Dice el profeta Isaías: “ mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento.” Al iniciar no solo los trabajos capitulares, iniciamos la mayor semana del cristianismo. Iniciamos la tarea de orar con profundidad para que podamos morir como Cristo y resucitar con El.
Quiero iniciar la meditación recordando las palabras del Isaías. Es Isaías quien es el profeta por excelencia quien nos hace una importante recordatorio sobre lo que desde la nada se hizo todo y reina por siempre. Dentro del llamado a nuestra vocación individual y nuestra vocación como comunidad debemos tener presente una serie de realidades y características que marcan nuestra identidad. Esta palabra y su entorno recorrerán día y noche nuestros días como capitulares en este IX Capitulo General. La identidad nos hace ser únicos, diferentes, marca la pauta de lo que somos y sobre todo lo que Dios formo para que fuésemos El ante todo. Al recibir nuestra consagración nos convertimos en fuentes únicas de transmisión de la identidad que el Padre eligió para nosotros y para con nosotros. Esa identidad inclusive plasmada en la lectura de Isaías: “El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eche atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tape el rostro ante ultrajes ni salivazos.” Nosotros como siervos del Señor, no solo elegidos sino marcados para vivir la Pasión del Amor de Cristo desde el escenario de nuestra misión. Esas palabras marcan nuestra identidad dentro de la vida religiosa. En el paso triunfal, igual que el vivido hoy por Cristo en su entrada a Jerusalén, este gran peregrinaje en nuestra vida religiosa requiere que vivamos en Cristo, por Cristo y desde Cristo. La necesidad extrema y única de apegarnos a entregar nuestra vida sin reservas, ni condiciones, el estar dispuestos a derramar nuestra sangre por el bien común, por el bien de la causa; a recibir insultos y calumnias solo por el hecho de servirle a El son iconos que adornan nuestra casa por que es parte de nuestra Identidad. En fin la identidad es el algo único que nos da vida, que nos define y marca para así poder ayudar a otros a definirse en su misión y encuentro con Cristo. Claro, la marca que Cristo quiere para nosotros, mas allá de ser una marca física, es una espiritual. Tenemos un reto de proclamar la libertad desde la renuncia propia de lo que somos y hacemos, de lo que decimos y vivimos para ser en plenitud vivas imágenes del Cristo moderno que quiere decirnos: “…dejen de ser esclavos, para ser hijos, para ser libres…” En este renunciar a nosotros mismos y buscar la viva imitación de Cristo suceden muchas cosas que nos llevan a veces inclusive a vivir en una noche oscura, como decía San Juan de la Cruz. En esos momentos es cuando proclamamos como el salmista: “Dios mío, Dios mío ¿por que me has abandonado?”. Sentimos que caemos en el vacío sintiéndonos solos y desesperados por que en la búsqueda de hacer la voluntad de Dios nos sentimos lejos de El, pero ahí en nuestro error de que estamos lejos, es cuando mas cerca esta El acompañándonos, mirándonos y observando nuestro sacrificio. Su mano protectora crea un lazo increíble que no puede ser disuelto por nadie que no sea el propio Cristo. Aun aquellos que ponen la mano en el arado y luego cambian la mirada no pueden violar ese pacto hecho con amor. Un pacto que trascendió de tal manera que hizo que Dios enviase a su hijo ha afianzar ese pacto renunciando a su condición divina y uniéndose a la naturaleza humana. Es así que Pablo lo describe en su carta a los Filipenses. Cada uno de esos elementos preparan el terreno para que nosotros veamos nuestra Identidad, nuestra herencia y nuestra tradición plasmada a lo largo de la semana. Cada paso que demos durante este IX Capitulo General marcará el examen y afirmación de nuestra Identidad como individuos, hijos y siervos del Padre, como comunidad peregrina unida en un mismo carisma dentro del Cuerpo místico de la Iglesia Universal y como auténticos enamorados del Padre que se unen para gritar al mundo: “Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor…”
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