de la Iglesia de rechazar esa violencia indigna para defenderlos. Pero mucho más, cuando lo que yo quiero decir es esto: "Quien toca a los jesuitas, toca a la Iglesia". La Iglesia es una institución fundada por Cristo, y en seguimiento de Cristo surgen diversas vocaciones. Aquí mismo en el país tenemos tantas congregaciones: Los jesuitas, los dominicos, los salesianos, los somascos, etc., etc. Así como también en el orden femenino: Las religiosas del Sagrado Corazón, las religiosas oblatas al Divino Amor, las salesianas y una pléyade de organizaciones que están haciendo tanto bien a la Iglesia. Tanto los religiosos como las religiosas muestran el rostro de la Iglesia, haciendo el bien en las universidades, en los colegios, en las escuelas, en las catequesis, en los hospitales. Todo eso es Iglesia, y quien toca a una de esas congregaciones, toca el rostro de la Iglesia, pone su mano sacrílega sobre el rostro, un bofetón al rostro de la Iglesia. Si por desgracia llegara a suceder algo a los jesuitas, toda la Iglesia se sentiría ofendida. Y la reacción puede ser muy seria. ¡Queremos suplicar de veras, un llamamiento a la cordura! ¡Ni siquiera por broma! broma de pésima ley. Y mucho menos por amenaza seria, teñida de sangre, de violencia. Mucho más fea todavía, cuando es la respuesta brutal a la razón que habla. Porque les quiero decir que los pronunciamientos que en estos días han estado publicando los jesuitas son doctrina de la Iglesia. Y todos los católicos estamos comprometidos con ese magisterio que los jesuitas han tomado muy en serio y que otros católicos de pésima ley no quieren adoptar. VIOLENCIA INSTITUCIONAL, VIOLENCIA DE RESPUESTA Pero es el magisterio de la Iglesia que está pidiendo, precisamente este pasaje del Evangelio de hoy. Fíjense cómo Cristo va camino de Jerusalén y al pasar por Samaria, sabiendo que Cristo va para la capital de Judea, surge una diferencia política, una pasión política. Los samaritanos eran enemigos políticos de los judíos; y como Cristo es un judío que va para Jerusalén, no le quieren dar posada. Abusan de su derecho de propiedad, no quieren dar posada. Esta es una violencia: La violencia de un derecho que se abusa. Ante esa violencia, como decían los padres en Medellín, violencia institucionalizada, violencia que se hace institución, surge otra violencia: La de los Boanerges. Los apóstoles Santiago y Juan eran muy fogosos y le dicen a Cristo: "No te quieren dar posada, no nos quieren dar posada. ¿Quieres que pidamos al cielo que llueva fuego sobre esta ciudad?" ¡Violencia! Cristo no aprueba ni una ni otra. El evangelio nos dice claramente: Cristo los regañó. Y en otra palabra Cristo da la razón, en otro lugar del evangelio: "No, porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder sino a salvar". La única violencia que Cristo admite es esta que él va a cumplir: A dar su sangre, a dejarse violentar, a que lo maten, porque sólo su sangre es la que puede dar la vida al mundo. No hay otra sangre legítimamente derramada más que aquella que derramó el amor por salvarnos a nosotros. Según esto, hermanos, hay tres clases de violencia: La violencia institucionalizada, la de los samaritanos, que apropiándose sus casas no quieren dar posada al peregrino; la violencia institucionalizada, aquella que oprime abusando de sus derechos. Quiero aclarar también lo de la autoridad. La autoridad es un derecho. Y es cierto que la Biblia dice que toda autoridad viene de Dios. Y cuando Cristo estaba frente a Poncio Pilato, que Pilato le dice: "¿No me contestas? ¿No sabes que te puedo matar o te puedo dejar libre?" Cristo le contesta: "No tuvieras potestad si no te viniera de arriba". Toda potestad viene de arriba, pero por eso precisamente, porque viene de Dios el que la detecta tiene que usarle según Dios. Cuando una autoridad atropella los derechos de Dios, los mandamientos de la ley de Dios; por ejemplo: no matar, no torturar, no hacer el mal, esa autoridad ha pasado sus ámbitos. Es entonces cuando Pedro, apóstol que aprendió la doctrina de Cristo, le dice a las autoridades de Jerusalén: "No nos es lícito obedecer a los hombres antes que obedecer a Dios". La autoridad viene de Dios, y por eso la obedecemos, pero mientras se mantenga en los ámbitos de la Ley de Dios. Si un sacerdote, por un espíritu servil, proclama que toda autoridad viene de Dios y que es respetable indistintamente, la autoridad manipula esa frase. Y es triste que las frases que le convienen, las despliega en todos los medios de comunicación social. Así se utiliza la ingenuidad cuando la Iglesia puede caer en ese defecto. Por eso tenemos que ser muy precisos, queridos hermanos, en estudiar la doctrina del Señor. Y no, porque una frase del evangelio lo dice, olvidamos las otras partes de la revelación divina. Esta es la violencia que se institucionaliza, la que quiere abusar del poder o de sus derechos. Entonces surge lo que hoy surge en América Latina: "Hay -dicen los padres de Medellín- como un signo de los tiempos, un afán universal de liberación". Y la Iglesia que siente que ese anhelo del hombre latinoamericano viene del Espíritu Santo, que le está inspirando su dignidad y le hace ver la desgracia en que vive, la Iglesia no puede ser sorda a ese clamor. Y tiene que dar la respuesta, una respuesta que no tiene nada de violencia. Ante esta situación de violencia que se hace institución, surgen movimientos de liberación que no son Iglesia: La lucha de clases, el odio, la violencia armada. Eso no es cristiano tampoco. Y la Iglesia tiene que preparar sus hombres -y lo estoy haciendo en este momento- para que vivan una verdadera libertad de los hijos de Dios, que sepan que la raíz de este malestar de nuestro continente está en el corazón de cada hombre, en el pecado, y que tiene que ser entonces la violencia que se hace a sí mismo cada cristiano para vivir según el evangelio. VIOLENCIA DE CRISTO: DESPRENDIMIENTO Jesucristo hace un llamamiento a la violencia, a sí mismo, cuando le dice al que va a despedirse de su familia: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". Una violencia a sí mismo: Desprendimiento de todo. O cuando le dice al otro: "El que pone la mano en el arado y mira para atrás no es digno del Reino de los cielos". Es la violencia que uno tiene que hacerse a sí mismo para no estar contento nunca con las mediocridades de la vida, para superarse, para ser mejor. Que la libertad que la Iglesia propugna no es una libertad económica o política, para que los hombres tengan más. Eso a la Iglesia es muy secundario. La Iglesia, sí busca un bienestar en esta tierra pero con una esperanza del cielo. Por eso Cristo le enseñó a la Iglesia a decir que no se puede servir a dos señores; que todo aquel que hace de una cosa de la tierra un ídolo y lo adora, ya está de espaldas a Dios. Y que tenemos que estar de rodillas ante Dios y de espaldas a todas las otras cosas que no son Dios, o valiéndonos de las cosas -dinero, poder, riquezas-, para servir al bien común, para hacer el bien a los demás, mirando siempre a Dios, a quien hay que servir. Lo fatal en estas situaciones es esa idolatría que nos hace apartarnos de Dios, aún cuando materialmente nos llamemos cristianos. Queridos hermanos, en esta hora, pues, en que la Iglesia recupera toda su identidad, es necesario que todos nosotros examinemos si de veras hemos comprendido lo que significa pertenecer a esta Iglesia pobre, peregrina, desprendida, no apoyándose en las fuerzas de la tierra sino en Cristo, con su esperanza puesta en Dios. Tratando de construir así un mundo mejor, por que tiene que comenzar ya aquí el Reino de Dios, pero no con las violencias que los hombres inventan, institucionalizándolas, o queriéndolas derribar a la fuerza. ¡No así!. El llamamiento que Cristo nos hace es por el amor. Y por eso San Pablo en su misma carta nos termina diciendo una frase que yo quisiera que la tuviéramos muy presente en estos días, hermanos, San Pablo dice: "Atención: Que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruirlos mutuamente". Este es el suicidio de nuestra patria; nos estamos mordiendo unos con otros y nos estamos destruyendo. ¿cuál es el remedio entonces? "Yo os lo digo" -dice la palabra de Dios hoy- "amarás al prójimo como a ti mismo; andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. Pero, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley". Quiere decir, pues, que el amor es la fuerza de la Iglesia. Un esfuerzo, hermanos, por perdonar; un esfuerzo por amar. Comenzando por amar a Dios y no ofenderlo, dejar el pecado y amar al prójimo aunque me haya ofendido. Esta es la fuerza que hará un mundo mejor y que el Papa ha llamado la civilización del amor. Proclamémosla y hagamos lo posible por construirla: La civilización. ¡Pero si es que hoy El Salvador no está civilizado! ¡Es que publicarse o echarse por radio amenazas tan brutales, tan animales como esa que ha salido últimamente! ¡Eso es muy subdesarrollo de civilización! ¡No poder soportar la luz de la razón de unos escritos! Si la razón se combate con razones. ¿Por qué amenazar con armas, con muertes, al que escribe la razón, el mensaje de la Iglesia? No hay más que el camino de la conversión, no a lo que dicen los jesuitas, sino a lo que los jesuitas enseñan porque lo han aprendido de la Iglesia y la Iglesia lo ha aprendido de Dios. He aquí, pues, el único camino por el cual podemos salir de esta incivilidad en que vivimos, en que nos estamos acabando unos con otros y que San Pablo nos llama, pues, a dejarnos guiar por el espíritu, que resumen en esa breve frase de Cristo: "Amaos los unos a los otros". Hagamos un esfuerzo, hermanos, y haremos de nuestra Iglesia una verdadera antorcha de la libertad, que ha proclamado hoy la palabra de Dios y que con una fe cristiana vamos a profesar ahora ya.
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Queridos hermanos:
Después de haber celebrado unas fiestas que eran como la corona de la Pascua, como era la Santísima Trinidad, la fiesta del Corpus y el viernes que acaba de pasar, la fiesta del Corazón de Jesús y ayer el Corazón de María, fiestas que son como flores de Pascua, con que nosotros recogíamos todo el fruto del año litúrgico, comienza ahora otra vez lo que se llama el Tiempo Ordinario. Hay dos ciclos, dos tramos del año que se llaman Tiempo Ordinario. Cuando termina la Epifanía -todo el ciclo de Navidad con la adoración de los Magos- comienza un Tiempo Ordinario que termina al comenzar la Cuaresma. Se interrumpe el Tiempo Ordinario para dar lugar a la celebración de la redención: Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Pentecostés; y al terminar este ciclo pascual, se introduce otra vez la segunda parte del Tiempo Ordinario, que va a continuar aquellos domingos que se interrumpieron para dar lugar a la Cuaresma y que se va a prolongar hasta Adviento, o sea las semanas que ya nos preparan otra vez a la Navidad, para comenzar otra vez el año litúrgico. Y así tenemos, pues, que cada año es como si la Iglesia montara un curso de intensa espiritualidad. Va desarrollando, a lo largo del año, el misterio de Cristo, en el que hemos de crecer. Este ciclo de 1977 debía significar para nosotros como cuando en la escuela el alumno está haciendo un curso superior, un grado superior. Siempre es el misterio de Cristo, pero como una espiral que va hacia arriba, cada año debía significar más altura en nuestro seguimiento, en nuestro conocimiento de nuestro divino maestro y redentor: Jesucristo. Por eso es interesante fijarse en el mensaje de cada domingo. Aquellos que dicen que no van a misa, ya están aburridos porque es lo mismo, no han calado la profundidad del año litúrgico. Cada domingo es distinto; y así como el alumno interesado en aprovechar en el curso no pierde una clase porque en cada clase aprende algo nuevo, el buen cristiano también crece cada domingo en la contemplación, en la reflexión del misterio salvador. Fíjense en las lecturas que han escuchado hoy, y yo creo que podemos sacar de allí un mensaje precioso que lo podíamos presentar en estas tres ideas: La figura central es Cristo nuestro Señor. En el segundo punto diríamos: Su obra liberadora. Y en tercer lugar, su llamamiento a conversión. 1. CRISTO, NUESTRO SEÑOR Lo que resalta en primera plana, diríamos, en el mensaje de hoy, es el interesante diálogo de Cristo con sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Y esta pregunta se hace actual a los que estamos aquí en la Catedral, a los que a través de la radio estamos reflexionando. Si nos preguntara Cristo, si se encarara Cristo conmigo en particular y me dijera: "¿Quién dice la gente que soy yo? ¿Qué dices tú de mí? Tú te llamas cristiano, ¿qué piensas de Cristo, del que tú tomas nombre como cristiano?" Y cuántos tambalearían en la respuesta como los apóstoles: "Como el rumor popular, andan diciendo por allí que eres alguno de los profetas". Pero yo os pregunto a vosotros: "¿Quién decís que soy yo, vosotros que convivís conmigo?" Y Pedro inspirado por el Padre eterno, porque nadie conoce al Hijo sino el Padre, y a quien Dios se lo quiera revelar. Esta es una gracia, conocer a Cristo. Por una gracia singular, Pedro lo define en unas breves palabras: "Tú eres el Mesías de Dios. Tú eres el esperado, el prometido en las promesas a Abraham y por los profetas. Tú eres el centro de la Biblia. Tú eres el corazón de las promesas de Dios. Tú eres el esperado. En ti están puestas las ansias de todos los hombres y sin comprenderlo todos los pueblos te desean. Tú eres el Mesías. Tú eres el nombre que Dios ha dado para salvar a todo hombre y fuera de él no hay salvación". Esta es la esencia del cristianismo. Para eso vive la Iglesia. Por eso persiguen a la Iglesia. Porque cuando Cristo confesó que él era el Hijo de Dios, lo tomaron por blasfemo y lo sentenciaron a muerte. Y la Iglesia sigue confesando que Cristo es el Señor, que no hay otro Dios. Y cuando los hombres están de rodillas ante otros dioses, les estorba que la Iglesia predique a este único Dios. Por eso choca la Iglesia ante los idólatras del poder; ante los idólatras del dinero; ante los que hacen un ídolo; los que hacen de la carne un ídolo; ante los que piensan que Dios sale sobrando, que Cristo no hace falta, que se valen de cosas de la tierra: ídolos. Y la Iglesia tiene el derecho y el deber de derribar todos los ídolos y proclamar que sólo Cristo es el Señor. ¡Cuánta sangre le ha costado a la Iglesia! ¡Cuánta persecución y humillación esta fidelidad a su único Señor! Imaginen lo que significaba proclamar Señor a Cristo en medio del Imperio Romano, cuando el César se proclamaba un Dios. Esa misma dificultad sufre la Iglesia ante los ídolos y césares que se erigen en dioses, porque sólo tenemos un Dios: Cristo nuestro Señor. Este es el primer mensaje. Yo les suplico que lo tomemos muy en el corazón para llevarlo por el mundo después de nuestra misa, con la convicción sincera de que Cristo es el único Señor y a él sólo tenemos que adorar y darle todo nuestro corazón. 2. OBRA LIBERADORA DE CRISTO El segundo mensaje de hoy es que este Cristo se presente con su gran obra liberadora. Yo quisiera aclarar mucho esta palabra: La liberación. Muchos le tienen miedo a esa palabra. Muchos también abusan de esa palabra. Pues ni miedo ni abuso, la verdad es que liberación es una palabra bíblica y quiere expresar toda la obra salvadora del Señor a partir del pecado. La primera liberación que Cristo anuncia y que en la segunda lectura de hoy San Pablo nos describe maravillosamente, es que Cristo ha venido a derribar el pecado y que por el bautismo que lava el pecado de los hombres y por la penitencia que los convierte de nuevo si se han apartado de él, un hombre se incorpora a Cristo y se hace hombre de nuevo. Un hombre nuevo, esta es la obra liberadora. Hacer hombres nuevos, hombres que se despeguen del pecado, hombres que echen afuera sus egoísmos, sus idolatrías, sus soberbias, sus orgullos y se hagan humildes seguidores de Cristo el Señor. Todos son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Esta es la obra de Cristo, llamar a todos los hombres sin discriminación. Y San Pablo ha dicho, esa discriminación ya no cuenta en el cristianismo: "Ya no hay distinción entre judíos y no judíos, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús". Ya no hay clases sociales para el cristianismo. Ya no hay discriminación de razas. Por eso el cristianismo también choca, porque tiene que predicar esta obra liberadora de proclamar a todos los hombres iguales en Cristo Jesús. Renovación interior del corazón, esto es lo que hace a todos los hombres iguales: Renovarnos. Mientras no hay hombre nuevo, hay orgullo, hay discriminación. Ricos y pobres, cuando se convierten de verdad y se lavan por dentro con este bautismo de Cristo y creen de verdad en el Señor, ya no se distinguen el rico y el pobre, porque sólo hay un sentimiento de fraternidad en Cristo Jesús. No hay superior e inferior, porque uno y otro saben que no son nada en el orden de la gracia sin Cristo el redentor. Sólo hay un grande, Cristo que nos redime. Sólo hay un liberador. Y por eso, hermanos, aquí también la distinción muy prudente, en nuestro tiempo, entre las falsas y verdaderas liberaciones. Esto es muy importante. Cómo se ha perseguido a la Iglesia confundiendo su mensaje con el mensaje de la subversión, de algo que estorba en el país. La Iglesia predica esta liberación en Cristo Jesús. La Iglesia promueve la dignidad del campesino, la dignidad del obrero. Promueve la dignidad del hombre humillado en esta situación en que se vive en el país, como si alguien no fuera hombre. Si es que hay vidas entre nuestros hermanos verdaderamente infrahumanas. Y la Iglesia predica la liberación de esa gente, precisamente a partir de desterrar el pecado, de denunciar la injusticia, el abuso, el atropello y decirles a todos los hombres que somos hijos de Dios, que hemos sido bautizados por Cristo. Una liberación que pone en el corazón del hombre la esperanza: La esperanza de un paraíso que no se da en esta tierra. De allí que la Iglesia no puede ser comunista. La Iglesia no puede buscar solamente liberaciones de carácter temporal. La Iglesia no quiere hacer libre al pobre haciéndolo que tenga, sino haciéndolo que sea. Que sea más, que se promueva. A la Iglesia poco le interesa el tener más o el tener menos. Lo que interesa es que el que tiene o no tiene, se promueva y sea verdaderamente un hombre, un hijo de Dios. Que valga, no por lo que tiene, sino por lo que es. Esta es la dignidad humana que la Iglesia predica. Una esperanza en el corazón del hombre que le dice: Cuando termine tu vida, tendrás participación en el reino de los cielos. Aquí no esperes un paraíso perfecto, pero existirá en la medida en que tú trabajes en esta tierra por un mundo más justo, en que trates de ser más hermano de tus hermanos; así será también tu premio en la eternidad, pero en esta tierra no existe ese paraíso. Aquí la diferencia es entre el comunismo, que no cree en ese cielo ni en ese Dios, y la Iglesia, que promueve con una esperanza de ese cielo y de ese Dios. 3. LLAMAMIENTO DE CRISTO A CONVERSION Y finalmente, queridos hermanos, Cristo nuestro Señor en este domingo se nos presenta dándonos un llamamiento de conversión. Y que dura es esta palabra de Cristo. Cuando acepta él la definición que la revelación de Dios ha inspirado a Pedro: "Tú eres el Mesías de Dios", Cristo acepta; pero lo complementa con una definición de su pasión y de su muerte. Porque inmediatamente que Pedro ha dicho que Cristo es el Mesías de Dios, él añadió: "El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutados y resucitar al tercer día". Y dirigiéndose a todos les dice: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo, pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí, la salvará". Qué palabra misteriosa, qué palabra dura. Todos queremos salvar nuestra vida, pero hay una salvación inmediata y hay una salvación definitiva, mediata, después de toda la vida. El que quiera salvar su vida aquí presente, el que no quiera desinstalarse de sus comodidades, el que quiera estar bien sin importarle lo de los demás, éste perderá la vida. El que la quiera salvar, piérdala por Cristo. ¿Qué quiere decir perder la vida por Cristo? Esto es lo duro en este momento, hermanos. Una carta que me llega analizando esta situación de El Salvador, me dice: "Se le alejarán los que tienen que alejarse, pero se quedarán con usted los que tienen que quedarse". Tal me parece la expresión del evangelio de hoy, como que Cristo dice: "El que quiera salvarse de verdad, venga conmigo, tome su cruz, no se apegue a las ventajas de la tierra, despréndase, viva pobre en el corazón, trabaje conmigo la liberación del pueblo, pero el que quiera estar bien...; -y que cosa más triste si hay gente que se me acerca para decirme: "Monseñor, estoy con usted, pero comprenda mi situación". Es un empleado, es un apoderado de cosas muy valiosas, y naturalmente esto les cuesta entregarse a Cristo, aún a costa de perder su vida. Dichosos los que en esta hora, hora de discernimientos, hora de saber quién es quién, hora de enfrentarse a Cristo, que dice, "El que no está conmigo está contra mí", le dice al Señor: "Aunque pierda mi vida, yo voy contigo Señor". Esta es la conversión. Yo quiero felicitar, aquí en público, esa manifestación de arrepentimiento y de culpabilidad que han echado a los periódicos los padres jesuitas. Confiesan que tal vez, sirvieron al poder y a la riqueza, pero que ahora han comprendido que tienen que desprenderse de esas ventajas, de esos elogios, para servir con Cristo crucificado, donde Cristo quiere que sirvan. No es que hay que desechar a la clase alta; la estimamos, la amamos, quisiéramos dar la vida por ellos, quisiéramos servirles para que se arrancaran y se entregaran a Cristo nuestro Señor. Los amamos de verdad y yo les suplico a todos que pidamos mucho para que todos los hombres nos convirtamos. Que no nos distingamos entre ricos y pobres, sino entre convertidos a Cristo, aunque se pierda la vida y se pierdan las comodidades, pero se tenga la satisfacción de seguir en el amor al Redentor, que siendo rico se hizo pobre para hacerlos ricos con la verdadera riqueza del cielo. Que no nos engañen con ilusiones las ventajas de la tierra. Que no perdamos el cielo por las cosas de la tierra. Que acojamos la verdadera liberación, aquella que ya siente en su alma el que no está pendiente del elogio, del dinero, de la ventaja política o social, sino que tiene el corazón libre para seguir a Cristo y decirle: Señor, entrego mi vida por tí, aún cuando tenga que perderla entre los hombres. Esta es la conversión que pide Cristo. Y ahora termino con la hermosa profecía de la primera lectura, donde el profeta Zacarías presenta un personaje misterioso, profético, que cuando San Juan narra a Cristo en la cruz, traspasado el costado con una lanza de soldado, recuerda esta profecía: "Mirarán al que traspasaron. Harán llanto, como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito". ¿Qué quiere decir el profeta? Está describiendo después de una catástrofe del pueblo de Israel, Jerusalén desolada, pero con una esperanza de que Dios se apiadará de ella y la levantará. Un personaje misterioso. Es Cristo que ya se vislumbra como precio de la redención. Han sido humillados los pueblos, han sido atormentados los hombres; pero hay alguien a quien los hombres mismos traspasaron, es Cristo en la cruz. Pero lo mirarán, y de ese costado abierto por la ingratitud de los hombres, brotará la esperanza. Sólo él, y a él mirarán los pueblos. Esta es la mirada que yo quisiera de todos los salvadoreños, mirar al que traspasamos todos, porque todos somos pecadores. En esta hora en que la Iglesia defiende la dignidad del hombre y los derechos de Dios, tiene que decir que todos ofendemos al Señor y todos tenemos que mirar al que hemos traspasado con nuestros pecados: a Cristo, Señor nuestro. Y que tenga misericordia de nosotros para que cesen estas inquietudes, estas zozobras, estos atropellos de la dignidad humana. Hay también esperanzas humanas que sin duda las inspira Dios, creador de los hombres. Hoy escuchaba por radio, que mañana, en Grenada, los representantes de la OEA van a presentar la denuncia de los atropellos a la dignidad humana en los países latinoamericanos. Se va a protestar contra las torturas. Se va a protestar contra las prisiones largas y sin juicio. Se va a protestar contra tantos hombres perdidos. Llegan al pastor, y me duele el alma, esposas y madres que no saben de sus hijos y de sus esposos. ¿Dónde están? ¿Qué se han hecho? Quiera el Señor que la Organización de los Estados Americanos influya, colabore con esta preocupación también de la Iglesia, para que no exista esta situación de pecado y de atropello en nuestros países. Nos alegra saber que los hombres se preocupan y que ojalá esta larga pesadilla ya no se sienta y como quien despierta a una vida normal, sintamos que hay paz, que hay tranquilidad, que todos somos hermanos, que todos somos iguales. Que no haya salvadoreños que empuñen las armas contra hermanos salvadoreños. Que no haya salvadoreños que atropellen indignamente a sus hermanos, tal vez con paisanos de su mismo cantón. Que haya más sentimientos, sentimientos de cristianismo. Que miremos todos al que traspasamos con estas cosas y que de Cristo el Señor saquemos la cordura, saquemos la sensatez, para ser un país donde se pueda vivir verdaderamente con la tranquilidad de quien vive en su propia patria. Y la liberación de Cristo nos orienta hacia la eternidad. También otra noticia de alegría: Esta mañana (ya en Roma, con las siete horas de diferencia, es tarde, pero esta mañana en Roma) el Papa Pablo VI elevó al honor de los altares al primer santo de Norteamérica: Juan Nepomuceno Neumann. Es un obispo que se dedicó también a la promoción humana, abrió muchas escuelas, sembró la sabiduría en muchos corazones. Miren cómo trabaja la Iglesia. No por un premio de aquí abajo, pero a un siglo de su trabajo, no parece su obra. En plena juventud la acoge Estados Unidos con decenas de millares de peregrinos, muchos formados en las escuelas de aquel santo obispo del siglo pasado. La Iglesia trabaja para la eternidad. La Iglesia lleva una liberación que es el pecado, para promover el hombre nuevo que en Cristo vivirá para siempre, como nos ha dicho San Pablo, o como Cristo mismo nos ha dicho: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Y hermanos, también quisiera adelantar una felicitación muy cordial al gremio de maestros que va a celebrar su día el 22 de junio. Durante mi sacerdocio, siempre he sentido mucha simpatía por estos colaboradores de la cultura, muchas veces mal comprendidos, pero que muchas veces ellos también mal comprenden a la Iglesia y no la dejan entrar a sus escuelas. Yo quisiera, queridos maestros, anticipándome a su día, con una felicitación de la escuela, que hubiera una comprensión con la Iglesia para que supiéramos sembrar en el corazón de nuestros niños y de nuestros jóvenes los verdaderos sentimientos para un futuro mejor de nuestra patria. Que en las aulas escolares, como en una Iglesia, se sembrar profundamente el respeto a Dios, sin el cual tampoco habrá respeto entre los hombres. Que este día del maestro, yo quisiera suplicar a los párrocos, que hicieran un esfuerzo de acercamiento a las escuelas y que junto con los maestros, ante la perspectiva de tantas violencias y de tantos atropellos que vivimos, se propusieran, párrocos y maestros, crear una juventud nueva, una niñez creada en ambiente más sano, más cristiano. En este que Cristo nos ha proclamado en esta mañana, un ambiente en el que solamente la escuela de la cruz y del sacrificio, del desprendimiento de la vida por Cristo, sin egoísmos, por tanto, sin orgullos, sin soberbias, sin groserías en la vida, podamos hacer de veras de toda nuestra patria, un hogar donde todos nos sintamos hermanos, mirando al hermano mayor al que traspasamos, pero del cual deriva toda la vida y el progreso verdadero que necesitan nuestros pueblos. Celebremos nuestra eucaristía de esta mañana, pues, recogiendo este hermoso mensaje de la palabra de Dios. La figura central: Cristo; su mensaje liberador, a base de arrancar el pecado de los hombres y hacer de los corazones hombres nuevos y un llamamiento que encuentre eco en cada corazón, el llamamiento a la penitencia y a la conversión. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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