Queridos hermanos:
Como lo anunciamos, les invito a que toda la intención de esta misa y de todas las oraciones que se están haciendo en pequeñas o grandes comunidades unidas con esta reflexión a través de la radio, la orientemos a pedir por el Santo Padre. El Papa Pablo VI cumple mañana ochenta años. El Señor nos lo ha conservado en plena lucidez, con los naturales achaques de los ochenta años, pero con una lucidez de quien es verdadero instrumento del Espíritu Santo para guiar la Iglesia en estos tiempos tan difíciles. Por eso, como una demostración de comunión con el Papa, de adhesión filial, que nuestros pueblos se caracterizan por ese amor al Papa, orientemos nuestra plegaria de hoy, nuestra misa, nuestra comunión, para pedir al Señor como le sabe pedir la Iglesia, esta hermosa jaculatoria que ojalá todos la aprendieran: "Hagamos oración por nuestro Santo Padre, el Papa Pablo VI"- Y el pueblo contesta: "Que el Señor le conserve la vida, le haga feliz en la tierra y no lo deje caer en manos de sus enemigos". Una plegaria litúrgica muy hermosa, que a través de los siglos expresa la comunión del pueblo de Dios con aquél que ha sido puesto como cabeza visible de este mismo pueblo. Yo creo que le hacemos un homenaje al Santo Padre y estamos en plena sintonía con su corazón de pastor, cuando nosotros nos referimos a las realidades de nuestro pueblo. Han pasado en esta semana cosas muy desagradables; por ejemplo, la toma de emisoras, la balacera en que aparecen heridos unos policías, manifestaciones universitarias de crítica contra el rector asesinado. Y sobre todo nos duele, que no aparecen los desaparecidos; la señora de Chiurato secuestrada aún en el misterio. De nuevo, en nombre de la caridad, pedimos a los responsables que negocien y que no abusen de la libertad de una persona. Así, también, pedimos en nombre de la angustia de tantas madres reclamando hijos desaparecidos. Yo he recibido con la angustia, hasta las lágrimas, la visita de unas madres que van como mendigas de puerta en puerta a los centros de seguridad, preguntando por sus hijos. Y casi es una burla contra su dolor: "No está aquí, búsquelo en otra parte". Se trata de Amadeo Recinos Quintanilla, de Salomé Rodríguez Carrero, de Antonio Alvarez Rodríguez, jóvenes todos, catequistas nuestros. Se nos critica de que los llamamos humildes catequistas, y los llaman ellos criminales. Yo no estoy defendiendo la inocencia; lo que pido es que se dé cuenta de ellos. O están muertos o están vivos. Y si están vivos, que los sometan a los tribunales. Y si son criminales que los castiguen como la ley manda. Pero, que no se cometa ese crimen más horrendo de angustiar el corazón de tantas madres. Están llegando, también, muchas notas de Amnistía Internacional en reclamo de la profesora Emma Rosales de Alegría, que fue capturada el 17 de julio cuando iba de su escuela de Soyapango con su hijita, a la que golpearon por no quererse separar de ella. Y finalmente tengo que lamentar, hermanos, la publicación y difusión abundante de la hoja, que muchos de ustedes han visto, en que me colocan a la cabeza de la subversión. El pueblo sospecha de dónde proceden estas cosas, y hay indicios que, poco inteligentes, quiénes son los que informan de mis correrías por los cantones. Una verdad a medias es peor que una calumnia, es cierto que he andado yo por El Jicarón, por El Salitre y muchos otros cantones; y me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su Obispo, la esperanza. Pero jamás he hecho lo que en esa hoja se dice, de llamar a la subversión, de repartir hojas subversiva. Esa es la calumnia. Yo mismo les he dicho en esos lugares: "Y sé que aquí hay observación, hay vigilancia. Sean siquiera leales en informar lo que está sucediendo". Y ahí hay miles de personas que pueden dar testimonio de que todo lo que esa hoja dice, es pura calumnia. Lo que más nos angustia, a los sacerdotes que aparecemos en esa lista, es si esto sea ya el indicio de ir preparando nuevos crímenes. Pero, el pueblo sabe a quién le echará la culpa, pues al pueblo ya no se le engaña. Por otra parte, queridos hermanos, sentimos la alegría inmensa de la Iglesia que se va organizando cada vez más como pueblo de Dios. Yo quiero felicitar a Chalatenango y a su departamento; porque ayer dio una demostración preciosísima de la comunión con la Iglesia, cuando fui a darles posesión al Padre Fabián Amaya y al Padre Efraín López; como vicario episcopal, es decir, que la autoridad del Obispo se delega para que pueda ese departamento, tan fecundo en cristianismo, ser organizado con más cariño y más cuidado pastoral; y el Padre López como Párroco de la ciudad. Hay un entusiasmo de religiosas, de seglares, por hacer de Chalatenango lo que decimos en el acuerdo en que se nombra al vicario episcopal: "Una reserva moral de la Iglesia, una mina preciosa de vocaciones, un recodo de fe cristiana en tantos hogares que por allá abundan bien organizados". Desde aquí, queridos hijos de Chalatenango y de todo el departamento, mi felicitación más cordial y mi súplica de que colaboren con los nuevos pastores que, en comunión conmigo, vamos a tratar de darles la mejor vida de Iglesia que ustedes se merecen. Hubo en Santa Tecla, también, el domingo pasado, una reunión muy consoladora, en que sacerdotes, religiosas y fieles quieren coordinar las admirables fuerzas que Santa Tecla tiene, no sólo para la ciudad sino para toda la diócesis. También un saludo y un agradecimiento a los católicos de Comasagua, que celebrando el 21 a su patrón, San Mateo, me dieron también una demostración de cariñosa comunión con todos sus sacerdotes. Son cosas que llenan el corazón. También tuve un gran consuelo el martes, un grupo de jóvenes, estudiantes ya de bachillerato, preparados debidamente en el Externado San José, recibieron la Confirmación. Yo aprovecho esta circunstancia para decir a los padres de familia que la edad de la confirmación tenía que ser esa, la de la juventud. Es un sacramento de juventud. Que hermoso es oír después de la confirmación a unos jóvenes que me entregaron esta carta, jóvenes del Externado San José, para que miren pues, que el verdadero espíritu de la Iglesia es de todos los corazones nobles de cualquier categoría social, con tal que sean sinceros en escuchar el mensaje salvador de Cristo. Dicen los jóvenes: "Nosotros hemos estado muy contentos de haberle tenido entre nosotros este día, que es cuando realmente conscientes aceptamos nuestro compromiso con el Señor y con su pueblo". También me dio mucho gusto recibir de la Colonia San Benito una carta. Al lado de cada firma dice: "Yo humilde cocinera, yo niñera, yo de adentro, yo lavandera", todas éstas expresando una comunión fervorosa, pues, con la Iglesia y agradeciendo la misión salvadora que la Iglesia desarrolla. Quiero felicitar, también, a la comunidad de Zacamil y a la Colonia del Porvenir, donde tuve, también, la alegría de celebrar con ellos una reunión y una eucaristía, que nos da a conocer como va madurando de veras- en varias comunidades donde los sacerdotes trabajan con sentido de Iglesia- esta fe que nosotros profesamos. Habría muchas otras cosas, queridos hermanos, pero siempre me gusta ilustrar, con estos hechos de la vida cívica y de la vida eclesial, la palabra de Dios. Entonces encuentra, como el sol, unos objetivos concretos; como el sol que se traduce en color de flores, en energía de vida y en todo lo que el sol significa para la naturaleza. Eso significa la palabra de Dios para mi vida, para tu vida, para tu sociedad. Procuremos que esta luz, que nos ilumina todos los domingos desde la sagrada Biblia, no la oigamos como libros que pasaron hace tiempos. Un profeta, Amós, que vivió siete siglos antes de Cristo, pero que se encuentra con una situación social muy parecida a la nuestra: su voz no pertenece a los siglos perdidos; su voz se hace actualidad para San Salvador de 1977. Un Cristo que nos cuenta una parábola tan terrible, de la suerte que se transforma del rico y el pobre en esta vida y en la otra; no es un cuentecito que Cristo contaba para endulzar los oídos de hace veinte siglos; es la amonestación seria de un Dios que nos dice para qué nos ha creado y cuál es el uso que hay que hacer de las cosas. EL RECTO USO DE LOS BIENES Y éste es precisamente el tema de esta Homilía de hoy: El recto uso de los bienes que Dios ha creado. Hay un mal uso, nos vamos a referir primero a este aspecto negativo, no porque sea lo principal. En el mensaje de Dios procuremos, hermanos, siempre buscar lo positivo. Pero al lado de lo positivo, que es la ley de Dios, el designio amoroso del Señor para con nosotros, los hombres entronizamos siempre un aspecto negativo, el pecado, la lucha contra el reino de Dios. Y esto durará a lo largo de los siglos. Y nadie se extrañe de que la Iglesia se llame perseguida. Si tiene que ser perseguida por el reino de las tinieblas. Si mientras la Iglesia proclame esta voluntad de Dios, siempre encontrará la voluntad del antidios, del anticristo, de las sombras del pecado, del misterio de la iniquidad que trata también de entronizarse. Aquí, el profeta Amós describe ese imperio de las tinieblas bajo el aspecto del lujo; esa vida muelle, qué bien la describe el profeta, a pesar de ser un pastor del desierto de Judea enviado contra su voluntad por el mismo Dios al reino del norte de Israel, donde bajo el imperio de Jerobam II, una sociedad en bonanza, en paz, no sabe aprovechar este signo de la paz para adorar a Dios y agradecérselo, sino para hacer una vida muy lujosa. "Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas. Coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo". Son esas terneras que se alimentan sólo de leche y naturalmente su carne es muy blandita y esto gusta a los sibaritas del norte; "Canturreáis al son del arpa, bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes y no os doléis de los desastres de José". PROPIEDAD PRIVADA Y Cristo nuestro Señor en su parábola, como haciendo un eco a esa vida muelle: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino, y banqueteaba espléndidamente cada día". Hermanos, ¿no les parece que no son rasgos escritos en 1977; pero son realidades de los siglos que, también, existen hoy en 1977, aquí entre nosotros?. Podrá preguntar el rico epulón y los ricos del norte de Galilea, y todos aquellos que se dan a la vida muelle, comodona: ¿Qué pecado hay en eso? Parece que no hay pecado. Y, el primero de los pecados es el haber subvertido el sentido de la propiedad. Como decían los paganos, definiendo la propiedad privada; "Jus utendi et abutendi", derecho de usar y de abusar; si es mío, ¿por qué no voy hacer lo que me da la gana? No, el derecho de propiedad tiene unos límites, los que señala aquí la lectura sagrada en San Pablo a Timoteo. Dios le da la vida a las cosas del mundo y tienes que ver para qué las ha creado Dios. Y si es cierto que la propiedad privada es un derecho, sin embargo tiene, como dice nuestra constitución muy bien, una función social. Una función social que no es precisamente, como se dijo cuando se defendían los intereses ante los peligros de la ley del ISTA, sólo para producir más. No es eso la función social: producir más. Producir más sí, pero para el bien común. Los bienes que Dios ha creado para todos tienen que canalizarse por estructuras hacia al bien, hacia la felicidad de todos, y que no se dé este terrible contraste señalado por las lecturas de hoy: mientras él se banqueteaba, un pobre ni siquiera comía las migajas que caían de su mesa. LA INSENSIBILIDAD Y aquí tenemos ya, hermanos, las consecuencias de esta vida muelle, los errores tremendos. Además de ese falso concepto de propiedad, lo más terrible es esto: metaliza, hace insensibles a los hombres. ¿Qué es lo que aquí denuncia Jesucristo -cuando dice- que mientras el rico se banqueteaba, Lázaro "estaba echado en su portal cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se la daba. Hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas?" Tenían más dicha los perros, los cuales podían comer los mendrugos con que el rico se limpiaba sus manos o los platos y se los tira al perro, y el pobre siquiera eso quería y ni eso se le daba. O como dice la primera lectura, también, después de describir esas orgías; "Y no os doléis de los desastres de José". José era la tribu que se consideraba como más pobre, más necesitada; y los necesitados de José, pues eran como la expresión de la pobreza suma, de la miseria. Mientras unos, pues tienen abundancia, son insensibles. Este es el pecado grave, la insensibilidad. Y aquí hermanos no lo estoy diciendo sólo de los grandes ricos, lo digo también de todos nosotros, que cuando tenemos algo que comer, un sorbete siquiera, una migaja, una tortilla, tal vez comiendo nosotros nos hacemos insensibles al pobre que no tiene ni eso. ¿Por qué no compartir, como dicen los profetas, hasta nuestras pobrezas? Es una traición, según el profeta Amós, contra la alianza con Yahvé. Si Dios había hecho una alianza con este pueblo, "seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios", pero con la condición de que se sintieran todos pueblo de Dios, hermanos unos de otros. Tanto era sí que leemos una ley en el Levítico, capítulo 25, dice: "La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes". Era el concepto de los ricos de Israel de que ellos eran como renteros de Dios, como que Dios les había rentado unas tierras; la propiedad privada la consideraban a la luz de Dios y el pobre era el representante de Dios al que había que pagarle esa renta de la tierra. De allí que el rico y el pobre debían de sentarse a compartir juntos como dos limosneros. Dios le da limosna al rico y Dios, por el rico, le quiere dar limosna también al pobre. COMPARTIR LOS BIENES Qué hermoso sería este concepto bíblico de pobreza y riqueza. No es malo tener. Ojalá todos fuéramos ricos. Lo malo es la insensibilidad. Lo bello es que el que tiene dé, y comparta como hermano, como compañero de mendicidad con el pobre. Tu eres un mendigo. Yo también soy un mendigo; porque lo que tengo Dios me lo ha prestado, prestado. A la hora de la muerte tengo que devolvérselo todo. Compartamos pues, esto que es de mutuo regalo de Dios. Alabemos los dos al Señor. Como desaparecerían la violencia, los odios, las luchas de clase. Jamás, hermanos, desde mi posición de pastor, iluminado por una teología que, gracias a Dios, sigo estudiando, jamás predicaré la lucha de clases. Esas calumnias son para mí tanto más ofensivas, cuanto quieren criticarme de ignorante en mi misión sublime de predicar el amor y nunca la subversión. Esto es lo que predica la Iglesia: Que Dios ha dado a todos para que todos hagamos del mundo, creado por Dios para felicidad de todos, una antesala de ese reino de los cielos. Yo digo en mi pastoral: La Iglesia está consciente de que en este mundo no tendremos un paraíso perfecto, pero sí, tenemos la obligación de reflejar en, este mundo imperfecto, algo del reflejo amoroso de la eternidad. Y los cristianos que de veras vivimos la esperanza de ese cielo, vivamos esperando ese más allá, tratando de ganárnoslo precisamente haciendo la justicia y el amor en esta tierra. Porque dice el Concilio, y lo he repetido ya muchas veces, contra la calumnia del marxismo, que quiere decir que la Iglesia es el opio del pueblo; porque predicando la eternidad se olvida de la tierra: ¡mentira! La Iglesia, predicando la eternidad, dice con el concilio, que el hombre que no trabaja los bienes temporales, ni los administra según el corazón de Dios, no colabora con Dios ni hace el bien a sus hermanos y pone en peligro su propia salvación. De modo que hay que una relación bien directa, entre la salvación de esperanza del más allá de mi muerte y el trabajo presente temporal, y que nadie que sea injusto en esta tierra tendrá parte en el reino de los cielos, donde reina la justicia y el amor. INSENSIBILIDAD FRENTE A DIOS Y estos dos episodios de Amós y de Jesucristo nos están diciendo, como los profetas, como la voz de Dios llegaba para anunciarles precisamente esa esperanza y para hacer a los hombres más justos, más humano, más comprensivos; porque además, queridos hermanos, y esto es más grave todavía, otra gran derivación del lujo, de ese abuso de propiedad privada, de ese afán de tener y de vivir cómodamente y no importarle nada el prójimo, esta otra insensibilidad mucho más horrorosa y trágica, la insensibilidad frente a Dios. Oyeron el final de la parábola, cuando el rico desde el infierno, le pide al Padre Abraham que mande un profeta, un mensajero a sus cinco hermanos que todavía están en la tierra abusando de sus propiedades, para que se conviertan y no vayan a caer en ese lugar donde él ha tenido la desgracia de caer. Y la respuesta de Abraham es terrible: "Allá tienen a Moisés y a los profetas" Allá tienen la Iglesia Católica que predica; allá tienen sus predicadores de la justicia social y del reino de Dios, que los oigan. "No, Padre Abraham" -dice aquél desde el infierno "si va un muerto, le atenderán mejor". Y la respuesta es tremenda, cuando dice, al terminar la parábola: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto". Qué terrible sentencia. No sé si ustedes han meditado alguna vez, hermanos, cuando Cristo, maniatado frente a Herodes, el lujoso, el sensual, el lujurioso, el adúltero, que quiere oír una palabra de Cristo para reírse de él, aunque sea, ¿cuál es la actitud de Cristo? El silencio; ni una palabra. Ay de aquellos corazones donde ya Cristo es mudo. Ay de aquellos hogares donde ya Cristo no se siente. Ay de los pecadores o criminales que ya no sienten el remordimiento de la conciencia. Aunque resucite un muerto, no le atenderán. Ya están petrificados. Qué tremenda sentencia, hermanos. Yo quisiera que grabáramos esto en nuestro corazón para no ser nunca insensibles a la caridad y al amor, y así poco a poco, haciéndonos insensibles hasta el mismo remordimiento de Dios que nos llama en la conciencia. Cómo quisiera yo que mi humilde palabra, en vez de ser tan tergiversada por los intereses egoístas, por los que adulan para quedar bien, tomaran en serio que es palabra de Dios y que el desprecio de esas hojas volantes no es a mí ni a mis queridos sacerdotes. "El que a vosotros desprecia- me dice Cristo a mí y a mis sacerdotes- a mí me desprecia y el que me desprecia a mí, desprecia al Padre, que me envió". Es que yo, que estoy hablando en este momento soy la voz de Dios. Y si en vez de mi figura, estuviera aquí la figura de uno de estos muertos recientes, uno de estos asesinados; por ejemplo, uno de esos que ha muerto en las torturas y no se sabe de ellos, que se parara aquí en esta cátedra y hablara, creo que la situación no cambiara, porque los corazones no quieren oír ni aunque sea un muerto el que les venga a decir: estamos muy mal en El Salvador, que esta figura tan fea de nuestra patria no es necesario pintarla bonita allá afuera. Hay que hacerla bonita aquí dentro, para que resulte bonita allá afuera también. Pero mientras haya madres que lloran la desaparición de sus hijos, mientras haya torturas en nuestros centros de seguridad, mientras haya abuso de sibaritas en la propiedad privada, mientras haya este desorden espantoso, hermanos, no puede haber paz y se seguirán sucediendo los hechos de violencia y de sangre. con represión no se acaba nada. Es necesario hacerse racional y atender la voz de Dios y organizar una sociedad más justa, más según el corazón de Dios. Todo lo demás son parches. Todo lo demás son represiones de momento. Los nombres de los asesinados irán cambiando, pero siempre habrá asesinados. Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia, mientras no se cambie la raíz de donde están brotando, como de una fuente fecunda, todas estas cosas tan horrorosas de nuestro ambiente. EL BUEN USO DE LOS BIENES ¿Cuál es el buen uso, pues, entonces, de las riquezas, de los bienes? ¡Ah!, si se tuviera en cuenta la palabra de Dios, que ilumina las sociedades, los pueblos, los hombres, las familias, cómo haríamos, de la tierra un paraíso. En la segunda lectura de hoy, tenemos unas normas preciosísimas que si fueran la inspiración de un cambio de estructuras en el Salvador, veríamos cómo desaparecen todas esas cosas que no quisiéramos que existieran. Le dice Pablo a Timoteo, su discípulo, en primer lugar: "Siervo de Dios". Tenemos que considerarnos así. Dios es el Señor y todas las cosas, dice San Pablo, han sido hechas por ese Dios que da la vida al mundo por medio de Jesucristo, que ha de volver a tomar cuenta a los hombres de cómo han manejado ese mundo creado por Dios. Es el "el único poseedor de la inmortalidad. Habita en una luz inaccesible y ningún hombre ha visto ni puede ver. A él, honor e imperio eterno". Cuando nuestra vida sea así, teocéntrica, Dios en el centro de mi vida y desde Dios derivar mis relaciones con los prójimos, desde Dios derivar el uso de las cosas que Dios ha creado, desde Dios, centro que ilumina mi ética, sería honrado, honesto, no diría la mentira, no distorcionaría las noticias, no calumniaría; porque sé que Dios me va a pedir cuentas. Desde Dios, y luego, desde allí, San Pablo deriva: "Practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe". Hermanos, es un combate en el cual estamos empeñados, combate de la fe: no de armas ni de violencias; sino de ideas, de convicciones, la violencia en primer lugar a nosotros mismos, bajo la inspiración de la fe, bajo las exigencias de ésto que San Pablo dice hermosamente: "Te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche". El mandamiento es el conjunto de las cosas que Dios ha revelado y ha mandado, y el hombre como siervo de Dios tiene obligación de obedecer. Pero cuando se ha sacudido el yugo de Dios, y Dios ya no se oye en la conciencia, entonces, tenemos nada más que cada uno quiere ser un Dios. Y sucede el cataclismo, como si el sol perdiera a su centro de gravedad y los planetas que giran alrededor de él, como locos se fuera cada uno a chocar contra el otro. Así está. El sol es Dios y mientras en torno de ese sol giren los hombres con una ética viendo a Dios, los hombres viviremos como hermanos. Por eso decimos que la religión, predicando la paternidad divina, cumpliendo su misión estrictamente religiosa, es decir, orientando los hombres a Dios, desde allí está haciendo un gran bien a la sociedad, porque no hay hombre más honesto, más honrado, más digno de fe, que aquél que teme a Dios y pone como práctica central de su vida, una ética de respeto al mandamiento sin mancha ni reproche. Gracias a Dios, tenemos gente de ésta entre nosotros y no quisiéramos que se volvieran pesimistas. Oí muy triste la palabra de un sacerdote, en una de estas reuniones a que me he referido antes, y me decía: "Lástima que no creen en el amor". Le digo: "Pero no nos cansemos de predicar el amor. Si ésta es la fuerza que vencerá al mundo. No nos cansemos de predicar el amor. Aunque veamos que las olas de violencias vienen a inundar el fuego del amor cristiano, tiene que vencer el amor. Es lo único que puede vencer". DIOS ES CENTRO DE LA VIDA Queridos hermanos, tomemos como dirigida a cada uno de nosotros la amonestación de San Pablo a su discípulo Timoteo. Hagamos de nuestra vida un sistema solar, cuyo sol sea Dios, y hagamos de nuestra vida una vida teocéntrica y, finalmente, una vida con un profundo sentido escatológico. ¿Qué quiere decir? Ya lo hemos enseñado aquí: la escatología es lo final, la esperanza que nosotros esperamos, el más allá que en las lecturas de hoy queda bellamente iluminado. Como terminó la primera lectura de Amós, anunciando no un infierno del más allá, sino un infierno de esta tierra. Pocos años después de estas denuncias de Amós vino el imperio de Asiria y se cumplió esto que dice Amós en el último versículo de hoy: "Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos". Si no ponemos paro con nuestra voluntad humana a este abuso, será Dios el que pone paro, valiéndose muchas veces de imperios de esta tierra. El anticomunismo con que muchos quieren defender su propiedad privada, no es un anticomunismo de amor a Dios, es un anticomunismo de amor a sus riquezas. Pero, del comunismo se puede valer Dios, como se valió del reino de Asiria para castigar el desorden de su reino de Israel. Dios nos libre que vaya a caer sobre nuestro pueblo el azote espantoso, más espantoso que la situación actual, de un Imperio sin Dios, sin ley, pero cobrándose los derechos que no supimos respetar para con Dios. Más tremendo Jesucristo cuando no habla de un castigo de un pueblo en esta tierra, sino cuando dice: murió el rico y murió el pobre, el uno fue sepultado en el infierno y el otro fue llevado al descanso, expresión bíblica, en el seno de Abraham, una comunión con el padre de la fe; y ya lo demás lo hemos oído en la lectura de hoy. Pero es terrible hermanos, el desenlace de los desórdenes de la vida. De Dios nadie se ríe. Su ley imperará para siempre. Y este Dios, que es amor para nosotros, se convierte en justicia cuando no se ha sabido captar la invitación del amor. Por eso Dante, en la puerta del infierno, al describir en La Divina Comedia el infierno, dice esta palabra paradójica: "Amor mi fecce que mi fa parlare", me hizo el amor que me hace hablar. ¿Es posible que el amor de Dios haya hecho el infierno? Aquí lo tenemos en la lectura de hoy, el amor de un enamorado menospreciado. Creo que apelo a la experiencia de muchos de ustedes, quienes han estado enamorados y reciben el baldón del objeto de su amor. Los desprecian, no quieren más con ustedes. ¿No sienten que se troca como un infierno ya el corazón, y qué quisiera hacer con aquel que desdeñó tanta ternura? Este es Dios, que nos ama mientras vivimos, que está esperando la conversión. Aunque sea el más grande pecador, como lo hemos dicho en los domingos pasados, llamando a penitencia, Dios espera. Pero cuando ya la paciencia de Dios termina en el amor, comienza su justicia. Y entonces ni un dedo mojado en agua para calmar un poco el ardor de la lengua en el infierno le fue concedida; lo cual indica, según los comentaristas, que en el infierno no existe ningún consuelo. Hermanos, no es volver a la Edad Media al hablar del infierno. Es poner frente a los ojos la justicia infinita de Dios, de la cual nadie se ríe. Organicemos a tiempo nuestra patria. Organicemos los bienes que Dios nos ha dado para la felicidad de todos los salvadoreños. Hagamos de esta República, tan bella en dones naturales de Dios, una bella antesala del paraíso del Señor, y tendremos la dicha, entonces, de ser recibidos como el pobre Lázaro. POBREZA INTERNA Y cuando decimos pobre, hermanos, decimos la actitud interna del corazón. Grabémonos bien esta idea, que pobre no es todo aquel que carece de bienes materiales, así como rico no es todo aquel que está abundando en bienes materiales. Según la Biblia, rico y pobre obedece a dos actitudes internas del corazón. Es la única parábola que tiene nombre, el personaje protagonista, Lázaro; y Lázaro, en su raíz hebrea, quiere decir: "El que confía en Dios". Este es pobre, el que confía en Dios. Rico, en cambio, cuando Cristo se dirige a sus oyentes en esta parábola del rico epulón, dos versículos atrás de lo que hemos leído hoy, dice esto, refiriéndose a la parábola del administrador injusto: "Estaban oyendo todo esto los fariseos, que amaban las riquezas, y se burlaban de él. Y les dijo: Vosotros sois los que os dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres es abominable ante Dios". Aquí define Cristo qué es rico según la Biblia. El rico que Dios desprecia no es aquel que tiene bienes; es aquel que ama esos bienes hasta el punto de burlarse de Dios: "Si Dios no me socorre, mi dinero es mi Dios"; el que pone del ídolo, su corazón adorando ese dinero, el que sirve –como dice Cristo- no puede servir a Dios y al dinero. Pero una actitud como la de Lázaro, de no poner la confianza en las cosas de la tierra sino la confianza en Dios, ésa es actitud de pobreza. Y porque hay muchos pobres que no tienen materiales, pero no ponen su confianza en Dios, tampoco ellos son pobres. Y a éstos queremos promover; porque están perdiendo una situación que Dios les ofrece para hacerlos pobres de la Biblia, cuando cambien la actitud interna de su corazón. Que pongan en Dios su confianza. No un conformismo sin lucha para mejorar. Todos tienen que promoverse, y Dios no bendice la pereza ni el haragán, sino que Dios bendice el esfuerzo de aquellos que ponen su confianza en Él. Queridos hermanos, escojamos esta mañana ser los pobres de Yahvé. No sé quienes están escuchando aquí y afuera de la Catedral, pero quienquiera que sea, tenga mucho o no tenga, lo que le pido es que convierta su corazón a Dios y que no ponga su confianza en las cosas de la tierra ni se resienta por no tener lo que otros tienen, sino que pongan su confianza en Dios. Y que nadie, por más lujos que tenga en su casa, piense que sea esa casa es inmortal. Todo eso se acaba, y solamente vale poner la confianza en el Dios que es el único inmortal, en el cual vamos a profesar ahora nuestro credo.
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El objeto de predicar la homilía no es otra cosa que decirles a todos los que estamos en la reflexión de la palabra de Dios que esa palabra se cumple hoy. Es una actualización de la eterna palabra del Señor. Se predica pues en la misa, no por demagogia, como algunos me han acusado, ni porque tengamos manía persecutoria; sino porque queremos iluminar con la palabra eterna del Señor la realidad en que la Iglesia de nuestra Arquidiócesis se mueve y para que todos los que la componemos esta Iglesia, sepamos juzgar las cosas de la historia, no con nuestros criterios personales, sino con la luz de la palabra eterna del Señor, que es la que prevalece para siempre.
Nuestras opiniones, nuestros juicios humanos, son falibles, son de hombre; pero la palabra del Señor no puede fallar. De ahí que un cristiano tiene que aprender a lo largo de toda su vida a iluminar el paso de la historia, los acontecimientos de su vida, con la palabra eterna del Señor. Cuántos acontecimientos en esta historia vertiginosa de nuestra patria en nuestros días hay que iluminar con esta palabra de sabiduría eterna. Cuántos comentarios, por ejemplo, se han oído acerca del asesinato del rector de la universidad y sus dos acompañantes. No son los juicios humanos, sino el juicio de Dios, el que un cristiano tiene que buscar. Cuántos comentarios también humanos en la fundación de una nueva universidad en nuestra patria. ¿Cuáles son los criterios, las motivaciones? No son los juicios humanos los que hacen la rectitud de una obra, sino a la luz del pensamiento de Dios. Seguimos lamentando, por ejemplo, a trece días del secuestro de la señora de Chiurato, no saber nada, su familia angustiada, como tantas familias de desaparecidos. No puede ser insensible el corazón de un cristiano ante el sufrimiento de otro cristiano, de otra familia. Si esta voz estuviera llegando a través de la radio a los responsables de esta angustia, yo les suplico, en nombre de la caridad de Cristo, que negocien la libertad de esa pobre señora. Mientras, por una parte, nosotros rezamos, los enfermitos del Hospital de la Providencia, por ejemplo, hacen oraciones especiales en estos casos de angustias. Es el corazón de la Iglesia que desde la enfermedad y del sufrimiento cumple lo que nos ha dicho San Pablo: "Rezad por la necesidad de los hombres". Así quisimos rezar también el lunes en la capilla del hospital, celebrando una misa por aquel desaparecido, cuya madre llora, no sabe si muerto o vivo, sufriendo cómo, y por cierto una misa que se nos quiso prohibir, como si fuera prohibido rezar por la angustias de la humanidad. Si alguna responsabilidad se quiere caer sobre los participantes de esa misa, yo suplico que toda la responsabilidad me la echen a mí, porque con toda conciencia he celebrado el sacrificio del Señor pidiendo misericordia para la desolación de una familia y para el aparecimiento de una persona injustamente desaparecida. Y así podríamos analizar muchos otros acontecimientos, hermanos. No estamos ajenos a las preocupaciones de cada uno de ustedes, de sus familias. Sus tribulaciones, sus esperanzas, sus alegrías y tristezas no son ajenas al corazón de la Iglesia. Pero en la imposibilidad de iluminar una a una las circunstancias de una vida tan exuberante, como es la de los salvadoreños, sólo les invito a que analicen, no a la luz de sentimientos de venganza, ni odio, ni de violencia, sino a la luz del amor cristiano, de la palabra de Dios. Sepan interpretar los acontecimientos de su propia vida. Para el cristiano no hay otro criterio más que su fe, su amor, que ilumina la palabra del Señor. Para eso venimos a misa los domingos, para aprender, no lo que dice el obispo, lo que dice el sacerdote; sino que, a través de esa humilde palabra del hombre que habla, el mensaje eterno de Dios es el que tenemos que descubrir, y no tomar la actitud de un desprecio para el hombre que habla, porque no termina en mí el desprecio que puedan hacer a mis actuaciones o mis palabras, sino que llevo la garantía de un Cristo, que dijo a sus predicadores: "El que a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y el que a vosotros oye a mí me oye". La fe de ustedes, hermanos, sabrá hasta discernir alguna interferencia humana en la que ustedes no estén de acuerdo. Los he invitado mil veces a que en ese caso se dialogue, se corrija, como manda el evangelio; y así tendremos pues que a la luz de un diálogo, de una reflexión sincera, descubrimos qué es lo que Dios piensa. Por eso la Iglesia trata de construirse cada vez más auténtica. Los pasos que vamos dando en esta construcción de nuestra Arquidiócesis en colaboración con los queridos sacerdotes, religiosas y seglares cada vez más comprometidos, cada vez más conscientes de que son Iglesia, podemos destacarlos en estos puntos. El próximo 26 de septiembre es el cumpleaños octogésimo del Santo Padre. Pablo VI cumple ochenta años con plena lucidez de su mente, con una asistencia especial del Espíritu Santo. Todas las cavilaciones de los periódicos de si va a renunciar, si ya está demasiado viejo, no le toca al hombre discernir. Como San Pablo, el Papa puede decir: "apóstol de Jesucristo, no por voluntad de hombre sino por voluntad aquel que me eligió". Y él sabrá a su tiempo depositar con esa claridad de conciencia que siempre ha tenido, su autoridad, cuando lo crea necesario, o cargar con la Cruz pesada del pontificado hasta el final de su vida. El próximo domingo aquí a esta misma hora, a las 8, vamos a ofrecer nuestra misa por el cumpleaños del Papa, para que el Señor lo conserve, sobre todo con la lucidez y responsabilidad de ese difícil cargo. Toda esta semana les invito que ofrezcan oraciones especiales por él. El próximo sábado 24 , será la inauguración de la vicaría episcopal de Chalatenango. Desde esta mañana a las 9, nueve religiosas van a llevar una motivación evangélica espiritual a toda la ciudad. En tres Iglesias serán los centros de evangelización: El Calvario, San Antonio y la Iglesia parroquial y culminará el viernes con una celebración penitencial. Hacemos un llamamiento pues a todos los católicos de la ciudad y del departamento de Chalatenango a participar en esta purificación de conciencia, el próximo viernes por la noche en la iglesia parroquial de Chalatenango, y a las 10 de la mañana el sábado invitamos a todos a ir a inaugurar esta novedad en la pastoral que es una vicaría pastoral, como ya les he explicado, en que el obispo, descentralizando su autoridad, delega gran parte de su episcopado en este sacerdote, que en el caso será el Padre Fabián Amaya, para que, en comunión siempre con el obispo y en colaboración con los sacerdotes, organice y lleve a cabo una pastoral más eficiente en ese fervoroso departamento que nos ha dado tantas vocaciones. También la vicaría de la Resurrección, que abarca gran parte de las parroquias de la ciudad de San Salvador, está sumamente viva y activa. En la Iglesia de San Francisco ha tenido lugar un curso de comunidades de base, donde se han promovido muchos seglares para ir a crear eso que hoy constituye la unidad básica de la Iglesia, pequeñas comunidades donde la reflexión del evangelio, la vida del amor del cristiano, la vida comunitaria, se hace más humana, más cercana. Todos los católicos ahora son llamados a colaborar en esta forma, crear comunidades, vivir el sacerdocio de su bautismo, en comunión con otros cristianos con quienes compartir la responsabilidad de ser comprometidos con el evangelio de Cristo. Hay muchas otras actividades, pero baste lo dicho para darnos una idea cómo la Iglesia en nuestra Arquidiócesis, a pesar de las dificultades, quiere ser una Iglesia que responde a su vocación, al llamamiento que el Señor le hace precisamente en estas circunstancias para ser cada día más la auténtica Iglesia de Jesucristo, que no se apoya en fuerzas humanas, sino que eleva lo humano hacia las fuerzas del evangelio que se expresan en esa libertad, en ese espíritu de pobreza, en ese sentido de confianza y de amor en Dios, que es precisamente su valor, su fuerza. ENFOQUE DE TODO EN CRISTO Y aquí quiero enfocar ya las lecturas de hoy. Como ven, todas estas realidades y las que cada uno de ustedes podría enumerar no pueden quedar fuera de la luz del evangelio. Todo el quehacer de la historia tiene un vértice hacia el cual se dirige, al Señor de la historia, Cristo nuestro Señor. Por Él y para Él fueron creadas todas las cosas, y San Pablo les dice a sus cristianos: "Todas las cosas son vuestras, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es Dios". Esta es la jerarquía que nos quiere enseñar la lectura de la palabra divina esta mañana. INJUSTICIA En primer lugar, un trasfondo de injusticia; no es invento de los obispos de Medellín. La voz de la primera lectura de hoy es más vigorosa, más fuerte. Se trata de un profeta extraído de la soledad del desierto de Judea, campesino; y sin embargo, a pesar de no querer ser profeta de Dios (es tan difícil el oficio del profeta) obedece, porque el Señor le insiste. Y así va al reino del norte de Israel, donde florece quizá en la cúspide de su gloria ese reino bajo el reinado del rey Jeroboam II. Se han acallado las voces temibles de la Asiria del norte y de Egipto en el sur y hay florecimiento, hay paz, hay tranquilidad. Pero los hombres no sabemos utilizar la paz que Dios nos da, sino únicamente para el desorden. Los tiempos tranquilos se prestan al abuso del negocio; y ahí llega el profeta, en un ambiente tremendo de extorsión, en que el rico quiere acaparar todo, y el pobre es cada vez más pobre y el rico cada vez más rico. A este ambiente de injustas negociaciones, donde hasta la religión se ha comercializado, se aprovechan los novilunios y los sábados, que la ley de Moisés mandaba a descansar y no negociar, precisamente para estar tramando mejores negocios, cómo explotar mejor. A esta gente injusta, que hasta de la religión hace un trampolín para su dinero, se presenta Amós para decirles: "Escuchad esto, los que exprimís al pobre, despojáis a los miserables, diciendo: ¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer granos". No pensaban en Dios. Pensaban en lo que les produciría el trigo, el grano, pensaban en cómo explotar, como sigue diciendo el profeta: "Disminuís, la bebida aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo", hasta la broza del arroz y del trigo, hasta las tusas, diríamos, se les saca negocio. A esta actitud, el profeta recuerda una cosa: "Jura el Señor por su gloria que no olvidará jamás vuestras acciones". Este es el respaldo del profeta, que detrás de él es Dios que manda a denunciar las injusticias. Por eso, hermanos, ante la dificultad de denunciar las injusticias, los profetas tenían miedo, porque la venganza es terrible. Pero el mismo tiempo sentía la confianza de un Dios que los respaldaba. "Yo iré contigo,- les decía Dios a los profetas- porque es a mí a quien ofenden cuando ofenden y extorsionan al pobre, al necesitado, cuando lo explotan". Es Dios el que sufre, porque su amor está también ofendido. También Jesucristo toma la palabra en el evangelio de hoy, para denunciar la injusticia de un administrador infiel. Muchas veces los administradores son más crueles que los mismos dueños. Quien ha compartido la vida de los pobres en haciendas en dificultades se da cuenta qué fanáticos son ciertos administradores para quedar bien con sus patrones estropean, atropellan al pobre necesitado, a quien le quitan el trabajo. Como lo están diciendo ahora allá por Aguilares: "Que te dé trabajo el obispo, que te den trabajo los curas" la burla de la ofensa de la propia dignidad del hombre. Queridos hermanos, como los obispos en Medellín en el documento de justicia, dicen: "Ya mucho se ha estudiado la situación de América Latina. No es necesario decir más, únicamente concluir que se ha creado una miseria de masas que es una injusticia que clama al cielo". Son palabras del magisterio de la Iglesia en América Latina. Una situación de injusticia que clama al cielo, y esto no puede seguir. Es la necesidad de la transformación, de los cambios necesarios en la cual, labor, todos tenemos que aportar. No todos con la misma eficiencia, porque no todas las riendas de las situaciones, pero sí cada uno, por lo menos. Las lecturas de hoy nos señalan medios muy eficaces, ante todo las ideas. Un cristiano tiene que ser un hombre que combate con ideas, no con la violencia. Jamás me cansaré de repetir: si hay una violencia, la única es la de Cristo en la cruz, que ya dejó matarse para que fuera más justo el mundo, y ésa es la que tenemos que transportar a nosotros mismos, haciéndonos violencia a nuestros egoísmos, a nuestras avaricias; a nuestras envidias -tener que vencer esta lacra de nuestro corazón con estas ideas salvadoras que nos ofrecen las palabras divinas de hoy. VALOR DE LO TEMPORAL En primer lugar, el valor relativo de los bienes, de los bienes temporales, y el juicio de Dios sobre ellos. Fíjense, la parábola de hoy cómo comienza: "Un rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿Que es eso que me cuentan de ti?. Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido". Es la alusión que Cristo hace: los bienes de la tierra son de Dios; el hombre los posee como un administrador y el dueño pedirá cuenta a cada administrador, a cada copropietario, a cada terrateniente de mucho o poco, cómo ha administrado los bienes que Dios creó para el bienestar de toda la humanidad. Hay un juicio de Dios por delante: y cuando Cristo saca la moraleja de su parábola, dice que el amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido, porque "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz", y nos invita: "Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". Los bienes temporales tienen un valor, no lo vamos a negar. El Concilio Vaticano II ha afirmado que todo cuanto el Creador ha hecho tiene una autonomía, tiene un valor, pero autonomía en el sentido de que cada cosa vale por sí, pero no en el sentido en que hay que prescindir de Dios. Frente a Dios todos los valores de la historia y del mundo son valores relativos. Tanto valen en cuanto cumplen el designio de Dios. ¿Y cuál es el designio de Dios?. CRISTO LA RIQUEZA ABSOLUTA La segunda lectura de hoy es riquísima, hermanos. Yo les invito a que la reflexionen mucho en sus hogares, donde Dios nos describe su designio: "Dios es uno y uno sólo es el mediador de Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". Esta es la verdadera cosa absoluta del cristiano: Dios y su Cristo. Cristo es la riqueza absoluta del hombre. Por ganar a Cristo hay que perderlo todo. El mismo nos decía uno de estos domingos; "El que no renuncia hasta a su misma familia, a sí mismo, por seguirme no es digno de mí". Todo aquel que le da un sentido de idolatría al dinero ya lo está absolutizando. Está haciendo un dios, un becerro de oro, y ante él se postra y hace sacrificios. No le importa mandar a matar gente por conservar esa situación. El único valor para el cristiano es Dios, es Cristo. La única riqueza por la cual vale la pena perderlo todo es aquel que pagó con su vida el precio de mi redención. ¿Pero de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde al final de su vida? ¿De qué le sirve al que gozó todos los bienes de la tierra extorsionando en la forma que ha dicho hoy el profeta Amós, si ahora se lamente, como el rico Epulón hundido en las llamas del infierno, sus riquezas mal administradas? Y por eso, hermanos, porque la Iglesia está puesta para la salvación de todos, como nos ha dicho San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, la salvación de todos los hombres. Esto es lo que Dios quiere, salvación de todos. A la Iglesia, al evangelio, le duele que haya gente idolatrando al dinero y dé la espalda a Dios, porque está en camino de perdición, se van a condenar. Y porque quiere que se conviertan al único Dios verdadero, les predica la falacia de las cosas de la tierra, lo que todo se queda, como dice la parábola de hoy: cuando todo se quede aquí, encontrar amigos allá donde se pueden recibir en las moradas eternas. Dirán: "Eso está muy lejos, es aquí donde se goza la vida". Se parecen a los niños cuando se les pregunta: ¿Qué es más grande, la luna o el volcán de San Salvador?" y al mirarlo tan cerca al volcán lo ven más grande y dicen: "Más grande es el volcán", y la luna, como está tan lejos, no derivan de la distancia que es inmensamente más grande. Así sucede también con esta miopía de los bienes temporales. Como los tenemos presentes, como antes el dinero se abren todas las puertas, como el hijo pródigo en los días de bonanza: mientras hay, todos son amigos; pero cuando se pierden todos, se comprende que era más grande la luna, que en el corazón del hombre hay un valor muy infinito, superior a todos los bienes creados y temporales y que por éstos es que hay que luchar, por este corazón que se ha ganado a Cristo precisamente en la medida en que se ha desprendido de las cosas de la tierra, usándolas conforme Dios las quiere. VOCACION DEL LAICO Aquí quiero hacer un llamamiento a los laicos, ustedes, hermanos, la mayoría que me escucha, los que no son sacerdotes, que por vocación tenemos que servir el ministerio de Dios y los que no son religiosos ni religiosas, que por vocación renuncian con sus tres votos para buscar bienes superiores. Ustedes se quedan en el mundo. El Concilio dice que su vida está como entretejida con los bienes temporales; de ahí la necesidad de tener criterios muy finos para darles a las cosas su verdadero sentido y el peligro tan grande de que viviendo entre las cosas de la tierra vayan a acabar también haciéndose tierra. La necesidad entonces de que el bautizado, el seglar que tiene que manejar las cosas temporales, tenga criterio bien sanos y colaboradores a que este mundo sea conforme al designio de Dios y los bienes estén mejor distribuidos y todos los hombres nos sintamos hijos de Dios. Porque esto deriva también de esa alianza que Dios con su Iglesia. Como Amós, el profeta de hoy, que se llama precisamente en el Antiguo Testamento el profeta de la justicia social, dice lo que más le duele es porque este pueblo, con esas diferencias sociales, está siendo un antitestimonio de la alianza que ha firmado con su Dios. Y esto podemos decir del pueblo cristiano. Estas desigualdades injustas, estas masas de miseria que claman al cielo, son un antisigno de nuestro cristianismo. Están diciendo ante Dios que creemos más en las cosas de la tierra que en la alianza de amor que hemos firmado con él y que por alianza con Dios todos los hombres debemos de sentirnos hermanos. Si hemos hecho una alianza de pueblo con Dios, este pueblo tiene una ética que Dios la está viviendo en la relación que tenemos con él; y el hombre es tanto más hijo de Dios cuanto más hermano se hace de los hombres y es menos hijo de Dios cuanto menos hermano se siente el prójimo, porque lo extorsiona, porque no lo considera como imagen de dios y como hermano suyo. He aquí pues una lógica de verdadera teología que desde Dios deriva a los hombres, y la Iglesia se titula así: el sacramento de unidad, de la unidad de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. TRABAJAR Y ORAR POR UN CAMINO MEJOR Finalmente, queridos hermanos hay otro mensaje grandioso en la lectura de hoy y que es otra fuerza con la cual el cristiano, la Iglesia tiene que trabajar también por hacer un mundo mejor; y sin esta fuerza de nada sirven todos los esfuerzos de los hombres. Es la que San Pablo nos ha recordado hoy con palabras muy graves: "Te ruego lo primero que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en el mando, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible con toda piedad y decoro". Y al final, volviendo sobre la misma invitación a orar, dice: "Encargo a los hombres que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones". Esta es la colaboración del cristiano ante todo. El cristiano colabora poniendo su fuerza en Dios, sin el cual no es nada el hombre. Orar "por los reyes y por los que están en el mando". Hermanos, la posición de la Iglesia frente al gobierno no quiere decir que lo ha excomulgado y no reza por él. Yo pido oraciones ahora por los gobernantes, y precisamente cuanto más necesita el país la tranquilidad para vivir en honor, para no vivir estas angustias, que no hay semana en que no anunciemos hechos de sangre, de violencia, de crimen. Es necesario pues una autoridad que cuente con la ayuda de Dios, como dice el salmo "Si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigilan todos los que la cuidan". Si el Señor no construye nuestra civilización, en vano se hacen proyectos a espaldas de Dios. Que tengamos en cuenta a nuestro Señor, ustedes también los gobernantes y nosotros el pueblo. Todos, queridos hermanos, tenemos que orar mucho al Señor, cuanto más difícil se tornan las situaciones. Es como que Dios nos está probando para ver si tenemos todavía confianza en él o ya hemos cortado las relaciones con el Señor. Pero una oración, dice San Pablo, que levanta las manos limpias, una oración de manos limpias. También Dios oye al pecador que levanta sus manos manchadas de sangre. Y ojalá que tantas manos manchadas de sangre en nuestra patria se levantaran al Señor horrorizadas de su mancha para pedir que las limpie él. Pero los que, gracias a Dios, tienen sus manos limpias, los niños, los enfermos, los que sufren levanten sus manos inocentes y sufridas al Señor, como el pueblo de Israel en Egipto. Y el Señor se apiadará y dirá, como en Egipto a Moisés: "He oído el clamor de mi pueblo que gime". Es la oración que Dios no puede dejar de escuchar. Esta es, hermanos, la palabra que nosotros hemos reflexionado hoy; y, como ven, de perfecta actualidad. Aunque sea de un profeta siete siglos antes de Cristo, se torna actualidad ante las injusticias de nuestra gente de hoy. Aunque sea la parábola en un sistema de los tiempos de Cristo, se torna actualidad hoy, como un aviso de que hay un juicio de Dios que espera la vida de cada hombre para pedirle cuenta de su administración y que el hombre debe de imitar en algo la sagacidad de aquel administrador que se ganó amigos aún haciendo fraudes. No es que el evangelio alabe aquí el fraude, hay muchas interpretaciones a este pasaje. Por ejemplo, de que los administradores en tiempo de Cristo eran esclavos y la ganancia de ellos eran los altos intereses que les ponían a las cosas que administraban y entonces un esclavo podía renunciar a sus intereses, "Te perdono los intereses, devuelve sólo lo que le debes a mi Señor", y así no ha habido ningún fraude. Pero aunque hubiera un fraude aquí no se justifica eso. Lo que se justifica aquí, lo que se elogia, es la sagacidad, la astucia de tener previsión en las horas de crisis para cuando me falten estos bienes temporales que no serán eternos sino que los he de usar ahora para hacer caridad, para hacer el bien, para administrar según Dios, y entonces encontraré el juicio de Dios benigno y haya quienes intercedan por mí. Queridos hermanos, no podía ser más práctica pues la palabra de Dios es nuestra vida. Estamos preocupados de las cosas temporales, sin las cuales no podemos vivir, y por eso es necesario que se organicen mejor según el pensamiento de Dios. Pero la Iglesia no es sociología. Es luz del evangelio, es luz de fe; pero desde la fe ilumina la sociología, la política, la economía, para que los hombres que manejen esas cosas se inspiren, no en sus intereses egoístas, sino en el juicio de Dios, en los designios de Dios al crear un mundo para todos nosotros que somos sus hijos. Ahora, como hijos de Dios, vamos a acercarnos al altar del Señor y, unidos Cristo, nuestro hermano, que por amor a nosotros se hizo hombre y se hizo víctima, levantemos nuestras manos, limpias o manchadas, pero con una súplica de humildad: "Señor, ten piedad de nosotros". Queridos hermanos:
Queremos agradecer la solemnidad que ha procurado para esta misa doña Teresa Sánchez Yanez, quien quiere anticipar así una plegaria por la patria y al mismo tiempo por el eterno descanso de su difunta, Antonia Yanez. También nos unimos al pesar de nuestro querido Monseñor Luis Chávez y González, que en estos momentos estará junto al cadáver de su hermana Carmen Chávez viuda de Hernández, allá en Rosario de Cuscatlán. Hasta allá llegue, pues, nuestro pésame, el de todos ustedes, queridos radioyentes y hermanos presentes en Catedral, a quienes pido una oración por el eterno descanso de estas almas. También encomendemos la angustia del hogar de la Señora Lima de Chiurato. Como saben, fue secuestrada y aún no se sabe nada. Todo lo que es sufrimiento humano, la Iglesia lo siente como propio. Y en este mismo sentido, también, hemos ido recordando cosas muy tristes: Este día se cumplen seis meses del asesinato del Padre Rutilio Grande y cuatro meses del asesinato del Padre Alfonso Navarro. Aunque estos crímenes quedan en el misterio, la realidad es que hay dolor en la Iglesia y hay manos manchadas de sangre. Que no se sabrá ante la justicia de los hombres, no importa. Pero ante el corazón de la Iglesia y sobre todo ante el pensamiento de Dios, es un martirio que traerá muchas bendiciones del Señor y es un pecado grave, contra el quinto mandamiento, "no matar", que está reclamando la conversión sincera de los pecadores antes que vaya a cumplirse la terrible sentencia: "El que a hierro mata a hierro muere". También otro dolor, mañana a las 6 y media de la tarde, el Movimiento de Cursillos de Cristiandad en la Basílica del Sagrado Corazón, celebrará un funeral por el eterno descanso de nuestro hermano, Felipe de Jesús, gran catequista y cristiano, asesinado también, en El Salitre en estos últimos días. Mañana mismo, a las 11, voy a celebrar una misa en la capilla del Hospital Rosales, por David Agustín Cristales. La madre, que vino a encargármela, me dice: "Yo no sé si celebrarla de difunto, porque desapareció. Era un estudiante que iba para su estudio y no he sabido más de él; quizá ya esté muerto". Le digo: "No, tenga confianza en Dios, hagamos una misa de rogativa para que aparezca y, si ya murió, para que descanse eternamente". Es una nueva clase de muertos, que ha aparecido entre nuestra sociedad salvadoreña, los desaparecidos. En Aguilares habrá una manifestación hoy, al mismo tiempo que se prepara un operativo militar. Quiera el Señor evitar más sangre, más violencia. Y la Iglesia, ante todas estas cosas, no tiene más que una palabra que la sigue repitiendo, como la dije el lunes allá en la misa campestre de El Salitre, en un acontecimiento de Iglesia verdaderamente bello. El dolor, la angustia de aquella familia se convertía en una alegría pascual, ante un pueblo que sabe que el que muere creyendo en Cristo no muere sino que vence. Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe cristiana. Quiero aludir también, en estos avisos y noticias que forman parte de nuestra vida de Iglesia, de Arquidiócesis, la hermosa liturgia del viernes de esta semana por la noche, en la Iglesia de Ilopango. Su párroco, el Padre Fabián Amaya , ha sido designado para ir a hacerse cargo de la vicaría episcopal de Chalatenango; o sea, un cargo en el cual el obispo delega en él sus poderes episcopales, para que organice y lleve la pastoral de aquel departamento. Digo que destaco este hecho, porque mientras en otras parroquias donde ha habido cambio, la reacción es una repugnancia contra el obispo que cambia, y hasta insultos y ofensas. Esta comunidad de Ilopango daba gracias a Dios y le prometía a su párroco ir con él espiritualmente, a trabajar también allá en Chalatenango, y sentían que era la comunidad misionera, como en aquellos tiempos de San Pablo. Hasta se leyó ese hermoso pasaje, cuando San Pablo, despidiéndose de una comunidad porque tiene que ir a otra comunidad: todos lo aman, sienten el dolor de la separación pero la solidaridad de la Iglesia que va con él. Aquellas parroquias que reaccionan tristemente ante el cambio de párroco se ve que no han comprendido la Iglesia y están trabajando por un hombre. Si no es el Padre tal, ya no quieren trabajar. Esto no es Iglesia, Iglesia es lo que yo ví en Ilopango el viernes por la noche, la adhesión al obispo, la adhesión a su misionero que va, el sentir que va con él toda la comunidad y que la comunidad no se queda sola; porque el párroco ha sabido trabajar un laicado que ha madurado y que siente: "Aunque usted no esté con nosotros, seguiremos trabajando esta Iglesia". Bendito sea Dios que no todo es desconsuelo en la vida pastoral, sino que hay inmensos consuelos. Y desde ahora invito, pues, para que el sábado 24, a las 10 de la mañana, estemos en Chalatenango, dando posesión al señor vicario episcopal de aquella región. Y, hermanos, estamos ya también ante la fiesta de la patria, el 15 de septiembre, y ante la visita del rey de España, que en circunstancias muy difíciles de la colonia Española, muy distintas entonces, y sin embargo sustancialmente las mismas. En Orientación podrán ver una carta que en misma España le dirigen al rey, para que reflexione sobre su viaje a El Salvador, donde encontrará atropellos a sus mismos españoles -los jesuitas que fueron echados de aquí eran españoles- y el rey viene, pues, a dar la mano al gobierno que les echó a sus jesuitas. Creemos que habrá mucho de positivo en la visita del rey, como también la habrá habido en la visita de nuestro Presidente a Washington, contacto con otros presidentes de Latinoamérica. Pero uno se pregunta ante estas personalidades de altura: ¿Se comprenderá de veras que llevan la representación de todo un pueblo, que es dolor, que es angustia? ¿Se dirán claras las cosas, cómo se viven de veras aquí?. Y ante la fiesta de la patria, yo quiero enfocar precisamente las lecturas de hoy, ante todos estos acontecimientos que les he mencionado, seis meses de caminar por el calvario la Iglesia de la Arquidiócesis, recogiendo muertos, consolando hogares, gritando "no" a la violencia como que voz se pierde en el desierto. Es que no hemos comprendido, hermanos, que la "Iglesia" podemos titular así esta homilía de hoy: "La Iglesia de la Verdadera Independencia, la Iglesia de la Auténtica Libertad"- es la que nos proclama en sus tres mensajes las bellas lecturas de hoy. PECADO SOCIAL La primera, es el hecho de un pueblo con un inmenso pecado social. Existe el pecado social. Cuando los obispos en Latinoamérica denuncian el pecado de la injusticia social, como pecado institucional de América Latina, están haciendo eco esta página del Éxodo. El mismo Dios le dice a Moisés: "Tu pueblo ha pecado. Hay un pecado en el pueblo. El pueblo se ha desviado del camino que yo le tracé. Voy a destruir este pueblo". Y es la intervención de Moisés, verdadero libertador ante Dios: "No, Señor, ten compasión de este pueblo. Tú lo sacaste de Egipto. Por tu nombre, perdónalo". Y hermosamente termina el relato: "El Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo". Es que la Biblia se expresa en esa forma antropomórfica, haciendo a Dios como un hombre que se arrepiente. Dios no se arrepiente, pero para decir la expresión del perdón divino, se expresa en una forma de alguien que ha amenazado y que retira esa amenaza: Dios ha perdonado. PECADOR ARREPENTIDO Y la segunda lectura es el ejemplo de un pecador que confiesa. No se avergüenza de su pecado, que queda como una cicatriz gloriosa cuando se ha convertido. Este ejemplo de Pablo puede ser el ejemplo de todos nosotros pecadores, hermanos. Yo el primero -podría decir yo-, imitando a San Pablo, que les estoy predicando, no como un ejemplo de santidad, sino como el modelo de un pecador que Dios ha perdonado y que se ha confiado este ministerio, de decir esta palabra de salvación. Precisamente cuanto más pecador soy, como San Pablo, siento que soy el testimonio más elocuente de un Dios bueno, para el cual no cuenta el pasado. Únicamente cuenta el amor presente con que se le quiere servir. Y así quisiera yo invitar a todos los salvadoreños, cualquiera que sea el pecado, cualquiera que sea su situación actual. A esta hora en que celebramos el cumpleaños de la patria, cuántos pobres hijos de esta patria, anegados en el vicio, arrastrándose por el suelo, desconociendo su dignidad humana y salvadoreña, cuántos matrimonios en conflicto, cuántos esposos adúlteros, cuántos hijos degenerados, cuánta juventud perdiéndose en el vicio, -en vez de alimentarse para el futuro en grandes ideales-, cuántas familias destrozadas, cuántas angustias de desaparecidos, cuánto dolor en aquellos cadáveres ambulantes de las mazmorras de nuestras cárceles, torturados, flagelados horriblemente, injustamente, desaparecidos, muertos vivos de nuestra propia patria. Esta es la imagen de un pueblo al cual se podría acercar Dios el 15 de septiembre y decirle a Moisés nuevamente: "Mi pobre pueblo salvadoreño, el pobre pueblo que se ha apartado de los caminos de la felicidad que yo le tracé". Y un retorno es lo que se impone, hermanos. Por eso, el tema de mi homilía es ante estos antecedentes de la triste realidad de nuestro pueblo y de las grandes esperanzas de la palabra de Dios a este mismo pueblo. Enfoquemos esta bella parábola del hijo pródigo. La han llamado la margarita del evangelio. Es la joya preciosa de la misericordia de Dios. Más que predicar, yo quisiera ponerme en silencio con todos ustedes e invitarlos a una introspección. Que cada uno encuentre, yo también, la historia del hijo pródigo en mi propia vida, en tu propia vida; porque esta parábola de Cristo ha escrito la historia universal del hombre. Ningún hombre puede sentirse excluido de esta bella parábola. Analicémonos en cuál de las tres fases nos encontramos. ALEJAMIENTO Hay tres fases en la parábola: Primero, el alejamiento del todo; Dios es todo, Dios es la felicidad. Aquel hijo que le pide al padre: "Dame la herencia porque me voy", es el hombre, es la mujer, es el joven que les parece pesada la ley de Dios. Y se quiere ir y se retira. Nadie respeta tanto la libertad del hombre como Dios. Sólo Dios, que me ha hecho libre y respeta mi libertad: "Si te quieres ir, si no te alegra mi ley, si no te sientes feliz en mi casa, si te parece aburrido el consejo que tu mamá te dió en nombre mío, si te parece molestia la honestidad de tu esposa que te echa en cara tus adulterios, si te parece vergüenza que tus hermanos denuncien tu vicio de hermano mayor; entonces vete, vete a gozar tu vida". Y va el pobre hijo pródigo, feliz porque lleva dinero. Se aleja de aquel que es todo, de aquel que llena las aspiraciones más profundas del hombre. El hombre ha sido hecho para Dios- decía San Agustín- y su corazón está inquieto mientras no descansa en Dios. Cuando descansa en Dios. Dichoso el inocente que jamás ha traicionado la ley de Dios, qué pocos son, pero los hay gracias a Dios. Dios me ha hecho para él y toda mi razón de ser, el cultivo de mis cualidades, el desarrollo de mis facultades, toda mi vida será feliz desarrollándose, si tiene como centro la gloria de Dios. San Ignacio de Loyola les dio como lema a los jesuitas: "Ad mayorem Dei gloriam", (a mayor gloria de Dios). Y por eso el jesuita trabaja, avanza hasta las fronteras peligrosas de la Iglesia, trabaja aunque lo amenacen de muerte si no se va; y se queda y no se va. Porque está trabajando por la gloria de Dios y si allí lo sorprende la muerte, la muerte no le quitará la gloria de Dios, que la seguirá gozando para siempre, en la medida en que la cultivó aquí en la vida. Dichoso el hombre que sabe trabajar para la gloria de Dios, que siente que en ninguna parte del mundo va a ser más feliz que bajo la ley del Señor. "Vale más -decía el salmo- un día en tu casa, Señor, que mil años en las casas de los pecadores". Pero hay muchos que piensan al revés y se va la primera fase. Hay muchos que están en esta primera fase: Los que ya se están cansando de la fidelidad al Señor, los que están comenzando a tener los primeros conflictos en su hogar, los que están comenzando a sentir nieblas en su fe. ¡Cuidado, hermanos! No se vayan. Si no han roto todavía las relaciones con Dios, con la Iglesia, quédense, estúdienla, aguanten un poquito. La pasión de ese momento pasa. La eternidad de Dios permanece. La Iglesia, dándose vida, estará siempre hasta la consumación de los siglos. No le haces daño con tus calumnias, con tus persecuciones. Tú te haces daño, como cuando Cristo le decía a Pablo: "Qué duro es dar coces contra el aguijón". La bestia insensata que patea una roca, no le hace daño a la roca, se está haciendo daño a ella misma. Ese es el pecador. Está coceando el perseguidor de la Iglesia. El que mata a sacerdotes, el que expulsa a sacerdotes, el que tortura a catequistas está dando coces contra el aguijón. La Iglesia no se mueve. La Iglesia permanecerá, aunque no salga en los diarios, aunque se la critique. Será la Iglesia roca, la Iglesia que permanece para siempre. Por eso, mejor ser fiel a esta Iglesia que recibir paga para ser espías de la Iglesia. Mejor ser humilde hijo de la Iglesia que estar bien políticamente, económicamente, pero pisoteando a la pobre Iglesia. A tiempo estamos, hermanos, los que han partido todavía de la casa paterna. En esta primera parte hay que reflexionar mucho. DESIGUALDADES Pero muchos, la mayoría, se han ido, y comienza la segunda fase del hijo pródigo, una parte que la podemos dividir en dos modos: El primero, mientras tenía dinero; el segundo, cuando tuvo hambre y vino la desgracia. Este es el mundo actual, un mundo de desigualdades sociales, donde las riquezas hacen que muchos sientan las euforia del hijo pródigo. No hacía falta el padre, no hacía falta la casa paterna. Aquí hay amigos, aquí hay banquetes, aquí hay fiestas, todas las puertas se abren al dinero. Por eso Cristo decía sus amonestaciones más severas contra las riquezas, no porque las riquezas sean malas, sino porque el hombre, a imitación del hijo pródigo, pone todo su placer, todo su poder, toda su alegría en el dinero, y está como Dios le dijo a Moisés- fíjense qué bien ha definido el Señor en la primera lectura de hoy la posición de una riqueza que se convierte en idolatría: "Veo este pueblo de dura cerviz. Se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un toro de metal", un becerro de oro. ¿Qué otra cosa es la riqueza cuando no se piensa en Dios? Un ídolo de oro, un becerro de oro, y lo están adorando, se postran ante él; le ofrecen sacrificios. Qué sacrificios enormes se hacen ante está idolatría del dinero; no sólo sacrificios sino iniquidades. Se paga para matar, se paga el pecado y se vende, todo se comercializa, todo es lícito ante el dinero. Y proclaman: "Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto. No le debes nada a esa religión falsa. Esa nos turba nuestra tranquilidad. Esa es comunista, ésa se ha desviado de su misión; que debía de predicarnos una espiritualidad que nos tranquilice, que nos adormezca en la felicidad dorada". He aquí la idolatría del dinero denunciada por la misma palabra de Dios, que se irrita porque Dios es celoso: "No quiero otros Dioses fuera de mí". Y porque la Iglesia quiere permanecer fiel a su único Dios, y habla como Moisés contra los falsos dioses que los hombres están idolatrando, la Iglesia tiene que sufrir. Su misión profética es dolorosa, pero es necesaria. Reza como Moisés a Dios: "Señor, compadécete de este pueblo. Hazlo sentir la vanidad de sus cosas. No lo condenes, Señor". Queridos hermanos, jamás hemos predicado con resentimiento ni con odio. Estamos predicando con lástima, con amor, con dolor; porque la idolatría del dinero está haciendo perderse a muchos hermanos nuestros; porque el corazón del hombre se está metalizando. El mismo Señor Presidente ha dicho: "Es necesario humanizar el capital". Es necesario humanizarlo, porque un capital tenido con este sentido del Éxodo que se ha leído hoy, convertido en un becerro de oro, esclaviza al hombre. El hijo pródigo, cuando tenía dinero, era engañosa su felicidad. Lo demostró la segunda manera de vivir lejos del padre. Cuando se acabó todo su dinero, comenzó a sentir hambre, tanta hambre que tuvo que buscar trabajo y no lo encontró más que como guardián de cerdos, y tanta era su hambre que envidiaba la comida de los cerdos y quería llenar su estómago con las bellotas que le daban a los cerdos, y hasta ésas se las quitaba el patrón. No se podría describir con pinceladas más amargas la situación del pecador, cuidandero de cerdos, alimentándose con alimento de cerdos. SIN FELICIDAD Hermanos, el evangelio es duro. Y ojalá no hubiéramos tenido la triste, amarga, agria experiencia de haber saboreado que las bellotas de los cerdos no llenan la felicidad del hombre. Jóvenes que me escuchan, no está allí la felicidad: en la droga, en el aguardiente, en la prostitución, en el robo, en el crimen, en la violencia. No, son bellotas de cerdos; jamás te vas a sentir satisfecho. Fíjense cómo hay una pobreza pecadora; la pobreza del hijo pródigo era fruto de su propia mala cabeza. Y cuando la Iglesia se llama la Iglesia de los pobres, no es porque esté consintiendo en esa pobreza pecadora. La Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: "Conviértete, promuévete, no te adormezcas. Tienes que comprender tu propia dignidad". Y esta misión de promoción que la Iglesia está llevando a cabo también estorba; porque a muchos les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos. La Iglesia no está de acuerdo con esa pobreza pecadora. Sí, quiere la pobreza, pero la pobreza digna, la pobreza que es fruto de una injusticia y que lucha por superarse, la pobreza digna del hogar de Nazareth. José y María eran pobres, pero qué pobreza más santa, qué pobreza más digna. Gracias a Dios tenemos pobres también de esta categoría entre nosotros, y desde esa categoría de pobres dignos, pobres santos, proclama Cristo: "Bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen sed de justicia". Desde allí clama la Iglesia también, siguiendo el ejemplo de Cristo, que es esa pobreza la que va a salvar al mundo; porque ricos y pobres tienen que hacerse pobres desde la pobreza evangélica, no desde la pobreza que es fruto del desorden y del vicio, sino desde la pobreza que es desprendimiento, que es esperarlo todo de Dios, que es voltearle la espalda al becerro de oro para adorar al único Dios, que es compartir la felicidad de tener con todos los que no tienen, que es la alegría de amar. Aquel pobre pecador, en la profundidad de su miseria, siente el reclamo del amor. MOVIMIENTO DE CONVERSION Hermanos, hemos dicho muchas veces que la Iglesia grita a la conversión, que cuando proclama contra el pecado, contra el atropello, contra tantas formas de pecado en nuestro ambiente, no lo hace con triunfalismo, como sintiéndose ella superior; sino que lo hace ella también pecadora, pero sintiendo el llamamiento del amor, la conversión, la casa del padre que me espera. Oyeron el grito de angustia del hijo, pero al mismo tiempo lleno de confianza: "Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". Esta es la hora de la conversión. Cómo quisiera yo, hermanos, que en vez de mis palabras fuera la voz de tu propia conciencia. Que allá en el antro de tu pecado -sea como adorador del becerro de oro; o sea como pobre víctima de tu propia mala cabeza, lamentando tu situación de pecador- sientas que Dios te llama, te espera el amor, el amor que triunfe; porque allá en el otro extremo, en la casita solariega, todos los días, el pobre anciano salía a otear los caminos a ver si volvía el hijo desgraciado. Y un día ve moverse por los caminos lejanos una figura escuálida, harapienta macilenta y su corazón le golpea. "¡Es mi hijo.!" y corre al encuentro. Dichoso aquel momento. Nos lo describe el evangelio con palabras inigualables: "Cuándo todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Esta es la venganza de Dios. Y cuando el hijo quiso excusarse: "Padre he pecado", no lo dejó hablar. Llama a sus sirvientes que lo vengan a vestir de nuevo. Es su hijo que había muerto y ha resucitado. Y hay alegría, porque dice Cristo en las parábolas de este capítulo: "Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por 99 justos que no necesitan penitencia". Y la Iglesia está para los pecadores. Cristo ha venido por los pecadores, por mí el primero, decía San Pablo. Y ahora tenemos al hijo pródigo en la tercera fase, en la que yo quisiera para todos ustedes y para mí, queridos hermanos: el retorno, donde el amor espera con los brazos abiertos. No me rechazará, por más grandes que sean mis pecados. Y lo repito, hermanos, porque yo he recibido en estos días confidencias muy profundas de pecadores que me dicen: "¿Y a mí me perdonará el Señor, si son tan grandes mis pecados?" -Y yo les he dicho, hermanos, lo que aquí les digo en público-: "Claro que te perdona. Si grandes son tus culpas, mayor es su bondad", como cantan los misioneros. Ningún pecado puede anegar el incendio del amor de Dios. Al contrario, ese amor de Dios, como un incendio, apagará toda la maleza de los pecados que existen en el mundo. CAMBIOS DE ESTRUCTURAS Y CORAZONES Yo quisiera, queridos hermanos, como frutos de esta reflexión en vísperas del día de la patria, recordarles lo que la Iglesia enseña: que las estructuras sociales, el pecado institucional en que vivimos, hay que cambiarlo. Todo esto tiene que cambiar, esto no puede seguir así. Todos los atropellos que mencioné al principio. Cambian de nombre las víctimas; pero la causa es la misma. Vivimos una situación de desigualdad, de injusticia, de pecado; y no es el remedio reprimir con la fuerzas de las armas, pagar para matar la voz que habla. Eso no remedia nada; empeora, hace florecer más el grito profético de la Iglesia. Lo que funciona es ponerse a cambiar desde la posición de cada uno, del gobierno, del capital, del obrero, del mozo de trabajo, del propietario de fincas: más justicia, más amor. Pero, como no bastará el cambio de estructuras, dice Medellín: "Mientras no tengamos hombres nuevos, no tendremos un continente nuevo". Mientras no tengamos salvadoreños nuevos, no tendremos una patria mejor, libre, verdaderamente independiente; porque la verdadera esclavitud está allí en el corazón del salvadoreño. Atado al pecado, no puede ser un agente de liberación. Tiene que romper la cadena del pecado. Tiene que imitar al hijo pródigo, sentir que no se puede llenar con bellotas de cerdo la situación injusta del país. No es poniendo parches, remendando, fustigando, torturando, reprimiendo; allí son bellotas de cerdo. Es necesario volver sinceramente a Dios: El pueblo, -como Moisés conduce a Israel-, arrepentido, a pedirle perdón a Dios; y el individuo, cada hombre, responsable de su propio destino; y todos juntos somos responsables de la realidad de la Patria. Que cada salvadoreño entre en la intimidad de su corazón y diga de verdad: "¿Soy yo un agente de liberación para mi patria? ¿Me he liberado de mis propios pecados en primer lugar? Mientras yo sea un esclavo de Satanás en el pecado, es demás que me agrupe, que me asocie, que grite liberación; no soy un agente de liberación". Por eso, la Iglesia aporta a esta hora de necesaria liberación del pueblo la mística de su liberación del pecado, desde la profundidad del corazón del hijo pródigo- ¡y cuántos hijos pródigos habemos en El Salvador!- volver sinceramente. Y no importa que hayamos sido lo que hayamos sido; el hijo pródigo en el abrazo del padre, desaparece como el pecador y comienza a ser el hijo bueno otra vez. Y Pablo, perseguidor, violento y blasfemo como él mismo ha recordado, ya no es más que el apóstol; porque ha amado a Cristo, se ha dejado inundar por el amor. Creamos en el amor, hermanos, en el amor que me espera, en el amor que quiere esta patria más feliz, en el amor que quiere a cada salvadoreño más digno, en el amor que espera al hijo pródigo que todavía se está alimentando de bellotas, y que le quiere dar el verdadero pan de su dignidad humana, el verdadero despertar de una conciencia digna. Auguro para todos pues, que el próximo 15 de septiembre sea verdaderamente un día del encuentro del hijo pródigo y de la patria pecadora con Dios, que es amor y que perdona, y que nos quiere felices. Junto al altar ven ahora a un grupo de niños y jóvenes. Es el grupo de cruzados montañeros, que cumplen hoy diez años de su fundación por Monseñor Alférez, en la Iglesia de Candelaria, de donde se ha esparcido por otras parroquias, donde grupos de niños y jóvenes fomentan, en una sana recreación, su educación cristiana. Yo quiero felicitarlos y desearles que sigan en las parroquias progresando ahora cuando es tan necesaria toda forma pedagógica de llevar al corazón de la juventud y de la niñez los principios de austeridad del evangelio. Precisamente hoy nos proclama.
También en esta semana, hemos tenido que lamentar nuevas publicaciones difamatorias contra la Iglesia, hasta caricaturizando al obispo como que fomenta a los que siembran la guerrilla. Es calumnia vil y con todo el corazón los perdono y pido al Señor que se conviertan de verdad. Sin duda que me están escuchando, porque son nuestros perseguidores los que con más interés siguen nuestra palabra. Escúchenla, por favor, pero con la buena voluntad con que un hombre honesto quiere encontrar la verdad y no el pretexto para seguir sembrando el mal y la confusión. Ha habido muchas confusiones en estos días. Pero la Iglesia siente la serenidad de amar la verdad y proclamarla; y el pueblo encuentra en ella cada vez más, aquella columna de verdad que Cristo quiso de ella. Y precisamente, por este afán de poner en todas las posiciones de la diócesis los sacerdotes que, en comunión con el obispo, trabajen la verdadera misión actual de la Iglesia, hemos provisto nuevas parroquias: en la colonia Costa Rica, el padre Arturo García Velis. El párroco de esa colonia pasó a Quezaltepeque, y seguiremos estudiando cómo cubrir los campos que nos ha dejado la persecución con vacío de unos veinticinco sacerdotes. Le suplico a ustedes encarecidamente rogar mucho al Señor de la mies, para que envíe obreros a su mies. Los laicos, por su parte, van comprendiendo su papel; y llena de satisfacción el corazón mirar cómo el laicado en todos los estratos profesionales, universitarios, estudiantes, campesinos, obreros se están promoviendo, sintiendo una Iglesia cada vez más auténtica, que reclama de sus bautizados la cooperación que en esta hora difícil tiene que dar. Grupos de comunidades eclesiales de base surgen por todas partes y son verdaderas colmenas del quehacer de Cristo. Me da mucho gusto recibir las impresiones de toda esta gente, que a lo largo de la Arquidiócesis va surgiendo. Nuevas comunidades religiosas también irán a ocupar campos de apostolado directo en los pueblos, principalmente donde no hay sacerdotes. Creo, hermanos, que vivimos, como lo dije en mi primera carta pastoral, una hora pascual de la Iglesia, hora pascual que arranca de la cruz de Cristo, que es sufrimiento, pero que también es fecundidad. Y a esto nos invita la preciosa palabra de Dios que se ha proclamado hoy. Yo quisiera reducirla a estas dos ideas, siempre tratando de definir la posición, la naturaleza, de esta Iglesia, a la que tenemos la dicha de pertenecer, rogando a todos los que a ella pertenecen, queridos católicos, que tomemos conciencia de que esta Iglesia que poseemos, que hemos llegado a conocer por la gracia de Dios, no por nuestros méritos, y a la que tenemos el inmenso honor de servir, no es invento de sabiduría humana, sino que es la realización de los ideales de Dios en la tierra. Y para comprenderlos, nunca los comprenderemos en esta tierra, pero tratamos de por lo menos no oponernos como un pecado contra el Espíritu Santo, sino que tratamos de adentrarnos más y más, en ese misterio, cada domingo en que la palabra de Dios, nos diseña con más claridad qué quiere él de la Iglesia en el mundo, en medio de una humanidad a la que él ama, y a la que envía a su Iglesia a salvarla, a iluminarla. Y las dos ideas son éstas: primero, la Iglesia del espíritu Santo, y segundo, la Iglesia de la Cruz y del desprendimiento. Esto es lo que se me ocurre destacar en esta lectura que acaban de escuchar. Y como un botón de muestra, la segunda lectura, una breve carta de San Pablo a Filemón, que nos presenta la figura del auténtico cristiano, del auténtico promotor de la liberación humana y de la justicia social en la Iglesia. 1. LA IGLESIA DEL ESPIRITU SANTO En primer lugar, la primera lectura nos invita a elevarnos tras la sabiduría de Dios, porque: "Los pensamientos de los mortales son mezquinos, y nuestros razonamientos son falibles. ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? ¿Quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá su designio si Tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? "Y esto es la Iglesia, un foco de la humanidad donde Dios derrama su Espíritu divino, para que desde ese foco, ilumine todo su contorno que es la humanidad entera. Cuando el Concilio Vaticano II analiza la complicada y profunda naturaleza de cada hombre, al referirse a la inteligencia, dice: "El hombre piensa muy bien cuando cree que su inteligencia lo hace superior a todos los seres creados. A lo largo de los siglos esa inteligencia del hombre ha hecho maravillosos progresos, en las ciencias positivas, en las artes liberales; y modernamente, la técnica de lo material está tan dominada por el hombre" que se corre hoy el peligro de que el hombre se quede únicamente en los fenómenos que él ha logrado dominar con su matemática, con su ciencia, con su técnica. Qué precisión, por ejemplo, la de una organización para hacer un viaje a la luna. ¡Qué técnica más preciosa! Y sin embargo, dice el Concilio, hoy más que nunca el hombre tiene que tener esa idea de que, más allá de los fenómenos concretos de sus ciencias técnicas, existe una verdad que él sabe en su conciencia que la puede adquirir con certeza; y que, aún más allá de sus capacidades intelectuales, existe un don del Espíritu Santo que lo hace capaz de compartir con el creador los diseños divinos que el tiene con su creación. Yo les invito, queridos hermanos, a que pongamos en juego esta capacidad de cada hombre y cuanto más científico se sienta, más lo invito yo, y le reto a que encuentre una oposición verdadera entre su ciencia y su orgullo, y la fe humilde de nuestro Dios, que nos ha revelado el designio de la salvación eterna. No es auténtica la ciencia mientras no congenie con esta fe humilde. Y el verdadero sabio es el que en aras de su ciencia alcanza esa sabiduría. El humilde la alcanza con su oración y su sencillez. El sabio y el rústico, si son hombres de fe, tendrán que encontrarse en aquél Dios y tendrán que ser humildes para acatar esos designios de la sabiduría divina que nos quiere salvar, no por la ciencia humana, sino por la sabiduría de la humildad, de la cruz, de la austeridad, del sacrificio. También, cuando Pablo VI clausuraba el Concilio Vaticano II, decía retando a esta civilización moderna: "Hoy, cuando los hombres aprecian las cosas únicamente por lo que valen, les invitamos a que estimen nuestro Concilio, porque vale, porque se ha puesto al servicio de la humanidad y, descubriendo desde su revelación divina el misterio del hombre, le ha dado al hombre moderno la clave para saber qué es el hombre, cómo se le debe servir, cuál es su naturaleza, cuál es su destino, cuál es su origen. En Dios, únicamente en Dios, podemos descubrir el misterio, el enigma del hombre". Y citando una palabra de Santa Catalina de Siena en una oración: "En tu naturaleza divina, conozco mi propia naturaleza", decía el Papa: "Esto es lo que ha hecho el Concilio en un tiempo casi de ateísmo universal. En un tiempo de hombres más inclinados a conquistar el reino de la tierra que el reino de los cielos, el Concilio ha tenido la audacia de predicar una religión que predica que Dios existe, que es inteligente, que es creador, que sólo en él podemos comprender la naturaleza, el misterio del hombre. Aún cuando el hombre termina su investigación con toda su ciencia, él mismo sigue siendo un misterio". ¿Para qué me hizo Dios? ¿Cuál es la razón de ser de mis luchas en la tierra? ¿Por qué trabajar tanto, si a veces los malos viven mejor que los buenos? ¿Cuál es el esfuerzo de ser honrados? Y como el Salmo, el Concilio responde que los que sirven a Dios son verdaderamente felices y en la luz de Dios, en la sabiduría infinita del Señor, sí se comprende que vale la pena luchar, tener esperanza, aun cuando todo el mundo parece que la ha perdido. Y por eso, es la gloria de la Iglesia de San Salvador en esta hora haber mantenido la esperanza, cuando muchos la están perdiendo, decirles que hay esperanza de un país mejor, cuando parece que todo conjura contra la patria, contra su verdadero bienestar, cuando hay tanta hipocresía, tantas tonteras que llevan a afearla cada vez más. He aquí que la Iglesia ha mantenido su serenidad a pesar de las calumnias. Ha mantenido su doctrina de fe y de esperanza, jamás la violencia, jamás la venganza. A pesar de que han sido bastantes las ofensas que le han hecho, siempre el perdón, siempre llamando a conversión, porque sabe que se apoya no en el vaivén de las cosas políticas, terrenales, sociales, sino que va descubriendo cada vez más y se va afianzando cada vez más en esa sabiduría de Dios. Y el Papa en ese mismo discurso decía: "Y en esta hora del ateísmo, en que parece anacrónico, ridículo, hablar de un Dios y llamar a las almas a rezarle, es cuando el Concilio ha dicho que la actividad del hombre se ennoblece más y llega a la cúspide de su dignidad, cuando clava sus ojos y su corazón en ese Dios, en un acto espiritual que se llama la contemplación. Los contemplativos, los que dejan todos los quehaceres materiales para dedicarse al gran trabajo de contemplar la belleza de Dios y de allá traernos las bellezas que encantan a la humanidad son un trabajo actual en la Iglesia. ¿Quién dijera que hoy en la era del activismo, hay monasterios de hombres y de mujeres contemplativos, y que las comunidades religiosas tienen horas profundas en que dejan sus quehaceres para dedicarse a la contemplación y que los sacerdotes, si queremos ser fieles a nuestra misión, sabemos que no todo consiste en predicar y en trabajar, sino que nuestras mejoras son cuando estamos de rodillas ante el Señor, en oración contemplativa. Es desde allí donde deriva lo que después decimos, como experiencia de felicidad, de satisfacción profunda, y es a lo que llama hoy la Iglesia, hermanos. El Cardenal Pironio, gran promotor de la auténtica liberación de América Latin, llega a decir que si esta ansia de liberación de los pueblos oprimidos, marginados en pobrezas, en hambres, en analfabetismos, claman por una liberación a la que tienen derecho, es el Espíritu Santo el que está clamando desde esas muchedumbres hambrientas, y que la Iglesia no puede ser sorda a esa voz del espíritu que clama en esa gente. ¿Por qué se va a llamar entonces a la Iglesia subversiva y todos los otros calificativos ya conocidos, cuando ella atraída por la voz del Espíritu que clama desde la miseria de nuestro mundo, llama a una justicia mejor, llama a un sentido fraternal a los hombres? Es la voz del Espíritu que la llama y para saber auscultar esa voz del Espíritu y saberle dar la verdadera respuesta, la Iglesia tiene que ponerse en oración ante el espíritu, el Espíritu Santo. Y gracias a Dios, también hay mucha oración en nuestra Iglesia. El equilibrio de esa voz del Espíritu que clama desde la miseria humana de nuestros pueblos y la voz del espíritu que clama desde la contemplación y la oración es la que hace a la Iglesia la auténtica liberadora de América Latina, liberadora sin demagogia, sin odios, sin luchas de clases, liberadora a base de la fuerza de la sabiduría de Dios, liberadora desde el Espíritu Santo. Hermanos, esta es la Iglesia del Espíritu Santo, es nuestra Iglesia. No la comprenderemos, como nos ha dicho la primera lectura de hoy, si queremos concebirla con criterios humanos, por eso jamás la comprenderá el lenguaje político, porque la política todo lo teje entre intrigas humanas, y la Iglesia está muy ajena a esas intrigas. Y si predican desde la luz del Espíritu la verdad, no es porque sea subversiva, sino porque aquellos que provocan la subversión con su intriga, con su alma voluntad, con su orgullo, son los que están tentando al Espíritu de Dios. Pero la Iglesia quiere proceder sinceramente, por la luz del Espíritu. Yo les invito a todos los que están en esta reflexión de la palabra de hoy, de la sabiduría divina, del Espíritu Santo, que todos, si queremos hacer honor a esta Iglesia, seamos gente de oración. Eso es lo que más hemos inculcado, hermanos, la oración. Les decía una vez que hay quienes ya dieron de mano a la oración, como algo anticuado, la oración sigue siendo válida, les decía, que pudiéramos hacer este ensayo, se lo repito ahora, de creerte tú lo más grande que te imaginas; todo es poco para aquello que es una imagen de Dios, qué eres tú, eres imagen de Dios, tienes mucho de infinito, mucho de inconmensurable, eres grande, no hay duda. La oración no te va a empequeñecer, la oración solo te pide una cosa, que cuando más analices tus cualidades, y en verdad las reconozcas, porque el humilde no es el que esconde sus cualidades, el humilde es aquel que como María la humilde dice: "Ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso". Cada uno de nosotros tiene su grandeza, no sería Dios mi autor si yo fuera una cosa inservible. Yo valgo mucho, tú vales mucho, todos valemos mucho, porque somos criaturas de Dios, y Dios ha hecho derroche de maravillas en cada hombre. Por eso la Iglesia aprecia al hombre y lucha por sus derechos, por su libertad, por su dignidad. Esto es auténtica lucha de Iglesia, y mientras se atropellen los derechos humanos, mientras haya capturas arbitrarias, mientras haya torturas; la Iglesia se siente perseguida, se siente molesta. Porque la Iglesia aprecia al hombre y no puede tolerar que una imagen de Dios sea pisoteada por otro que se embrutece pisoteando a otro hombre. La Iglesia quiere precisamente hermosear esa imagen, y por eso les digo: Cuánto más imagines tu capacidad intelectual, volitiva, de organización, de hermosura, etc., llega un momento en que tú dices: "Pero todo esto tiene término". En ese momento en que tú comprendes tu limitación, sabes que queda algo más de ti, ya estás orando, estás reconociendo que tú no eres Dios, que por más grande que seas, hay un límite en el que Dios comienza a ser tu necesitado. Tú lo necesitas, y entonces comienzas: "Señor, por lo que me falta, por mi pequeñez". Entonces comienzo a ver, desde el límite de mi grandeza, la infinita grandeza de Dios, y comienza mi contemplación, mi oración, mi súplica, mi petición de perdón porque le he ofendido, sobre todo la petición de gracias que necesito: "Sin ti no soy nada". Hacer eso, hermanos, muchas veces, vivir de esto, es responder a la palabra de hoy, cuando nos dice, al terminar la lectura de hoy: "Sólo serán rectos los caminos de los hombres, cuando aprendan lo que te agrada; se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio". Qué fácil es ser agradable a Dios. Es reconocer su sabiduría infinita e inspirar en ella mi propia sabiduría, desarrollar todas mis capacidades, pero siempre sintiéndome necesitado de Dios. Este es el servicio que la Iglesia presta a la humanidad actual, y porque la Iglesia quiere limpiar de todo embrutecimiento esta sabiduría de Dios, que se quiere hacer sabiduría de los hombres, y porque la Iglesia llama a conversión y señala el pecado contra la sabiduría divina a los pecadores, a los que ponen en falsos ídolos su esperanza, por eso es perseguida, pero bien perseguida, porque es por la sabiduría de Dios, y porque se afianza más en su corazón que no vale la pena complacer a los hombres, sobre todo cuando son orgullosos, cuando son idólatras cuando corremos el peligro de perder la sencillez de la sabiduría divina. Una de las bellas páginas de Juan XXIII, cuando era representante de la Santa Sede allá en el Medio Oriente, escribió esta oración: "Señor, concédeme que conserve siempre la sencillez que aprendí en mi hogar, que no la vaya a perder, porque muchas veces se pierde en estos ambientes diplomáticos, políticos, consérvame, Señor, la sencillez de tu sabiduría". Esto debíamos de pedir al Señor, "consérvanos, Señor, la sencillez de tu sabiduría", que no la vayamos a perder, hermanos, por hacernos intrigantes, por querer ganar socialmente, políticamente por querer subir en la tierra. "Ay de aquellos, -dice Cristo-, que quieren salvar su vida. La perderán. En cambio, aquel que la expone por mí, la salvará". Y de éstos hay muchos en nuestra Arquidiócesis, hombres que están exponiendo su vida aunque la pierdan, como la han perdido y la siguen perdiendo nuestros queridos sacerdotes, catequistas, gente que, por mantenerse fiel a su misión de la sabiduría de Dios, se hacen desagradables, perseguidos de la sabiduría humana y perecen en formas crueles, como lo hemos visto en los últimos días. Queridos hermanos, esta es la Iglesia del Espíritu Santo, la Iglesia que con el Espíritu, dice el Concilio, clama, "Ven" a Jesús, su divino esposo, que la está esperando, que la está viendo luchar y que está para darle el abrazo definitivo de la eternidad feliz, allá donde la sabiduría redundará en toda la explotación de su éxito. Esto es lo que valía la pena vivir. Ya vislumbrábamos en la tierra, y por eso caminamos a la luz de esta sabiduría, y no nos importaban las intrigas y las persecuciones. Que seamos los cristianos que iluminan su quehacer en esta sabiduría de Dios, en el Espíritu Santo, que seamos una Iglesia muy devota del Espíritu Santo, que le pidamos mucho, hermanos. Yo quiero aprovechar este momento para agradecer las muchísimas cartas en que me dicen: "Le pedimos al Espíritu Santo para que le dé sabiduría, para que le dé luz, para que le dé fortaleza", y hago aquí una alusión especial a las bellísimas cartas de los niños de la Escuela San Luis, que hemos sometido a un concurso, donde verdaderamente Dios habla por los niños. Qué bellas expresiones las que allí, la infancia ofrece, como el mejor estímulo a un pastor. Un estímulo que muchas veces no lo recibe de los grandes lo ha recibido de los niños y de la gente humilde y sencilla. Muchas gracias, queridos niños de la Escuela San Luis, y queridos hermanos que me encomiendan en sus oraciones. Encomendémonos mutuamente, para que entre todos, obispos, sacerdotes, religiosas y fieles, formemos una auténtica Iglesia del Espíritu Santo, un círculo luminoso en la República, que sea luz del cielo, para iluminar los caminos de nuestra patria, para embellecer el rostro de esta patria que amamos sinceramente y por eso la queremos más feliz, más iluminada con la luz de Dios. 2. LA IGLESIA DE LA CRUZ Y DEL DESPRENDIMIENTO Y la lectura del evangelio, donde Cristo nos invita a seguirle, parece una página de locura: "Quién no -el original dice- odia", - una traducción más benigna propone "pospone", pero en su lenguaje original Cristo, entendido naturalmente en el sentido oriental-. "Quién no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quién no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío". Y pone las dos comparaciones, el del que quiere construir una torre o llevar una guerra no se lanza sin una premeditación si podrá terminarla, si podrá llevar a la victoria. Es como para invitarnos. Y fíjense cómo comienza el evangelio: "Mucha gente acompañaba a Jesús". San Lucas va defiriendo en todo este trozo de evangelio el viaje de Jesús a Jerusalén y ya sabemos como terminó, y mucha gente lo seguía. Pero, él para no llamar a engaño a nadie, habla claramente: "Me pueden seguir, pero pregúntese cada uno" cuál es la condición para seguir a Jesús. Así como el que va a construir una casa pregunta; "¿Tengo suficiente dinero para terminarla?" O como un rey que va a llevar una guerra; "¿Tendré suficiente ejército para llevar a la victoria?" si no, se reirán de él. Así Jesucristo dice: "Ponte a meditar tu capacidad de desprendimiento, tu capacidad de cruz. No te estoy ofreciendo yo corona de rosas ni ventajas sociales o políticas. Estoy ofreciendo únicamente la cruz. El que se quiere venir conmigo tiene que estar tan desprendido que el mismo amor a su madre, a su esposa, a sí mismo, no debe ser un obstáculo para seguirme". Me preguntarán ustedes: "¿Y no ha predicado usted tantas veces que el amor es la fuerza de la Iglesia? Y aquí Cristo predica el odio contra el padre y la madre y la esposa. Les digo que hay que entenderlo en el sentido en que Cristo habla, y bien lo ha traducido el Evangelio que se ha leído, "posponer". El amor de Cristo es tan absoluto, la luz de la sabiduría divina que Cristo ha traído al mundo es tan nítida, que para seguirlo a él, no hay que seguirlo a medias; y que si es lícito amar a la madre, a la esposa, a los hijos, a la patria y todo lo de la tierra se puede amar, tiene que ser en un sentido jerárquico, bajo la jerarquía del amor absoluto, bajo la disposición de entregarlo todo, cuando Cristo llama a dejarlo todo. Yo creo que, ante esta invitación, la muchedumbre que seguía a Jesús se reduce a un pequeño grupo. Cuando Cristo también le pregunta al pequeño grupo: "¿Y ustedes también se quieren ir?". Y cuando Pedro contesta la respuesta de los valientes: ¿A dónde iremos, Señor, si sólo tú tienes palabras de vida eterna?", la multitud se dispersa, buscando esta tierra, en las seguridades, en la protección. Qué fáciles somos para buscar protección en la tierra, qué poca nos parece la confianza en la cruz. Y sin embargo, este es el desprendimiento que la fe nos pide. Es la Cruz de Cristo la clave de la verdadera liberación. Si hoy habla mucho de liberación, si hay muchos falsos liberadores, el liberador cristiano tiene que componer, como práctica y como clave, la cruz de Cristo. Así dice bellamente el Concilio: "Entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, la Iglesia va peregrinando en el mundo, señalando la Cruz hasta que el Señor vuelva". Entonces es cuando la Cruz florecerá en pascua, así como la Cruz de Cristo el Viernes Santo florece en la resurrección, para darnos una idea de lo que es la vida: Cruz y martirio, pero luego resurrección y vida eterna. Sólo los amigos de la Cruz, sólo los que la abracen sin temor a perder amores en esta tierra, sólo los que se entreguen al seguimiento del absoluto, con un sentido, sólo éstos serán los valientes con quienes cuenta Cristo. Esta es la Iglesia que tratamos de forjar, queridos hermanos, y por eso les repito: me alegro de vivir en una Iglesia que no se apoya en las fuerzas de la tierra, sino que las fuerzas tienen que convertirse a ella para ser salvas. Porque la Iglesia no ama tampoco el conflicto, pero acepta el conflicto cuando las fuerzas de la tierra la desprecian y no tienen confianza en ella. Pero cuando la tierra se vuelve a la Cruz y se hace realidad aquello que dijo Cristo, "Cuando yo sea levantado en alto, todo lo atraeré hacía mí", la Iglesia acepta con amor a cualquiera que sea, aunque haya sido el más grande pecador, si abraza la Cruz; y la Cruz es la salvación. Pero la Cruz no tiene que apoyarse en cosas de la tierra, porque ella trae la sabiduría y la fuerza de Dios. Ella ofrece protección; no pide, no necesita, protección de la tierra ofrece protección a los que la quieren aceptar, para la eternidad, para lo absoluto; pero sabe ella que cuando se empaña el testimonio de esa Cruz desprendida, perseguida, amada por Dios, con apoyo de la tierra que hagan menos elocuente su credibilidad, ella tiene que estar dispuesta, dice el Concilio, a renunciar a todas las ventajas de la tierra, con tal de manifestarse desnuda, cruda como es la Cruz auténtica de nuestro Señor Jesucristo. Hermanos, esta es la Cruz que ofrece el evangelio de hoy. Este es el seguimiento al cual invita nuestro divino Redentor y Salvador. Esta es la sabiduría que todos los cerebros deben de iluminar para ser verdaderamente felices y leales a su Dios. Quiera nuestro Señor, pues, que este lenguaje que, como dice el libro de la Sabiduría hoy, no lo podrán comprender los hombres de la tierra, lo comprendamos por la fe y por el Espíritu Santo. Nuestro Señor, en la eucaristía que vamos a celebrar hoy, va a renovar, para manifestarnos en este domingo de septiembre de 1977, que su amor y su Cruz y su sabiduría siguen siendo lo que él ofrece al mundo. Desde el Calvario de cada altar de la misa dominical, sigue diciéndonos: "Este es el pan que se convierte en mi cuerpo, el cáliz de mi sangre, lo que dá el perdón a los hombres. Y únicamente desde el perdón de la Cruz se puede esperar la liberación de América Latina y de los pueblos. ¿Quién quiere ser colaborador mío? ¿Quién quiere abrazarse a esta Cruz para llevarla al mundo y plantearla como signo de única salvación?". Ojalá, hermanos, que desde el fondo del corazón cada uno de los que hacemos esta reflexión le digamos al Señor que nos abrazamos enteramente a su Cruz y queremos vivir una Iglesia que sea verdaderamente signo, sacramento, de salvación para nuestra patria y para nuestro tiempo. …muy buenas, en cambio, en el mismo cantón El Salitre, no se sabe nada de la noticia que dio Diario de Hoy ayer, acerca de un policía herido por salteadores. Se trata de lo mismo para tergiversar el hecho injusto o se ha equivocado de lugar el cronista y esto ha sucedido en otra parte, porque en El Salitre solamente se sabe de esta captura de la madrugada del viernes y del haber encontrado muertos a machetazos a estos pobres tres cristianos. Queremos unirnos al dolor de su familia y queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no se queden tantos crímenes manchando a la patria, al ejército, que se reconozcan quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que queden desamparadas.
Nuestra radio católica ha comentado ya suficientemente este hecho. Solamente quería traerlo a la intención de esta misa, para que pidamos al Señor, como siempre, el eterno descanso de ˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆˆe las armas, el espionaje, la guerra psicológica. La Iglesia proclama, como siempre, a la luz del día, que su mensaje sigue siendo el de Jesucristo, pero no una teoría de amarse unos a otros, sino encarnado en una realidad donde no se ama, donde se odia, donde el hombre se ha convertido en lobo para el hombre, donde la extorsión del hombre por el hombre sigue siendo una triste realidad. La explotación no puede ser un ambiente cristiano, y la Iglesia quiere desterrar del mundo el pecado que mancha la historia. Porque repito, que la historia de cada pueblo, en concreto, la historia de El Salvador, quiere utilizarla Dios para su historia de salvación, y la Iglesia enviada por Dios para purificar la historia y hacerla fuente de salvación, tendrá que seguir denunciando los pecados de la historia. En cualquier categoría que se encuentre el pecado, es una obstaculización al Reino de Dios, que no puede implantarse en el mundo porque el pecado la estorba. Y por eso, las comunidades cristianas sigan siendo fieles a su misión de desterrar el pecado del mundo, siendo fieles a Jesucristo. El domingo recién pasado la visita a Aguilares obedecía al desagravio del santísimo sacramento. Qué precioso pueblo ése. A pesar de su pobreza, de sus dificultades, logró conseguir ya un sagrario nuevo, porque el que inutilizaron la Guardia no puede servir para la seguridad del santísimo. Y aunque el gobierno nos prometió que nos iba a reparar todos los daños ocasionados en esa injusta ocupación de una casa privada, sin embargo nos ha tocado a nosotros reparar casa, sagrario, ornamentos, porque quedó todo muy en mal estado. Todavía hay cosas que no han sido devueltas, como las máquinas de escribir y otros instrumentos de la evangelización de Aguilares. Pero, gracias a Dios, tenemos ya el sagrario nuevo; era hermoso ver a aquella gente llorar de emoción, cuando el copón con las hostias consagradas era colocado de nuevo en un sagrario digno, mientras el pueblo cantaba la conocida estrofa: Alabemos al santísimo sacramento del altar. Nadie puede quitar esa voz del corazón de nuestro pueblo. Cree en Cristo presente en la hostia y ni un sagrario ametrallado es el testimonio de darle miedo al pueblo. Al contrario, ¿cuándo van a comprender que la fe arraigada en nuestro corazón más se enardece a medida del atropello?. En nuestro diálogo del miércoles recién pasado (que lamentablemente fue mal grabado, y por eso muchos no pudieron seguirlo en todo su completo mensaje) hacíamos alusión a Aguilares, precisamente en la súplica que estamos haciendo a todos los fieles de ayudar a mucha gente que está en la verdadera miseria. Les suplicamos a todos seguir esa generosidad que, gracias a Dios, se ha despertado. Allá en el Arzobispado están llegando muchas bolsas de ropa, de zapatos, de alimentos y también dinero en efectivo, que el comité de las religiosas y de los cristianos de Aguilares harán efectivo en ayuda a las personas que lo necesitan. También en ese diálogo aludíamos a la campaña vocacional. Por este tiempo, cuándo va terminando el curso, el Padre Ledislao Segura, un jesuita incansable en el trabajo de las vocaciones -para que vean que los jesuitas no van sembrando la subversión, sino ayudando a la Iglesia en todos sus aspectos- el Padre Segura es un peregrino incansable que va de parroquia en parroquia a platicar con los párrocos, con las escuelas, con los colegios, con los muchachos quienes tienen vocación y muchos de los sacerdotes jóvenes son fruto de esa recogida del Padre Segura. Comprendemos, naturalmente, hermanos, que la Iglesia va madurando hacia otra forma de reclutar las vocaciones, porque el verdadero proceso sería que cada comunidad (o familias, que son las células de la comunidad) fueran tan piadosas, se respirara un ambiente tan cristiano, que de allí mismo surgieran como surge de la enredadera, la flor, el fruto, naturalmente, surgirían las vocaciones para nuestras comunidades. Las comunidades necesitan sacerdotes; Dios suscite en las comunidades las vocaciones. Solamente falta el cultivo. Pero, gracias a estas comunidades eclesiales de base, a ese diálogo que se va haciendo más íntimo en las parroquias y que por desgracia se interpreta como subversión, como meterse en política, es maduración de la fe la que vamos buscando, despertar el sentido de la dignidad del hombre, de la familia, decirle al hombre que se promueva cristianamente, que viva él su propio destino, lo construya con sus propios esfuerzos. Cuando maduren en estas ideas y nos comprendan de veras las autoridades, verán que nada tienen que temer de esta labor, sino mucho que esperar, porque mucho esperará la patria de grupos humanos que se concientizan, que se dignifican y que naturalmente tienen que ser críticos de los actos de injusticia. Y esto es lo que duele y lo que molesta. Pero precisamente por eso tiene la Iglesia que continuar su misión para no tener más un pueblo adormecido en la ignorancia y no seguir cargando con esa calumnia del comunismo, que la Iglesia vende el opio del pueblo, sino al contrario, que la Iglesia despierta la conciencia mucho mejor que todas las ideologías de la tierra para una eternidad, una esperanza, que hace al hombre más trabajador de su destino, de su comunidad. Y así surgirán también los verdaderos sacerdotes que necesitan nuestras comunidades. Pero mientras tanto, como una suplencia, allí va pues de parroquia en parroquia el Padre Segura. Yo les he rogado ya a los queridos sacerdotes que lo atiendan y espero que los jóvenes con inquietudes vocacionales se acerquen a él. No pongan por pretexto que no tienen dinero, que son pobres. Casi todos los sacerdotes procedemos de la pobreza y es nuestra mejor alegría recordar a nuestra madre sufrida y pobre, a nuestro padre luchando por sostener aquel pobre hogar y de allí surgir una vocación que se convierta luego en la voz de esa pobreza digna, para hacer que todos sepamos orientar al mundo por los caminos de Dios. También les decía en el diálogo, y lo voy a decir hoy porque era anunciado precisamente para este domingo, según la tradición de mi venerado predecesor Monseñor Luis Chávez y González, que este domingo último de agosto lo consagraba al catecismo, el Día del Catecismo. Muchas veces se hizo consistir en pedir una limosna para ayudar al catecismo de la parroquia y de la diócesis. A mí no me interesa tanto la limosna, porque ella vendrá por añadidura cuando se comprenda mejor, y ésto es para mí el Día del Catecismo. Y por eso lo estoy diciendo aquí, sin pedirles dinero, pero sí pidiendoles una conciencia muy viva de que gracias al catecismo estamos aquí en Catedral. Nuestros padres fueron nuestros catequistas. Un sacerdote bueno de la parroquia nos hace recordar aquella infancia feliz. Una señora, una niña, una señorita nos enseñó el Padrenuestro, nos enseñó a pesignar. La Iglesia evoluciona. La catequesis precisamente va a ser el tema del Sínodo de los Obispos que se va a reunir en Roma, representando al episcopado de todo el mundo, para responder a una consulta del Papa: ¿Cómo debe ser la catequesis en nuestro tiempo? Han cambiado mucho los tiempos de aquella ajena niñez cuando con caramelos o estampitas nos atraían al catecismo. Ojalá se conservara esa ingenuidad; pero en fin, la televisión, el cine, los medios modernos han cambiado la mentalidad hasta de los niños y lo que hay que lograr es que no se pretenda el caramelo ni la estampita, sino que se tenga verdadero amor al contenido, a una revelación que Dios trajo al mundo para hacer a los hombres divinos. Y gracias a esa fe que madura en la catequesis, hay una esperanza muy grande en nuestro tiempo. Padres de familia, a ustedes se encomiendan los primeros pasos de esa tradición. Tradición: "tradere", entregar, de los abuelos a los nietos, de generación en generación, una doctrina que Dios reveló y que los apóstoles enseñaron en catequesis. ¿Qué son los cuatro evangelios sino una catequesis: contarles como era Jesús, qué enseñaba Jesús? Contar al niño, al joven, al adulto que vino un Dios a hacerse hombre para salvar a los hombres para que los hombres nos hiciéramos hermanos, hijos de Dios, nos salváramos. Esto tan sencillo, ese contenido de amor, de revelación de Dios, transmitirlo con amor, para que se haga vida en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada matrimonio, en cada sociedad. Eso es el catecismo, la transmisión de una revelación de Dios dirigida a la fe de los hombres. Por eso, se diferencia la catequesis de la teología, de la apologética, de la historia sagrada y de tantos sistemas científicos auxiliares de la catequesis, que tiene por objeto no la ciencia, no el conocimiento, sino la fe y la vida. Por eso, no se contenten con enseñar fórmulas: ¿quién es Dios?, ¿quién te ha creado? Responderlas de memoria es bueno pero no es catecismo. Catecismo es vivir esas cosas. Si Dios me ha creado, mi fe entonces me dice que hay que vivir como hijo de Dios. Si Cristo te ha salvado, no lo sepas de memoria solamente, vívelo, entrégate a Cristo, que se entregó por ti. Qué dichosa será la Iglesia cuando vayan madurando estas ideas modernas de que se transmite el contenido de la catequesis a madurar la fe de nuestro pueblo. Finalmente, hermanos, quiero decirles con satisfacción que ya está difundiéndose la pastoral que tanto les he anunciado y que en la editorial del Secretariado Social Interdiocesano ha sido editado con nitidez, con belleza, no por ser un documento mío, sino porque es el tema la Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia. Una respuesta a tantas calumnias y difamaciones y distorsiones que en muchos campos pagados, durante mucho tiempo, se estuvieron publicando y envenenando tal vez el alma de los que no tienen fe, pero amacizando la fe de los que la tienen. Aquí tienen la mejor respuesta. Con la serenidad de una reflexión teológica, quiero presentarles que en la Iglesia ciertamente ha habido cambios y que el que no los comprenda no es católico de esta hora. En la segunda parte les respondo por qué hay cambios en la Iglesia. Respuesta: porque la Iglesia es el cuerpo de Cristo en la historia, es decir, tiene que ser Cristo en esta hora y en este país. Tiene que hablar como Cristo hablaría hoy, aquí, en el púlpito de Catedral. Y si lo hace así, es la auténtica Iglesia de Cristo y tiene que levantar roncha en todos aquellos que ofenden la ley de Dios y que tratan de estorbar el proyecto del Reino de Dios en el mundo. Una política abusiva de su poder, un capital egoísta, como idólatra del dinero, unos pobres que no quieren promoverse también para ser autores de su propio destino, todos éstos son pecadores de la hora actual; y la voz de Cristo, que denunciaba el pecado de su tiempo, de sus Herodes, de sus Pilatos, de sus fariseos, sería el que denunciaría, hoy, la autoridad de hoy en su abuso y el poder de hoy en todas sus manifestaciones como un estorbo al único Señor de la historia: Cristo, Dios, el Rey de nuestros corazones. También quiero anunciarles con alegría que se ha publicado un folleto muy útil para conocer el pensamiento social de la Iglesia. Se llama Orientaciones Sociales de la Iglesia a la Luz del Evangelio. Es un arsenal de textos evangélicos, de santos padres, de encíclicas de papas actuales, enseñando, pues, a los hombres de hoy, qué quiere Dios de la sociedad actual. Lo pueden conseguir y estudiarlo para ser católicos actualizados en la hora presente. Olvidaba decirles, hermanos, los nombres de nuestros tres hermanos difuntos en Tejutla y por los cuales les pido una oración, lo mismo que para sus pobres familias desamparadas: Felipe de Jesús Chacón Vásquez, un fervoroso cursillista de cristiandad, ¿cómo va a ser un guerrillero?, Serafín Vásquez Escobar y un señor Pablo, cuyo apellido no recuerdo. Coloquémonos en esta situación concreta de nuestra Iglesia y de nuestra patria para iluminarla con la luz de esa palabra divina que se ha leído hoy. Solamente quiero presentar dos aspectos que me parecen los dos grandes mensajes de las lecturas de hoy: en primer lugar, la Iglesia de la alianza de Dios y los hombres; en segundo lugar, la Iglesia de la verdadera pobreza. 1. LA IGLESIA DE LA ALIANZA DE DIOS Y LOS HOMBRES Aquí nos orientan las lecturas de hoy, que no son palabras de hombres sino palabras de Dios, para presentarnos la Iglesia como dice San Pablo, comparando las dos alianzas. La alianza que Dios firmó con Moisés en el Sinaí y en el Monte Horeb, una alianza de terror, de miedo, de relámpagos, truenos; donde se sentía la majestad de Dios hasta el punto que decían los peregrinos del desierto a Moisés: "Háblanos tú, que no nos hable Dios, no sea que muramos". Y San Pablo, hablándoles a los cristianos les dice, recordando esa vieja alianza: "Vosotros no os habéis acercado a un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta". Cualquiera recuerda aquí las páginas bellas del Éxodo, cómo Dios se presentaba para hacerse temer de un pueblo propenso a la idolatría que él es el único Dios verdadero, el Dios vivo y que ese Dios vivo quiere hacer una alianza con un pueblo que lo adore sólo a él, que en medio de tantos pueblos idólatras, conserve su único culto al Dios verdadero. Y por eso firmó en aquel monte, lleno de esta majestad de Dios, las tablas de la ley. Los diez mandamientos de la Ley de Dios, que siguen con toda su fuerza en la era cristiana, fueron promulgados bajo el Dios temido, bajo un Dios que daba miedo. No habéis oído aquella voz que el pueblo al oírla pidió que no le siguiera hablando, tenían miedo. Así se conservó la fe en el único Dios. y la alianza de la antigua ley fue respetada por ese pueblo, mientras veía esas manifestaciones de Dios. Pero cuando se le presentaba la tentación de la idolatría, ese pueblo caía en la idolatría. Y cuando ese pueblo se sentía sugestionado por el oro, por el dinero, por el poder político, hacía la alianza con los reyes de la tierra, se vendía por dinero y venían los castigos de Dios. La exportación de Israel hacia Babilonia, los castigos de Dios con enfermedades, con diversas manifestaciones en el pueblo, las presenta la Biblia como la señal de un Dios que reclama su alianza. Había dicho Dios por medio de Abraham y de Moisés, de los profetas: "Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo". Pueblo sacerdotal, pueblo con leyes específicas para un culto que Dios quiere, pueblo que logró cristalizar sus ideas en el templo más bello de aquél tiempo, el templo de Jerusalén. De tal manera que en aquel templo veía como la personificación de Dios, tanto que cuando lo consagraron ese templo, se llenó de humo, de la majestad de Dios. Se hacía sentir Dios y aquel pueblo sentía su necesidad de estar unido con ese Dios. Sus idolatrías, sus pecados, lo alejaban de Dios y Dios lo castigaba, no para alejarlo para siempre sino para atraerlo nuevamente. ¡Cuántas veces comparó Dios la vieja alianza con la alianza del matrimonio! Dios es el esposo, su pueblo es la mujer. ¡Cuántas veces esa mujer cometió adulterio, se fue con otros hombres! Así se compara Dios, como el esposo desilusionado, como el esposo que sigue amando a su esposa adúltera. La espera, vuelve arrepentida, la vuelve a hacer su esposa. Comparaciones que llegan al corazón de la humanidad. Pero dice el Concilio: "Toda esa vieja alianza no tenía más que una objetividad. Era señal de la nueva y definitiva alianza que Dios quería concertar con los hombres en Cristo Jesús. Y así la segunda parte de la epístola de los Hebreos, nos dice a nosotros, óiganlo, queridos católicos que han venido a la Catedral en número tan consolador, cómo me alegra mirar esta Catedral repleta para poderles decir a ustedes como signo de toda una diócesis, fiel a pesar de la persecución: "Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el cielo, al Dios justo de todos, pues, a las almas de los justos que han llegado a su destino, al mediador de la nueva alianza: Jesús". Queridos hermanos presentes en la Catedral o presentes moralmente a través de esta radio, allá junto a sus aparatos en lejanas ermitas o junto al lecho de enfermos o en sus hogares, a ustedes les puedo decir, los que están naturalmente meditando con buena voluntad, porque yo sé que muchos no me oyen con buena voluntad; me escuchan solamente para ver en qué me cojen, para ver qué captan y llevarlo como una denuncia. Los perdono y pido a nuestro Señor que les toque el corazón, y ustedes también sean del número de éstos que han venido aquí a decir, a oír la palabra de San Pablo, que les dice: Vosotros sois los compañeros de esos ángeles que adoran a Dios eternamente. Vosotros formáis parte de lo más noble de la humanidad que ha seguido a Dios, primogénitos del cielo que han nacido ya para la eternidad, almas de justos que han llegado ya a su destino. Me parece contar allí a nuestros mártires de la arquidiócesis, a los que están muriendo hoy, víctimas de la injusticia y de la calumnia. Vosotros estáis llegando ya a vuestro destino, en pos de esa procesión de ángeles, de nobles, de bienaventurados, va siguiendo esta larga procesión de la Arquidiócesis que se menciona en parroquias, en ermitas, en cantones que se mantienen fieles a su fe. Vuestra esperanza es segura porque se apoya en el mediador de la nueva alianza, de Jesús. Jesús es el motivo de mi esperanza. Hermanos, no sigamos nunca a la Iglesia por sus hombres, sus obispos, sus sacerdotes; somos pecadores. Pedid por nosotros para que seamos fieles como vosotros, pero mi fe de obispo se apoya en Jesús y pide que la fe de mis queridos sacerdotes se apoye en Jesús, y que la fe de mis queridas religiosas, tan unidas ahora, empeñadas en tantos compromisos, se apoye en Jesús, y que la fe de tantos seglares que ahora han encontrado en la Iglesia una razón de creer y de esperar, aquí está la razón de la fe y de la esperanza: Jesús vivo, resucitado, que es la cabeza de toda esta larga peregrinación de ángeles y de bienaventurados, y de fieles que todavía peregrinan en el mundo. Esta es la nueva alianza. Dentro de poco van a escuchar ustedes en el altar: "Este es el cáliz de mi sangre que se derrama por vosotros, sangre de la alianza nueva". Esta es la alianza definitiva. La que Dios firmó con Abraham, con Moisés, con los profetas, no era más que una figura. Venía preparando ésta que vivimos nosotros, definitiva ya, porque se ha encontrado con el gran mediador. El gran mediador, Cristo Jesús. Quiero hacer una aclaración, cuando el 5 de agosto, desde estos micrófonos se relataba la procesión del Divino Salvador, uno de los locutores dijo que este pueblo iba siguiendo a su verdadero líder al Divino Salvador, se entiende, pero hubo quien me fue a malinformar diciendo que yo había incitando a decir que yo era el líder de esta gente. Miren como tergiversan las cosas. Jamás me he creído líder de ningún pueblo, porque no hay más que un líder: Cristo Jesús. Jesús es la fuente de la esperanza, en Jesús se apoya lo que predico, en Jesús está la verdad de lo que estoy diciendo. Sí, yo sería un loco, queridos hermanos, queridos radioyentes, querer ser yo, frágil, mortal, que voy a acabar como todos ustedes muerto, quererme hacer yo el sostén de todo un pueblo y de toda una esperanza. Gracias a Dios que mi humilde palabra logra hacer descubrir a aquél en quien hay que tener esperanza y fe. La Iglesia, digo en mi pastoral, no es otra cosa que el Cuerpo de Jesús. Jesús es la fortaleza de la Iglesia, porque no es un hombre, sino un Dios que se hizo hombre, y vive y reina por los siglos eternos. 2. LA IGLESIA DE LA VERDADERA POBREZA Por eso, hermanos, termino ya con esta segunda consideración: la palabra de hoy nos invita, en la primera lectura y en el evangelio, a vivir la verdadera pobreza. "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad", le dice el sabio a todo el que lee la Biblia. Y en el evangelio, Cristo sigue proclamando: "Cuando te inviten a una boda, no ocupes los primeros puestos, no seas orgulloso, no seas autovaliente, por si solo, hazte el humilde, sé humilde, no te hagas humilde. Ocupa el último lugar. Y cuando invites a una cena, no invites a los que te pueden devolver la cena, ya estás pagado. Cuando invites a un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos, ciegos, porque no te pueden pagar y te pagarán cuando resuciten los justos". Humildad y pobreza, son dos hermanas gemelas. Mejor diría, son una sola cosa. Verdadero pobre es el humilde. Verdadero pobre es el que no tiene nada y sabe que no cuenta con nada y que todo lo tiene en Dios. Cuando la Virgen dice en su precioso cántico del Magnificat: "Llenó de bienes a los humildes y despachó vacíos a los ricos", ¿qué quiere decir? No es que la Virgen desprecie a los ricos sino a los autosuficientes, a los orgullosos, a los que no necesitan de Dios, a los que están idolatrando como Dios a las cosas de la tierra. Confían en su dinero más que en Dios, más que en el amor al prójimo. Confían en su poder, porque hoy tienen las armas, y atropellan y son orgullosos. Estos son, a los que Dios despide vacíos. Pero aquel que es humilde, aunque tenga poder, aunque tenga dinero, pero no confía en eso, sabe que esas cosas se van con el viento. Los hombres no son estables en el poder, se van. La verdadera humildad consiste en esperarlo todo de Dios; y si ahora tengo un poder en la tierra, reconocer que me viene de Dios y que lo he de usar según Dios. Que Dios puede también, como al rey Saúl, decir: "Este rey ya no me satisface, lo despacho vacío y en su lugar colocó a este humilde pastorcito, a David, un rey según mi corazón". El Poder de la tierra se pierde, hermanos; que la humildad es la verdad. Que es verdadero rico aquel que se apoya en la riqueza de Dios, y éstos son los verdaderos miembros de la alianza eterna con Cristo. Por eso, siento que esta Iglesia de la alianza, esta Iglesia de la Arquidiócesis, heredera de la alianza de Abraham y de Moisés y de Cristo, es ahora verdaderamente auténtica, porque ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre, hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan pero que la aman los que sienten en Dios su confianza. Y yo les invito, queridos hijos de la Iglesia, jamás traicionar esta alianza con nuestro Dios, porque esto es lo que le enojaba a Dios. Cuando su pueblo desconfiaba de su propio valor y se iba a apoyar en Babilonia o en Egipto, Dios lo rechazaba y era víctima de su propia desconfianza. Pero a Israel rodeado de enemigos poderosos, puesta su confianza en el único Dios, Israel vencía. Esta es la Iglesia que yo quiero, una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra, una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con más libertad desde su perspectiva del evangelio, desde su pobreza. No una pobreza demagógica, porque eso no es pobreza. El que se finge pobre para hacer la revolución, sembrar el odio, no es pobre; lleva en sí una confianza en su revolución, y eso ya no lo hace auténticamente pobre. Pobre es la Iglesia, que no confía en ninguna revolución de la tierra, que no siembra odios, porque allí no encuentra nada. Que siembra amor a Dios y amor al prójimo, el Reino de Dios en la tierra, la verdadera pobreza, la verdadera humildad. Esta es la Iglesia que soñamos, hermanos, y la que yo creo que se va construyendo en nuestra Arquidiócesis. Yo les agradezco a todos los celebradores de la palabra, sacerdotes, religiosas, seglares, porque han comprendido este mensaje. Y aquellos que desconfiaban de la Iglesia y la van encontrando cada día más auténtica, crean que ésta es la Iglesia verdadera. Si un día yo mismo les traiciono, no me hagan caso a mí, sigan a esa Iglesia que ahora hemos vislumbrado con tanta claridad. Pero, espero con la ayuda de ustedes que no traicionaré nunca esta Iglesia. Y por eso quiero hacer una aclaración también, cuando en el diario han dicho que no hay persecución de la Iglesia y que todo está bien, que se entiende en diálogo conmigo el gobierno: es falso. Yo seguiré diciendo: habrá diálogo, cuando se haga un ambiente de confianza con hechos. Que cesen estos crímenes, que cese esta desconfianza del pueblo, porque la Iglesia se siente comprometida con estos intereses nobles del pueblo. Y mientras no haya ese ambiente de confianza, queridos hermanos, yo sería un traidor a ustedes si a las espaldas de ustedes estuviera entendiéndome con quien no respeta los derechos de los hombres. Mientras tanto sí sigue la Iglesia esperando el diálogo, esperando el ambiente de amistad que se le quitó, esperando la confianza que perdió, que se la den otra vez; y la Iglesia, como digo en mi carta pastoral, está dispuesta a esa sana cooperación, no para buscar ventajas propias, sino para servir mejor al verdadero bien común de un pueblo que así lo merece. |
Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez Ciudad Barrios, El Salvador; 15 de agosto de 1917 – † San Salvador, (Id.), 24 de marzo de 1980) conocido como Monseñor Romero,[1] fue un sacerdote católico salvadoreño y el cuarto arzobispo metropolitano de San Salvador (1977-1980). Se volvió célebre por su predicación en defensa de los derechos humanos y murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral. Archivos
Agosto 2021
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