Queridos hermanos:
El pueblo peregrino en la tierra que marcha guiado por el Espíritu del Señor y por su divino conductor, Cristo, rey de las naciones, llega al final del año litúrgico. Como que termina, pues, una meta de esta peregrinación. El año litúrgico es el despliegue, a lo largo de los doce meses, de la personalidad de este rey y de su reino, de sus características. De modo que, a esta altura, todos nosotros que gloriamos del título de cristianos, debíamos de estar más conscientes del personaje que seguimos, Cristo rey, y de las características del reino al que él nos ha convocado y nos ha admitido por el bautismo. Este reino, y este rey, está bien encarnado en esta tierra. Su reino es un reino para los hombres, concretos de la historia. Y por eso al llegar a este final litúrgico del año 1977, me da gusto que hemos ido pasando con nuestra peregrinación por los hechos concretos de nuestra patria, de nuestra sociedad, de nuestra familia, de nuestras mismas preocupaciones personales. Este es el objeto de enmarcar la homilía de cada domingo, aunque tenga que abusar un poco de su tiempo. Yo les agradezco su paciencia en escucharme, pero es necesario para que el evangelio del Reino de Dios se sienta evangelio nuestro, salvadoreño, que tengamos en cuenta estas realidades en las cuales el Reino de Dios se desarrolla y vive aquí en El Salvador de 1977. Por ejemplo, esa semana podríamos caracterizarla por un ambiente de violencia y de miedo. Y sería bueno analizar un poco las características de esta violencia y de este miedo y remontarnos, si es posible, hasta sus orígenes. Los hombres creamos los estorbos del Reino de Cristo en el mundo. Cristo no quiere violencia. Cristo no quiere terror. Cristo no quiere ambientes de desconfianzas mutuas, de acusaciones, de calumnias. Estos son obstáculos al Reino de Cristo. En esta semana se ha dado una peligrosa interpretación a un asesinato; ¿Quién mató a don Raúl Molina Cañas? Este es papel de la Corte Suprema de Justicia. Que no se queden esos crímenes así, para que los interpreten echado la culpa y tomando de allí causas para pedir represiones contra tal vez quienes no tienen la culpa. Que se investiguen tantos crímenes cometidos para que no se dé de ahí el origen a ambigüedades muy peligrosas, entre las cuales se quiere hasta involucrar la misión santa de la Iglesia. Creo que también en torno de este asesinato ha habido una escandalosa profanación del dolor. La Iglesia, como madre, se solidariza (yo lo dije en su funeral) con la familia doliente, con los que sienten de verdad la separación dolorosa de un miembro querido; pero no puede estar de acuerdo en que de una situación dolorosa se tome causa para excitar a la violencia. Por las señales conozco el grupo que iba azuzando esa manifestación. Se caracteriza por una exageración que podríamos llamar fanatismo, y es peligroso. Pocos días antes, cuando salían aquí del entierro de un campesino también, yo le exhorté que el silencio en el dolor es mucho más conmovedor. Si después no se hace a la voz serena de la Iglesia, no se echa la culpa a la prédica de la Iglesia de lo que sucede cuando se excitan así las pasiones, aún valiéndose de dolor, de la angustia de una familia y de un difunto. También quisiera denunciar, pues, esa imprudente provocación a la represión contra el clamor del pueblo. Ya les dije, en una ocasión, hoy más que nunca se necesita ese don del Espíritu Santo que se llama el don del discernimiento. Discernir, distinguir entre lo malo y lo bueno. No te fijes en quien lo hace, sino en quien lo dice, sino en que es lo que dice. El clamor que clama justicia era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: "El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos". Dios escucha el pueblo clama por más justicia era el clamor del pueblo en Egipto, y la Biblia dice: "El clamor del pueblo ha llegado hasta mis oídos". Dios escucha cuando el pueblo clama por más justicia, por más caridad, por más orden, más fraternidad. Y no es pues de reprimir todo clamor, sino discernirlo. Los clamores que no merecen ser escuchados, sí reprímanse. Son las voces del crimen, de los secuestros, de las cosas infinitas que se han quedado sin castigo. Esas, sí, reprímanse, dondequiera que se encuentren, aunque sea en el ejército. Los abusos tienen que ser castigados. Por eso, invoca la justicia de nuestra patria para discernir, y no para simplemente reprimir sin distinciones. Y lo que es justo, óigase, óigase el clamor justo que puede ser respondido con justicia, principalmente por quienes tienen en sus manos el poder de la política y del dinero. Pueden oír tantos clamores y hacer felices a tanta gente, si no se aprovechara únicamente para excitar a la represión a toda costa. De ahí también ha derivado una injusta campaña de difamación contra la Iglesia. La Iglesia de nuevo protesta, porque su predicación no es odio ni violencia. He repetido mil veces: como Cristo nuestro Señor, mi palabra ha resonado en público, y reto a quien me diga que yo he excitado a la venganza, al odio, a la violencia. La voz de la Iglesia ha sido siempre la voz del evangelio; no puede ser otra. Que ese evangelio toque muchas veces la llaga viva, es natural que arda y que duela; pero es la voz del evangelio, y la respuesta no debe de ser la difamación contra su mensaje, que no puede ser otro que el de Cristo Rey. De ahí, queridos hermanos, que este ambiente que nos encuentra ya frente a las temporadas en pleno trabajo de recoger las cosechas, la Iglesia llama, como representante de Dios en la tierra, a alabar al Señor, que nos da lluvia de rubíes en nuestros cafetales; esas nevadas en nuestras tierras tropicales, que son las algodoneras; esas cañas que, como dijo nuestro poeta, cuando las cortan, "por sangre dan miel". ¡Qué cosa más bella nuestra tierra! En vez de ser manzana de discordia todo esto, yo llamo a la comprensión a los que poseen cafetales, algodoneras, cañales y todo lo que la tierra produce, y a los que van a colaborar también a cortarlas, a recogerlas. Unos y otros son hijos de Dios, bendecidos por esta tierra pródiga. Un poco de amor, nada más, no legalidad solamente. Las leyes, (se llaman de salarios mínimos o como se quieran llamar) no son suficientes. Porque aquel dicho tiene una gran verdad: "hecha la ley, hecha la trampa", y hay muchas injusticias cuando se cumple simplemente la ley sin amor. El amor es el alma de la justicia cristiana. El amor es el que le da sentido divino a la ley de los hombres. Si no hay amor, las leyes salen sobrando. Por eso, hermanos, aunque no haga leyes, pero que haya diálogo, que haya comprensión, que haya fraternidad. Que no vayamos a lamentar en nuestras fincas en esta temporada, cosas de violencia. La Iglesia está llamando, pues, a la cordura, a la comprensión, al amor. No cree en las soluciones violentas la Iglesia. Cree en una sola violencia, en la de Cristo, que quedó clavado en la cruz, como nos lo presenta el evangelio de hoy. Él quiso recibir en sí todas las violencias del odio, de la incomprensión, para que los hombres nos perdonáramos, nos amáramos, nos sintiéramos hermanos. Quiero informar también, a la luz de Cristo rey: el domingo pasado les hablaba del desaparecimiento de José Justo Mejía, allá en Dulce Nombre de María. Y esta semana se me horrorizó el corazón cuando vi a la esposa, con sus nueve niños pequeños, que venían a informarme. Según ella pues, lo encontraron con señales de tortura y muerto. Ahí está esa esposa y esos niños desamparados. Yo creo que el que comete un crimen de esa categoría está obligado a la restitución. Es necesario que tantos hogares que han quedado desamparados como éste reciban la ayuda. El criminal que desampara un hogar tiene obligación en conciencia de ayudar a sostener ese hogar. Quiero informar también, en esta fiesta de Cristo rey, con inmensa satisfacción, que la huelga de la fábrica León, quedó solucionada en el primer diálogo. Monseñor Urioste, que llevó la representación de la Iglesia, ha expresado su admiración por la apertura de ambas partes, y quiero agradecerles y felicitarles. En cambio, lamento que todavía está sin solución la huelga de la empresa Inca de Santa Ana. El mediador de la Iglesia denuncia que no hay comprensión, que hay dureza, que hay terquedad. Hermanos, el diálogo no se debe de caracterizar por ir a defender lo que uno lleva. El diálogo se caracteriza por la pobreza: ir pobre para encontrar entre los dos la verdad, la solución. Si las dos partes de un conflicto van a defender sus posiciones, solamente, saldrán como han entrado. Quiera el Señor iluminar pues en esta semana los conflictos sociales laborales, para que el Señor le dé esa riqueza que se encuentra en el diálogo sincero. En la lectura de San Pablo de hoy, se nos presenta Cristo Rey, no solamente rey del universo, sino de una manera especial cabeza de la Iglesia. Y desde esta Iglesia, que se llama aquí concretamente la Arquidiócesis de San Salvador, queremos agradecer a Cristo Rey estas noticias, y dárselas como homenaje en el día de su reinado, de esta Iglesia que trabaja por ser cada día más auténtica Iglesia, cuerpo de esa cabeza divina. En este sentido, les informo, y les pido oraciones, en primer lugar por los sacerdotes. Por primera vez cada vicaría, o sea cada grupo de párrocos, ha organizado sus ejercicios espirituales, esa semana de intensa reflexión en que el sacerdote revisa, evalúa su trabajo. Y en esta hora de sinceridad, yo les pido a todos, principalmente a aquellos que no están contentos de nuestro clero, que pidan mucho al Señor para que el Espíritu del Señor les ilumine a ser fieles a su verdadera misión. Por mi parte, les digo, que todo sacerdote que está trabajando en comunión, es un auténtico representante del mensaje de Cristo. Tratemos de comprenderlo y de dialogar con él cuando no estemos de acuerdo en sus cosas, pero no a difamar así en forma general los curas "comunistas, tercermundistas". Quisiera casos concretos, quisiera que se denunciara al Padre Fulano de Tal, que en tal misa dijo esto que no está de acuerdo con el evangelio. Y yo soy el responsable de llamar la atención y siento, que, en esta hora de sinceridad de nuestros queridos sacerdotes, ellos buscan en la luz de la revelación divina, la fuerza y la orientación de su misión en la tierra. Los acompañantes, pues, con nuestras oraciones y yo le pido a todo el pueblo de Dios en estos días mucha oración por nuestros queridos sacerdotes, en días de reflexión. Una gran noticia es también sacerdotal, que el 10 de diciembre, a las 10 de la mañana, aquí en Catedral, vamos a ordenar dos nuevos sacerdotes, los diáconos Héctor Figueroa y Jorge Benavides, dos nuevas fuerzas que vienen a nuestro presbiterio. Bendito sea Dios. En cambio, doy una noticia triste, también sacerdotal, y es que un sacerdote, que ya no está en el ejercicio, en comunión con el obispo, ha tratado de usurpar la parroquia de Quezaltepeque, atropellando al verdadero párroco, y al Padre Roberto, el cual está en comunión con el obispo. Desde aquí hago llegar mi voz a Quezaltepeque para decirles que el pastor auténtico es el Padre Roberto y los que trabajan con él son los que construyen la Iglesia. El grupito político que acuerpa al Padre Quinteros está buscando otros intereses; no constituye la Iglesia. Quiero agradecer al Vicario, al Padre Nieto, a las religiosas y a los laicos en comunión con la Iglesia por haber acuerpado con valor y valentía y verdadero sentido jerárquico a la verdadera Iglesia. Dios ha de bendecir esa parroquia, puesta hoy también en esta prueba. En el seminario, la esperanza de la Iglesia, esta semana se tuvo un retiro de fin de año. Era hermoso ver a estos jóvenes estudiantes, ya de filosofía y teología, analizando a la luz de la revelación divina, de la espiritualidad sacerdotal, su caminar como jóvenes hacia el sacerdocio. Y ayer una cosa emocionante: la capilla del seminario, después de haber estado en reflexión con las familias, padres de familia de los seminaristas, daba gracias a Dios por terminar el año. Era hermoso también ver salir del seminario, acuerpado a cada seminarista, su grupo familiar. Qué bien se comprende que el primer seminario es la familia y que de familias organizadas cristianamente tenemos la esperanza de nuevas y buenas vocaciones. En el seminario menor está llena la matrícula con 52 alumnos, cosa que nunca se había esperado, muchos ya próximos al bachillerato. En Chalatenango se organiza un preseminario para recoger en aquella región a los jovencitos que quieran terminar su bachillerato, ya orientándose al sacerdocio. Lo mismo, va a funcionar una escuela para religiosas y laicos comprometidos en la pastoral de la Arquidiócesis del departamento de Chalatenango. Finalmente, hermanos, un recorrido por las comunidades: en Santa Tecla, en la Casa San Vicente, se está celebrando la novena de la Medalla Milagrosa, y quiero agradecer a las hermanas de la caridad la atención que han dado a esta jornada de plegarias por el obispo y por los sacerdotes. En San Marcos, se tuvo el miércoles la entrega de Biblias al grupo catecumenal. Yo les pido perdón por no haber podido estar con ustedes, como les había prometido. En Panchimalco, también esta tarde, entrega de Biblias a otro grupo de estudios de la sagrada Escritura. En Ilopango una hermosa convivencia juvenil, que sacó como conclusión que la renovación del mundo no se podrá hacer mientras cada joven y cada hombre no trate de ser un hombre renovado por dentro. Es lo que hemos dicho siempre: que la renovación del mundo no es cambio de estructuras, sino el cambio sincero del hombre. También allá lamentamos la muerte del papá del Padre Fabián, a cuyo funeral asistimos. En la academia de San Vicente de Paul, una hermosa ceremonia de confirmación de jóvenes y una carta emocionante de las ancianitas que me dicen que ofrecen todos sus achaques de vejez por esta Iglesia que trabaja en El Salvador. En la Palma se edita un boletín muy bonito: La Voz del Espíritu y quiero agradecerle al párroco el apoyo que siempre presta allí a la palabra del obispo, llamándolos a escuchar. De Suchitoto también vino una visita del comité de construcción de la fachada de la Iglesia para hacer un llamamiento a la comunidad a ayudarles. Recibí también del cantón Teteytenango una generosa ayuda. Dios se lo pague. Quiero anunciarles también, hermanos, que el jueves de esta semana, tercer jueves de noviembre, según una tradición, se celebra el día de la acción de gracias. Aquí en Catedral la misa de las 12 tendrá ese objetivo: dar gracias a Dios por todos los beneficios. Los que no puedan venir a misa, en sus hogares elevan sus corazones a Dios, dándole gracias por todo lo bueno que Dios es con nosotros. Finalmente, quiero agradecerles que este año se va a llevar a cabo como siempre el concurso de nacimiento de Navidad. Pueden inscribirse en la Librería Cultural Católica o la Librería Ercilla. Los párrocos de las colonias son invitados a promover este concurso y dar los nombres de sus triunfadores, para que el 6 de enero, día de Epifanía, entreguemos los premios a los mejores nacimientos de San Salvador y de sus colonias. CRISTO, HIJO DE DAVID Hermanos, como ven, es un marco muy denso de realidades históricas y eclesiales, en las cuales hemos leído la palabra de Dios. La primera lectura nos remonta a los orígenes terrenales del Rey Cristo, Hijo de David. Un momento solemne de la historia de Israel reúne al pueblo en Hebrón para ungir en nombre de todo el pueblo y proclamarlo su rey y pastor al que va a ser el principio de una dinastía, David, de la cual nacerá Cristo, verdadero rey. Cuando le aclame el evangelio "Jesús, Hijo de David", le está diciendo "Rey de Israel". La segunda lectura, de San Pablo, a los colosenses, Capítulo 1º. 12-20, es una teología preciosa del apóstol San Pablo sobre los orígenes divinos, no terrenales, como David, sino divinos, de este Hijo de Dios que se hace hombre y que por tanto es verdadero principio y subsistencia de todas las cosas, finalidad hacia la cual converge todo el cosmos y del cual deriva toda la fuerza del universo, y de la Iglesia, naturalmente. Y el evangelio, que nos presenta un raro trono de este rey, una Cruz, entre burlas, muere el Rey. Pero al que no descubren las persecuciones de los poderosos de su tiempo, un malhechor arrepentido lo descubre: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". Y Cristo le ofrece: "Hoy mismo, porque yo, aunque me ves, deshaciéndome los dolores de la Cruz, soy el rey que está conquistando al mundo por el dolor de la expiación de la Cruz. Hoy mismo estarás en mi Reino, en mi paraíso". REALEZA PROFETICA Hermanos, si a la luz de estas lecturas recorremos la hermosa perspectiva el año litúrgico, encontremos las características de este reino y de este rey. El año litúrgico comienza el próximo domingo: los domingos de Adviento, preparación para Navidad; Navidad, que se prolonga hasta la Epifanía; Adviento y Epifanía, una temporada el año en que la liturgia nos proclama que este niño que nace en Belén viene a ser como el germen de un reino que ya se inicia en esta tierra. Es la verdad que ha venido a hacerse hombre. Por eso vemos que la característica el reino de Cristo es el Verbo que se hizo hombre, la palabra, la verdad, el profeta; Cristo es profeta. Su realeza es profética. Es un rey que habla la Palabra de Dios y deja un mensaje: "Id por todo el mundo a predicad esto que yo os he enseñado". Esto que yo estoy predicando ahora en la Catedral de San Salvador y, a través de los micrófonos de la Voz Panamericana, está llegando a las diversas comunidades que están reflexionando con nosotros, que es la voz profética del reinado de Cristo. Es Cristo rey que está hablando como profeta las verdades del reino de Dios, las bellezas de su verdad y las negruras del pecado; las denuncias para que en la historia se purifiquen los hombres y sean dignos de este reino de la verdad. No quiere hombres de la mentira. Cuando frente a Pilato, que le pregunta: "Tú eres rey?" Cristo contesta que sí e inmediatamente declara que es un reino de la verdad; "para eso he venido al mundo, para proclamar la verdad". Y el poderoso Pilato, escéptico, porque no creía en la verdad, como muchos hombres no creen en la verdad, le pregunta con escepticismo, dejándolo ya: "¿Qué es la verdad?. Así viven muchos, hermanos, de espaldas a la verdad, dándole un desprecio a la verdad. Y por eso, en este año litúrgico que clausuramos hoy, me da mucha alegría de que el pueblo haya comprendido que el reino de Cristo que predica es el reino de la verdad. Y se ha analizado profundamente la situación y la actuación del Arzobispado y de sus sacerdotes, para decir que la Iglesia ha mantenido la verdad, el reino de Cristo, el reino de la verdad, el reino del profeta. Terminada la Epifanía, comenzaron los días que se llaman del Tiempo Ordinario. Son 34 domingos, que se comienzan entre Epifanía y Cuaresma y luego se interrumpen para dar lugar a la Cuaresma y a la Pascua, y se continúan después de Pascua, hasta este domingo en que el domingo 34 coincide con el día de Cristo Rey. Todo ese largo período del Tiempo Ordinario, como hemos ido caminando y reflexionando juntos aquí en Catedral, se han dado cuenta que es un continuo enseñar de Cristo: su doctrina, su modo de pensar, cómo quiere a los hombres. Es precioso el Evangelio que se escondió para este año, el de San Lucas; nos presenta este magisterio de Cristo, caminando hacia Jerusalén. Si ahora recordáramos los diversos evangelios que hemos venido siguiendo estos años, todos han sido episodios que el Evangelio de San Lucas nos presenta en un caminar hacia Jerusalén. Y ahora hemos llegado, y la cumbre de Jerusalén es el Calvario. Cristo está crucificado; pero su meta, su recorrido, ha sido una larga enseñanza de maestro, un profeta que ha enseñado a los hombres las bienaventuranzas, el perdón, el amor, la comprensión. El evangelio es el único camino iluminado, hermanos, para encontrar la solución de las cosas. Y la interrupción que se hizo en Cuaresma, en Semana Santa y Pascua, es precisamente para darle la otra característica a este reino de Cristo, reino sacerdotal. Cristo es el Hijo de Dios que se encarna, se hace hombre en las entrañas purísimas de María Virgen, y al unirse la naturaleza de Dios con la naturaleza humana proporcionada por una mujer, resulta ese conjunto que se llama Cristo, Hijo de Dios e Hijo de Hombre. Y como hombre, ungido por la personalidad de Dios, por el Espíritu Santo, es sacerdote eterno. REINO SACERDOTAL María concibe en sus entrañas un Dios que, al hacerse hombre, se hace sacerdote, medianero de las causas humanas. Por eso, María es también Madre de la Iglesia. Y en esta fiesta de Cristo Rey, nuestra mirada se vuelve filial y cariñosa, a la Virgen María, Madre de Cristo, Madre del rey, Madre del profeta, Madre del sacerdote eterno. Y como sacerdote, Cristo sube a Jerusalén callado ya; ya habló, ya enseñó con la boca. Ahora un ejemplo es la entrega absoluta, sacerdotal silenciosa. En la cruz, Cristo muere, Cristo muere como sacerdote, sacerdote que da su vida por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres. El reino de Cristo no lo podemos concebir sin este gran concepto salvífico, mesiánico. Cuando los profetas del Antiguo Testamento anunciaban la venida de Cristo, confunden una doble perspectiva: la perspectiva mesiánica-temporal de Cristo y la medida escatológica, la eterna, donde el reino de Cristo va a llegar a su consumación, o sea que Cristo, viniendo al mundo como sacerdote, da un sentido sagrado a la creación, da un sentido de orientación hacia Dios de todo lo creado. Cristo encarnado, naciendo, viviendo entre los hombres, es Dios que le está dando, a la historia y al universo, su sentido divino, su verdadera orientación. Cristo, sacerdote y redentor. Su primera fase, es ésta que estamos viviendo, desde su primera venida, hace veinte siglos, hasta la hora del fin del mundo, que no sabemos cuando será. No importa la hora, lo que importa es que ya nos encontramos en esa fase en que las promesas del Antiguo Testamento se hicieron realidad en el rey que nació de María Virgen y que ese rey ya vive eterno, porque murió en la Cruz y resucitó. Resucitó y está lleno de vida y su vida la está ofreciendo a este pueblo que lo va siguiendo. Este reino pues de la verdad y de la vida, reino sacerdotal. Todos los pecadores encontramos en El, el perdón, porque su sangre derramada en la Cruz es el sacrificio que alcanzó el perdón de todos los crímenes. Por eso, cuando desde allí denunciamos los pecados que manchan nuestra historia, llamamos a los pecadores a conversión. Nunca llamamos a las víctimas a la venganza eso no es cristiano sino que llamamos al que cometió el crimen conviértete que Jesús murió también por tí, te está esperando para perdonarte. ¿Quién me diera, hermanos, esta palabra del sacerdote eterno, Cristo rey, llegara hasta esos antros donde están escondidas tantas manos criminales, tantos que han dejado en el misterio hombres muertos y desaparecidos y les tocara la gracia de Cristo: conviértanse, volvamos al reino de este amor donde no caben esas situaciones sangrientas? Cristo, sacerdote, en esta primera fase nos está dando tiempo hasta la hora de nuestra muerte, hasta la hora en que Él venga a juzgar a vivos y muertos. Entonces, cuando termine la historia, Cristo terminará también su misión sacerdotal, mesiánica, temporal, para iniciar entonces con aquel juicio final, que ya lo describe el evangelio de San Mateo, tremendo, apartando a la derecha a los que no quisieron obedecer: "Venid, benditos de mi Padre a poseer el reino; un reino que yo conquistaré en la tierra y que ahora lo entrego al Padre para que Él sea todo en todas las cosas". Hermanos, yo auguro a todos ustedes que aquel día nos encontraremos a la derecha del Juez para ser llamados benditos del Padre por el perdón sacerdotal de Cristo. Y en cambio a los réprobos, a los que no aprovecharon su misericordia, a los que, en vez de oír la voz misericordiosa de la Iglesia, la calumnian y la desprestigian, todos aquellos que le ponen murallas al reino de Dios, todos aquellos que pecan contra el Espíritu Santo, todos esos estorbos del reino de Cristo en la tierra, si no se convierten a tiempo, ya está la sentencia, ya están juzgados, dice Cristo: "Apartaos, malditos al fuego eterno, preparado para el demonio, el rebelde y sus seguidores. Porque tuve hambre y no me distéis de comer. Tuve sed y no me distéis de beber. Estuve desnudo y no me cubristeis. Estuve encarcelado, desaparecido asesinado, y no tuvisteis misericordia de mí, y asustados, los réprobos le preguntarán: "¿Cuándo, Señor?" Y Él dirá: "Siempre que atropellasteis a uno de mis hermanos pequeños, a mí me atropellasteis. Ah, si se supiere, hermanos, que en esta hora del mesianismo temporal de Cristo, Él está encarnado en cada hombre, cómo nos respetáramos, cómo nos amáramos, cómo desaparecería esa explotación del hombre por el hombre. No hay clases sociales ante Cristo. Él es todo en cada hombre, hasta en el más harapiento, hasta en el más rico. Cristo está en todos y no es justo odiar ni al rico, ni despreciar al pobre, que es la ley del amor que Cristo quiere establecer en la tierra. Este es el reinado temporal de Cristo. Y cuando Él dice ante Poncio Pilato, "Mi reino no es de este mundo", y cuando huye de las turbas que lo quieren hacer rey, no es porque él no tenga potestad en las cosas de la tierra, sino porque eso lo ha dejado para que los hombres los administren según su pensamiento. El gobernante, el legislador, el juez, no es dueño de la patria, ni de las leyes ni de la justicia. Es un administrador del reinado de Cristo que tiene que administrar la justicia, el gobierno, el bien común, según el pensamiento del rey justo, del rey amor, del fraternal. Y si un gobernante no cumple con esta soberana ley del Rey de Reyes y Señor de Señores, el también será el azote inservible, ya que castigó a un pueblo pero que es echado al fuego eterno. REINO ESCATOLOGICO Hermanos, ésta es la historia bajo la luz de Cristo rey. Y cuando llegue la consumación final, el reino escatológico, que ya lo explicamos en otro domingo, cuando Cristo caminando en esa peregrinación luminosa hacia el reino de los cielos a poseer la felicidad para siempre (y mientras van los réprobos también camino de su castigo eterno), qué feliz será que esta Iglesia que ya inició el reino de Dios en la tierra, toda ella congregada por su pastor divino, se encuentre en ese número de los que se salvan. No digo que sólo los de la Iglesia se salvan. En la misma se dice, muy hermoso: "Oh Dios, que tendiste tu mano misericordiosa para que la encuentres todo el que te busca". Ya les expliqué en una ocasión que hay religiones paganas, que no son cristianas, no han conocido a Cristo, pero sus hombres viven con una moral intachable, mejor que la de muchos cristianos, y ellos se salvarán, y no muchos cristianos, porque no basta estar en el cuerpo de la Iglesia que es el reino de Cristo (pero muchos sólo están en el cuerpo en pecados, sino que hay que estar en el corazón de la Iglesia. Y los que están fuera de los límites geográficos o visibles, jerárquicos, de la Iglesia, pero cumplen la ley de Dios por la iluminación de Cristo que misteriosamente les está llegando, ellos están el corazón de esa Iglesia de Cristo, mejor que muchos que viven en la Iglesia, pero no viven la Iglesia. Por eso, hermanos, es necesario que a la luz de Cristo rey, examinemos que esas tres categorías de Cristo, profeta, sacerdote y rey, son características que el bautismo ha dado a cada bautizado, para que colabore con Cristo. Como sacerdote, cada cristiano tiene que colaborar para que el mundo sea consagrado a Dios. El padre de familia, la madre de familia, los jóvenes, los niños, los bautizados todos tienen que sentirse pueblo sacerdotal y hacer que su hogar, su empresa, su hacienda, su finca, su negocio, su trabajo, su taller, todo sea iluminado por esta realeza de Cristo nuestro Señor. Qué hermoso será el día en que cada bautizado comprenda que su profesión, su trabajo, es un trabajo sacerdotal, que así como yo voy a celebrar la misa en este altar, cada carpintero celebra su misa en su banco de carpintería, cada hojalatero, cada profesional, cada médico con su bisturí, la señora del mercado en su puesto, están haciendo un oficio sacerdotal. Cuántos motoristas sé que escuchan esta palabra allá en sus taxis; pues tú, querido motorista, junto a tu volante, eres un sacerdote si trabajas con honradez, consagrando a Dios ese tu taxi, llevando un mensaje de paz y de amor a tus clientes que van en tu cuerpo. UN PUEBLO SACERDOTAL Y así, hermanos, cuánto bien haríamos si en vez de difamarnos desacreditarnos, y odiarnos, trabajáramos como un solo pueblo sacerdotal, orientando con Cristo hacia Dios esta naturaleza creada para Dios. Y como profeta, Cristo nos ha hecho también participantes de su misión de llevar la palabra, el mensaje. El padre de familia es sacerdote en su hogar y profeta. Tiene que corregir, tiene que orientar. El patrono, el profesional también tienen, todos, hermanos, aquí no hay nadie en la Catedral, no los que están escuchando por radio, no hay nadie que no tenga una misión profética, la misión profética de anunciar el reino de Cristo, de denunciar los pecados contra este reino y de atraer a todo el mundo hacia Cristo. Y finalmente, la función de Cristo rey; su realeza quiere decir un reino social, un reino de justicia cristiana, de amor y de paz. Todos tenemos que colaborar para que los bienes creados por Dios las cosechas que ahora se están levantando, las leyes, las estructura sociales, económicas, políticas, respeten los derechos de los hijos de Dios. Sea el reino de Dios verdaderamente una realidad que abre los caminos a la predicación del evangelio. Gracias, hermanos, por escucharme y por reflexionar. Yo les invito a que celebremos esta misa íntimamente unidos, con esa presencia que todavía es invisible. En la hostia y en el cáliz Cristo no se ve, pero está. Y eso basta a un cristiano. Está Cristo aquí en medio de la sociedad cristiana; en medio de esas comunidades de base, donde ahora están reunidos reflexionando, ahí está Cristo. Aquí en Catedral, Cristo es ustedes, hermanos. Este Cristo vive. En El pongamos nuestra esperanza. No desesperemos. Cierto, les decía que hemos vivido una semana que inicia, parece, una nueva fase de terror, de miedo, de violencias quiera Dios que no. Los cristianos, desde luego, no se dejen llevar por el miedo, vivan en su corazón la certeza de que Cristo vive. Vive ofreciéndonos todas las soluciones de los problemas. Únicamente nos pide que no seamos sordos mucho menos perseguidores de su mensaje, sino que lo escuchemos y tratemos, sobre todo, de vivirlo. No señalemos en otros las culpas de los males. Veamos a nosotros mismos, si hemos vivido realmente como verdaderos seguidores del Cristo Profeta, del Cristo sacerdote, del Cristo rey.
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Enmarcamos la homilía, que no es otra cosa que la palabra de Dios aplicada a los que estamos reflexionándola en este día, en hechos que nos han conmovido, ya sea en la vida nacional, familiar o privada. En primer lugar, yo quiero unirme a la condolencia de la familia de don Raúl Molina, asesinado ayer en un intento de secuestrarlo, como todos saben. De nuevo el repudio a la violencia, y la Iglesia unida al sufrimiento de las víctimas de la violencia: Esta es la posición clara por la cual duele al corazón del pastor, que se tergiversen sus intenciones y se le calumnie hasta el punto de creerlo instigador de asesinatos. Recordarán ustedes que, también, a los policías muertos les enviamos nuestra condolencia a la familia y repudiamos también el crimen que acaba con la vida. Para don Raúl, pues nuestra oración esta mañana pidiendo su eterno descanso, la misericordia del Señor, y para toda la patria el deseo, pues, de que estas escenas violentas vayan desapareciendo. El otro gran acontecimiento que llena nuestra semana ha sido la manifestación obrero-campesina que sintió el Ministerio de Trabajo. Se pidió la mediación de la Iglesia. Con todo gusto la hemos ofrecido con el mismo espíritu de servicio y de buscar justicia para nuestro pueblo. Al principio se negó. El Señor Presidente nos mandó decir que no negociaría con organizaciones ilegales. A este propósito se comunicó por la radio un comunicado manifestando nuestra buena voluntad, y a pesar del rechazo, invitando al diálogo y a la cordura, que no fuera a haber violencia en esa situación. Gracias a Dios, después fue aceptada la medición y por medio de nuestro estimado Vicario General, Monseñor Urioste, pudo llegarse al arreglo que todos conocen. Esperamos que las promesas hechas ayer sean realizadas con justicia, que las huelgas terminen y que la voz de los campesinos también sea oída.
A este propósito, hermanos, comentando estos hechos, lamentando también otras notas dolorosas de la semana; por ejemplo la visita de dos madres de familia que buscan a José Julio Ayala Mejía, a Víctor Manuel Rivas Guerra, capturados por cinco policías de hacienda, desde el 24 de abril y el desaparecimiento más reciente, el 9 de noviembre, de José Justo Mejía, originario de La Ceiba en Las Vueltas de Chalatenango, capturado también por policías de hacienda. Su esposa con nueve hijos chiquitos sufre este desamparo, como las madres también su orfandad. Reitero pues, el llamamiento de la justicia, que se haga justicia, que si son criminales, se les juzgue, se les castigue, pero que no se castigue a la familia con esta situación de incertidumbre, en la cual siguió también hasta el fin de la familia Chiurato; porque estas violencias y esos atropellos, vengan de donde vengan, ofenden a Dios, lastiman la convivencia nacional, hacen mal, no hacen ningún bien. DIA DE LA PAZ En Orientación de esta semana presento, en La Palabra del Arzobispo, el lema de la próxima Jornada Mundial de la Paz. El Papa cada 1º de enero quiere que lo celebremos como Día de la Paz y le señala un lema. El lema para 1978 es éste: "No a la violencia. Sí a la paz". Y en el boletín que presenta esta voluntad del Papa hay un análisis que yo quisiera que no sólo lo leyeran, sino que lo reflexionaran, -dice: "La violencia puede proceder de personas o de grupos entregados a un frenesí de dominio (el poder) o de un frenesí de consumo (el tener)" -(el afán) de tener, la codicia, la avaricia "frenesí que tiende indebidamente a limitar o suprimir la vida de otras personas o de sociedades humanas (racismos, genocidios) e incluso imposición, mantenimiento por la fuerza de una estructura política o económica injusta y discriminatoria". Son palabras de la Santa Sede. No son palabras demagógicas del obispo de San Salvador. No son palabras subversivas de los obispos del continente en Medellín. Lo que hicieron los obispos en Medellín es darle un nombre a esto que acaba de describir la palabra de la Santa Sede. Los obispos en Medellín dijeron: existe una injusticia, una violencia institucionalizada, un afán, un frenesí vale el poder, -como dice el comunicado- un frenesí de mantener el poder, de mantener la economía, y son capaces, en ese afán de mantenerse, de atropellar vidas y la sociedad entera. Esta es violencia, la violencia institucionalizada. Contra esa violencia no es extraño que surja la violencia reaccionaria, y lo sigue diciendo el comunicado del Vaticano: "La violencia puede caracterizar también la manera de reaccionar de aquellos que están o se creen oprimidos, y cuyo anhelo en la vida y de justicia termina por explotar, violencia de los débiles, de aquellos que están privados de ciertos derechos fundamentales". Existen, pues, dos violencias: la que está oprimiendo de arriba, políticamente, económicamente, y la que reacciona contra esa violencia. "Los dos aspectos- continúa el Vaticano diciendo- "los dos aspectos pueden ser difíciles de separar, y la injusticia puede ser recíproca". En las dos puede haber injusticia. "Evidentemente, en el primer caso" -son palabras del Vaticano- "evidentemente, hay injusticia en la primera violencia, o sea que aquí el documento de la Santa Sede llama injusta a esa situación de opresión, de represión, de querer tener más, de querer ser poderosos, aún reprimiendo a los débiles- "evidentemente, en el primer caso vale pero también con frecuencia en el segundo caso". Nunca voy a defender yo, ni nadie católico puede defender la injusta violencia, aunque proceda del más oprimido. Siempre será una injusticia si traspasa los límites de la Ley de Dios. Y termina diciendo el comunicado: "El pecado se introduce y tiende a poner nota diabólica en las relaciones de personas en conflicto: (odio, engaño, crueldad, tortura, negligencia de los inocentes, represalias)". En las dos violencias el demonio mete el pecado y si la Iglesia habla contra una y otra violencia, no es porque esté del lado de los ricos o de los pobres, de los poderosos o de los débiles. Está del lado de Cristo, que lucha contra el pecado, dondequiera que esté el pecado, esté en el poder, en la riqueza o esté también en los pobres y en los oprimidos. El pecado está contra Dios, y la violencia que se mancha de pecado es violencia que la Iglesia no puede tolerar. NECESIDAD DE DIALOGO En este sentido, pues, se celebrará: "No a la violencia. Sí a la paz". Todos aquellos que hayan dicho que yo he iniciado a hechos de violencia, hasta llevar a matar gente, son calumniadores. Y tengo el derecho a llevarlos a los tribunales por calumnia; lo cual, si es necesario, lo haré. La posición de la Iglesia es clara, pues. También hermanos, ante las razones que se pueden oponer al diálogo, yo quiero recordar una frase quizá muy graciosa pero eficaz, del Papa pío XI, hombre que no se puede criticar de débil, hombre que tuvo que enfrentarse a Hitler y a Mussolini. Fue el tiempo de su pontificado. Y decía Pío XI: "El diálogo es el camino de muchas soluciones; y si fuera por el bien de la Iglesia, yo dialogaría hasta con el mismo demonio". No se invoquen razones legalistas, que si es ilegal tal institución, tal organización. Como dice la Imitación de Cristo. "No te fijes quien lo dice; fíjate lo que dice". Dialoguemos con quien quiera que sea. No quiere decir esto es solidarios, cómplices de los pecados de una agrupación. Simplemente escuchemos. Puede haber mucho de justicia en sus reclamos, y hasta el más ilegal puede tener una voz que clama también ilegalidad en el interlocutor. Nuestra radio católica ya comentó: ¿Por qué no se dijo que son ilegales, también las instituciones de FARO y tantas firmas falsas que aparecieron en publicaciones contra la Iglesia?. Cristianos legales con cuántas cosas religiosas auténticas, ¿por qué no se descubre también con cuidado de ilegalidad tantas voces que han insultado y ofendido a la Iglesia? La necesidad de un diálogo en que intervenga la Iglesia, hermanos, no es un oportunismo. Desde hace 75 o más años, cuando León XIII escribió la encíclica Rerum Novarum justificó por qué la Iglesia era necesario que hablara en asuntos laborales e interviniera en los conflictos de patrono y de obreros, de patronos y trabajadores. Yo he copiado de la encíclica estas palabras para que las reflexionen. Las reflexionemos todos y miremos en esta presencia de Monseñor Urioste ayer en el Ministerio de Trabajo, entre el Gobierno representado por el Ministro y las partes que reclaman, que representaban las huelgas de la fábrica de León, de la fábrica Inca y los deseos de los campesinos de un salario mejor en las cortas, en esa presencia de los tres elementos -también la parte patronal- gobierno, parte patronal y parte obrera, y la Iglesia presente, yo veo un signo de esperanza; porque coincide con este pensamiento de León XIII. En la Rerum Novarum dice: ¿Por qué habla la Iglesia de estos asuntos, por qué tiene que meterse en estas materias?" Verdad es que, esta tan grave situación demanda la cooperación y el esfuerzo de jefes de Estado, de los patronos y ricos, y hasta de los mismos proletarios de la cuya suerte se trata. Pero sin duda alguna, afirmamos que serán vanos cuantos esfuerzos hagan los hombres si desatienden a la Iglesia; porque cuatro razones, fíjense bien: Primera: "la Iglesia es la que saca del evangelio la doctrina que bastan o a dirimir completamente las contiendas o por lo menos a quitarles toda esperanza y hacerlas así más suaves". Esta es la primera razón porque la Iglesia debe estar presente en estas situaciones de conflicto: porque ella es la portadora del evangelio y desde el evangelio saca las razones que puedan dirimir los conflictos o suavizarlos, que no terminen en violencias, ni odios. Segunda razón: Porque la Iglesia "trabaja no sólo en instruir el entendimiento, sino en regir con sus preceptos la vida y las costumbres de todos y cada uno de los hombres". El señor ministro, los obreros, los campesinos, todos, si de veras somos católicos o creemos en Cristo por lo menos, sabemos que hay una ideología y una moral que tenemos que obedecerla individualmente y colectivamente y la Iglesia es la personera de esa doctrina y de esa moral. Tercera: "La Iglesia promueve, con muchas instituciones utilísimas el mejoramiento de la situación de los proletarios". Si hubiera tiempo aquí, haríamos una larga lista de la obra que la Iglesia realiza en los barrios, marginados, entre los pobres, entre los obreros campesinos. Es gloria de la Iglesia estar presente promoviendo. Y precisamente porque promueve, se le critica y se le calumnia y se mal informa. Pero, hermanos, me dá mucho gusto pertenecer a esta Iglesia que está despertando la conciencia del campesino, del obrero, no para hacerlo subversivo (ya hemos dicho que la violencia pecadora no es buena) sino para que sepa ser sujeto de su propio destino, que no sea más una masa dormida; que sean hombres que sepan pensar, que sepan exigir. Esta es gloria de la Iglesia, y de ninguna manera se avergüenza cuando se le quiera confundir con otras ideologías, porque ya se ve que es calumnia, que es querer echar humo para confundir y para desprestigiar este papel promotor de la Iglesia. Y en cuarto lugar: "La Iglesia está presente porque "ella aúna los pensamientos y los esfuerzos de todas las clases sociales para poner remedio a las necesidades de los obreros y para que se crea que se debe emplear también el peso de la ley y debe aceptarse, aun cuando esa ley tiene que darse con peso y medida"; es decir, con justicia, que las leyes no sean solamente los voceros de una clase pudiente y no se quiere oír al trabajador, sino que la ley escucha a uno y a otro. Y entonces; la Iglesia a las leyes justas les dice: vienen de Dios; obedézcanlas los obreros y los patronos. Pero, tienen que ser, pues, leyes como las definía Santo Tomás de Aquino: la ley -dice- "es una ordenación de la razón por aquel que tiene potestad para el bien común". Mientras no realiza estas condiciones, la ley no es ley. Es parcialidad. Y por eso esperamos, queridos hermanos, que las promesas hechas ayer en el Ministerio de Trabajo no se van a quedar simplemente en un recurso para terminar aquella situación. Las citas que se han dado para esta semana de patronos y obreros, presente la Iglesia, y también de campesinos, presente la Iglesia, no significarán una demagogia de la Iglesia sino una presencia, como lo hemos dicho hoy, presencia del Evangelio, presencia de la paz, presencia del llamamiento justo, aunque cueste, pero que se acepte; y que ojalá, como lo dijo el comunicado de ayer, queden terminadas en esas sesiones los conflictos que han surgido. VIDA DE LA IGLESIA Hermanos, en la vida de la Iglesia hemos tenido acontecimientos muy hermosos, pero el tiempo se me ha ido casi por completo. Quiero felicitar a las comunidades que tuve la dicha de visitar en esta semana: Comunidad de las Carmelitas del Plan del Pino, la fiesta de confirmación y primera comunión en Colón, la visita a la comunidad de religiosas eucarísticas de San Martín, junto con el párroco, para planear una pastoral de Iglesia en aquella población. Lo mismo que la fiesta del patrón, San Martín, el 11 de noviembre. Y las bodas de Plata del Padre Teodoro Alvarenga y bendición de la nueva Iglesia allá en ojos de agua ayer, razón por la cual no pude estar personalmente en el Ministerio de Trabajo, pero fui muy bien representado por nuestro Vicario General. Quiero felicitar también al seminario, que está para salir ya a sus vacaciones -el menor ya salió y sobre todo por la promoción vocacional que ha superado nuestras esperanzas. Ha sido también un signo de los tiempos, que me anima mucho el corazón, ver la inmensa cantidad de jóvenes. No se han podido aceptar todos para llenar las filas del seminario, muchos de ellos ya bachilleres. LA PERSPECTIVA ETERNA La Palabra de Dios, hermanos, que ilumina todo esto, nos llena de mucho consuelo. Es el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. El próximo domingo será ya Cristo Rey, clausura del año litúrgico, ya como terminando este tiempo del año de la Iglesia, la perspectiva de la Iglesia es lo que decíamos el domingo pasado. Y voy a subrayar esa idea, porque es muy importante tenerla en cuenta, el sentido escatológico de la Iglesia (ya les explicaba esa palabra) significa lo último, la finalidad de la historia y del hombre, hacia dónde marcha esta sociedad, esta Iglesia, porque todo hombre, toda organización que no tenga un sentido de finalidad es irracional. ¿Cómo pueden vivir los hombres sin fe?¿Cómo pueden organizarse los hombres sólo para cosas de la tierra, sin una finalidad escatológica? La Iglesia por eso habla en los conflictos, por eso tiene también una palabra eficaz en las situaciones difíciles de la tierra, porque ella no pierde nunca de vista su perspectiva eterna: ¿Para qué han sido creados los hombres?, ¿Para qué se organizan los países? ¿Para qué se organizan las agrupaciones? Por eso, Pablo VI, hablando de la liberación y de la aportación que la Iglesia está haciendo a la liberación del hombre, llama a los liberadores a que no pierdan de vista este sentido escatológico, porque es el que le da fuerza y originalidad a la participación de la Iglesia en las fuerzas liberadoras. Desde esta perspectiva escatológica la Iglesia se define; no se confunde con movimientos liberacionistas de la tierra. Por eso, es ridículo decir que los sacerdotes son comunistas. Es ridículo decir que un catequista que predica la doctrina de la Iglesia se vuelve marxista. En lo que tiene de ateísmo, de materialismo, de lucha de clases sólo para la tierra, es imposible que la Iglesia puede ser así. Naturalmente, que desde la perspectiva de la tierra, donde reina el pecado y la injusticia, se pueden confundir los reclamos del comunismo, de las organizaciones de obreros, campesinos, y de la Iglesia; pero la Iglesia conserva su mirada siempre en alto para ver el fin hacia donde va esta liberación. ¿De qué serviría que los cortadores ganaran mucho dinero si eso va a terminar a las cantinas, a los burdeles, como tristemente sucede? ¿De qué serviría predicar la promoción del hombre si los hombres se promovieran únicamente para tener más dinero? ¿De qué sirve ir a una universidad, ganar un título, ser un profesional, si solamente se pone la ilusión en ganar, ganar más, el frenesí de tener, como dice el documento que he leído hoy? Muchos para eso estudian, para eso trabajan, para tener dinero. Han perdido la visión escatología. EL DIA DEL SEÑOR Hoy nos habla la primera lectura, del profeta Malaquías, una palabra que entre los profetas es clásica, el día del Señor. Se presentó antes del exilio de Babilonia, como un día de castigo: este pueblo está abusando, se han olvidado de la alianza con el Señor, hay injusticia, los poderosos abusan de su poder, los ricos explotan al pobre; vendrá el día del Señor. Y cuando vino el día de la exportación de los israelitas a Babilonia, reyes poderosos y pueblos todos fueron llevados. El día del Señor había llegado. Entonces los profetas le dan otro tono al día del Señor. Es la esperanza. Los profetas predican al pueblo en exilio: vendrá el día de la esperanza. Vivamos la esperanza. Vendrá el día del retorno. Y Dios visitaba al pueblo oprimido, sufriente como en Egipto o en Babilonia por medio de sus predicadores, de sus profetas, sembrando esperanzas; y retornó el pueblo a Jerusalén. El templo era como el símbolo de aquel Dios que socorría en las necesidades. El día del Señor se hacía entonces esperanza. Se hacía un día de justicia. Se ha hecho justicia. Y esto significa en el fondo, la expresión bíblica: vendrá el día del Señor, el día del juicio, el día en que juzgará Dios la historia, el día en que cada hombre se presenta en la hora de su muerte para dar cuenta de sus obras. Este es el día del Señor. El día de nuestra muerte no hay que temerlo. Hay que esperarlo, como lo esperaba Francisco de Asís, la muerte, "mi hermana muerte", la gran liberadora, si se ha vivido como Francisco de Asís, si se ha vivido con sentido de escatología, esperando el día de la liberación esperando el retorno de la Babilonia, esperando la liberación de Egipto, esperando la redención eterna de aquel Cristo resucitado que no puede morir. Este es el día del Señor que anuncian las lecturas de hoy. Hermanos, sobre todos nosotros está puesto el día del Señor. Es para mí un honor inmenso el repetir aquí las palabras de los profetas anunciando el castigo al pueblo que no se quiere convertir y anunciando la esperanza a los pueblos que, como en Egipto y en Babilonia, viven esperando más justicia, más amor, más paz. Vendrá, esperemos; vendrá, no nos desesperemos. Esta espera, que Jesucristo también menciona en el Evangelio de hoy cuando ante un aparente imposible, imagínense ustedes que alguien les dice: esta Catedral tan hermosa se va a derrumbar, y no quedará piedra sobre piedra. Era la impresión que recibieron los apóstoles cuando Cristo les habla del templo de Jerusalén, mucho más hermoso que nuestra Catedral, templo que era el centro de la teocracia de una nación, templo que era el símbolo no sólo de la religión, sino de la patria, que un Cristo se presente y les diga: "Miren qué piedras más bellas, miren qué construcción más admirable. Sin embargo, yo les digo, no quedará piedra sobre piedra". Dirían que era un loco. Y así lo tomaron, porque, el evangelio dice, no comprendieron hasta que resucitó de entre los muertos y sucedieron las cosas que sucedieron el año 70. Se cree que San Lucas pudo escribir después del año 70, cuando los ejércitos romanos asediaron Jerusalén, la tomaron y destruyeron el templo; no quedó piedra sobre piedra. Los apóstoles, que no vivieron esa hora, cuando Cristo se las anunciaba, se sorprendían y le preguntaron: "Maestro, ¿Cuándo va a ser esto? ¿Cuál será la señal de que todo esto va a pasar?" Y entonces Cristo aprovecha, como los profetas, de un hecho histórico, de la prevariación del pueblo, de la exportación a Babilonia. De esa historia se remontan al final definitivo de los tiempos. SEGUNDA VENIDA DE CRISTO Entonces, es cuando Cristo anuncia el juicio que vendrá a juzgar a vivos y muertos, como dice nuestro Credo. Ve la doble perspectiva del evangelio y de las profecías de la Biblia, hechos históricos que nos tocan vivir a nosotros nos deben remontar a la meta de la historia, a la muerte de cada uno de nosotros, al final de nuestra existencia. Esto se llama la escatología, y esa espera del día del Señor la teología lo llama la Parusía: la esperanza de la segunda venida de Cristo. Volverá Cristo. Esta es la dificultad del cristianismo, vivir entre las dos venidas de Cristo: vino humilde, hecho niño para sufrir, para salvar al mundo; resucitó y ahora vive presente en su Iglesia, pero de una forma invisible. Esta Iglesia, como la esposa que tiene lejos a su esposo, suspira por él. La Iglesia vive esta esperanza. Lo van a decir ustedes, voz de la Iglesia, cuando yo levante la hostia, que es Cristo todavía oculto, y les diga: "Este es el misterio de nuestra fe", nuestra esperanza, este Cristo que les enseño y que no lo vemos. Entonces el pueblo grita como la esposa enamorada: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección -es decir, vives- ven, Señor Jesús". Ven: este es el grito de que vive la Iglesia. Ven, la esperanza del corazón. Dichosos los que pueden decir que están esperando, como comparó Cristo: el guardián que está en la noche en la casa, esperando a qué hora vendrá de la fiesta el patrón, no duerme; está esperando. Así debe ser la vida cristiana. Se predica tan intensamente esta segunda venida de Cristo en los primeros tiempos que muchos llegaron a pensar que ya era próxima, pero el evangelio de San Lucas, hablando el mismo Cristo, nos desengaña: "Cuando, que nadie os engañe, porque muchos vendrán usando mi nombre y diciendo: yo soy; o bien: el momento está cerca. No vayáis tras ellos. Cuando oigáis todo esto, sabed que primero habrá guerra, revoluciones", y sigue anunciando también la persecución. Esto es lo difícil del cristianismo: ¿Cuándo vendrá el Señor? ¿Cuándo, esta esposa amada que anhela ya la felicidad de vivir junto a su esposo ha de realizar sus ideales? Mientras no llegue esa hora, hermanos, San Pablo denuncia el mismo error en la comunidad de Tesalónica. La carta, hay dos cartas de San Pablo a los Tesalonicenses y son las dos cartas de la Biblia que contienen la mejor doctrina sobre la escatología, porque el error que San Pablo trata de corregir es que esta espera de la vuelta del Señor no es tan próxima y que muchos engañados por esa proximidad ya no trabajan. ¡Qué error más grave! Y San Pablo llega a decir esa palabra dura: "Trabajen, porque el que no trabaja que no coma". LOS DEBERES TEMPORALES Ven aquí, cómo la Iglesia, esperando su cielo no se olvida de la tierra. Proclama la necesidad del trabajo y de pagar justo al trabajador, de hacer de esta tierra, que no sabemos cuánto va a durar, una antesala de esa espera, de ese cielo. El que con una esperanza del cielo se descuida de sus deberes temporales, dice el Concilio Vaticano II, ofende a Dios, no hace el bien al prójimo y pone en peligro su propia salvación. Los perezosos no entrarán al cielo. Los que no se promueven y no trabajan no entrarán en este reino de la diligencia del amor, porque la primera caridad es no ser carga de otros. Y San Pablo decía: "Aprendan de mí, yo que como apóstol podría exigirles que me ayudaran a dedicarme únicamente a mi predicación. Miren cómo trabajo". Y San Pablo trabajaba; era tejedor. Y mientras no predicaba, estaba tejiendo, haciendo sus tejidos para luego venderlos, y con eso comer y dar limosna y no ser carga de nadie. Por eso, la Iglesia no predica la subversión. Una manifestación que no tuviera como objeto el reclamo de cosas justas, sino simplemente ir a hacer el mal, la Iglesia la reprobaría. Hermanos, la Iglesia, en este tiempo de espera que no sabe si será mañana o será después de muchos años o siglos, lo que hace es tener alerta a sus cristianos, alerta porque el día del Señor vendrá cuando menos lo esperen. El Evangelio está lleno de estas sorpresas, como el ladrón que llega cuando menos lo esperan, como las vírgenes que se durmieron y cuando llegó el esposo tenían sus lámparas apegados. "Vigilad -les dice Cristo- porque no sabéis el día ni la hora". ¿Qué hacemos mientras tanto? Mientras tanto, hermanos, el trabajo, como dice San Pablo; y también el trabajo íntimo de cada uno, que es… Cristo nos predica: vivir fieles al Reino de Dios. Y si por eso ha de venir la persecución, qué hermoso es recordar estas palabras de Cristo a la Arquidiócesis de San Salvador: "Antes de todo esto, antes del día del Señor, os echarán mano; os perseguirán, entregándoos a los tribunales, a la cárcel; y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre. Así tendréis ocasión de dar testimonio". PERSECUCION ¿Por qué se asustan de que la Iglesia diga que es perseguida, si está anunciado por el mismo Cristo que su vida será persecución, que la Iglesia no puede ser halagada cuando predica contra los abusos, los abusivos tienen que perseguirla? Aquí en el comunicado que la Santa Sede hace del lema del Papa, no a la violencia, sí a la paz yo, presentando esto (lo leyeron en La Prensa Gráfica del viernes, que tuvo la bondad de publicarme también el artículo) les digo: cuando acusan al Arzobispo de sus sermones subversivos, cuando tienen el valor hasta de decir que por su culpa han matado dos policías en el cementerio, cuando acusan a la Iglesia de violenta, ya que conocemos las dos clases de violencia, ¿quiénes son más violentos? Los que tratan de mantener esa violencia institucionalizada y quieren desacreditar la voz de la Iglesia que no está de acuerdo con ella, ¿no están diciendo con esa misma calumnia que pertenecen al grupo de los violentos? La Iglesia, hermanos, sabe que tiene que ser perseguido. Pero hay una cosa muy hermosa, cuando Cristo ahora nos dice: "Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría, a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro". Esta es otra alegría de la Iglesia en El Salvador. Lo que hemos predicado ha salido por radio. Lo oye quien quiere y, si son imparciales y justos, jamás podrán criticarme de un crimen, como el que inicuamente quisieron atribuirme. "Al público he predicado -decía Cristo- pregunten a los que me han oído", jamás una palabra de violencia. Gracias a Dios, el Espíritu del Señor me ayuda a decir lo que tengo que decir y siento mi conciencia tranquila de estar diciendo lo que debo decir. Pasó esta semana por aquí un alto personero de Estados Unidos y cuando le conté toda la situación y mi posición, hombre santo, esperó mucho largo para dar su juicio. "¿Qué piensa?" vale digo. "Después de todo" -me dice- "Veo las cosas más claras, y pienso que ustedes están en lo justo". "Le doy gracias -le dije- porque esa palabra no la oigo ni en mi propia patria" - del pueblo si, que está solidario cada vez más con esta voz que anuncia la verdad. El Espíritu de Dios pone, de veras, lo que dice el evangelio de hoy, las palabras que se deben de decir. Es natural que la interferencia humana, mis defectos, mis errores, mis limitaciones, pueden inferir con pensamientos falsos, palabras tal vez disonantes; pero entonces, hermanos, háganme la caridad de corregirme, dígame qué no les parece, dialoguémoslo, como lo he hecho muchas veces. Y ojalá pueda ser más fiel al pensamiento que tengo que transmitir, el de nuestro Señor. Y me da más alegría todavía cuando el evangelio termina diciendo: "Hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán; y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre". PIEDRA DE TOQUE Hermanos, ¿quieren saber si su cristianismo es auténtico? Aquí está la piedra de toque: ¿con quiénes estás bien, quiénes te critican, quiénes no te admiten, quiénes te halagan? Conoce allí que Cristo dijo un día: "No he venido a traer la paz, sino la división; y habrá división hasta en la misma familia", porque unos quieren vivir más cómodamente, según los principios del mundo, del poder y del dinero, y otros en cambio han comprendido el llamamiento de Cristo y tienen que rechazar todo lo que no puede ser justo en el mundo. Y termina el evangelio: "Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas". Que venga el día del Señor cuando quiera, lo que importa es estar perseverante con Cristo, fiel a su doctrina, no traicionarlo. Me da lástima, hermanos: muchos traidores, cristianos que ahora son espías, cristianos que ahora nos persiguen, cristianos que se apartan avergonzados de su obispo y de sus sacerdotes. Pero, la confianza de aquellos que permanecen fieles me llena de veras de valor. Y yo les digo, hermanos: no nos asustemos. La palabra no es mía, sino del evangelio en el último domingo del año eclesiástico, como lanzando una perspectiva al futuro. No sabemos cuándo vendrá el Señor que esperamos, y dichosos los que se mantengan fieles a esa espera, porque los recibirá con el cariño con que un esposo abraza a su esposa lejana para vivir ya siempre y no separarse más de ella. Esta es la Iglesia. En el corazón de cada uno de ustedes está la Iglesia. Debe vivir la esperanza, la alegría, el valor, la fortaleza para no traicionar al esposo para que, cuando venga, seamos felices en el abrazo del Señor. Así sea. Esta misa, queridos hermanos, cada vez me parece más la reunión de familia, la familia de la comunidad Arquidiócesana que, reunida en la Catedral, templo de la comunidad, y a través de la radio presente también el pastor con muchas comunidades parroquiales, comunidades de base, en ermitas o en hogares, comparte las alegrías, las esperanzas, las angustias, los ideales, que deben ser común para todos nosotros. Y por eso, esta especie de noticiero o de avisos que inicia la homilía no es simplemente por informar. Es para compartir, para los que simpatizan con la Iglesia sientan la unidad de estos ideales, o de estas esperanzas o tristezas, y los que no comparten con nosotros al menos conozcan el camino por donde marcha nuestro pueblo de Dios. Pero me da gusto saber que cada día van aumentando más los que simpatizan con la vida de la Iglesia -no conmigo, yo soy muy secundario como persona, sino con la Iglesia, a la que indignamente yo represento, sabiendo que todo aquel que me aprecia, a Jesucristo, a quien represento, y todos aquellos que me calumnian, que me desprecian, que me persiguen, no es en mi persona donde termina esa actitud de rechazo, sino que rechazan al mismo que me envía-. Yo me alegro, pues, con todos aquellos que cada día se convierten más al Señor. Y ojalá, el fruto de mi palabra, fuera ese acercar los hombres a Dios. Como decía Juan Bautista, este es mi ideal, que él, Jesucristo, crezca y yo disminuya, desaparezca. En este sentido les cuento, hermanos, casi mi diario de esta semana.
El domingo recién pasado, la gran satisfacción de compartir con la feligresía de Cojutepeque su tradicional fiesta de Cristo Rey, a pesar del impedimento que se puso a algunas peregrinaciones. Yo soy testigo, porque llegando a Cojutepeque, vi unas armas deteniendo una peregrinación. Después llegaron, pero no hay necesidad de que se sospeche de gente piadosa que va a tomar parte en estas agrupaciones. Ojalá evitáramos esas provocaciones y que nuestra religión, pues, sea libre en sus reuniones, que las manifieste claramente, son fines piadosos, evangélicos. No hay por qué detenerlas con esa amenaza. Pero la fiesta resultó espléndida. Yo quiero felicitar a los caballeros de Cristo Rey de Cojutepeque y a todos sus peregrinos, a su párroco, por este amor y este entusiasmo por el Cristo Rey de nuestra Iglesia. Una inesperada visita el lunes a la colonia de Amatepec y sus adyacentes me llenó el alma de mucho gozo. A pesar de ser una cosa improvisada, sentí el calor acogedor de esa gente que cultiva con tanto celo el padre dominico, Luis Bouguet. Yo les aseguro que allí van a hacer una comunidad, entre zonas muy pobres pero con corazones muy ricos. También me llenó de gran satisfacción mi espíritu la misa que organizaron las hermanas oblatas al Sagrado Corazón, allá en la tumba del Padre Grande, en El Paisnal, el Día de Todos los Santos y como un preludio del Día de Difuntos. Desde el símbolo de esa tumba del Padre Grande y sus dos compañeros que perecieron con él en aquel asesinato de marzo, tuve la intención de rezar por todos los difuntos feligreses de la Arquidiócesis, y desde allí también elevar la vista a la perspectiva de tantos santos que forman parte en aquel cortejo internacional de que nos habla el Apocalipsis de toda raza y pueblo y nación. Y veía, junto al Padre Grande y los que han muerto dando su vida por su fe, por su evangelio, una innumerable cantidad de toda clase de gente nuestra, que rodea allá, entre la muchedumbre cosmopolita del cielo, al Cordero Redentor de los hombres. Esa misma tarde, Día de Todos los Santos, organizado por las hermanas del Buen Pastor, en la rehabilitación de jóvenes, una ceremonia muy bella de confirmación. Y me confirmo yo mismo en que este sacramento de fortaleza del Espíritu Santo, que es la confirmación debe ser mejor preparado, como lo prepararon las hermanas del Buen Pastor esa tarde. Qué impresionante ver aquel grupo de jóvenes, precedidos por el cirio pascual, que representa a Cristo resucitado, y en torno de ese cirio, renovador los compromisos bautismales y recibir el nuevo don del Espíritu Santo que es la confirmación. Esta mañana vamos a hacer una ceremonia igual en la parroquia de Colón, y desde aquí quisiera llamar a todos los padres de familia, que preparen mejor a sus niños para la confirmación. Les digo con franqueza, esa muchedumbre de confirmaciones en la cripta de la Catedral no me gusta. No me gusta porque muchos no saben lo que reciben y los niños chiquitos no necesitan esa fortaleza que la van a necesitar, sí, cuando estén grandes. Pero es mejor que se preparen, y los párrocos están colaborando ya con esto, a preparar mejor esos grupos de confirmación, que sea verdaderamente lo que la palabra dice, la confirmación de su fe bautismal. La robustece en el Espíritu Santo, sacramento de jóvenes. En la parroquia de Lourdes, en la escuela de las hermanas de la Asunción, tuvimos también, el miércoles, una reunión muy interesante, en la que se trata ya de planificar la pastoral de esa parroquia. Va a ser de mucha esperanza este trabajo que ya hace mucho tiempo están llevando allí esta comunidad de religiosas. En Quezaltepeque, también, tuve la felicidad de celebrar el santo humilde y bueno, San Martín de Porres, el 3 de noviembre por la tarde: una comunidad representando en muchos niños y niñas vestidos de San Martín, con su escobita, el llamamiento, el mensaje de San Martín, que no son las posiciones altas, privilegiadas, las que atraen las bendiciones mejores del Señor, sino las almas humildes que, como Martín de Porres, saben hacer de su escoba, de sus quehaceres más humildes o grandes, el instrumento de su santificación. Pero, que el destino del hombre no es tener mucho dinero, tener mucho poder, ser muy vistoso, sino saber cumplir la voluntad de Dios. Este es el mensaje que dejamos en Quezaltepeque, junto al santo negrito, San Martín de Porres. También quiero alegrarme hermanos, y compartir con ustedes, la profundidad de reflexión que tuvimos con el equipo dirigente del seminario, sacerdotes jóvenes, preparados para formar nuestro futuro clero. Me he dado cuenta de la seriedad, de la profundidad con que han tomado en su ministerio. Yo les pido a todos que tengamos confianza en nuestro seminario y que oremos mucho para que sea verdadero forjador de los apóstoles que necesita hoy la Arquidiócesis, nuestra Iglesia. Y finalmente, punto de oro de nuestra semana fue la mañana de ayer, en Santiago de María, en comunión con toda la jerarquía, en la presencia de muchas comunidades religiosas, parroquiales; la toma de posesión de nuestro querido hermano, Monseñor Arturo Rivera Damas, de la diócesis de Santiago de María. Valiéndome de sus palabras en su homilía, en aquella muchedumbre que rodeaba el kiosco del parque central, puedo decirles que pocas veces se ha visto en Santiago de María una presencia, un rostro de Iglesia tan elocuente, como el de ayer. Además de toda la jerarquía en pleno y muchos sacerdotes de todas las diócesis y muchos laicos, ese aspecto de muchos religiosos y religiosas daba, pues, una fisonomía de que la Iglesia está muy viva y muy presente en nuestro país, y ayer concretamente en Santiago de María. Quiero reiterar a Monseñor Rivera todos los augurios que se le expresaron ayer y que el domingo pasado, aquí en esta misma cátedra, le manifestamos, de permanecer unidos en la oración y en el trabajo. Hermanos, también quiero comunicarles dos cartas, entre las numerosas han llegado esta semana. Una del Cardenal Bernardo Alfrink, presidente internacional de Pax Christi. Desde Holanda escribe que está informado de la situación de la Iglesia y dice: "Le suplico manifestar a sus colaboradores y al pueblo de su país nuestros sentimientos de simpatía y solidaridad. Estamos unidos en la oración por la justicia y en su lucha por establecer el respeto a los derechos humanos". También otra carta importante. Ustedes han oído hablar del Hermano Roger, el famoso monasterio de Taizé. No es un monasterio católico. No es un monasterio tampoco protestante. Es de la comunión cristiana en general. Allá en Francia las puertas amplias para todos los que aman a Cristo en cualquier confesión, católica o protestante. Ha prometido hacer una visita a El Salvador. Ustedes vieron publicada en Orientación una carta abierta que el Hermano Roger escribió al Presidente de la República, pidiéndole, pues su colaboración eficaz en el respeto de los derechos humanos, y su venida será posiblemente, dice su carta, "para que recemos juntos, para escuchar y también para obtener del Señor Presidente la certeza de que cesarán los actos de persecución". Porque, esto es triste, hermanos, la persecución continúa. En esta semana hemos tenido cosas, noticias muy tristes del departamento de Chalatenango. Pero la más triste, que nos llegaba al fin de semana, es el atropello contra el párroco de Osicala, Padre Miguel Ventura. Ciertamente, no pertenece a nuestra diócesis (es de la diócesis de San Miguel), pero un sentido de solidaridad me lleva a protestar contra este atropello de un hermano sacerdote. Tengo detalles muy crudos de cómo lo amarraron, como a un vil asesino, lo atropellaron, lo tuvieron preso en la policía de Gotera. Junto con él, otros, catequistas también han sufrido y se han desaparecido. No hay tiempo de entrar en detalles, pero sí, ciertamente, para decir que esto no fomenta la opinión de que las relaciones con la Iglesia están mejorando. Y sí quiero recordar que el canon 119 de nuestras leyes eclesiásticas dispone: "Todos los fieles deben a los clérigos reverencia, según sus grados y oficios, y cometen delito de sacrilegio, si infieren a los mismos injuria real". Todo aquel que toca a un sacerdote, mucho más con el espíritu con que tocaron al Padre Miguel Ventura, son reos de sacrilegio, y también sanciona en el canon 2343: "El que impusiere manos violentas en la persona de los clérigos o de religiosos de uno u otro sexo, cae de ipsofacto en excomunión, reservada a su ordinario propio, el cual, si el caso lo exige, debe además castigarlo con otras penas, según su prudente arbitrio". Quiero decir, pues, que todos los que amarraron al Padre Miguel o atropellan a cualquier sacerdote quedan excomulgados por el mismo hecho de hacerlo, y sólo el obispo propio les puede levantar esa sanción. En este caso le toca a Monseñor Álvarez levantar esa pena de excomunión cometida contra uno de sus sacerdotes, o castigar a los reos de sacrilegio con penas mayores. LA IGLESIA ESCATOLOGICA Creo que basta cuando se ha dicho, hermanos, para comprender, pues, por dónde marchamos en este momento de nuestra Iglesia. Y desde este momento histórico levantamos nuestra mirada, para contemplar en la homilía de hoy, a la luz de las palabras tan bellas que nos han leído la Iglesia y podíamos titular esta homilía: La Iglesia Escatológica. La palabra "escatológico" -ciencia de las cosas últimas- nos evoca que la Iglesia señala al hombre, al pueblo, las cosas últimas, su destino hacia dónde camina, como hombre, como patria, como comunidad; lo escatológico constituye en la teología actual uno de los temas más importantes. Y diría, hermanos, que la escatología, esa ciencia, ese saber, esa experiencia, esa esperanza que el cristiano lleva de las cosas últimas, da a nuestra Iglesia una dinámica muy original, la dinámica de la esperanza, que sólo puede nacer de una fe muy grande. Y San Pablo nos ha dicho hoy tristemente: "La fe no es de todos". La fe no es de todos; qué lástima me diera pensar que alguno de mis oyentes perteneciera a esta marginación, que la fe no fuera para él, no por culpa de Dios, sino por la mala voluntad, por el corazón que rechaza la predicación o al predicador. No se fijen en mi persona, repugnante para muchos; fíjense en lo que les digo en nombre de aquél que habla con un conocimiento profundo de la escatología. Porque, queridos hermanos, queridos sacerdotes, si acaso me están escuchando algunos -religiosas, religiosos, catequistas, colaboradores del Reino de Dios- el día en que como católicos comprendamos la escatología, desaparecerían de nosotros muchas pequeñeces y divisiones. Así como decíamos hace dos domingos, de las misiones, el día en que comprendamos este trabajo universal de la Iglesia, esta misión que Dios ha confiado a nuestro pueblo de llevar a todo el mundo el mensaje salvador, desaparecerían, por las exigencias universales, las divisiones. Les hacía un llamamiento a mis hermanos protestantes a luchar, no por sembrar más sectas, no por hacer más picadillo el cristianismo, sino por unir; que nosotros protestantes y católicos, por estar divididos, y más ustedes protestantes, por dividirse en tantas sectas, llamándose todas cristianas profesando todas la Biblia, estamos dando un testimonio espantoso, como si Cristo estuviera partido, decía San Pablo. Si no hay más que un Cristo, y tenemos la obligación de unificarnos en su mensaje, matando en nosotros egoísmos, modos personales de pensar, para presentar la única fe, en el único Cristo, formando el único rebaño que salvará al mundo entero. Pues así también, si esa perspectiva universal no es necesaria para unirnos más, creo que otra dinámica, otra fuerza que nos uniría tremendamente sería esta perspectiva escatológica, el saber que caminamos hacia el mismo rumbo, el saber que somos tripulantes de la misma nave, el saber que es un mismo faro que está iluminado con su misma luz, para atraer la nave en medio de las borrascas del tiempo y de la vida. ¿Qué nos enseña acerca de la escatología este domingo? Y quisiera que se fijaran en esta circunstancia: prácticamente es el último domingo del año eclesiástico; el otro domingo es propiamente el último, pero la Iglesia ha querido coronar el año eclesiástico con la fiesta de Cristo Rey, el otro domingo estaremos celebrando el domingo de Cristo Rey, como corona de todo el año litúrgico, el Rey del tiempo, el Rey de todos los años, corona y principia los años de la vida, por eso hoy, domingo 32 del tiempo ordinario, prácticamente es el fin de año, el último de nuestras reflexiones sobre la Iglesia. Qué oportuno es este fin de año eclesiástico para que la Iglesia, así como nosotros el 31 de diciembre, analicemos qué hemos hecho en el año, hacia dónde están orientados nuestros pensamientos en el año nuevo, la escatología, pues, es como una brújula puesta en nuestra nave para mirar si caminamos bien; y por eso, las lecturas nos hablan de ese más allá: la resurrección. LA RESURRECCIÓN La primera lectura es uno de los pasajes más heroicos, una epopeya preciosa de la Biblia. A partir de Alejandro Magno, en sus conquistas por el oriente, comenzó para la Tierra Santa un período muy peligroso, que lo continuaron los reyes, los Eléucidas; y en el caso de la lectura de hoy, un rey llamado Antíoco. Era el proceso de helenización; se llama así el querer introducir en Palestina costumbres griegas. Eso quiere decir helenización. Helénico es lo mismo que griego, las costumbres griegas, paganas: gimnasios, estadios. Todo esto iba en muchas cosas contra la ley sagrada de Moisés, y había choque. Siempre que se quieren imponer otros criterios o los sentimientos auténticos del pueblo, hay choque, no hay bienestar. La imposición helénica de Antíoco despertó la sublevación en el pueblo. Una familia Matías con sus siete hijos, el más famoso fue -Judas el Macabeo- lograron organizar el ejército contra esta invasión pagana en la Tierra Santa, y a la luz de ese heroísmo surgían en Palestina hechos muy hermosos. El que nos ha leído la primera página de hoy nos cuenta el caso de una madre que tenía siete hijos. Madre fiel a la ley del Señor, no quería sacrificar carnes de puerco a los falsos dioses helénicos; y, por no obedecer, fueron martirizados uno por uno sus siete hijos. Y en esa página del libro segundo de los Macabeos -lean el capítulo 7 del segundo libro de los Macabeos, allí tienen una teología del martirio, una teología que hoy necesita mucho nuestro pueblo, la teología del testimonio de fidelidad a la Ley de Dios antes que obedecer a los que profanan la ley del Señor, los derechos del Señor. Sacando el conjunto de las respuestas de los siete niños- o hijos, unos eran más grandes, se concluye que el pensamiento de Israel, privaban estas ideas: Hay que obedecer la Ley de Dios, aun cuando suponga el riesgo de morir. Qué principio más valiente. Pero esto se afianzaba en una gran esperanza, segundo principio: Porque aquel a quien lo mutilan, le cortan la lengua, los brazos, lo despedazan, por la Ley de Dios, resucitará con sus miembros íntegros, y esa vida que le quitaron los poderes de la tierra, se la devolverá glorificada el Señor. También resucitarán los verdugos, dice la Biblia, pero no para recibir gloria, sino el castigo merecido, la ignominia si no se arrepintieron de su pecado. Esta teología también nos lleva a este pensamiento: no es que los martirizados sean los santos y los otros sean los malos. También dicen los Macabeos: Dios castiga los pecados de sus hijos por medio del azote de los injustos. Pero mientras que sus hijos castigados por la providencia de Dios van a recibir premio y galardón por su enmienda, los que sirvieron de azote a los hijos de Dios, si no se arrepintieron de sus crímenes, serán echados a la ignominia eterna. CRISTO Y LA RESURRECCIÓN Qué teología más bella. Es la que luego vemos aplicarse en el evangelio, que nos ha presentado el caso curioso de los siete maridos. Eran hermanos que se fueron casando sucesivamente con una sola mujer. Moría uno, se casaba con el otro. Y preguntan -el ridículo, porque los saduceos no creían en la resurrección, y para burlarse de la resurrección le propusieron a Cristo este pasaje, este caso de conciencia: ¿de cuál de los siete, si es verdad que resucitan todos, de cuál de los siete va a ser la mujer allá en esa resurrección? El caso parece bien planteado; sin embargo, Cristo toma la oportunidad para predicar aquí la relatividad de las cosas temporales. "Se equivocan" -les dice- "No saben ustedes cómo será esa vida de la resurrección". Si es cierto que en esta vida, por una ley de Moisés que se llamaba la Ley del Levirato -la Ley del Levirato ordenaba que si moría un hombre sin dejar hijos, su hermano soltero tenía obligación de casarse con la viuda para dar el nombre de su hermano a un hijo de esa viuda-. El caso es legítimo de los siete que murieron sin tener hijos, pero la resolución es ésta: todas esas leyes del matrimonio, el mismo matrimonio, tiene un sentido relativo, histórico, temporal; solamente es necesario que el hombre y la mujer tengan hijos en esta tierra donde es necesario conservar el género humano, pero en la resurrección donde serán inmortales, no se tendrá en consideración esa relación sexual. No existe el matrimonio. Todos serán como ángeles de Dios. Existirán naturalmente los cuerpos resucitados con todos sus miembros, pero la razón de las funciones de los miembros corporales se transformará. Lean ustedes aquellos capítulos de San Pablo a los Corintios donde les habla que una cosa es el cuerpo que se muere y se entierra, y otra categoría el cuerpo que resucita para la vida eterna, cuerpo espiritual. No se dá en el cielo la necesidad sexual de la carne que exige por esas leyes la procreación. No hay necesidad. Aquí vamos a sacar una hermosa consecuencia, hermanos. Esta homilía nos da la oportunidad para ver las aberraciones de aquellos que abusan de los placeres sexuales: el evitar los hijos, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales, el aborto, la prostitución es únicamente poner un uso de funciones corporales al servicio del placer, del egoísmo; y esas cosas las ha dado Dios para fines muy grandes. He aquí lo escatológico la finalidad de lo último. Si frente a las relaciones humanas pensáramos siempre la finalidad de mi vida, no existiría ese desorden que llamamos aquí la explosión demográfica, que no es en el matrimonio precisamente, sino fuera del matrimonio -el machismo, el hombre que va dejando hijos por todas partes, ese es el culpable de la explosión en El Salvador-. Un matrimonio ordenado, todo El Salvador con matrimonios ordenados, no tuviéramos este fenómeno espantoso de tantos hijos sin padre, frutos nada más del placer de un momento de la relación sexual. LO TEMPORAL Y LO ETERNO Y así de lo demás. Si se tuviera en cuenta lo relativo de lo temporal, los que están en el poder no lo absolutizarían, sino que lo usarían para el bien común. Tuvieran en cuenta que hay un juicio de Dios que va a pedir cuenta, a gobernantes y gobernados, del ejercicio de sus facultades. Y las riquezas: si se tuviera en cuenta que el becerro de oro no es más que un ídolo, que va a desaparecer, que cuando uno muere se va con las manos vacías de todas las cosas temporales. Lo escatológico: si se tuviera la idea escatológica en el uso del dinero, en las relaciones de patronos y obreros, en el trato de los cortadores, si la escatología iluminara esas relaciones, qué relativo parecería todo lo temporal. El dinero, los placeres, el poder es relativo. El mismo matrimonio, que parece tan estable, es relativo. El celibato sacerdotal y religioso es relativo. Si nosotros sacerdotes hemos aceptado una renuncia al matrimonio, tenemos que ser fieles precisamente porque hay que dar testimonio en medio de los casados que las relaciones sexuales sólo tienen un valor relativo, y que los hombres y las mujeres célibes, o que no se casan, los solteros que viven en castidad su soltería, ya están dando testimonio de lo que será la otra vida. Serán como los ángeles, dice Cristo en el evangelio de hoy. No morirán, serán inmortales. No necesitarán las cosas de la carne. Ojalá, hermanos, que me haga comprender, para que un soplo de espiritualidad sea la mejor respuesta a tantos problemas que han hecho como del sexo el centro de la vida, el centro de las preocupaciones. No es lo sexual lo principal del matrimonio. Es la formación mutua, preparándose para ser un día ángeles en el cielo, santificarse esposa y esposo e hijos en el uso casto y honesto, según la Ley de Dios, de esa institución que se llama el matrimonio. Y por eso, hermanos, como centro de esta escatología, San Pablo en su carta a los Tesalonicenses propone a Cristo, nuestro Señor. Cristo es la explicación del cristiano. LA PERSONA DE CRISTO Hermanos, cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo. Ah, a la luz de Cristo, como se lleva castamente el matrimonio. A la luz de Cristo, como se comprende lo escatológico, un hermano mayor que me está esperando, más aún, que ya va conmigo. Porque cuando hablamos de escatología, quisiera grabar esta otra idea: Lo escatológico no es sólo lo que se espera; lo escatológico es lo que ya se tiene, cuando se tiene fe a Cristo en el corazón. No esperamos morir para ser felices; ya somos felices cuando tenemos el Reino de Dios, como decía Cristo: "en vuestros corazones". Cuando Cristo vino hace veinte siglos, comenzó la escatología. Es el último acto de Dios para darle a la historia su sentido final. El sentido final de la historia, el sentido relativo de todas las cosas, lo da Cristo; instaurar todas las cosas en Cristo. Solo aquello que se va apegando a Cristo ya está siendo escatológico. El joven, el matrimonio, el anciano, el enfermo, el que cumple el deber o sufre una pena, si ya la sufre unida íntimamente con cristo, Rey de los siglos, ya está en la escatología. Por eso, en la Iglesia es clásico este movimiento que se expresa con estas palabras: "Ya, todavía no", como un péndulo de un reloj; "ya, todavía no", "ya todavía no". Ese es el cristianismo: ya, ya debo de vivir como si viviera en el cielo; todavía no, porque no se ha manifestado lo que soy; ya, siento mi compromiso con este Cristo, encarnándose en este pueblo al cual debo servir y dar mi vida, aunque no veo el esplendor de la gloria que llevo escondido en mí mismo. Todo aquel que ahora está en gracia de Dios y que se va a acercar a la comunión, ya vive el Reino de Dios, pero todavía, no se le ve lo que es, pero ya lo lleva escondido en su corazón. Eso se llama la escatología presente, o sea que la escatología tiene dos momentos: un presente y un futuro; el presente lo vive la gente de fe, de esperanza. En la marginación, en la pobreza, en la humillación, en la tortura, el hombre ya está viviendo ese cielo, esa esperanza. Y si ahí muere, no ha sido más que el vaso de barro que se quiebra y la luz esplendorosa que ilumina toda su vida. Vivamos, hermanos, esta escatología. Vivamos ya en reino de los cielos. Y esta será pues, la gran esperanza del evangelio, la que yo quiero predicar con todas mis fuerzas y quisiera imprimir profundo en el corazón de todos. No desesperemos, no busquemos soluciones de violencia, no odiemos, no matemos. Y repito ésto así claramente, porque ayer supe allá por Santiago de María, que ya, según algunos amigos míos, yo he cambiado, que yo ahora he predicado la revolución, el odio, la lucha de clases, que soy comunista. A ustedes les consta cuál es el lenguaje de mi predicación. Un lenguaje que quiere sembrar esperanza, que denuncia sí, la injusticias de la tierra, los abusos del poder, pero no con odio, sino con amor, llamado a conversión, para que todos vivan ya este movimiento escatológico, que es alma y esencia de esta Iglesia animada por el Espíritu de Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Además de la lectura de la Biblia, que es la palabra de Dios, un cristiano fiel a esa palabra tiene que leer también los signos de los tiempos, los acontecimientos, para iluminarlos con esa palabra. Yo voy a señalarles unos cuantos signos y luego he suplicado a Monseñor Rivera, que él nos dé la interpretación bíblica, la homilía propiamente. Y en primer lugar, quiero que analicemos y veamos a la luz de la fe este espectáculo de dos obispos celebrando la eucaristía. Somos los sucesores de los apóstoles, que a través de los tiempos vamos llevando al pueblo, a la historia, la revelación de Dios. Los obispos somos los encargados, los maestros autorizados para cuidar el depósito de la fe y transmitirlo y, al mismo tiempo, hacer vida presente la redención de Jesucristo.
Por eso, al ser designado nuestro querido hermano, Monseñor Rivera Damas, obispo residencial de Santiago de María, miremos con fe a este sucesor de los apóstoles, que va a dirigir esa porción de la Iglesia. Y ya que aquí en la Arquidiócesis ha dado diecisiete años de servicio episcopal, es justo que expresemos para él, no sólo los sentimientos humanos de gratitud, aprecio, admiración, solidaridad; sino que con visión de fe, sea toda la comunidad, como cuando Pablo, cuando uno de los apóstoles, partía de una comunidad a otra comunidad, llevaba el corazón de toda aquella Iglesia que seguía regando y seguir acompañándolo; así siento que iremos, pues, con Monseñor Rivera, que es toda la Arquidiócesis, que ya se expresó en una manifestación muy bella de cariño, el miércoles de está semana, en un homenaje de todos los sacerdotes en Domus Mariae, y que ahora esta misa de la Arquidiócesis quiere ser para él también un homenaje cariñoso de solidaridad, para decirle que no va solo, que con él van todos sus hermanos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, a trabajar en ese trabajo duro y difícil, incomprendido, de proclamar una palabra para el mundo que no quisiera oírla. Y como signo de esa comunión, pues, celebramos hoy juntos esta eucaristía. Otro signo de nuestro tiempo, esta semana, que alguien llamó, ha sido una semana trágica; y la Catedral donde nos encontramos, ha sido escenario de sangre. Aquí vino a morir baleado José Roberto Valdez. Aquí lo tuvimos en velación, y aquí también, hermanos, yo quise celebrar personalmente la misa de cuerpo presente antes de su entierro. Desde entonces anuncie lo que ya está sucediendo, la crítica contra el que quiso solidarizarse con el dolor; y dijeron que he hecho un acto poco político. No me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento; y yo he venido, como he ido a todos los lugares donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren, expresar la condolencia a la familia doliente, como la expresé también a la familia de la vendedora que fue también muerta en ese hecho de sangre, como también lo estoy enviando hoy a los familiares de los policías muertos. Para la Iglesia no hay categorías distintas. Sólo hay el sufrimiento, y tiene que expresarse en el dolor donde quiera que se encuentre. Como estuve junto a la muerte del Canciller Borgonovo, como he estado junto al dolor de los campesinos, pienso que es la voz de la Iglesia, una palabra de condolencia en el dolor. También quise que fuera una palabra de repudio al crimen, repudio a la violencia. ¿Cuándo vamos a terminar esta ola de sangre y de tormento para nuestra patria? También quise que fuera mi palabra, en ese funeral, una palabra de apoyo a los reclamos justos de nuestro pueblo. Los reclamos justos, les decía yo. ¿Qué pecado hay en que un pobre cortador de café, o de caña, o de algodón, con hambre pida ocho cucharadas de sopa, un huevo, una comida que apenas le reponga las energías que gasta para ayudar a levantar esas cosechas que hacen feliz al país y debe ser una obra de Dios, para felicidad de todos? Me dio mucho gusto, al terminar la homilía, una señora que se acerca para decirme: "Yo soy una pequeña cafetalera, y le vengo a decir que yo siempre lo he estado escuchando y estoy de acuerdo en estos reclamos, que todos tenemos que participar en la felicidad del país". Le di las gracias, y le dije: "Su palabra me estimula, me da la esperanza de que hay eco en el corazón de los salvadoreños". Así como también me dolió un telegrama de un sembrador de caña, que dice: "El Arzobispo no sabe lo que se gasta. Por eso está reclamando para los trabajadores". Yo he aclarado que no es como técnico que estoy hablando, que yo no sé cuánto se gasta, ni cuánto se debe de pagar. Pero sí sé que Dios da el fruto de la tierra para todos. y como pastor, en nombre de Dios que crea las cosas, digo a los que tienen y a los que trabajan y a los gobernantes: que sean justos, que escuchen el clamor del pueblo, que con sangre y con violencia no se van a arreglar las situaciones económicas, sociales y políticas, que tiene que profundizarse, para que no haya más semanas trágicas ni más dolores. Es necesario que se oiga a tiempo. Ya es demasiado tiempo que está esperando el pueblo. Y yo creo que es justo que se estudie a fondo, con técnicos, no malbaratando los fondos del Estado, ni dando otros destinos a los productos de nuestra tierra, sino dándolos para lo que Dios los ha creado, para el bienestar de toda la comunidad, con la justicia, el respeto a la propiedad privada y todo lo que la Iglesia defiende también. Pero que sea siempre con aquello que San Pablo dice: de salvar de la opresión del pecado a la creación, que está gimiendo, esperando la liberación de los hijos de Dios. También, en ese contexto, quiero agradecer y felicitar la carta de una profesora, que llega con un cheque de 1,407 colones. Dice: "Esto supone tres meses de mi jubilación. Yo los quiero dar con gusto, para ayuda de aquellos necesitados que dicen que tienen deudas por las circunstancias actuales". Y en la curia diocesana tenemos un fondo de beneficencia que se ve engrosando con estas limosnas y dádivas, que son más bien ayuda de hermano a hermano; y cuándo bien está haciendo este dinero. Que Dios bendiga a esta maestra con sentimientos cristianos. Y, finalmente, yo dije frente al cadáver de José Roberto: "La Iglesia no puede callar aquí: una palabra de esperanza, una palabra del más allá. La lucha reivindicadora de los derechos en la tierra no debe olvidar que hay un Dios que juzga y que hay una muerte que nos coloca más allá de la historia; que existe un cielo y existe un infierno; que existe una justicia de Dios, lo que se llama la visión escatológica de la Iglesia". Yo quisiera sembrar en estas horas de tragedia, de sangre, de dolor, esta visión de esperanza, de más allá, no como opio del pueblo, como dice el comunismo, criticando a la Iglesia, sino cómo estímulo para que en esta tierra seamos más justos, saber que hay un juez que nos va a pedir cuenta a unos y a otros; y de esta esperanza quisiera llenar el corazón de los que han sido víctimas de la violencia en estos días. Y ésta es mi tercera visión de la realidad; una víctima de la violencia se solidariza con esta semana de tragedia; se acerca entre lágrimas don Luis Chiurato. Toda su familia llora, como ustedes saben, una desaparición misteriosa de su esposa y de su madre. "Casi estoy seguro -me dice- que ya está muerta; le dejo esta limosna para que ofrezca una misa por ella y por los que murieron en esta semana, y por tantos que han muerto, víctimas de esta tragedia interminable". Cómo le agradezco, don Luis, y cómo siento con su familia, usted lo sabe, la angustia de una desaparición en forma tan misteriosa. Junto a usted hay muchas familias que lloran desaparecidos, sin aparecer. Por todos ellos, los que no se sabe si están muertos o están vivos, y por aquellos que se sabe ciertamente que han sido muertos por la violencia, elevamos nuestras plegarias. La oración de la Arquidiócesis en esta mañana es así, una oración votiva al Señor, para que traiga consuelo, esperanza, a tantas familias angustiadas y de también consuelo eterno a tantos que ya traspusieron los umbrales de la vida. Y finalmente, hermanos, tenía otras noticias de la vida de nuestra Iglesia: como los veinticinco años de sacerdocio de varios hermanos nuestros; también mi felicitación a la ceremonia de confirmación en la comunidad de Lourdes, donde se ha preparado a la juventud para recibir un sacramento tan importante, como es la confirmación; y agradecer las múltiples felicitaciones que han llegado con motivo del nombramiento de Monseñor Urioste para suceder a Monseñor Rivera en la Vicaría General. Esta semana, frente a dos días de esperanza: el martes, 1º, y el miércoles, 2 Día de Todos los Santos y Día de los Difuntos, el cristiano mira esta tierra con esa perspectiva del más allá; la muerte que no termina en unas tumbas que vamos a ir a enflorar. Las enfloramos porque son dormitorios, esperando una resurrección y un Día de Todos los Santos, en que contamos tantos santos sin haber sido elevados al honor de los altares: familiares, amigos nuestros, compañeros nuestros. Unámonos a este ejército de bienaventurados, y a toda esa penumbra de la muerte, para que pensemos que la vida peregrina del cristianismo no termina, que hay un Dios con los brazos abiertos que nos está esperando para darle el verdadero sentido a esta vida que, mientras la vivimos, no la comprendemos en toda su grandeza. Después de escuchar estos signos de los tiempos nuestro querido hermano, Monseñor Rivera, va a interpretarlos a la luz del evangelio. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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