Es una pregunta interesante y a la vez compleja: ¿qué debe esperar la persona de este siglo de sacerdotes, pastores(as)? O al simplificarla, ¿qué debe esperar la persona de este siglo de mí?
Es una pregunta compleja y a la vez sencilla. No es sencilla por pretender que sea simple, sino que la repuesta radica en su esencia. Lo que deben esperar es a Cristo… No pretendo implicar que deben esperar la divinidad rodeada sobre Cristo, sino su opción preferente de mantener los ojos en los del Padre. Durante años muchas sociedades han creado estereotipos de los religiosos, algunas veces rayando en la divinidad, creando una especia de clase aparte a los demás. Eso ha logrado levantar murallas entre los pastores(as) y sus ovejas. Pero más aún cuando algunas personas utilizan esas barreras para aumentarlas y ver abismos imaginarios y de esa manera tratar o juzgar a aquellos que cometimos el error ante el mundo de decir un sí al vacío y al todo, a la fe, a Dios. Si cualquiera de los hombres y mujeres que ya están con Dios regresarán para vernos y ven que hemos pretendido endiosarlos ellos con el fin de ponerlos entre Cristo y nosotros, se enojarían. Probablemente, lo más simple es vernos como ángeles levitando en la tierra, pero quizás la voz de la mayoría de nosotros grita con desesperación al recordarles que no somos nada y con eso y todo, Cristo se fijó en nosotros. Existe una desesperación del demonio de diezmar el ejército de Cristo, que el ataque viene por todas partes y es difícil sostenerse dentro de estas circunstancias, pero son en los momentos que parece que la brisa de la montaña se ha ido cuando Cristo nos recuerda que somos y para qué fuimos elegidos. Somos insignificantes en un mundo que busca todas sus repuestas en el teléfono. Somos inservibles en un mundo que busca pisotear a los demás, de subir por consecuencia del odio y el rencor y no desde la libertad del amor. Somos falsos profetas porque el mensaje debe adaptarse a como los demás se sienten y no a lo que Cristo quiere decir. Atendemos almas que se asfixian por la necesidad de ser amadas, consoladas, ungidas. Pero también esas almas buscan dentro de este mundo moderno, en el que nuestra relevancia ha sido empujada a un basurero, asfixiarnos con desprecios y burlas. El ejercicio de superioridad se ha elevado tan alto que aquellos que guiaron a la sociedad a entrar en los siglos pasados y presentes nos convertimos en meras exhibiciones de museos. Sabes que debes esperar de nosotros… Amor. Cuando estés asfixiado(a) y cansado(a) allí estaré, en la misma trinchera que me dejaste, pero que Cristo convirtió en un santuario. En la misma cueva en donde pretendiste asfixiarme, pero Cristo la convirtió en un cuarto de brisas. Estoy y estaré allí donde Cristo me dejó para transformar las heridas en cicatrices y así convertirme en signo de amor.
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Estuve viendo una serie de TV de empresas y tecnología donde el personaje principal pasaba muchas penurias para tener éxito. Llegó un momento que logró tener una victoria y comenzó a reaccionar de una manera extraña, y él dijo que no sabía como debe reaccionar o comportarse ante la victoria porque llevaba tantas derrotas que es difícil ver o sentir el sabor de ganar.
El mal nos rodea… Nos rodea de tal manera que muchas veces nos podemos sentir como esta historia anterior nos impacta, porque abrumados sin saber que es una victoria, dejamos pasar esos pequeños momentos de alegría. A muchos no les gusta hablar de esto porque suena más atractivo hablar de esto cuando los poderosos oprimen a los pequeños. ¿Pero qué sucede cuando es el pequeño quien está oprimiendo al pequeño a consecuencia del mal? La consecuencia del mal está impregnada en muchos escenarios incluidos en los chismes, las habladurías y las faltas de respeto a Dios. Hemos tratado de vender a un pueblo una amplitud de Dios que ha desembocado en que el pueblo sopese la realidad de la gracia “barata”. Creemos que debemos buscar el mal en pecados grandes o en personas que identificamos como malas, pero no vemos como el mal se propaga en nosotros por pequeños momentos alimentados de rencores, odios y malas intenciones. Los cristianos modernos les cuesta decir si está alimentado el mal porque estaría aceptando ser un soldado de demonio. Cuando atacas, lastimas o hablas mal de un siervo de Dios porque te sientes con la autoridad para hacerlo, aunque Cristo nos dijo que: “¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mt 7:3) La arrogancia de nuestro orgullo se convierte en un instrumento de destrucción y de pecado. Y no logramos ver cuando en el afán de seguir adelantando el mal nos cautiva de tal manera que no podemos ver cuando empujas inclusive a siervos de Dios. Es en Mateo 9:42 cuando Jesús dice: “Cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra de molino al cuello, y se le arrojase en el mar.” Pero el mal no es nuevo, ni una tendencia moderna. El mal ha existido por muchos años y logra aprender de cada generación y se esconde entre la nueva generación. Pero si algo hemos aprendido es que el mal no es infinito porque termina devorándose así mismo. En Mateo 6: 24 hay un recordatorio vital para nuestra vida de amor: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” Elegir a quien serviremos permitirá que el mal se disipe; si elegimos a Cristo nuestra Pascua, nuestra paz. Anímate, elige… |